El dilema Heidi
Salí del club con la información de Hier, aún confundido y un poco atemorizado de lo que acaba de presenciar. Finalmente me sentía animado, estaba avanzando en esta misión.
Ahora solamente tenía que ir hasta mi departamento para hacer la llamada.
Caminé las cuadras con rapidez, intentando ignorar las miradas de las personas que pasaban alrededor mío, y que, parecían percatarse de mi sudor y las manchas de sangre que llevaban mis pantalones.
Llegué al edificio donde me hospedaba. Entré y subí las escaleras un poco más tranquilo. Abrí la puerta de mi departamento y me encontré a Saturno leyendo un libro, sentado al lado de la muchacha. Ella aún dormía. A juzgar por las cajas de pizza y las botellas de cerveza, Saturno ya había cenado.
—Llegaste —dijo con una sonrisa, cerrando el libro y levantándose
—Sí —dije y me acerqué al teléfono—. ¿Aún no despertó?
—No —dijo Saturno acercándose a mí—. Pero debe estar por hacerlo. Su cuerpo emitió ciertos movimientos similares a lo que hace un ghoul antes de despertar. ¿Te fue bien?
—Sí, me fue excelente —respondí mirando a la muchacha.
—Es bueno escuchar eso. En la heladera te dejé un par de botellas de sangre, por si necesitas recuperar energías.
—Gracias —dije sorprendido por la bondad de Saturno—. Pero estoy bastante lleno y ahora tengo que hacer una llamada, si me disculpas voy al baño.
Saturno asintió y fui al baño. Cerré la puerta. Marqué el número y esperé.
Finalmente, luego de unos minutos, escuché una voz ronca del otro lado del teléfono.
—Vorgrimler.
Me quedé helado. Hier sabia mi nombre y mi número de teléfono.
—Hier.
—El mismo —dijo y parecía que estaba sonriendo del otro lado del teléfono.
—¿Cómo sabias que era yo? —pregunté.
—Tengo ojos y oídos en todas partes Vorgrimler. Se que fuiste enviado por Leopoldo, para hacer explotar una de las bases de El Bestiario en esta ciudad. Un lugar que solamente yo, se cómo ingresar sin ser detectados por todos los pandilleros que andan vigilándolo con sus armas de fuego.
Hier parecía ser otro vampiro soberbio. Otro más del montón, pero lo necesitaba.
—Bueno, me parece bien, necesito que me lleves ahí.
—Imposible mi buen amigo. No sé cómo conseguiste mi número, pero en este momento mi cabeza peligra si me muevo de mi escondite. Hay una señorita muy interesada en cerrar mis bonitos labios.
—Si la señorita a la que te referís es Verónica, déjame decirte que fue ella quien me dio este número. Ella me dijo que te avisara que la cacería se terminó.
—¿Ah sí? —dijo en un tono que parecía casi sarcástico.
—Sí.
—¿Y cómo sabes eso?
—Porque fue por mí que ella decidió terminar la cacería. La ayudé con unos asuntos y ya no te considera una amenaza. O tal vez sí, pero supongo que agradece la ayuda que brindé.
—Novato, ningún vampiro jamás agradece nada. Tan solo cumple con su palabra —dijo Hier de manera seria—. Así que un novato logra estar a la altura de lo que una demente esperaba cumplir. Que muchacho más peculiar. ¿Cuántas noches pasaron desde tu renacimiento? ¿Cuatro?
—No sé. No me importa. Tan solo quiero cumplir esta misión. Por favor Hier, necesito ir a ese lugar.
—Te entiendo. Pero ahora ya es tarde, pronto va a amanecer y necesito comprobar que no me mentís. Durante el día conseguiré la confirmación de tus palabras y te llamaré al morir el sol, para realizar tu tan apreciada misión.
—¿Mañana?
—Sí. Así que llama a Leopoldo si quieres para avisarle de tus logros, cachorrito —dijo Hier con una carcajada y cortó el teléfono.
Me apoyé en el lavado y maldije. Pero al ver la hora supe que Hier tenía razón. Dentro de poco iba a amanecer y esta misión me tomaría tiempo. Necesitaba estar preparado y bien descansado.
Salí del baño, y me encontré que la chica ya estaba despierta y forcejeando contra el agarre de Saturno, que la sostenía tapándole la boca para que no grite.
—¿Qué está pasando? —pregunté alarmado.
Al verme, la muchacha dejó de forcejear y se quedó quieta, como hipnotizada. Saturno la soltó y se alejó.
La chica saltó de la cama y se acercó hacia mí. Al acercarse vi que Saturno la había cambiado mientras dormía. Ya no llevaba la ropa manchada de sangre y rota, sino un camisón color violeta que dejaba ver gran parte de su escote y de sus piernas.
Ella puso sus manos alrededor mío y me besó. Fue un beso frenético, que se produjo mientras ella recorría mi cuerpo con sus manos. Por un instante me dejé llevar por esos besos, olvidándome de la presencia de Saturno, pero luego recordé en lo que se había convertido la muchacha y la detuve.
La alejé y le pedí que se quedara quieta. Lo hizo como si se tratara de un robot. Se quedó en su lugar mirándome. Sus ojos estaban llenos de vida, sus mejillas coloradas y su cuerpo temblaba, como si le costara obedecer la orden, a pesar de cumplirla a la perfección.
—¿Puedes sentarte? —pregunté un poco incomodo.
—¿Quieres que me siente? —preguntó emocionada.
—Sí, siéntate por favor —dije señalando la cama.
La muchacha se sentó. Me dedicó una mirada que me hacía sentir incómodo. La misma manera con la que me observó en el muelle.
—¿Cómo te llamas?
—Heidi Stefano
—¿Sabes quién soy?
—Sí. Eres el hombre del muelle. Y también el del callejón. Me salvaste la vida.
—¿Te acuerdas de como te salvé la vida?
—Mataste a todos. A Nick, Aaron, Brian.
—¿Y qué más?
—No recuerdo más. Me dolía mucho el estómago, creí que me habían disparado, pero no tengo nada.
—Te habían disparado.
—¿En serio?
—Sí, pero yo te salvé —dije y luego me detuve por unos instantes. Miré a Saturno que pareció adivinar mi pensamiento, ya que asintió, indicándome que continuara con mi relato—. La razón por la cual pude salvarte y que no tengas ninguna marca de la herida, es que soy un vampiro.
—¿Qué? —preguntó la chica dejando escapar una risa.
—Eso que escuchaste. Soy un vampiro.
—¿Me estás haciendo una broma?
—No.
—¿Entonces quieres decirme que soy un vampiro?
—Tampoco. Es raro de explicar. Él podría explicártelo mejor —dije señalando a Saturno.
—¿Él?
—Sí —respondí, mirando como la muchacha se tomaba la cara entre las manos y parecía respirar de manera entrecortada—. ¿Estás bien?
—No. No entiendo nada, la cabeza me da vuelta y me siento sucia —dijo tocándose los brazos.
—¿Quieres irte a bañar? —pregunté señalando la ducha.
—¿Puedo?
—Sí podes.
La chica se levantó de la cama y al pasar al lado mío, pude sentir que quería tocarme, aun así, no lo hizo, se alejó hacia el baño y cerró la puerta. El sonido de la ducha empezó a correr. Me senté en la cama y respiré profundo.
—¿Estás bien Vorgrimler? —preguntó Saturno.
—No sé qué hacer Saturno. Tengo que realizar la misión la siguiente noche, está por salir el día. ¿Qué hago?
—¿Qué quieres hacer?
—La misión. Necesito hacer la misión. Pero tampoco quiero dejarla confundida.
—Puedes pedirle que venga conmigo a que le explique cómo ser un ghoul y cuando vuelvas de tu misión, llevarla contigo a donde tengas que ir.
—¿Y si muero? —pregunté nervioso.
—Ella moriría de tristeza —dijo Saturno seriamente.
—¿Cómo la princesa de la película de ciencia ficción? —dije riendo
—¿La princesa de qué? —preguntó confundido.
—Nada. Una tontería.
—Puede vivir conmigo. No me molesta, pero no puedo permitir que la dejes en mi casa.
—No haría eso jamás.
—¿Te gusta?
—¿Qué? —dije sonrojándome—. No digas tonterías, además es imposible. Es una ghoul y yo un vampiro.
—¿Qué tiene? —preguntó seriamente.
—¿No está mal?
—Los ghouls muchas veces son esclavos sexuales de sus amos. Y lo disfrutan. Yo extraño mucho al mío —dijo Saturno con aire soñador.
—¿Pero no sería como estar abusando de ella?
—Ella siempre va a darte su consentimiento, está en su naturaleza. Depende de ti y tu moralidad. Depende de las acciones que quieras hacer con ella.
—Entiendo —dije mirando hacia la puerta del baño.
—Acompáñala.
—¿Qué me bañé con ella? —dije completamente avergonzado.
—Si —dijo Saturno riéndose—. ¿Te olvidaste que eres un vampiro?
—Usualmente cuando no estoy matando gente con mis manos o no muriéndome por disparos, me olvido —dije riéndome.
—También te olvidaste que al matar gente te ensucias —dijo Saturno señalándome los pantalones.
Saturno tenía razón. Así que me acerqué al baño. Abrí la puerta y ahí estaba ella, completamente desnuda. Al verme no se cubrió ni se sorprendió, sino que esbozó una sonrisa de felicidad.
—¿Te molesta si compartimos la ducha? —dije sintiéndome un estúpido con tan solo preguntarlo.
—No —respondió ella, moviéndose hacía un costado dentro de la ducha para dejarme pasar.
Me acerqué sacándome la ropa y entré. El agua de la ducha corría sobre su cuerpo recién enjabonado de Heidi. Me perdí en su figura, en sus pechos que se cubrían por los mechones rubios, en el abdomen que aún tenía un piercing, en la forma de su cadera y en sus muslos.
—¿Puedo enjabonarte? —preguntó mirando con atención mi cuerpo y la excitación que estaba sintiendo.
—Sí, puedes —dije dándome vuelta.
La chica empezó a limpiarme la espalda, recorriendo de manera descendente, hasta llegar a mis tobillos. El toque cálido de sus manos me estaba enloqueciendo. me volteé y siguió el mismo trayecto desde mi pecho hasta mis pies. Cuando terminó, se incorporó y se puso al frente mío mirándome a los ojos. La besé. La besé con fuerza y me apreté a su cuerpo, sintiendo los latidos de su corazón acelerarse mientras se aferraba con sus brazos a mi espalda. Dejé de besarla y recorrí su cuerpo con mi boca, sintiendo su calor, hasta que finalmente mis ojos, se cruzaron con los suyos y volví a ver esa mirada de una muchacha completamente enamorada, y en ese momento, al saber que me amaba por los motivos equivocados, me detuve.
Salí de la ducha y empecé a secarme.
—¿Hice algo mal? —preguntó preocupada.
—No. Yo hice algo mal. No nos conocemos Heidi.
—¿Y qué importa? Te deseo —dijo con la voz entrecortada—. Como nunca desee a nadie.
—Y eso es lo que está mal. Me deseas por lo que hice, por convertirte en lo que eres ahora.
—Me convertiste para salvarme la vida.
—Y mira qué vida te di. Una en la que me deseas sin conocerme.
—No es así.
—Es el veneno de mi sangre y que ahora correr por tus venas lo que te hace pensar de esa manera.
—No. Yo te deseo desde que te vi en el muelle. Me pareciste un hombre hermoso y la manera en la que trataste a Nick me pareció tan increíble.
—Es lindo saber eso, pero igualmente sigue estando mal.
—Pero...
—No Heidi —dije y la muchacha se quedó en silencio—. Mañana por la noche tengo que hacer una misión. No sé si voy a regresar, pero si lo hago, planeo verte.
—¿Sí? —preguntó ella sonriendo.
—Ahora necesito pedirte algo.
—Lo que quieras.
—Necesito que vayas esta misma noche a la casa de Saturno, el hombre que te cuido mientras dormías. Que escuches todo lo que él tiene que decirte sobre los ghouls y sobre mi situación. Una vez que él haga eso, necesito que tomes una decisión por tu cuenta. ¿Me entiendes?
—Te entiendo.
—Ahora termina de bañarte así se ponen en camino.
—Sí —dijo la muchacha.
Salí del baño y empecé a cambiarme mientras Saturno ordenaba un poco el departamento.
—Ya hablé con ella.
—¿Hablar y nada más? —preguntó divertido.
—Sí.
—¿Y?
—Va a ir contigo a tu departamento. Necesito que le expliques bien todo. Lo que se convirtió, que yo soy un novato y que, si vuelvo, que ella elija que quiere hacer. Si decide tener una vida normal, puedo intentar adaptarme en verla en algún que otro momento para calmar el ansia que el veneno de mi sangre produce en ella. Pero que, si decide seguirme a mi o a Leopoldo en caso de que yo muera, que sea por elección propia, no porque fue obligada a hacerlo.
—Eso es muy noble de tu parte —dijo Saturno sorprendido.
Heidi salió del baño y Saturno le acercó ropa para que se cambiara. Una vez terminó me despedí de ambos, que bajaron las escaleras del departamento con lentitud.
El reloj marcaba las siete de la mañana. Me acosté en la completa oscuridad. Pensé en el explosivo que Saturno había dejado sobre la mesa del comedor.
Pensé En Hier, que a estas alturas ya estaría averiguando sobre lo que habíamos conversado. En lo que tenía que hacer y en lo que podría pasar si lograba salir vivo de la misión.
Pensé en Heidi eligiendo seguir estando conmigo y la imaginé en la ducha. Imaginé que hubiera pasado si no me detenía y con ese pensamiento me quedé dormido.
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