El fin de una vida
La vi venir desde que se levantó de la silla. El pelo negro y largo moviéndose de manera hipnótica. El rostro perfecto que parecía tallado en piedra. Caminaba de manera seductora y me miraba como aquel depredador que había elegido la presa del día, o en este caso de la noche.
Llevaba una campera de cuero en la mano, una musculosa que dejaba ver su abdomen perfecto y relucía sus pechos firmes. Unos pantalones de cuero, que a juzgar por la mirada de los hombres y las mujeres que se quedaban viéndola, debían ser muy ajustados.
Se sentó a mi lado en la barra del bar. Sacó un cigarrillo y me hizo la señal universal de "¿Tienes Fuego?" .
No salí de mi asombro. Esa mujer, la mujer que todos en el bar debían querer que le pidiera fuego, me lo había pedido a mí.
No es que yo fuera un ser despreciable. Mi ex siempre me decía que estaba bien. Que el gimnasio me había hecho bien, y que tenía un rostro agradable a la vista. Sin embargo, no podía concebir la idea de que esa mujer se sentara al lado mío.
—No se puede fumar en lugares cerrados —respondí, sintiéndome un imbécil.
Ella se rió y puso el cigarrillo en sus labios pintados de rojo oscuro. Me miró fijo, como si estuviera por dispararme.
—¿Y si vamos afuera? —preguntó.
Asentí y ambos salimos del bar. Era una noche cálida de marzo, no había una sola nube que tapara la luna y las estrellas.
Era como si el universo supiera de mis pocas condiciones de seductor y me quisiera tirar una soga.
Al salir se puso su campera de cuero, y jugueteaba con el cigarrillo entre sus finos y perfectos dedos. Por un instante, me hizo acordar a la primera chica con la que estuve cuando era un adolescente y mi vida era mucho mejor. Tal vez mucho más desastrosa, pero sin duda alguna mucho mejor.
Saqué mi encendedor y encendí su cigarrillo. Ella me tocó los dedos mientras tapaba el encendedor, temiendo a que alguna brisa lo apagara. Luego inhaló y no exhaló. El humo salió lentamente por su nariz. Me miró y me sonrojé.
Con las luces del bar su belleza me había cautivado de tal manera, que por un instante pensé que podía tratarse de alguna modelo. Ahora con las luces de las estrellas, me di cuenta que no debía ser modelo, debía ser una diosa. Esa mujer no podía ser de este mundo, era demasiado hermosa, demasiado única.
—¿Cómo te llamas? —pregunté intentando ocultar mi nerviosismo, pero fracasando.
—Roxy —respondió divertida—. ¿Vos?
—Robert. Robert Vorgrimler
—Un gusto conocerte Robert.
—Igualmente Roxy.
—Que apellido raro tienes.
—Es del Este —dije, como si la nacionalidad de mi papá fuera justificativo suficiente.
—Sí ya sé que es del Este, pero es raro. No se usa hace mucho.
—¿En serio? —pregunté.
—Sí. ¿De qué zona del Este era tu papá?
—No sé. Me abandonó cuando nací. Me crié con mi mamá y mi padrastro.
—Eso explica el nombre.
—Si.
Me sonrió y miró hacia la calle mientras fumaba. Yo intenté imitarla, pero no podía dejar de observarla. No sabía si era el hecho de haberme separado hace una semana, pero de verdad quería estar con Roxy. Llevarla a mi casa, prepararle el desayuno, el almuerzo, lo que ella quisiera.
—Es la primera vez que te veo por el bar —me dijo ella, poniendo una de sus manos sobre mi hombro—. ¿Turista?
—No. Nací aquí. Solo que no salgo mucho.
—Que afortunada soy de encontrarte entonces.
—¿Por qué?
—Porque te vi y me encantaste Robert.
—¿En serio? —pregunté torpemente.
—Sí. Muy en serio. Te vi y me dije a mi misma, que tenías algo especial. ¿Sabes qué es?
—Un corazón roto —respondí y al instante que las palabras salieron de mi boca me sentí avergonzado. La primera persona que me habla, que no sabe lo que me pasó y yo sacando mi vergüenza a la luz.
Roxy sacó la mano de mi hombro y me miró. Su rostro había cambiado. Su mirada salvaje se había desvanecido. Ahora me miraba de la misma manera que mis compañeros de trabajo y algunos conocidos, me miraba con lástima.
Debo ser el único hombre que le saca el deseo a una mujer en menos de diez minutos y sin decir ninguna palabra machista.
—Bueno, creo que mejor te dejo disfrutar tu cigarrillo —dije y me alejé de ella y del bar.
Me pregunté qué me había pasado. De adolescente hubiera hecho las cosas de otra manera. Pero en aquellos días salvajes, mi vida era muy diferente a la que después elegí llevar. Por un instante, me gustaría poder volver a tener ese ímpetu, esa actitud.
Di unos pasos, odiándome y maldiciéndome en voz baja, cuando sentí que alguien se aferraba a mi brazo. Era Roxy.
—Robert. ¿Sabes cual es la receta para un corazón roto? —preguntó ella con una sonrisa.
—¿Cuál?
—Esto —dijo y me besó.
Me besó de una manera suave y tierna. Sus labios estaban fríos, pero no me importó. La abracé y la seguí besando sintiendo su cuerpo contra el mío. De repente, sentí su perfume. No sabía cómo no lo había olido antes. Era un olor frutal y embriagador.
—¿Quieres venir a mi casa? —dijo ella, cuando dejamos de besarnos.
—Sí —respondí sin creer mi suerte, y con deseos de no dejar de besarla.
Empezamos a caminar con tranquilidad bajo la noche. Mientras caminábamos, la miraba y sentía que con cada paso que dábamos, me enamoraba un poco más.
—¿Es muy lejos? —pregunté como un niño impaciente.
—No —dijo de manera divertida—. Es acá a unas cuadras.
—¿Y qué haces de tu vida Roxy?
—Muchas cosas, demasiadas. ¿Vos?
—Soy contador. Trabajo para una empresa de cerveza.
—No tomo cerveza.
—Yo tampoco.
—¿Y que hacías en un bar?
La verdad, es que no sabía qué hacía en el bar. Al separarme me fui a vivir a un hotel. Dormía poco de noche, y la mayor parte del tiempo me la pasaba viendo películas hasta que el sueño me vencía. Instalé una aplicación en mi celular para conocer mujeres. Esa noche tenia que haberme citado con una, pero me acobardé y me fui al bar. Solamente para no sentir que me había vestido bien en vano.
—No quería estar solo —dije sin avergonzarme.
—Nadie lo quiere Robert —dijo ella.
Seguimos caminando en silencio hasta que ella preguntó:
—¿Cómo se rompe el corazón de un contador?
—En mi caso. El contador entra a una casa, y reconoce que en el suelo de su comedor hay una campera. Una campera que el contador conoce, y que sabe que no es suya. Entonces, el contador va a la pieza sabiendo lo que puede llegar a encontrar y lo encuentra.
—Pobre Robert —dijo y se acurrucó en mi brazo mientras caminábamos rumbo a su casa.
Tal vez me sentí pobre esa semana. Pero en este momento, al estar al lado de ella, me sentía bien. No era solamente sexual, algo en Roxy me atraía, como si fuera la receta de la felicidad, jamás había sentido eso por mi ex prometida.
—Llegamos —dijo ella, señalando un edificio.
Mire la fachada del "Vague" uno de los edificios más importantes de la ciudad. Era mi lugar soñado para vivir.
—¿Aquí vives? —pregunté incrédulo.
—Por el momento sí —dijo ella sin darle importancia.
Entramos al vestíbulo completamente iluminado. La luz cálida iluminaba los azulejos negros. En el medio, había una fuente y cerca de los ventanales, habían colocado sillones de cuero negro. A un costado, se encontraba el escritorio donde los guardias de seguridad estaban sentados, observando las cámaras.
Roxy saludó al guardia de seguridad, que me miraba sorprendido. Yo también hubiera puesto esa cara de sorpresa al ver semejante mujer con alguien como yo.
Tomamos el ascensor hasta el octavo piso. Al llegar al departamento de Roxy, me quede sin palabras.
Muebles de diseño, arañas en los techos y un sillón enorme de color rojo. Yo estaba al tanto, que todos los departamentos del "Vague" eran de cinco ambientes. Era un edificio de primera clase, alquilado por gente de muchísimo poder. Caminé por el comedor observándolo maravillado.
—Roxy de que ... —no pude formular mi pregunta.
Roxy se había sacado los zapatos y el pantalón de cuero. Me miraba con una sonrisa mientras terminaba de desvestirse. No quise ser menos, por lo que me saqué la campera.
Arrojé la campera contra el sillón, y al voltear, frente a mí, casi pegada a mi cuerpo, estaba ella.
Sus ojos ardían. Su perfume se había vuelto intoxicante. Sin decir nada, me sacó el cinturón y me bajó los pantalones y el bóxer. Me empujó contra el sillón y terminé sentado, sin poder creer la fuerza que tenía.
Terminó de desvestirme de manera veloz. Luego, como si se tratara de una tigresa se abalanzó sobre mí. Hundí mi cara en sus pechos.
Gimió y al oírla ya no me importaba el hecho de que mi ex me engañara con mi hermano. Hasta quería agradecerle el haberlo hecho. Deslicé las dos manos alrededor de su cuerpo buscando sus caderas. Ella, al predecir mi acción, realizó un ligero movimiento y se encargó de guiarme para poder lograr la penetración. La moví motivado por el deseo, pensando en cuanto aguantaría el ritmo.
Ella gemía y me rasguñaba la espalda. Cada rasguño era más profundo que el anterior, pero no me importaba. Yo la mordía desenfrenado y ella me pedía más. El placer y el deseo me superaron, grité al llegar al orgasmo y ella con una sonrisa de placer me mordió.
No fue una mordida normal, fue algo más, algo extraño. Sentí la misma sensación de cuando entra la aguja de la enfermera, y sale llevándose una parte de vos. Solo que esta vez, se estaba llevando todo.
Caí al piso. No podía moverme. Podía ver sangre en el suelo y a Roxy con su cuerpo perfecto y pálido cubierto de sangre. Ella, se miraba las manos horrorizada. Su belleza se había esfumado, seguía siendo la misma de siempre, pero ahora inspiraba miedo. Se acercó a mi y su rostro volvió a ser ese, del cual me había enamorado hace unos instantes atrás.
—Robert. ¿Me escuchas? —preguntó preocupada.
Quise hablar, pero no podía. Hice mi mayor esfuerzo en mover el cuello para asentir.
—Cometí un error terrible. Perdóname.
La miré a los ojos. No entendía de lo que estaba hablando. Ella sonrió y me acarició el rostro. Y sonreí.
—¿Robert aún me escuchas?
Nuevamente asentí.
—Se que va a sonar raro, pero si hubiera una oportunidad de salvarte. ¿La aceptarías? ¿Aunque sea una vida dolorosa?
No entendí lo que quería decirme, pero quería vivir.
Asentí de nuevo.
Ella me miró con su rostro de ángel preocupado y se alejó. Yo me quedé acostado, desangrándome. No quería morir. No tenia razones para vivir, pero algo en mí quería seguir con vida.
Roxy volvió, luego de lo que pareció ser una eternidad. Llevaba la muñeca izquierda lastimada. Se arrodilló junto a mí.
—Toma, tienes que beber de mi sangre —dijo extendiéndome su muñeca, dejando caer gotas de sangre en mi cara. La miré extrañado y me quedé quieto. No entendía si ella se estaba burlando de mí.
—Robert, abrí la boca —dijo Roxy. Sus palabras no fueron amenazantes o intimidantes. Pero como si se trataran de una orden directa, a pesar del dolor, el mismo dolor que hacia que mi boca no se moviera para poder formular palabras, mi boca se abrió.
Las gotas de sangre cayeron como si fueran agua.
De chico, en ocasiones, cuando me caía y me raspaba solía chupar mi sangre. Si tenía algún tipo de sabor, jamás lo había percibido. Pensé que en todos los humanos, la sangre debía tener el mismo no sabor.
Me equivoqué. Me equivoqué demasiado.
La sangre de Roxy tenia un sabor horrible. Sentí que raspaba mi garganta al entrar al resto de mi cuerpo. Lo peor, era que, al llegar a mi estómago, se sentía como si hubiera tomado nafta y hubiese tirado un fósforo prendido. Mis entrañas ardían. Mi cuerpo empezó a convulsionar, quería vomitar, pero no podía.
Me intenté arrastrar, buscando agua. Al moverme, la imagen del departamento empezó a dar vueltas. Roxy me repetía que me quede tranquilo, que todo iba a estar bien.
Su voz se iba escapando, al igual que todos los demás sonidos. Las imágenes se volvieron borrosas. Empecé a recordar cosas que habían pasado hace mucho tiempo. Me vi de adolescente. Peleando en la calle, quedándome a dormir en la casa de mi primera novia, compartiendo cama con ella y su amiga. Me vi en las fiestas que armaban, me vi en las rondas donde se compartía la cocaína y la marihuana.
Temí que lo que estaba viendo fuera el repaso de mi vida antes de la muerte, o al menos, la parte de mi vida en la cual me sentía pleno.
No sabía, que era lo que me estaba pasando, pero me repetía a mí mismo, que pasara lo que pasara, quería vivir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro