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Le tomaría otro par de días asimilarlo. Se toparía, más de una vez, con aquella delgada figura adornando el otro lado del patio, cosa que lo haría esforzarse más todavía en atizarse un poco el valor, la confianza, y repetir la experiencia de aquella bochornosa desventura.

–No debería ser tan difícil –diría, por la mañana, ante el espejo, intentando mostrarse normal; –¡Estamos hablando de mí, por Dios! Debería poder hacerlo.

Pero, aunque pudiera, no tenía ni idea de qué era lo que tenía que hacer. No tenía trazada, siquiera, una ilusiva o semi-palpable posibilidad de lo que fuese aquello que tenía que hacer o decir.

Solo sabía que se trata de un asunto de "tú a tú" con Jeremy. Sabía, también, que tenía que sobrevivir a aquellos brillantes ojos de pesado mirar y aguantarse las ganas de volver a tentarle las tan delicadas y suaves manos.

La parte más difícil del asunto era, desde toda perspectiva, hacerlo a espaldas de Camille.

Quería mantener, para ella, la ilusión de aquella distancia incorregible que los mantuviera, a él y a Jeremy, completamente ajenos el uno del otro. Evitarse sospecha alguna, fuere la que fuere, y, sobre todo, impedirse un posible accidente.

En su mente, la palabra 'accidente' hacía referencia al 'amor' y a una innecesaria demostración de la palabra. Entre Jeremy y él no podía, no debía, ni quería influenciar amor alguno.

Esa afirmación, no cabe la menor duda, representaba lo muy sobria que era su noción de libre albedrío y su capacidad de decidir, de escoger, de representar sus más latentes y poderosos deseos.

Pero no siempre las decisiones tomadas, con mucha o poca disposición, representan en verdad aquellos deseos.

Ese era su dilema del momento. Dilema del que intentaba sobreponerse haciendo a un lado a Jeremy, volviendo sus atenciones hacia Camille, llenándola de dulces palabras.

La besaba más seguido. La abrazaba con más fuerza. Hasta le dirigía, con más frecuencia, los discursitos cursis que a ella le encantaban. Todo esto a modo de refuerzo y autocastigo.

Así conseguía sacarse al chico pálido de la cabeza cuando lo pensaba demasiado. Era su forma de volver hacia lo real, hacia lo tangible, e intentar dejar todavía intacta su hombría. O, al menos, eso pretendía hacer.

Nathaniel, cada que podía, le susurraba chispazos, intentos, engaños y hasta retos con tal de apresurar aquella repetición.

Porque estaba al tanto de su interés por repetir la misma estupidez, pero quería, o haría el intento, de ser un poco menos estúpido. Nathaniel solo estalló en carcajadas ante aquella ilusa afirmación.

–A ver, a ver. Explícame una cosa –dijo secándose las lágrimas por tanto reír; –¿Te le vas a declarar o qué diantres? Porque entiendo lo que es ¡NADA!

–De-de-de... –tartamudeó Caleb; –¡N-no!¡Por Dios, no! ¿Qué carajos te pasa? ¡Loco!

–¿Loco? ¿Y acaso yo fui el que llamó a su puerta sin ningún motivo? –preguntó señalándose a sí mismo. El rostro de Caleb se agrió; –No soy yo el que intenta hacer algo sin siquiera saber de qué se trata. Con o sin la confianza suficiente, hacerlo es cosa de locos, o sea, tú.

Aunque le habló con sonadas razones, Caleb hizo lo mejor que sabe hacer: desatender las palabras de su mejor amigo y hacer el papel de Cosmo.

Entonces, Cosmo, a los dos días, después de tanto mirar y mirar, después de tanto pensar y pensar, después de calcularle la masa al sol, se separó de Camille, dijo que volvería pronto y se alejó del grupo en dirección contraria a la de Jeremy.

Nathaniel lo siguió con la mirada intentado explicarse, de antemano, un resultado que no había podido calcular.

Había creído que Caleb iría directamente en contra de Jeremy, pues es su forma favorita de hacer el papel de idiota: de frente. Pero no ocurrió tal cosa. O, al menos, no de la manera que él esperaba que fuesen las cosas.

–Algo planea hacer para que no lo vea.

En efecto: planeaba algo, pero no con esa intención.

