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Una exhibición atroz


Tardé poco tiempo en llegar al lugar, a pesar de ir caminando. Fue fácil descubrir el edificio, ya que era un lugar inquietante. 

La estructura de madera, que debía querer darle un aire de elegancia al edificio alumbrado por las luces de filamento que colgaban de sus extremos, le daba un aire extraño. 

Caminé, con la llave en mano por las escaleras de madera, que chirriaban con cada paso que daba y al llegar a la puerta escuché pasos a mis espaldas. 

Me di vuelta para observar a lo que parecía ser un policía bajito, con una panza prominente. Si bien su color natural era un blanco bastante pálido, en este momento sus mejillas se encontraban rosadas. Tenía unos ojos pequeños de color azul que en estos instantes, parecían querer salirse de sus cuencas. 

—Buenas noches señor —dijo con dificultad. Parecía que había corrido. 

—Buenas noches oficial. 

—Disculpe que lo moleste, pero usted esta intentando ingresar a propiedad privada. Tengo que pedirle que se retire. 

—Tengo autorización para entrar —dije extendiendo la llave. 

—Eso no es prueba suficiente señor. Disculpe mi insistencia, pero la dueña de la galería es muy reservada respecto a la seguridad. 

—Lo sé. Trabajo para ellas —dije con una seguridad que me sorprendió a mí mismo. Trabajo para Victoria y Verónica Vile. 

—Ah bien —dijo suavizando un poco su tono y dejando relajar sus  piernas, que parecían a punto de quebrarse, e inclinándose para poder respirar mejor—. ¿Puedo preguntar que hace tan tarde ingresando a la galería? 

—No puedo decírselo. Como dijo usted, las hermanas son muy reservadas respecto a la seguridad. 

—Bueno señor. Espero no le moleste que entre con usted —dijo el hombre mirándome con desconfianza. 

Lo pensé por unos instantes. Supuse que en caso de que a Verónica no le gustara la presencia del oficial, ella misma se encargaría de pedirle que se vaya. No tenía tiempo que perder, con este tipo de tonterías. Además, el hombrecillo no parecía tratar de ser un incordio, sino que buscaba cumplir con su trabajo para no meterse en problemas. 

—En absoluto oficial —dije con una sonrisa. 

—Puedes llamarme Blugman. 

—¿Blugman? 

—Sí. Ese es mi apellido. Sergio es mi nombre. 

Asentí y le hice un gesto para que suba conmigo para poder ingresar juntos. 

El hombre subió las escaleras y yo introduje la llave en la cerradura y abrí la puerta. Adentro estaba oscuro, pero podía observar los cuadros exhibidos y los objetos colocados en las estanterías. 

El oficial, entró primero y caminó, hacia donde supuse yo, estaba la caja con los interruptores para prender el lugar.  

Yo cerré la puerta y lo esperé. Me inquietaba el silencio del lugar. Me preguntaba donde estaría Verónica. Intenté aguzar mis sentidos, pero no pude escuchar ningún paso de alguna habitación alejada a nosotros. Lo que si sentía era una sensación de incomodidad, algo me decía que no tenía que estar ahí. Había algo extraño en ese lugar. Las luces se prendieron y pude observar bien el salón. 

Estaba diseñado de manera circular. El techo estaba cubierto por unas vigas, que dejaban caer los cables que sostenían y alimentaban las lámparas que lo iluminaban. 

Las paredes estaban pintadas de blanco y negro, como si se trataran de alguna especie de estilo modernista, que claramente yo no podía comprender. 

Cinco pilares se encontraban esparcidos, cada uno con un vidrio que protegía algún objeto. Solo uno se encontraba vacío. Y entre los pilares, sostenidos por los cabestrillos, se exhibían cuatro pinturas. Parecían ser distintos retratos de un mismo modelo. Pero, la cara estaba deformada en cada una de las pinturas, como si hubieran retratado una especie de monstruo. El cuerpo pálido y lleno de arrugas tenía muchos cortes, algunos parecían ser arañazos y otros mordidas. Debajo de cada pintura se firmaba con las iniciales V.V. 

Pensé en que las pinturas, las había realizado una de las hermanas, pero no podía distinguir cual de las dos. 

