La corte & el concilio
Desperté, en lo que parecía ser un escenario. Tenia las manos atadas. Miré alrededor y a mis costados se encontraban la mujer y la monstrua sosteniéndome.
Roxy estaba a unos metros de mí. Dos figuras la sostenían, y no le quitaban los ojos de encima. Ambos vestían con el mismo traje color negro y tenían una mirada seria.
Roxy tenía la mirada clavada en el suelo, y me pareció que había llorado. No entendía nada. ¿Por qué estábamos ahí? ¿Dónde estaba el novio de Roxy?
—Mis hermanos —dijo alguien con una voz clara y potente.
Miré hacia el frente. Parado en la punta del escenario se encontraba un hombre vestido con un traje negro. Solo podía verle la espalda y el pelo rubio peinado hacia atrás.
Me esforcé un poco mas en ver que ese lo que pasaba, y vi balcones a la distancia. Estábamos en un anfiteatro. Uno que yo conocía. Era el Salón Delouis, uno de los lugares más elegantes de la ciudad. Había ido a ver una obra de teatro aburridísima, cuando había empezado a salir con mi ex novia.
En los balcones había gente sentada, observando. No eran muchos, pero estaban ahí.
Escuchando en silencio al hombre del escenario. Mujeres, monstruos y hombres. Supuse que todos ellos, a juzgar por la tranquilidad que observaban la escena, eran vampiros.
—Los llame esta noche, para mostrar un problema. Lo que tenemos aquí, es una vampira que convirtió a un humano, sin autorización de El Concilio. Son tiempos de guerra, y todos los aquí presentes saben las medidas que tomamos. Estas medidas rigurosas, son las que nos permiten controlar la situación de nuestros miembros, son las que nos permiten nutrir a La Corte de vampiros con potencial. Sabiendo las normas, esta mujer se tomó el atrevimiento de desobedecer.
El hombre de traje, hablaba con tranquilidad, pero podía notar lo que en realidad quería decir. Estaba enojado con Roxy, y estaba buscando la aprobación para castigarle de alguna manera.
—Su maestro, la delató. Ella llamó buscando que lo ayudara, que mintiera por ella, diciendo que el muchacho tenia alguna valía. ¿Eso no es traicionar a La Corte?
Escuché los susurros que se produjeron en el anfiteatro. Miré a Roxy. Estaba llorando. Su maestro, la había traicionado de la peor manera.
—En otros tiempos, esto podía ser perdonable. Pero con El Bestiario creciendo en numero y los rumores de una fusión con los Obscuros. Este es un error, que se paga con la pena máxima.
Me quedé helado. ¿La encerrarían para siempre? ¿Por salvarme? ¿Por convertirme en uno de ellos?
Sentí pasos detrás mío. Un paso lento y fuerte. Caminaba hacia Roxy.
Al verlo, me sentí mas atemorizado que cuando vi a la mujer monstruo que estaba ahora al lado mío.
Su rostro era duro como el de una piedra, pero el temor que me infundía estaba en sus ojos rojos. Su contextura era enorme. Debía medir más de dos metros. Y era ancho, una especie de gorila transformado en hombre. Cubierto con un tapado negro, miraba a Roxy y luego miraba al tipo de traje. No sabía que es lo que este hombre iba a hacer, pero supuse que sería algo temible.
El hombre de traje finalmente giró hacia nosotros y pude ver su cara. Era atractivo y elegante, muy elegante. La mirada era fría y calculadora. Me hizo acordar al presidente de la empresa donde trabajo. Debía de ser esos hombres que hacían todo por conveniencia.
—Perdóname —dijo el hombre a Roxy con una voz piadosa.
El tipo de ojos rojos, sacó detrás de su gran tapado, lo que parecía ser un cuchillo gigante. La hoja debía medir un metro, y dejaba ver los dientes filosos que parecían hechos para cortar lo que sea. Era un arma a medida del portador.
El hombre levantó el cuchillo gigante y entendí lo que iba a pasar.
Lo peor, lo que más me desesperó, era saber que no podía impedirlo.
El cuchillo cayó decapitando a Roxy. Esperé ver sangre, pero al instante que la cabeza se separó del cuerpo, Roxy brilló. Un brillo color naranja, y dentro de esa luz, se podían ver los los huesos de Roxy. Sus huesos desintegrándose, convirtiéndose en cenizas rojas. Y de repente nada. Roxy ya no existía.
El hombre de ojos rojos caminó hacia mí, aún con el cuchillo en mano. ¿Acaso yo era el siguiente?
—Por cuestiones obvias, el neófito no tiene maestro. Nadie que le enseñe nuestras costumbres —dijo el hombre de traje, nuevamente hablando a la gente del anfiteatro—. Es obvio lo que tenemos que hacer...
