
Capítulo 22 - Algo propio
Canción en multimedia: Used to do — Gabrielle Aplin
Capítulo veintidós — Algo propio ღ
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"¡Es mío!" Una niña de ocho años tira con fuerza de la pata de un mono gris de peluche, del otro lado, un niño de tres o cuatro años mayor que ella la mira con dureza y tira del muñeco hacia él.
Él se ríe, su cabello rubio oscuro cubriéndole la frente cuando empuja a la castaña. Ella cae y se golpea contra el borde de la cama. Pese al dolor hace lo imposible por no llorar, se levanta de nuevo e ignora el mareo.
"¡Devuélvemelo!" El corazón de la pequeña late con fuerza al ver que el siguiente gesto del chico es destrozarlo. Arranca la cabeza al mono y el rostro de ella pierde el color. "¡No! ¡Dámelo! ¡Eric es mío!"
La castaña vuelve a ir a por él, hace lo imposible por tener entre sus manos un muñeco que sabe que no arreglarán para ella, pero no puede dejarlo ir. Es suyo, ¿es que no iba a poder nada suyo nunca? Eric ríe con más fuerza al sacarle el poliester. Sólo cuando queda satisfecho y el mono se ha convertido tela arrugada entre sus manos lo deja caer. Ahí muestra una fría sonrisa.
"¿No te alegra que haya sido a él y no a ti?" pregunta.
Ella tiembla, todavía algo mareada mientras trata de no llorar. En un último acto de valentía, escupe al chico.
"Eres un asqueroso", dice.
Luego él pasa la manga por su mejilla, su rostro se endurece y la mano vuela al pelo de ella. Ahí empiezan los gritos.
Despierto jadeando, con el corazón todavía acelerado como si siguiera dentro del recuerdo. Cierro los ojos, dándome un minuto para mentalizarme de dónde estoy, de la edad que tengo. Ahí es cuando, algo sudada, me vuelvo a tumbar y esconder entre las mantas.
Mis manos tiemblan cuando las meto bajo la almohada. No me acordaba de él, no de su nombre al menos, había escondido a los matones del orfanato en un rincón de mi memoria de tal forma que aunque el recuerdo siguiera ahí sus nombres no se mostraran de la misma manera porque, con el nombre, viene un recuerdo más fuerte. Aunque Eric y los "mayores" no estén ya aquí es demasiado tarde como para no haberme dejado marca.
Paso una mano por mi pelo, no era un simple tirón, tengo demasiado claro ese recuerdo como para saber que ha sido el miedo de vivirlo de nuevo lo que me ha despertado. Por aquella época yo todavía era más inocente, creía que los adultos me cuidarían de mis compañeros, que les pararían, pero nunca lo hicieron y el terror ya no era sólo hacia mí sino hacia el resto de niños más pequeños que ellos. Era como si cada año que cumplieran en el orfanato les volviera más agresivos, despiadados y descorazonados. Tampoco les culpo, también yo sentí odio hacia mí misma y el mundo al no entender por qué no era adoptada.
Me humedezco los labios y saco un poco la cabeza de entre las mantas para ver la hora. Son las ocho de la mañana, suficiente.
Sigo temblando al llegar al baño, el bote de champú se cae de mis manos nada más cerrar la puerta. Dejo el agua correr y me apoyo frente al espejo. Me fui. Me fui y dejé a los niños más pequeños que había tomado bajo mi protección en manos de otros. Todavía me culpo por ello si lo pienso, pero ¿qué más iba a hacer? Los Daking me dieron una vía de escape, no la mejor, pero cualquiera en mi lugar hubiera aceptado.
Busco mi reflejo y el resultado me asusta porque, hasta que pestañeo, no es a mi yo de diecisiete años a quien veo sino a la pequeña de ocho que no temía a la oscuridad porque había aprendido que quienes podían dañarla eran las personas. La que creyó, una vez, que todos estaban en un mismo barco, pero resultó que de eso haber sido verdad ese debió de haber sido el Titanic, porque todo llevaba al desastre, al temor, a la desconfianza.
