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Capítulo 8 - Romeo, Romeo

Ey, pss, todavía es jueves ¿qué tal un doble capítulo?

Canción en multimedia: The Story Never Ends — Lauv

Capítulo ocho —  Romeo, Romeo

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Arianna no llega a la biblioteca hasta las cinco y media, todavía con el pelo algo húmedo recogido en una coleta alta y la bolsa de deporte colgando de uno de sus hombros. Ella me pide disculpas un par de veces, criticando que no le hayan permitido salir mucho antes del entrenamiento. Para ese momento yo ya tengo un primer esquema. Antes de que yo saliera del instituto ya habíamos pactado qué enfoque le daríamos al trabajo, algo tan simple como si el libre albedrío existe o no, por lo que mi forma de avanzar ha sido encontrar autores a favor y en contra para poner en el segundo y tercer párrafo. Ya tengo algunas características de ellos e incluso un par de citas, así que eso vuelve más fácil que terminemos esos párrafos con rapidez. Ella se encarga del primer párrafo, para mí, el más complicado. Puedo notar por el lenguaje que emplea y su facilidad para sacar conclusiones que es lista, bastante. Reconoce los autores que yo he tenido que buscar con una rápida mirada a la hoja, pudiendo hablar conmigo de qué poner de cada uno sin necesidad de leerlo.

Trabajar con ella es cómodo, tampoco tardamos demasiado, en lo que más tiempo estamos es en el cuarto párrafo, nuestra conclusión final y esa en la que pasamos más tiempo tratando de convencer a la otra de qué autores tenían razón, claramente, sin llegar a estar a favor por completo. Ella considera que el libre albedrío no existe, yo, que sí lo hace, pero que ha sido condicionado. Ni siquiera estoy segura de cómo solucionamos una conclusión cómoda para ambas, pero al releerlo me quedo sorprendida.

—Ha quedado genial —admito.

Arianna recupera el folio lleno de tachones y lo guarda en uno de sus cuadernos.

—La verdad es que sí. Lo paso a ordenador y mañana lo traigo ya impreso para que me digas si quieres cambiar algo ¿Times New Roman, doce y con sangría?

—Perfecto.

Reviso la hora en mi móvil, son las siete y cuarto cuando nos ponemos en pie. Recojo mis bolígrafos sin demasiada delicadeza, los eso caer bruscamente dentro de mi mochila y la cierro sin cuidad. Arianna, en cambio, coloca cada cosa con cuidado en su mochila antes de llevársela al hombro y recoger la azul de deporte.

—Me he enterado de que Wen y tú queréis uniros al equipo.

Cuando escucho esa frase nada más salir de la biblioteca siendo que mi estómago se revuelve y mi garganta se cierra. Niego.

—Yo no.

—Oh —hace una mueca—. ¿No quieres ni intentarlo en las pruebas?

—No me interesa entrar, son bastantes horas de entrenamiento y tengo el tiempo al cuello —No es una gran mentira. Es verdad que la razón principal es porque esa actividad sería desaprobada por los Daking y son ellos quienes tienen que firmar el permiso, ser menor de edad a veces apesta. Pero el tiempo que tengo libre prefiero usarlo pintando y, por mucho que me haya acostumbrado a hacer deporte, prefiero el estilo más libre.

—Entiendo. Bueno, si cambias de idea hay pruebas este jueves y el próximo martes a la hora del almuerzo. He estado hablando con mi hermana y algunas chicas más del equipo, nos gustaría que te pasaras.

—Gracias, pero dudo que lo haga.

Arianna sonríe forzadamente, pareciendo no saber bien qué responder a eso.

—No pasa nada —dice al fin—, pero quería que supieras que nos gustaría que le dieras una oportunidad.

—Te das cuenta de que no sabes si soy un autentico desastre en voleibol, ¿no?

—Tienes gimnasia con Ariadna y Maria, créeme, nosotras fichamos bien a quienes queremos en el equipo antes de las pruebas.

Por un segundo siento un deje de orgullo, sé que no soy tan buena como ellas, pero también es verdad que esas clases de gimnasia de finales del año pasado donde nos centramos en ese deporte, yo había destacado un poco. Aunque tampoco pensé que iba a servirme más que para subir un poco la nota de esa asignatura.

—¿Gracias?

Arianna vuelve a sonreír. De verdad, ¿cuánto puede sonreír? Lo hace continuamente.

—Nos vemos mañana.

Me despido de ella con un gesto de la mano, todavía algo contrariada por saber que no quiero entrar en el equipo pero haber recibido sus comentarios. Bajo las escaleras y sigo las calles que llevan a la casa de los Daking sin poder dejar de darle vueltas a las palabras de Arianna, queriendo saber si pensarían lo mismo de Wen. Wen. ¿Cómo es que se me ha olvidado preguntarle a Arianna si también habían pensado en ella para el equipo? Siento culpa al instante, algo que se va borrando cuando decido no contarle a mi amiga nada de esta conversación. Es ella la que quiere entrar, no yo. Y, si no le han dicho algo similar, temo que las palabras que Arianna me ha dedicado pudieran desanimarla.

Mi llegada a casa es bien recibida. Aunque con un poco de duda, Brigitte me dedica una suave y dura sonrisa al verme volver de la biblioteca a esta hora. Me pide leer la disertación como pequeña ayuda, le paso otro de los folios en el que ya habíamos escrito algo, habiendo previsto esto me he asegurado de tener otro borrador. Arianna no ha preguntado por ello.

Brigitte me hace acompañarla hasta su despacho, todavía con una camisa azul oscura y falda negra de tuvo que le llega justo por encima de las rodillas que ha debido llevar a trabajar. Ella se pone las gafas que usa para leer y se acomoda en su escritorio con la hoja que acabo de darle. Mantiene la espalda erguida, un bolígrafo con punta de pluma en su mano derecha. Veo cómo su expresión se mantiene inexpresiva a lo largo de la primera revisión, con la segunda, hace algún que otro apunte. Finalmente, asiente ligeramente al darle una última leída y se pone en pie para volver a pasarme el folio.

—Hay una frase en la que has usado una estructura demasiado extraña y el final de la conclusión es demasiado brusco.

Tomo la hoja, encontrando una frase subrayada con otras opciones al lado.

—Por lo demás, está bien —dice al fin. Le pone la tapa al bolígrafo que siempre utiliza y lo deja con suavidad sobre su escritorio—. Te he dejado la cena en la nevera, nosotros ya hemos comido.

Son casi las ocho, sería raro que no lo hubieran hecho.

—Vale, gracias.

Brigitte no vuelve a hablar y yo vuelvo a mi habitación para dejar la mochila y el folio. Después revisaría lo que ha escrito Brigitte y pensaría en si decírselo mañana a Arianna o no. Brigitte es demasiado perfeccionista, algo que siempre admite diciendo que es lo que le ha hecho ser de las mejores en su campo. Si es verdad que mete horas, tanto en el buffet como cuando llega a casa, se pasa el día leyendo y estudiando los casos o repasando esos libros de leyes que tantas veces ha debido de memorizar. Parece esperar que yo sea igual de perfeccionista, es una lástima que yo encuentra una mayor belleza en el desorden y las imperfecciones.

El señor Daking me ignora cuando paso por la cocina, él está comiéndose una manzana, sentado con comodidad y con su albornoz marrón puesto. Mantiene un crucigrama sorbe la mesa a medio rellenar, sus ojos ni siquiera se posan en mí por más tiempo del necesario para reconocerme, yo tampoco me detengo más de lo necesario para tomar esa pequeña bandeja que Brigitte ha conseguido, sorprendentemente, que quepa en una de las baldas de la nevera.

Ceno en la mesa del salón para no tener que lidiar con ellos, esta vez esa mezcla de verduras y pieza de fruta que cuando llegué tan poco me gustaba. Brigitte sigue un calendario o algo similar, su perfeccionismo llegó a la alimentación antes de que yo llegara, ahora y junto a un dietista al que visita cada cierto tiempo, se esfuerza porque la alimentación en esta casa sea la adecuada.

Termino, recojo y limpio lo que he usado. El señor Daking todavía está en la cocina cuando me alejo para sacar la basura. Todavía no ha oscurecido del todo y el frío llega a ser placentero. Miro con anhelo las calles medio vacías, mi corazón late con fuerza y encuentro las ganas de ir a correr un rato en mi cabeza. Quizás si mañana no tuviera clase, me digo. Quizás si no tuviera a la par tantas ganas de sacar un folio y hacer un par de bocetos. O si Wen no me hubiera regalado un nuevo cuaderno esta tarde. El cuaderno. Tratando de ocultar una sonrisa vuelvo corriendo a mi habitación donde me encierro para poder inspeccionar mi nuevo tesoro.

La caligrafía de Aria es bonita, las letras redondas y pequeñas llenando de colorido las páginas. Hay dibujos hechos por ella que tratan de imitar algunas de las más grandes obras que se van explicando, las miro con recelo, ella realmente es una gran artista.

Me mantengo pasando páginas, leyendo y entreteniéndome con la teoría hasta que Brigitte llama a mi puerta cuando dan las diez y media. Hago lo imposible por no esconder el cuaderno, eso sólo me delataría. En su lugar lo mantengo abierto sobre mi escritorio y hago rodar un bolígrafo cerca.

—¿Sí? —pregunto.

—Ve a dormir, es tarde.

—Estaba estudiando —miento para complacerla—, ahora voy.

—Rápido.

Con esa última exigencia cierra la puerta, sus pasos rápidos al atravesar el pasillo. Escondo el cuaderno en uno de los últimos cajones del escritorio, bajo un cuadernillo de apuntes de química. Haciendo caso a Brigitte, me pongo el pijama y apago la luz para después dejarme caer entre las mantas. Como las otras noches, dejo las cortinas del balcón abiertas, la luz de la noche me parece relajante.

Claro está, lo que no esperaba era que cerca de dos horas después, eso que me ayudaba a dormir fuera lo que me despertara. No la luz exactamente, pero sí unos golpes en las puertas de cristal que dan a mi balcón. Al principio no les doy importancia y  giro sobre mi cuerpo para seguir durmiendo, pero siguen, constantes y molestos golpes que pueden con mi humor en poco tiempo.

Meto los pies en mis zapatillas de ositos de peluche de andar por casa y sin importarme estar únicamente con una camiseta de tirantes gris y mis pantalones cortos de ositos, abro la puerta del balcón. Casi quiero golpear a alguien al encontrar piedritas sobre el suelo.

Los hijos del vecino, me digo, decidida a pegarles dos gritos despertando a medio vecindario si hace falta. Esa rabia por haberme despertado me impulsa a avanzar a grandes zancadas hasta la balaustrada. Lo siguiente que sé es que mis palabras se ven acalladas antes de empezar cuando una piedrita me da en la mejilla.

Definitivamente mi vecino va a quedarse sin hijos.

Cabreada, me asomo.

—Mi puntería es mejor de lo que recordaba —escucho decir.

Entre las sombras y en mi jardín hay una persona a la que la voz me hace reconocer. No puedo verle bien la cara y su pelo está cubierto por la capucha de una sudadera oscura, pero sé que es él. Tomo una profunda bocanada de aire para tranquilizarme lo suficiente y no lanzarla lo primero que encontrara dentro de mi habitación, la silla, tal vez.

—¿Pero se puede saber qué demonios haces aquí? —dejo que la intensidad del grito muera con murmullos—. Voy a matarte, juro que voy a matarte, Jack.

—¿Mal despertar?

—Oh, de los peores.

Creo distinguir cómo esconde las manos en sus pantalones de chandal.

—Bueno y, ¿vas a bajar o tengo que seguir lanzando piedras hasta romper el cristal?

Siento el frío con fuerza y me encojo, apoyada sobre la balaustrada para poder verle.

—¿Por qué bajaría? Hace frío, tengo sueño, me has despertado y me has lanzado una piedra a la cara. Si no eras mi persona favorita ahora te has metido en mi lista de "voy a reventarle la cabeza".

—¿Desde cuando eres tan agresiva? —Pregunta con diversión.

—No soy muy sociable cuando estoy molesta, no haberme despertado.

El silencio que hay después unido al frío me pone de peor humor ¿Qué tiene ese chico en la cabeza? ¿Cemento?

—¿Qué haces aquí?

Debe de notar la molestia en mi tono de voz porque evita darme una de esas respuestas sarcásticas que ahora han de estar dando vueltas por su cabeza.

—Parecías de esas personas que saben disfrutar de unas carreras nocturnas.

Mirar el reloj ha sido una de las primeras cosas que he hecho nada más despertar.

—¿A las doce y media?

—¿Qué tiene de malo?

—¿Que son las doce y media? —el sarcasmo se desliza a través de mis labios cargado de incredulidad.

—¿Y? Es tan buena como cualquier otra hora. Mira, es incómodo hablar así, ¿vas a bajar o no?

Me impulso hacia atrás y vuelvo a mi habitación, todavía me abrazo a mí misma en busca de calor. Esto tiene que ser una pesadilla, una en la que mi cerebro tiene ganas de burlarse de mí. No puedo creerme que haya venido hasta aquí y menos que el otro día se diera cuenta de hacia dónde me iba para haber acertado incluso en el balcón ¿De verdad pretende que salga a correr ahora? Con el frío, la oscuridad, el silencio, la tranquilidad que hay entrada la noche...

Oh, a la mierda.

Salgo con rapidez, Jack todavía está abajo, alejándose a pasos lentos por mi jardín.

—Psss, psss, ¡Pssss!

Logro que mire sobre su hombro.

—Dame cinco minutos.

No espero una respuesta, me meto en mi habitación en busca de calor y trato de hacer el menor ruido posible mientras saco del armario la ropa que voy a ponerme, esta vez a uno de mis habituales conjuntos deportivos le añado una gruesa sudadera verde oscura para no congelarme por el camino. Recojo mi pelo en una coleta y me aseguro de alcanzar los auriculares y el móvil. Por si acaso, acomodo la almohada entre las mantas para que parezca que hay alguien ahí. Sé que es una tontería y que nunca antes ha pasado alguno de los Daking por mi habitación mientras duermo, pero prefiero tener una pequeña seguridad. Dejo la puerta del balcón lo más cerrada posible y guardo el móvil en el bolsillo de mi sudadera para poder usar ambas manos al bajar. Como la otra vez, deslizo mi cuerpo al otro lado de la balaustrada y me cuelgo de la parte más baja para luego soltarme y caer sin posibilidad de hacerme daño.

—Yo marco el ritmo —aviso, agradecida de poder dejar de hablar entre murmullos casi inaudibles para el otro. Cuando por fin logro distinguirle el rostro a Jack él parece algo diferente. Como la otra vez que le encontré fuera por la noche, no hay rastro de ese brillo divertido en su mirada ni emoción en su rostro. Me esfuerzo por ignorarlo. No somos amigos, no me incumbe lo que le pase o deje de pasar. Y, aun así, sigo sintiendo la necesidad de preguntarlo—. Calentaremos en un parque que hay aquí al lado, ¿bien?

—Como mandes —aunque trata, la diversión en su tono de voz es áspera. Quizás otra persona no lo hubiera notado, pero he recibido suficientes respuestas y comentarios sarcásticos o con fin de burlarse por su parte como para no darme cuenta de lo que le falta a este. Cierro las manos a mis costados, pidiéndome ignorarlo.

Llegamos al parque en completo silencio. Quiero rodar los ojos, no es como si necesitara alguna pista más para saber que algo va mal. Es cuando estoy calentando que no logro mantener la boca cerrada por más tiempo.

—¿Qué es lo que te ha hecho salir de casa a estas horas?

Los ojos azules de Jack dejan de fijarse en los pequeños detalles para centrarse en mí, su rostro no da señal de guardar sentimiento alguno.

—¿Qué te ha hecho a ti hacer lo mismo? —esquiva.

Me deja en un punto del que no puedo salir, si quiero información, tengo que darle la mía y yo no estoy dispuesta de dar mi brazo a torcer en eso. No con una persona en la que no confío, no sobre ese tema que tanto ha conseguido dañarme por dentro.

—Vamos —evito dar una respuesta y sus ojos azules se mantienen en mí más tiempo del necesario, casi como si siguiera esperando una respuesta mejor. Cuando empiezo a andar hacia la acera, él me sigue—. Espero que te gusten las carreras largas.

Me pongo un auricular.

—Lo hacen siempre que tú puedas seguirme el ritmo.

Una sonrisa ladeada cruza mis labios—. Seguirlo y superarlo, chico purpurina.

Por fin, logro una sonrisa por su parte. La diversión vuelve a su mirada pareciendo buscar una buena respuesta. Extrañamente, haberle sacado de la seriedad me es reconfortante, una sensación agradable que recorre mi cuerpo.

—¿Eso que escucho es que me estás retando?

—Créeme, tú no quieres correr contra mí, destruiría tu gigantesco ego.

—Pruébalo.

—Así que el chico bonito quiere competir —canturreo, dándome cuenta tarde del apodo que he utilizado. Sabiendo que es tarde para retirarlo, me esfuerzo por no mostrarme avergonzada incluso cuando la sonrisa más burlona de Jack sale a la luz.

—Así que la niña bonita quiere que la revienten en una carrera.

Quiero golpearme al caer en la cuenta de que esto es algo por lo que Wen se pondría a gritar que estamos flirteando. No lo estamos, es sólo parte de nuestro juego, de nuestras burlas. Entrecierro los ojos hacia él con cierto recelo.

—Vas a perder.

—En tus sueños, Ashley.

Fuerzo una sonrisa, lo más notoriamente falsa posible y me pongo el otro auricular, dejando que una canción aleatoria de mi lista de reproducción haga eco en mis oídos.

—A la de tres —digo—. Una, dos...

Jack sale corriendo.

Y yo le llamo tramposo antes de echar a correr detrás de él.

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Lo que tenía que haber pasado:

Ashley: Seguirlo y superarlo, chico purpurina.

Jack:

Pero, ¿y estos dos pillines que salen solos por la noche? e.e Esto me huele a...

¿#AshleyGanaLaCarrera o #JackGanaLaCarrera ?

Ahora sí, nos leemos el próximo jueves ღ

—Lana 🐾

Pd—No he podido evitar lo del título, me ha recordado a Romeo y Julieta, aunque, claro, Romeo no le lanzaba piedras a la cara, pero... ¡ROMEO, ROMEO!

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