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XIII

Astrid trataba de ignorar las voces de aquellas mujeres, trataba de no darle importancia a sus risas suaves, sus comentarios sobre situaciones o personas que ella no conocía. Trató de concentrarse únicamente en lo bien que se sentía el agua caliente en su piel, en el aroma de aquellas flores que habían agregado al agua para que así, ese perfume floral, quedará impregnado en su cuerpo.

Quería ignorar a su madre, quién era la única que estaba con ella en aquella habitación. Quería ignorar el hecho de que su suegra intercedió nuevamente por ella para que las mujeres casadas que eran cercanas al novio permanecieran fuera de la habitación, en lugar de estar con ella.

Agradecía ese momento de privacidad que Anja había conseguido para ella, pero eso no le hacía apreciar ni un poco el hecho de que aún así, todas esas mujeres estaban ahí fuera, esperando por ella. Todas esas mujeres le ayudarían a arreglarse para aquel castaño. Todas ellas le compartirían consejos para su noche de bodas y le llenarían de halagos vacíos. Le presionarían de manera sutil para tener herederos lo más pronto posible. Entre más, mejor.

Suspiró profundamente, tomando después todo el aire que podía para sumergirse por completo en aquella gran tina de agua. Quería dejar de escuchar las voces del otro lado de la puerta, quería dejar de pensar en todo lo que pasaría esa tarde, quería dejar de pensar en todo lo que pasaría esa noche.

No era, en lo absoluto, una experta en el tema de las relaciones íntimas. Sin embargo, entendía a la perfección lo que pasaría esa noche, lo que debía pasar. Lo que ella debía hacer y soportar. Y maldecía con todo su corazón a ese maldito castaño por obligarla a pasar por eso.

Si bien, es cierto que su suegra se ha encargado de que las enfermeras y doctoras crean que algo ha pasado entre ellos, y le aseguraba que ellas no iban a insistir en la comprobación de su unión esa noche... eso no le garantizaba en lo más mínimo que él no quisiera consumar el matrimonio, no le garantizaba que él no sería insistente, no le garantizaba que él no quisiera obligarla a hacerlo.

Sacó la cabeza del agua cuando sintió que el aire se le acababa y tomó unas bocanadas de aire antes de girar la cabeza un poco en busca de su madre. Ella le sonreía con tristeza desde una silla en una de las esquinas del lugar y se levantó enseguida al ver que la menor comenzaba a levantarse para salir del agua.

—Espera, ya te ayudo. —murmuró, extendiendo hacia ella una tela suave para cubrirla y que pudiera secarse un poco

La futura novia no dijo nada, simplemente secó su cuerpo lo mejor que podía, sintiendo que su madre envolvía su cabello con otra de esas telas tan suaves para tratar de secarlo. Se preguntaba de dónde salía aquella tela, queriendo saber por qué era tan suave, queriendo entender por qué nunca había sentido una suavidad así en su vida. Y después llegó a una rápida conclusión: Esos eran lujos hooligans

Ella jamás habría podido acceder a ellos por su cuenta.

Una vez se colocó la ropa interior y su madre terminó de ayudarle a ajustar correctamente el vendaje de su pecho, se colocó una bata delgada para salir de la habitación de baño, bajo la atenta mirada de aquellas mujeres extrañas.

—¿Estás lista, pequeña? —preguntó Anja con voz dulce, una dulzura que le molestaba

—Si. —murmuró apenas, acercándose al centro de la habitación mientras el resto se movían enseguida para comenzar a vestirla y arreglar su cabello aún ligeramente húmedo

Astrid entendió que aquellos adornos dorados en su cabeza eran un símbolo de su pureza y su vida de soltera, la cual quedaría atrás esa misma noche una vez que Hiccup le quitara tanto los broches como su virginidad. Ella se sintió incómoda al escuchar a una emocionada Kilinutt, hablar sobre la fortuna que tenía de tener tan buenas caderas, asegurando que eso le ayudaría a concebir muchos hijos fuertes y muchas hijas hermosas.

Escuchó a una mujer robusta y de cabellos rubios hablando con voz suave sobre el posible dolor que podría llegar a sentir, asegurando que sería pasajero y que siempre debía decir si era demasiado. Ante esas palabras, otra de las mujeres, de cabello obscuro, le había asegurado que no había nada de qué preocuparse. Aquella mujer le dijo que disfrutaría tanto que el dolor no sería importante e incluso le dio consejos sobre como acomodarse correctamente para no sentir dolor.

Anja le regañó al escucharla reír, notando la incomodidad de la menor ante el tema de la conversación. Se acercó a colocar el cinturón dorado en su cuerpo, siendo cuidadosa de no tocarla demasiado, queriendo asegurarse de no ponerla más incómoda de lo que ya estaba.

Otra mujer de cabello oscuro que, hasta donde tenía entendido, era parte de la familia Haddock, le sonrió con cariño mientras colocaba los brazaletes con cuidado en sus brazos. Le murmuró una felicitación y le aseguró que todo iba a estar bien.

Cuando estuvo lista, se vio en el espejo cercano. Suspiró, disgustada con lo que veía en el reflejo. Sin embargo, sonrió a medias, queriendo asegurarse de guardar las apariencias.

Funcionó, pues las mujeres sonrieron felices al notar su sonrisa y celebraban mientras le decían lo hermosa que se veía. Ella no se sentía así, no podía sentirse bien con lo que veía en el espejo.

Esa no era ella.

Jack sonrió a medias al ver que Hiccup estaba listo. El castaño caminaba de un lado al otro en la habitación mientras murmuraba algo, dejando ver lo nervioso que se sentía. El peliblanco le llamó con calma, logrando hacer que se detuviera mientras resoplaba, ahora molesto.

—¿Qué pasa? —preguntó desconcertado desde el marco de la puerta

—No quiero hacer esto. —giró por completo hacia el contrario, señalando hacia sí mismo con ambas manos —Esto es estúpido. —llevó sus manos a su cabello y lo jaló suavemente mientras suspiraba de manera pesada —Ella me odia.

—No creo que eso sea cierto. —dijo el peliblanco con calma notando que la luz del lugar parecía disminuir a pesar de que la luz solar entraba por aquel enorme ventanal

—Prácticamente la estoy obligando a casarse. La estoy obligando a dejar su vida atrás, a su familia, sus amigos... —resopló, volviendo a avanzar por la habitación —Ella me odia. Yo no... yo no quiero esto.

—Oye, necesitas... —se acercó al castaño, tomando sus hombros para detener su caminata —Tienes que respirar y calmarte un poco. —le pidió, viendo la obscuridad a su alrededor hacerse más densa

Hiccup imitó su acción, dándose cuenta de por qué le pedía calma. Suspiró profundamente, tratando de calmarse lo suficiente como para que la luz volviera a verse normal, o al menos lo suficiente como para no estar en una habitación en penumbras a medio día.

—Lo siento. —se disculpó enseguida por su poco control en cuanto a sus emociones y sus dones, esos que más le costaba controlar

—Ya, está bien. No has hecho daño a nadie. —le sonrió comprensivo —Ahora, realmente necesitas respirar y tranquilizar tus pensamientos.

—No puedo. —admitió enseguida

—Sé que es difícil ahora. Pero, trata de pensar en cosas positivas. —le sugirió con una sonrisa

—¿Tú puedes ver algo positivo aquí? —cuestionó con curiosidad

—No, pero ese es tu trabajo. —se encogió de hombros —Tú eres quién busca lo positivo, yo solo hago bromas, ¿Recuerdas? —bromeó, riendo suavemente al ver la mueca de molestia del castaño

—No estás ayudando. —se quejó, separándose de él

—Bueno, bueno... Pensemos juntos en algo. —volvió a detenerlo por los brazos y lo llevó hacia la cama para que se sentara —¿Cuáles son los beneficios o puntos buenos del matrimonio?

—Jack...

—No, no. Pensemos seriamente en eso. —le interrumpió —Supongo que lo más lógico a pensar es que uno de los beneficios de estar casados es al fin poder tener esos periodos de intimidad en pareja, aunque en este caso...

—Eso no va a pasar. —le recordó

—Si... —hizo una mueca, recordando la conversación que había tenido con él sobre sus planes esa primera noche de casados —Ni hablar de posibles herederos. —murmuró, haciendo una mueca —¿Por qué es que la gente se casa? —resopló, sentándose junto al castaño haciendo una mueca de molestia

—¿Amor? —dijo Hiccup con duda, siendo incapaz de encontrar algo positivo de su unión en ese momento —¿Estabilidad? ¿Un título?

—Puras tonterías. —murmuró el peliblanco, haciendo reír al castaño

—Que la reina no te escuche. —bromeó —Creerá que no quieres estar con ella.

—Ella lo sabe. —admitió, encogiéndose de hombros —Quiero decir, sabe que no me emociona el matrimonio. Sabe que no le veo caso y... parece que saberlo no le decepcionó en lo más mínimo. Lo cual es un alivio, porque no sabría qué hacer si ella quisiera una ceremonia.

—¿Accederías a casarte si ella lo quisiera? —preguntó con curiosidad

—Eso no va a pasar. —negó con la cabeza —Por mucho que la ame y que ella me quiera, no podría haber boda.

—Pero...

—Ella es una reina, Hiccup. —le interrumpió —Y como reina, no puede casarse con un simple lacayo. Menos cuando ese lacayo es extranjero. —suspiró con pesadez antes de continuar con voz baja —Y es peor cuando ves que, ese lacayo extranjero, es un traidor.

—No eres un simple lacayo y no eres un traidor. —negó el castaño enseguida

—Mi padre y hermano opinan diferente. —le recordó con calma

—Tu padre se puede ir a la mierda en lo que a mí respecta. —Hiccup frunció el ceño, molesto con solo la mención de aquel hombre que tanto había dañado a su mejor amigo —Y en cuanto a tu hermano... ese maldito...

—Ya, ya.. entendí. —le interrumpió entre risas suaves, notando el enojo del futuro jefe —Creo que, cada vez que sale su nombre en la conversación, lo odias más. —bromeó

—Entonces deja de nombrarlo. —le dio un suave empujón en el hombro, resoplando molesto

—Sabes que tengo razón. —murmuró, parando sus risas y adoptando un semblante serio —Si ella se entera que soy el hijo de un jefe y, además, que yo ayudé a mi madre a liderar una revolución contra él... —dejó las palabras al aire, imaginando el rechazo que recibiría por parte de la reina

—Salvaron la vida de muchos. Salvaron la vida de tu hermana. —le recordó

—Y causamos la muerte de muchos más. —murmuró, teniendo presente el recuerdo de los gritos de auxilio de aquellos humanos que no lograron salir del territorio de Guardianes, recordando la sangre, los llantos, el fuego quemando todo a su paso...

—Jack. —la voz del castaño lo trajo de vuelta al presente, giró la mirada para verlo —Ella te ama. Estoy seguro que entenderá lo que tuvieron que hacer para salir de ahí con vida. —le sonrió a medias

—Que los dioses te escuchen. —suspiró, levantándose de la cama —Por ahora, vamos a que te cases. —estiró su mano a él para ayudarle a levantarse

—No respondiste a mi pregunta. —tomó su mano para ponerse de pie y lo abrazó por los hombros mientras avanzaban hacia la salida de la habitación, Jack soltó una risa suave

—En un plano hipotético en el que yo fuera lo suficientemente digno para casarme con ella...

—Que si lo eres, deja de pensar lo contrario. —le regañó, más fue ignorado por el peliblanco

—Debo admitir que, si acceder significa que podré besarla en público o solo tomar su mano sin miradas juzgando nuestra cercanía. Si, definitivamente me casaba con ella. —asintió con la cabeza —¿Feliz? —preguntó mientras se separaba del castaño

—Lo estaré el día que te cases con ella. —dijo divertido, riendo al ver un rubor extenderse por las mejillas de su amigo

Jack le dio un empujón y se apartó de el, tratando de calmar su sonrojo. Él sabía que Elsa necesitaba cuidar las apariencias en su reino para no tener problemas con miembros del concejo real, sabía que las demostraciones de afecto entre ellos estaba prácticamente prohibidas y eso le hacía ver que no había posibilidad alguna de dar un paso más con ella. Y estaba aprendiendo a lidiar con eso.

Ella era una reina, que tenía a su cargo una región bastante extensa de territorio y que debía cuidar la seguridad de toda su gente antes de pensar en si misma o en un inexistente futuro junto a él.

Y, aunque era descendiente de un jefe, Jack era solamente un mensajero de Berk en ese momento. Podría tener sangre "real" corriendo por sus venas, pero había perdido su título y su oportunidad de liderar en cuanto dejó su tierra natal con su pequeña hermana en brazos. Él ya no era nadie, nadie lo suficientemente digno como para estar con ella.

El camino hacia el lugar de la ceremonia le había parecido inusualmente eterno. Estaba segura de que terminaría perdiéndose un día en aquel enorme lugar.

Sabía, según lo que le habían explicado la tarde anterior, que aquella inmensa propiedad era únicamente de la familia Haddock. Sin embargo, debido a su gran extensión de la propiedad, los banquetes y celebraciones más importantes de Berk eran celebrados en aquel lugar desde hacía 20 años. Desde que Estoico "el Vasto" había llegado al trono.

Ella sentía que solo estaban aparentando aquel supuesto buen corazón que decían tener. Sentía que querían endulzar sus oídos, tratando de convencerlos de ser bondadosos con la gente de su región. Ella no creía ni por un momento aquellas palabras que le repetían una y otra vez, esas donde afirmaban que humanos y hooligans eran tratados por igual.

Si ese fuera el caso, ¿Por qué había tantos humanos trabajando y tantos hooligans solo paseando por el lugar?

Se había dado cuenta, mientras la preparaban para la ceremonia, que las mujeres hooligans tenían ropa mejor que las humanas, tenían accesorios diferentes, tenían incluso un aroma diferente. Y ahora que caminaba por la propiedad, veía otras diferencias en la manera de vestir, los peinados, las sonrisas, la manera en la que le veían.

Notó que cada humano que se percataba de su presencia le sonreía con genuina alegría, mientras que los hooligans solamente sonreían de manera educada hacia Anja o Sigrid. Notó que algunos de esos hombres de vestimentas sofisticadas y mujeres de accesorios dorados, la veían con desprecio. Parecían bastante inconformes con el hecho de que ella era una simple humana.

Astrid suspiró profundamente, bajando la mirada a sus manos, viendo los brazaletes en sus muñecas e imaginando que no eran más que grilletes dorados que la encadenaban a un ser al que odiaba.

Volvió a levantar la mirada cuando llegaron al fin al lugar designado. Giró la mirada para ver el inmenso comedor donde se llevaría a cabo el banquete, vio más caras sonrientes y se sintió obligada a corresponder con una sonrisa tímida.

—¿Estás lista, mi niña? —volteó a ver a su madre, quién le sonreía con cariño

—Lo estoy. —asintió con la cabeza viendo a lo lejos al castaño, que ya esperaba por ella del otro lado de aquel pasillo por dónde debía pasar —Nunca estuve más lista. —murmuró, emocionando a las mujeres que le habían acompañado hasta ese momento y que se despidieron apresuradas para ir a sus lugares.

Anja le sonrió con cariño y dejó una suave caricia en su mejilla, murmurando un agradecimiento antes de alejarse con Sigrid. Le sonrió a su hijo en cuanto estuvo cerca de él y este le sonrió de vuelta suspirando nervioso al ver a la preciosa rubia avanzando con calma hacia él, seguida de sus padres.

Era la mujer más hermosa que había visto nunca. Sonrió con ternura al notar lo bien que le quedaban aquellos accesorios dorados y esos delicados broches en su cabello. Sintió su corazón acelerarse cuando al fin la tuvo frente a él y sentía como si el aire se hubiera ido de sus pulmones en cuanto ella aceptó tomar su mano. Era la mejor sensación que hubiera podido experimentar nunca.

Por otro lado, ella sonreía a medias, analizando por qué él la veía tanto. Sintiéndose incómoda en cuanto le ofreció su mano y sintiendo como si su piel estuviera quemándose en cuanto estrechó su mano con la de él. Analizó su vestimenta, notando los brazaletes dorados, la capa de piel de color café que colgaba en sus hombros y era sostenida por un broche dorado con la insignia de Berk.

Vio los bordados de su túnica, tan delicados, tan elegantes. Vio la pequeña y extraña coronilla que tenía en la cabeza, dejando ver su posición en aquella región. Él era un príncipe, el heredero al trono de Berk, el único descendiente de Estoico Haddock "el vasto" y Anja Haddock "la amable".

Le daba gracia pensar en lo diferentes que eran sus suegros, lo diferentes que parecían ser ella y el castaño. Le causaba intriga saber con qué título le nombrarían después de que se convirtiera en jefa y qué título llevaría él. Se imaginaba que sería vista como "la humana" y ella tenía un apodo maravilloso para Hiccup, "el imbécil".

Sonrió ampliamente sin poder evitarlo, dejándose llevar por sus pensamientos.

Hiccup suspiró en bajo al ver aquella sonrisa, amando verla sonreír de esa manera. No sé imaginaba lo que pasaba por la cabeza de la rubia, pero no le importaba mucho en ese momento. Sea por la razón que sea, amaba verla sonreír así.

Ambos bajaron la mirada a Gothi, quién les sonrió mientras unía sus manos con una cuerda especial mientras el jefe oraba hacia los dioses, pidiendo su bendición para el nuevo matrimonio.

Astrid observó aquella cuerda cambiar de color, haciendo una mueca y siseando adolorida al sentir que le quemaba la muñeca. El castaño lo notó, murmurando una disculpa y asegurando que pasaría pronto. La observó con curiosidad al verla fruncir el ceño y maldecir entre murmullos, sin levantar la mirada hacia él, por lo que no sabía si las malas palabras eran para él o por la situación en general.

Unos segundos después, la cuerda volvió al color inicial, por lo que Gothi la retiró con cuidado. Hiccup no dejó de verla ni un instante, queriendo asegurarse que estaba bien. Ella, en cambio, mantenía la mirada en su muñeca, notando que ahora parecía tener una marca extraña en ella.

—Astrid... —levantó la mirada al jefe en cuanto lo escuchó y lo sintió acercarse —El día de hoy te damos la bienvenida a nuestro hogar y a nuestra familia. —Hiccup soltó su mano finalmente, con mucha suavidad. Tomando de las manos de su madre una capa de piel, similar a la del castaño pero completamente blanca, la cual colocó con cuidado sobre sus hombros.

—El día de hoy, te conviertes en una Haddock. En nuestra hija y nuestra esperanza de un mejor futuro. —dijo Anja con calma, acercándose para dejar una tiara dorada sobre su cabeza —Que los dioses los bendigan y que su bendición se extienda hacia todos nosotros.

Astrid sonrió a medias, viendo ahora hacia el castaño, quién se acercó para darle un beso que daría por terminada aquella ceremonia. Sintió su mano acunar con suavidad su mejilla izquierda, aquella que una tarde antes había tenido la marca de la mano de su padre. Sintió su otra mano en la cintura, atrayéndola con cuidado para dejar un beso suave sobre sus labios.

El bullicio no tardó en llegar, cada uno de los invitados comenzó a celebrar por su unión, riendo, gritando, aplaudiendo...

Cuando él se separó, tan despacio como se había acercado, se disculpó en tono bajo nuevamente, tomó su mano con delicadeza y le sonrió apenado. Ella solo suspiró, viendo a todos festejar por ellos, viendo a todos celebrar por aquella unión.

Y sonrió... no porque quisiera hacerlo, si no porque era lo que debía hacer. Sonrió, a pesar de sentir que su vida había acabado. Sonrió, a pesar de las inmensas ganas que tenía de llorar.

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