Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

9

Llegado el lunes, las cosas, ante los ojos de Jeremy se veían tan interesante y comprometedoramente tranquilas.

Aquel encuentro sorpresivo en su habitación le había dejado los sentidos aturdidos todo el fin de semana, sobre todo después de liarse, tan de mala gana, con su propia contradicción.

Caleb hizo lo suyo durante el encuentro, porque no dijo nada en todo el rato que permaneció ahí con él, a solas.

Le costaba no recordarlo.

Le costaba, todavía siendo lunes, zafarse de las sensaciones que aquel abrazo insistente le había dejado sembradas bajo la ropa.

Le costaba, también, constatar la existencia de una relación entre él y Diana puesto que ella no había vuelto a pronunciarse bajo ningún medio. Estaba preocupándose demasiado por una cosa mientras la otra, Caleb, no dejaba de acecharlo con valerosa insistencia.

–Insisto en hacer hincapié en lo evidente –dijo Samuel con desgano; –Él me cae mal, lo detesto. Pero no puedo hacer nada si ambos se gustan.

–Gracias por nada –dijeron Hera y Tamara al unísono solo para mortificarlo.

–¿Y se me nota demasiado? –preguntó Jeremy al resto del concilio mientras se cubría el rostro; –Ya saben, eso de que me gusta.

–Hasta un ciego lo notaría, príncipe. Eso ni se discute –respondió Lucien dejando caer sobre la mesa de concreto un cuaderno repleto de notas; –Acá mis observaciones referentes al asunto.

Samuel lo miró con intriga.

¿Observaciones? ¿Acaso el príncipe se había convertido en su experimento o algo por el estilo?

Jeremy abrió el cuaderno en la página que yacía marcada y se toparía con la fecha y hora exactas en las que, según Lucien, comenzó a ser demasiado obvio el asunto entre Caleb y él.

Jeremy notaría entonces que los rumores y demás leyendas no deambulaban por los pasillos por cosa de casualidad o por cosa de imaginaciones fugaces: había precedentes para cada rumor, cada leyenda y cada mito que protagonizaban su nombre o Caleb.

Lucien había estado observándolo a manera de hobby desde el primer día y, demostrarlo de tal manera, lo hizo sentirse avergonzado de tan inusual pasatiempo.

Hera y Tamara, por su parte, se maravillaron con las notas y se encargaron de sacar su propia conclusión.

–A ti también te gustan los chicos ¿verdad? –preguntó Tamara sentándose del lado opuesto. Lucien yacía, ahora entre ella y Hera.

–¿Qué dices? ¡No! ¡Claro que no! –respondió entonces con nerviosismo.

–Sabes que según las regulaciones de Samuel "El Quisquilloso" no se pueden decir mentiras durante un concilio de la corte –soltó Hera cual personaje de ficción intentando sacar ventaja del momento; –Ahora admite algo que, según tus notas, es evidente: te gustaba el príncipe. ¿Acaso ahora te gusta Gabriel?

–Ya, déjenlo –dijo Jeremy intentando armar un rompecabezas nuevo en su cabeza mientras descifraba las notas, una por una, reconstruyendo sus propios recuerdos.

Lucien no volvió a decir nada mientras, Hera y Tamara, lo acosaban con sus miradas inquisidoras. Samuel, por su parte, no dejaba de mirar a un lado y otro buscando, por un lado, a Caleb y, por otro, a Gabriel.

La campana estaba a punto de sonar y ninguno de los dos había aparecido todavía, cosa que le pareció inusual en extremo.

Gabriel le caía peor que Caleb, y con este último había hecho un pacto de no agresión cuando El Emperador se dio a conocer, por lo tanto, Samuel ya no podía negarse a que entre Jeremy y él hubiese tiempo compartido.

Pero la idea le molestaba en desmedida porque conocía demasiado bien a Caleb, aunque ahora se tratase de un Caleb distinto, uno del que él no tenía idea.

–¿En qué piensas, viejo? –preguntó Ralphie palmeándole la espalda; –Te noto distraído.

–Mira que todavía nos debes un juego ¡eh! –replicó Louis señalando el balón de básquet que llevaba consigo.

–Claro, claro –respondió Samuel sonriendo con más animosidad; –Ustedes no se cansan de que los humille en la cancha.

Y con una sonrisa volvió la mirada hacia otra parte, olvidándose por completo de lo que había estado pensando. Fue entonces cuando Caleb apareció.