El oficial volvió. Parecía estar más incómodo que yo. No lo culpaba, el lugar parecía estar pidiéndonos a gritos que nos vayamos. Que no éramos bienvenidos. 

—Bueno señor, si no le molesta me gustaría que haga su asunto acá lo más rápido posible, es la primera vez que estoy dentro de esta galería de noche y ya me siento bastante incomodo —dijo con una risa nerviosa. 

—Tengo que hablar con Verónica, ese es mi asunto. Su hermana me dijo que debía estar aquí. Así que voy a buscarla en alguna habitación de la galería. Si quieres irte, hazlo. 

—Pero señor —dijo el hombre confundido—. No entro nadie a esta galería. Lo se porque estoy en un turno de veinticuatro horas. Y, además, aquí no hay otra habitación. 

Miré por el lugar y me di cuenta que el oficial no mentía. No se había ido muy lejos de mí, podía ver la caja con las térmicas sin cerrar. Victoria me había mentido, y yo como un tonto le creí sin pensarlo dos veces. 

—Tienes razón —dije intentando sonar lo mas calmado posible, pensando en donde estaría Verónica y pensando en que ganaba Victoria  con esto. 

El hombre, caminó hasta la puerta, sin quitarme la vista de encima y al llegar a una distancia segura, levantó el arma. Controlé mi reciente instinto de desenfundar mi pistola al sentirme en peligro, y poniendo el tono más inocente que encontré, levanté la mano y dije: 

—¿Pasó algo oficial? 

—Por el momento no —dijo el hombre—. Pero si no es molestia, me gustaría que se arrodille y se deje arrestar. Esto es muy sospechoso y si no tiene nada que ocultar, imagino no tendrá problema alguno de venir a la comisaria conmigo, para poder explicarme que es lo que pasa acá. 

Comisaria. Amanecer. No era una buena opción, pero decidí dejar que intentara capturarme para poder dejarlo inconsciente. Así que me arrodillé. 

—Muy bien amigo, ahora espérame que abra la puerta, no soporto mas el olor a humedad de este lugar. 

¿Humedad? En ningún momento desde que entramos, sentí olor a humedad, y eso que mis sentidos se habían desarrollado de gran manera. 

El hombre tocó el picaporte de la puerta y pude sentir una descarga recorrer la habitación. Fue como un rayo que impactaba contra una antena de metal. Solo que la antena era el oficial, que, en ese momento, se encontraba en el suelo temblando. Convulsionaba de manera violenta, con la lengua salida para afuera y los ojos en blanco. 

Finalmente, entendí la trampa que me había colocado Victoria, por haberla desobedecido. Pero la tortura del oficial no terminó ahí. Cuando las convulsiones cesaron, se empezó a incorporar jadeando, pareciéndose a una especie de animal salvaje. Con la boca salivando una espuma extraña. Me miró con los ojos perdidos y empezó a correr hacia mí. 

Intenté levantarme, pero su velocidad me tomó por sorpresa y logró derribarme. Giramos golpeando finalmente contra la pared, donde él quedo encima mío llenándome la cara de baba, mientras intentaba morderme, pero yo tenía más fuerza que él y podía mantenerlo a raya. Como si se percatara recientemente de la existencia de sus manos, el hombre empezó a arañarme la cara, con una fuerza que logró herirme. Alejé mi mano izquierda de su rostro y lo golpeé con fuerzas en las costillas. Escuché los huesos romperse, pero él siguió atacándome. Rasgándome la cara, empezando a lograr penetrar mi piel de gravedad. Sentí la sangre brotar por mi rostro y empecé a luchar ferozmente para poder alejarlo de encima mío. 

Utilizando todas mis fuerzas, logré hacerlo girar y poder ponerme  encima suyo. 

De esa manera, pude alejar sus manos de mí y sacar el revolver del bolsillo. Disparé, dándole en el pecho y en el estómago. Me levanté y me alejé, observando el cuerpo inerte que ahora desparramaba sangre por todo el piso. 

Me apoyé contra una de las paredes, intentando mantener la calma, mientras veía las gotas de sangre caer de mi rostro. Apenas me percaté, que el oficial se estaba poniendo de pie, como si los dos disparos no hubieran servido para nada. Levanté el revolver y apunté a la cabeza. Apreté el gatillo y observé  la bala ingresando en su cráneo, provocando que el hombre cayera de nuevo el piso, haciendo un gran estruendo. 

Más sangre comenzó a salir de su cabeza, pero, era una sangre extraña, oscurecida y extrañamente sin ninguna clase de aroma que pudiera atraerme. Esa sangre, era diferente a todo lo que había visto estas últimas noches. No pude detenerme en investigar, porque a pesar de haber recibido un disparo que había destrozado su cráneo, el oficial intentaba levantarse nuevamente. No entendía, que clase de poder era el que se había apoderado de ese hombre, pero parecía ser imposible de detener. 

Nuevamente el oficial, o lo que fuera que se hubiera convertido, empezó a correr hacia mi con los brazos levantados. Yo guardé la pistola y utilizando la experiencia que me dieron las peleas, en las que me involucraba cuando era adolescente, también empecé a correr hacia él, esperando tener éxito en la confrontación. 

En el instante que se abalanzó sobre mí, me moví a un costado esquivando la embestida, logrando capturar su brazo derecho, en una toma de agarre. 

Una vez capturado, presioné con fuerza y tiré del brazo con toda intención de arrancárselo. Me costó demasiado, pero entre mi fuerza y el agarre pude arrancarle el brazo derecho. Poco le importo a esa cosa, que, sin gritar, sin sufrir se giró y me propinó un arañazo en el rostro y un cabezazo en el pecho, provocando que me cayera  al piso. 

Desprovisto de su brazo, le costó más intentar golpearme, pero la bestia parecía aprender rápido, porque me dio un cabezazo en la cara y en el momento que me descuidé, dado al dolor que me hizo sentir, me mordió con fuerza el cuello. Tuve suerte que no me lograra morder la yugular, porque no sabría que hubiera pasado. 

El dolor de la mordida era insoportable, pero hice uso de una gran fuerza de voluntad para enfocarme en mi ventaja y tomé su cabeza entre mis manos. Empecé a apretar, con toda la intención de transformar su cráneo en pequeños fragmentos. La presión de mis dedos empezó a surgir efecto, provocando una sucesión de ruidos, el sonido de los huesos de su cara quebrándose, y logrando de esa manera suavizar la mordida que me estaba lastimando de sobremanera. Apreté hasta que llego el punto en que el ruido de mis manos cesó y sentí que estaba apretando algo similar a una arcilla. Ya no sentía la presión de los dientes en mi cuello. 

El cuerpo aun seguía siendo pesado y su brazo seguía moviéndose, intentando golpearme. Llevé mis manos a mi bolsillo y saqué el cuchillo con el cual corte el cuello del oficial y logré de esa manera, separar la cabeza del resto del cuerpo, provocando así, finalmente, que aquel cuerpo con sobrepeso dejara de moverse. 

Empujé el cadáver a un lado y me giré sobre el piso agarrándome el cuello que no paraba de sangrar. Pedí por favor que el sangrado se detuviera pronto, y como si mi cuerpo pudiera sentir la orden, el sangrado se detuvo, pero eso no fue todo. Aunque la sorpresa me dejó en shock unos instantes, me sentí invadido por un hambre atroz. ¿Sería esta la bestia a la que se refería Jaques? 

Todo a mi alrededor daba vueltas. Me quedé recostado en el piso, intentando que la sensación de estarme desvaneciendo pasara, pero esto solo empeoraba. 

Escuché la puerta abriéndose detrás mío y unos pasos que ingresaban en el salón. Pude ver dos sombras, pero por primera vez la vista me fallaba y no podía distinguirlas. 

—¿Están muertos? —preguntó una voz 

—El gordo sí. Mira los tiros, fíjate el otro, el importante —respondió la otra voz. 

Escuché pasos acercándose a mí y al estar cerca, pude observar de quien se trataba. Era uno de los empleados que custodiaba el ascensor del club. Quise hablar, quise insultarlo y quise matarlo, pero mi cuerpo no me obedecía, solamente sentía que la imagen se desvanecía, hasta que finalmente no pude observar o escuchar nada más.

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