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10

Con el pasar de las semanas, la marea pareció calmarse de a poco. Las miradas, siempre al pendiente de aquel supuesto triángulo, no dejaban de entretejer, entre un rumor y otro, posibilidades antes no pensadas.

Muchos se preguntaban, todavía, respecto al silencioso rompimiento entre Camille y Caleb, la desaparición de la misma y, sobre todo, las razones ocultas detrás de aquel rompimiento.

"¿El príncipe estaba involucrado?"

Esa era la pregunta más cruda. La que detonaba como dinamita bajo tierra y hacía temblar los cimientos de cuanto pensamiento se cruzaba entre esa posibilidad y todas las que, después de la explosión, surgían tras ella.

Y Caleb escuchó muchos rumores, y le preguntaron sobre otros tantos más. Incluso, la pregunta le llegó de sopetón, sin anestesia, nacida tras una vocecita disminuida, como regañada.

"¿Qué has sabido de Camille?" le preguntarían luego y él no habría respondido nada, porque nada era lo que había vuelto a saber de aquella niña de dientes de lata.

La culpa lo invadió de nuevo tras recordar lo que había olvidado, o lo que creyó haber olvidado: porque se distrajo demasiado con asuntos principescos y su mente se atiborró de Jeremys, de Gabrieles, de Nathanieles.

Se atiborró de rumores y más rumores, de verdades disfrazadas y mentiras falsamente ocultas a simple vista, de sus descuidos por celos y de sus celos por descuido y toda una galería sin fin de cosas que iban y venían de un tema a otro, de un nombre a otro, todo por la misma razón, una única razón: un príncipe, todavía, ajeno a su corazón.

–¿El príncipe estaba involucrado? –le preguntaría, una vez más, aquella disminuida voz.

–¿Qué cosa? –pregunta Caleb de vuelta despertando de su letargo, volviendo su atención hacia la chiquilla que le dirige la palabra.

–Tu rompimiento con Camille –dice ella con cierto miedo, con cierta vergüenza; –¿El príncipe tuvo algo que ver?

–No, claro que no –responde Caleb son una sonrisa en el rostro a sabiendas que miente, pero no del todo.

Se le queda mirando por un momento y ella se sonroja más todavía. Un par de ojitos claros, grandes, y una hermosamente rizada cabellera color chocolate yacen ante sus ojos.

Él se pregunta cómo era posible que aquella muchacha, que aquella hermosa niña de rizos achocolatados, no le causase ya nada, no le encendiese ninguna sensación, a sabiendas que le encantan las melenas rizadas.

¿Será, quizá, por cosas más importantes?

¿Será por cosas principescas que su corazón no tiene tiempo de volcar atención alguna a nada ni a nadie que no lleve por nombre Jeremy?

¿Será por cosas sin sentido que su corazón, exquisito como es, no reconoce a nadie que no lleve consigo un peinado extraño, una sonrisa maravillosamente encantadora y un par de ojitos que lo miren como, siente él, que lo miran los de Jeremy?

¿Será por eso o ha de ser por otra cosa? Entonces sonríe de nuevo y le acaricia el rostro a aquella dulce muchacha.

–¿Tanto les gusta la idea de que me enamore del muchacho de cuarto año? –le pregunta a la chica y a sus acompañantes mientras la mira, todavía, fijamente a los ojos.

Nadie responde.

Caleb los mira uno a uno y les plantea, por segunda vez, su cuestionamiento, su duda. Bajan la mirada y él solo logra sonreír. Vuelve la mirada y busca, a sus espaldas, la figura del príncipe que yace inquieta al otro lado del patio, todavía acosado por algunas admiradoras y demás curiosos sin oficio.

Caleb se levanta de su asiento, se vuelve hacia Nathaniel y le palmea el hombro para que se levante, para que le haga compañía.

Éste comprende la señal, pero no comprende el motivo ni la dirección que tomará la nave, puesto que el capitán no ha dicho nada, no ha ordenado nada, solo ha hecho una seña a medio entender.

Y vuelve la mirada de nuevo hacia el príncipe a la vez que se muerde el labio inferior tras pensar en lo que quiere tener de nuevo, tras recordar aquello que anhela tener de nuevo. Entonces vuelve a mirar a sus interrogadores y les sonríe.

–¿Ustedes creen que tengo una oportunidad con el novio de mi prima?

–A mí me gusta la idea –dice la muchacha de rizos achocolatados devolviéndole la sonrisa al príncipe de los engreídos.

–Bueno, todos saben que nadie, absolutamente nadie se resiste a los encantos de Caleb J. Murphy –dijo entonces, con cierto engreimiento, típico del Caleb que todos conocen, del Caleb que todos recuerdan, del súper popular muchacho que fue hasta la llegada de aquel que lo mira, a lo lejos, sosteniendo un diminuto girasol entre las manos.

¿Acaso una señal?

¿Acaso una luz al final del oscuro túnel?

¿Acaso un cese al fuego por parte de su prolongada distancia?

No lo sabe.

No está seguro de nada. Pero el capitán entorna sus pasos en aquella dirección mientras lo ve sonrojándose de golpe porque él va de camino, porque Gabriel los está mirando, porque todo el mundo los está mirando y esperan que algo, lo que sea, suceda ante sus ojos ávidos de curiosidad, con la imaginación hambrienta y los corazones en la mano.

