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̶ Segundo intento ̶

«Lo ha dicho sin decirlo. Lo quiere más que nada,

me quiere más que a nadie. ¿Qué puedo hacer?»

Jeremy.

El tiempo se volvería una especie de marea alta que no lo dejaba, siquiera, un minuto en la superficie.

Lo hundía más y más con cada milisegundo transcurrido a la vez que, luego de su última actuación pública, la presión social se volvería un enemigo acérrimo de su presencia.

De a poco su popularidad se fue rasgando como papel bajo el agua, desmenuzándose luego en entredichos sin fundamento y peleas a la hora de salida.

Jeremy lo habría visto pelear un par de veces y habría intervenido en otras dos, con tal de evitarse un malestar visual. Pero lo había hecho por él, por su nueva condición de marginado y por la culpa que sentía de aquel desenfreno aguerrido que parecía querer hundir a Caleb más todavía en la desidia.

–Por tu bien, no intervengas –le habría recomendado Caleb en su última intervención buscando evitar, a toda costa, un incidente aún más prominente.

–No te prometo nada –le respondería Jeremy con la mirada esquiva, buscando lucir, muy inútilmente, despreocupado.

Para ese momento, muy a pesar del escándalo, de los todavía exabruptos rumores, Jeremy había logrado mantener la información resguardada bajo llave.

Diana, que lo visitaba cada dos sábados, no estaba al corriente de las cosas extrañas que estaban ocurriendo alrededor de su novio, el asunto de los pretendientes y, sobre todo, el secreto a voces de Caleb.

Si se enterase de todo cuanto había ocurrido hasta el momento, explotaría tal y como lo hizo la planta nuclear de Chernóbil. Y Jeremy estaba demasiado cerca del núcleo como para sobrevivir a tal explosión.

Estaba absolutamente consciente de su propia participación en aquel circo del desastre, recordando el inicio de su propia calamidad tras dejarse besar, precisamente, a pocos pasos de donde se encontraba en ese insto momento.

Diana, haciéndole compañía, desconoce también ese pequeño y nada peligroso detalle: el beso.

El beso que le dio su primo bajo la sombra del árbol que se abanica sobre sus cabezas, el mismo que cobija el beso que recibe de él mientras la tiene en brazos, mientras la tarde, clara, fresca, parecía abrillantarse alrededor de ellos.

Caleb no estaba demasiado lejos y Jeremy lo sabía, lo que no sabía era que la distancia era demasiado corta porque, aventurero del desastre al fin, Caleb yacía recostado sobre el techo de la casa, admirando la escena con una celositis que lo carcomía desde muy dentro.

Y Diana sonreía con una felicidad tan radiante, tan pura, que hasta se sintió culpable de querer robarle el novio.

–Esa maldita bruja –murmuró entre dientes con pesado humor, volviendo a ocultarse de quienquiera que pudiese descubrirlo.

Empezaba a arrepentirse de espiarlos. Incluso se preguntaba cómo es que se le había ocurrido tal cosa, luego recordó que tenía la esperanza de que la visita no durara demasiado.

Nathaniel ya le había dicho que la idea era estúpida, demasiado estúpida. Pero igual la ejecutó sin importarte nada más en lo absoluto.

Tenía ganas de verlo, esa era la más clara de las verdades. Se moría por volver a tener un minuto a solas con aquel falsamente delicado individuo y perderse, así, en la tensión que solo su mirada sabía generarle en el corazón.

Solo se trataba de esa tontería, de ese impulso de enamorado que no deja de manejarlo a su antojo como juguete a control remoto.

Y Jeremy, a esa distancia, sin notarlo todavía, sonreía también con la más radiante de todas sus presencias enarbolándole el presente a ambos.

Le pareció que el sol brillaba menos, que toda la luz provenía de Jeremy nada más, y Diana era una luna eclipsándolo todo, llevándose toda la atención para sí con él a sus espaldas.

–Esto no se acaba hasta que comience –había pensado Caleb suspirando con cierto disgusto.

En su cabeza nuevas ideas empezaban a ensamblarse, a formar nuevas preguntas y posibles respuestas para sus propios conceptos y fórmulas.

La vida escolar se había ido al carajo en la última semana y, con ella, su popularidad había quedado sepultada, quizá, para siempre. Pero ya no importaba, a fin de cuentas, era su último año.

Su personalidad, su vida, su entorno, todo había dado un vuelvo increíble, todo había cambiado y le costaba, cada día más, el reconocerse en el espejo: ya no le gustaba verse en él.

Había sido el centro de atención por tanto tiempo, había tenido el dominio de las miradas con tanto gusto, con tanto placer, que nunca creyó ser como uno más de los que admira en vez de ser, para siempre, el admirado.

Su vida había dado un vuelco sin retorno y su corazón se lo recordaba cada vez que volvía la mirada hacia aquel muchacho delgado.

Y lo martirizaba el recuerdo del beso, porque no había podido revivirlo, porque no había podido reanimar la sensación como un acto palpable más allá de un hecho en el pensamiento.

Lo quería. Lo deseaba.

Lo necesitaba con el máximo de todas sus fuerzas posibles e imposibles, porque Jeremy era, para él, un imposible inevitable, un destino, quizá, ajeno, a menos que sea capaz de mandar al carajo las reglas del universo, que sea capaz de manipular las probabilidades y girar los dados a su favor.

Parte de aquella probabilidad yace, desde el momento del primer beso, en las manos del príncipe al que tanto desea conquistar, el mismo que parece reacio en mantener cierta distancia con él, porque no quiere ser derrotado por lo que le hace sentir el muchacho de cabellos nocturnos.

La tarde se escurriría con el viento y Diana se marcharía tiempo después. Caleb llevaba rato en compañía sin darse cuenta de ello. A sus espaldas, asomado por una ventana, Marlon lo miraba fijamente guardando silencio.

Jeremy, ahora a solas en jardín trasero, caminaba en círculos en el mismo sitio en donde lo había besado tiempo atrás. Un acto que repetía casi a diario mientras discutía consigo mismo, cosa que le había aclarado Marlon en un momento de descuido, solo para romper el silencio y hacerse notar por el vecino invasor.

–¡¿De dónde saliste?! –le preguntó Caleb intentando no alzar la voz. Marlon sonrió.

–Vivo aquí, genio –respondió soltando una leve risa; –La pregunta es ¿qué haces tú ahí? ¿No es más civilizado, acaso, tocar la puerta?

–No cuando la bruja de tu prima visita a la misma persona a la que pretendes... –entonces calló antes de culminar la frase. Su rostro se tintó de rojos indecisos.

–¿Pretender qué? ¿Enamorar? –preguntó Marlon sin chistar; –Se necesita valor, muchacho, para enamorar a ese con la novia que tiene.

Caleb volvió la mirada hacia Jeremy que se dejaba caer sobre el sofá a cuadros. Luego regresó a donde estaba, junto a la ventana en la que Marlon yacía asomado, y se recostó una vez más contra la fachada de la casa.

No podía creerse ni una cosa ni otra. No podía creerse nada de lo que le había venido ocurriendo en la vida desde que ese pálido individuo de extraños cabellos le invadió la mente y el corazón.

Marlon le había dicho que eran cosas de la juventud, cosas que desaparecen al crecer y que solo saben destruirle la vida cuando reaparecen, porque tienen otra forma, muy distinta y menos agradable.

Caleb lo miró con intriga.

–Te llevas mal con el amor ¿no es así? –le preguntó sin siquiera pensarlo.

–Lo dice el que está detrás de mi hermano.

–No puedo quejarme –dice Caleb con una sonrisa cansada; –Lo mandé todo al carajo por seguir con este juego. Yo tenía novia ¿sabes?

–Y él tiene todavía a la suya –dice Marlon con cierta intranquilidad; –¿Qué vas a hacer?

–¿Acaso tú también quieres que yo...?

–Llamémoslo curiosidad –respondió Marlon de golpe antes de alejarse de la ventana.

¿Acaso lo dijo enserio? ¿Acaso el hermano del príncipe lo estaba empujando a que continuara?

No podía creerlo. No podía creer tampoco que se le había ido la tarde espiando al novio de su prima y que, todavía, aun cuando ya estaba solo, no se había atrevido a bajar del techo y llegarle de sorpresa.

O quizá hacerlo como aquella vez: en silencio, cual espía, y tal vez obtener otro beso.

"Esto no se acaba hasta que comience" había pensado una vez más antes de dejarse caer por el costado de la casa y adelantarse lo más rápido posible para evitar que Jeremy cruzase la puerta antes de alcanzarlo, tomarlo del brazo una vez más, tirar de él con leve fuerza y toparse de nuevo con aquella mirada huidiza, con aquel dulce par de labios, con aquella suaves y delicadas manos.

El príncipe, entre sorprendido y emocionado, baja un poco la cabeza intentando ocultar una sonrisa complacida.

–Esto no se acaba hasta que comience.

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