Hijo de Trimarius
Llegué a mi casa conteniendo el deseo de alimentarme del taxista. Aún así, me resistí y pagué, para luego bajarme del taxi.
Subí las escaleras hasta el pequeño departamento, me sentía famélico.
Entré y fui corriendo hasta la heladera. La abrí y me bebí las botellas de sangre que quedaban. Al tomar la última gota, me sentí calmado. Pero Jaques tenía razón. No había cosa mejor que poder alimentarse de un ser humano.
Me senté frente al escritorio y prendí la pequeña notebook. Tenía un mensaje de Leopoldo, en donde pedía que lo llamara. Eso hice.
Aguardé en el teléfono hasta que del otro lado atendieron. Esperaba que fuera el secretario, pero fue Leopoldo quien hablo:
—Vorgrimler —saludó, parecía estar contento.
—Leopoldo.
—Sr. Leopoldo es Vorgrimler, espero que estas noches no te quitaran tus modales.
—Perdón Sr. —dije entre dientes.
—Nada que perdonar. No esta vez.
—Gracias.
—En media hora va a llegar un coche. Su trabajo es traerte a la ciudad. Una vez vuelvas a Ciudad Capital, vení a verme a mi oficina. Es el edificio que está en la calle Appel 1234.
Conocía el edificio. Era un rascacielos fabuloso. El más grande de la ciudad, ahí es donde se concentraban las empresas que trabajan en la bolsa de acciones, buffet de abogados de alto nivel.
—¿En qué piso esta su oficina señor? —pregunté.
—¿Oficina? —dijo riéndose—el lugar es mío. Una vez que llegues, decís que venís a verme. Es la única manera de que habiliten el piso del Pent-house para ti.
—Está bien.
—Lleva la computadora contigo y deja el celular. Te estaré esperando Vorgrimler. No llegues tarde —dijo y cortó.
Llamé a Saturno y le conté lo que había pasado y lo que tenía que hacer.
Llegamos a la conclusión de que él seguiría siendo el anfitrión de Heidi hasta que yo supiera bien que es lo que iba a pasar con mi vida.
Me di una ducha rápida y apenas terminé de cambiarme, cuando el mismo coche que me trajo a Santa Jennifer, tocó bocina afuera del edificio, señal de que era hora de irme.
Bajé con mi bolso, y la notebook. Al salir del departamento, observé como se abría el baúl del auto. Dejé el bolso y cerré. Entré por la puerta derecha de atrás.
—¿A dónde jefe? —dijo mirándome a través del espejo retrovisor.
Quise decirle, la dirección de Leopoldo, pero me quedé callado. Recordé la carta y le dije:
—¿Conoces el lugar donde el sol y la luna se encuentra?
—¿Qué? —dijo mirándome con seriedad.
—Un templo, donde el sol y la luna se encuentra.
—Ah, debes ser uno de esos —dijo con una sonrisa burlona—. ¿Queres ir a ver a Maximus?
—Si —dije, esperando que eventualmente la M de la carta significara Maximus.
—Está bien.
El hombre arrancó el auto y manejó en silencio. Yo aproveché esto para cerrar los ojos un instante. Me quedé dormido.
Desperté cuando habíamos llegado a un edificio antiguo, que efectivamente en su ventanal tenia los vidrios pintados de tal manera que había un sol encontrándose con la luna, el lugar brillaba de una manera extraña.
—Llegamos jefe. Me imagino que sabes lo que estás haciendo y donde tenés que ir después —dijo el chofer con seriedad.
—Si.
—Bien, porque no quiero problemas.
Asentí y me bajé del auto, saqué del baul mi bolso y la notebook. Él chofer una vez cerré el baul, se marchó. Tenía sentido que lo hiciera, porque el edificio de Leopoldo se encontraba a pocas cuadras de donde estábamos.
La casa tenía una energía extraña, sentía como que estaba llamándome.
Caminé hasta la puerta y al golpear la madera para que alguien me atendiera, esta se abrió al contacto con mi puño.
Me quedé observando lo que parecía ser un lugar abandonado. Un pasillo corto que terminaba con una puerta tapiada. Me pregunté si esto era una trampa, pero una voz en interior me dijo que estaba equivocado, que esto no era una trampa, al menos no para mí.
Entré y cerré la puerta. En el momento que la puerta se cerró sentí una brisa fuerte que me obligo a cubrirme el rostro. Al observar nuevamente el lugar, quedé maravillado.
Ya no estaba en lo que parecía ser un edificio en ruinas, sino en un parque gigante.
