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Capítulo 1 - Los Daking

Chica en multimedia: Ashley Daking (Maia Mitchell)

Canción en multimedia: The doctor said — Chloe Adams

Capítulo uno — Los Daking

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Tiro de la manga de mi sudadera por cuarta vez en lo que va de hora. A cada minuto que pasa ese gesto está cada vez más cerca de convertirse en un tic nervioso. Todavía puedo sentir la presión sobre mi brazo si cierro los ojos, la forma en la que esos dedos gruesos se cerraban sobre mi piel con tanta fuerza que la marca ha sido inmediata.

Siento la mirada de Wen sobre mí. Como otras veces, ella encuentra mi gesto y entrecierra los ojos hacia mi brazo. Sus ojos mieles se llenan de tristeza y me da un toque con el bolígrafo para pedirme que no piense en ello. Es difícil teniendo en cuenta que la palabra "inútil" ya ha quedado grabada a fuego en mi cabeza como una constante definición hacia mi persona.

Me muerdo el labio con fuerza al volver a mirar la nota de mi último examen de estadística. No he llegado a tener un notable, los fallos son tan tontos que la impotencia me puede. Debería de haber dormido más para tener la cabeza más despejada al hacer el examen, pero preferí quedarme estudiando hasta tarde y ahora la nota es como una burla hacia mí. Un recordatorio de que las palabras de mis padres son ciertas.

—El examen era difícil —Comenta Wen. Se aparta un corto mechón de cabello rubio de la cara y toma mi examen—. No está tan mal, Ashley.

Se lo arrebato de mala manera.

—Sí para ellos.

—Es sólo un examen, no pueden castigarte por esto.

Niego. No van a hacerlo, claro que no, aunque sería mejor si lo hicieran. Estoy demasiado cansada de la forma en la que sus agresiones verbales han ido menguando no sólo mi autoestima sino también la capacidad de creer en mí misma. Vuelvo a tirar de la manga de mi sudadera.

—Eh —llama—. Lo has hecho lo mejor que has podido.

—Pero no es suficiente —Respondo entre dientes. Me arrepiento de inmediato, Wen no es quién para pagar mi molestia con ella. Sus ojos rasgados dejan de fijarse en mis examen para volver hacia el suyo. Me siento mal al instante, ella fue la primera chica que se decidió por ayudarme cuando empecé el instituto. La primera persona amable que supo ver mi nerviosismo y ayudarme a deshacerme del miedo que los años anteriores me habían invadido. Pero, por muy buena persona que sea, sé que no es capaz de entender lo que pasa conmigo.

Sus padres, el señor y la señora Jiang, son encantadores. He tenido la oportunidad de conocerles y la sorpresa fue inmediata. Se nota que quieren a su hija, que la adoran. En cambio eso es algo que yo esperé conocer, pero que nunca lo haría. Los Daking se han esforzado por recordarme, desde que llegué, cuál es mi lugar en esa familia. 

Termino por guardar el examen entre las páginas de mi cuaderno y devolverlo a la mochila. No les hablaré de este examen. Con suerte podré levantar la nota en el próximo y ellos verán sólo la media. No sería capaz de lidiar con sus respuestas después de lo de esta mañana. Después de que, pidiéndole al señor Daking permiso para poder salir este fin de semana a una fiesta, sus palabras hayan sido más dañinas que una cuchillada.

Cuando suena el timbre soy la primera en salir. Wen tiene que correr para alcanzarme antes de que los pasillos se llenen de gente.

—Te he traído las fotocopias de los trabajos de pintura que nos han mandado este mes y la teoría.

Esa frase me relaja por completo—. Gracias.

Wen sabe todo lo que me gusta el arte y que desde niña había querido trabajar en algo relacionado con ello. Me veía a mí misma conversando con personas importantes y explicándoles cuales eran los cuatros de las galerías que visitaban. Explicarles las características de sus autores, de la época, las teorías sobre la obra. Cada lienzo es una nueva realidad para mí, una forma de plasmar todo lo que sus autores han vivido, experimentado, sentido... Un lienzo en blanco es una oportunidad infinita, al pintarlo se limita entorno a la persona. Y eso es algo que me ha apasionado siempre. Así que cuando los Daking marcaron mis asignaturas optativas y criticaron mi idea de tomar alguna relacionada con las artes plásticas Wen se ofreció a compartir conmigo todo lo aprendido por ella.

—No hay por qué darlas, recuérdamelo antes de irnos —Como si me fuera a olvidar—. A todo esto, ¿puedes salir este sábado?

"Te estás convirtiendo en una inútil, nunca vas a conseguir nada si siges así" todavía puedo sentir la dura mirada del señor Daking junto a esas furiosas palabras "Sal por esa puerta y no volverás a entrar"

Mantengo las palabras más suaves en mi cabeza para poder apaciguar el recuerdo. Con eso niego.

—No me dejan.

—Oh, ¡venga ya! —Se queja Wen—. Tus padres te están arruinando la juventud, tienes que salir.

—De verdad, no puedo.

—¿Y si te escapas? En las películas eso siempre funciona.

Cierro la mano con fuerza sobre la tira de mi mochila para no quejarme en voz alta. Para no quejarme por cómo ella no entiende cómo es la situación en mi casa. Así que cedo un poco, fuerzo una sonrisa y trato de calmar la situación para poder cambiar de tema.

—La próxima vez —respondo con la esperanza de que todo termine ahí.

Los labios de Wen forman una fina línea mientras se lo plantea. Entonces noto cómo se rinde y encoge de hombros.

—Vale, pero de la próxima no te libras.

—Trato hecho —miento.

Como el resto de jueves, Wen se separa de mí a segunda hora. Sus optativas están llenas de clases que yo amaría poder dar, pero, en lugar de tener clases de pintura, historia del arte, fotografía o teatro, en mi horario abundan las optativas de negocios e idiomas. Me encuentro queriendo perderme entre el resto de alumnos mientras que bajo hacia el pasillo de historia. Todo es tan monótono que puede conmigo. No me gusta esto, no me gusta la forma en la que ese mundo idílico en el que creía vivir de niña se fue resquebrajando hasta convertirse en una cárcel. Ahora todo se ha convertido en una serie de normas que seguir y notas a las que llegar. Me he terminado por sentir un número hasta en mi propia casa.

Las clases siguen haciéndoseme pesadas. Me obligo a atender y a tomar nota en cada una de ellas. Aprovecho para saludar a algunos compañeros con los que he terminado por entablar una amistad a lo largo de estos años y trato de esquivar las conversaciones que no son superficiales a la hora del almuerzo. Esa es mi rutina. Una en la que me he visto lanzada y de la que ya no encuentro forma de salir. Es como si me hubiera perdido en mí misma, como si no tuviera otra opción. Supongo que no lo hago si quiero seguir teniendo un techo sobre mi cabeza y un lugar donde vivir. Los Daking no fueron la familia que me esperaba, pero sí con la que me tocó vivir y, como suele decir el señor Daking, debo de estar agradecida. Agradecida a ellos por haberme adoptado teniendo diez años en lugar de elegir adoptar a un bebé como el resto. Se lo debo todo.

Al terminar las clases me levanto con pesadez de mi pupitre y busco la clase que Wen tiene en el tercer piso. Ella sale con prisa, pisando los talones a la chica pelirroja que tiene delante mientras se apresura hacia las escaleras.

—Wen, lo de la teoría de tus clases de arte... —trato de mantener su ritmo. Ella me mira sobre su hombro sin dejar de bajar las escaleras—. ¿Mañana mejor?

—¡Lo tengo, lo tengo! —Como puede, saca un cuaderno morado de su mochila, practicamente lanzándomelo antes de que otro grupo de personas nos separara todavía más—. ¡Luego te llamo!

Agarro el cuaderno y la dejo ir. Me escabullo como puedo de la avalancha de alumnos que se apresuran escaleras abajo para llegar hasta la salida para hacerme mi propio hueco hacia el mismo lugar. 

Caminando de vuelta a casa todavía no he guardado el cuaderno, paso la mirada por los apuntes de Wen, por esas páginas de cuaderno llenas de tinta rosa que me regalan una información agradable. Incluso a mí me sorprende la facilidad con la que los datos sobre arte se hacen un hueco en mi cabeza y lo difícil que me es estudiar otras asignaturas. Aun así paso las páginas al andar, deleitándome con nueva información sobre artistas importantes y esos estilos que les caracterizaban. 

Nunca podré comprender cómo hay gente que odia el arte, no cuando para mí es como respirar aire puro en vez de la contaminación del centro de una gran ciudad. Es lo único capaz de transmitirme sentimientos, desde una gran tristeza hasta rabia. La mayor libertad que conozco. Para mi desgracia, convivo con personas que lo odian.

