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Capítulo 4

Megumi se describía a sí mismo como alguien serio y reservado, una persona con muy poca confianza en los demás. Sí que lo era, pero entonces, ¿por qué le había contado tan abiertamente su historia al muchacho que tenía al frente? ¿Por qué prestaba una inexplicable atención a los gestos que el omega hacía mientras él seguía relatando todo lo que había sobrepasado solo? ¿Por qué se sentía tan misteriosamente cómodo con la compañía del otro? Decidió echarle la culpa a su falta de interacción con otras personas -la relación que tenía con las del comedor no era más que superficial- y al hecho de que su celo llegaría dentro de unos días.

Mas no sabía a qué ni a quién culpar cuando se encontró a sí mismo sonriendo -casi imperceptiblemente, pero sonriendo- ante las anécdotas que le narraba el contrario.

-Uh, qué embarazoso -La voz del chico de ojos color ámbar captó toda su atención nuevamente-; acabamos de conocernos y ya te conté tantas cosas vergonzosas que seguramente sientes pena ajena -Sonrió una vez más; Megumi ya había perdido la cuenta de tantas veces que lo había visto hacerlo.

Un bostezo salió de su boca y esta acción no pasó desapercibida por el de cabellos rosados, que, disculpándose por molestarlo con sus tonterías -según él mismo- e impedir que durmiera, se quitó la capa de lana que traía puesta y la dejó en el suelo para posteriormente recostarse sobre ella, dispuesto a dormir.

-En la cama hay suficiente espacio para ambos; si quieres, podemos dormir juntos -Soltó sin pensar el de ojos azules, y se golpeó mentalmente.

-¿En serio? No quiero molestarte, ya hiciste suficiente permitiendo que me quedara...

-No molestarás. Vamos a dormir -Dijo serenamente. «Ya no hay marcha atrás» pensó-. Después de todo, no soy tan cruel como para dejar que duermas en el piso.

Megumi creyó que sería simple, sólo compartirían la cama, evitando el contacto físico. Mas no esperó que, dormido, el chico a su lado murmurara cosas y se removiera como si buscara algo a lo que aferrarse; y, para su buena o mala suerte, cuando lo hizo, fue él quien sufrió las consecuencias, siendo víctima de esos sorprendentemente fuertes brazos y piernas que se entrelazaron alrededor de su cuerpo.

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No había logrado descansar ni un minuto, no cuando el dueño de ese aroma a miel con un toque de canela, que era dulce pero no llegaba a ser empalagoso, sino que era cálido y delicado, embriagador; se encontraba abrazándolo como si fuese una almohada, soltando algunos quejidos por lo bajo, claramente sufriendo de pesadillas de las que inconscientemente Megumi se interesó, preguntándose si tal vez él fuese el causante, o si el joven le temiese a algo o alguien más.

Y, entre pensamientos y demás, vio cómo el brillante sol glorioso, se colaba por la única y pequeña ventana, iluminando de a poco la cabaña.

Dirigió su mirada al invasor de su espacio personal y estaba a punto de despertarlo, -ya que el chico había prometido que se iría apenas amaneciera; además, él debía comenzar nuevamente con su habitual rutina diaria- sin embargo, no lo hizo; el contrario lucía tan cómodo y sereno que, sólo por esa vez, decidió que haría una excepción. Por primera vez en cuatro años dejaría de lado su estúpido y repetitivo hábito. Hoy haría algo distinto.

Permaneció estático en su lugar durante al menos una hora más, hasta que sintió cómo el contrario comenzaba a despertar. No sabía qué hacer o decir, la posición en la que se encontraban no era para nada común en dos completos extraños que acababan de conocerse. Luego de minutos meditando, resolvió hacerse pasar por dormido y que el otro se encargase del asunto. Sin embargo un cosquilleo en su brazo izquierdo se hacía cada vez más fuerte hasta el punto de causarle un poco de dolor.

-Ya estás despierto, ¿verdad? -Fue lo único que se le ocurrió decir, Yuuji no hizo más que saltar de la cama y caer a causa del susto-. ¿Por qué no te moviste? Se me acalambró un brazo.

-¿C-Cómo supiste que no seguía durmiendo? -Al terminar de hablar se reincorporó.

-Mientras dormías soltabas quejidos, tu aroma se había vuelto amargo, pesado, y te removías; pero luego, de la nada, te tranquilizaste. Era muy obvio que ya habías despertado -declaró en un tono indiferente.

-Oh, yo... lo siento por eso -Se encontraba confundido y sorprendido, ese chico le había puesto atención y analizado su comportamiento mucho más que cualquiera de sus hermanos.

-No te disculpes, no es que puedas evitar sufrir pesadillas.

-Uhm, también quiero disculparme por el hecho de no marcharme antes -dijo mientras se rascaba la nuca-. Debería irme ahora.

El otro asintió y se dirigió a la única puerta que poseía la cabaña y Yuuji, luego de acostumbrarse a la intensa luz que golpeaba su rostro, lo siguió.

Ambos contemplaban su alrededor -aunque uno mucho más fascinado que el otro-, ninguno de los dos dijo nada, ni tampoco sentían la necesidad de hacerlo, ya que el ambiente cálido en el que se encontraban no era para nada incómodo.

Pero, luego de unos minutos en silencio, los recuerdos de la tarde anterior se reprodujeron en la mente del de cabellos rosados. Con una preocupación enorme y sus feromonas demostrando claramente su miedo, miró al contrario y empezó a hablar.

-Bueno, ya es hora de marcharme -Se notaba la tensión en sus palabras-. Lamento todas las molestias que te hice pasar. Estoy más que agradecido por tu hospitalidad y me alegra el haber logrado conocernos mejor.

-No hay nada que agradecer, yo también disfruté de tu compañía -Esas palabras habían salido de lo más profundo de su corazón, sin siquiera haberlas pensando dos veces.

-Ojalá nos volvamos a encontrar pronto, Megumi -Sonrió genuinamente al terminar su oración.

-Lo mismo digo, Yuuji

Y así el omega salió corriendo en dirección al pueblo, siguiendo el camino que el chico le había indicado.

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Su sentir era indescriptible, estaba más que consciente de que Sukuna era capaz hasta de matarlo si no ideaba una excusa creíble. Le carcomía la mente el pensar en qué tan preocupado se encontraría Choso; el cómo reaccionaría Gojo si supiera lo bien que lo había pasado hablando con un completo extraño en lugar de él, su próximamente prometido; las cosas que le diría su mejor amiga al enterarse de que había pasado la noche junto al «Alfa Defectuoso» que, según ella, podría representar un peligro. Tantos pensamientos que lo atormentaban.

Llevaba un buen tiempo caminando en círculos, los guardias del castillo lo estaban buscando por todo el pueblo y él todavía no encontraba su coartada, había visto a Nobara no muy lejos de él, mas no sabía cómo llamar su atención sin que los demás lo notaran antes.

Le había tirado piedras y ramas sin conseguir éxito, así que su último recurso era utilizar sus feromonas y rezar por que todas las personas en el lugar fuesen betas.

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