
Capítulo 1
Eran las diez de la noche de un viernes agotador. La gente había estado como loca. Los viernes la oficina parecía un circo. Pero no era cualquier viernes, ese viernes era especial. Cuando todos terminaran la jornada saldrían a celebrar al bar privilegiado del lugar. La editorial Rosa cumplía cincuenta años y todos sus trabajadores estaban más que dispuestos a celebrarlo.
Uno de los editores más querido por el jefe, Mateo Marruecos, era parte de la gran festividad. Emma Quivera era la editora en jefe de su grupo. Se había esforzado mucho el último año y por fin Mateo quería promoverla a jefa de edición. Ya se lo había dado oficialmente esa mañana. Iban a festejar también su ascenso esa noche, razón por la cual todos querían salir de ahí cuanto antes.
Sería una fiesta formal porque todos los de la editorial estarían ahí. Cuando se supo de la celebración, también hubo algunos rumores que incluso el dueño de la editorial llegaría. Casi nadie había visto al dueño en su vida, eran unos pocos los que habían llegado a siquiera verlo. Gente que llevaba trabajando años ahí, aseguraban haberlo visto una vez; otros, ni siquiera eso. Esa era una de las razones del por qué muchos de los trabajadores estaban entusiasmados. Conocerían a la persona que estaba al mando.
Al poco tiempo salió Mateo para informar que por fin habían terminado el trabajo. Todos, muy entusiasmados, gritaron y se levantaron de sus asientos como si tuvieran resortes en los pies. La persona que más emocionada estaba era Roger Velásquez, el mejor amigo de Emma, y uno de los más importantes editores del grupo del que ella estaba al mando.
Emma y Roger se conocieron en la universidad. El primer día para ser precisos. Ella estaba buscando su salón de clases y él era un experto en la universidad. Al verla tan desubicada, la guio a su salón. Casualmente ambos estudiaban lo mismo y tenían los mismos horarios de clases. Se volvieron inseparables desde entonces. Se dieron cuenta que tenían varias cosas en común, sobre todo el gusto por los hombres. Y durante el transcurso de sus cuatro años se apoyaron mutuamente para entrar en una de las mejores editoriales del país. Después de unas entrevistas, ambos entraron a la editorial. Nunca supieron cómo es que ambos habían logrado entrar, pero fue un día muy dichoso. Así que, ahora que Emma lograba un ascenso, Roger quería festejar con ella a lo grande.
─ ¡Amiga!─gritó. Se acercó corriendo, tacleando a todo el que se interponía entre él y su amiga Emma.
─Hola, Roger ─saludó sonriente.
─ ¡Vamos, mujer! Ya todos están corriendo al bar, ¿por qué tú no?
─Estoy terminando esto. ─Señaló su computadora.
─Será mejor que le des al botoncito de guardar y te levantes en este instante antes de que sea yo quien levante el cable y desenchufe tu computadora.
Al ver su cara, supo que no estaba bromeando. Emma meditó la situación y sabía que no valía la pena perder todo el trabajo de ese día por su desesperación. Así que hizo lo que le había dicho y apagó su computadora. Tomó su chaqueta, su bolsa y se levantó. Cuando se estaba alisando el pantalón, notó que la mirada de Roger estaba examinándola como si tuviera una lupa, de arriba abajo.
─ ¿Qué? ─preguntó extrañada.
─No vas a ir así, mi reina.
Roger meneaba su dedo índice de un lado al otro, negando.
─ ¿Qué tiene?
Emma se miró de arriba abajo y no notó nada malo en su vestimenta.
─ ¿Un pantalón? ¿En serio?
No podía creer que hubiese escogido esas prendas para ese día en concreto.
─Vine a trabajar, Roger. Un pantalón, una blusa y un saco.
Dirigió su mirada hacia sus pies.
─ ¡Y zapatos bajos! ¡Mujer!
─ ¡¿Qué?! ─gritó avergonzada e insistía en alisar más y más sus prendas.
─Mamita, por dios. Está claro que no tenías ni idea de que hoy te iban a dar tu ascenso, pero si sabías que era la fiesta de la editorial. Pudiste haberte puesto una falda o un vestido.
─Usa uno tú ─dijo molesta.
─Créeme, usaría uno si pudiera.
Suspiró y masajeó el puente de su nariz a la altura de sus ojos.
─Lo bueno es que te conozco bastante bien... ─sonrió sin abrir los ojos y Emma supo que lo que se avecinaba no sería nada bueno para ella ─. Vamos a mi coche. Traje algo perfecto para ti.
─Roger... ─suspiró quejándose.
─Nada. Usted calladita y me sigue ahora mismo.
Fueron directamente al estacionamiento. Un Scirocco de color rojo estaba perfectamente estacionado en los primeros lugares de la entrada. Cuando Roger lo compró, dijo que era el auto perfecto para su ser gay con mucha masculinidad. Emma tenía un Beetle del mismo color. La llamaba Catarina y lo adoraba con toda su alma. Roger decía que su coche y el suyo eran una linda pareja. Él le había puesto Alejandro al suyo. Los casó nada más verlos juntos. Sí, así de ridícula era su amistad.
Abrió la puerta trasera y sacó una bolsa donde parecía haber un vestido y una caja con zapatos. Tomó las dos cosas y volvieron al edificio para pasar al baño. Como en esos momentos ya todos se encontraban en el bar, no había nadie en el edificio salvo el guardia de seguridad de la entrada; así que cuando Roger entró al baño de mujeres, ni se inmutaron porque alguien más fuera a entrar. Le ordenó a Emma a toda velocidad y sin rechistar que se pusiera todo y le diera sus estropajos.
Dentro de la bolsa había un vestido color negro con escote pronunciado en la espalda. Era imposible llevar brasier con él, así que tuvo que despojarse de él también. No se sentía muy cómoda por eso porque su pecho era bastante pronunciado, pero esperaba que la tela fuera lo suficientemente gruesa como para que sus pezones no se transparentaran. Una parte de ella se sintió intimidada de que Roger supiera su talla tanto de ropa como de zapatos. Los tacones no eran muy altos, algo que agradeció con el alma; eran plateados con incrustaciones de cristales en el tacón. Eran preciosos y quedaban a la perfección con el vestido. No era muy ajustado, pero se adecuaba a su cuerpo como si estuviese hecho a la medida.
Cuando Emma salió, Roger silbó y aplaudió orgulloso de su elección. Se veía espectacular. Le arregló el maquillaje y le peinó el cabello. Cuando Roger estuvo conforme con su creación, tomó todas sus cosas y las guardó en su auto.
En vez de usar el coche para llegar al bar, decidieron caminar. Entraron y ya todos se encontraban ahí. Muchos de sus compañeros la felicitaban mientras pasaban. Otros incluso dijeron que se tomarían algo con ella más adelante. Cuando llegaron a la barra pidieron dos cervezas y se sentaron con su grupo de trabajo.
─ ¡Emma! ─gritaron todos a la vez.
─Chica, luces increíble ─convino Carla.
Carla había sido una chica muy trabajadora y le encantaba el ojo que tenía para las grandes historias. Era como su mano derecha en el equipo, ese ojo extra que necesitaba en los días pesados.
─Muchas gracias ─sonrió Emma sonrojándose.
─ ¡Salud por tu ascenso, Emma!
─ ¡Salud! ─corearon todos.
Supieron que la cerveza estaba siendo poco, así que optaron por pedir algo un poco más fuerte. Pidieron mojitos y todos estaban encantados con la salinidad que estaban ingiriendo. La fiesta estaba en pleno apogeo. El bar había empezado a tocar salsa. Emma adoraba bailar. Tomó a Roger de la mano y lo arrastró hasta la pista. Él, encantado, rodeó a Emma de la cintura y comenzaron a arrasar con la pista.
En la segunda canción, Emma fue interrumpida por la mano de Mateo y bailó con él. Su jefe siempre había sido todo un caballero con ella, pero jamás imaginó que fuera un hombre de baile. Siempre se le veía muy serio, pero era muy amable con todos. Fue como si hubiera compartido el baile de padre e hija en su boda.
Cuando terminó de bailar con él, se disculpó y fue al baño. Siempre había sido muy veloz a la hora de eliminar el alcohol. Cuando regresó, fue recibida por otro mojito, el cual aceptó con gusto.
─Roger, ¿crees que venga?
─ ¿Quién? ¿Tu príncipe azul? Claro, nena. Esta noche estás que ardes ─respondió riendo.
Al parecer, los mojitos ya estaban haciéndole efecto a él.
─Tonto. Yo hablaba de él. Ya sabes. El famoso fantasma ─explicó entrecomillando con los dedos el apodo.
─ ¿Fantasma? ─preguntó sin entender absolutamente nada.
─ ¿Hablas de él? ─preguntó Carla entrometiéndose en la conversación.
─Sí.
─La gente dice que sí vendrá.
─ ¿De quién están hablando? ─exigió saber Roger.
─Del dueño ─contestaron ambas al mismo tiempo.
─ ¿Cómo es él? ─quiso saber Emma.
─No lo sé ─continuó Carla ─. Pero Prue, la señora del comedor dice que lo vio una vez hace unos cinco años. Dijo que era un hombre varonil, intimidante y muy muy muy guapo. También es refinado y asquerosamente rico.
─Pues siendo dueño de una de las mejores editoriales del país, no me sorprende ─dijo Roger.
─No sólo es dueño de la editorial Rosa, también es dueño de un montón de empresas ─indicó Carla.
─Suena demasiado importante ─dijo Emma asombrada─. Me gustaría conocerlo y agradecerle por el trabajo.
─El trabajo no te lo dio él, muñeca ─dijo Roger.
─Bueno..., pero mi salario sale de su bolso.
─Eso sí. Y estos mojitos también son gracias a él, así que salud por el señor Blair ─dijo Clara levantando su mojito.
Bebieron más mojitos. Dieron rienda suelta a la celebración. La música estaba a todo lo que daba, las luces ambientaban la pista de baile y las botanas y bebidas no paraban de llegar. Emma ya estaba mareada, pero no le importó. Se estaba divirtiendo y necesitaba despejarse del trabajo. Muchos de ahí lo estaban haciendo, y algunas estaban mucho más bebidas que ella. Pero esa noche, todos eran iguales. Gente que se estaba divirtiendo después de una locura de trabajo. Era su tiempo de emborracharse con mojitos hasta el amanecer y la noche apenas estaba comenzando.
Luka estaba agotado. Había tenido cinco reuniones en menos de cuatro horas y, para su mala suerte, tenía que presentarse a la fiesta de su editorial. Nunca se pasaba por ella porque podía controlarla a través de su computadora, esa fue la principal razón por la cual no mandó a instalar una oficina ahí. No tenía muchas ganas de asistir, pero James Blair, su padre, insistió en que fuera. Y si su padre le decía que hiciera algo, seguramente tenía una buena razón. A esas alturas ya había aprendido a hacer lo que le dijera.
Tomó su mejor traje del armario y se puso su colonia. Se subió a su Rolls Royce color negro y arrancó con rumbo hacia la editorial. Su intención era entrar, dar un discurso y salir volando de ahí.
Cuando llegó, escuchó que la música estaba a todo lo que daba. Supo que la mayoría de ellos a esas horas estarían bastante ebrios. Sonrió y entró en el bar. Se acercó a la barra y pidió un whisky doble en las rocas. De repente sintió un golpe a su costado y escuchó un grito agudo. Se dio cuenta de que el golpe había hecho que se derramara el trago encima. Maldijo en silencio.
─Ups... Perdóneme, señor ─dijo una voz de mujer que arrastraba las palabras.
Luka supo que estaba ebria. No llevaba más de dos minutos en aquella celebración y ya tenía su primer trago derramado en su traje de lujo. Cerró los puños para contener la ira.
─Me puede dar dos mojitos más, por favor ─pidió la mujer al cantinero.
─Señorita, ¿no cree que debería dejar de pedir mojitos? Estoy seguro de que ya ha bebido bastantes por hoy ─dijo despacio y con una sonrisa forzada.
La mujer le volteó los ojos y no le importó que él la estuviese viendo.
─Perdone, pero eso a usted ─lo golpeó en el hombro ─no le interesa. Además, usted también está celebrando y debería de hacerlo.
─Lo estaba haciendo hasta que usted tiró mi trago, señorita.
Luka no podía creer lo tonta que era esta mujer. Sin embargo, la miró detenidamente. Era hermosa. No. Era mucho más que eso. Era guapa. Traía un vestido negro con un escote exquisito en la espalda. Le dieron ganas de deslizar sus dedos desde su cuello hasta la terminación de su abertura. Tenía los ojos cafés más grandes que había visto jamás. Unas pestañas igual de esplendorosas que sus ojos y unos labios suculentos. Notó que la chica se mordía y se chupaba el labio y le dieron ganas de ser él quien lo mordiera y chupara. Alejó esos pensamientos para centrarse en la señorita que afirmaba su decisión de no querer haber asistido esa noche.
─Sírvale otro trago al señor de mi parte ─sonrió sarcásticamente.
─No necesito que me invite algo de tomar, señorita. Y usted debería dejar algo para los demás ─señaló los dos mojitos que llevaba en la mano.
Luka estaba fascinado con esa sonrisa, pero quería ver una verdadera.
─Señor, váyase al diablo ─dijo y se dio la vuelta.
Luka cada vez estaba más y más interesado en conocer a esa misteriosa chica. Ninguna, nadie, se había atrevido jamás a hablarle así. Eso le pasaba por estar tan en contacto con todas sus empresas. Al menos, en forma física. Decidió que sería bueno instalarse por un tiempo una oficina en la editorial. Tal vez una cerca de la señorita de los mojitos.
Emma regresó neurótica a la mesa. En cuanto se sentó, se bebió el primer mojito de un sólo trago y al segundo le dio un pequeño sorbo.
─Chica, más despacio ─dijo Roger ─. ¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo enojar?
─Un idiota de la barra ─masculló Emma.
─ ¡¿Qué?! ─gritó ─. ¿Quién fue, muñeca? Le romperé la mandíbula.
Roger estiraba el cuello para intentar ver a todos los que estaban en la barra. Emma bebió otro trago de su mojito.
─Cree que por estar guapo y tener esos endemoniados ojos azules con tonos verdes y esa deliciosa colonia encima, puede venir a hablarme así.
─Vaya, parece que te dejó una gran impresión...
─Una terrible. Hay hombres que son tan idiotas, Roger. No sé cómo teniendo la oportunidad de estar con una chica maravillosa como yo, prefieres fijarte en hombres como esos.
─Nena, sabes que si fuera hetero, serías mi única opción. Pero descuida, cuando me fije en una bomba, serás la primera en aprobarlo.
─Hecho. ─Sonrió chocando su bebida con la de él.
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