Algo extraño de ver en esta ciudad, pero más extraño porque las dimensiones del lugar eran completamente diferentes a lo que se veía por fuera. Arriba nuestro, una cúpula cerraba el lugar y tomaba la forma de las estrellas.
Pero lo más extraño, era que, en el patio, había humanos, supuse que debían ser ghouls, pero estaban ahí charlando y tomando café, hablando de cosas triviales y de vampiros como si fuera algo común.
Ninguno de ellos se percató de mi presencia o si lo hicieron, no les importaba en lo más mínimo.
Comencé a caminar por el lugar, buscando encontrar a Maximus, cuando uno de los humanos se acercó a mí. A diferencia de los demás, él estaba vestido con un traje oscuro que llevaba la insignia que se encontraba en la carta.
—Buenas noches señor Vorgrimler —dijo el hombre haciendo una reverencia.
—Buenas Noches...
—Edward. Mi nombre es Edward.
—Un gusto Edward. Discúlpame la falta de modales, pero ¿Dónde carajo estamos?
—Mi señor se lo explicara —dijo con una sonrisa—. Antes de conocerlo ¿Le gustaría comer algo?
—¿Comer algo?
—Si. Cualquiera de nuestros aspirantes o Ghouls, se sentirían complacidos en ofrecerse.
—¿Puedo dejarlo para otro momento?
—Claro que sí señor —dijo Edwards haciendo otra reverencia y luego empezó a caminar por el parque en dirección a un edificio. Lo seguí.
Atravesamos el parque y llegamos a una puerta de madera. Edward sacó de su bolsillo un juego de llaves, y al introducir una de las llaves en la cerradura, sentí un escalofrió que me recorrió el cuerpo.
La puerta se abrió y estábamos parados frente a lo que parecía ser una casa victoriana.
Edward me hizo otra reverencia y una señal para que me adelantara. Eso hice.
Caminamos por el lugar, que parecía ser sacado de otra época muy antigua a la nuestra, con cuadros que representaban lo que creía yo debían ser rituales antiguos de brujería.
Subimos unas escaleras de madera, con forma de caracol hasta el primer piso. Ahí se extendía un pasillo con varias arcadas y en el fondo una puerta de hierro.
—Maximus lo espera al final del pasillo, señor Vorgrimler —dijo Edward y bajó la escalera.
Caminé hasta la puerta y golpeé. La puerta se abrió delante mío y encontré de pie frente a una chimenea a un hombre alto y delgado. Un rostro fino y elegante de facciones serias, poseía poco pelo y este era de color gris. Vestía una túnica de color oscuro y unas gafas de sol a pesar de estar en un lugar oscuro, que le quedaban muy bien. Sostenía un cuchillo en una de sus manos. Y con la otra me daba la bienvenida.
—Llegaste Vorgrimler.
—Llegué —dije mostrándole la carta—. ¿Maximus?
—Maximus Spellman —dijo tomando la carta y tirándola al fuego—. ¿Venís de ver a Leopoldo?
—Aun no fui. Primero quise verte a vos.
—Brillante decisión.
—¿Sí?
—Si. De esta manera estamos a tiempo.
—¿A tiempo de qué?
—De sacarte momentáneamente de sus garras —dijo con una sonrisa de satisfacción.
—¿Cómo?
—No sabes nada de nosotros. ¿Verdad?
—No.
—Los de nuestra sangre, los hijos de Trimarius, manejamos otro tipo de lealtad a El Concilio. Somos muchos, pero siempre mantenemos una relación especial de discípulo y mentor. Como solían hacer los antiguos miembros de nuestra organización. Esto significa que un maestro, es el que decide sobre el alumno y tiene la última palabra. ¿Se entiende?
—Creo que sí. Pero mi maestra, murió.
—Si Roxy murió. Pero yo en este momento no tengo ningún alumno bajo mi ala.
—¿Qué le paso a tu alumno?
—Se graduó. Una vez que el alumno crece, el maestro decide pedirle tres favores. Si cumple los tres favores, ya deja de ser alumno y se convierte en un caballero. La orden siempre se manejó de esta manera. Valoramos la educación sobre todas las cosas. Si el estudiante al graduarse, decide una carrera que no se base en transmitir los valores, se transforma en un caballero y es enviado a El Concilio a cumplir tareas para mantener la organización intacta.
La cabeza me daba mil vueltas. Pero entendí una cosa sobre todas las cosas que dijo.
—Entonces seria ponerme a tus órdenes y no a la de Leopoldo —dije poco convencido.
—Si. Pero no olvides que, a diferencia de Leopoldo, ponerte a mi servicio significa aprender a utilizar tu verdadero poder. El poder de los nuestros. El poder de la sangre.
—Tienes razón —dije finalmente—. ¿Pero que es nosotros?
—Joven, tienes que prestar más atención. Nosotros somos los hijos de Trimarius.
—¿Y eso que significa?
—Que somos descendientes del único Vampiro-Mago que existió. Por eso nuestros poderes van más allá que el del resto de los vampiros. Por eso somos capaces de hacer ciertas proezas a través del conocimiento, porque tenemos la sensibilidad de un mago, pero el don de la sangre. Por eso es que atravesaste un portal desde Ciudad Capital hasta Ciudad Carmesí.
—¿Estamos en otro continente? —dije sorprendido.
—Si —respondió Maximus con una sonrisa.
—¿Y voy a aprender a hacer esto?
—Depende. ¿Aceptas?
¿Aceptar? Magia. Un vampiro que hace magia. Eso sería algo interesante, además de que me haría más fuerte. Ya no dependería de que un vampiro me salve la vida.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Si.
—¿Por qué yo?
—¿A qué te refieres?
—Porque Roxy me eligió a mí.
Maximus se llevó la mano al mentón. Meditó sus palabras y luego habló:
—Roxy siempre fue muy impulsiva. Nosotros podemos ver a alguien a lo lejos y observar en lo más profundo de su alma. Un alma que en este momento careces, pero que a juzgar por el hecho de que estés de pie en frente mío, demuestra que ella vio en ti mucho talento. Pero Roxy, tenía una debilidad.
—¿Cuál?
—Nunca anteponía sus placeres al deber. Y por lo que puedo ver en tus recuerdos, no fuiste la expresión. Claro, que desperdiciar tanto potencial, es algo que no podía permitirse, por lo que te transformo sin solicitar permiso. Lamentablemente, hablo con su maestro que era a la vez su amante y él necesitaba desesperadamente ganar puntos con Leopoldo. Por eso pasó lo que pasó Vorgrimler. Harías bien en dejar de culparte a ti mismo. Roxy tomó una decisión. Estas aquí y aunque no lo creas, estas aquí porque demostraste que en el fondo ella tenía razón. Estabas preparado para ser uno de los nuestros. Tal vez no por lo que eras cuando ella te conoció, pero si lo que eras en tu juventud.
Asentí y guardé silencio. Lo que Maximus decía tenía mucho sentido. De joven, era valeroso, improvisado, y siempre pensaba en alguna manera de continuar con mis asuntos. Como había hecho esta noche. No era sentirme fuerte por ser vampiro, sino que era sentirme fuerte porque eso siempre estuvo en mí. Y respecto a Roxy, en el paso de estas noches, su muerte me dolía, no por amor, dudo que la hubiera amado, tal vez inclusive eso hubiera sido parte de su poder. Pero si sentía la culpa de haber sido débil.
Maximus me estaba mirando. A juzgar por su gesto, estaba leyendo mi mente y aprobando cada uno de mis pensamientos.
—Tienes razón Maximus. Quiero ser un vampiro, quiero ser fuerte.
—Bien —dijo con una sonrisa de triunfo—. Ahora si me lo permites, necesito tu mano. Es parte de la prueba de iniciación.
Extendí mi mano y él le hizo un corte, dejando caer unas gotas en la copa. Se quedo contemplando la copa, mientras yo sentía nuevamente una especie de energía circulando a nuestro alrededor.
—Podes traer a la ghoul aquí. No le vamos a hacer nada.
—¿Qué? —pregunté incómodo.
—La ghoul que convertiste. Como habrás notado este lugar es compasivo con los humanos que nos sirven. Puede vivir en una de las casas comunitarias. O si quieres podemos darte un departamento en alguna ciudad que se encuentre cerca de una puerta portal, así una vez terminas tu entrenamiento, si lo que te gusta es estar entre humanos, vayas con ella al departamento.
—¿Puedo decidirlo después? —pregunté nervioso.
—Si. Y tranquilo, no voy a decir a nadie sobre esto y sacando el hecho de que eres joven, no tiene nada de malo tener un ghoul, no va contra ninguna regla. Siempre y cuando no violen el acuerdo de silencio. En ese caso se elimina al ghoul y se sanciona a su creador.
—Está bien.
—Perfecto, ahora —dijo cortándose la mano—. Vamos a sellar esto.
Entre los dos, apareció flotando una hoja de color amarilla.
—Cuando apriete tu mano con la mía, tenés que recitar lo que dice la hoja.
—¿En serio? —pregunté nervioso al echarle un vistazo rápido al discurso.
—Si querés ser parte de nosotros, si —dijo Maximus muy serio.
Dudé. Todo lo que vi hasta ahora me había fascinado y la oportunidad de hacer magia, ser inmortal y ser mago, una oferta que nadie rechazaría. Pero ese discurso, demostraba que, si metía la pata, lo pagaría caro. Muy caro. Pero, parecía ser justo, y sin duda era mucho mejor que ser enviado a otra misión extremadamente complicada de Leopoldo.
Mientras Maximus realizó círculos con su mano libre alrededor de nuestras manos, y murmuró algo en un idioma que no comprendí, yo recité:
Yo, Robert Vorgrimler juro lealtad eterna a la Casa de Trimarius y todos sus miembros. Soy su sangre y ellos la mía.
Compartimos nuestro destino, objetivos y logros.
Obedeceré a aquellos que la Casa juzgue oportuno nombrar como mis superiores y trataré a mis inferiores con el debido respeto.
No mataré ni intentaré matar ningún miembro de la Casa de Trimarius excepto en defensa propia, o cuando éste sea declarado proscrito por un Tribunal apropiadamente constituido y no ahorraré esfuerzos para llevar tal proscrito ante la justicia.
Acataré las decisiones de los Tribunales, y honraré respetuosamente los deseos del Consejo Interior de los Siete y de mis superiores.
Los Tribunales estarán sujetos al espíritu del Código de los hijos de Trimarius
Tengo derecho de apelar una decisión a un Tribunal superior, si acceden a escuchar mi caso.
No interferiré en los asuntos mortales de ninguna manera que acarree la ruina sobre mi Casa.
Solo tomaré aprendices que juren este código, y si alguno de ellos se volviera contra la Casa, seré el primero en llevarlo ante la justicia y darle muerte.
Concedo a mis antiguos el derecho a tomar mi aprendiz si encontraran que es valioso para sus estudios. Todos somos miembros de la Casa y nos debemos en primer lugar a estos preceptos.
Aumentaré los conocimientos de la Casa y compartiré con sus miembros todo lo que encuentre en mi búsqueda de sabiduría y poder.
Si rompiera este juramento, sea expulsado de la Casa. Si fuera expulsado, pido a mis hermanos que me encuentren y me den muerte, y que mi existencia no continúe en la degradación y la infamia.
Entiendo que los enemigos de la Casa son mis enemigos, sus amigos mis amigos, y sus aliados mis aliados. Somos uno solo y así prosperamos.
Yo, Robert Vorgrimler hoy y por siempre hago este juramento.
Sentí algo extraño recorriendo mi cuerpo y luego no sentí nada más.
—Bienvenido a la familia Robert —dijo Maximus con una sonrisa.
—Gracias Maximus —dije y añadí—. Pero, después de mencionar estas palabras, tengo una duda que quiero consultarte.
—Técnicamente Jared, no cometió una traición al clan por poner tu vida y la de Roxy en juego —dijo Maximus con seriedad—. Ella era su alumna y cometió un acto de traición muy grande al convertirte sin permiso.
—Está bien—dije molesto.
—Sin embargo —dijo Maximus—. Si logras convertirte en un maestro o un caballero, es decir una vez que no estés a mi cargo, si aun deseas vengarte, podes hablarlo en el tribunal y estoy seguro que los Sietes Ex-Magus, no te negarían ofrecer un duelo.
—¿En serio?
—Si. Muy en serio —dijo Maximus—. Pero deja de pensar en el futuro y enfócate en el presente, tienes que ir a hablar con Leopoldo.
—Cierto.
—Toma esto —dijo y puso en mi traje una insignia—. Con esto y el juramento, no tendrá nada que decirte, salvo felicitarte por pasar la prueba. Si pregunta que pasó, se parcialmente honesto y dile que, dado a tu sangre y tu éxito en la misión, fuiste reclutado. No podrá molestarse, porque lo que el mirara, es una manera de tener un soldado mejor entrenado.
—Entiendo.
—Bien. Una vez termines con Leopoldo. Regresa antes que salga el sol así puedes descansar, si se te hace muy tarde, descansa donde puedas y regresa a la noche. Intentaremos comenzar tu entrenamiento lo antes posible.
—¿En serio?
—Si. Son noches peligrosas, y a juzgar por lo que se dice en las calles, no parece que dejaran de serlo. Necesitamos tener vampiros fuertes y hábiles. Ya demostraste una gran fortaleza en llegar hasta aquí en una pieza, pero vas a necesitar mucha habilidad para continuar con vida en los tiempos que corren.
—Está bien —dije emocionado, al saber que iba a poder fortalecerme.
—Ve Robert Vorgrimler y recuerda el juramento que hiciste. Recuérdalo siempre —dijo Maximus
Asentí y me retiré del recinto.
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