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Capítulo 9

Emma tenía que terminar de hacer la cena, comer y luego arreglarse para salir a trabajar. Había estado perdiendo el tiempo hasta que vio la hora del reloj. Estar sin Luka hacía que la casa sonara silenciosa. Daba miedo estar rodeada de lo mismo. Pero lo que realmente temía, eran los recuerdos que rodeaban esas paredes.

Habían pasado varios años y parecía que sólo había sido ayer. Ese lugar encerraba recuerdos buenos y malos; todos acompañados de Nicolás. La noche anterior no había dejado de tener pesadillas y temió que Luka la interrogara para hablar de lo que había estado soñando. Sintió alivio al principio, así no tendría que haberle dado muchas explicaciones, pero al ver lo comprensivo que había sido, una parte de ella quiso contarle todo. Sabía que hacerlo en una sola noche sería algo imposible, ni ella podría haber procesado tanta información. Roger tenía razón. Tenía que hablar con él, contarle todo. Pero aún no podía hacerlo. Ricardo no sabía en dónde estaba y eso la mantenía a salvo por ahora, deseaba que eso siguiera así.

No tenía tiempo para vacilar y recrearse en sus ensoñaciones. Comió, tomó una ducha y se alistó para salir. Esa noche sería la última en salir, le tocaba cerrar el local, y eso hizo que sus pasos de camino al bar se volvieran lentos. No deseaba quedarse tanto tiempo. Sólo quería volver a lado de Luka y quedarse en su pequeña cueva, alejados de los demás.

Al entrar, vio que todos estaban preparándose para la noche loca de los bares. Había poca gente porque por las tardes casi nadie se quedaba salvo para comer algo y luego se retiraban. Pero aquellos que llegaban para quedarse un buen rato, eran los que llegaban después de las siete de la noche. A partir de ese momento, podía olvidarse incluso de poder ir al baño.

─ ¡Aby! ─gritó Lizet al verla entrar.

Emma sonrió. Esa chica estaba loca, pero la quería mucho. Era su mejor amiga. Su cabello rojo llamaba la atención en cualquier parte del bar y muchos hombres se habían acercado a ella para tan sólo poder obtener un momento de su atención. Y ella ni siquiera les hacía caso, porque estaba tan distraída que prefería seguir atendiendo antes que hacerle caso a alguno. Había salido varias veces con ella fuera del trabajo y siempre pasaba lo mismo. Una vez quiso saber si lo hacía a propósito y ella le contestó que no tenía interés en nadie, por el momento. Estaba esperando poder encontrar a alguien bueno antes de tomar la decisión de salir. Emma no podía entender cómo iba a hacer eso si ni siquiera los veía a los ojos, pero no insistió. Ella tampoco había salido con alguien en ese tiempo, hasta que Luka regresó, pero había estado pensando casi de la misma forma que ella.

─Hola, guapa ─sonrió ─. ¿Cómo va la tarde?

─Aburrido ─contestó, levantando los hombros ─. Pero mejor no me quejo porque aún nos falta la noche y esa seguro que está más movida.

─Sí ─asintió ─, mejor no te pongas a decir de cosas porque no me he puesto ni el uniforme.

Emma corrió a la parte trasera del bar y se puso el uniforme, para después guardar sus cosas en el locker. Recogió su cabello en una coleta alta, checó su maquillaje en el espejo y salió para acompañar a Lizet. Había tres hombres en la barra y un par de parejas de amigos y novios repartidos en las mesas.

─Tú quédate en la barra, yo iré a las mesas ─se ofreció Lizet.

─ ¿Estás segura?

Emma vio el gesto bastante considerado. Esperaba que no hubiera notado lo cansada que estaba. No necesitaba compasión de parte de nadie, nunca había aceptado eso. Pero parecía estárselo diciendo de buenos modos.

─Claro, Aby ─le guiñó el ojo ─. Tómatelo con calma.

Emma sonrió, pero no con muchas ganas. Tal vez las hormonas le estaban pasando factura a su cuerpo. Parecía estar en una montaña rusa sin fin. Se sentía bien y luego decaída y luego otra vez bien. Tenía un presentimiento a la altura del estómago que no la dejaba en paz. Esperaba que nada le hubiera caído pesado.

Una mujer rubia y alta entró en el bar. Llamó la atención de los hombres solteros del lugar. Y es que era imposible de ignorar. Sus tacones altos de aguja y su abrigo largo de piel, acompañados de su cabello rubio largo y lacio, con un toque de labios rojos, eran suficientes para atraer la mirada de todos. Emma volteó los ojos. Odiaba ese tipo de personas, pero nunca hay que juzgar sin conocer.

Cambió su gesto cuando la chica se sentó en la barra, lejos de los demás.

─ ¿Qué te sirvo? ─preguntó con una sonrisa.

─Me gustaría una copa de champaña ─contestó, dejando su bolso sobre la barra.