Todos quieren o un romance o una pelea sangrienta, sin distinción y con los votos divididos, pero nadie se espera nada de antemano porque saben que, tratándose de Caleb, las cosas nunca serán lo que parecen. Y de Jeremy, que para todos sigue siendo un completo misterio, no se sabe qué esperar.

Las miradas se encuentran cuando la distancia ya es otra. Los hermosos girasoles a sus espaldas lo hacen lucir más atractivo todavía, o al menos eso piensa Caleb intentando no dejarse llevar por su propia y tonta fragilidad, a la vez que Jeremy, en su interior, se debate entre hacerle frente o dejarse llevar por el mismo impulso idiota que le tilda colores impacientes en el rostro.

Samuel, a punto de recibir al ingrato, es retenido por Jeremy desde antes de su reacción. El gesto en su rostro le dejó en claro que las cosas ya estaban fuera de control y comprendió que sus asuntos personales en contra de Caleb podían esperar, no sin clavarle una que otra mala mirada mientras lo tenía cerca.

Ahí, justo en ese momento, cuando lo tuvo de frente, las palabras surgieron de él como no lo habían hecho en ningún otro encuentro: sin prisa, sin cuidado.

–¿Te gustó? –le pregunta Caleb señalando el pequeño girasol que llevaba entre las manos.

–Mucho –responde Jeremy, sin vacilar, aparatando la mirada, presionando levemente el girasol entre sus dedos; –Tienes buen ojo para reconocerlo a pesar del parecido que tiene con los que me regaló Gabriel.

–Pero sé que no quieres nada de Gabriel –disparó sin previo aviso; –Así que no dudé en darme cuenta que era el que yo te había dado.

Aquellas palabras causaron una conmoción entre los que permanecían cerca solo para darle forma a los secretos que habían estado develándose en el transcurso de los días recientes.

Aquello era, para muchos, el santo grial de los rumores, porque daba por hecho muchas cosas que fueron, en un principio, palabras sin fundamento, histeria en masa.

Jeremy se guardó su opinión respecto a lo dicho por Caleb y simplemente lo confrontó con sus ojitos brillantes, como diciéndole que parara, que no dijera demasiado, que no hablara más, que ya era suficiente con lo que se sabía.

Gabriel, cerca, pero no demasiado, no lograba escuchar nada de lo que se hablaba. En su interior, por primera vez, lograba sentir la impaciencia y enojo que solo los celos sabían generar. Caleb era, sin duda, una piedra en el zapato.

–Dime una cosa, príncipe –dijo Caleb con una sonrisa; –Porque entre un rumor y otro me van a volver loco.

–Sí, a mí también –dijo Jeremy sonriéndole, bajando la mirada, aferrándose más a su diminuto girasol.

–Entonces dígame, príncipe Jeremy: ¿entre usted y yo podría haber algo distinto? –preguntó dando un paso hacia adelante, acortando todavía más la poca distancia que los separa; –¿Entre usted y yo podría ocurrir algo inesperado?

–N-no, Caleb, no –tartamudeó Jeremy al ver que lo tomaba de las manos, al ver que todas las miradas se volvían hacia ellos y que, de un momento a otro, una enorme audiencia se formaba a su alrededor.

–Que mi secreto se vuelva un secreto a voces, no me importa –dijo Caleb con total sinceridad mirándolo fijamente con esos profundos ojos azules mientras la luz del sol le alumbraba la nocturna cabellera; –Que todos lo divulguen y ya, así se dejan de rumores estúpidos y podré quedarme tranquilo.

Nathaniel, viéndolo todo desde la primera fila, no pudo evitar palmearse la cara al ver a su mejor amigo montando semejante teatro. En su pensamiento, con las más dulces de sus palabras, no pudo tildarle otra menos cursi que 'cursi' a lo que estaba viendo, porque no se lo creía, no iba a creérselo tampoco.

Caleb era demasiado orgulloso como para dejarse ver con las defensas caídas y el corazón desnudo. Era demasiado prepotente para aceptarse fragilizado por nada ni nadie. Era demasiado ególatra para aplacarse la más mínima de las fallas: pero ahí Nathaniel pecaba de incrédulo.

Las cosas habían ido a parar a un callejón que los arrinconó a los tres, a Jeremy, a Caleb, a Gabriel, y que dejó fuera de juego a Nathaniel sin haberse dado cuenta. Ahora las tornas daban una vuelta inesperada cuando el tercer acto apenas daba inicio.

–¡No seas idiota! –expresó Jeremy con incalculable vergüenza; –¡Yo tengo a Diana! Y dudo mucho que...

–¿Qué cosa, Jeremy? –preguntó Caleb en tono serio. Jeremy solo quedó en silencio; –Ella no me importa ya. Gabriel me importa mucho menos. Me importas tú y esa es la verdad, se acabó.

Entonces le soltó las manos y se alejó de él, perdiéndose entre la multitud que no dejaba de murmurar, de gritar, de preguntarse qué diablos estaba pasando porque nadie parecía entender lo que, ante sus ojos, acababa de ocurrir.

¿Aquello fue una especie de declaración?

Porque el asunto, en principal, era volverlo todo un secreto a voces y guardarse para sí, para ellos en soledad, sus propias voces que son secreto.

Porque el girasol representa un momento en su historia, un recuerdo vívido e importante, un beso que, ambos, desean revivir a gritos, aunque uno se niegue a aceptarlo.

Y Gabriel captó, desde la distancia, que Caleb le llevaba una ventaja que él, ni con un milagro, podría superar. El juego entraba ya en su fase final.

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