Señora Denisse X
Señora Denisse
Daba vueltas en mí cama mientras pensaba en lo que había pasado ese día. Tuve que quedarme más tiempo de lo que generalmente trabajaba y estaba cansado. Pero las palabras de Gustavo no dejaban mí cabeza.
Con un suspiro terminé sacando mis frazadas de encima y agarre mí portátil para acostarme de nuevo. Entré a Facebook y busqué mis usuario bloqueados. El perfil de Denisse era el primero y único en realidad.
La desbloqueé y entre para mandarle un mensaje por allí. Tenía el número de su casa, pero temía despertarla o, peor, que me contestará Santiago. Una vez que entre a la aplicación me quedé en blanco, porque.... ¿Qué le iba a escribir y cómo?
Decidí escribir lo primero que se me ocurrió.
Hola Denisse ¿Cómo estás?
Quería pedirte disculpas por la forma apresurada en que me fui hoy... No era mí intensión tener esa cobarde salida.
Sólo quería aclararte que, lo que lo provocó, no fuiste tú o algo así. Fue mí cabeza, porque me di cuenta de algo que... Bueno no viene al caso.
Sólo quería que sepas que no tienes la culpa de lo que hicimos. Tú estabas vulnerable por las cosas estúpidas que te había dicho Santiago y yo...
Desde que te conocí me tienes loco Denisse y no tienes la culpa ni nada. Eres muy hermosa e inteligente y tierna. Yo no tendría que haberme aprovechado de la situación.
Perdóname.
Si no quieres saber nada de mí lo entenderé.
Suspiré mientras leía todo lo que le había escrito. No esperé respuesta, simplemente no cerré del todo mí portátil y me acosté de lado. Mañana tenía que levantarme e ir a la universidad. No sabía con qué cara miraría a Santiago después de haber dejado que su madre me montara sobre la ropa hasta correrse y que ella me hiciera la mejor mamada que tuve en mí vida, para terminar corriéndome en todo su pecho...
Hice una mueca mientras mí pene se endurecía.
—¿En serio amigo?— gruñí mientras me volteaba hacía el otro lado, listo para no prestarle atención.
Pero no pude sacarme los recuerdos de la cabeza. Me dormí pensando en lo que habíamos hecho con Denisse.
•
Mi cuerpo se tensó al ver a Santiago acercarse con Diego al lado. Miré su rostro, no parecía enojado o que se haya enterado que estuve con su madre, así que intenté parecer tranquilo.
Ambos se sentaron mientras yo comía, dejando sus bandejas sobre la mesa.
—¿Qué hay, viejo?— saludo Diego extendiendo su puño cerrado al cual choque con el mío. Santiago también lo hizo, pero sin una sola palabra.
Nos dedicamos a comer, aunque yo ya no tenía hambre. Vi de reojo a Diego revisando su celular y a Santiago leer un libro. No había recibido mensaje de Denisse y estaba preocupado por ella. Pero tampoco sabía si podía simplemente preguntar por ella a Santiago.
Decidí que no tenía nada para perder.
—¿Cómo está tu madre, Santiago?
Me dí cuenta como tanto Santiago como Diego se tensaron con mí pregunta. El primero cerró su libro mientras Diego me hizo una señal de que no hablará, pero ya era tarde.
—¿Por qué quieres saberlo?— preguntó tranquilo pero frío, sin mirarme sólo concentrándose en su comida.
Mí mirada fue a Diego, él seguía agitando la cabeza con disimuló. Yo me encogí de hombros. No le tenía miedo a Santiago y si me decía alguna mierda, le rompería la boca como tendría que haberlo hecho ayer.
—¿Necesito tener una razón?— gruñí.
Santiago al fin me miró con una ceja alzada.
—No la veo desde ayer si tanto te interesa.
—¿Desde ayer?— Asintió—. ¿Desde que se pelearon?— él volvió a asentir— ¿Y no has visto si está bien o pedido perdón como mínimo?— Mí voz elevándose sin quererlo.
Santiago entre cerró sus ojos negros.
—¿Por qué tendría?
—¡Que mierda! ¿En serio, Santiago?— Me levanté del asiento con ganas de darle un puñetazo y los otros dos imitaron mis acciones.
—¿Que mierda contigo, Mateo? ¿También quieres follarte a mí madre?— gruñó.
Mis dientes se apretaron y antes de darme cuenta me tire sobre él, esparciendo toda la comida por la mesa y el suelo. Mí puño fue lo primero que conecto y ambos nos caímos al suelo, Santiago de espaldas y yo sobre él.
—¡Joder!— gritó Diego por arriba de nosotros.
Santiago reaccionó y me dió otro puñetazo en la mandíbula, mis dientes se chocaron entre sí y me dolió hasta el alma, pero le contesté con otro a su ojo izquierdo. Por el fondo de mí cabeza escuché los gritos de los demás estudiantes y el estruendo que hicieron las sillas y bancos al arrastrarse. Santiago y yo rodamos por el suelo, intentando dominarnos uno al otro. Él golpeó mí muslo con su huesuda rodilla y gemí por lo cerca que estuvo de mis pelotas.
El maldito cabrón no peleaba justo.
Le di un cabezazo cuando él terminó sobre mí y lo hice rodar de nuevo a su espalda. Agarré con un puño su camiseta y levanté un poco su cuerpo para darle un puñetazo más en la parte izquierda de su cara. Pero tuve que soltarlo cuando varias manos me separaron de él. No forcejeé con ellos, mí enojo era con Santiago no con los demás.
Mis oídos parecieron destaparse y pude escuchar las voces de todos.
—¡Sepárenlos!
—¿¡Pero que significa esto!?
Los murmullos de los estudiantes me hicieron separar la mirada de Santiago que estaba siendo levantado y retenido por el profesor Renzo de filosofía.
—Estas es serios problemas, Sosa...
Casi gemí cuando escuché la voz de Torrez en mí espalda. Me dí cuenta que él era el que me sostenía y por la mirada sombría de Renzo, supe que lo que decía era verdad.
Mierda...
Continuará...
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