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Capítulo 15 - El partido

Canción en multimedia: Lonely — Yoe Mase

Capítulo quince — El partido

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—¡Ashley! ¿Qué se supone que estás haciendo?

Me revuelvo entre las mantas por el grito ¿Es por la mañana? Es por la mañana, ¿y el despertador? ¿Por qué no ha sonado el despertador? Trato de abrir un poco los ojos para ver la hora. Palidezco por completo, ¡es la una del mediodía! ¿Cómo no ha sonado la alarma?

Quiero golpearme al darme cuenta de lo que ha pasado, al mismo tiempo estoy a punto de llorar de felicidad por haber podido descansar estas horas sin ninguna clase de sueños. El buen humor me dura poco, desde la puerta de mi habitación el señor Daking me mira de brazos cruzados y con su rostro marcado por las arrugas. Su cuerpo, algo rechoncho tras haberlo descuidado con el paso de los años, y estatura media tirando a baja podrían haberle vuelto una persona que parece dulce a la vista. Pero no, al contrario. No hay día que su voz pierda ese tono autoritario y fuerte.

—Deberías estar en clase, ¿qué haces vagueando de esta forma? ¿Es esto lo que te hemos enseñado?

—Estoy...

—Comportándote como una malcriada —interrumpe el señor Daking. A paso rápido se acerca lo suficiente como para impulsarme fuera de la cama por la fuerza—. Estudiar es tu responsabilidad, no voy a permitir que una estúpida vaga se quede en esta familia.

Siento la característica molestia sobre mi brazo cuando él hace fuerza. Sus ojos están llenos de rabia y la vena en su cuello marcada. He de admitir que las ganas de encogerme y bajar la mirada son elevadas llegados a este punto. Más la necesidad de echarme hacia atrás y poner distancia. No lo hago.

—Me han mandado a casa por tener fiebre.

—Fiebre —escupe con asco. Lleva una mano a mi frente con tal brusquedad que tengo que echar un pie hacia atrás para no caer por el empujón—. No tienes fiebre, deberías haber vuelto.

—Pero...

—¡No hay peros! Si no valoras la educación que te estamos pagando es que no valoras a esta familia y si no la valoras tendrás que dejarla.

No llores, Ashley. Maldita sea, has soportado mucho como para dejarles vencer ahora. No te llores, por favor.

Las amenazas con devolverme al orfanato me persiguieron hasta mis catorce años, después entendí que de ese momento en adelante mi futuro estaría en un reformatorio si lograba salir de alguna forma. De nuevo, perdida, de nuevo, sola. El señor Daking se dio cuenta pronto de mi miedo a la soledad, de mi necesidad de ser aceptada. Lleva explotándolo desde entonces.

Cuando suelta mi brazo sé que la marca va a quedar sin necesidad de mirar.

—Si no recibo un email de tu instituto diciéndome que te han mandado ellos a casa vas a estar en serios problemas.

Sale de mi habitación cerrando con un fuerte portazo. Tengo que sentarme en la cama al sentir mi cuerpo temblar. Cierro las manos sobre el edredón y clavo los ojos en mis pies. "Sólo hasta graduarme —me digo—. En cuanto me gradúe usaré mis ahorros y me iré. Sólo unos meses más".

Encuentro estúpida la propuesta de Ben en este momento. Si él lo hubiera visto sabría que pedirles ayuda no es sencillo, no cuando te infravaloran y amenazan a cada paso que das y si das la espalda a su prototipo. Ellos no querrían seguir manteniendo a alguien que tiene problemas, que está roto. Y yo he aprendido a valerme por mi cuenta usando el mejor arma que ha sido creada: las mentiras.

