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Los primeros pasos




Salí a la calle y caminé en dirección a la playa. Llevaba el arma guardada en el bolsillo. Me reí un poco acerca de mi nerviosismo inicial al salir del departamento.

Al recorrer las primeras cuatro cuadras, empecé a notar a la gente que se juntaba en las esquinas o en los umbrales, ya sean un grupo de amigos o alguien solitario, sentado en un banco de los que se ubican en las paradas de colectivos.

Me reconfortaba la idea de ir armado. Mantuve mi mano cerca del arma, hasta el momento que entendí que era un vampiro. Ya no tenia que sentir miedo nunca más. O al menos, no sentir miedo que alguien quiera venir a robarme. Desde ese momento, caminé a paso ligero con una sonrisa en el rostro hasta llegar a la costa.

La playa de la ciudad no era la gran cosa. El camino de cemento terminaba en un estacionamiento, donde la gente dejaba los autos y se iba a la arena. Uno podía acceder por ahí, o como yo, caminar por la ciudad hasta entrar en la parte del muelle.

Caminé mirando los locales que lo componían. Cervecerías, un local de vídeo juegos, un puñado de restaurantes y una gran rueda de la fortuna rodeada de algunos juegos de atracciones que, durante el verano, debían funcionar de atracción turística, pero por el momento se encontraba cerrado.

Caminando entre la gente, descubrí algo acerca de mi nueva condición. Mis sentidos se habían aguzado. Podía escuchar conversaciones a distancia, mirar a metros de donde me encontraba y, si me concentraba, observar los objetos que estaban alejados como si los tuviera delante mío. También, podía oler el pescado que salía de uno de los restaurantes que se encontraba a una cuadra de mí. Descubrí también, que, si me enfocaba en no sentir tantas cosas, es como que mis nuevos sentidos se bloqueaban y volvía a un estado, que decidí llamar, mi estado humano.

Al escuchar que un grupo de chicos hablaba de drogas, me acerqué a ellos intentando escuchar un poco más sobre su conversación. Me apoyé en el muelle, y para disimular, prendí un cigarrillo. Al usar el encendedor, la pequeña llama me aterrorizó. Pegué un sobresalto, al tener tan cerca el fuego. Los muchachos me vieron, se rieron y decidieron alejarse.

Frustrado, seguí caminando, esperando encontrar la ubicación del lugar donde habían estafado a Saturno. No volví a escuchar que alguien hablara de drogas, pero me acerqué a un grupo que estaba tomando cerveza. Se trataban de cuatro chicos y tres chicas, que seguramente estaban sobre la mayoría de edad o a punto de alcanzarla. Vestían remeras de bandas de punk, y pantalones negros.  Al llegar, uno de ellos dio un paso hacía mi y me preguntó:

—¿Maestro, me das un cigarrillo?

—Sí —dije y le entregué uno.

El muchacho se acercó y lo sacó de mi mano. Me molestó la falta de educación, pero decidí seguir sonriéndole de manera amigable.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —pregunté amablemente.

—Sí —respondió el muchacho, mientras encendía el cigarrillo.

—¿Sabes dónde puedo pegar algo de droga?

—¿Me viste cara de drogadicto? —preguntó riéndose y mirando a su grupo. Los chicos se rieron, pero las chicas se quedaron mirándome, todas esbozando una sonrisa que me hizo acordar a Roxy cuando la conocí.

—No, pero ando manija —respondí, intentando sonar lo más callejero que podía.

—¿Qué eres una puerta? —dijo el chico riéndose.

—¿Qué eres bromista? —le pregunté irritado mirándolo a los ojos—. Devuélveme mi cigarrillo, payaso.

El muchacho para mi sorpresa, se quedó en silencio y entregó el cigarrillo, como si estuviera en un trance. Se quedó quieto hasta que lo tomé. Luego me miró como atemorizado y dijo:

—Disculpe señor.

Y dicho eso, les hizo una seña a sus amigos y se fue. El resto del grupo lo siguieron confundidos, excepto una de las chicas que se acercó a mí. Tenía los ojos celestes y el pelo rubio cortado en flequillo. Era bajita, con la cara media redonda, pero era muy bonita. Llevaba una remera de los Sex Pistols, una pollera escocesa que dejaba ver parte de sus pálidas piernas y unos borcego de color negro.