Saco las llaves de casa del bolsillo pequeño de la mochila blanca, balanceando el llavero entre mis dedos antes de abrir. Cuando la puerta se abre ante mí, el aire se queda trabado en mis pulmones. La señora Daking está de pie en la entrada, de brazos cruzados y con uno de mis cuadernos de dibujo colgando de su mano derecha. Ella se ha recogido el pelo claro en un apretado moño, sus ojos azules brillan con molestia.

—Suspendiste el examen de historia, ¿no pensabas contárnoslo?

Me da miedo preguntar cómo se ha enterado. No miedo por su reacción sino porque estoy demasiado cansada de tener que fingir ante los Daking y aguantar sus críticas. Ya no me afectan, pueden decir lo que quieran que no me duele, pero aun así prefiero que esos momentos no duren. Si algo he aprendido a lo largo de estos años es que me van a echar la bronca igualmente, pero cuanto más callada me quede antes termina y antes puedo olvidarlo.

—Lo siento, debería habéroslo dicho.

Ese examen sorpresa hace dos semanas todavía me mantenía en tensión.

Trago saliva en busca de deshacer el nudo que se ha formado en mi garganta. Lentamente, saco las llaves de la cerradura y cierro la puerta detrás de mí.

—¡Claro que deberías! ¿Qué te dijimos de mentir?

—Lo siento —repito.

Ella mantiene la rigidez en su cuerpo. Es alta, más con esos pequeños tacones que adornan los largos pantalones negros. Todavía lleva puesta una camisa blanca y chaqueta de traje, casi como si acabara de volver del bufete de abogados en el que trabaja.

—¿Qué traes ahí?

Brigitte clava su mirada en el cuaderno que no me he esforzado por guardar. Hacerlo ahora sería inútil, la brusquedad y necesidad del intento le darían cualquier aviso que no hubiera visto antes así que únicamente lo acomodo bajo mi brazo.

—Una amiga me ha dejado sus apuntes de química para preparar el examen de la semana que viene.

Duda. Lo hace hasta que acomoda el cuaderno que ella traía entre sus manos y lo abre tan descuidadamente que un par de hojas sueltas caen. Hay dibujos a carboncillo sobre el suelo. Brigitte señala las páginas que quedan abiertas, un acantilado que hice con pinturas de palo y ese búho que tardé días en perfeccionar con un par de bolígrafos y un rotulador.

—¿Sabes lo que es esto? —Pregunta. Las ganas de responderle sarcásticamente son grandes, de no ser porque conozco las consecuencias lo haría. Así que me limito a no apartar la mirada de ella, a no dejarle creer que voy a avergonzarme por eso.

—Mi cuaderno de dibujos.

—No —Lo mira enfurecida y arranca una de las hojas. Se me encoge el corazón al ver cómo el búho es destrozado entre sus manos. Entonces arranca otra y una tercera. Veo cómo el grupo de caballos se hace añicos y esas manos unidas son separadas cuando Brigitte rasga el papel. Se me encoge el estómago. La rabia es inmediata, pero callo. Mantengo el silencio porque hablar sólo hará que ella siga. Dos páginas después se cansa y para, tirando el cuaderno a otra esquina. Lo señala—. Eso eran horas de tiempo perdido. Horas en las que podrías haber estado estudiando para sacar una matrícula de honor y en cambio has preferido perderla con esas idioteces que no te llevarán a nada.

—Ya estudio suficiente —Defiendo.

—"Suficiente"—Critica—. Tú no eres una chica de "suficiente", en nuestra familia no queremos a una chica de "suficiente". 

—¡La mayoría de mis notas son sobresalientes! 

Soy estúpida. Me doy cuenta tarde de que acabo de gritar, perder la paciencia era algo que me prohibí hacer después de que uno de esos momentos me llevara a perder mi ordenador y móvil por dos meses. No tuve acceso a internet ni para redactar un trabajo de historia, de no ser por la biblioteca de nuestro instituto mi redacción hubiera quedado con una nota tan baja que salir del castigo me hubiera sido imposible. Y ahora he vuelto a hacerlo. Mantengo el aire en mis pulmones por más tiempo del necesario, mi boca se seca.

—Nosotros no hemos educado a una energúmena —Se limita a responder—. Olvídate de tus pinturas y de ese tonto cuaderno. Cuando saques todo matrículas harás lo que quieras, pero mientras tanto no vas a seguir perdiendo el tiempo con chorradas.

Cierro la mano con más fuerza de la necesaria sobre el cuaderno de Wen, agradecida, hasta cierto punto, de que Brigitte no haya vuelto a preguntar por él.

—Sube a tu habitación, que bastante contenta me tienes ya.

Quiero gritar, romper la lampara que tengo más cerca. Necesito decirle que me está amargando la vida. Si tuviera opciones quizás lo haría, si tan sólo tuviera una forma de salir adelante si ellos me dan la espalda.

Alcanzo a ver cómo ella maldice por lo bajo mientras recoge mi cuaderno y sale de casa. Directo al contenedor. Lo recuperaría por la noche, por ahora me limito a subir las escaleras y esconder el cuaderno de Wen. Después abro el cajón más bajo del escritorio para encontrarme con que Brigitte no mentía, ha encontrado y se ha llevado todas las pinturas, lapiceros y ceras que había escondido en algunos estuches. Me dejo caer sobre la silla de mi escritorio con pesadez. Ni siquiera tengo ganas de pasar los apuntes de Wen a otros folios para tenerlos yo también. Estoy cansada de ver cómo mis intentos siempre terminan en críticas y destrozos.

Saco de mi mochila mi cuaderno de química y me limito a hacer ejercicios hasta que me llaman a cenar.

Como todos los días, la cena es silenciosa. Un par de platos con una presentación bien cuidada y esas pequeñas preguntas entre los Daking entre sí acerca de sus días en el trabajo. Cuando la mirada del señor Daking cae sobre mí, su ojos de un azul más oscuro que los de su mujer, se entrecierran. Me escudriña.

—Brigitte me ha dicho lo de tu mentira.

Dejo el trozo de zanahoria cocida que estaba a punto de comer sobre el plato.

—¿Perdón?

—No nos hablaste de tu suspenso en historia —Aclara ella.

—Y ya he dicho que lo siento.

—Suspenso —Repite el señor Daking, negando—. Si no te esfuerzas tal vez nosotros también tengamos que dejar de esforzarnos en pagarte las cosas.

Mi boca se abre, pero no soy capaz de decir nada, en su lugar miro a Brigitte en busca de que corrobore o niegue las palabras del señor Daking. Ella no dice nada, bebe un trago de su copa de vino y sigue cortando otro trozo de escalope.

El señor Daking mantiene sus ojos sobre mí un par de segundos más y vuelve a su plato. Brigitte tuerce los labios en una mueca.

—No me gusta que nos hagas sacarte la verdad, Ashley —Amenaza ella.

—No lo haré.

Eso termina la conversación. El resto de la cena es silenciosa, incómoda. Ayudo a recoger y me ofrezco a sacar la basura, yendo con una gruesa sudadera cerrada para poder recuperar mi cuaderno de dibujo y meterlo dentro sin que ellos se den cuenta. Me obligo a desearles buenas noches antes de subir a mi habitación de nuevo. Escondo mejor el cuaderno, esta vez en la balda más baja de mi armario, debajo de los jerséis gruesos. Esta noche apago la lamparita de noche sin ganas de antes seguir con algún boceto. En el fondo tengo miedo de abrir el cuaderno y ver lo destrozado que ha quedado, de encontrarme con la ausencia de esos dibujos que para mí habían querido contar distintas historias, anécdotas, momentos de mi vida.

Apago todas las luces, me pongo el pijama y me meto entre las mantas. Me doy cuenta ahí de que es curioso, es curioso no poder tener ningún sentimiento fuerte hacia el día de hoy. Como si incluso la rabia requiriera demasiado esfuerzo como para salir a la luz después de todos estos años. Cierro los ojos y no tengo problema alguno para conciliar el sueño.

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Supongo que no hace falta que mencione que pido respeto en esta obra tanto para mí como autora como para el resto de personas que lean, cualquier comentario ofensivo será borrado de inmediato, al igual que el Spam (para eso ya tenéis mi buzón/perfil -siempre es bueno tener algo nuevo que leer-, pero no las obras que escribo). Y, claramente, la copia total o parcial de esta obra está prohibida. En el resto de mis obras he tenido la suerte de encontrarme con lector/s fantástic/s que han llenado las historias de un ambiente agradable, sigamos así ღ

— Lana 🐾


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