7
Luego del bochorno y la vergüenza experimentados temprano en la mañana, Jeremy se recluiría en su habitación y no saldría de ahí en todo el día. Caleb, por su parte, lidiaría con las burlas de Nathaniel después de ser regañado por una muy celosa Camille.
Le costó demasiado explicarse, sobre todo porque no había ocurrido nada en realidad. La noche anterior habían jugueteado y parloteado hasta muy tarde y, seguramente, cayeron rendidos ante el sueño a altas horas de la madrugada. Camille no estaba del todo satisfecha con aquella explicación.
Nathaniel, para nada conforme con el resultado, se arrepintió de haber jugado la carta equivocada. Camille representa un inequívoco peligro para los planes que tiene para su mejor amigo, y tenerla merodeando cuando ocurra la mágica conversión sigue siendo una mala idea, una que acaba de aclarar gracias a su propio impulso de idiotez.
Volvería a admirar la foto una y otra vez y no podía sacarse de la cabeza la posibilidad de que su plan fuese de verdad posible, de que la idea –que ya había trastocado bastante a su mejor amigo– tuviera el mismo efecto en el príncipe y que éste, también seducido por la confusión, buscase acabar por cuenta propia tal y como lucía en la fotografía.
–Debo admitir que saliste vivo por amor –dijo Nathaniel una vez Camille se había retirado con su nube de enojo y celos. Caleb lo miró con malos ojos.
–Esto es culpa tuya, lo sabes ¿verdad? –reprochó Caleb con cierto control. Nathaniel se encogió de hombros.
–Lo sé, lo siento. No sé qué estaba pensando.
–Seguramente en nada.
El humor de Caleb rivalizaba con el de Diana al momento de su llegada, pero Caleb sabía cómo mantener la presión baja. Se había metido en problemas pesados con su chica quien, ahora, empezaba a tomarse enserio la idea de que Caleb iba tras aquel muchacho.
Esa afirmación le produjo una vergüenza incalculable, un miedo atroz y una sensación de que las cosas irían de mal a peor mientras, en su interior, él sabía que Camille tenía razón, aunque su intención no era, precisamente, enamorarse más de aquel huidizo personaje, sino al contrario: quería superar la idea, dejarla atrás y volver a su tan acostumbrada normalidad junto a Camille.
Luego reviviría la imagen en su cabeza y la sensación del cuerpo de Jeremy entre sus brazos. Fragilidad, liviandad, sensaciones que reconoce del cuerpo de Camille, pero que en la figura de Jeremy parecía distintas, las sentía distintas. Quiso, por un segundo, poder revivir el instante y sentirlo contra su cuerpo una vez más.
–Debo disculparme con él –dice con cierto decoro. Nathaniel lo mira fijamente.
–¿Te parece buena idea? –pregunta muy malintencionadamente. Espera una respuesta con la cual su pieza haga estragos, nuevamente, en el tablero de juego. Caleb permanece en silencio.
Lo está pensando. Lo está analizando, de un lado a otro, mientras busca una razón por la que no sea una buena idea el volver a plantarse ante su brillante mirada y su extraño cabello. Busca, también, algún motivo por el cual logre alcanzar, aunque sea un instante, rozarle la piel que le envuelve los dedos.
Sentado en el borde la cama, con la mirada perdida entre sus propias manos, Caleb se acaricia los dedos, uno a uno, pensando, imaginando, recordando, reviviendo, reavivando, dejándose llevar ciegamente por la idea, dejándose envenenar las intenciones por ella. Sus emociones parecen secundarle la decisión.
–No, no es buena idea –dice al cabo de un rato; –Pero ¿cuándo mis ideas han sido buenas?
–Es un buen punto, amigo mío –celebra Nathaniel reenviándole la foto al propio Caleb; –Un muy buen punto.
El móvil de Caleb resuena sobre la mesita de noche y éste lo desatiende por completo. Nathaniel, con una sonrisa en el rostro, se escurre hasta él y lo toma entre manos. Retrocede hasta Caleb y, dejando caer el móvil sobre la cama, se desplaza a toda velocidad fuera de la habitación.
