Trece.
Castigo.
(N/T: Para cualquier fetiche o práctica sexual siempre debe de haber consentimiento por ambas partes)
George dio unas cuantas vueltas por el pequeño departamento, tratando de pensar en otra cosa, pero su cabeza era un lío por tres cosas, las cuales ya había enumerado:
1.- Estaba confundido respecto a sus sentimientos por Zibelth, y la idea de que ella estaba embarazada no ayudaba en mucho porque lo hacía sentir molesto y celoso.
2.- No sabía si ir a buscar a Lys Delacour, probablemente estaría muy molesta y ni siquiera lo querría ver por no haberla ido a ver el domingo pasado, y no tenía el valor para escribirle una carta porque no quería molestarla, él siempre había preferido esperar a que las personas olvidaran sus errores para después acercarse.
3.- Y, por último, no sabía qué estaba haciendo mal en preparar la maldita Amortentia, no olía como siempre; antes el aroma era a los panecillos que hacía su mamá para navidad, pólvora, hogar y por ultimo a frambuesa y frutos rojos, en cambio ahora, el último aroma era parecido a cítricos, no lograba distinguir muy bien el aroma, pero no entendía cómo era que cambió de la noche a la mañana, quizá le estaba poniendo distintas cantidades.
Soltó un suspiro y se dejó caer en la cama para tomar el libro de pociones que tenía cerca, comenzando a buscar una solución para arreglar la Amortentia.
—George, voy con Zib a Grimmauld Place, ya cerré bien y terminé el inventario —Su hermano tomó una chaqueta—. Es probable que no regrese.
—Con cuidado.
—¿Estás molesto? —Fred se fijó en que su gemelo no lo veía por estar concentrado en la lectura—. ¿O es porque no has visto a Delacour?
—¿No era que ya te ibas?
—Deberías de ir a verla —Se encogió de hombros mientras sonreía—, parecías más contento cuando pasaban los fines juntos, mira, que hasta te voy a dejar el departamento a ti solito para que te diviertas.
George ignoró lo que decía su gemelo.
—A Zib no le gusta esperar, Fred. Yo que tú, me apuro.
—Cuídate, hermano.
Fred salió del departamento, dejando solo a George. Por más que trataba de concentrarse en su lectura, todos los pensamientos anteriores volvían a su cabeza y ya se estaba frustrando, también una nueva idea se había planteado, quizá podría ir a buscar a la rubia, no tanto para tener sexo con ella, pero su presencia lo hacía relajarse.
Pero... también pensaba que ella estaría molesta, y no quería verla molesta, sin duda su mente era todo un lio. Prefirió seguir con su lectura, quizá encontraría algo que le sirviera.
Estuvo unos diez minutos concentrado, cuando escucho pasos en la escalera, lo más probable era que Fred hubiera olvidado algo, así que no le tomó mucha importancia.
Le extrañó escuchar que abrían la puerta, pero no la voz de su gemelo o sus pasos, así que alzó la mirada, topándose con unos ojos verdes que lo observaban, esa mirada le recordó a un gato apunto de cazar un ratón, y en ese momento, sentía que él era el ratón.
—Lys...
El pelirrojo se puso de pie para acercarse a ella. La veía más hermosa, tenía el cabello desordenado, dándole un aire más sensual, pasó a su lado sin saludarlo y se sentó en la cama mientras lo veía fijamente como si lo estuviese por atacar.
—Deja ese libro, George, y acércate.
George mordió su labio al escuchar lo dominante que se oía Lys y de inmediato obedeció sin poner cuidado en dónde dejaba el libro. Quedó parado delante de la hermosa francesa con una extraña mezcla de temor y deseo creciendo en él, quería besarla, pero algo lo detenía, quizá era el gesto tan serio en el rostro de la veela.
—Desabróchate la camisa y bájate los pantalones
El pelirrojo comenzó a hacer lo que ella le había ordenado, pero de forma muy lenta. Aún no procesaba muy bien por qué ese cambio de actitud en la rubia.
Lys, molesta por su lentitud, con sus delicadas manos terminó rápidamente el trabajo, y el pantalón resbaló hasta los pies del chico.
—Andamos apuradas, eh —inquirió George, pero, al ver la mirada llena de deseo de la rubia, guardó silencio, esperando el siguiente movimiento.
Ella pudo observar la erección que comenzaba a notarse bajo el bóxer de George, así que mordió su labio y sonrió al darse cuenta que estaba logrando su cometido.
—Échate sobre mis rodillas, Georgie.
