
El corazón de un asesino
Caminé siguiendo el caño que sobresalía de la tierra. Este me llevó a la parte de atrás de la casa.
Una reja de unos tres metros de alto, me separaba de la caja colocada y amurada a la pared. Dentro de esa caja, se encontraban seguramente los interruptores generales de la luz.
En otros tiempos, la altura de la reja me hubiera presentado una dificultad casi imposible, pero ahora estaba seguro que podía sobrepasarla.
Me aferré a los alambres con mis manos y subí mis pies hasta la barandilla de metal. Luego me impulsé hacía arriba con todas mis fuerzas.
Nuevamente, mi condición de vampiro jugó a mi favor. Con el impulso de mis piernas, fue más que suficiente para que mi cuerpo pasara sobre la reja y terminara cayéndome del lado interior.
Estaba ahora, dentro del parque interno de la casa.
Rompí la puerta de plástico de un golpe y bajé los interruptores.
Las luces se apagaron y la música que se escuchaba dentro de la casa desapareció. Seguí caminando, siempre cerca de la pared, buscando lugares donde esconderme. Esperando que salgan en cualquier momento, para averiguar qué había pasado.
De las ventanas, pequeños reflejos de luz se asomaban, señal de que debían tener linternas, o estaban usando sus celulares para poder mirar hacia donde iban.
La puerta del frente, se abrió y escuché a dos personas salir.
—¿Donde esta Alex? —preguntó uno, con la voz ronca.
—Tal vez fue a ver que pasó...
—Hubiera ido a ver los interruptores, idiota. Seguro se fue a mear a un bosque para que el jefe no lo vea duro por la cocaína.
—Seguramente. Bueno, vamos a ver que carajo paso con la luz.
Me pegué a la pared, rogando de que no decidieran apuntar con la luz de sus celulares justo a donde estaba. Contuve la respiración. Ambos pasaron al lado mío sin verme. Uno de ellos estaba en cuero, y era de una contextura bastante grande. Transpiraba a pesar del frío, llevaba puesta una bandana de color rojo y se veía el tatuaje del rostro de un tigre en su espalda. Llevaba en la mano un bate de béisbol. El segundo llevaba una musculosa blanca, era mucho más bajo y en la mano llevaba un revolver. A pesar de tener un arma, ese tipo tenía miedo, podía percibirlo en su ligero temblor.
Aproveché mi ventaja de no ser visto y saqué de manera sigilosa el cuchillo. Me acerqué al más bajo, y utilizando toda mi fuerza lo apuñalé en el cráneo.
La hoja entró de manera sencilla, sin resistencia alguna. El cuerpo del hombre se derrumbó poco después de recibir el impacto, dejando un pequeño charco de sangre formándose alrededor de la cabeza del muerto.
Su compañero miró horrorizado la escena y antes de poder atacarlo, me golpeó con el bate de beisbol. El golpe dio de lleno en mis costillas y sentí un gran dolor. Retrocedí unos pasos, y él volvió a atacarme. Esta vez, logré sujetar el bate y lo embestí con todas mis fuerzas. Ambos caímos al suelo y fue en ese instante, que aproveché para ponerme encima suyo y clavar mis colmillos en su cuello. La inyección de sangre fue deliciosa, y me sorprendí al saber que podía acelerar el proceso de alimentación, como si se tratara de tomar una bebida con pajilla.
Paré de tomar al sentir el corazón detenerse y lo dejé caer. Me acerqué al muerto y saqué el cuchillo de su cráneo. Luego enterré el arma en el pecho de su compañero. Tres veces el cuchillo entró y salió, para asegurarme de que no pudiera volver a despertar.
Por un instante, al ver los cadáveres me quedé conmocionado. Jamás en mi vida, tuve intenciones de matar a alguien, al menos, no realmente. Solo en momentos de demasiado enojo lo pensaba, pero jamás me creí capaz.
Esta noche, ya había matado a tres personas. Y me sorprendió la facilidad con la que estaba tomando el asunto. Las ansias que estaba sintiendo en mi interior, no por sobrevivir, no por seguir alimentándome, sino del hecho de matar porque podía hacerlo. ¿Esta era la bestia de la que hablaba Jaques? ¿O siempre este instinto estuvo guardado en mi interior, dormido o apaciguado por mi cobardía?
