Una noche complicada
Salí corriendo de la sala de calderas, aturdido por el ruido que empezaron a provocar las maquinas que volvían a funcionar. Me sentí un poco atemorizado, porque las maquinas despedían pequeños escapes de humo que, al sentirlo cerca de mí, parecía que iba a quemarme.
Una vez alejado de la sala de calderas, el pasillo se dibujaba ante mí. Caminé hasta encontrar el ascensor y me alegré al ver que me esperaba con las puertas abiertas.
Entré y apreté el botón para ir a la planta baja. Las puertas se cerraron y el ascensor arrancó su trayecto.
Por momentos, temí que algo rompiera las cuerdas y terminara sumergido en un pozo sin chance alguna para poder subir, pero en cuestión de instantes, volví a estar en la planta baja.
Al salir del ascensor, escuché un ruido a mi izquierda y me agaché justo a tiempo para poder esquivar un florero, que iba dirigido a mi cabeza y que se terminó de romper contra la pared.
Miré en dirección de donde había venido el florero y pude distinguir la silueta del tipo de la foto, antes que desapareciera en la oscuridad. Quise seguirlo, pero un escalofrió me hizo voltear y vi a lo lejos, en el primer piso, a la mujer de la foto. Ella, me miró y al observar que yo también podía contemplarla, señaló con su dedo una habitación.
Caminé hacia la escalera de nuevo, en un estado de alerta completo para no volver a caer. Logré llegar al primer piso y entré en la habitación.
A pesar del desgaste del tiempo, a diferencia del resto del hotel, el lugar se mantenía intacto. Di unos pasos hasta toparme con una caja de crayones y hojas de papel tiradas por el suelo. Las levanté y miré los dibujos que había realizado el niño. A juzgar por la imagen del padre, con una calavera en lugar del rostro y las llamas que lo envolvían, debió dibujarlos cuando su progenitor empezó a enloquecer.
Seguí recorriendo la habitación, buscando el relicario. No había nada en los cajones. No había nada debajo de la cama. Caminé frustrado por la habitación empezando a enloquecer, hasta que me percaté que una de las maderas sonaba distinta al caminar sobre ella. Me arrodillé e hice lo único que me parecía tenia sentido. Golpear las maderas, buscando el hueco. Para mi suerte, fue rápido de encontrar. Golpeé con fuerza y rompí las maderas con facilidad. Abajo se encontraba solo un pequeño cuaderno.
Lo abrí y resulto ser el diario intimo de la mujer. En el, escribía un poco sobre su vida, y bastante, sobre la mala suerte que le acechaba, desde que su madre le había regalado el relicario. Escribía sobre como su marido, que siempre había sido dulce y amable, día a día se volvía mas malhumorado y no dejaba de hablar acerca del relicario. Supuestamente, en los últimos días, sospechaba que el objeto en cuestión, era regalo de un amante y no de su madre como había sido en realidad.
Extrañamente, el relicario desapareció de su mesa de luz, una mañana luego de haber tenido una gran discusión. A pesar de eso, la mujer escribía que creía que era lo mejor.
Cerré el diario y me senté frustrado en la cama. Jamás iba a encontrar el maldito relicario. Un sonido, como de un pequeño rasguño, empezó a romper el silencio. Miré y vi uno de los rayones moviéndose sobre la hoja.
Me acerqué con rapidez y observé como las letras aparecían una por una, llegando a completar la frase: "Segundo piso, habitación siete. Perdón".
La letra era la de un niño. Del niño. Tal vez, cansado de escuchar a su padre gritar acerca del relicario, pensó que lo mejor era esconderlo, sin saber que eso terminaría de desencadenar la locura de su padre.
Atrás mío un sonido desgarrador empezó a formarse. Volteé y vi como se rompía el tapizado de la pared detrás de la cama, formando el siguiente mensaje: "Voy a matarte".
—Inténtalo hijo de puta —grité a la nada, esperando que el fantasma me escuchara.