La mirada de George cambió a una de asombro, estaba seguro de que ella le haría un oral como aquella vez en la bodega. Temblando un poco, aún con la mezcla de sentimientos, obedeció sin pensárselo mucho.
George sentía cómo los suaves y delicados dedos levantaban la camisa y rosaban su culo, la naturaleza comenzó a ejercer poder, haciendo que el miembro del pelirrojo se irguiera hasta un punto doloroso en el momento que su bóxer estuvo en el piso.
George se sentía conmocionado al sentir cómo su trasero era lacerado por una rápida serie de azotes.
—¡Lys!
Al inicio sintió un dolor atroz y rugió con todas sus fuerzas, pero poco a poco el dolor se fue atenuando hasta que un cosquilleo de lo más placentero comenzó a recorrer su cuerpo.
El pelirrojo pudo ver a través del espejo que se encontraba tras ellos la imagen, que, si alguien más la viera, le resultaría graciosa, pero, para él, esa visión, junto con el intenso dolor que sentía en el trasero y el frotamiento de su pene contra el cuerpo de la rubia en su intento por moverse, lo puso al borde del delirio. En un estado absoluto de frenesí, George se meneaba y retorcía sobre las rodillas mientras ella no cesaba de descargar azotes sobre su pobre trasero.
Cuando Lys vio que el culo de George estaba lo suficientemente rojo, dejó la varita en la cama. Él se levantó de inmediato con el rostro sonrojado, al inicio se sintió expuesto pero esa sensación fue remplazada por excitación, ser azotado por Lys Delacour lo había hecho calentarse de manera inimaginable, nunca pensó que una chica tan fina y dulce como ella podría hacerlo eso, tampoco había imaginado que el dolor en el trasero le provocara un gran deseo.
Lys, deslumbrada por lo que veía, tenía los ojos clavados en la erección del Weasley, mientras él se sobaba el culo adolorido.
—¿Se te antojó o qué? —George puso una sonrisa socarrona en el momento que vio que la rubia se ponía de rodillas frente a él, mientras se recogía el cabello en una coleta desordenada—. Vamos, Lys, que merezco un premio por recibir mi castigo, ¿no crees?
George tomó su erección para acercarla a los labios de Lys
—Eres un mal niño, George, te portas muy mal.
George sintió el aliento de la rubia rozar la cabeza de su miembro, y comenzó a masturbarse bajo su mirada. Ella acercó los labios, para dar inicio a húmedos besos que provocaban los gemidos del pelirrojo, el cual seguía masturbándose.
Lys fue introduciendo lentamente la cabeza del miembro de George, mientras que su mano se encargó de masajear los testículos. Los movimientos de George fueron en aumento al sentir las caricias de la chica.
—¡Maldición, Lys! —exclamaba entre jadeos el pelirrojo.
Los pequeños dedos de la mano de Lys fueron hacia la piel que estaba entre los testículos de George, para brindar suaves caricias circulares. Al chico lo recorrió una oleada de placer desde la punta de los pies hasta la cabeza.
Lys, aún sin dejar de succionar su miembro, siguió acariciando, ahora de forma más concisa. Alzó la mirada, topándose con los ojos avellanas de George, que reflejaban una mezcla de placer y sorpresa, sus mejillas estaban sonrojadas, dándole un aspecto de debilidad. Lys dejó su miembro para comenzar a lamer los testículos, succionando de uno en uno.
George sentía que pronto se correría ante tales caricias, ninguna mujer lo había logrado llevar a ese punto de placer, le encantaban las nuevas sensaciones que golpeaban su cuerpo.
Soltó un gemido ahogado al sentir la húmeda lengua de la rubia en la piel en medio de los testículos.
—Lys —Trataba de contener sus gemidos, pero era en vano—, me voy a correr...
La chica no hizo caso, y siguió lamiendo el perineo, George no supo ni cómo, pero terminó a horcajadas sobre la cama. Se retorció un poco al sentir cómo los dedos de Lys, llenos de saliva, comenzaban a estimular una zona que nadie había tocado antes.
—¡Jodida mierda! —George echó la cabeza hacia atrás, mientras cerraba los ojos y apretaba el edredón con las manos. Sentía sus piernas temblar y, si seguía así, pronto caería sobre la cama, pero sintió un vacío cuando la rubia se detuvo.
—Si sigues haciendo ruido, me detendré, Weasley.
George mordió su labio, tratando de no dejar salir ni un suspiro, la chica, tras unos segundos, al ver que no hacía ningún ruido, volvió a su faena.
