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—Yo no hice eso —susurré incrédulo—. Es otra maldita trampa de ese duende.

—Hijo, tú fuiste el único que envolvió los regalos —intervino papá—. Necesitas ayuda. Tu mamá me dijo que últimamente has visto y hecho cosas que… 

—¡No estoy loco! —me apresuré a contestar—. ¿No han notado que Molly está actuando extraña? ¡Lo hace porque es un maldito duende disfrazado y la verdadera Molly está ahora mismo en la cueva de ese monstruo! 

—¡Suficiente! Ve a tu habitación ahora mismo. —Mamá se llevó las manos a la cabeza—. No quiero seguir escuchando tus disparates. 

Vi a papá en busca de apoyo, pero él solo negó con la cabeza y abrazó con fuerza a la falsa Molly. 

—No estoy loco —susurré—. No iré a ningún hospital psiquiátrico. 

Dicho esto, subí corriendo las escaleras y, antes de doblar por el pasillo, volteé a ver a mis padres por última vez. 

Mamá negaba con la cabeza mientras me miraba colérica. Papá solo consolaba a Molly. Y en cuanto a ese maldito monstruo, se aseguró de que nadie la viera para sonreír a mi dirección. 

Esto era el colmo. 

Entré a mi cuarto dando un portazo, para después cerrar la puerta con llave. 

—¿Estás bien? —Amanda se levantó de la cama para abrazarme. 

—Mis padres no me creyeron. Dicen que estoy loco y me mandarán a un hospital psiquiátrico…

Escupí esas palabras con amargura. Amanda me vio aterrada y comenzó a sollozar. 

La abracé más fuerte y estuve a punto de decirle que necesitaba saber dónde estaba esa puerta. Debía rescatar a Molly antes de que me mandaran lejos y fuera demasiado tarde.

Sin embargo, esas palabras quedaron atoradas en mi garganta cuando sentí los labios de ella sobre los míos. Esa calidez fue más que suficiente para que olvidara todo lo que iba a decir. 

—Digan lo que digan, tú no estás loco. Eres el chico más maravilloso e inteligente que he conocido en mi vida. 

Su tacto en mi piel nubló mis sentidos y la dejé levantar mi camisa mientras me seguía besando. 

—No creo que…

No me dejó seguir hablando e hizo que me recostara en la cama. 

—Te amo —susurró mientras se quitaba las prendas restantes. 

***

Dejé suaves caricias sobre la espalda desnuda de Amanda y ella me respondió con una risita. 

—Esto es perfecto —dijo y se sentó sobre mí—. Tú eres perfecto. 

Dos golpes en la puerta nos hicieron pegar un salto al mismo tiempo. Para mi buena suerte, había cerrado con llave. 

—¿Sí? —pregunté mientras buscaba mis pantalones. 

—Andrew, baja a almorzar. —Papá ya no se escuchaba tan molesto—. Tu mamá ya está más calmada. 

—Está bien —respondí de mala gana. 

Amanda me dio un rápido beso, se puso mi camisa y corrió a esconderse en el armario, sin olvidar sus linternas. Suspiré, derrotado y deseando regresar con ella. 

Sin más, salí del cuarto lo más rápido que pude, sin permitirle a papá ver el desorden. 

—Tu mamá bajará en un momento. Ha estado ocupada haciendo las llamadas. 

—¿Llamadas? —pregunté con miedo. 

¿Acaso ya estaba todo listo para internarme?

—Las llamadas a los padres de los amigos de Molly —aclaró—, para la fiesta de mañana. 

—¿De qué hablas? 

¿Fiesta? ¿Celebraban que iban a internarme? 

—¿No lo sabes? Tu mamá me dijo que venían planeando esta fiesta desde hace un par de días. 

—No estoy entendiendo nada. 

Al ver mi cara de extrañeza, papá suspiró. 

—Planean usar el jardín para la fiesta del cumpleaños número ocho de Molly. Tu mamá está llamando a todos los amiguitos de tu hermana de su anterior escuela. Qué bueno que la mayoría ya aceptó venir. Molly estaba haciendo un berrinche porque quería muchos invitados en su fiesta. 

Entonces recordé aquel blog mal hecho y todo pareció cobrar sentido. 

Si un niño le gusta a Houa, él mandará a un secuaz para suplantarlo y hacer maldades. 

¿Por eso había cambiado a Molly? ¿Para atraer a más niños? 

La falsa Molly había convencido a mamá en estos días para hacer una fiesta e invitar a todos esos niños. Houa tendría para escoger, podía hacer con esos niños lo que él quisiera. 

Carne tierna. 

De nuevo esa voz, Houa estaba cerca. 

—¡Deja a mi hermana en paz, maldito enfermo! 

Dulce carne tierna. 

—¿Qué demonios es eso? —preguntó papá—. Viene de aquel cuarto. 

Lo vi perplejo y sentí un enorme alivio. Él también podía escuchar esa voz. 

Sin esperar más, ambos corrimos al cuarto extraño mientras Houa seguía repitiendo las mismas palabras. 

Papá forzó la cerradura y de una patada abrió la puerta. Yo fui el primero en irrumpir en esas cuatro paredes llenas de arañazos y suciedad. Me costó respirar un poco por el polvo, pero no perdí el tiempo y me dirigí a la enorme rama que se colaba por la ventana. Comencé a buscar como loco, tocando la áspera corteza. 

¿Dónde se escondía ese demonio? 

—No es gracioso, salga ahora de mi propiedad o llamaré a la policía —Papá le dio una patada a unas viejas maderas apiladas contra la pared. 

Nada. Solo estábamos nosotros dos. 

Papá buscaba por todos lados al intruso, pero ignoraba la rama del árbol por donde pudo escapar antes de que nosotros llegáramos. 

Por un segundo, vi al exterior y me topé con Molly, parada en el jardín. Dejé de buscar a Houa y me apoyé en la madera vieja y astillosa de la ventana. 

La criatura, con forma de mi hermana, tenía al gato en brazos y pareció notar mi presencia enseguida. Por primera vez, no había maldad en su mirada, solo una inmensa tristeza. ¿Estaba llorando? Era imposible saberlo por la distancia. 

En silencio, me llamó con la mano y se fue corriendo, rumbo al bosque. 

Estas “voces” solo eran una distracción. 

Empujé a papá y salí tras Molly o lo que se suponía era mi hermana. 

—¿Andrew? ¿Qué sucede? —preguntó papá mientras me seguía. 

—¡Molly va de nuevo al bosque! 

—Imposible, está cocinando allá abajo. 

Al estar en la cocina, mis sospechas fueron verdaderas. Solo mamá estaba picando unos vegetales, muy tranquila mientras hablaba con alguien por teléfono. 

—¿Y Molly? —interrumpió papá. 

—Espera. —Mamá dejó a un lado el teléfono—. Fue al baño… 

—No, acaba de ir sola al bosque. 

Mis padres intercambiaron una mirada de preocupación y llamaron a Molly a gritos. 

Nadie respondió. 

Los dejé a ambos en la casa y corrí rumbo al bosque, al lugar donde me pareció ver a mi hermana. 

—¡Molly! —grité mil veces. 

Y respondió por fin. 

—¡Drew! ¡Ayúdame! 

Seguí la voz que gritaba mi nombre al mismo tiempo que esquivaba un sinfín de árboles. El terreno lodoso me hizo dejar tirados mis zapatos y continué corriendo solo con calcetines. 

No podía parar, Molly me necesitaba. Estaba muy cerca de encontrarla. 

—¡Drew! ¡Me lastiman! 

Entonces por fin encontré de donde provenían sus gritos. 

Detrás de una roca del tamaño de una cama, una puerta roja entre abierta dejaba salir gritos de dolor y una serie de olores que me hicieron aguantar una arcada. Apestaba a orina, excremento y pescado. 

Eso no me iba a detener. Abrí por completo la puerta y mi mano se llenó de ese líquido viscoso de siempre. Respiré profundo, esperando encontrar algunas escaleras que me llevaran al mismísimo infierno. 

Lo que encontré no fue muy diferente: Era un túnel y a simple vista no se podía ver la profundidad. 

—¡Andrew! —esta vez era papá quien me llamaba. Estaba cerca, en alguna parte del bosque.

Di unos pasos hacia atrás, dispuesto a gritar para que mis padres supieran donde estaba. 

—¡Papá! —grité—. ¡Papá! ¿Puedes escucharme? 

Silencio total. ¿Acaso su voz fue producto de mi imaginación? 

—¿Andrew? —Mis padres se acercaron corriendo. 

Yo moví mis brazos para que me vieran mejor y quise correr hace ellos. Sin embargo, mis pies se toparon con algo blando y viscoso entre la hierba. A pesar de mi calcetín, pude sentirlo a la perfección y enseguida me agaché para ver de qué se trataba. 

Era un cuerpo lleno de gusanos y algo le había arrancado casi por completo la cabeza. Tapé mi nariz ante el olor tan desagradable y estuve a punto de alejarme, pero reconocí la ropa que llevaba puesta. 

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