Los muebles empezaron a temblar y acercarse a mí. Primero, la mesa de luz salió disparada. Aguanté el impacto, pero antes de poder reponerme, el guardarropa me embistió y salí disparado por la puerta, sujetándome del barandal del primer piso para no caerme. Arriba mío, se había formado la silueta del padre. Tenía un rostro desquiciado, que alimentado por la luz fantasmagórica hizo que quisiera dejarme caer. Pero me mantuve firme y me impulsé para intentar empujarlo. Obviamente caí al suelo solo, y el fantasma desapareció antes de poder tocarlo.
Me levanté y empecé a caminar a la escalera para llegar al segundo piso. Para mi mala suerte, al igual que muchas de las escaleras, estaba destruida por el paso del tiempo. Decidí tomar el ascensor, en el camino los retratos empezaron a salir disparados de las paredes, con el objetivo de lastimarme, pero logré esquivarlos y cubrirme de los impactos. Aun así, era doloroso. Mis manos y brazos empezaron a fastidiarme, al llenarse de pequeños cortes producidos por los vidrios que cubrían los cuadros y se rompían al chocarme.
Llegué al ascensor y al entrar apreté el botón para llegar al segundo piso. Las puertas se abrieron, y escuché un grito de furia hacer eco por todo el lugar. Tomé eso, como señal de que el relicario estaba cerca. Me adentré en el pasillo, buscando encontrar la habitación. Un ruido metálico, que escuche detrás mío me inquietó. Giré para observar, como la perilla del calefactor empezaba a moverse, y unos tornillos se caían del artefacto, alcance a saltar, justo antes de ser cocinado por la llamarada de fuego producto de la fuga de gas. Las luces empezaron a titilar, buscando desconcertarme, mientras las ventanas empezaron a romperse llenándome de pequeños cortes de vidrio.
Pero, aun así, me levanté y corrí a gran velocidad, buscando la habitación.
La encontré doblando la esquina del pasillo y entré. Abrí los cajones y nada. Revisé el baño y tampoco. El humo había empezado a entrar por la puerta. ¿Donde habría puesto el relicario? ¿Dónde lo escondería un niño? Busqué debajo de la cama, y no podía encontrar nada.
Empecé a desesperarme. Hasta que me puse a pensar, que tal vez el chico era como la madre. Comencé golpear el piso sin encontrar ningún sonido diferente, pero en ese acto desesperado, encontré una caja de luz que había sido tapada y a la que le faltaba un tornillo. La rompí de un golpe y metí la mano, cuando el humo ya estaba llenando la habitación. Mis dedos tocaron algo frío, y lo saqué.
El bendito relicario, estaba ahora en mis manos. Y podía sentir algo extraño al sostenerlo. Lo guardé en uno de mis bolsillos y el escalofrió que había recorrido mi cuerpo al tomarlo se desvaneció. La habitación seguía llenándose de humo, por lo que abrí la ventana y miré hacia abajo.
El techo podía permitirme intentar escapar, era arriesgado, pero el pasillo prendiéndose fuego no era opción para mí. Salí de la pieza y al dar los primeros pasos en el tejado, me hizo dar cuenta de una cosa muy importante. A pesar de haberme convertido en un vampiro, seguía sintiéndome incomodo con las alturas. Mis piernas empezaron a temblar y casi me caigo en picada. Me sostuve como pude e intenté mantener la compostura. Me moví lentamente, intentando descender hasta el límite que separaba al segundo piso del primero y poder entrar. Sentí, que había estado una eternidad hasta llegar, pero finalmente pude soltarme y aferrarme a una de las ventanas del primer piso.
Miré hacia dentro y el lugar aún no había sido invadido por el fuego que estaba arrasando con todo el segundo piso. Rompí el vidrio, lastimándome la mano y luego sentí los pedazos de vidrio incrustándose en mi piel al entrar al lugar. Caminé en dirección a la puerta y abandoné el lugar sacándome pedazos de vidrio de la mano con la que había roto la ventana.
Llegué a la oficina de construcción y esperé a que llegara el taxi.
El remisero, cumplió su palabra y a las tres de la mañana estaba ahí. Me subí y pedí arrancar, mientras nos alejábamos veía el humo negro mezclándose con las nubes en la oscuridad.
