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Capítulo 10 💖

—Creí que no quería verme fuera de horario. —le recuerdo a la molesta chica.

Ella gira la cabeza para mirarme y frunce las cejas en molestia.

—No voy a viajar en el autobús oliendo a orina. —se señala—. ¿Qué van a pensar de mi? No puedo ir por ahí explicando que es orina de bebé.

Albert se ríe desde su sillita, como si encontrara divertido marcar a su niñera con sus residuos corporales.

—Fue su culpa. —agrego, solo para molestarla.

Ella suelta un chillido molesto.

—¿Quiere que hablemos de eso de nuevo? —el chillido se vuelve gruñido—. Le advierto que si vuelvo a ver a su amiga, renunciaré.

Carajo, me aseguraré de que ambas mujeres no se encuentren jamás. Es más fácil hacer callar a Elena que a Albert.

Taylor finalmente estaciona frente al edificio de la señorita Steele y ella toma rápidamente su bolso. Se despide de Albert cuando acaricia su pequeña cabeza.

—Le daría las gracias, señor Grey. Pero estamos de acuerdo que fue su culpa.

Su culpa en realidad, quiero decirle, pero dudo que aprecie la provocación. Apenas abre la puerta para bajar, alguien golpea la ventana desde mi lado.

—¿Señor Grey? ¿Annie? —el señor Steele golpea con su mano libre—. ¡Albert!

—¡Ray! —grita el niño su única palabra.

Tomo nota mental de llevarlo a algún especialista en terapia de lenguaje para una evaluación, por lo que sé, el niño podría sufrir de algún trauma.

—Traje alitas de pollo para ver el juego, ¿Se quedan a cenar?

Antes de que pueda contestar, la señorita Steele grita.

—¡Papá, no! El señor Grey tiene qué irse ya.

—No tengo prisa. —me dirijo a su padre—. Y tengo hambre.

Raymond Steele mira a su hija, luego de vuelta a mi y al pequeño niño que estira sus brazos hacia él.

—Yo... —tartamudea—. He pasado todo el día solo, Annie, me gustaría algo de compañía para la cena.

—Oh, carajo. —la escucho gruñir bajito, pero la ignoro para salir del auto.

—Gracias por la invitación, por supuesto que nos gustaría quedarnos un rato.

No doy oportunidad a los Steele de que nos echen, tomo al niño en mis brazos y camino hacia el edificio, Ray Steele apresurando el paso para seguirme. Su hija viene detrás de nosotros, golpeando sus pies contra el piso.

—Increible. —susurra.

El pequeño tramo de las escaleras nos obliga a caminar muy cerca, luego el señor Steele se gira para mirarnos.

—¿Ese olor es orina?

—¡Agh! —chilla su hija—. El niño lo hizo, basta de mencionarlo, papá. Necesito un baño.

Pisotea todo el camino hasta su habitación tan pronto como la puerta se abre, dejándonos ahí en la entrada solo mirándola. El señor Steele señala la sala.

—Pase, por favor. Estoy seguro que mi hija se sentirá mejor después de la ducha.

Si, claro. ¡Oh! Sé de algo que lo hará sentir mejor a él.

—Señor Steele, tengo estos boletos para la próxima semana en uno de los palcos, ¿Le gustaría acompañarme?

Sus ojos iguales a los de su hija se iluminan.

—¿Estás bromeando conmigo, muchacho? ¡Por supuesto que quiero ir!

—Excelente.

Llevo a Albert a la sala y enciendo el televisor mientras el señor Steele saca los contenedores de comida de una bolsa, luego trae dos cervezas frías. El niño consigue un vaso de jugo.

—Aquí tienes, pequeño.

—¡Ray! —chilla.

—Si, ese soy yo. —solo entonces me mira—. ¿Qué otras palabras puede decir?

Me encojo de hombros antes de dar un trago a mi cerveza fría.

—Es un trabajo en progreso.

—Oh.

La señorita Steele se acerca después de un par de minutos llevando una bata de baño sobre esa horrible pijama de tonos pasteles que me recuerdan a un jodido unicornio de peluche.

—Cariño, ¿Por qué no te tomas una cerveza con nosotros?

—No, gracias. —me echa un vistazo rápido y hace un puchero—. Está bien, solo una.

Toma la botella y se sienta del otro lado de su padre, Albert se apresura a alcanzarla. Intenta subir su trasero cubierto de pañal al sofá, pero no lo logra y solloza.

—¡Ray! —chilla.

El señor Steele ríe, pero lo alcanza y lo pone en su regazo, el niño deja de llorar al instante. Me alegra tanto estar aquí porque el niño parece estar en calma con ellos.

¿Por qué? Aún no lo sé. Tal vez deba hacer que Taylor, Gail y Andrea tiñan su cabello a un color castaño.

La niñera se inclina y susurra algo en el oído del niño, una palabra graciosa o algo porque Albert ríe. Empiezo a sospechar cuando la chica también se ríe y me mira por el rabillo del ojo.

—Creo que Albert tiene hambre. —señala, pero no se mueve.

La miro, esperando que tome el puré de su bolso, hasta que recuerdo que es media tarde; prácticamente fuera de horario, pero estoy aquí por su culpa, ella debería ayudar.

Cómo no lo hace, echo un vistazo a su padre. El hombre está completamente embelesado por la casa llena de los Mariners.

—Señor Grey, ¿me escuchó? Dije que su hijo tiene hambre. —repite lento, como si yo fuera un maldito idiota—. Bebé, ¿Quieres que te alimente papá?

Estoy a punto de decir que el niño es capaz de sostener un cubierto cuando su vocecita me interrumpe con una palabra nueva que me deja paralizado.

—¡Papá!

¿Qué?

La chica me señala.

—Te llama tu hijo, Christian. Atiéndelo.

—¡Papá! —chilla de nuevo.

Me acerco para tomarlo en mis brazos y también el pesado bolso de la niñera, pero antes de que me aleje hacia la mesa, miro su enorme sonrisa.

—¿Me llamó por mi nombre? ¿Qué pasó con "Señor Grey"? —me siento un poco curioso.

La castaña mira el reloj sobre la pared de la sala antes de hablarme.

—Mi turno acabó hace más de una hora, en este momento no es mi jefe y su hijo ya no es mi responsabilidad. —toma un trato grande de su cerveza y la agita un poco—. Y siéntete libre de lavar todo lo que ustedes ensucien.

¿Qué carajo? ¿Así trata a sus invitados?

—Tu me trajiste a aquí. —le recuerdo.

—Porque tu bebé me orinó.

—¡Debiste cambiar el pañal! —me quejo.

—¡Su amiga...!

Un grito simultáneo de Albert y el señor Steele nos interrumpe.

—¡Annie!

—¡Papá!

Mierda. Ya no estoy tan seguro de querer que aprenda otras palabras.

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(◍•ᴗ•◍) 💙

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