Miró el reloj en su muñeca u calculó cinco minutos. En ese breve período de tiempo, como si siguieran su rastro, aparecerían Jeremy y Samuel, atravesarían el pasillo y se toparían con él, a solas, en el salón de clases.

Samuel y Caleb cruzarían unas muy poco agradables miradas mientras Jeremy, muy armado con su tranquila naturaleza, se hacía el desentendido. La tensión entre los otros dos no tardó en hacer de las suyas.

–Murphy –saluda Samuel, con tono de quien marca su territorio.

–Samus –responde Caleb del mismo modo.

–Estas algo lejos de tu estanque, creo yo.

–Algo, sí. Pero ese no es asunto tuyo.

–Es mi cueva –dispara Samuel a quemarropa; –así que también es mi asunto.

Jeremy no puede evitar mirarlos por un breve instante. Ante él se debate, casi, un duelo entre pistoleros.

Samuel "Samus" muestra una cara que no conoce, unos gestos que, cree, lo hacen lucir como villano de películas clásicas, pero sin bigote.

Caleb, con su gesto molesto de siempre, con su actitud abrasiva de siempre, resalta un poco aquello de "perro que ladra no muerde" al plantarle cara al territorial Samuel. Su plan no lo incluye.

–Vine por el príncipe –dice, preguntándose cómo es que pudo llamarlo de tal forma.

–¿Qué intentas, Murphy?

–Será algo breve. Sin líos. Lo prometo.

Samuel volvió la mirada hacia Jeremy quien tenía, en su rostro, una expresión de extrañeza. Entendió que él tampoco sabía lo que sucedía, ni el por qué, así que no confió demasiado en aquel 'lo prometo'.

Para él eran palabras vacías.

Su enemistad con Caleb tenía un punto neutral, un pacto de no agresión estipulado por Nathaniel en persona. Al estar éste ausente, no había manera de que Samuel tomase las palabras de Caleb enserio.

–Hoy no es tu día, vaquero –dijo entonces señalándole la salida; –El príncipe no te atenderá hoy.

–Solo vete y no estorbes, Samus –respondió Caleb cruzándose de brazos; –Él mismo puede rechazarme, tiene lengua.

Jeremy se encogió de hombros.

Sus ojos, abiertos y expectantes, intentaban volver a los asuntos que de verdad le correspondían, pero no podía evitar sentirse parte de aquella disputa, sobre todo si lo nombraban por aquel título arrebatado.

Samuel lo miró señalando a Caleb con el dedo, como preguntándole qué pensaba. Él no respondió. Apenas y logró abrir la boca antes de verse interrumpido por alguien más.

–¿Buscando problemas? –pregunta Nathaniel en tono burlesco.

–Nada que ver –responde Caleb intentando huir de la escena. Nathaniel lo detiene en la puerta.

–¿Seguro? ¿Todo bien?

–No hubo problemas, Nat –respondió Samuel sin dejar de mirar a Caleb con cierto enojo; –Todo va bien.

La llegada de Nathaniel evitó la posibilidad de un desenlace trágico.

Claro está, sabía que era difícil que Samuel no respetara los acuerdos, pero no pensaba lo mismo respecto a Caleb, sobre todo cuando estaba consciente de su tan reciente inestabilidad.

Tenía parte de la culpa, pero no pensaba en ello, sino en cómo atarle una cuerda a Caleb en el pescuezo. Una cuerda que él pudiera tensar y soltar a voluntad para evitarse incidentes como el reciente.

–Ahora si enloqueciste –le reprochó sin siquiera mirarlo.

–Estaba a punto de arreglarlo –dijo Caleb un tanto malcriado; –No debiste venir.

–¿Y dejarte iniciar otra guerra con los de tercero? ¡No, amigo mío! ¡No lo creo!

–Solo fui por el príncipe.

–¿Y desde cuándo lo llamas así? –preguntó Nathaniel, como pinchando una herida abierta.

A Caleb el rostro se le tintó de golpe.

Nathaniel dejó el asunto olvidado. Por un momento pensó en el hecho y notó que fue cosa de confianza, mas no de valentía.

Caleb seguía temiéndole al posible, ese hacia el que él intenta empujarlo, encarrilarlo sin remedio, por pura diversión y malicia.

–La confianza puede llegar a ser un tantito pendeja –se dijo al leer preocupación en el rostro de Caleb;–pero nadie es tan pendejo como éste, en verdad.

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