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Capítulo 59

El chirrido de los neumáticos sonó en toda la calle. Luka se bajó corriendo del auto. Se acercó a la puerta principal de la casa de Emma. Ian y Roger le pisaban los talones.

─Señor, podría estar armado ─comentó Ian.

─ ¿Qué hacemos? ─preguntó Roger inquieto.

─Voy a entrar ─comentó Luka girando el picaporte.

La puerta cedió, pero Luka enfureció al ver un muro de concreto justo al frente.

─ ¡Carajo! ─exclamó.

─Tenemos que buscar otra forma de entrar ─comentó Roger.

Luka inspeccionó la casa. Encontró una ventana no muy alta que podría ser su posibilidad para entrar. Se preocupó por el hecho de haberse topado con un muro. Si Rafael había puesto eso ahí, no podía ni imaginar qué más podría haber dentro de esa casa. Probablemente ya no fuera como antes. Podía haber construido cualquier cosa. Habían pasado un par de horas desde que Emma había sido secuestrada, pero en ese tiempo, aquel tipo pudo haberle hecho cualquier cosa. Sabía que no estaba muerta porque, de ser así, lo habría hecho hace mucho tiempo. No. Él la necesitaba por una razón y Luka se sintió en desventaja por no saber cuál era.

─Necesito ayuda para alcanzar aquella ventana ─señaló ─. Y, mientras, ustedes pueden buscar si pueden entrar por otro lado. Tengo que llegar a Emma.

─Te ayudaremos ─asintió Roger.

Ian y Roger colocaron sus manos entrelazadas frente a sus cuerpos. Luka colocó un pie en una y un pie en la otra. Lo impulsaron hacia arriba y Luka se estiró todo lo que pudo hasta rozar la repisa. Con una mano, intentó empujar la ventana y suspiró de alivio cuando logró abrirla.

─Necesito que me empujen un poco más.

─Eso sería más fácil si tu músculo no pesara tanto ─jadeó Roger.

Luka sonrió, pero con un último empujón, logró impulsarse y alcanzó la barandilla. Con los codos se impulsó y se arrastró. El lugar estaba completamente a oscuras. Sus pies tocaron el piso y jadeó exhausto. Se asomó por la ventana hacia el exterior.

─Vayan a buscar otra forma de entrar o esperen a la policía.

No esperó a obtener una respuesta y se giró para entrar. No podía ver absolutamente nada, pero necesitaba moverse. Comenzó a tentar con las manos a su alrededor y esperó poder encontrar a Emma en esa jaula antes de que fuera demasiado tarde. El acelerado ritmo de su corazón era el ritmo necesario para poder encontrar el camino hacia ella.

─Tenemos problemas, Rafa ─comentó Mia en la puerta de la celda.

─ ¿Qué sucede? ─preguntó sin apartar la mirada de Emma.

Estaba comenzando a recuperar la consciencia nuevamente, pero aún no lograba abrir los ojos en su totalidad. Necesitaba que recuperar la consciencia para poder hablar con ella. Había mandado a Mia pensando que abrirse con una amiga sería mucho más fácil para ella, pero Mia perdió los estribos antes de poder obtener alguna respuesta de su parte.

"Si querías algo bien hecho, tenías que haberlo hecho tú mismo."

Rafael había remodelado la casa de pies a cabeza de tal forma que fuera un completo laberinto. Colocó paredes en donde antes no había y puertas que no llevan a ningún lado. La única habitación que daba al pasillo de forma clara era en la que Emma se encontraba encadenada. Pero si terminaba de bajar las escaleras, también se encontraría con otra serie de laberintos. Quien quiera que quisiera entrar en la casa tendría que pasar por una serie de puertas y paredes antes de poder dar con alguna salida, la cual, sólo la llevaría por otra encrucijada. Él y sólo él sabía cómo salir de ahí. Ni siquiera Mia sabía cómo. El único modo por el que ella podía salir era por el camino que él le había enseñado; sin embargo, Rafael sabía que esa no era la única salida.

─Luka acaba de entrar por la ventana, y Roger y el otro sujeto están buscando entrar por otro lado.

Rafael sonrió.

─Será todo un laberinto que salga de ahí. Eso nos da una media hora a cuarenta y cinco minutos para hacer lo nuestro. En cuanto a los otros, no podrán entrar al menos que entren por la misma ventana o derrumben el muro. Ahora, déjame hacer el trabajo y prepárate para salir ─rugió.

Mia volteó los ojos y se alejó. Rafael tomó el rostro de Emilia con delicadeza. Odió haberla golpeado, pero estaba furioso. Había perdido el control. Le tocó el labio roto e hinchado. Intentó hacerla despertar poco a poco. Necesitaba ser amable con ella para hacerla hablar.

Rafael aún no podía dejar atrás el pasado. Desde el primer día que su hermano Nicolás se había fijado en Emilia, él también lo había hecho. Al principio, Nicolás parecía no estar tan interesado en ella porque su popularidad era mucho más importante que una chica que no resaltaba de entre todas. Pero, para Rafael, no había sido así. Fue exactamente eso lo que hizo que él se fijara en ella.

En aquel entonces, Emilia era una chica tímida y dulce. La había visto un par de veces antes de que su hermano la notara. Siempre, o casi siempre, la encontraba sola en la biblioteca o en los pasillos leyendo algún libro. Siempre tenía un libro en la mano. Tenía amigas, pero no parecía sentirse incómoda estando sola. Algunas veces, cada vez que se perdía en su rostro, la cachaba riendo sola cuando estaba leyendo. Pero nunca se había podido armar de valor para acercarse a ella y hablarle. Siempre había sido un interés platónico.

Cuando Nicolás se la presentó como su novia, sintió que el corazón se le oprimía en el pecho. Pensó en ignorarla, no prestarle atención. Pero su hermano siempre la llevaba a casa, y las veces en que se quedaban solos, ella parecía mostrar genuino interés en él. Se sentía cómodo con ella del mismo modo que ella con él. Siempre que la veía con Nicolás la notaba tan nerviosa, que él al darse la vuelta, notaba cómo sus hombros se relajaban al instante. Rafael intentó mostrarse como su confidente y ella se volvió transparente ante él.

Tiempo después de que ella y Nicolás se fueran a vivir por su cuenta, Rafael también decidió salir de su casa e independizarse. Una noche después de eso, volvía tarde a casa del trabajo y encontró a Emilia sentada en una banca del parque por donde vivía. Por un momento pensó en no acercarse a ella. Podría estar esperando a que su hermano volviera del trabajo. Nicolás la había mantenido en casa por su inseguridad. No la había dejado trabajar ni estudiar, pero había escuchado que acaba de comenzar a tomar un curso de bar tender. Fue por lo que se le hizo extraño encontrarla a mitad de la noche, sola. Y eso mismo fue lo que hizo que se acercara a ella.

─Hola, Ems ─la saludó. Ella levantó la vista y sólo pudo ver reflejado el terror en sus pupilas ─. ¿Qué sucede?

─Hola, Rafa ─sonrió.

─ ¿Te peleaste con Nicolás? ¿Qué haces aquí afuera?

Rafael intentó buscar con la mirada en los alrededores por si Nicolás se encontraba por ahí, pero no había ni un alma.

─No. ─Contestó nerviosa ─. Es sólo que ya es muy tarde y no hice la cena antes de salir y...a Nico no le gusta eso.

─No creo que se enoje por algo como eso ─rio ─. ¿Quieres que te acompañe a casa? Vamos.

Rafael se levantó de la banca, pero el tirón de su saco le impidió continuar. La mano que lo sujetaba temblaba violentamente.

─No quiero...no quiero...volver a casa...

Rafael la miró. Parecía una niña pequeña. Temblaba sin cesar y sus mejillas estaban pálidas. Él intentó tocarle la mejilla y ella se sobresaltó de forma exagerada.

"¿La habría...golpeado?"

─Bien ─contestó ─. Te puedes quedar conmigo, pero tenemos que avisarle a Nicolás antes de que se preocupe.

Emilia asintió y lo siguió. Entraron a su departamento y ella se sentó en un sillón. Rafael estaba preocupado por ella y sus reacciones. Algo había pasado, y ella no se veía nada bien. Pero tampoco quería que su hermano estuviera como loco buscándola por toda la ciudad. Sacó el teléfono de su pantalón y marcó el número de su hermano. Le contestó furioso y escuchó que su voz parecía más lenta y torpe de lo normal.

─Emilia está conmigo ─aclaró, mirándola ─. Está bien. Se quedará aquí.

─ ¡No se quedará contigo! ¡Iré por ella ahora mismo! ─gritó.

─Eso no es necesario. Está cansada, mañana mismo me encargo de llevarla a casa. No le va a pasar nada.

Rafael no esperó la contestación de su hermano. Se oía furioso, pero pensó que todo eso era por estar celoso. Le restó importancia al asunto y se centró en su pequeña Emilia.

─Voy a traerte algo para que te cambies y duermas en la cama.

─No ─negó con la cabeza ─. Dormiré en el sofá.

─No puedo dejar que una chica duerma en el sofá ─comentó, besándole la frente ─. Un pantalón y una playera están bien, ¿verdad?

Rafael entró al dormitorio y, al salir, encontró a Emilia limpiándose las lágrimas del rostro. Se alarmó y corrió hasta donde estaba. Se arrodilló frente a ella y le colocó un mechón de su largo cabello detrás de la oreja.

─ ¿Qué sucede, pequeña?

Emilia lloró aún más fuerte. Rafael la abrazó y ella continuó llorando en su hombro. Se aferró con fuerza a su espalda. Rafael sabía que al día siguiente tendría arañazos a esa altura, pero no le importaba. En ese momento se percató que, después de todo ese tiempo, lo que sentía por Emilia no había sido simpatía. No la miraba por estar curioso, no la cuidaba porque quisiera molestarla, ni la trataba como niña por ser infantil. Hacía todo eso porque estaba completamente enamorado de ella.

Emilia se separó y limpió su rostro y su nariz. Tenía los ojos rojos e hinchados. Rafael no podía pensar en nada más que en ella. Se veía vulnerable y tierna. Limpió el resto de sus lágrimas con sus manos. Y, sin pensarlo dos veces, se acercó a su rostro y la besó. Fue un beso tierno, pero lleno de sentimientos. Se separó lentamente de sus dulces labios. Emilia había dejado de llorar. Ahora estaba sorprendida.

─Me tengo que ir...

Emilia se levantó, pero Rafael intentó detenerla. La tomó del brazo antes de que tocara la puerta.

─Espera, Emilia.

─No puedo quedarme aquí. Lo siento, Rafael ─dijo, avergonzada.

Emilia salió volando del departamento antes de que pudiera alcanzarla. Después de eso, ella continuó actuando normal; sin embargo, marcó distancia entre ellos. Dejó de verla tan seguido. Le perdió el rastro y no encontró ningún momento para decirle lo que sentía ni de hablar acerca de lo que había pasado. Pero eso cambió después de aquella vez en que la familia organizó una comida. Emilia lucía hermosa. Llevaba un vestido de manga larga con holanes en el pecho, y el cabello largo al natural. Nicolás no la dejó en ningún momento. La mantenía pegado a él cada tanto y lo reafirmaba al tirar de su cintura hacia su cuerpo. Pero, en un momento, la vio alejarse para ir al baño. Rafael utilizó esa oportunidad para acercársele.

La esperó afuera del baño, vigilando que nadie más estuviera alrededor. Su hermano parecía estar bastante ebrio, así que tal vez no notara el tiempo que Emilia se tardaba en regresar. Ella salió en ese instante del cuarto. Se exaltó al verlo ahí. Por un momento creyó que incluso saldría corriendo.

─Emilia.

