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TRES


Con Bastián volvemos al departamento en silencio. Es justo lo que necesito y sospecho que él lo sabe. Bueno, al parecer todo lo sabe.

Al parecer, digo... veremos si en verdad es así con todo lo que tenga para decir.

Al llegar, me desplomo en el sofá y abrazo un cojín. Pero cuando recuerdo que es uno que me regaló la hermana de Kevin, lo arrojo lejos de mí. Bastián observa todo en silencio y se sienta a mi lado.

No creí que llorar por mí sea necesario, hasta que las lágrimas comenzaron a mojar mi rostro, y entonces comprendí que hace tiempo no me dedico un llanto. Y ahora que lo hice, percibo un poco de tranquilidad. Solo un poco, aún queda mucho por delante.

—Es la primera vez que has llorado por ti —admite Bastián, pero yo no digo nada y tampoco hago un movimiento de cabeza que afirme lo que acaba de decir—. Pero has llorado por Kevin más de una vez, en el tiempo que estuvieron juntos.

Tampoco doy una señal afirmativa a lo que dijo. Aunque seguro no sea necesario, si es el amor, como dice que es, debe haber visto mi historial con Kevin.

Es cierto, he llorado muchas veces por él. La única vez que lo hice de felicidad, fue cuando me propuso casamiento. Y ya se conoce la historia. La felicidad duró lo mismo que un cubo de hielo a los rayos del sol intenso de verano.

Ahora que lo pienso, fueron incontables las veces que vi cosas en Kevin que no me gustaban o que me hacían mucho daño. Por lo tanto, fueron incontables las veces que me dormí llorando por él.

Y quizá se deba a ese motivo por el cual me negaba a regalarle más de mis lágrimas. Ya había tenido suficientes.

Cuando Kevin me hacía llorar, venía hacía mí con sus hermosos ojos color miel, con su maldita sonrisa compradora, y con un par de palabras que lograban convencerme de que iba a cambiar, por mí, por nuestro amor.

En esos momentos de vulnerabilidad, Kevin podía haberme dicho que el cielo es de color dorado y le habría creído.

Ese era su poder sobre mí. Sabía qué decirme, de qué manera, con tales palabras o tales gestos, y ahí estaba yo... de nuevo a sus pies. Siempre a sus pies.

Pienso que si mis amigas hubieran sabido las cosas que me hizo, me habrían convencido de terminar con la relación mucho antes de lo sucedido. Pero jamás les compartí nada. A nadie en realidad. Cada cicatriz de dolor, cada hueco en mi corazón, permanecía en silencio. Como si una parte de mí no quisiera que mis amigas supieran que estaba en peligro emocional.

Por eso me debía mucho llorar por mí. Siempre fue por Kevin, por lo que hacía con otras mujeres, por lo que decía, o por las actitudes que tenía. Jamás lloré por mí, y debido a eso, a mi falta de atención, me descuidé por completo. Me olvidé de mí.

—¿Por qué tuve que esperar a que pasara todo esto para darme cuenta de que Kevin no era bueno para mí? —. Pregunto.

—Sabes que sé todo de ti, ¿verdad? — Asiento—. Por lo tanto, sé cómo fue tu relación con Kevin. —Vuelvo a asentir—. Bien. Una vez le dijiste que lo amabas incondicionalmente. ¿Por qué le has dicho algo tan disparatado?

Frunzo el ceño y lo miro.

—Porque era la verdad. Además, ¿no es romántico amar a alguien de manera incondicional?

Se ríe.

—Por supuesto que no. Amar incondicionalmente es muy dañino.

—¿Por qué?

—Busca la definición de incondicional. —Pongo los ojos en blanco. No quiero hacerlo, quiero que me explique—. Hazlo.

Ruedo los ojos, cojo mi móvil, ignoro los mensajes que tengo y me dirijo al buscador.

—Incondicional —. Comienzo a hablar mientras leo su definición—. Se emplea para calificar a aquel o a aquello que no tiene condicionamientos. Lo incondicional carece de restricciones o de limitaciones.

