Bienvenida, Aiko
Primer día de vida
Keisuke pudo sentir ese momento exacto en el que su corazón parecía derretirse, flechado por la dulzura mientras contemplaba a su pequeña hija a través de los gruesos cristales de la cuna del hospital.
Su piel se veía aún rojita, pues solo habían pasado veinticinco horas desde su nacimiento, y sus manitas, tan diminutas y regordetas, eran la cosa más tierna que Baji juraba haber visto en lo que llevaba de vida. En su pequeña cabeza apenas y se podía apreciar un suave rastro de cabello oscuro.
Chifuyu se había quejado por eso medio en broma, de que la recién nacida era una versión mini de Keisuke, y que eso era algo muy injusto, porque era él quien había tenido que sufrir el embarazo y todos los dolores que este conllevaba ─aunque en realidad estaba más que encantado con que su hija se pareciese tanto a su pareja, era perfectamente hermosa así─.
Y es que Chifuyu no estaba exagerando en eso de que la pequeña era una carcamonía diminuta de Baji. Incluso siendo tan bebé, sus rasgos faciales ya eran muy parecidos a los de su padre: el contorno de sus pequeños labios lucía bastante similar a los de Keisuke, así como su frente recta y pequeña. También su naricita era una réplica perfecta, de forma griega, aunque ligeramente más respingada que la de su padre.
Por eso, cuando Keisuke se acercó a la cuna y pudo admirar a su primogénita abriendo los ojos por primera vez, sintió ganas de echarse a llorar ahí mismo. Porque, vale, era más que obvio que los genes predominantes habían sido los suyos, de eso no cabía duda alguna, pues es que hasta sus ojitos tenían esa misma forma rasgada característica suya... pero a diferencia de los de Baji, estos no eran castaños. Eran de un brillante color azul verdoso, como la amazonita, casi alcanzando un tono aturquesado. Igualitos a los de Chifuyu.
—¡Fuyu, mira! —el pelinegro señaló emocionado hacia la pequeña humana, quien se encontraba observando fijamente a su padre. Casi parecía curiosa por los gestos y la alegría radiante del mayor—. ¡Tiene los ojos del mismo color que tú!
—Lo noté, antes cuando fuiste a por comida estuvo despierta un rato —dijo Chifuyu, sonriendo genuinamente ante el entusiasmo que el otro hombre irradiaba. Ese cálido sentimiento se había asentado de nuevo en su pecho, como ocurría cada vez que era testigo de la notoria emoción con la que Baji se comportaba desde el nacimiento de su hija—. Pero la enfermera me dijo que es normal que la mayoría de los recién nacidos tengan los ojos claros, así que teniendo en cuenta que es una mini versión de ti, probablemente cambien cuando hayan pasado unos meses.
—Espero que esta vez la enfermera se haya equivocado, es tan bonita así, con el mismo color que tú... Aunque bueno, tenga los ojos que tenga, ella seguirá siendo preciosa. Tiene a los papás más guapos, después de todo —argumentó, con un guiño galán que hizo reír a Chifuyu.
Este último se encontraba aún reposando en cama. Le habían dicho que tendría que pasar los tres próximos días ingresado en observación, más por precaución que por cualquier otra cosa, pues su estado de salud estaba perfectamente bien. Pero de ese modo aprovechaban también para realizar un seguimiento de la bebé.
—Te juro que si no fuese porque me da miedo romperla, la achucharía ahora mismo —confesó Keisuke, aún mirando a la recién nacida.
—Ya te he repetido mil veces que puedes cargarla si quieres, no le vas a hacer daño.
—Pero se ve muy frágil, ¿y si la sostengo con demasiada fuerza sin darme cuenta?