—Heidi vamos —dijo una de las chicas.

Heidi, me sonrió y se alejó.

Sentí pasos detrás mío. Estaba a unos metros, pero sabia de alguna manera que se dirigía hacia mi. Me volteé y vi a un muchacho caminando de manera nerviosa. Iba vestido con un jean y un buzo grande con capucha. Se acercaba con las manos guardadas en el bolsillo central del buzo. Vi su rostro, parecía ser joven, pero tenía la cara bastante chupada, recubierta por una barba incipiente de unos días.

—¿Andas a buscando a Giroud? —dijo cuando se colocó cara a cara frente a mí.

—¿Eh? —pregunté observando detenidamente los movimientos del muchacho.

—Te vi que andas preguntando por donde pegar —dijo limpiándose la nariz con el brazo—. El único que vendé acá es Giroud.

—Sí, bueno, lo estoy buscando entonces.

—¿Tienes dinero?

—Sí —mentí.

—Dámelo —dijo el muchacho y me apuntó con un cuchillo que había sacado del bolsillo del buzo.

Sin pensarlo, casi de manera intuitiva, intenté apartarle el brazo que tenia el cuchillo de mí.

Mi mano llegó a la suya y, como si se tratara de un vaso plástico descartable, aplasté su brazo. El ruido que hicieron los huesos al quebrarse fue estremecedor.

El cuchillo cayó al suelo y el chico se arrodilló por el dolor. Quise patearlo, pero temí que tal vez, con la fuerza que tenía ahora, podría matarlo. Aun tenia que encontrar la casa de Giroud. Me arrodillé y le dije:

—Si no quieres que te rompa hasta el ultimo hueso, hijo de re mil putas, me vas a llevar a lo de Giroud.

—Sí —respondió sollozando.

—Y no intentes nada, porque juro que lo del brazo va a ser un paseo en la ruleta con lo que te puedo llegar a hacer infeliz —dije amenazante.

El muchacho se levantó con dificultad, agarrándose el brazo lastimado con el rostro transformado por el horror. Yo, tomé el cuchillo y lo guardé, sintiéndome extremadamente poderoso. Jamás en mi vida, había logrado que alguien me observara así. La sensación era embriagante.

El muchacho empezó a caminar lentamente por el muelle, llegando a la escalera que bajaba hasta la playa.

Bajamos por las escaleras y seguimos caminando por la arena, hasta que atravesamos las rocas que indicaban el fin de la zona habitada, y empezaba el camino del bosque que estaba adyacente a la ruta.

Nos adentramos dentro del terreno borrascoso. Caminamos entre los árboles, a lo lejos podía verse una luz. Agudicé mi vista. A unos metros del poste de alumbrado público, se encontraba una casa grande, que parecía una especie de Bunker.

Al costado de la casa, habían estacionado tres autos. En la puerta, se encontraba un tipo de musculosa custodiándola. Era de una contextura bastante ancha, y alto. Los ojos bien abiertos miraban en dirección al frente. Seguimos caminando en dirección a la casa. Escuchaba los sonidos de la respiración del muchacho que oficiaba de guía obligado, y los latidos acelerados de su corazón.

Poco antes de llegar a la casa, escuché como los músculos de sus piernas se contrajeron, señal de que iba a correr y sus pulmones se llenaron de aire a gran velocidad. Eso me advirtió.

Llevé mi mano a su boca y logré ahogar el gritó de auxilio y la huida. Al tenerlo tan cerca, no pude contener mi hambre, y a juzgar por lo que iba a enfrentar, y lo que me había explicado Jaques, dejé que la bestia saliera y mordí su cuello.

Lo hice, hasta sentir que el corazón estaba a punto de dejar de latir y lo solté. El chico cayó al suelo desmayado y yo me volvía a sentir invencible.

Tuve que contenerme para no atacar al tipo de la escopeta.  Tenia que pensar bien que es lo que debía hacer. A juzgar por los autos podían haber mas de diez personas armadas ahí adentro.

Seguía siendo vulnerable a una lluvia de balas. Tenía que analizar las posibilidades.

Por mas que tuviera un arma, si la utilizaba para bajar al tipo de la puerta, alertaría a los demás.  Tampoco podía acercarme y atacarlo. Entrar ahí de una manera pacifica era la mejor opción, pero como podía lograrlo.

Si tan solo tuviera el poder de Leopoldo para hacer que los demás obedecerían. Tal vez lo tenía. Jaques me había dicho de las similitudes que tenían los de mi clase con los de Leopoldo. No sabia si era por el hecho de haberme alimentado recientemente y la sensación era abrumadora, pero sentía que era capaz de hacerlo.

Empecé a caminar hacia la puerta, el tipo al verme, tomó una escopeta y me apuntó.

—¿Te perdiste? —dijo, poniendo el dedo en el gatillo.

—No. Para nada.

—Yo creo que sí, mejor que te vuelvas

—Vine a comprar.

El tipo me miró por unos segundos analizándome.

—¿Quién te envía?

Pensé en mentir. En inventar una historia, pero si era verdad que tenia el poder de Leopoldo, tenia que probarlo. Estábamos los dos solos, era la mejor oportunidad para probar si de verdad tenia el poder de un vampiro en mí.

Lo miré fijo a los ojos y dije:

—Te importa una mierda quien me envía. ¡Déjame Pasar!

El tipo se aferró a la escopeta, pensé que me iba a disparar, pero mientras apretaba la escopeta se alejó de la puerta. Empecé a caminar hacia él, su rostro ahora reflejaba inquietud y su cuerpo temblaba. A juzgar por como intentaba moverse, sabía que quería dispararme, pero que no podía hacerlo. Aproveché mi ventaja y probé otra de las cualidades de ser un vampiro. Lo golpeé fuertemente en el rostro. Gran error. El golpe provocó no solo el sonido de los huesos del cráneo del tipo romperse, mientras mi puño se hundía en su rostro, sino que provocó otro sonido más estruendoso, el del cuerpo que cayó al suelo. Ahora el guardia de la puerta estaba muerto.

Había matado a una persona. Era un asesino. Me quedé quieto sin poder creer lo que estaba pasando. Pero, como vino el remordimiento, se fue, opacado por una voz que me decía que hice lo que tenia que hacer, y que era él o yo.

Pasada la sensación extraña, me miré los nudillos, esperando verlos hinchados o rojos, como las pocas veces que se pusieron resultado de mis peleas juveniles, pero estos estaban intactos, manchados de la sangre del recién fallecido, pero intactos. Para mi suerte, nadie salió a inspeccionar, todos seguían adentro, la música podía ser que estuviera fuerte, pero no podía seguir probando mi suerte, tenia que hacer algo que me diera una ventaja.

Tomé el cadáver y lo arrastré hacia los árboles. Me sorprendí nuevamente, al notar que el cuerpo de este tipo tan musculoso, no me pesaba en absoluto.

Mientras lo arrastraba, pude ver entre los arboles unos caños que sabia se utilizaban para las conexiones de luz. Dejé el cuerpo escondido entre los arbustos. Lo revisé y encontré un cartucho de balas para la escopeta. Los guardé y tomé la escopeta. El arma que el tipo de contextura grande levantaba con dos manos, yo podía levantarla con una. Me costaba, pero podía.

Caminé, siguiendo los caños hasta que encontré un generador de luz. Di gracias a mis padres, por haberme enviado a una escuela técnica, y saber el uso y las funciones del artefacto que estaba delante mío.

—Bien —dije en voz baja.

Solamente tenía que encontrar la caja, donde debían tener las térmicas, y apagarlas para dejarlos sin luz. Era muy arriesgado dispararle al generador con la escopeta, porque la explosión podía incendiar el bosque. La voz de Jaques volvía a mi mente, diciendo las debilidades de ser un vampiro.

Con bajar las térmicas, sería más que suficiente, inclusive era ideal, porque si salían a intentar levantarlas, podía matarlos uno por uno y en silencio.

En la oscuridad mi ventaja era más que suficiente. Si lograba matarlos a todos y dejar al líder para el final, podría interrogarlo para saber donde estaba el explosivo y porque no, la plata de Saturno y quien sabe que más.

Tomé la escopeta y la colgué en mi espalda, era igual de pesada que un arma de juguete para mí en este momento. Caminé siguiendo los caños de luz, dispuesto a llevar a cabo mi plan.

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