Emma asintió y se dio la vuelta para servirle su trago. Definitivamente esa mujer no era de ahí. Tampoco parecía que el bar fuera un lugar al que iría por elección. Poco le faltó para tomar una servilleta y limpiar el asiento y la barra en dónde iba a estar. Emma sonrió ante la imagen que se formó en su cabeza y le entregó la copa.

─ ¿Algo más que desees?

─No. ─Contestó, tomando su copa. Emma aprovechó para darse la vuelta ─. Eres Emma, ¿verdad?

Ella se quedó paralizada al oír su nombre. ¿Quién demonios era esta mujer?

─Lo imaginé ─continuó ─. Creí que serías más difícil de identificar, pero veo que no tienes nada extraordinario.

Emma no podía creer lo que esta mujer estaba diciendo. No podía dejar de mirarla con escepticismo. ¿Cómo sabía su nombre? ¿Qué era lo que quería?

─ ¿Cómo conociste a Luka? ─preguntó, interesada, pero divertida.

─ ¿Qué quieres? ─preguntó molesta, para que no viera lo nerviosa que estaba.

"¿Cómo conocía a Luka?", pensó, intentando ocultar sus emociones.

─Supongo que te conoció trepada en esta barra ─dijo, despectivamente, mirándola con asco ─. Vaya que han bajado sus estándares.

─ ¿Disculpa? ─dijo, furiosa. Estaba a dos de sacar a la harpía del bar.

─Olvídalo ─se levantó, bebió lo que quedaba de su copa, sacó unos billetes y los dejó encima de la barra ─. Guarda el cambio, pareces necesitarlo.

Emma estuvo a punto de aventarle sus billetes a la cara. En cambio, lo que hizo, fue respirar profundamente y esperar a que la mujer saliera del bar. Su humor no estaba mejorando en absoluto. Quien quiera que fuera esa mujer, conocía a Luka de alguna parte y sabía quién era. Se alegró que Lizet ni nadie más no hubieran estado alrededor cuando mencionó su nombre, porque no sabría qué hubiera dicho si alguien le pedía una explicación.

Levantó la copa y se aseguró de ponerle desinfectante y algo más fuerte para sacarle la esencia de la mujer. Hubiera preferido tirarla a la basura, pero no podía hacerlo si la pieza estaba intacta.

─ ¿Todo bien? ─preguntó Lizet.

Emma estaba tañando con fuerza el lugar en el que había estado.

─Increíble ─contestó, fregando con mayor ímpetu.

─Descarga tu ira en esa barra. Podríamos dejarte los platos para que los dejes impecables ─comentó. Emma la miró con ojos de pistola y ella comenzó a reírse. Emma le siguió. Sí, su humor estaba flaqueando bien y bonito.

La noche estuvo bastante ajetreada, pero tuvieron suficiente tiempo para descansos y respiros. A la una de la mañana, el local estaba prácticamente vacío. Todos aprovecharon para comenzar a recoger sin dejar de lado la atención a los clientes que aún estaban. Emma se sentía física y emocionalmente agotada. Quería que Luka llegara por ella para poder ir a casa y dormir tranquilamente a su lado. Y como si el destino se estuviera burlando de ella, recibió una llamada de su parte.

─Hola ─saludó.

─Emma, perdón. Estoy atascado con unos papeles importantes y no voy a poder llegar hoy ─contestó.

─Está bien. No te preocupes por eso. Voy a estar bien ─contestó con decepción en la voz.

─Ian irá por ti...

─No, Luka ─lo interrumpió─. Estaré bien. Los chicos del trabajo me pueden acompañar a casa, si eso hace que te sientas más seguro.

Emma esperó en la línea en completo silencio. Escuchó varios suspiros y luego todo volvió a quedarse en silencio. Por un momento, pensó que la llamada se había cortado.

─Está bien. Pero en cuánto estés en casa quiero que me llames para decírmelo, ¿está claro? ─preguntó, seriamente.

Emma asintió con la cabeza y después se dio cuenta que él no podía verla.

─Sí, está bien. En cuanto entre a la casa, yo te aviso.

─Bien ─afirmó ─. Te veo mañana temprano. Te quiero, nena.

─Y yo a ti.

Emma guardó el teléfono en la bolsa y terminó de limpiar. Quince minutos después, los últimos clientes salieron por la puerta. Lizet se había despedido de ella unos minutos antes. Quiso esperar a que Emma terminara, pero ella le aseguró que podía hacerlo sola. Solamente quedaba ella para cuando terminó de colocar todas las sillas en su lugar. Pasó a los casilleros a cambiarse y apagó todas las luces, asegurándose de cerrar con llave antes de irse.

─ ¿Te acompaño a casa, Aby?

Emma casi suelta las llaves del susto que le dio. Tony, el cadenero, estaba detrás de ella. Había salido de la nada. Pensaba que era la única, pero, al parecer, Tony no se iba hasta que la última persona se fuera. Por protección, pero Emma no necesitaba protección de nadie. Ni siquiera dejaba que alguien la acompañara.

─Estaré bien, Tony ─aseguró ─. Te veo mañana, ¿sí?