Necesito un par de minutos para echar los recuerdos a un lado, tranquilizarme y meterme en la ducha. Repito que estoy bien en mi cabeza hasta que realmente lo estoy, la presión en el pecho va desapareciendo con cada gota de agua caliente que va quitando el sudor frío de mi cuerpo.
Como el resto de las mañanas sigo mi rutina, me depilo y borro cualquier rastro de sudor de la noche anterior. Al ser sábado, aprovecho para lavarme el pelo y lo seco antes de cambiarme y salir. Se me hace extraño no escuchar mucho ruido por la casa. A las nueve y media todavía estoy ordenado un poco mi armario sin ninguna interrupción de Brigitte lo que es, hasta hoy, una de las cosas más extrañas que he vivido. No ha pasado para despertarme a las nueve. No tiene sentido.
Tiro de la sudadera que me compré para imitar a Jack en la foto del anuario y me la pongo antes de bajar las escaleras. Escucho pasos, pasos rápidos y pesados que reconozco como los del señor Daking. No me equivoco, él está revolviendo papeles que ha extendido por la mesa del salón cuando llego abajo.
—Buenos días.
Está agachado frente a la estantería cuando hablo. Se sobresalta y el libro que estaba agarrando casi se cae de su mano. Me mira sobre su hombro, irguiéndose antes de dejar el libro junto a sus papeles.
—¿Y Brigitte? —No sé por qué pregunto, quizás por curiosidad, como si alguna vez esa parte de mí pudiera llegar a abandonarme.
El señor Daking acerca una taza de café hacia él, su mirada es gélidas al darme su atención.
—Ha salido.
Me apoyo contra el marco de la puerta y cruzo los brazos en busca de una barrera física entre nosotros.
—¿Adónde?
—Al juzgado —responde a desgana.
—¿Tenía trabajo?
No responde.
—Trabaja desde casa los sábados.
—¡Pues este no! —El golpe que da en la mesa hace que el café se vuelque. Empieza a maldecir, lo hace cada vez más alto—. ¡No pises el salón y ni se te ocurra salir de casa ¿queda claro?!
Su orden no termina de intimidarme, pero aun así obedezco.
Al menos eso le hago creer.
Alcanzo una manzana y me la llevo arriba, me apetece desayunar bastante, pero no aquí. Brigitte acostumbra a traerse el trabajo a casa, está con ello hasta altas horas de la noche la mayoría de los días ente semana y pasa los sábados completos encerrada en su despacho, algunas veces, yo con ella. Los domingos tampoco acostumbro a verla sin un libro entre sus manos, estudia muchísimo, eso tengo que dárselo. Y eso es lo que hace entender que si está trabajando en un caso importante no se moverá del juzgado, su oficina o a dónde quiera que haya ido hasta al menos después de comer. Eso sin contar con que el señor Daking parecía demasiado concentrado en sus asuntos como para poner un pie en mi habitación, esa es una costumbre de su mujer, no de él.
Tengo claro lo que voy a hacer, Jack me ha enseñado la libertad que me da irme cuando los Daking no están enterados, ahora no quiero perder eso. Meto uno de mis cuadernos de dibujo en una mochila pequeña, mi móvil, algo de dinero y un par de distintos lapiceros y algún sacapuntas y goma de borrar. Cambio mis pantalones de pijama que uso para andar por casa por unos pegados oscuros y me pongo un par de deportivas del mismo gris que la sudadera. Primero dejo caer la mochila al jardín, luego bajo yo.
El primer paso que doy es vacilante, se me hace extraño que sea por la mañana cuando me escabullo por el balcón. Tardo un minuto más en decidirme, recojo la mochila y la balanceo con la idea de volver a subir, pero al mirar hacia la casa me doy cuenta de lo poco que quiero hacer eso. En su lugar voy a una cafetería que conozco bien donde poder desayunar un cruasán, zumo y algún batido. Me siento más libre que nunca cuando lo hago como si, por primera vez en mi vida, hubiera tomado las riendas.