Caleb, dejando de lado sus pensamientos, recoge el móvil y lee el mensaje que tanto clama atención de su parte. Al otro lado de la pantalla puede verse a sí mismo recostado, plácidamente dormido todavía, sobre la misma cama que habita de momento.
Al otro lado de la pantalla, entre sus brazos, con su delgada figura amoldada a su cuerpo, yace Jeremy, también dormido, con un gesto angelical dibujado en aquel rostro que tanto le cuesta sacarse de la cabeza. Traza, con la mirada, una distancia que no existía entre ambos y su corazón da un vuelco estrepitoso.
–¡Eres un hijo de...! –grita antes de salir de la habitación, pero retrocede. Su mirar, su intención y la idea lo obligan dar marcha atrás, a tomar el móvil de nuevo entre sus dedos y perderse en aquella imagen con la mente, también, hecha pedazos.
–Enamorado –musita mordiéndose los labios; –No quiero estar enamorado. No así. No de él.
Jeremy, al otro lado de la calle, oculto entre las paredes de su habitación, intentaba –todavía– mantener la calma. Diana no podía enterarse de lo que había ocurrido esa mañana.
Ya estaba bastante nervioso todavía por el arranque que tuvo solo por hacer mención de su primo. Mencionarlo, esta vez, incluiría los tópicos "pasamos la noche juntos", "dormimos en la misma cama" y, por último, "amanecí entre sus brazos". Con aquella trilogía Caleb sería decapitado, a sangre fría, y él tendría el mismo cruel destino.
–¡Dianita, mi amor, no fue mi intención! –se dijo mientras se cubría el rostro con las manos.
Entonces quedaría en silencio por un segundo. Con el rostro oculto entre sus delicadas manos, con los ojos cerrados y el corazón acelerado, reviviría la vergonzosa escena en su cabeza. Camille ante él, de brazos cruzados, y su novio rodeándole la figura con una ternura, no del todo, desconocida.
Desde hace rato nota en Caleb un comportamiento extraño, contradictorio y, a veces, demasiado dulce. No ha podido vislumbrar más al egocéntrico, al engreído, al insoportable superestrella de aquella vez. Es como si se hubiese evaporado en el aire, ante sus ojos, sin haberse dado cuenta.
Está seguro que lo ha visto sonrojarse más de una vez, sobre todo cuando él está cerca, únicamente cuando él está cerca. ¿Acaso siempre tendrá que lidiar con la mala distribución de su suerte? ¿Acaso no podrá estarse en un sitio sin verse envuelto en una serie de eventos singulares y, siempre, problemáticos?
–No sería la primera vez, estoy consciente de eso –se dijo con cierta intranquilidad; –Pero esto es distinto, muy distinto.
Pensaría en Diana solo para añadirle temor al amasijo lunático de emociones que ya llevaba consigo. Caleb surgiría, a partir de aquel momento, como una idea recurrente en su pensamiento, un rostro repetitivo que, así como Diana, le invadiría las ideas, las palabras y cada rincón de su entera mente. Los primos rivalizarían en su cabeza también.
Recopilaría, mentalmente, los sucesos del último par de años. Aquello que lo obligó a dejar la otra escuela, aquello que hizo que su hermano se mudara con él a esa casa, aquello que había empezado a trastocarle tanto el ser que lo había vuelto, repentinamente, en alguien huidizo, silencioso. Caleb le hizo recordar ciertos percances, pero le pareció también distinto.
Reviviría así el primer intento, que fue el segundo, que fue el tercero. Sabía que sería, entonces, el cuarto y que, quizá, esta vez el percance terminaría siendo muy diferente. Se sentía seguro de sí mismo y todo gracias a Samuel. Se sentía capaz de cualquier cosa, todo gracias a Diana.
Luego aparecía Caleb: una interrogante sin fórmula que, aparentemente, deseaba tenerlo cerca también. Y no podía no contrastarlo con Diana, compararlo con ella, porque, al parecer, tienen la misma forma ilusa de no saber ocultar nada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro