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Gemelas siniestras




Al llegar al club Gemela Siniestra quedé sorprendido. Esperaba una especie de antro pequeño, un lugar casi escondido y sin embargo, al llegar a la esquina, las luces del cartel de neón me iluminaron.

El edificio, ocupaba gran parte de la vereda y mucha gente se encontraba en la puerta haciendo fila. Los que no hacían filas, se juntaban en grupo para estar en esa cuadra.

Después de haber visto el muelle, pensaba que esta ciudad era habitada por pocas personas y en su mayoría adultos. Ahora entendía dónde estaba la juventud.

Caminé en dirección a la puerta, esquivando a toda la gente que se amontonaba cerca del lugar. En la puerta principal, se encontraban dos personas que trabajan como seguridad. Me sorprendí al ver que no vestían el típico traje uniformado, llevaban pantalones de cuero y remeras negras.

Sus cuerpos estaban cubiertos de tatuajes y sus caras de piercings.

—A la fila maestro —dijo el que estaba más cerca de la puerta y extendió la mano hacia mí, como señal para que me detuviera.

—Vengo a hablar con Verónica Vile —dije con seriedad.

—Dije que vayas al fondo de la fila —exclamó de una manera autoritaria y violenta.

Me frustré. No quería llegar a la violencia, pero tampoco quería usar el nombre de Leopoldo para que me dejaran pasar. Me decidí a mirar fijo al hombre de seguridad e intentar que funcionara lo mismo que con el tipo del bosque.

—Me vas a dejar pasar —dije en un tono determinado.

Al principio me miró extrañado y luego comenzó a reír.

—A mí no me puedes manipular tan fácil —dijo inclinándose para dejarme pasar—. Pero ahora que se lo que eres, te dejare pasar así puedes hablar con Verónica.

—Gracias —dije sonriendo.

—De nada, pero si vuelves a intentar controlarme, te voy a romper la cabeza —dijo dándome una palmada en la espalda.

—Anotado.

Entré cruzando las elegantes puertas de madera y me topé con un pasillo de color rojo. Una especie de antesala, que oficiaba de vestuario. No era muy grande y se trataba de un lugar que poseía un guardarropa, atendido por una chica que parecía haber ingresado hace poco en sus veinte, con el pelo corto color fucsia, un rostro curtido por el acné, pero aún así era bonita.

Su cuerpo era bastante delgado y solamente vestía un corpiño de cuero. Si de la cintura para abajo estaba vestida de igual manera, no pude comprobarlo.  Pasando el pasillo estaba la puerta que finalmente debía llevarme al club. Caminé hacia ahí.

—Buenas noches señor —dijo la muchacha en un tono aburrido—. Este es el momento en que si tiene un arma me da aviso, en caso contrario las consecuencias serán terribles y aplicadas.

No sabía si la situación era un chiste, pero considerando que la muchacha lo decía con tanta normalidad, supuse que era algo habitué del lugar.

—Sí, estoy armado —dije llevando mi mano a la cintura, para señalarle la ubicación del arma—. ¿La tengo que entregar?

—¿Para quien trabaja? —dijo despegando la mirada del celular para mirarme.

—Me envió Leopoldo —respondí nervioso.

La muchacha mantuvo silencio, y escribió algo en su celular. Luego levantó el aparato y me sacó una fotografía.

—Ok puedes pasar —dijo y volvió a mirar su celular.

Asentí y me dirigí a la puerta. Al abrirla, me encontré con un un panorama completamente inesperado.

La música sonaba de manera estridente por todo el lugar. No sabía cómo era posible que ese ruido no se escapara de las paredes, envolviendo con su distorsión la antesala y la calle. El lugar era inmenso, y aun así estaba casi lleno. Repleto de personas que bailaban de manera frenética.

Los que no bailaban, estaban atiborrados en las barras pidiendo bebidas, otros haciendo filas para los baños y algunos, por no decir bastantes, se besaban y tocaban de una manera que pareciera no saber que estaban rodeados de otras personas. Seguramente debían saberlo, pero no les importaba.

En el centro de la pista, se había montado un escenario. Y el show que se estaba llevando a cabo, era algo que jamás había visto en vivo.

Un grupo de muchachos con cuerpos extremadamente trabajados, bailaban en los caños de manera sensual, ante los ojos de su público. Algo común en un show de strippers, si no fuera por el hecho de que estaban encadenados al caño y que había una fila de gente sobre la escalera que subían de a uno para poder tocarlos, o besarlos, o escupirlos, o pegarles, o en el caso de una chica, bajarles los pantalones para tener relaciones delante de todo el mundo.

—¿Te gusta? —preguntó una voz a mis espaldas.

Me volteé para encontrarme con una mujer de ojos dorados, pelo rubio sujetado por dos colitas y un uniforme que simulaba ser el de algún colegio católico, solo que la camisa estaba desabrochada en los botones superiores, y en el último inferior, algo que en un colegio de ese estilo, estaría rotundamente prohibido. Mis ojos pasaron de ver su rostro de porcelana a ver sus grandes pechos y su ombligo perforado en cuestión de segundos. Mi mirada siguió bajando hasta encontrarse con una pollera escocesa demasiado corta y unas zapatillas blancas con unas medias blancas que llegaban hasta las rodillas.

—Es algo que jamás vi —dije mirándola.

—Gracias —dijo la mujer acercándose un poco más a mí.

Sentí una adrenalina increíble al tenerla cerca. El deseo de estar con ella en este instante, delante de todos. Extrañamente, a diferencia de lo que pensé que iba a suceder, no tenía deseo alguno de tener su sangre, pero si mucho deseo de tenerla a ella. Pero tenia que controlarme.

—Disculpé —dije alejándome unos centímetros—. Estoy ocupado, no puedo hablar.

—¿Por qué no? —dijo poniendo uno de sus dedos en mi hombro—. ¿Es tan importante esa ocupación que te impide disfrutar mi compañía?

—Sí —dije casi tartamudeando. El toque de la mujer era algo increíble.

—¿No tienes unos minutos? No te imaginas lo que podemos hacer en pocos minutos —dijo pegando su cuerpo contra el mío y mirándome a los ojos.

—No —dije con una firmeza que me sorprendió—. Tengo que hablar con la dueña del local. Sepa disculpar señorita.

—¿Tienes que hablar con Victoria?

—No, su nombre es Verónica —respondí, pero luego recordé que a diferencia de Leopoldo, que en su carta decía que la dueña era Verónica Vile. Saturno dijo que el lugar era manejado por dos hermanas.

—Oh, perdona —dijo la muchacha con una sonrisa—. Tendrías que preguntar por ella en esa barra.

—Muchas gracias —dije mirando hacía donde ella señalaba.

—Yo me voy a bailar a la jaula, cualquier cosa no dudes en buscarme —dijo besándome la mejilla.

—Claro —respondí y la vi alejarse, enfocándome en su pollera que en ciertos instantes dejaba ver mas que los muslos.

Me acerqué a la barra, donde los empleados atendían de manera rápida, la demanda de la gente. El cajero trabajaba de manera ágil y todos parecían estar trabajando sin oportunidad de distracción, salvo por un sujeto grande que estaba sentado al final de la barra, que los observaba trabajar.

El hombre, tenía el rostro de una persona que habla poco y prefiere no ser molestado, pero igual decidí hablar con él.

—Señor —dije, pero no me escucho o fingió no hacerlo—. ¡Señor!

—¿Qué? —preguntó sin voltear a mirarme.

—Disculpe que lo moleste, pero me dijeron que tengo que hablar con usted para charlar con la señorita Vile.

Al escuchar ese apellido, se dio vuelta para mirarme. Su rostro no había cambiado en absoluto, inclusive parecía aun mas molesto.

—Sí.

—¿Puede decirles que ya llegue?

—¿A Verónica o a Victoria? —preguntó impaciente.

Al parecer Saturno tenia razón y el lugar si estaba manejado por dos hermanas.

—Verónica

—Verónica, no acepta a nadie al menos que lo este esperando con cita previa. ¿Cuál es tu nombre?

—Robert Vorgrimler.

El hombre sacó de su bolsillo un celular y lo vio por unos instantes.

—No estás en la lista.

—¿Y Victoria?

—Esta ahí —dijo señalando la jaula, donde la mujer vestida de colegiala bailaba de manera electrizante.

—¿La chica de la jaula? —pregunté sorprendido.

—Sí.

Mierda pensé. ¿Acaso ella sabía quién era? Seguramente lo sabia y yo casi aceptaba su propuesta. Me podría haber matado, ¿Hace cuánto era ella un vampiro? ¿Podía enfrentarla si fuese necesario? Las preguntas me invadieron en cuestión de segundos, acompañadas de una ligera sensación de vergüenza. Empecé con el pie izquierdo, pero no había vuelta atrás.

Caminé hacia la jaula, esquivando a la gente y haciéndome un camino sin saber bien, que es lo que iba a decirle a Victoria.

—¿Tan pronto terminaste tus asuntos? —me preguntó ella, mientras se frotaba los pechos contra los barrotes de la jaula.

—Resulta, que tenía que hablar con usted —le dije mientras me acercaba hasta la jaula, hasta el punto de estar casi en contacto con ella.

—Todos tienen que hablar conmigo mi cielo —dijo ella riéndose.

—No, no entiendes. Me enviaron a hablar con las hermanas Vile.

—Tú no lo entiendes. Ya sé que Leopoldo te envió y pidió que hables con mi hermana —dijo ella sonriéndome, mientras salía de la jaula.

—Ahora entiendo, todo lo anterior fue una actuación. Me estabas manipulando.

—Mi amor —dijo tomándome de la mano para que la siguiera—. Mi hermana es la que manipula, yo solo quería divertirme. Vamos al privado a hablar. No te preocupes por el tiempo, Leopoldo ya sabe que estas acá, tu misión va a buen ritmo.

—¿Leopoldo lo sabe? —pregunté sorprendido, mientras caminábamos alejándonos de la pista de baile.

—Supongo, supuestamente él lo sabe todo —dijo con una sonrisa divertida.

Llegamos a una escalera que estaba bloqueada por dos personas de seguridad. Se abrieron paso al ver a Victoria y bajamos por la escalera de caracol.

Llegamos a un lugar iluminado de manera muy tenue, cubierto de almohadones. No había nadie ahí, salvo nosotros dos.

La mujer me tiró de la mano y terminamos cayendo en uno de los almohadones. Me encontré con mi rostro frente al suyo y mi cintura cubierta por sus piernas. Su perfume era intoxicante, su mirada me volvía loco. Presionó sus piernas acercándome mas a ella y sentí que iba a perder el control.

—Ahora somos tú y yo —dijo en un susurro—. Bésame.

Quise besarla. Casi me entrego, si no fuera por el hecho de que una voz en mi cabeza me dijo a los gritos que era una pésima idea y que tenia que salir ya mismo de ahí.

—Perdóname, pero no puedo. Tengo una misión —dije, sorprendido de las palabras que salieron de mi boca.

La mujer hizo una mueca que transformo su rostro. Me empujó con tal fuerza, que salí volando hacia la pared.

—¿Quién te crees que eres? —preguntó furiosa.

—Perdón —dije temiendo ahora a la mujer, cuyos rasgos habían cambiado considerablemente y mostraba una actitud violenta—. Es que Leopoldo me dio esta misión y me dijo que, si no la cumplo, me va a matar.

—¿Y crees que yo no puedo matarte si no me satisfaces? ¿Crees que no tengo el poder de convertirte en cenizas?

—Creo que podrías —dije resignado—. Estoy seguro que lo harías con facilidad.

Ya no podía sostenerle la mirada, agache la cabeza y me quede esperando el castigo. ¿Me mataría de un solo golpe? ¿Me torturaría? Esbocé una sonrisa al pensar lo poco que duró mi inmortalidad. Esperé el primer ataque, pero este nunca llegó.

Levanté la cabeza y vi a Victoria tapándose la boca. Se estaba riendo, al percatarse que la miraba, se dejó caer al suelo y dejó escapar su risa.

No entendía que había pasado, que la había hecho cambiar de opinión.

—Eres muy divertido. Te reconozco eso —dijo levantándose y caminando hacia la escalera.

—¡Espera, por favor! —dije mientras me levantaba—. Necesito que me digas donde está Hier.

—Yo no hablo esas cosas —dijo mirándome de manera desinteresada—. Me aburre mucho la política, las misiones y el status social, a mi me gusta divertirme. Si quieres hablar de esas cosas tienes que hacerlo con mi hermana.

—Pero tu hermana no acepta a nadie al menos que tenga una cita previa. Y Leopoldo, por lo que me dijo tu empleado, no concretó una cita para mí.

—No te hagas drama por eso. Mi hermana es una arpía de mierda, pero si le digo que tengo acá a un enviado de Leopoldo, desesperado por entregarse a sus pies por un poco de información, va a darte la cita esta misma noche. Su oficina queda tomando el ascensor, esta protegido, pero voy a dar instrucciones para que te dejen pasar.  Una vez dentro del ascensor es todo muy sencillo: el botón de la flecha para abajo es el que te lleva a la oficina, imposible equivocarte.

—¿En serio? —pregunté sorprendido—. Gracias. Muchas gracias.

—No tienes nada que agradecerme bonito. No te imaginas a quien estas a punto de conocer —dijo enfatizando su odio en cada una de sus últimas palabras y se marchó.

Yo la seguí, unos instantes después, sin saber porque odiaba tanto a su hermana, y temiendo con encontrarme con una versión femenina de Leopoldo.

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