—¡Lo único obvio es que eres un hijo de puta! —dijo una voz fuerte desde la parte baja del anfiteatro—. ¡Matarlo es una injusticia Leopoldo!
El hombre de traje guardó silencio. Sentí la furia que debía estar ocultando. Lo mismo habrán sentido los que estaban en el escenario, porque le dedicaron una mirada preocupada. Todos, menos el hombre del cuchillo, que seguía parado al lado mío, sin prestar atención al sonido de las voces que murmuraban por todo el anfiteatro.
El hombre del cuchillo, miró hacia el público después de unos segundos que me parecieron eternos. Por un instante creí verlo sonreír.
—¿Matarlo? ¿Quién dijo que iba a matarlo? —preguntó el hombre de traje, que se llamaba Leopoldo y al instante se respondió—. Lo que iba a decir, antes de que me interrumpa señor Diaz. Es que lo obvio, era que yo me encargaría del muchacho. Investigue sobre él. Si bien, no es lo que uno busca en estos momentos, tiene muchas capacidades que pueden servir a la causa. En especial por su pasado.
No sé qué habían averiguado sobre mí. Pero no creía tener ninguna capacidad que pudiera servirles de ayuda. Al menos que necesitaran de contadores. Pero lo dudaba.
El hombre del cuchillo emitió un gruñido. Guardó el arma y me miró fijo, con desgrado, como si estuviera tratando con un animal indeseable.
El hombre de traje hizo una seña. La mujer monstruo me hizo levantarme. Y me llevó lejos del escenario.
Me quede tras bambalinas, vigilado solamente por la mujer monstruo. A pesar de eso, aun escuchaba la voz del hombre de traje, debía estar siguiendo con la charla con la gente del anfiteatro. ¿Estaría bien aquel que le decían Diaz?
—¿Cómo te llamas? —pregunté a la mujer monstruo cuando ya no soporté el escuchar la voz del hombre de traje.
La mujer monstruo me miró y analizó detalladamente.
—Joah—dijo finalmente con su voz raposa.
—¿Siempre te llamaste así? —pregunté intentando ser amigable con ella.
—¿Importa? Así me llamo ahora.
—¿Hace mucho trabajas para Leopoldo? —pregunté sin querer darle mucha importancia.
—¿Eras contador o periodista? Cierra la boca, o te la cierro yo.
Me callé. No quería hacerla enojar. No entendía nada y la única persona que podía explicarme algo, ya no estaba.
Ahí fue cuando entendí que Roxy de verdad se había ido para siempre.
A pesar de que todo lo que paso fuera su culpa, antes de esto, ella fue un ángel que cayó del cielo para darle la mejor noche de su vida a un perdedor.
Una parte mía quería llorar, llorar su perdida. Otra parte de mí, quería cobrar venganza, pero como podía yo lograr enfrentarme a estos tipos. No llevaba un día como vampiro y quien sabe cuánto tiempo llevaban ellos de vida. Me aguanté las lágrimas. No sé, si Joah habrá escuchado algún sollozo, porque se rió burlonamente.
Joah se incorporó. Miré hacia el pasillo y vi a Leopoldo caminando hacia nosotros.
—Retírate —dijo Leopoldo a Joah.
Ella asintió y desapareció. Si, literalmente. Se recostó en la pared y fue como si la piedra la hubiera tragado. Me quedé observando atónito.
—No es magia —dijo Leopoldo, poniéndose en frente mío—. Ella es parte de una familia de sangre que tienen ese poder. El poder de camuflarse en las sombras hasta hacerse invisible. Si prestas atención, y tienes un buen oído, puedes escucharla caminar. También tienen el poder de ver tu alma. Sabe si mentís o no. Eso la hace una buena espía. Esa habilidad, es algo que los tuyos también poseen.
Me quedé observándolo. No parecía ser el tipo de persona que le gustaba ser interrumpida. Además, si todos esos tipos lo obedecían, no me convenía molestarlo.
—Eres educado —dijo Leopoldo sonriendo—. La mayoría ya estaría preguntando que es lo que esta pasando. ¿No te interesa saber?
—Sí.
—¿Entonces?
—No quería interrumpirlo señor —respondí educadamente.
Leopoldo sonrió complacido. Punto para mí.
—En estos momentos, no tengo para explicarte mucho. Solo tengo que decirte, que si quieres seguir vivo, si quieres ser un vampiro y vivir una eternidad, aprender sobre tu maldición y desarrollar tus poderes, tienes que formar parte de La Corte. Y para eso tienes que demostrar tu valía ante El Concilio ¿Entiendes?
—Sí.
—Bien. El tiempo apremia. ¿Conoces Santa Jennifer?
—La ciudad que esta cerca de la costa.
—Exacto. Vas a realizar un trabajo para mí en esa ciudad.