Me tomo mi tiempo antes de ir al mirador que Jack me enseñó, ahí saco mi cuaderno, busco la imagen que quiero grabar y empiezo con el borrador. Quiero tener una idea aproximada desde la que guiarme para hacer el dibujo a color, por ahora me relajo sobre el suelo y dejo que mi mano trate de reflejar un rastro de realidad sobre el papel.
Tiro de mis auriculares, me relajo y dibujo hasta que el cuarto boceto está terminado, voy por zonas, tratando de grabar una imagen separada de todo lo que llama mi atención para luego unirlo. Y, las estrellas, todavía encuentro en mi memoria lo bonito que se veía el cielo y las luces de la ciudad. Mañana, cuando vengamos de nuevo, trataré de centrar el color del cielo para poder seguir a partir de ahí.
Convencida con lo que tengo lo guardo de nuevo y vuelvo a casa. No escucho ningún grito al subir a mi habitación, nada en otro lugar, han pasado cuatro horas y el señor Daking ni se ha percatado de mi ausencia, era de esperar.
Guardo la mochila en el armario y saco una barrita del cajón para meter algo en el estómago, no me apetece comer a solas con el hombre al que nunca fui ni seré capaz de ver como a un padre. Él tampoco sube para pedírmelo o avisar.
El resto de la tarde la paso recluida en mi habitación, empezando con un boceto de la imagen del mirador que tengo en la cabeza. Aprovecho que no está Brigitte para interrumpirme y asegurarse de que estoy estudiando cada pocos minutos. Dibujo. Únicamente dibujo y empiezo a pintar las primeras versiones de lo que un día quiero conseguir terminar.
No pienso en nada que no sea la imagen que quiero plasmar, no dejo que algo que no sean colores cubran mis manos y mis ojos no requieren de otra cosa en la que centrarse. Dejo un par de barritas que me voy comiendo por la mesa, me ayuda a concentrarme. Sigo así hasta perder la noción del tiempo.
Pero es esa concentración la que me juega una mala pasada cuando la puerta se abre.
—Ashley, tenemos que hablar.
Miro sobre mi hombro, la respiración trabada en mis pulmones al dejar caer la cera azul clara sobre el escritorio. Pero Brigitte no se fija en eso, pasa el dorso de la mano por su frente y un par de mechones de pelo cubren su piel cuando lo hace. Viste una de sus típicas faldas negras por las rodillas y camisa blanca abotonada hasta arriba. Su chaqueta está un poco arrugada hoy, el recogido apunto de deshacerse, como si se hubiera llevado las manos a la cabeza incontables veces durante el mismo día.
—Pasa —junto como puedo las hojas para meterlas en el cuaderno, la última del revés con la esperanza que el color no se transparente sobre la hoja, empujo un poco las ceras a un lado aprovechando que ella se ha ido a sentar sobre el colchón.
Trae una pequeña bolsa en su mano que abre nada más sentarse.
—Dame tu móvil.
Ha visto las pinturas. Me muerdo el labio con fuerza a sabiendas que no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo sin empeorar las cosas. Así que saco el móvil de uno de los cajones en el que lo he dejado caer y se lo doy.
Ella lo apaga y tira dentro de la bolsa. De ahí saca una caja blanca que extiende hacia mí.
—Este es tu nuevo móvil, he apuntado el número dentro, no se lo des a nadie que no necesite tenerlo. Ya nos he agendado —Acerco la caja hacia mí, un iPhone 7, la miro con asombro—. La única condición que te ponemos es que no lo apagues.
—¿Por qué?
Con la mano derecha empieza a girar el anillo de matrimonio sobre su dedo. Lo mira fijamente, dejando ver un tic nervioso de los que siempre me pide que evite. Se da cuenta, deja caer las manos sobre su falda y levanta la mirada, sus ojos vuelven a mostrar la misma frialdad que de costumbre cuando lo hace. La mujer "real" que acabo de ver se ha evaporado con la misma facilidad con la que ha llegado.
