✦•┈Parte 2┈•✦
Diez años después.
—¡Estoy bien! ¡Te prometo que te alcanzaré! ¡Corre!
Garras afiladas, gritos y sangre, mucha sangre. Solo eso recordaba antes de ver a mi hermano por última vez.
De nada servía revivir ese recuerdo por décima vez en el día, así que mordí con fuerza mi pulgar derecho, hasta el punto en que salió sangre. Solo así regresé a la realidad.
Los estúpidos mosquitos se acercaban en grupo a mi linterna y yo batallé para alejarlos. En un arrebato de ira, hice un movimiento brusco con la mano para espantar a los insectos y la linterna se escapó de mi mano.
Permanecí quieta mientras esta rodaba por algunas cuantas piedras hasta que cayó de una altura considerable y la luz se apagó.
Este asqueroso día no podía ser peor.
Tenía otras cuatro linternas más en mi bolsillo, así que saqué otra y alumbre a mis pies.
Sin embargo, apagué la linterna en el acto al escuchar unos pasos. El corazón estuvo a punto de salirse de mi pecho y saqué el cuchillo que guardaba en mi suéter.
Respiré un par de veces, preparada para darme la vuelta y capturar a ese monstruo.
Pero como siempre, nada salía como lo planeaba.
—Quiero hacerte una pregunta importante, amor —dijo el dueño de esos pasos.
—Dime, bebé —respondió una voz chillona de mujer.
Perfecto. No eran los monstruos, solo una tonta pareja de enamorados.
Qué asco.
—¿Te casarías conmigo?
Silencio total.
¿A quién en su sano juicio se le ocurría proponer matrimonio en el bosque a mitad de la noche?
Al parecer, a ese estúpido que casi gritaba sus palabras. Si el monstruo estaba cerca, su voz de neandertal ya lo había asustado.
Otro día más perdido.
—¿No crees que es muy repentino?
Hasta mi escondite podía distinguir el desinterés de la mujer en esas palabras. En fin, no tenía planeado quedarme a escuchar cómo le rogaba el hombre, así que me escabullí entre la maleza, corriendo el riesgo de que me descubrieran por la cantidad de cosas brillantes que llevaba puesta.
—Llevamos más de seis años de novios y quiero pasar el resto de mi vida contigo. —El tipo dio un par de pasos para atrás e hizo imposible mi escape.
Asomé mi cabeza y, gracias a las luces de un auto, que supuse era de ellos, pude distinguir la silueta del tipo hincado.
—Escucha, bebé. Yo soy un alma libre y no me visualizo siendo esposa de nadie, jamás. ¿Comprendes?
—Pero nosotros…
Una bofetada cortó sus palabras.
—Deja de insistir. Si acepté venir a este sucio bosque, fue solo para decirte que me iré a Italia la semana que viene. Entiende que yo debo volar a otros horizontes y no me quedaré en este pueblucho para siempre.
La mujer lo dejó solo y se subió al auto.
Me escondí mejor cuando se alejó y las luces amenazaron con delatarme.
Bien, era lo más raro que había presenciado en el bosque hasta ahora.
Pasaron aproximadamente unos veinte minutos cuando decidí por fin encender una linterna y regresar a casa. Mi búsqueda, como siempre, fue en vano.
Tomé mi monopatín y salí de mi escondite, lanzando maldiciones al aire.
Las rueditas se atascaron entre un montón de lodo y no tuve más remedio que seguir a pie. Y se suponía que esta era la ruta “segura” del bosque.
El lodo pronto cesó, dando paso a una pequeña colina que subí a pie, para después tomar impulso y dejarme caer con el monopatín. Era un camino que ya había tomado antes y finalizaba con un puente de piedra, construido para que fuera seguro cruzar el río.
Estaba a unos pocos metros de salir del bosque y todo hubiera salido a la perfección, pero un estúpido, parado en medio del puente, arruinó mi salto.
Caí encima del desconocido y mi monopatín salió volando. El sonido que hizo al caer en el río me confirmó lo peor. Había perdido mi único transporte.
—Auch. ¿Te encuentras bien?
Nadie paseaba solo en el bosque, a menos que fuera uno de esos duendes.
Saqué una de las linternas de mi bolsillo y le alumbré la cara. Con la otra mano sostuve el cuchillo que guardaba en mi pantalón por si era uno de esos monstruos.
No lo era.
Se trataba de un tipo vestido con ropa hawaiana que se sobaba su cabeza por el golpe.
Conocía de algún lado ese cabello rubio ondulado. ¿Del orfanato? ¿Alguno de los policías asignados al caso?
No importaba, no lo volvería a ver.
Ignoré las disculpas que seguía diciendo el hombre y me puse de pie, apoyándome de su cara.
—Eso sí que fue un buen golpe —dijo él aún en el suelo.
No le respondí.
Me acerqué al borde del puente y alumbre como loca. Solo piedras y restos de troncos. Ni señas de mi monopatín.
—¿Tu bicicleta fue la que salió volando? —me preguntó—. Vamos, responde, niña.
Su voz… Era el mismo tipo que le pidió matrimonio a su novia minutos antes.
—Está bien. Comprendo que estés asustada, pero soy policía y puedo ayudarte…
—¡Jeremy! ¡Tu estúpido perro no me deja entrar a nuestro apartamento!
La mujer de antes llegó en el carro, se estacionó y comenzó a reclamarme que el animal no la dejaba sacar sus cosas para irse de una vez.
Yo aproveché esa distracción para terminar de pasar el puente y esconderme detrás de unos árboles muy cerca de una cabaña de los guardabosques.
Nada parecía tener importancia, mi mente solo se concentraba en un nombre y lo repetía mil veces:
Jeremy.
Claro que recordaba a ese tipo. Era uno de los mejores amigos de mi hermano.
***
Esperé paciente a que dejaran de discutir. La tal Jazmín le había dicho que, ya que él no se quería deshacer del perro, sus amigos pasarían por sus cosas y con eso se despidió de él.
Jeremy se quedó mudo, parado como un idiota y viendo cómo su exnovia se alejaba de lo más feliz.
Si mucho transcurrieron cinco minutos y él cruzó el puente. Se dirigió a una de las máquinas expendedoras de la plaza y sacó un refresco.
Lo seguí sin pensarlo mucho y salí por fin de la zona boscosa. La horrorosa plaza al lado del bosque sí servía de algo al dar luz en la noche. Esa fue una de las medidas que tomaron para evitar más desapariciones.
En fin, mientras lo maldecía sin parar en mi mente, traté de seguirlo, ya que comenzó a caminar muy rápido rumbo al pueblo.
Era difícil sin mi monopatín y, en más de una ocasión, tuve que esconderme de un par de parejas muy juntitas que pasaban por ahí. Idiotas, se notaba que no tenían nada que hacer en sus casas.
Una música horrorosa, como de feria, con acordeón y trompetas, me sacó de mis pensamientos y vi que Jeremy entraba al local de donde provenía esa música.
Era un bar.
Me pasé con fuerza las manos en la cara, haciéndome de la idea de lo que estaba a punto de hacer y sin darle más rodeos al asunto, entré también.
Me quedé en una de las mesas de la esquina, en lo que pensaba las palabras que usaría para sacarle información. Jeremy, mientras tanto, pedía botella tras botella y se las acababa de un sorbo.
Cuando fue incapaz de abrir bien los ojos y su cara estaba roja como un horrible tomate, me acerqué a él y le toqué el hombro dos veces.
Apestaba. Odiaba el olor de la cerveza.
—¿Quieres algo, bonita? —preguntó y lanzó un eructo.
—Quiero hablar contigo.
—¿Hablar? ¿Por qué quieres hacer algo tan aburrido? Podemos ir a mi casa…
—Está bien.
Jeremy se levantó de su asiento, me tomó de la cintura y juntos salimos del bar. A penas y se podía mantener en pie y yo batallaba por seguir sus indicaciones para llegar a su casa.
Al ver el apartamento azul, sonreí. Era mi oportunidad perfecta para registrar la casa de uno de los principales sospechosos que tenía anotados en mi libreta.
Encontraría a Drew a cualquier costo.
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