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5

Un paso en falso es todo lo que necesita. Está al corriente de eso. Un error diminuto es lo único que podría ponerlo en la situación más complicada en la que, en su vida, habría siquiera pensado. Pero era su única opción, o así lo calculaba él.

Algo se le escapaba de las manos todavía, algo que no podía ser controlado bajo ningún concepto conocido, mágico o ritual. Sabía que Nathaniel era peor que una piedra en el zapato y, si se enteraba de aquello, sería como una aguja clavada entre las uñas.

Mientras permanecía en la espera, su mirada yacía fija, perdida ante el intrincado misterio que surgía de su propio fantasma mientras, de arriba a abajo, una y otra vez, se paseaba por la figura del chico del extraño cabello. Algo se le había perdido e intentaba recuperarlo tan solo con miradas.

A su alrededor las cosas se movían, los tiempos seguían en completa y natural calma mientras su noción de realidad y su percepción yacían, todavía, en pausa, alienadas a la idea de la búsqueda, de la recuperación, del acercamiento prematuro y un posible roce de manos a la sombra.

–Deberías dejar de pensar en eso –se dijo apartando la mirada con cierto desaliento; –Quieres resolverlo, no quedarte con él. No seas idiota.

–¿Quedarte con qué, amigo mío? –pregunta Nathaniel sentándose a su lado; –¿Hablando solo otra vez? Pensarán que estás loco.

Lo evitó lo mejor que pudo. Ignoró la pregunta también. No quería tocar el tema ni cometer la torpeza de enlistar a su engañoso mejor amigo. Ya había hecho más que suficiente, pensaba, con haberle metido en la cabeza la tan maléfica idea del supuesto enamoramiento. Estaba pagando el precio.

Por otro lado, Nathaniel se pensó premiado. Lo había notado minutos antes, lo había descubierto al llegar y mantener la distancia entre los dos. Lo había leído, también, en su gesto desalentado, en su actitud vencida y mal disimulada.

Caleb estaba perdiendo ante la idea y, poco a poco, quedaba al descubierto el terreno que había estado ganando durante la batalla.

Nathaniel se asustó un poco. Estaba ganando terreno muy deprisa y no había previsto tal resultado. Camille todavía era un impedimento, un problema latente que, de verse entremezclado con lo que estaba ocurriendo a espalda de todos, reventaría tal cual una bomba atómica.

Camille era celosa. Demasiado.

Aquello significaba, en su cabeza, ponerse de acuerdo consigo mismo y armarse un teatro creíble e irreprochable, un teatro donde confrontaría la verdad oculta de su mejor amigo y así aliarse con él. Se volvería indispensable y podría, entonces, controlarlo todo desde la sombra.

Claro está, Nathaniel era, en cuestión, tan maligno como dulce, así que se le hacía pesado el disfrutar demasiado de sus propias maldades. Lo compensaba, de vez en cuando, con Camille o con la mejor amiga de esta.

Mientras tanto Jeremy, al otro lado del horizonte, recibía a Samuel con su ya famosa sonrisa. Él, en todo caso, no lucía para nada reconocible. A penas lo saludaría, se sentaría a su lado y dejaría caer la cabeza sobre la mesa de concreto.

–¿Estás bien? ¿Pasa algo?

–¡Dime que sí entendiste química, por favor!

–¿Otra vez con eso? –rió Jeremy compartiéndole sus notas; –Estoy seguro que la prueba será un taller en parejas.

–¡Que todos los dioses te oigan, joven príncipe! –expresó Samuel con cierto drama; –O sino moriré antes de tiempo.

Al poco rato, Ralphie y Louis aparecieron trayendo consigo el mismo drama existencial. Jeremy optó por darles, lo mejor posible, un repaso fugaz con sus apuntes. Aquel trío de lunáticos se fue serenando con el correr de la explicación mientras Jeremy, una por una, les aclaraba ciertas dudas.

Entonces dejarían de marearse entre los óxidos y demás componentes, harían el intento por imitar un poco el orden propuesto por el príncipe y así no tropezar tanto en el proceso de cada ejercicio.

Llegada la hora del descanso, el trío de lunáticos habría salido airoso de aquella batalla escolar. Sin duda alguna fue una prueba larga y difícil, pero terminó siendo, tal y como Jeremy lo había predicho, un taller en parejas. Uno muy complicado.