Si me paro a pensar entiendo que he perfeccionado eso hasta tal punto que la red de mentiras es demasiado perfecta y bien cuidada como para ser rota. Mi forma de fingir ante los Daking y cuidarlo todo, la información que cambio al hablar con Wen y Ben para que no se preocupen demasiado. Y, pronto, el psicólogo imaginario al que iré para calmar a mi mejor amigo. Paso una mano por mi pelo, sintiéndolo graso por el sudor. Temerosa de salir de la habitación, tardo más de media hora en recuperar la estabilidad e ir a darme una ducha.

El señor Daking no me ha avisado para comer y dudo que le agrade verme por el piso de abajo. Al menos, cuando Brigitte está, hay más razón en la casa.

Saco un par de barritas de uno de mis cajones después de haberme lavado y secado el pelo. Desde niña guardo algunos "alimentos de emergencia" para los días malos. Una precaución que hace tiempo que no tenía que usar, pero hoy no quiero salir del cuarto, no hasta dentro de unas horas.

Cuando Brigitte llega, a las tres por ser viernes, lo primero que hace es venir a mi habitación. Lo sé porque el sonido de sus tacones al subir las escaleras es inconfundible. Mantengo el libro de historia abierto frente a mí en el escritorio, habiéndolo previsto. Ya cambiada, con pantalones grises de chandal y camiseta de tirantes básica, trato de fingir lo mejor que puedo sorprenderme al verla.

Ella, como era de esperar, revisa qué estoy leyendo cuando está lo suficientemente cerca. Sólo después de eso me mira. Se da cuenta de la marca en mi brazo, marca de la que le falta tiempo para apartar la mirada e ignorar.

—He recibido el mensaje de que te has ido antes de clase. Ponía que hemos ido nosotros a recogerte, ¿por qué?

—Porque les dije que vendríais.

—No —Apoya una mano sobre la silla—. Estoy preguntando por qué no nos han avisado.

—Pero, el email...

—Ashley sabes a lo que me refiero. No quiero que vuelvas a mentir a nadie, si dices que vamos a ir, nos llamas. Y, si no, no lo dices ¿Queda claro?

Asiento.

—Bien —Da un paso atrás—, sigue estudiando entonces. Ah, y estás castigada, llamaré a la señora Reed para decir que no vas hoy, tampoco pisarás la calle durante el fin de semana. Sabes que no se debe mentir.

Quiero gritar hasta quedarme sin voz, la impotencia que siento es mayor a cada día que pasa. Pero siendo mis opciones aguantar callada hasta graduarme o decirles algo y arriesgarme a terminar en un reformatorio encerrada pudiendo perder también la oportunidad de una beca para la universidad, la primera opción es prácticamente la única que tengo. Así que me callo, vuelvo a asentir y ahogo un grito contra uno de los cojines una vez Brigitte sale de mi habitación.

Es esa impotencia la que me hace sacar el cuaderno de dibujo del que Brigitte creyó que se había deshecho, distintos tipos de lápices, y dejar que el cuaderno absorba todo lo que hay en mi cabeza. Simplemente, dejo de pensar. Porque, cuando dibujo, es como si el mundo desapareciera a mi alrededor para volver a formarse dentro de esas páginas, en un lienzo de posibilidades infinitas. Es darle vida a los miedos, las esperanzas y el mundo que hay en mi cabeza. Es escapar de la realidad.

Pierdo la tarde dibujando, como diría Brigitte. Y, después de cenar, sigo, tal y como lo hago tras ver cómo la señora Daking se asoma por mi puerta pasadas las diez para asegurarse de que esté dormida. Me levanto de la cama en cuanto, satisfecha, vuelve a cerrar, esta vez saco el edredón conmigo, otro de mis cuadernos de pintura más privados y las pinturas pastel. Salgo al balcón envuelta por el edredón. Esparzo las pinturas cerca de mis pies, acomodo el cuaderno sobre mis piernas y tomo una profunda bocanada de aire. Miro mi mano izquierda, ahora de un color algo rosado por la pintura pastel que estoy sosteniendo. La idea vuela a mi cabeza, reviso la hoja y empiezo.

(...)

Estoy adormilada en el balcón, a oscuras y con un dibujo terminado y otro a medio terminar. Mis manos ya están cubiertas de distintos colores y mi pelo amarrado en una media coleta. Tiro un poco mejor del edredón sobre mis hombros al sentir frío.

Hay algo de movimiento, lo capto por el rabillo del ojo y, siendo casi las cuatro de la mañana, mi corazón late con demasiada fuerza al notarlo. Más que nada porque ese movimiento es por mi jardín.

Cierro la mano con fuerza sobre la pintura que estoy sosteniendo sin atreverme a levantarme. En su lugar tiro un poco de mis cosas y me apoyo más contra la pared para no ser vista. Es raro que alguien ande por aquí a estas horas.

Unos segundos de silencio después, una piedrita cae delante mío. Luego otra.

Cierro los ojos por un segundo, adivinando quién está en mi jardín.

Dejo el cuaderno y pinturas a un lado, el edredón cae detrás de mí cuando me pongo en pie. Esquivo, por muy poco, la siguiente piedra que lanza hacia aquí.

—Maldita sea, Jack, ¿qué haces aquí?

Extiende las manos, señalando todo lo que le envuelve al mismo tiempo. Incluso con la poca luz puedo distinguir su sonrisa bajo esa capucha azul.

—Baja.

—Son más de las cuatro de la mañana.

—Quiero enseñarte algo.

—Y yo dormir —la diversión que noto en su voz, esa felicidad no hace más que empeorar mi humor. Me siento frustrada a sabiendas de que él tiene una libertad que a mí se me escapa entre los dedos a diario. 

—Si quisieras dormir ya lo hubieras hecho, vamos, te prometo que no será más de una hora.

¿A quién quiero engañar? Escabullirme por las noches se ha vuelto casi una necesidad, como un hobby que no quieres dejar.

—Dame un minuto.

Recojo el cuaderno y las pinturas del suelo, volviendo mi habitación para dejar todo en su lugar haciendo el mínimo ruido posible. Echo el edredón sobre la cama y me pongo unos pantalones largos de chandal y sudadera sobre la camiseta de pijama. Me pongo como puedo unas deportivas, arreglarme está de más. Como las otras veces, dejo la puerta que da al balcón entrecerrada cuando salgo y paso sobre la balaustrada para poder colgarme de la parte más baja y luego dejarme caer hasta el césped.

—¿La policía ha terminado vuestra fiesta de celebración post-partido o las canciones que estaban poniendo te aburrían?

Jack esconde ambas manos en los bolsillos de su sudadera, tiene la capucha puesta de forma que la poca luz que hay golpee contra sus labios y remarque la sonrisa ladeada que me devuelve.

—Te dije que vendría después del partido.

Sus pasos son algo rápido cuando marca el ritmo. Vamos en la misma dirección que las otras veces, sólo que esta vez él da la sensación de ir con prisas. Saca una mano del bolsillo y se echa la capucha hacia atrás.

—Podrías no haberlo hecho.

—¿Y quién podría confiar en mí si no cumplo lo que digo?

Estoy a punto de reír al esperar que esa pregunta haya sido una broma, pero su seriedad cuando me mira dice todo lo contrario. Encuentro una madurez en sus palabras que creía perdida por su comportamiento habitual. Eso me hace callar. Jack pasa una mano por su corto pelo rubio y vuelve a negar.

—Me miras tan sorprendida como si acabara de decirte que he encontrado el por qué de la existencia.

—No, es sólo que... —necesito un par de segundos para saber lo que quiero decir—. No me esperaba que fueras tan... así.

—¿Tan así? 

Enarca una ceja, curioso por una respuesta mejor formada.

—Tan responsable en ese sentido, maduro, no sé cómo decirlo. Es sólo que pocas personas tienen esa forma de pensar, para la gran mayoría una promesa no significa nada. Y yo me incluyo ahí.

—¿Esa es tu forma de decirme que no puedo confiar en ti?

Río con dureza, incapaz de contener la verdad.

—Puedes confiar en mí, pero saldrás decepcionado.

—¿Por qué?

—Porque eso es lo que les pasa a todas las personas cercanas a mí.

Porque miento, quiero decir. He tejido mi propia red de mentiras y, si lo supieran, se molestarían conmigo. Nunca les he contado toda la verdad a Ben ni Wen, menos a Wyatt. Cada uno tiene una parte para darme la oportunidad de desahogarme con ellos. Wen notó la primera marca en mi piel y no se despegó de mi lado hasta que le conté cómo me la había hecho, me la habían hecho, desde entonces tampoco se ha alejado. Ben, en cambio, ignora ese hecho, sabe que los Daking son fríos y descubrió uno de mis peores días por el agotamientos cuales eran los recuerdos que me robaban el sueño, Wen no sabe eso. Wyatt, en cambio, sólo lo básico. Les miento, manipulo la verdad que quiero contarles y sé que, por mucho que lo intente, nunca seré lo suficiente para ellos. Porque nunca he sido lo suficiente para nadie, sólo una decepción más.

—Entonces es una suerte que no seamos cercanos —Señala una zona algo alejada a nuestra derecha, una rampa algo oculta entre la maleza—. Todavía hay que subir un buen tramo, pero está ahí arriba.

—Bien.

Hay un corto silencio donde, mientras alcanzamos la cuesta que él ha señalado y empezamos a subir los pensamientos son lo único en lo que me centro. Siento un nudo en mi estómago dándome cuenta de lo cansada que estoy de tener que mentir siempre con la esperanza de creerme mis propias mentiras y estar bien. Jugueteo con la manga de mi sudadera mientras ando, ignorando durante todo el tiempo que puedo el silencio en nuestras voces. Poco después el sonido de los pies sobre las ramas, hojas e incluso al levantarlos de la tierra se vuelve cada vez más audible. No escucho pájaros, pero sí como los golpes de viento que desde aquí no siento agitan los árboles a nuestro alrededor. Aquí no hay farolas que nos iluminen, los altos árboles cubren gran parte de luz que podemos obtener. Pero es bonito, en una curiosa forma, lo es.

—Por cierto, ganamos.

Encontrando la frase de Jack como un ancla que me devuelve a la realidad, le miro.

—¿Habéis vuelto a robarles el perro para mantenerles distraídos?

Aun cuando anda un poco por delante de mí puedo jurar que una de sus típicas y burlonas sonrisas ladeadas ha crecido sobre sus labios. Se me hace raro saber que le conozco lo suficientemente bien en ese sentido para poder adivinarlo.

—Así que te enteraste de eso, ¿eh? Y luego dices que no estás interesada en las cosas de equipos.

—Wyatt me lo contó.

—Sí, ganamos —mi silencio le hace seguir—. ¿Es que no vas a felicitarme?

—¿Debería?

Mira sobre su hombro, con el ceño fruncido y dejando de andar un momento para que yo pueda alcanzarle. Frota sus manos en busca de calor.

—¿Qué quieres? ¿Que te pida que me felicites? 

—Puedes intentarlo.

—No voy a caer tan bajo.

—Entonces no voy a felicitarte.

—Creo que puedo vivir con ello.

—¿Crees? —me burlo—. Vas a hacer que me crea importante si dudas de eso, Jack.

Suelta un suspiro, se pone la capucha y aumenta el ritmo.

—¡Vamos, Ashley! —grita desde unos metros por delante—. Casi hemos llegado.

—¿Pero llegar adónde?

—Lo entenderás cuando lleguemos.

Con su última frase, echa a correr cuesta arriba. Maldigo entre dientes antes de hacer lo mismo. Ni loca me quedo sola en medio de este camino, menos con la poca luz que hay y el miedo que me provoca no saber lo que puede haber entre los árboles y arbustos. Una simple araña ya sería capaz de dejarme gritando en un momento como este.

Jack es rápido, lo sabía por las otras veces que hemos salido a correr juntos y, aunque el bosque sea mi terreno en ese sentido, también sé lo peligroso que es el free-running cuando no puedes ver lo que hay a tu alrededor. Me veo obligada a quedar segunda, buscándole un par de veces que se escapa de mi vista.

Cuando le encuentro, ya parado, mi boca se abre. Le veo ya fuera de la zona frondosa, de pie en el borde de un saliente. Frente a él, nuestra pequeña ciudad o, al menos, gran parte de ella. Me acerco con lentitud, asombrada por lo bonito que puede parecer el lugar con las luces de las farolas y las de algún que otro edificio. El cielo está casi despejado, una o dos nubes pequeñas que evitan que algunas estrellas puedan verse, pero el resto... el resto están ahí, trazando un paisaje único. Llego al lado de Jack, incapaz de apartar la vista de la ciudad en miniatura que parece que tenemos ante nosotros.

—Es bonito, ¿no te parece? —Pregunta. Lo hace sin ningún rastro de diversión ni burla, con un tono de voz tan calmado y suave que jamás me hubiera esperado de él. Por mucho que odie admitirlo, está bien que sea así de vez en cuando—. Encontré este sitio cuando tenía siete años, solía ir con mi hermano a explorar y un día llegamos aquí. Con esa edad él era mi ídolo más que mi hermano mayor.

Sus ojos no se despegan en ningún momento de la ciudad, los míos no se alejan de su rostro. Parece buscar, entre las calles y la distancia, ese recuerdo al que quiere atarse.

—Ahora vengo cada vez que discuto con mi padre.

Quiero preguntar qué hacemos entonces aquí, pero me muerdo la lengua. La pregunta se me hace absurda así que despego la vista de él y miro al cielo, tan luminoso a mis ojos, tan vivo. Sería un verdadero reto recrear este paisaje en papel.

—Parece un buen sitio para no ser encontrado —murmuro.

—El mejor.

—¿Me odiarías si también vengo alguna vez? —Ya tengo en mente algunos de los colores que utilizaría, veo la imagen dibujada a lápiz sobre un folio y mis pinturas acompañando el boceto en otro de mis cuadernos. 

—Tú compartiste conmigo lo de salir a correr tarde, creo que es lo justo.

Doy un paso hacia atrás, algo incómoda cuando habiendo desviado la vista hacia abajo la distancia de este saliente al suelo me ha devuelto un escalofrío.

—Bueno, si no aparezco una noche para salir a correr, ya sabes dónde estoy.

Por un momento me mira y, cuando lo hace, parece tan diferente que podría ser cualquier otra persona. Aquí no es el Jack con el que me cruzo en los pasillos, no es tan sarcástico ni usa cada oportunidad para vacilarme. Aunque tengo que admitir que tampoco yo, es como una pausa para ambos una con la que, sin entender del todo por qué, estamos cómodos.

—No es un buen lugar para ir por tu cuenta, menos si es tarde.

Incómoda con la seriedad, me burlo para suavizar el momento.

—Oh, ¿es preocupación eso que noto?

—No por ti si es a lo que te refieres —deja escapar—. Pero sí me tiene preocupado que quieran culparme como complice de algún asesinato por haber sido quien te enseñó este mirador.

—Tranquilo, no le diré a nadie que fuiste tú quien me lo enseñó.

Con esa frase, dejo que mis ojos escaneen el lugar, buscando guardarlo en mi memoria para poder  recrearlo después. Y, por una vez desde que nos conocimos, me siento en deuda con Jack por haberme enseñado este lugar.

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Dibujo de Ashley en multimedia √ (El dibujo es de una artista australiana, Alex Louisa)

Ashley literalmente en la conversación con Jack:

Un beso & nos leemos el próximo jueves ღ

—Lana 🐾

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