Mierda, no era tiempo para ponerme a filosofar. Me habían golpeado con un bate, y a pesar de que ahora no me dolía, aun había más tipos a los cuales enfrentarme.
Caminé esta vez sin preocuparme porque me vieran, hasta que me encontré con otro de los sujetos. Este había salido a fumar. Llevaba puesta una camisa blanca. En una mano sostenía el cigarrillo y en la otra portaba una pistola. El hombre alcanzó a gritar un "¡Hey!" antes de que lo apuñalara en el pecho. Pero la estocada no lo detuvo. alcanzó a levantar su pistola y disparó directamente en mi estómago.
El dolor fue demasiado. Retrocedí por el impulso de la bala, viendo la sangre caer en el suelo.
El hombre disparó de nuevo, y yo me lancé a un costado para esquivar la lluvia de balas que estaba descargando sobre mí. A pesar de mi velocidad, logró golpearme nuevamente. Grité por el dolor y descolgué la escopeta. Apunté y disparé. El disparo dio de lleno en su pecho elevándolo por los aires y dejándolo en el suelo.
El ruido de los disparos fue tal, que cinco hombres salieron armados y con linternas, queriendo saber qué es lo que estaba pasando. A diferencia de los primeros, estos tipos eran todos de una contextura grande, portaban tatuajes por todo el cuerpo, incluidos sus rostros. Lucían amenazadores y experimentados. Mi plan de ir eliminándolos uno por uno, se había terminado.
Tenía que pensar con rapidez. Uno de ellos se acercó a mí. Cerré mis ojos, intentando hacerme el muerto. Me golpeó con la escopeta e hice lo imposible para no reflejar la molestia. Sentí su mano tocándome el cuello y luego escuché como se incorporaba.
—Bobby lo mato —dijo a sus compañeros.
—Dispárale de nuevo —dijo uno de sus compañeros con una voz chillona.
—Está muerto imbecil, no respira y está muy pálido. No voy a gastar otra bala.
—¿Para quién trabajaría? —preguntó el de la voz chillona, acercándose hacía mí—. No lo vi por ningún lado a este tipo.
—Anda a saber. Hay que llevarlo adentro y preparar la bañera. A los muchachos hay que llevarlos con sus familias para darles un buen entierro.
—Dale —dijo uno de los hombres y se acercó a mi para levantarme por los hombros.
—Mira —dijo el hombre que me estaba levantando—. La escopeta de Alex. Este forro también lo debe haber matado a él.
—Uh, hay que buscar el cadáver ya, a ver si se arma quilombo por esto y Giroud nos echa la bronca a nosotros —dijo el de la voz chillona—. Chicos, vamos a buscar por la zona. Yo voy a subir los interruptores.
Escuché los pasos de los demás yéndose alrededor de la casa, mientras me arrastraban dentro de la misma. A los pocos minutos, las luces se encendieron y la música empezó a sonar. Abrí los ojos.
Estaba en un comedor bastante amplio. El equipo de música, que tenía unos parlantes bastantes grandes, estaba situado en una esquina. Cinco sillones de cuero negro, estaban esparcidos por el lugar, al lado de cada sillón, había pequeñas mesas sobrecargadas de botellas de cervezas vacías.
Me encontraba solo, con uno de los tipos que me arrastraba. Rápidamente, me incorporé para su sorpresa y me abalancé sobre él. Mordí su cuello y consumí hasta que su corazón dejo de latir.
Luego me levanté. Podía escuchar los pasos de uno de los hombres ingresando a la casa, debía ser el que había prendido los interruptores. Corrí hacia la puerta y me escondí detrás de ella.
El hombre entró y a los pocos metros vio a su amigo en el suelo, pero antes de que pudiera hacer algo, llevé mis manos hacía su cabeza y la hice girar con todas mis fuerzas. El cuello se quebró y la cabeza dio un giro de ciento ochenta grados. Finalmente estaba solo.
Cerré la puerta con cuidado y me di cuenta que, para mi suerte, tenían una cerradura magnética. Si alguien quería entrar ahora, tenía que romper la puerta, lo que me daba tiempo para prepararme, en caso de que los demás hombres decidieran regresar.
Cerré mis ojos e intenté escuchar más lejos, mis sentidos aguzados me hicieron saber que, en la habitación continua al comedor, se encontraba alguien. Y ese alguien debía estar muy nervioso o exaltado porque su corazón latía demasiado rápido. Supuse que esa persona debía ser el jefe de todo el grupo. El que se encargó de estafar a Saturno.
Caminé hacia la habitación. Pero antes, saque una pistola de los muertos y comprobé que tuviera carga. Llegue a la puerta que daba a la habitación. Miré por el picaporte. Alcancé a verlo, era un sujeto de piel pálida y nariz ganchuda, llevaba el pelo rubio engominado hacia atrás y tenía el rostro cubierto de cocaína. Sujetaba una pistola bastante fina y apuntaba nervioso hacia la puerta. En un instante apoyó el arma en el escritorio y se preparó otra larga línea de cocaína. Aproveché ese descuido y abrí la puerta de una patada.
Lo apunté con la pistola. Él, me miró sorprendido e intentó bajar su mano para agarrar el arma.
—Maté a seis de tus hombres, no es buena idea intentar agarrar el arma —le dije, intentando sonar lo más parecido a un vaquero del viejo oeste que pude sonar.
—Ok —dijo mostrándome ambas manos—. ¿Te conozco?
—Quiero el explosivo.
—Jodeme, que todo este quilombo es por culpa del viejo de mierda de Saturno.
—No te jodo. Te metiste con las personas equivocadas.
—Ya lo vendí al explosivo.
Por un momento, casi bajo el arma de la desilusión que me causo escuchar eso. Pero una voz en mi interior, me dijo que el tipo me estaba mintiendo.
Me acerqué a él, tomé uno de sus dedos y lo jalé con fuerza. La piel se desprendió y tanto la carne como el hueso se separó del resto de su cuerpo. La sangre brotó con rapidez, y el hombre se lanzó al suelo gritando por el dolor.
Contemplé unos segundos el dedo anular que tenía en mi mano y luego lo tiré.
—Hijo de re mil putas —dijo mientras gritaba de dolor—. Loco de mierda.
—Aun te quedan nueve dedos maldito —dije poniéndome encima de él y tomándolo por el cuello del tapado—. Mentí de vuelta y te quedas con ocho.
—Ok —dijo llorando—. El explosivo está en el lavadero. En una pequeña caja de color amarillo.
—¿Te crees que soy imbecil?
—No miento. Te lo juro por dios.
—¿Cómo carajo va a estar un explosivo dentro de una caja?
—Esa es la gracia de ese modelo. Es una bomba nueva. Tiene el tamaño de un disco duro y es maleable. Podes llevarlo de un lugar a otro, que al menos que actives el temporizador del explosivo, no hay nada que pueda pasarle.
No sabía que creerle, principalmente porque las únicas bombas que había visto en mi vida eran en las películas. Decidí jugar a lo seguro y lo tomé por el tapado, y empecé a arrastrarlo.
—Para, ¿Qué haces?
—Te llevo al lavadero conmigo.
Lo arrastré por el comedor, yendo hacia la otra habitación, donde estaba el lavadero. Ahí se encontraban unos lavarropas, y unas pequeñas estanterías y cajones.
—¿Dónde está? —pregunté furioso
—Fíjate arriba de la estantería, hay una caja que dice Kleenex. Ahí adentro.
Miré hacia la estantería, y una caja amarilla que decía Klennex estaba posada ahí.
Me estiré para agarrar la caja, cuando sentí un fuerte dolor en mi pierna. El infeliz, había aprovechado mi descuido para clavarme un destornillador. Lo miré furioso, mientras me retiraba sin dificultad la herramienta que él había utilizado como arma.
—Te vas a arrepentir pedazo de mierda —dije y le quebré ambos brazos.
Él, empezó a gritar y yo volví a girarme para recoger la caja.
No mentía. Adentró se encontraba un cuadrado pequeño, de color negro que tenía dos botones, dos cables y una especie de visor en el costado derecho.
—Te dije que no mentía hijo de puta —gritó mientras lloraba por el dolor.
—Tienes razón —dije con una sonrisa—. Ahora déjame recompensarte por decir la verdad.
Me acerqué hacia él, contemplando su rostro horrorizado, esperando sanar con rapidez la herida que me había hecho en la pierna.
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