Sus pasos no se detuvieron en el sitio acostumbrado y eso le sorprendió. Le sorprendió más todavía verlo avanzar en su dirección, saludar al grupo en general y llevárselo, luego a la fuerza insistiendo que se trataba de algo serio.

Jeremy, todavía enfrascado en el cuaderno, no notó ni una cosa ni la otra. Siquiera llegó a escuchar a Caleb.

Samuel, al no tener de otra, le hizo compañía lejos del resto de la corte y tratar de entender aquella emergencia que había alterado a Caleb de tal manera.

–Se librará una guerra pronto –dijo Caleb sin explicar a qué se refería con tal cosa; –así que, por favor, no me le quites los ojos de encima ¿está bien?

–¿Acaso tú y él...? –preguntó Samuel.

–Eso intento –respondió Caleb sonrojándose de golpe; –Pero no es tan fácil.

A Samuel le pareció interesante aquella actitud. También constató lo diferente que era ese Caleb del que, en el pasado, solo sabía tratarlo con aires de superioridad, con amargo desprecio y un insufrible y siempre egocéntrico tono en el habla.

Éste no era, ni por asomo, Caleb. Era otra persona muy distinta que llevaba su cara, que hablaba con su voz. Y lo veía que, al hablar, muy rara vez apartaba los ojos del príncipe.

Aprovechó para hacer mención de la ausencia de Gabriel, cosa que él tomó como mala señal.

Aparte del silencio de Diana, la ausencia de Gabriel no podía ser tomada, tampoco, como una tranquilidad imperecedera: solo era la calma antes de la tormenta.

–Insisto: va a pasar algo –dijo con toda la seriedad del mundo; –Todos se van a enterar.

–¿Tan grave es? –preguntó Samuel con más interés.

–Ya Diana sabe que pretendo robarle a su príncipe –aclaró Caleb pasándose la mano por los cabellos.

–¿Y cómo se enteró? –el rostro de Samuel mostró un espanto sin igual.

–La enfrenté y se lo dije sin más.

–No sé si llamarte valiente o idiota.

–Idiota. Definitivamente idiota.

El día sería de lo más tranquilo y las clases llegarían a su fin sin siquiera notarlo.

Caleb y Jeremy supieron mantener sus distancias, todo debido al recuerdo latente de aquel viernes en el que no supo reprimirse, en el que no supo, tampoco, declarar con palabras algo que permaneció entre sus dedos, algo que esperaba Jeremy supiera interpretar.

El único momento en que sus miradas se cruzaron fue en ese instante molesto en que todo el instituto te rodea, en que todos transitan los pasillos y queda poco espacio para disimular nada.

El único momento en que sus miradas se cruzaron fue como un cara a cara ante las puertas del infierno, no porque sintiesen miedo, no porque fuese un algo terrible, sino porque el fuego que los invadía a ambos terminó aproximándolos sin remedio ante la mirada de todos para, luego, terminar caminando el uno junto al otro y no separarse hasta vislumbrar, calle arriba, el palacio del príncipe.

Nathaniel, Samuel y el resto el resto de la Corte les siguieron los pasos manteniendo cierta distancia.

Hera y Tamara no dejaban de cuchichear hablando de lo lindos que se veían juntos mientras, Lucien, en silencio, como era ya costumbre, intentaba prestarles la menor atención posible.

Ralphie y Louis se habían despedido a mitad del camino: tenían asuntos pendientes con otros amigos y un balón de básquet.

Samuel y Nathaniel, impulsados por sus propias preguntas, los miraban con atención y se preguntaban si llegarían a decir algo en algún momento.

–A esos dos hay que darles más tiempo del que crees –dijo Nathaniel rascándose la cabeza; –Primero se acaba el mundo.

–¿Y cómo lo sabes? –preguntó Samuel volviendo la mirada hacia él.

–Porque "eso" es mi culpa –respondió Nathaniel con una sonrisa mientras señalaba al dúo que caminaba frente a ellos. Entonces el grupo entero se detiene.

Caleb y Jeremy han dado pausa a su caminar y nadie se explica la razón. Nathaniel, ni corto ni perezoso, dejó atrás a la Corte y se abalanzó sobre los, ahora, petrificados, Caleb y Jeremy.

Ante ellos, de brazos cruzados, la imagen de Diana, a la distancia, adorna el horizonte que enmarca el final del camino. Nathaniel, vistiendo su traje rojo, da un paso hacia atrás y sonríe sin que nadie lo note.

–Bueno, damos y caballeras –dijo entonces; –nos encontramos cara a cara ante las puertas del infierno. ¡Bienvenidos sean!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro