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Capítulo 1

―Muñe, ¿estás segura de querer quedarte aquí? ―preguntó Roger desconfiado.

Ambos admiraban la fachada desde afuera. Ninguno de los dos se había atrevido a acercarse y abrir. El aire estaba soplando, pero Emma no sentía nada de frío.

―Me quedaré, Roger. Es mi casa, tranquilo.

Emma asintió, dándose ánimos. Tomó la llave de su bolsillo y abrió la puerta. El olor a moho y humedad inundó de inmediato sus fosas nasales. Sintió una pequeña arcada. Le tomaría meses quitar el olor de la casa; ni dejando las ventanas abiertas todas las noches se iría. El lugar estaba cubierto de telarañas y suciedad, pero no parecía haber fugas o filtraciones de agua.

―Dios, qué olor, Emma ―se quejó Roger tratando de taparse la nariz.

―Con un poco de aire se irá.

Emma caminó hasta la sala. El lugar se había conservado en perfecto estado. No había estado ahí en años, pero su cuerpo sintió que el día anterior había estado ahí. Una ráfaga de sentimientos desastrosos comenzó a recorrer su cuerpo y se puso a caminar de un lado al otro para poder ahuyentarlos. Encendió todas las luces de la planta baja, abrió las ventanas y corrió a la cocina para buscar algún trapo y jabón.

Cuando se fue de ahí, no se llevó nada consigo y esperaba que las cosas siguieran ahí. No olvidó el hecho de que también había dejado comida, misma que terminaría en la basura.

―Emma ―dijo Roger.

Ella lo ignoró y siguió de un lado al otro.

― ¡Emma! ―gritó.

Pero volvió a ignorarlo. Emma no quería verlo, no quería detenerse.

― ¡Emma! ―volvió a gritar Roger sosteniéndola del brazo cuando pasó a su lado.

Emma alzó el rostro surcado de lágrimas. Su amigo la tomó entre sus brazos y la consoló. Aquello estaba siendo demasiado. Por fuera podía parecer una mujer fuerte, pero por dentro estaba destrozada, frágil. La abrazó hasta que sintió que su cuerpo dejaba de temblar. Se separó lo suficiente para limpiar su rostro y verla.

― ¿Estás bien?

―Sí. ―Asintió sorbiendo sus mocos ―. Fue sólo un desliz. Estar aquí...

―Lo sé. Tranquila.

―Estaré bien.

― ¿Segura? ¿Quieres que me quede?

―No. ―Negó rotundamente ―. Vete, estaré bien. Limpiaré un poco para poder dormir esta noche.

― ¿Y qué pasa con Luka?

Emma lo miró extrañado.

―No te hagas la tonta conmigo. Sabes que irá a buscarte, y cuando no estés ahí, correrá a buscarme a mí. Me aprecio lo suficiente para no morir, gracias.

Emma volteó los ojos.

―Nada de decirle a Luka donde estoy. No sabes de mí, ¿está claro?

―Pero...

―Nada, Roger. Promételo.

―Bien. ―Contestó alzando las manos ―. Si necesitas algo, me dices inmediatamente y si quieres salir de esta pocilga también.

Emma rio. Su amigo estaba más preocupado que ella. Pero mal o bien, aquel era su hogar, y los años pudieron haber pasado, pero no olvidaba nada de ahí. Roger le dio un beso en la frente y se fue. Emma suspiró cuando se quedó sola. Se amarró el cabello y se puso manos a la obra.

Primero sacó toda la comida del refrigerador, con varias arcadas por el asqueroso olor; y una vez empezó ahí, ya no pudo detenerse. A las ocho de la noche subió a tomar un baño. A pesar de no haber estado viviendo ahí, nunca dejó de pagar la manutención de la casa. Por eso contaba con luz, agua y gas. Tal vez la comida no estuviera en buen estado y la casa estuviera llena de telarañas, pero podía vivir ahí. Siempre pensó que aquel lugar sería un buen refugio. Tal vez a Rafael no se le ocurriría buscarla ahí.

Tomó un par de ropas que había dejado y salió de casa para buscar algo de comer. Caminó por el sendero que tanto tiempo atrás había atravesado cientos de veces. Un pequeño perrito se acercó a ella y le movió la cola. Una niña vino detrás de él y le sonrió al verla. Ella le devolvió el gesto y continuó caminando.

El ruido de la música le llegó unas casas más adelante. Justo en la esquina había un bar que se llamaba "El rinconcito". Había gente que entraba y salía, y sin saber por qué, Emma se acercó al bar. Dentro había poca gente, pero parecían estar divirtiéndose. La mayoría eran hombres mayores comiendo y bebiendo cervezas. Había dos chicas detrás de la barra y la mayoría de los que servían las mesas eran hombres, pero pudo ver dos o tres mujeres sirviendo igual. Emma se acercó a la barra y se sentó. Una chica de piel obscura, ojos negros y el cabello rojo intensó se acercó a ella con una sonrisa.

―Hola, ¿qué vas a desear? ―preguntó casi brincando en su lugar.

―Pues... ―Emma volteó a ver a un lado y al otro ―. ¿Qué tienes?

La chica soltó una carcajada.

―Eres nueva, ¿verdad? Nunca te había visto por aquí.

No era nueva, pero la última vez que estuvo ahí, ese lugar era una lavandería.

―Sí, algo así. Vivo en la casa al final de la calle.

― ¿En serio? No te lo tomes a mal, pero parece que nadie vive ahí.

Emma sonrió.

―Me acabo de mudar.