─Rafael.

Emilia intentó escapar, pero Rafael la tomó de la muñeca y entró nuevamente en el baño con ella.

─Rafael, ¿qué...?

─Emilia, te amo ─soltó.

─ ¿Qué...? ─se sonrojó.

─Te amo, Emilia. Siempre lo he hecho. Sé que ahora estás casada con mi hermano, pero...yo...

─Rafael ─Emilia le tapó la boca ─, no puedo...no puedo aceptar...

─Sé que lo que sientes por mi hermano es...

─Nosotros no podemos. Te quiero, Rafa. Pero yo...

─ ¡Él ya no te ama! ─exclamó. La tomó de la muñeca y ella hizo una mueca de dolor. Rafael frunció el ceño y le levantó la manga. Tenía un enorme moretón en la muñeca que se extendía hasta más arriba de dónde podía levantarle la manga ─. ¿Qué es esto?

Emilia se bajó la manga al instante.

─Me golpeé.

─Eso no es cierto. ¿Fue él?

Rafael conocía los cambios abruptos de humor que su hermano solía tener en el último par de años. Empezaron en la adolescencia, pero las últimas veces que lo había visto, había notado que esos cambios se volvían mucho más bruscos. Cuando las cosas no le salían como quería, explotaba contra quien fuera. A veces le daba miedo cuando se ponía así, pero al poco rato volvía a ser el mismo.

─Yo te protegeré. No lo necesitas.

Unos golpes en la puerta los sobresaltaron.

─ ¡Un segundo! ─exclamó Emilia ─. Esto no pasó, Rafael. Te quiero, pero de otra forma. Lo siento.

Después de eso, las cosas empeoraron entre ellos. Se hizo adicto a salir con quien fuera y tomar lo que fuera. En aquellos días fue cuando se encontró con Mia y juró que aquello sería algo de una sola vez. Sabía que esa mujer estaba loca por él, pero él sólo podía ver el rostro de Emilia en cada una de esas mujeres. Se hizo adicto a las drogas para poder olvidar su rostro, para poder salir adelante con otra mujer que no era ella. Pero después de la muerte de Nicolás, perdió la cabeza. Se hizo adicto a toda clase de cosas y, cuando quiso salir de ahí, ya era demasiado tarde. Se había involucrado con gente de mala reputación y ahora lo buscaban por el dinero que debía. Mia tampoco lo ayudó a salir de donde se había metido.

Los asechos que le hacía a Emma eran para recordarle que él aún pensaba en ella, que siempre velaba por ella. Nunca quiso hacerle daño, pero cuando supo que estaba teniendo algo más formal con un empresario rico, enloqueció. La lastimó y, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, ya no pudo hacer nada para arreglarlo. De nuevo, había sido demasiado tarde. Y cuando recibió la carta que Nicolás había dejado, supo que esa sería su salvación. Nicolás le había dejado dinero suficiente para que él pudiera liquidar su deuda y escapar con Emma lejos de aquel lugar. Todo el dinero que había recibido Mia lo habían usado para comprar la casa y remodelarla lo necesario para poder llevar a cabo su plan con éxito. Ese dinero no había sido suficiente, pero sabía que el de Emma sí.

No quería que Emma saliera lastimada en el proceso, jamás lo permitiría. Pero no parecía que fuera a tener el dinero de Nicolás si no le metía un poco de presión para que se lo diera. Había buscado en todas partes, y en cada una de las posesiones que Emma tenía, esperando que alguna de ellas fuera la cerradura para la llave tan rara que Nicolás le había dejado. Pero sabía que la única con la respuesta para ello era Emma. Había llegado el momento de aclarar todo y arreglar su situación. El plan era perfecto, nada podía salir mal.

─Bien, Emma. Será mejor que comiences a cooperar antes de que las cosas se salgan de control.

Rafael la tomó del rostro y acercó una lámpara a donde estaban. Cerró la puerta de la celda y sonrió al sentir la expectación de la perfección que tenía entre sus manos.

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