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Mientras Caleb se alejaba, Samuel ocupaba su lugar en la banca, todavía con el malestar superpuesto en sus facciones. Jeremy, con una sonrisita burlona, se le quedó mirando fijamente a la espera de palabra alguna, pero nada salió de aquella boca.
–¿Entonces qué? –preguntó finalmente para forzarlo a hablar; –¿Hasta cuándo tú con esa actitud de novia celópata?
–¡No es nada gracioso, Norton! –respondió, entonces, Samuel, devolviéndole la mirada; –Detesto a ese imbécil, eso es todo.
–Dejando de lado ciertas cosas –dice pensativo; –no es tan malo, a decir verdad.
Samuel, con un gesto de total fastidio, hace hincapié en que no debería relacionarse con él en lo absoluto, cosa que a Jeremy le hace gracia, no por lo que dice, sino por cómo lo dice, por su actitud sobreprotectora y por sus muy evidentes celos de amigo. Jeremy, aprovechando que están a solas, le deja una advertencia sobre la mesa.
–Agradece que los muchachos no han llegado –dice con un tono entre amenazador y burlesco al apartar la mirada; –y que no pretendo decir nada tampoco.
–¡A veces eres demasiado cruel, Jeremy! ¡Demasiado!
Al otro lado del patio, entre la plática secreta y censurada, Caleb insiste en que es solo un experimento, un juego, pura e inocente curiosidad. Nathaniel asiente con la cabeza a cada cosa que considera un disparate mal disfrazado mientras, en su mente, maquina cómo jugará su pieza después.
Camille todavía permanece ausente. Su presencia, para ambos, juega un papel muy importante. Para Caleb, con mucho apremio, es un boleto de salida a último minuto. Para Nathaniel, en cambio, es un comodín y una trampa a la vez.
Sabe a ciencia cierta que Camille, para sí misma, representa un peligro a pesar de su linda cara. Para Caleb, si salen las cosas mal, será el peor de sus infiernos. Para Nathaniel en persona, al verse descubierto, sabrá que no le irá tan bien tampoco.
Aunque ambos comparten la idea, ella la considera una especie espejismo. Una seria de leves casualidades que, en apariencia, parecen lo que parecen, pero que no son eso, que no pueden ser eso. Sobre todo, porque conoce a Caleb, o eso cree ella. Así como Nathaniel también creía conocerlo y, de a poco, la idea lo ha ido develando como otro ser.
Caleb, en su interior, creyéndose a salvo, no termina de arrepentirse por volver a incluir a Nathaniel al tablero, ese que nunca abandonó en verdad. En su pensamiento, las fichas de Jeremy (la X, la Y y la Z) sabe que no vienen solas, muy a diferencia de la suya propia.
Se piensa acorralado ante Nathaniel y su idea. Se siente perseguido por sus propias emociones, vueltas una jauría de bestias descontroladas que, de a poco, van acortándole terreno, van pisándole los talones, van rozándole el trasero. Traga en seco y vuelve a la realidad. Traga en seco y aterriza, casi con desespero, en el abrazo que Camille le regala al llegar.
–Es increíble lo rápido que brotan los rumores en esta escuela –dice ella sonriéndole mientras señala, fugazmente con el pulgar, al príncipe a sus espaldas. Caleb se sonroja de golpe.
–¿Cuáles rumores? –pregunta Nathaniel con la malicia a millón; –¿Qué dicen las buenas nuevas?
–Mi pajarito andaba habla y habla con el príncipe –dice Camille con un tono burlesco intentando lucir seria; –No sé si debería sentir celos.
–¿Celos? ¿Qué? ¡¿Qué ocurre aquí?! –pregunta Caleb sin entender nada y captándolo todo a la vez. Su rostro colorado no encontraba sitio para ocultarse; –¡Ya! ¡Déjense esos juegos!
Nathaniel, ante su reacción, solo alcanza a reír a todo pulmón. Camille lo imita a la vez que abraza a Caleb con más fuerza. Lo ha hecho enojar por gusto y él se ha sentido descubierto, aunque no ha ocurrido nada en verdad. Excepto una cosa: Nathaniel ya tiene plan, uno a prueba de tontos. Más expresamente, uno a prueba de Caleb.
El festival de fin de año escolar, el baile, la fiesta, como quieran llamarlo, ha avanzado en total algarabía. Se ha visto al príncipe, más de una vez, en la pista de baile, con una expresión de vergüenza extrema en el rostro y las mejillas, siempre, tintas.
Caleb, de vez en cuando, ya sea bailando, ya sea fuera de la pista de baile, lo busca con la mirada solo para darse un gusto momentáneo. Respecto a Camille, entre tanto, se lleva toda su atención, la mayor parte del tiempo. Tal y como esperaba: ha podido mantenerse normal a pesar de lo que quisiera intentar.
Nathaniel, invicto todavía en su racha de fracasos amorosos, le sigue la pista a Rosalinda. Todavía lo evade. Todavía no le dirige la palabra. Todavía no se sabe qué ocasionó semejante actitud de su parte pues, como es costumbre, nadie sabe nunca ni entenderá jamás las cosas que incluyen a Nathaniel.
–Anda, Rosi bonita –dice suplicante; –Lo he hecho todo ya ¿No es suficiente?
–Sí, pero no –responde ella echándole un ojo cada tanto. Le cuesta decirle que no; –Vete.
–Está bien, me iré. Pero solo si vienes conmigo –dice muy coquetamente, tendiéndole la mano para sacarla a bailar; –Y sabes que para esto no acepto un no. Es imposible.
Caleb, atento a sus movimientos, lo ve perderse entre la muchedumbre llevando de la mano a una chica que sonríe con ambigua picardía. Lo ha conseguido: la ha sacado a bailar. Camille sonríe ante el hecho diciéndole que se había tardado demasiado.
Caleb había olvidado, entre el asunto de Jeremy y la idea, que Nathaniel, además de atormentarle su vida, también tenía sus propios asuntos con el corazón, asuntos que siempre le han sido ajenos, le han sido un completo misterio.
–Nos conocemos desde siempre –dice Caleb acariciándole la mano a Camille; –y todavía siento que no lo conozco en nada.
–Me pasa igual –responde ella volviendo su mirada hacia él; –A veces contigo, a veces con Rosalinda. Es extraño, pero creo que es normal.
–No me gusta –dice Caleb a modo de puchero, sembrándole a Camille un beso en los labios; –Sobre todo ahora que sé que te hago sentir eso.
No recibió respuesta. Aquella dulce mirada permaneció fija sobre sus ojos y sus manos sintieron cómo las apretaban con recelosa ternura. Entonces Camille dio un paso hacia atrás. Sin soltarle las manos, lo llevó consigo hasta la pista de baile y de ahí no lo dejó ir a ninguna parte.
El momento estaba hecho como para olvidarse de la vida, como para olvidarse del mundo. La música bajó el tono, bajó la velocidad. Sus manos se hallaban prensadas, muy tiernamente, a aquella delgada figura mientras bailaban una lenta melodía.
Entonces la pista se oscureció y solo eran él y Camille, nadie más. Solo eran ellos ante la luz de un foco imaginario, en medio de una negrura también imaginaria.
De pronto, ante sus ojos, otro foco se enciende, otras figuras danzan también al compás de la lenta melodía. La chica se ve borrosa, falsa, irreconocible. Al chico, sin duda alguna, lo reconoce: es Jeremy. Su corazón se desfasa en el momento.
De alguna manera ha sobrevivido a la prueba. Ha superado el día y puede sentirse bien consigo mismo. Nathaniel reaparece, luego de haberse evaporado con Rosalinda durante toda la celebración. Camille se ha marchado y, ahora, los mejores amigos quedan a solas para ponerse al corriente.
Entre evasivas y cosas a término medio, ni el uno ni el otro se ponen de acuerdo para develar sus asuntos del corazón. Entonces a Caleb le punza la idea de sentirlo un desconocido y, por primera vez, se atreve a demostrarle algo más que, simplemente, la tan acostumbrada camaradería.
–A veces me pregunto –dice Caleb con tono de indignación; –si de verdad somos amigos.
Nathaniel, en silencio, se le queda mirando. Luego vuelve la mirada hacia la gente que se aleja. Entonces la vuelva hacia Caleb una vez más sin borrar la seriedad de sus facciones.
–Tú si eres dramático.
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