Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8

Nathaniel se tomaría un tiempo entre sus planes para sí mismo, sobre todo para Rosalinda. Mucho le había costado recuperarla, entre repetidas súplicas y múltiples intentos fallidos. Rosalinda no era como las chicas a las que estaba acostumbrado: ella si se atrevía a decidirlo todo, sobre todo a él.

Ahí era donde Nathaniel no sabía moverse, esas eran las aguas que él nunca había surcado antes con ninguna de las tantas chicas fugaces con las que compartió alguna vez. Rosalinda le había demostrado que era una isla paradisíaca, hermosa y despampanante, pero terriblemente hostil.

Él era un invasor extranjero, un bárbaro de intensiones inconclusas y palabras engañosas, mal decoradas a veces, demasiado vistosas en otras. Pero Rosalinda no era tonta en lo absoluto, así como él tampoco lo era. Pero uno de los dos tiene que ceder y ella ya había dejado en claro que no lo haría. Le tocaba a Nathaniel jugar sus cartas solo.

Caleb, inmerso en su culpa, en su vergüenza, y maquinando alguna manera de arreglarse, tanto con Camille como con Jeremy, había vuelto a casa olvidándose de su mejor amigo por completo. Ya estaba lo bastante enojado con él, así que no volvió a dirigirle la palabra por una breve temporada. Se había quedado solo en su aventura.

Optó, entonces, por el príncipe. Estaba seguro que no querría hablarle, que quizá le cerraría la puerta en la cara –cosa que hizo dos veces– antes de lograr llamar su atención al aparecérsele colgado en la ventana de su habitación. Jeremy se sintió acorralado.

–¿Estás loco o qué? –le preguntó ayudándolo a entrar, aunque no quería.

–Sabes que lo estoy, eso no se pregunta –respondió Nathaniel sonriéndole nerviosamente.

–Dime ¿qué es lo que quieres? –pregunta Jeremy un tanto hostil; –No tengo tiempo para problemas.

–No me digas que Diana...

Jeremy, notando el nerviosismo en su voz, en su mirar, le aclaró que no se había enterado de nada y que, esperaba, no ocurriese nunca. Nathaniel suspiró al instante dejándose caer sentado sobre el suelo. Había olvidado a Diana al momento de enviarle la imagen a Camille.

Recordó, luego, que no debía meterse en problemas para así impresionar a Rosalinda una vez más. Demostrarle que sabía ser el chico maduro que ella esperaba que él fuese, pero a veces su Cosmo interior cobraba vida, así como solía ocurrirle a Caleb.

Jeremy lo miró por un momento y no estaba del todo tranquilo. Lo notaba bastante inquieto, bastante desequilibrado. Nathaniel, entonces, le pediría disculpas por el embrollo con Camille esperando que, con ello, pudiera matar dos pájaros de un tiro: primero, ganarse su confianza y, segundo, acercarlo nuevamente a su mejor amigo.

Todo plan tiene sus fallas, esa era una premisa que tenía clara en su cabeza. Pero sus víctimas eran demasiado perfectas como para dejarse derrumbar plan alguno, ya fuese por suposiciones inútiles o por errores fácilmente predecibles. Nathaniel estaba jugando sucio a todo lo que da y Rosalinda sería otra excusa para hacer lo que quería.

–Jeremy ¿qué sabes de flores? –preguntó recordando la imagen del príncipe jugando con un girasol.

–No demasiado, a decir verdad –respondió Jeremy lo más honestamente posible; –¿De qué se trata?

–Hay una chica, tú sabes.

Sería la primera vez que lo vería sonrojarse, que lo vería un tanto vulnerable y algo incómodo. Si de una chica se trataba ¿por qué recurrir a él y no a su mejor amigo? ¿Por qué recurrir, precisamente, al príncipe de los lunáticos? Jeremy no se atrevió a preguntar, aunque Nathaniel le respondió de todos modos.

–Últimamente estoy como Timmy Turner –dijo súbitamente, como para explicarse; –solo que sin padrinos mágicos.

–Con que era eso –dice Jeremy sentándose al borde de la cama, de brazos cruzados y la curiosidad encendida como una vela.

Nathaniel le hablaría de Rosalinda como si lo hubiese hecho antes. Aquel manipulador por naturaleza se vio vagamente desplazado por un romanticón sin prejuicios. Lo que veía era un Don Juan sin remedio que buscaba, en él, un consejo útil, una ayuda emergente, una respuesta sólida.

Jeremy nunca se ha considerado, ni por asomo, un encantador de mujeres, pero sabía observar, sabía ciertas cosas que había aprendido, no solo de Diana, sino de todo aquel amasijo femenino que lo había estado acosando, desde entrada la adolescencia, debido a su extremadamente tierna belleza.

Diana ha sido, en verdad, su conquistadora. Él no fue por ella, sino, por el contrario, ella lo buscó. Lo tomó, literalmente, entre brazos y, frente a una audiencia muy numerosa, lo nombró oficialmente su novio. "Mío y de nadie más" habrían sido sus palabras exactas mientras miraba, superficialmente, al tumulto que los rodeaba. La reina del lugar, sin duda, sabía cómo imponerse con pocas palabras.

Nathaniel no podía creerlo, pero era algo que, sin duda alguna, haría Diana. ¿Cómo era posible que un chico como ese pudiera haberse fijado en semejante lunática? Jeremy no pudo evitar reírse del término pues, para sí mismo, él solía sentirse de tal manera también.

–Creo que no es casualidad –dijo entre risas; –Los lunáticos se atraen como moscas al pastel.

–Definitivamente –aclaró Nathaniel negando con la cabeza mientras mostraba una sonrisa; –Entonces Caleb... –y se calló abruptamente al darse cuenta que había dicho algo inapropiado.

Recordó aquella frase que le había dicho a Caleb y se maldijo por no seguir su propio consejo. Al notar que Jeremy no había reaccionado a lo que, accidentalmente, acababa de decir, lo buscó con la mirada y se tropezó con uno de esos gestos huidizos, nerviosos, que suelen decorarle siempre la mirada. Su rostro se había puesto colorado.

–Él no es tan idiota –dijo entonces, aplicando la segunda fase de su manipulación; –Bueno, un poco, pero no siempre.

Jeremy, todavía sonrojado, todavía nervioso por el repentino surgir del nombre, se echa a reír por sus palabras tan honestas, pero cariñosas. Entonces se guardan las palabras por un instante y las miradas se rehúyen mutuamente. Un instante de incomodidad, pero las cosas van tal y como esperaba.

Rosalinda vuelve a ser tema y del tema vuelven a hablar de las flores. Entonces, como reaccionando a lo evidente, tan claro y cristalino, Nathaniel se pone de pie y chasquea los dedos con una sonoridad impresionante y casi ensordecedora.

–¡¿Cómo pude ser tan despistado?! –refunfuña con excitación. Jeremy se le queda mirando; –Rosas a Rosalinda, para que no me olvide. ¿Cómo es que no se me ocurrió antes?

–Incluso podrías escribir esa frase en la tarjeta –dice Jeremy con un destello encantador en los ojos. Nathaniel queda atontado por su mirar antes de responder que la idea, incluso, no se le había ocurrido.

Le agradeció el tiempo, la ayuda y el consejo. Le agradeció también la paciencia y se disculpó, sobre todo, por haber irrumpido en su casa a la fuerza.

Entonces aprovechó para sembrarle una idea, así como lo había hecho con Caleb, al darse cuenta de la evidente ventaja que había estado sacando a lo largo de la partida. Los dados estaban cantando para él.

–Entonces ¿todo bien? –preguntó con una miradita inocente.

–Sí, todo bien. Supongo.

–¿Y qué hay de... tú sabes... Caleb?

La mirada huidiza, la voz entre cortada, el rostro sonrojado de golpe. La idea ya estaba en curso desde antes de ser sembrada por él y ahí es donde culminaba su fase dos: su intromisión con el príncipe había concluido.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro