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13

La mañana siguiente, su ánimo se vería un poco más aplacado. En su semblante, la calma parecía haber construido un templo. Sonreía y lo hacía mucho. Las miradas volvían su curso hacia él, pero era distinto y no lo notaba como lo notaría en su cotidiano habitual.

Los "buenos días" bamboleaban de un lado a otro y él, con aquella encantadora sonrisa, los devolvía, uno por uno. Era distinto, un Caleb muy distinto. Y las voces empezaban a preguntarse sobre el repentino cambio de actitud del Rey de los Engreídos.

Los dictámenes de aquella mañana habían eliminado por completo a toda la competencia. Solo la sangre azul daba de qué hablar por los pasillos desde muy temprano en la mañana, porque hasta eso habría hecho diferente. Su horrible sobrenombre empezaría a desvanecerse sin él siquiera notarlo.

Y Camille notaría el cambio, porque lo miraba de lejos, pero no se confiaría de aquello y mantendría su palabra de mantenerse distante. Fue entonces cuando el príncipe se cruzó entre ellos y prestó la mayor de las atenciones, sobre todo al modo en que Caleb desviaría su mirar para toparse con él.

–Tiene que ser una broma –se dijo llevándose las manos al pecho. En su rostro podía vislumbrarse todo un festival de colores; –¿Será que me lo imaginé?

Jeremy, siempre cabizbajo, avergonzado, respondía los numerosos buenos días que recibía. Samuel aún no aparecía para rescatarlo de su propia contrariedad. Louis y Ralph, a pesar de ya estar en el instituto, permanecían también ausentes. Probablemente yacían absortos en otro de sus duelos de básquet pre-clases.

Caleb, ahora sonriente y tranquilo, lo veía alejarse a paso temeroso. Y le punzó el pecho en el instante mismo en que su mente suplantaba el uniforme por aquel overol azul y playera blanca del día anterior. Apartó de golpe la mirada y se sintió abrumado por un instante.

Nathaniel, a su lado, estudiaba con atención sus reacciones, sus expresiones y gestos. Sabía que aquella tranquilidad venía disfrazada por algo que él intuía, por algo en lo que estaba interesado en sacar a flote. La idea le era no solo interesante sino malvada y muy divertida.

Él sabía que sería difícil llevarlo a cabo, pero era cuestión de persistencia, una persistencia laboriosa, titánica. Y engañar a Caleb sería la parte más sencilla. Había crecido con aquellas niñerías eternas y berrinches colosales, así que sabía cómo lavarle el cerebro a su mejor amigo, casi a voluntad.

–La vida sería maravillosa –comenta rodeándole los hombros; –si siempre actuaras así de normal.

–Siempre tienes que exagerar. Yo soy normal.

–No siempre, querido amigo. No siempre.

Rieron a más no poder. De verdad se trataba de un despertar distinto, de un Caleb distinto, y a él le complacía aquella nueva forma de ser repentina. No dejaba de ser el mismo que venía conociendo de toda la vida, pero era tan distinto al mismo tiempo.

El que nunca había respondido los buenos días, rebozaba de una bondad repentina. Y las chicas volvían a suspirar por él. Y los chicos volvían a tenerle cierto respeto.

Y Camille se volvía un ocho, pensando y pensando sobre lo que había visto, o lo que había creído ver, mientras sus amigas le preguntaban si se encontraba bien.

–Todo bien. Todo en orden.

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