✦•┈16┈•✦
—¿Seguro que estás bien? Jeremy me contó que escuchas voces en tu casa. Drew, estoy muy preocupada… Iré a verte ahora mismo.
—Britt, tranquila. Solo olvidé tomar unas pastillas que recetó el doctor. Además, no he estado durmiendo bien en los últimos días.
—¡Pero eso no es normal! —gritó del otro lado del teléfono—. En unos minutos estaré en tu casa...
—No será necesario. —Amanda me arrebató el teléfono—. Él está bien —dijo y colgó la llamada.
—Oye, Britt es mi amiga y está preocupada.
—Puede ser una aliada de Houa por la insistencia con la que te habla.
Amanda puso a un lado mi celular y se sentó sobre mi pecho. Bueno, un poco más abajo para mi mala suerte. Su vestido se subió, dejando a la vista sus piernas que mis manos morían por recorrer.
Quise incorporarme, pero me tenía atrapado debajo de ella. Si se mecía un poco más abajo, estaría en graves problemas y en una situación muy bochornosa, así que intenté respirar profundo y controlarme. Debía quitármela de encima cuando antes.
—Hay ruido allá abajo —dijo ella muy tranquila—. Creo que tu mamá tiene invitados.
—Claro, iré a ver. —Quité mis manos de sus piernas y ella tocó por un momento mi rostro.
Su boca estaba entreabierta y si levantaba un poco mi cabeza, podría rozar mis labios con los suyos. No, era una mala idea.
Ella pareció darse cuenta del efecto que tenía en mí y se fue alejando poco a poco, con una pequeña sonrisa adornando su bello rostro.
Sin más, se acostó a mi lado, dejándome libre.
Me puse de pie de un tirón y caminé directo a mi armario, con mi cabeza dando vueltas por lo que acababa de pasar.
Busqué un sudadero limpio y me apresuré a ponerme los zapatos, evitando verla a toda costa. Sin embargo, ella ya se había tapado con mi sábana y regresar a mi cama junto a ella comenzaba a ser una idea tentadora. Lo único que me impedía hacerlo era la voz ronca que se escuchaba en el piso de abajo.
Amanda tenía razón, mamá había entrado a alguien a la casa.
—Puedes tomar la ropa que desees para que estés más cómoda —dije con la mirada fija en el suelo—. Iré a ver quién está en la sala. Pase lo que pase, no salgas.
—Está bien, te espero.
Bajé las gradas torpemente. No sabía bien qué era lo que me estaba pasando. Jamás había sido tan inseguro frente a una chica, pero desde lo que había pasado con Daniela, digamos que había perdido toda confianza en mí mismo.
Suspiré derrotado, a punto de darme un puñetazo por pensar en esas cosas cuando lo que verdaderamente importaba era Molly y no mis estúpidos sentimientos.
Al llegar a la sala, mis sospechas se confirmaron. Molly o bueno, la cosa que decía ser Molly, abrazaba con fuerza a un sujeto con un saco marrón. La tela estaba muy vieja y con agujeros. A todas luces, el tipo parecía un vagabundo.
—Te extrañé —dijo la falsa Molly—. Qué bueno que estás de regreso, papi.
¿Papi?
Corrí para quedarme frente a frente con el sujeto. No, él no podía ser papá. Había envejecido como veinte años. Su barba canosa y descuidada estaba llena de restos de comida y ni hablar de la maraña que tenía por cabello. Ya no quedaban rastros de aquel hombre elegante, con su traje impecable, que asistía a entrevistas y firmas de libros.
Al parecer, para él había sido más difícil lo del divorcio.
—Drew. —Me abrazó sin soltar a Molly—. Qué bueno verte de nuevo, hijo.
Apestaba a cigarro y a suciedad, pero no me aparté. Ahora que él estaba en la casa, por fin conseguiría traer a Molly de regreso.
—No deberías estar aquí —Mamá entró a la sala y arrojó a nuestros pies unos papeles—. Aquí está por lo que venías, ahora vete.
—No, no me iré. —Papá nos dejó de abrazar—. ¿Cuándo ibas a contarme lo que sucedió con Molly?
—¡Ahora finges que te interesan tus hijos! ¡Solo eres un bueno para nada que nos abandonó en el peor momento!
No pude soportarlo más, tomé a la falsa Molly del brazo y salimos de la sala. Ya en el patio, el aire fresco me ayudó a respirar mejor. Siempre era lo mismo con ellos. Debía darles unos veinte minutos para que sacaran toda su frustración y fastidio que sentían el uno por el otro. Después de eso, ambos paraban abrazados y prometiendo que todo sería diferente. Ya lo sabía bien, siempre era igual.
Molly no me dirigió la palabra, solo comenzó a jugar con el jodido gato blanco que nos esperaba cerca de la puerta.
—Señor Rasguños ha sido un gato muy bueno —dijo la mocosa y le quitó parte del pájaro que el animal devoraba—. Si te sigues entrometiendo, él hará lo mismo contigo.
Me tiró en la cara los restos de la pobre ave para después tomar al gato y salir corriendo, de regreso a la casa.
Maldito monstruo.
Entré de nuevo a la sala y tuve razón. Mamá y papá estaban abrazados y susurrando una serie de cosas que me fue imposible escuchar.
—Siéntate —le dijo mamá muy feliz—, te iré a preparar algo para comer.
Papá se sentó en el sillón y yo esperé paciente a que mamá fuera a la cocina.
—Debo hablar contigo —me apresuré a decir—, algo malo le está pasando a Molly.
Papá abrió los ojos de par en par y después se tensó en el sillón.
—¿Está enferma? —preguntó preocupado.
—No —suspiré, tomando valor para lo que iba a decir—. Desde que se perdió en el bosque no es la misma. Sé que suena a un disparate, pero es mala, finge ser un ángel y hasta intentó lastimar a Max… —Hice una pausa al recordar a mi perro. No necesitaba preguntarle, sabía bien que él no se lo había llevado—. Es otra persona, papá. Esa cosa que está en la cocina no es Molly.
Papá asomó su cabeza y se quedó viendo al diminuto ser que se mecía de un lado al otro con el gato en brazos.
—La verdad es que sí está muy cambiada…
—Y escucha esto. —Con mis manos temblorosas saqué la libreta con mis anotaciones—. En este bosque habita un duende; dicen que se alimenta de los niños. Sé que es una locura, pero solo tienes que leer esto, todo tiene sentido. Lo del gato, la extraña actitud de Molly… Él la cambió por uno de sus secuaces y la tiene prisionera en sus cuevas.
Papá tomó la libreta y fue pasando hoja por hoja. Su cara estaba pálida y alternaba miradas aterradas entre mis anotaciones y Molly.
Yo solo podía rogar en mi mente para que me creyera y no pensara que estaba loco. Me movía de un lado a otro en el sillón, frotando con fuerza mi nariz y con ese temblor incesante en mi ojo.
Esperar por su respuesta era una tortura.
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