Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2

No había dicho palabra alguna desde que Lucien apareció ante su puerta. El muchacho de anteojos optó por un mutismo obligatorio esperando que el invitado se marchase en la brevedad posible.

No quería, ni pretendía, relacionarse con las amistades de Jeremy, sobre todo, si buscaban alejarlo de él.

Mantuvo los ojos siempre fijos en la pantalla del ordenador, perdido entre infinitos colores y efectos visuales mientras maldecía cada tanto por una muerte repentina o un descuido de equipo.

Lucien sonreía al verlo reaccionar cada tanto, al escucharle reclamos sin sentido porque él no era fanático de esa clase de juegos, aunque conocía algunos. Entonces resuena la voz del narrador dictaminando una derrota a su equipo y Gabriel, luego de golpear el escritorio, se aparta del ordenador y se arroja sobre la cama.

–¿Otra vez? –pregunta Lucien disimulando una sonrisa; –Hoy no es tu día.

–¡Puros mancos! –replica mirando hacia el techo; –Imposible ganar una partida así. ¡Imposible!

–Y con tu impaciencia, peor –ríe Lucien sentándose a su lado sobre la cama.

Gabriel insiste en ignorarlo, en hacerse a la idea de que no está en compañía, pero Lucien es demasiado paciente, demasiado tranquilo y silencioso como para sucumbir ante aquella niñería suya, porque de eso se trata, una simple niñería, una malcriadez, cosa que repetirá durante cada visita.

Y aquel inusual muchacho permanecerá ahí, siempre cerca, casi siempre callado y sin decir más de la cuenta, porque su voz solo debe decir las palabras que van a la par de las que Gabriel haya dicho o no, como un cálculo exacto, una paga sin excedente alguno.

–¿Por qué insistes en venir? –preguntó Gabriel una vez. Lucien guardó silencio.

–Creí saberlo –dijo al rato; –pero ahora no estoy muy seguro.

–¿Y entonces? –replicó Gabriel confrontándolo con la mirada; –¿Por qué no te largas y me dejas en paz? ¿No tienes nada más que hacer?

–Me gusta estar contigo –musitó Lucien clavando sus claros ojos sobre la aguerrida mirada de Gabriel. Éste titubeó.

Un leve tinte sonrosado le coloreó las mejillas tras apartar la mirada de él.

¿A qué se debía aquel súbito nerviosismo?

¿A qué se debía aquella tan sincera declaración?

Porque eso era, definitivamente, una declaración, una muestra de afecto directa y para nada disimulada.

No está acostumbrado a tal cosa.

No está acostumbrado a enfrentarse a palabras de ese tipo, a miradas de esa clase, a presencias tan insistentes, tan constantes, tan decididas a hacerle cambiar de actitud.

Lucien, de nuevo, volvió a guardar silencio. Gabriel volvería a ignorarlo por el tiempo que durase su partida frente a la pantalla, tiempo que tomaría Lucien para apreciar, desde la cama, el perfil de Gabriel, sus gestos cuando se enoja, cuando maldice, cuando manotea el monitor.

–¡¿Qué tanto me miras?! –reclamó Gabriel una vez tras darse cuenta de que Lucien solo lo miraba y nada más.

–Es gracioso verte ante el computador –responde Lucien con una sonrisa sincera; –Tienes un perfil muy lindo.

Aquello lo desconcertó por completo.

Al volver a enfocarse en el juego pudo darse cuenta de que su atención ya no era la misma, de que su torpeza empezaba a florecer, que sus reacciones en el juego no eran otra cosa más que erróneas y patéticamente lentas.

Golpearía el escritorio y se apartaría del ordenador como si huyera de él. Lucien lo miraba con total atención.

Gabriel no sabía qué hacer con eso: aquellos ojos solo estaban al pendiente de si respiraba o no, si se movía o no, y ya empezaba a fastidiarlo el hecho de no poder enfrentarlo.

¿Por qué no podía enfrentarlo?

¿Por qué se le hacía tan difícil mirar esos ojos claros?

¿Por qué nunca decía nada a menos que él dijera algo primero?

–¡Maldición, Lucien! –gritó entonces, todavía sin mirarlo; –¡¿Qué carajo quieres?!

–Que me mires –soltó Lucien de inmediato. Gabriel bajó la cabeza.

–¡N-no! –replicó con la voz entrecortada.

¿Por qué su voz...?

¿Por qué sus manos estaban...?

¿Cómo es que de repente...?

Y la cabeza se le llenó de preguntas.

Supuso que lo habían arrinconado en su propio juego, ese que no consiguió resultados con Jeremy pero que, ahora, a él lo había dejado con la mirada gacha y con las palabras buscando una salida.

Entonces sintió cómo le acariciaban el cabello sin poder, siquiera, hacer a un lado la mano que lo tocaba sin permiso.

–Mírame, Gabriel –musitó Lucian con lenta voz; –Abre los ojos y mírame.

–¡No! ¡Apártate! –gritó Gabriel haciéndolo a un lado; –¡No sigas! ¡No te atrevas a...!

Y su voz quedó aplacada entonces al momento de verse, por la fuerza, dominado por las manos de Lucien.

Haría lo que no quería: verlo, enfrentarse a aquellos ojos claros y sucumbir ante la sensación que de ellos provenía.

Tragó en seco.

El palpitar de su corazón fue subiendo el ritmo, así como su respiración se aceleraba mientras guardaba silencio, al igual que Lucien.

Permanecería quieto, con la boca entreabierta, con los ojos atentos, con los brazos abandonados y la mente a punto de colapsar.

–¿Ves que no es tan difícil? –murmura Lucien inclinándose un poco hacia él.

Gabriel no responde.

Apenas y puede reaccionar al tacto de aquel par de labios que buscan los suyos, que lo besan con insano afecto, con cálida devoción. Sus brazos reviven, sus manos reaccionan, su mente se ha venido abajo.

La fuerza que le queda en el cuerpo solo sirve para victimizarlo, para victimizarse a sí mismo porque no intentaba huir de él, no intentaba apartarlo tampoco.

–¿Y crees que lo conseguirá? –pregunta Jeremy alzando la mirada apreciando el azul del cielo.

–¿Conseguirlo? –rio Nathaniel al darle la espalda; –Lo conozco desde niño, igual que a Caleb. Si hay algo que define a Lucien eso es la insistencia, constante y metódica insistencia.

–¿Y crees que desistirá de mí? –pregunta Jeremy luego de un prolongado silencio. Nathaniel voltea y lo mira fijamente.

–¿Caleb o Gabriel?

La pregunta lo deja mudo, así como su propia mente le pregunta exactamente lo mismo: ¿Caleb o Gabriel?

Nathaniel le sonrió. Él le sonrió de vuelta sabiendo que su rostro era otro, que su expresión y su mirar también eran otros, bañados, ahora, por colores rojizos y ganas de desaparecer.

–Caleb no se rendirá, te lo prometo –dijo entonces antes de despedirse.

–¿Constante y metódica insistencia? –preguntó Jeremy a modo de chiste intentando borrar el sonrojar de su rostro.

–Brutal y absurda estupidez, amigo mío –le respondería Nathaniel desde el borde de la acera con una enorme sonrisa; –Brutal y absurda estupidez.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro