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✦•┈06┈•✦

Maldije sin comprender quién estaba con mi hermana. ¿Acaso un vagabundo se había metido a la casa? ¿Papá había venido de visita? No, nada tenía sentido. ¿Por qué le había dicho que siguiera fingiendo ser Molly? 

—¡Molly! —Toqué dos veces, mucho más fuerte que antes—. ¡Abre ahora mismo! 

Al no recibir respuesta, me preparé para tirar la puerta de una patada si era necesario, pero Molly por fin contestó.

—¿Qué quieres, hermanito?

Abrió un poco la puerta solo para sacar su cabeza y yo la empujé, irrumpiendo en esa vieja habitación.

Le eché un vistazo al lugar, buscando al intruso. 

La rama de aquel árbol, que se colaba en la habitación, estaba adornada con varios listones y dibujos de princesas. No había rastros de ninguna otra persona ni de nada sospechoso, solo ese gato blanco viéndome fijamente.

—Estabas con alguien, tenía unas enormes garras y una voz que…

Molly hizo una mueca y negó repetidas veces con la cabeza. ¿Acaso yo había imaginado todo? ¿Estaba teniendo las mismas alucinaciones que sufría mamá?

—Solo estoy jugando antes de ir a dormir.

—Yo lo vi, estoy seguro. 

Al comprender que yo no me iría hasta obtener respuestas, comenzó a gritar como loca:

—¡Mamá! ¡Andrew me está molestando!

—Silencio, mocosa. —Intenté tapar su boca—. Nos meterás en problemas a los dos.

Ya era muy tarde, mamá apareció con la bata a medio poner y su cara pálida de siempre.

—Andrew, por Dios, ¡suelta a tu hermana!

—No lo entiendes, ella…

—¡Silencio! Vete de aquí y espérame afuera.

No tuve más opción que obedecer y esperar a que mamá abrazara a Molly para calmarla. La tomó de la mano y juntas fueron a la habitación de la mocosa. En lo que mamá la arrullaba como a una bebé para que se durmiera, yo revisé el lugar.

Nada. No había rastros de nada sospechoso, mucho menos un lugar para que alguien pudiera esconderse. 

Solo polvo y cristales rotos de la ventana, sin mencionar una cocina de juguete y diversos trajes diminutos que asumí, eran para el gato.

Ya más tranquilo, me recosté en la vieja pared y pensé por un rato la situación. No estaba exagerando, sabía bien lo que había visto.

Varias piedras cayeron en mi cabello mientras era testigo de cómo el gato se subía a aquella rama y salía con total tranquilidad de la casa.

Ese gato siempre estaba cuando algo malo pasaba y una tonta idea vino a mi cabeza, pero mamá me interrumpió con sus gritos de siempre. Sin más, me apresuré a atender su llamado, antes de que enloqueciera.

—Estuvo muy mal lo que hiciste —susurró mientras cerraba muy despacio la puerta de Molly—. Le debes una disculpa a tu hermana.

—No la encontraba por ningún lado, fui a esa habitación vieja y allí estaba ella, con alguien de enormes garras y piel verde…

Era un asco para explicar cuando estaba nervioso.

—Ver tanta tontería en tu celular te está afectando la cabeza. Escucha nada más los disparates que estás diciendo.

—No son disparates…

—¡Basta! —gritó mamá—, ya estoy cansada de ti. Ve a dormir, hablaremos de esto en la mañana.

Regresé a mi cuarto con la mirada fija en el suelo. Max apareció corriendo y en silencio se subió a mi cama con miedo, ya no movía su cola como antes.

Lo dejé dormir y me pasé toda la noche buscando esa figura de madera. Podría jurar que estaba en el bolsillo de uno de mis pantalones, pero no había nada.

Exhausto y con la cabeza hecha un lío, me dispuse a dormir, aunque no tenía nada de sueño. Vigilaría mejor a Molly y sobre todo le haría saber a mamá lo que estaba pasando.

Antes de apagar la luz, me acerqué a la ventana para correr la cortina. Sin embargo, una persona en la calle me alarmó. Era el oficial de antes, el viejo gordo y calvo que trataba con mucha confianza a mamá durante la conferencia de prensa.

No me inspiraba confianza y abrí la ventana para hacerle saber que ya lo había visto.

El viejo solo sonrió, se metió a la patrulla y por fin se largó de nuestra calle.

Perfecto, ahora teníamos a un loco acosador.

Apagué la luz y me hice espacio entre la cama con cuidado para no despertar a Max. Vi el techo hasta que perdí la noción del tiempo, mi cabeza repetía mil veces el recuerdo de Molly con ese conejo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos con un ruido y levanté un poco mi cabeza para ver de qué se trataba.

En el fondo de la habitación estaba una persona pequeña, con el cabello largo y los ojos rojos brillando con la débil luz que entraba por la ventana.

Todo mi cuerpo quedó presa de un extraño hormigueo y no me pude mover. La presión en mi pecho aumentaba cada vez más, al igual que el sudor frío que bajaba por mi frente. Parpadeé incontables veces, buscando una explicación para lo que estaba viendo, debía ser ropa, la silla o la sombra del ropero. No quería aceptar que eso se iba acercando cada vez más a mí.

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