Asentí. Preguntándome como carajo iba a hacer para ir hasta Santa Jennifer sin que me toque el maldito sol.
—Un auto te va a ir a buscar a tu departamento mañana al anochecer. El nombre del chófer es Deckard. Su trabajo es llevarte hasta un departamento en S.J. Ahí te vas a encontrar con un celular. En el celular vas a tener los detalles de la misión. Aunque lo más importante, es que encuentres a mi agente en la ciudad. Se llama Hier. ¿Preguntas?
Tenia miles de preguntas, pero como podría hacerlas sin quedar como un imbécil delante de Leopoldo.
—¿Si hago la misión, tendré un maestro?
—Veo que prestaste atención —respondió con una sonrisa de satisfacción—. Tal vez. Los tuyos son muy selectivos. No toman huérfanos. Pero si haces la misión, voy a hablarles a los miembros de El Concilio sobre tu valía. Un neófito realizando un trabajo para nosotros, es algo que jamás se realizó. Si cumplís, estoy seguro que los de tu sangre se matarán por tenerte en sus filas.
¿Qué carajo quería decir con los tuyos? ¿Acaso no éramos todos lo mismo? Ya había mencionado de que la habilidad de Joah para hacerse invisible, era algo de los suyos. Pero que el poder de ver almas, era algo que podía aprender. Algo que los de Joah y los míos compartían.¿Qué quería decir con todo eso?
—La puerta, muchacho, esta al final del pasillo. Ve a tu casa, ármate el bolso y prepárate para salir —dijo Leopoldo dando a entender que había dicho todo lo que tenia que decirme—. Yo aún tengo que dialogar unas cuestiones con los demás miembros de El Concilio.
Dicho esto, Leopoldo se fue sin despedirse, dejándome solo tras bambalinas.
Jamás me sentí tan desconcertado. Tenía una misión que hacer, en una especie de guerra entre vampiros y unas bestias. Si no cumplía, lo más probable es que matarían como a Roxy. Tal vez lo mejor era resignarme. Tal vez si mañana abría las ventanas, y recibiera el sol, sería la mejor decisión que podría tomar.
Caminé hacia la puerta, al girarla me encontré en un callejón. Al lado mío había un hombre, con un cigarrillo encendido. Llevaba unos borcegos y un pantalón de jean gastado. Una camisa sin mangas desabrochada era lo único que cubría su torso. Una cicatriz le cruzaba el rostro. Sonreía y parecía ser una de esas personas que sonríen siempre.
Me miró y empezó a reírse a carcajadas.
—Que show eh —dijo entre risas.
—¿Qué? —pregunté confundido.
—El pendejo de El Concilio con todo su discurso democrático, Diaz que lo insulta en la cara ¿Y que hace? Cambia el discurso para quedar magnánimo. Todo un show si me preguntas a mí.
¿Quién era este tipo? Insultaba abiertamente a Leopoldo, que a juzgar debía ser uno de los vampiros más poderosos.
—¿Quién eres? —pregunté casi sin quererlo.
—¿Cómo quien soy? ¿No te contaron de mí?
—No.
—Jaques. Jaques el errante me dicen. ¿Tú que apodo elegiste?
—Ninguno.
—¿Cómo te llamas?
—Robert Vorgrimler.
—Con ese apellido no necesitas apodo. Eso si bórrate el nombre.
Me reí. No sabía porque, pero Jaques me cayó bien. Me hacía sentir seguro.
—Hey Vorgrimler, te ves enfermo.
—Pues sí, soy un vampiro.
Jaques estalló en risas.
—No tonto. Te ves enfermo, como que hace mucho que no clavas el diente. Y no me refiero a sexo.
—¿Qué?
—Sangre, ¿hace cuánto que no tomas sangre?
—Ah no sé. Cuando Roxy me transformo me dio sangre en un vaso. Pero luego vinieron y me atacaron. Desperté en el anfiteatro.
—¿Me estas jodiendo?
—No
—Ah bue. Tengo un virgen —dijo Jaques destornillándose de la risa—. ¿Y así vas a hacer una misión para El Concilio?
—Si —dije, sintiéndome un estúpido—. Jaques, no sé qué carajo voy a hacer.
—Yo tampoco —dijo Jaques, riéndose. Pero, al ver mi cara de preocupación, se puso serio—. Lo primero es aprender cómo comer. Si no, vas a morir. Voy a enseñarte hoy mismo, así que tranquilo. ¿Vivís cerca?
—Si, dentro de todo sí.
—Bueno, vamos a comer algo y luego vamos a ir a tu departamento a hablar...
Un sonido de disparo lo interrumpió.
—¿Qué mierda? —dijo Jaques—. ¿Justo hoy?
—¿Qué pasa?
—El Bestiario muchacho. Ven conmigo, salgamos ya de este lugar.
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