–¡Te debo la vida! –dice Samuel mientras lo despeina de camino al patio.

–¡Nosotros también!

–¿Para qué son los amigos?

Mientras charlaban, mientras agradecían una y otra vez, los oídos y miradas de Caleb permanecían atentamente sobre ellos.

Era imposible no escuchar lo que decían pues, al parecer, el trío de lunáticos hablaba para todo el mundo. Nathaniel sonrió levemente al contrastar las diferencias evidentes que existía dentro de aquel cuarteto escandaloso.

Jeremy, siempre en el centro, iba acompañado siempre de una luz que atrapaba a cuanta mirada lo notase. Era imposible no llamarlo príncipe cuando lo tenías ante ti con aquella presencia aparentemente frágil.

Samuel, disparatado pero territorial, no sabía aclarar su papel en el grupo. Es tanto el bufón como el guardián real. Para lidiar con el príncipe era necesario superarlo a él primero. Ralphie y Louis, en todo caso, son como un enorme guardaespaldas dividido en dos.

El patio estaba un poco más habitado ese día. Algunos chicos, buscando algo de comodidad, quisieron compartir la banca con el príncipe. Samuel se los negó rotundamente, pero Jeremy hizo de las suyas para que Samuel dejase de ser tan duro con ellos. Entonces se puso de pie sobre la banca.

–Recuerda que me debes la vida –dijo en un tono que lo hizo parecer un verdadero un príncipe.

–Pero... pero... –dijo Samuel antes de ser interrumpido.

–¿Acaso intentas contrariar a tu príncipe?

–¡No es justo!

Y todos rieron. El mundo entero se les quedó mirando y se reían con ellos, se reían de ellos, les seguían el juego.

Caleb lo veía todo también, sobre todo a él, ahí arriba, con esa expresión real en el rostro, con su brillantez a todo lo que da, con su sonrisa alocándole el corazón.

–Tu príncipe exige una retribución –dice Jeremy señalando a Samuel; –¡Tu príncipe exige dulces!

–¡Me dejarás en quiebra!

De nuevo risas. De nuevo escándalo. Jeremy, por primera vez, no se sonroja ante las miradas, no se inquieta ante ellas, no se cohíbe. Lidera el juego, lidera la fantasía y el desorden. Entonces lo ve acercarse desde el otro lado del patio.

Sus miradas se cruzan, se mantienen fijas por un momento, luego lo nota vacilar. Sigue pensando que se ha estado comportando extraño, que aquello no se parece en nada a todo lo que ha visto y escuchado de quien es, de lo que hace y ha hecho. Es diferente.

–¡Larga vida a nuestro príncipe! –grita Caleb con el rostro sonrojado mientras hace una leve reverencia.

Todos quedan en silencio por un instante casi fugaz. Entonces algunos empiezan a murmurar y otros lo empiezan a imitar. Jeremy los ve inclinarse ante él. Nota también cómo Caleb le ha cedido el control por completo, un control que no sabe poseer.

Entonces no puede evitar volver a ser huidizo. Su rostro se tinta de rojos intensos, de rojos dulces y tiernos mientras las chicas quedan perdidas ante el chico que, con el rostro cubierto por sus manos, no sabe qué hacer ante aquel espectáculo.

El día ha terminado. Las pruebas se llevaron a cabo y los que sobrevivieron se preparan para las que vienen; los que no, intentan no pensar demasiado en ello. Lo ocurrido en el patio será recordado por muchos y los rumores de mañana no se hacen esperar.

Jeremy espera, como acostumbra, ser el último de la clase en salir, pero esta vez no puede hacerlo de tal manera.

Sus compañeros lo despiden con una reverencia grupal y es, entonces, el primero en salir. En los pasillos se repite, uno a uno, la acción. El príncipe ha vuelto.

Caleb, mientras tanto, discute con Nathaniel por las no-razones que tuvo para devolverle lo que le había quitado. Ahí es cuando Caleb toma el primer error entre sus manos y lo deja caer sobre el suelo como si no le importase.

–¿Estás seguro de esto? –pregunta Nathaniel luego de un rato.

–No estoy seguro de nada –responde Caleb con una sonrisa mientras ve a Jeremy alejarse, entre una reverencia y otra, por el pasillo; –Solo me nació hacerlo.

–¿Y qué harás luego? Algo igual de estúpido, seguramente.

–Sí, será algo estúpido. Eso puedes apostarlo.

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