La rubia acercó un poco más los dedos, sin penetrarlo aún, para seguir acariciando esa zona tan delicada. George sentía cómo la lengua de la rubia se acercaba donde estaban sus dedos, se detuvo unos segundos, a lo que supuso que esperaba una señal para continuar.
—Lys —George suplicó entre jadeos—, continua, maldita sea.
Lys sonrió por unos segundos, le gustaba que George suplicara. Sus dedos fueron remplazados por la lengua y su mano comenzó a acariciar toda la longitud de su miembro. Solo bastaron unos segundos de lamidas lentas y que bombeara de manera firme el miembro de George, para que el pelirrojo sintiera cómo su abdomen comenzaba a contraerse, y en segundos se corriera, ensuciando el edredón de la cama.
Lys acarició por un momento las marcas de su varita en el trasero de George, pero se detuvo cuando el chico dejó de caerse sobre la cama.
George respiraba agitadamente, estaba seguro de que nunca se había corrido tan rápido, ni en gran cantidad como en esos momentos. Estaba sorprendido, nunca, nadie lo había llegado a tocar en esa zona, y, para su sorpresa, lo había disfrutado demasiado, no sentía ni un gramo de vergüenza con Lys, al contrario, le había gustado ver esa faceta tan dominante de la rubia.
Sintió cómo se hundía la cama, por lo que giró el rostro para verla.
—Hey —George le dedicó una sonrisa—, mi trasero arde por tu culpa.
—Fue tu culpa, me dejaste plantada.
George soltó un suspiro. Estaba molesta, aunque, si cada que estuviese enojada, ella haría lo de hace unos momentos, no le molestaría hacerla enojar más seguido.
—Lo siento —George dijo con sinceridad—, Fred y Zib me tuvieron ocupado todo el día.
—Ni siquiera me escribiste.
—Pensé que estabas enojada.
—¿Y...?
—No quería hacerte enojar más —se excusó—, aparte, realmente Fred y yo hemos tenido mucho trabajo, no nos damos abasto.
—Mmh...
George la observó por unos segundos, y se levantó, para ponerse a horcajadas sobre ella.
—No te enojes —la vio directamente a los ojos—. Quería ir hoy, pero tampoco quería molestarte.
—No me hubiera molestado que fueras, al contrario, pensé que ya no querías verme.
George la besó de forma lenta, aún sin dejar caer todo su peso en ella, sus manos rápidamente se colaron bajo la blusa, comenzando a dibujar círculos invisibles sobre su piel.
Lys le acariciaba el cabello de la nuca, apegándolo más a ella y volviendo el beso más caliente, enredó las piernas en su cadera, rozando su miembro con la entre pierna, el cual se endureció de forma inmediata.
George dejó sus labios para verla.
—Claro que quería verte, pero no sé muy bien qué hacer cuando alguien se molesta —No dejó que respondiera, para besar y morderle el cuello, mientras una de sus manos se metía dentro del sostén para pellizcar su pezón izquierdo, un jadeo salió de los labios de la chica—. Me alegra que vinieras.
George estaba por meter una mano en los pantalones de la rubia, cuando ella lo detuvo.
—¿Pasa algo, Lys? —El pelirrojo la miró preocupado—. ¿Te incomodé?
—No, no es eso —la rubia sonrió apenada—, solo que, estoy en esos días del mes.
—¿Qué días? —George lo pensó por unos segundos, y sus dos neuronas hicieron clic—. Ah, ya entendí, a mí no me molesta, tampoco es como si tuvieras una enfermedad contagiosa o un dragón ahí.
—George —la rubia soltó una risilla, que fue como música para el oído del Weasley—, no se me antoja hacerlo así.
—Está bien, pero... sí puedo besarte y tocarte, ¿no?
La rubia asintió para volver a besar al pelirrojo.
Compartieron una sesión de calientes besos y de caricias por algunas horas, hasta que George se sintió demasiado duro, por lo que fue al baño para tomar una ducha fría.
Al salir con una toalla en la cadera, miró a la rubia que estaba dormida en su cama, se veía tan relajada, que George sintió el cuerpo destensarse, rápidamente sacó su pijama, para ponérsela y acostarse a un lado de ella.
—¿George?
La rubia abrió los ojos.
—Sí, te quedarás hoy —Lys no supo si fue una orden o una pregunta, pero pronto se vio envuelta en los brazos del pelirrojo y casi al instante se quedó dormida por completo.
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