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✦•┈01┈•✦

Me puse mis zapatos y bajé lo más rápido que pude. Abrí con cuidado la puerta principal y encendí la linterna, preparado para cualquier cosa, pero solo me topé con los destrozos de mi perro.

La bola de pelos había hecho un enorme agujero en el jardín, cerca de los rosales que mamá plantó horas antes. Las rosas estaban intactas y era cuestión de tiempo para que las destruyera también.

—Max, deja eso —susurré—, nos meterás en problemas.

Max corrió con algo en el hocico y lo dejó en mis pies. Era una pequeña figura de madera muy detallada de un hombre con garras inmensas.

De pronto, la linterna de mi celular se apagó y me fue imposible encenderlo. Era como si se hubiera quedado sin batería, cosa absurda, ya que estaba cargado.

Max comenzó a ladrarle a unos arbustos para después cambiar sus ladridos a unos más amenazantes. Él era muy amigable, pocas veces ladraba, por lo que me llevó a pensar que alguien se escondía en la oscuridad. Podía ser algún loco, o bien, algún gato o ratón.

El aire frío me hizo querer regresar a la casa de inmediato, sin descubrir el causante del miedo de mi perro.

—¡Max! —grité—, ¡regresemos a la casa!

Mi perro no respondió y ya no hizo ruido.

No lo podía dejar, así que caminé torpemente entre las plantas, llamándolo una y otra vez. En una mano tenía mi celular que seguía apagado, y en la otra el muñeco extraño de madera. Vaya armas que tenía para defenderme.

Las espinas de los rosales me arañaron las piernas. Sonreí incómodo al imaginar que no eran espinas, sino uñas las que me hacían daño.

Mis pensamientos quedaron de lado al notar que algo se movía cerca de mis pies y creí que se trataba de Max. Cuando estuve a punto de atraparlo, alguien encendió las luces del jardín y cerré los ojos por tanta luz.

Me di un par de golpes con la manga de mi camisa y después me agaché para atrapar por fin a Max. Mi sorpresa fue muy grande al comprobar que estaba solo. Max no era esa silueta, de hecho, estaba del otro lado del jardín, quieto y viendo a la pared.

—¿Está todo bien?

La voz de mamá en la puerta me hizo olvidar el miedo que comenzaba a sentir. Con mis manos frías, metí la figura de madera en el bolsillo de mi pantalón y entré a la casa para después llamar a Max.

—Perdón si te desperté, detuve a Max antes de que hiciera estragos en el jardín.

Mamá sonrió y acomodó mejor la bata rosa que llevaba puesta.

—No importa, cariño. Sube a dormir.

Caminé como si todo estuviera bien, aunque me sentía mareado y con ganas de vomitar. Apenas llegué y me dejé caer en la cama, presa de un inmenso cansancio.

***

—Huevos, leche y cereal. —La mocosa comenzó a saltar en mi cama y abrí los ojos de golpe.

Ya era de día y los recuerdos de la noche anterior vinieron a mi cabeza.

Sin que ella se diera cuenta, llevé mi mano a mi bolsillo, comprobando que la figura de madera seguía ahí.

—¿Qué te he dicho de entrar a mi cuarto?

Su mal hábito de entrar sin tocar la puerta ya me estaba cansando.

—Mamá quiere que vayamos de compras, se siente mal.

La aparté lo más rápido que pude y salí disparado al cuarto de mamá. Me preocupaba su salud, nunca fue la misma después de lo que pasó con el idiota al que llamábamos padre. Cuando las cosas se pusieron mal de nuevo, no dudó en desaparecer. El banco nos quitó la casa y él huyó con el poco dinero ahorrado que tenía mamá.

En fin, ahora los tres iniciaríamos de nuevo y era mi deber que todo marchara bien.

Toqué tres veces como de costumbre y me dispuse a entrar al cuarto de mamá junto a Molly.

—No entren. Me estoy cambiando —dijo del otro lado de la puerta—. ¿Pueden ir a comprar las cosas de la lista que dejé en la mesa?

—¿Pero te sientes bien? —pregunté preocupado.

—De maravilla, solo vayan a comprar esas cosas, por favor.

Obedecí dudando y me fui a cambiar. Mamá pocas veces nos pedía salir tan temprano, tal vez solo estaba cansada.

La mocosa ya me esperaba al lado de Max y, sin más, salimos rumbo a la tienda. 

En el camino, una mujer llamó mi atención. Tenía unas enormes ojeras y repartía volantes a cada persona que pasaba por la calle. Yo no fui la excepción. 

La mujer tocó por un segundo mi brazo después de que me dio el volante. No pude evitar un escalofrío. 

En la hoja aparecía la fotografía de un niño de la edad de Molly, con el cabello rubio peinado hacia atrás. Alcancé a ver el nombre del niño:

Nick Arias. 

—Drew, tengo hambre. ¡Cómprame un helado! —Molly señaló una tienda.

Doblé el papel y lo guardé en mi bolsillo. Lo miraría luego, con más calma y sin la insistencia de la mocosa. 

—No, es muy temprano.

—¡Lo quiero! ¡Lo quiero! —Se tiró al suelo y comenzó a llorar, llamando la atención de la gente que pasaba, incluida la señora de los volantes. 

—¿No puedes comportarte por una vez en tu vida? —Obligué a Molly a pararse y ella me empujó.

—¡Pero tengo hambre!

—Molly, son las seis de la mañana y no tenemos qué comer. ¡Déjame comprar el desayuno y haz silencio ya!

Paró de hacer ese llanto que sabía que era fingido, y me vio con sus ojos bien abiertos mientras apretaba los puños.

—¡Te odio y odio también este lugar! ¡Ojalá me hubiera quedado con papá!

La mocosa salió corriendo rumbo al bosque y no tuve más opción que seguirla.

Genial, esto era justo lo que faltaba.

—¡Molly, regresa en este momento o no habrá postre!

No le importaron en nada mis amenazas.

Gracias a Max fue fácil encontrar su escondite. Se había metido en un viejo tronco hueco a un lado del camino del bosque.

Vi la hora en mi reloj, ya había pasado mucho tiempo, debíamos regresar a casa para no preocupar a mamá.

—Molly, sal de ese tronco.

—¡No lo haré hasta que me compres mi helado!

—Te quedarás sola entonces.

Me distraje por un momento al ver unos árboles sospechosos; parecía que alguien los había plantado en círculo y quemado la mayoría de sus hojas. No le di importancia y, al ver que Molly no salía, suspiré cansado y comencé a caminar lejos, lo más lento que pude. Ya lo había hecho antes y ella siempre corría para alcanzarme y no quedarse sola.  

Esta vez no fue así.

Regresé al viejo tronco al ver que no me seguía y asomé la cabeza.

Fue inútil, estaba vacío, solo una especie de baba amarillenta goteaba por las paredes del tronco.

—¡Molly! ¡Molly!

Max ladraba a todos lados y parecía igual de desesperado que yo.

La angustia se apoderó de mí y comencé a correr como loco con la esperanza de encontrarla. Era imposible que se hubiera alejado tanto en esos segundos que la dejé sola.

—¡Molly! —grité de nuevo.

Mi hermana jamás contestó.

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