Llegamos a mi departamento. Pagué y me bajé. El reloj marcaba las cuatro de la mañana. Aún podía ir al club y darle el relicario a Verónica y conseguir la información que buscaba. Decidí antes cambiarme la ropa y limpiarme un poco. Tenía el puño manchado con sangre y esquirlas de vidrio por todo el cuerpo y la ropa.
El taxista se alejó y comencé a caminar en dirección a mi departamento, pero me paralicé al escuchar unas risas y un comentario que me congeló la sangre.
Cállate o te mato dijo una voz, que provenía del callejón a una cuadra de mi departamento y al agudizar mis sentidos logre distinguir el llanto de una mujer. Corrí hacía el callejón y me encontré con dos de los chicos que había encontrado en el muelle vigilando el lugar. Detrás de ellos, el muchacho que había querido burlarse de mi se estaba sacando los pantalones y tenia contra el piso sometida a la chica rubia. No había rastro de otras chicas ahí.
—Flaco, sal de aquí —dijo uno de los que vigilaba.
La chica, al escuchar esto me miró, sin poder decir palabra alguna. No necesitaba hacerlo, sus ojos pedían a gritos alguna ayuda. Me pregunté si ya había pasado alguien más por ahí y decidió que no valía la pena meterse.
—¿Eres sordo o imbecil? —dijo el chico acercándose a mí.
No contesté. Lo golpeé con fuerza y el impacto le rompió la mandíbula dejándolo en el piso tirado. Con el otro chico que vigilaba y que ahora me miraba asustado, fui menos delicado. Me abalancé sobre él, tirándolo al piso y le reventé la cabeza contra el pavimento reiteradas veces, hasta sentir que el cráneo se le había hecho pedazos. Al dejar caer la cabeza, escuché disparos. Solo uno me dio en el pecho. El otro disparo se lo había dado a la chica que ahora caía al suelo desangrándose. Confiado, el muchacho se levantó y bajó la guardia para subirse los pantalones. Aproveché ese instante para correr hacia el y derribarlo. No lo mate, sino que puse mi mano en sus genitales y los apreté hasta sentir el líquido tibio, recorrer mis dedos. Estaba furioso, intenté contener mis ansias de matarlo y llevé mis manos a las suyas. Rompí cada uno de los huesos de sus dedos. El muchacho, gritó de dolor hasta desmayarse.
No iba a matarlo. Iba a dejarlo vivir, merecía sufrir aún más. Fui hacía la chica que parecía estar todavía consciente.
—Hey —dije mientras la levantaba en los brazos.
—No quiero morir.
—Voy a llamar a una ambulancia.
—Gracias —dijo mirándome.
Observé el charco de sangre que se estaba formando y me di cuenta que no iba a sobrevivir. Maldije el no poder convertirla en un vampiro. Pero, tal vez era que su imagen cubierta de sangre me hizo acordar a Saturno lastimado en el sillón de su casa, que recordé sus palabras acerca de la creación de los ghouls. Ella aún tenía sangre en su cuerpo. Si actuaba ahora, técnicamente no estaría rompiendo ninguna regla que pudiera poner mi corta existencia como vampiro en riesgo.
Corté un poco de mi muñeca como había hecho Roxy. La llevé a sus labios y dejé caer las gotas en sus labios. Ella intento moverse, molesta al sentir el líquido goteándole, pero no estaba en condiciones para oponer resistencia. Apreté la muñeca contra su boca para que la sangre entrara en su cuerpo. Al cabo de unos segundos, la chica abrió los ojos como si la hubieran herido nuevamente y empezó a moverse. Logró correrme de su camino y al intentar levantarse, se cayó al piso, donde empezó a convulsionar. Observé la situación preocupado, pero al cabo de unos instantes se desmayó.
Tenía que pensar en una buena historia que no me ponga en riesgo a mi o a ella. Tal vez Saturno podía ayudarme, yo lo ayude a él. ¿Y si era un traidor como el novio de Roxy? ¿Pero qué otra opción tenía? La muchacha ya estaba en contacto con mi sangre. Había tomado una decisión, ahora tenía que afrontar las consecuencias.
La tomé en mis brazos y la llevé hasta mi departamento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro