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Primera palabra

10 meses

—Vamos, gatita, intenta repetir conmigo. Soy papá. Pa-pá.

Keisuke se señalaba a sí mismo mientras vocalizaba de forma exagerada frente Aiko, remarcando bien con los labios la sílaba «pa». Llevaba ya varias semanas así, sentándose en el sofá frente a su hija, y repitiéndole quién era una y otra vez, con la esperenza de que en algún momento lograse decir papá.

Aiko ya era capaz de emitir algunos sonidos sencillos y darles cierta forma. Podía pronunciar sílabas como ba, gu, ta, e incluso ka, casi sin ninguna dificultad. Era una bebé bastante ruidosa, de hecho; se la pasaba balbuceando cosas sin sentido la mayor parte día, mientras se entretenía con sus juguetes o esperaba sentada en su sillita para que le diesen la comida. Otras veces soltaba soplidos curiosos, pedorretas y risitas infantiles que alegraban el ya de por sí feliz ambiente del hogar.

Sin embargo, aún no había conseguido pronunciar su primera palabra.

Ba-bá.

—¡Hey, muy bien, ya casi lo tienes! —la felicitó el pelinegro, mostrando una enorme sonrisa que únicamente consiguió que la pequeña riese más en respuesta—. Pero se dice papá, con p. Papá.

La menor pareció entender las palabras de su padre, pues lo observó en silencio durante unos segundos, mientras parecía recapacitar. Su boquita abierta de forma pensativa y curiosa, ansiosa por hablar.

—¡Ba-bá!

Baji dejó escapar un suspiro, y acto seguido, sus labios se torcieron en otro atisbo de sonrisa. Aunque seguía sin lograr que dijese papá, Aiko se veía tan, pero tan, sumamente tierna y entretenida intentando pronunciarlo, que Keisuke no podría frustrarse ni aunque lo intentase.

Poco a poco.

La alegre voz de Chifuyu hizo eco en el salón.

«Ya estoy en casa», había canturreado, y tanto Keisuke como Aiko voltearon a verlo. El rubio venía cargado con bolsas del supermercado en ambas manos, la tela impermeable de su chaqueta algo salpicada de pequeñas gotitas de agua que se deslizaban camino abajo. Al parecer, había empezado a chispear un poco fuera.

La niña comenzó a balbucear hacia Chifuyu nada más este puso un pie en la sala, extendiendo sus bracitos hacia él en una clara señal de que quería ser cargada.

Matsuno rió ante la impaciencia de la menor.

—Espera, amor, dejo esto y ya te cargo.

—¿Te ayudo? —Baji enseguida se puso también en pie, posicionándose detrás de Chifuyu. Pero este negó con la cabeza, depositando ya las bolsas en el suelo de la pequeña cocina—. Si tenías pensado traer tantas cosas, deberías haberme avisado para que fuese a hacer la compra contigo. Eso debe de pesar como una tonelada.

—No seas exagerado —resopló, poniéndose bien un mechón de pelo rubio que se le había alborotado con el viento—. Y, me ofendes. Soy lo suficientemente fuerte como para cargar con un par de bolsas yo solo.

—Fuyu, son cuatro bolsas. De posiblemente más de un kilo.

—Tuve que cargar contigo a caballito cuando te emborrachaste en aquella fiesta de cumpleaños de Emma y acabaste dormido en la bañera con Mikey. No creo que transportar unos cuantos kilos de compra sean peor que esa experiencia.

Baji parpadeó, ahora confundido. ¿A qué venía ese comentario? Además, él no recordaba haber bebido tanto en la fiesta de Emma, al menos no lo suficiente como para quedar completamente K.O.

Aunque, ahora que Chifuyu mencionaba el tema, nunca supo cómo fue que llegó a su cama al día siguiente... Lo último que su cerebro recordaba, era estar haciendo el idiota en casa de los Sano.

—Espera —dijo al rato, analizando un poco mejor el trasfondo del comentario. ¿Es que acaso pesaba tanto como para que Chifuyu calificase esa experiencia como traumática?—, ¿insinúas que estoy engordando?

El rubio suspiró, y un asomo de sonrisa se dibujó en sus labios mientras meneaba la cabeza. Dejó un fugaz beso en la mejilla de Keisuke y se encaminó hacia el parquecito de juegos donde estaba su hija, que nada más verlo venir hacia ella, hizo un ruidito y volvió a extender sus brazos, ansiosa por ser abrazada. Chifuyu la cargó, dejando también un casto beso en su mejilla.

—¿Qué estuvisteis haciendo mientras yo estaba fuera?

—Estaba intentando enseñarle a hablar a Aiko. Y hemos hecho algunos avances, ¿a que sí, gatita?

La niña asintió con la cabeza. Sus ojos azulados eran tan similares a los de Chifuyu que incluso parecían brillar de la misma forma. Un cielo claro y estrellado.

—¿Ha dicho ya su primera palabra? —ahora Chifuyu sonaba más decepcionado que emocionado. Claro que le hacía ilusión el saber que su hija poco a poco iba consiguiendo hablar, pero, no podía haberse perdido su primera palabra, simplemente no. Pensaba echarse a llorar si así fuese, él quería estar presente cuando ese momento en la vida de su pequeña llegase—. Por favor, dime que aún no.

—Todavía no —Chifuyu dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Menos mal—, pero ya casi sabe decir papá. Ya verás —Keisuke sonrió orgulloso, dirigiendo su mirada hacia la bebé. El turquesa de sus ojos almendrados enseguida se detuvo también en el color café de los de su padre—. ¿Quién soy yo?

Aiko no titubeó.

—¡Ba-bá!

—¿Y quién es él? —cuestionó de nuevo, pero esta vez señalando a Chifuyu.

—Mmm... —pareció pensárselo durante unos segundos, analizando a Chifuyu con la carita ladeada. El rubio jugaba con ella, le daba mimos y caricias, la consolaba cuando lloraba, le ayudaba a dormir cuando tenía sueño y no podía, y además le daba siempre de comer; simulando que la cucharita era un avión cargado de rica mercancía, preparado para atravesar ese túnel oscuro que en realidad era su boca. Chifuyu también era su papá, entonces...— ¡Ba-bá!

Nada más escuchar a su hija, Chifuyu abrió la boca en una o perfecta, que poco a poco fue transformándose en una radiante sonrisa, sincera y emocionada.

—¡Dijo papá! —casi gritó, zarandeando el brazo de Keisuke con un entusiasmo que casi lo hacía pegar saltitos en su sitio. El pelinegro sonrió ante su exagerada reacción—. ¡Kei, trae el móvil para grabarla y haz que lo diga de nuevo!

—En realidad dijo babá, no papá. Así que aún no cuenta —opinó, apoyando su mano en la cabeza de Chifuyu para revolverle el pelo. Sus yemas ya callosas a causa de los duros manillares de la motocicleta acariciaron las sedosas hebras rubias con adoración y cariño—. Pero al menos ya asocia el significado de la palabra con nosotros. Pronto ya podrá decirlo bien, nuestra Aiko es una niña muy lista, ¿a que sí?

La pequeña asintió con la cabeza dos veces, formando una sonrisa infantil en sus finos labios. No comprendía el significado de todas las palabras, aún era muy pequeña para eso, pero por las expresiones ajenas, supuso que lo que el adulto le había dicho eran todo halagos y cosas positivas.

—Decidido. Ya no pienso salir de casa hasta que diga su primera palabra —dictó Chifuyu, cruzándose de brazos con determinación—. No quiero perderme un momento tan importante como este por andar perdiendo el tiempo fuera. Esta semana pido que me adelanten las vacaciones del trabajo.

Antes de que Baji pudiese responder con un "dudo mucho que los del trabajo quieran adelantarte las vacaciones, pero prueba a ver", un maullido se escuchó bajo sus pies.

Peke J se restregaba contra la pierna de Chifuyu, ronroneando en busca de mimos.

—Kei, acaricia tú a Peke J —pidió el rubio. Realmente quería hacerlo él, ese día apenas había podido prestarle atención a su gato y quería compensárselo con una buena lata de su paté en salsa favorito, pero con Aiko encima, le era difícil eso de agacharse y atenderlo ahora mismo.

—¡Kei!

Baji casi se parte el cuello debido a la excesiva velocidad que usó para voltear la cabeza. Esa voz, risueña e infantil, no era la de Chifuyu.

El rubio se veía igual de sorprendido que él.

—¡Kei! —volvió a repetir el nombre con su bonita sonrisa mellada, señalando con el dedito índice a Keisuke.

—¡Ha dicho tu nombre! —exclamó Chifuyu, como si no fuese más que evidente. Un suave «Aww» escapó de sus labios ante lo tierno que sonaba el apodo con el que llamaba al hombre de su vida en la boca de su hija.

Por su parte, el pelilargo estaba boquiabierto, aún en un aparente estado de trance.

¿En serio la primera palabra de Aiko había sido su nombre?

Tras terminar de asimilar lo obvio, pudo sentir cómo algunas lágrimas de emoción se habían acumulado en sus ojos sin aviso previo, casi humedeciendo sus pestañas inferiores. Pero no las dejó salir. A este ritmo se iba a convertir en Takemicchi, y no quería eso.

Por un demonio que no.

—¿Quién soy yo? —cuestionó de nuevo a su hija, señalándose. Para confirmar que no estaba imaginando cosas.

—¡Kei! Ba-bá Kei.

—Vale, ahora sí que tengo que grabar esto.

Y Chifuyu salió disparado en busca del teléfono móvil.

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