─Está bien, Aby. Con cuidado.

─Gracias, Tony.

Emma se abrochó la chamarra hasta casi el cuello y comenzó a caminar a su casa. Estaba haciendo un poco de aire, pero la noche ya estaba muy tranquila. Había pocos coches en la acera, pero las luces de las calles iluminaban a la perfección la casa. Sacó las llaves de su casa y entró. En el piso de la entrada había un sobre de tamaño carta de color negro, lo recogió y cerró la puerta detrás de sí.

Sin dejar de mirar el sobre que tenía en la mano, dejó sus cosas en el suelo, se quitó los zapatos y abrió el sobre. Dentro parecía haber un par de postales. El sobre no tenía nombre, remitente, ni una sola señal para saber de parte de quién era. Estaba caminando a la cocina cuando vio lo que había dentro y tiró todo al piso. Las manos le temblaban y el cuerpo enteró comenzó a darle vueltas. Cayó al suelo, y sin perder tiempo, vio lo que había caído a sus pies.

Fotos. Con manos desesperadas, vio una foto tras otra. Emma no lo podía creer. En las fotos aparecía ella con la peluca y los pupilentes en su casa, por el vecindario y en el bar arriba de la barra. Pero eso no fue todo lo que la aterrorizó. Lo peor de todo fue ver que en las fotos también estaba Luka. De él en la oficina, con ella en la casa, de él con otras personas que ella no conocía, pero que parecían ser gente de sus empresas, y una en la que ambos se estaban besando. Si no hubiera estado muerta de miedo, habría pensado que esa última foto podría servir para una novela de amor para Hollywood. Al final, había una nota entre todas las fotos. Emma reconoció la letra de inmediato. Rafael.

Tú y tu novio pueden esconderse lo que quieran, pero no olvides que siempre te estoy observando.

R.

Emma comenzó a llorar de coraje. Tenía ganas de romper, quemar y desaparecer todas las fotos, incluida la nota. Pero esas eran pruebas, pruebas que podría utilizar más adelante. Nunca había tenido pruebas y ahora él se las estaba dando. Corrió a su cuarto y tomó una caja de zapatos para meter todo en ella. Después, cerró la caja con cinta y la colocó en la parte baja del lavabo de la cocina. Luka no la encontraría y las fotos estarían a salvo en ese lugar. Estaba terminando de limpiarse las lágrimas y cerrar los gabinetes, cuando el teléfono de la casa sonó. Emma dio un brinco. Nadie conocía ese número. Con manos temblorosas, descolgó el teléfono, y armada de poco valor, gritó:

─ ¡¿Por qué no me dejas tranquila?!

─ ¿Emma? ─preguntó Luka ─. ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué no contestas a tú teléfono? ¿Estás bien?

El peso de sus hombros desapareció, junto con todo aquello que la estaba manteniendo de pie. Cayó al piso y tapó su boca para que no escuchara el sollozo que amenazaba con quebrarla. Quería admitir que escuchar su voz era más que suficiente, que eso la reconfortaba. Pero no era así. Necesitaba tenerlo a su lado, que la abrazara y no la dejara ir. Necesitaba sentirse protegida, con desesperación.

─Lo lamento...

─ ¿Qué sucede, Emma? ─preguntó, preocupado ─ ¿Te sientes bien? Voy para allá inmediatamente.

─ ¡No! ─gritó. No quería traerlo corriendo sólo por unas fotos ─. Estoy bien. Sólo entré a la casa y me puse a cocinar algo de cenar. Dejé el teléfono en la bolsa y olvidé llamarte en cuánto entré. Lo lamento.

─ ¿Segura que estás bien? ─insistió.

Emma se limpió el rostro y sonrió.

─Sí, estoy bien. ¿Terminaste ya?

─Sí, tengo que mandar unos correos y habré terminado. ¿Quieres que vaya para allá?

─No, estaré bien. Puedo verte mañana. Ya es muy tarde y no quiero que corras peligro.

─Está bien. Entonces, te veo mañana en la mañana. Te quiero, Emma.

─Y yo a ti ─asintió, calmada.

Esperó a que la llamada se cortara y dejó el teléfono en su lugar. Sus ojos no podían dejar de ver la cocina. En su mente, sólo se encontraba la caja con las fotos y la carta. No iba a haber poder humano que la apartara de su camino. Siempre se preguntó si ya sabía en dónde estaba, ¿por qué nunca había ido a por ella y ya? Podía matarla si eso hubiera deseado, pero parecía que tenía otros planes. Disfrutaba de verla atormentada y atemorizada, al punto de la paranoia.

Intentó encontraralgún rastro de que hubiera estado en la casa, pero no había ni una sola pelusafuera de su lugar. Sólo había pasado el sobre por debajo de la puerta y, alparecer, se había ido de inmediato. Había tenido un día pésimo y necesitaba queterminara de inmediato. Aseguró todas las puertas y ventanas, y luego, con laropa puesta, se recostó unos segundos en la cama. Pero estaba tan agotada quese quedó dormida al instante.

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