—¿Y bien? ¿No te dice algo todo eso? —. Niego con la cabeza y suspira—. Si amas a alguien de manera incondicional, le estás diciendo que no tiene reglas. Puede ser libre, pero si en su libertad te lastima y hace daño, todo está bien, total lo amas incondicionalmente. Te amo incondicionalmente, aunque me pegues. Te elijo incondicionalmente, aunque me insultes de manera constante, aunque seas infiel cada vez que sales de casa. Te deseo incondicionalmente, aunque no apoyes mis sueños y acabes con cada meta. Lo incondicional es tóxico porque permite todo tipo de maltrato, ¿por qué? Lo acabas de decir, no tiene limitaciones.

Mi mente divaga por cada una de sus palabras. No, me sumerjo en ellas y la realidad de su discurso me ahoga.

Todo lo que dijo Bastián es todo lo que pasó con mi relación. Amar incondicionalmente a Kevin fue darle acceso a todo, aun cuando parte de eso me hacía muy mal. De hecho, todo el daño comenzó una vez que le prometí un amor incondicional.

—Mierda. — Es lo único que consigo decir.

—Sí. Pero no es tu culpa, lo han romantizado tanto que todos creen que es algo bueno, cuando en realidad es todo lo contrario.

—Aun así, ¿por qué tuvo que pasar esto para que finalmente me alejara de Kevin?

—Todos tienen su límite. Incluso tú, que tanto te has dejado de lado por él. Además, lo que te contó Rebeca fue un golpe tan tremendo que, si no caías en la cuenta con eso, estabas perdida.

Respiro profundo, inhalo tanto que doy por sentado que necesito un descaso de todo lo sucedido el día de hoy.

Empecé el día con los mensajes de Kevin y su familia, luego de una noche terrible de llanto por lo que él me hizo. Y luego se presentó Bastián, una emoción, el señor amor, y eso sí que fue demasiado.

Sigo sin creer que estoy al lado del amor personificado en un muchacho alegre que usa ropa llamativa. Y aún no puedo creer que accedí a su visita, tomando como cierto todo lo que me dijo. Me pregunto cómo lo habrán recibido antes, pero prefiero no hacerlo. Más que la respuesta a esa pregunta, necesito un largo y profundo descanso.

—Necesito descansar. — Le digo, Bastián asiente y mira a su alrededor.

—Creo que daré un paseo, mientras lo haces.

—¿Te vas a presentar en la vida de alguien más? —. Se ríe y niega con la cabeza.

—No, no me lo permiten.

—¿Quién o quiénes? —. Me mira fijo y ladea con la cabeza—. No puedes decírmelo.

—No. Y pediste un descanso.

Asiento y me pongo de pie. Antes de dirigirme hacia mi habitación, Bastián pide que le de mi mano. No sé qué quiere hacer con ella, pero se la entrego de todas maneras.

Y tal como lo hizo en el parque, me regala otro soplido. Esta vez se siente en la palma de mi mano y me indica que la cierre.

—Llévate la mano hacia tu cabeza. — Me indica—. Ni bien apoyes la cabeza en la almohada te vas a dormir, no te van a atormentar los pensamientos. Tendrás una buena siesta.

Me encojo de hombros y hago lo que me dijo, llevo mi mano con su soplido hacia mi cabeza. Y ni bien hace contacto, mi cuerpo se siente doblemente agotado, como si hubiera tenido una larga y pesada jornada laboral.

—Gracias. Pero, ¿cómo lo haces?

Se ríe.

—¿Olvidas que soy una emoción? —. Sacudo la cabeza—. Ve a descansar ahora, luego seguimos.

—¿Seguirás aquí?

—Hay tanto por enseñarte, tanto por ver —. Sonríe—. Me sorprende que no hayas enloquecido como los demás humanos que conocí. Y sé que tienes curiosidad por eso.

—Seguro no me lo puedes contar.

—Ahí te equivocas, eso sí puedo compartirte. Pero ahora, ve a descansar.

Le hago caso, me dirijo hasta mi habitación. Una vez que me encuentro en el umbral de la puerta, volteo para verlo una vez más, pero Bastián ya no está en la sala. En su lugar, hay una excesiva cantidad de brillos, los cuales se dirigen hacia el balcón.

Esto sí que no se ve todos los días.




Al despertar me encuentro sola, Bastián no está por ninguna parte. Y pienso que es mejor así, hay tanto por procesar que no sé si pueda hacerlo en su presencia.

Si me detengo a pensar en las preguntas relacionadas a Bastián, entiendo que ninguna tiene respuestas. Sigo pensando que es imposible, más allá de algunas de sus demostraciones o de la sensación de tranquilidad que tengo cuando estoy a su lado.