—¿Qué tienes ahí? —Se centra en mis manos, pero pronto su mirada se clava sobre mi mesa. Niega y se pone en pie—. ¿Pinturas?
Parece asombrada al verlo, sus manos alcanzan mis hojas antes de que yo pueda evitarlo, gira la primera y las demás sólo tiene que esparcirlas para poder verlo.
—¿Esto es lo que has estado haciendo todo el día, perder el tiempo?
—No es...
Empieza a agarrar las hojas de mala manera, arrugándolas al sujetarlas como si no fueran más que un folio del que deshacerse cuando en realidad implican horas de esfuerzo. Trato de quitárselas y ella tira con más fuerza.
—¡Eres casi una adulta! —chilla, rompe hojas gruesas frente a mis ojos—. ¿Quieres dejar de vivir en una nube y empezar a pensar en tu futuro?
Las rompe por segunda vez y mete en su pequeña bolsa. Después van mis pinturas.
—¡No puedes quitármelas! —estallo llena de frustración.
No es la primera vez que se lleva mi material, tampoco mis dibujos, cuadernos o cualquier cosa que me aleje de su prototipo de "hija" perfecta. No debería afectarme tanto después de tanto tiempo, pero lo hace.
—¿Que no puedo? —Lleva las manos a sus caderas, niega y deja caer todas mis pinturas dentro de su bolsa, extiende la mano hacia mi cuaderno, es el que saqué de la papelera hace ya semanas después de que también Brigitte lo hubiera tirado—. ¿Sabes lo que he tenido que hacer para llegar adónde estoy? ¿Lo difícil que es? ¡A ti te lo damos todo hecho y no das ni las gracias! Céntrate en tu futuro y déjate de tonterías.
—No son tonterías, ¿sabes cuántas horas al día estudio? ¡No puedo más!
Estoy sosteniendo el cuaderno para que no se lo lleve, pero una última mirada me avisa de que si no lo suelto las cosas se van a poner feas entre nosotras. Lo peor es que ya no me importa, es mi cuaderno, ¿por qué nunca puedo sentir nada como propio y perder el miedo a que me lo quiten?
¿Por qué siempre la historia tiene que repetirse?
Lo único que tengo es esa pulsera que tantos dolores de cabeza me ha causado, una parte del rompecabezas que no he conseguido resolver.
—Brigitte, mis notas son casi perfectas, os hago caso y prácticamente vivo encerrada para cumplir con lo que vosotros queréis, déjame esto —Estoy rogando y odiándome a mí misma por hacerlo al mismo tiempo. He dicho adiós al orgullo para tratar de razonar con ella y es algo que no sabe todo lo que me está costando hacer.
Pero ella no se lo piensa, tira otra vez de mi cuaderno y se lo lleva junto a la bolsa en la que ha metido mi antiguo móvil, dibujos rotos y pinturas. Desde la puerta, se gira una última vez hacia mí.
—La cena estará en media hora y esto —levanta el cuaderno— voy a asegurarme de que no vuelvas a poder recuperarlo. "Casi perfecto" no es matrícula —baja un poco el tono, casi abatida—. ¿Es que no te das cuenta que lo hago por ti?
Cierro la mano sobre el respaldo de mi silla con fuerza.
—No lo haces por mí.
No sé cuál es la razón, pero esa no es. Me daña más que ayuda y eso no es algo que me reconforte. En lugar de buscar defenderse de nuevo deja escapar un suspiro y cierra la puerta de mi habitación. Sus tacones golpeteando el pasillo son lo último que escucho antes de apoyarme sobre la mesa y frotar mis ojos con las manos.
Estoy tan cansada.
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Ashley estaba haciendo un dibujo para Jack 🌚 QueCozazh
Para una vez se siente más confiada Brigitte vuelve a joderlo todo.
Espero que os haya gustado el capítulo, ha sido tranquilo para que podáis mentalizaros de que el de la semana que viene toca intenso ♥
—Lana 🐾
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