― ¿Estaba a la venta? ―preguntó confundida.

―No. ―Negó riendo ―. La casa es de una prima mía y me la dejó para que pudiera cambiar de aires como deseaba. Por eso no estaba a la venta.

―Ah, ya entiendo. Pues mira, nuestra promoción de todos los días es una pizza individual y un mojito de sabor. El de hoy es de sandía. ¿Qué dices? ¿Se te antoja?

Emma lo pensó un momento. El olor de pan recién horneado y especias estaba haciéndole rugir el estómago. No había comido nada en todo el día y se moría de hambre.

―Me encantaría.

― ¡Genial! ―exclamó emocionada. Se giró hacia la cocina y gritó: ― ¡Una pizza!

Emma miró a los demás. Estaban concentrados en sí mismos y en sus teléfonos. Emma escuchó que alguien le gritaba a la chica "Fuego" y volteaba. Luego se acercó a ella con su mojito de sandía. Emma le sonrió.

― ¿Fuego? ―preguntó tomando un sorbo.

―Es mi nombre artístico ―explicó tocándose el cabello ―. Son muy prácticos aquí.

Emma le sonrió y sacudió la cabeza.

― ¿Y piensas quedarte mucho tiempo? ―preguntó recargándose en la barra.

―Sí, espero. Sólo necesito encontrar un trabajo.

― ¿Eres buena con los cocteles?

Un recuerdo de su pasado cruzó por su mente, pero lo apartó con un gesto de la mano.

―Sí, un poco. ¿Por qué...? ―preguntó Emma sospechosamente.

―No te muevas de aquí ―contestó y salió corriendo.

Emma no tenía idea qué acababa de pasar. Unos segundos después, le llegó la pizza. El sabor era muy bueno. Hacía tiempo no probaba una pizza al horno. Las especias se concentraban mejor y la masa se tostaba de forma más crujiente. El primer bocado fue celestial para sus papilas gustativas; su estómago rugió de gusto.

A Emma le quedaba un pedazo de pizza cuando un hombre y la chica de cabello rojo se acercaron a ella.

―Hola, Lizet dice que estás buscando trabajo y que eres buena haciendo cocteles.

Emma abrió los ojos sorprendida. No dijo nada. Tuvo que tragar el pedazo de pizza que tenía en la boca. No tenía idea de lo que acababa de pasar. Emma asintió lentamente.

― ¿Puedes venir por aquí? ―preguntó el hombre ladeando la cabeza para que lo siguiera.

Emma se levantó con las piernas temblorosas y siguió al hombre a un costado de la barra, donde no había nadie. El hombre sacó varias botellas de alcohol, unos vasos, saborizantes, fruta y un poco más. Su nerviosismo aumentó.

Emma sabía de cocteles por un curso que había tomado hacía tiempo, y había aprendido a preparar muchísimos cocteles. Pero no estaba lista para nada en ese momento, no para poner en práctica algo que no había hecho en años.

―Quiero que prepares un mojito de hierbabuena, un daiquiri, un Alexander y un Blue Hawái. Puedes tomarte tu tiempo.

Emma visualizó todos los ingredientes en la mesa. Tenía a su disposición hasta la licuadora. Respiró varias veces y sus manos se movieron por automático. Empezó a preparar un coctel tras otro y los sirvió en los vasos adecuados. Se movió como si todo eso lo hubiera hecho el día anterior.

Cinco minutos después, tenía los cuatro cocteles preparados y servidos. Emma estaba sudando. Al parecer, lo que bien se aprende no se olvida. El hombre se acercó y probó un coctel tras otro. No dijo nada mientras que Lizet solamente se mordía el labio y cruzaba los dedos.

―La paga es muy buena. Trabajarías de lunes a sábado en los turnos de la noche para ayudar a Lizet. ¿Qué dices?

Emma aún estaba sorprendida. Llevaba un pantalón de pants y una playera que le quedaba enorme, cero maquillaje y el cabello esponjado y húmedo. No estaba para nada preparada para una entrevista de trabajo, mucho menos para haber obtenido un puesto. No era nada como el puesto de la editorial, pero era buena haciendo cocteles, y tal vez ese lugar sería el ideal para mantenerse fuera del radar de Rafael por un tiempo. Jamás pensó que ese curso que había tomado tiempo atrás, ahora le había brindado un puesto trabajando en un bar.

― ¿Tengo el puesto? ―preguntó sorprendida.

―Sólo si lo aceptas ―contestó el hombre.

Emma sonrió encantada.

―Sí, claro.

― ¿Puedes empezar el lunes?

―Sí. ―Afirmó efusivamente.

―Un placer tenerte dentro... ―dijo extendiendo su mano.

―Aby ―contestó Emma.

―Soy Joe, y te esperó el lunes, Aby, a las cuatro para poder arreglar los papeles y todo eso.

―Muchas gracias ―sonrió Emma emocionada.

Lizet gritó y corrió a abrazarla cuando Joe desapareció.

―Parece que tendré una amiga conmigo. ¡Qué genial! ―gritó volviéndola a abrazar.

Emma le devolvió el gesto y supo que, a partir de ese momento, tenía una buena amiga con la que iba a trabajar. Su día no había terminado tan mal, después de todo. Esperaba que el próximo fuera mucho mejor. Se lamentó mucho no poder compartir nada de eso con Luka y su corazón se apretujó en su pecho, pero Emma tenía que concentrarse en lo mejor para él. Y, desgraciadamente, lo mejor era mantenerlo alejado de sus problemas.

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