A Bastián le sorprende que lo haya recibido tan bien, que no me haya enloquecido o algo por el estilo. Y, de hecho, yo también me sorprendo.

Yo, que soy bastante escéptica, ¿no puse en duda todo lo relacionado a él? ¿Cómo es eso posible?

A ver, ni siquiera creía en la posibilidad de que había un ente maligno en la casa de mis abuelos. He presenciado muchas cosas allí, y aun así, dedicaba mi tiempo a analizar las distintas posibilidades lejos de la existencia de un espíritu.

Ahora la casa está limpia, ya no hay cosas raras. Pero quedó la anécdota y cada tanto es tema de conversación. Y cada vez que pasa, pongo los ojos en blanco. Sigo sin creerlo.

Pero aquí estoy, tras unas horas de haber conocido al amor. Y eso sí que lo creo posible. Para eso no tengo ninguna respuesta lógica ni nada que sirva para refutar su existencia.

—Estoy loca. — Confirmo, me río por eso y busco mi móvil.

Me encuentro leyendo los mensajes que Kevin me estuvo mandando, e ignoro los de Ginger porque me ha estado insultando.

Se sigue disculpando por lo que pasó y dice también que se arrepiente. Me promete que se va a hacer cargo del embarazo de Rebeca, pero que no por eso quiere rechazar la idea de que sigamos juntos.

Me pregunta si mis padres ya están al tanto de la situación, porque si no es así, quiere que hablemos, que busquemos juntos la solución a sus errores.

Dice que me ama, como nunca amó a nadie. También me dice que soy única, y que por eso no puede imaginarse una vida sin mí.

Leo todos sus mensajes, y cuando mi visión se ve dificultada por las lágrimas, dejo el móvil a un lado, entierro mi rostro en un cojín y empiezo a llorar.

Esta vez sé que no lo hago por mí. Estoy llorando por Kevin, por su traición, sus mentiras, su sucio amor y por las cosas que me estuvo escribiendo.

Cuando quito el cojín de mi rostro, veo que Bastián está arrodillado frente a mí. Pude haberme asustado, claro está, pero nada eso.

Al verlo suspiro, y cuando pienso que puedo dejar de llorar, no lo hago, sino que lloro más fuerte.

Estoy esperando a que me regale un suspiro, o cualquier cosa mágica que calme mi llanto. Pero no lo hace, solo me mira. Y no me molesta que lo esté haciendo, me hace sentir menos sola.

Y cuando siento que ya no queda más de mí, seco mis lágrimas, respiro profundo y miro los ojos chocolates del señor amor.

—Te prometo que ya no vas a llorar por él. —Dice.

—¿Y cuándo va a dejar de doler?

—No lo sé. La respuesta está en tu corazón.

—Que está partido al medio.

—No. Está hecho añicos.

Sacudo mi cabeza, me pongo de pie y me alejo de él, con los brazos cruzados.

—Eso no es para nada alentador.

—Lo sé, pero no soy mentiroso. —Se para frente a mí y pide mis manos. Cuando se las entrego, vuelvo a ser de color blanco. No quiero separarme de esta pureza, de esta sensación de paz. No quiero volver a la realidad.

—¿Por qué cuando me das las manos siento mucha paz?

Sonríe.

—Porque donde yo vivo todo está bien, y tengo esa energía conmigo. Donde tú vives, todo está mal y por eso percibes dolor cuando te suelto.

—¿Tan jodido está el mundo?

—Demasiado.

—¿Tan jodida estoy yo?

—Un poco. Pero te ayudaré en eso. Serás energía pura dentro de este loco y destrozado mundo.

En sus ojos veo la sinceridad de sus palabras. Y también veo la energía positiva que dice que trae consigo.

No sé si sea posible que ese poder se traslada a cada partícula de mi cuerpo, pero tampoco quiero una respuesta, no la necesito. Lo que necesito es seguir inmersa en la paz que siento con su tacto, porque cuanto más bienestar siento, mi corazón se siente menos dolorido.

Bastián lo sabe y por eso no me suelta. En su lugar, me lleva hasta el sofá y así nos quedamos, en silencio, tomados de la mano. Sumergidos en las cosas buenas que trae desde su tierra.

La tierra de las emociones... ¡Vamos, Aurora! ¿Qué pasa que no estás siendo crítica con todo?

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