Podría sonar como algo estúpido, tal vez lo era, pero el pelilargo se encontraba hablando con genuina preocupación; su mirada avellana desprendiendo un ligero rastro de temor y cierta incertidumbre. De verdad que Baji quería sostener a la pequeña entre sus brazos, lo ansiaba más que nada ahora mismo, pero a su vez le aterrorizaba imaginar los distintos escenarios sobre el qué podría pasar si no cargaba correctamente a su hija, ¿qué si la apretaba muy fuerte? A veces podía ser un bruto de primera, y no quería lastimarla.
—Vamos, si hasta Takemicchi la estuvo cargando esta mañana cuando lloraba. Si él pudo, seguro que tú también.
Eso hizo que la expresión de Keisuke cayese por completo, como si hubiesen arremetido un feo puñetazo contra su mandíbula.
—¡¿QUE MIERDAMICCHI HIZO QUÉ?! —Ahora sonaba muy indignado, toda preocupación anterior siendo sustituida por la rabia que le generó el visualizar en su mente el bobo rostro de Takemichi, sonriendo mientras sujetaba con sus enclenques brazos a su hija—. Sabía que no tenía que haberlo dejado a solas contigo, joder, ¿cómo se atreve ese bastardo a cargar a mi hija antes que yo? Y encima mientras la pobre lloraba... Mi niña, seguro que se asustó al verle el careto de idiota.
—No, en realidad ella estaba dormida y ni siquiera se enteró, el que estaba llorando era Takemicchi... —aclaró el menor, reprimiendo una risa al recordar la escena de su mejor amigo farfullando algo medio inteligible acerca de que Chifuyu sería un gran padre, entre mocos y sollozos, mientras sostenía a la bebé—. Pero ese no era el punto al que quería llegar. Lo que quería decir es que puedes cargar a Aiko tranquilo, no vas a lastimarla.
Sí, tras mucho darle vueltas, al final habían escogido “Aiko” como nombre para la pequeña. Nada más saber el género del bebé empezaron a hacer un listado con nombres, el cual poco a poco fue alargándose gracias a las numerosas aportaciones que iban haciendo sus amigos y familiares más cercanos. A Chifuyu le gustó «Aiko», la opción que había sido propuesta por Kazutora. Literalmente el nombre significaba niña amada y, según Hanemiya, esa niña iba a ser la más amada de todo Japón, pues además de dos padres que seguro que la iban a mimar mucho más que a Peke J ─y ese gato ya de por sí vive como un rey─, también iba a tener tantos tíos que ni podría contarlos con los dedos de ambas manos; todos dispuestos a hacerla la niña más feliz del planeta. A parte, el nombre en sí sonaba bonito.
Por otro lado estaba la sugerencia de Mikey, «Yumei», que si bien el rubio ni tan siquiera se había molestado en buscar el significado del nombre en internet, argumentó que su aportación era la más ideal para crear apodos cariñosos, y eso era un factor crucial. Podrían decirle Yu-chan, o Yumi, o Mei-chan... ¡o incluso mejor aún: Mei-mei! A Baji también le había gustado la idea de su amigo de la infancia, por lo que esos dos terminaron siendo los nombres elegidos como finalistas.
Pero como no llegaban a un acuerdo y Kazutora y Mikey parecían estar a puntito de querer lanzarse a la cara del otro y sacarse algún ojo, para el desempate optaron por recurrir a la opinión de Ryoko, la madre de Keisuke, que apoyó la elección de Chifuyu y Kazutora.
—No tengo muy claro eso de que no vaya a lastimarla, ¿y si...?
—Kei, para —Chifuyu lo interrumpió con un tono cariñoso, antes de que siguiese sobrepensando más. En definitiva, ese comportamiento no le pegaba en absoluto, él era más de lanzarse a todo sin pensar demasiado—, sé que nunca le harías daño a tu hija, ni siquiera de forma inconsciente. ¿Cómo ibas a hacerlo? Si llevas todo el día mirándola embobado como si fuese la cosa más preciada que existe.
—Es que para mí, tú y ella sois lo más preciado que existe.
El rubio se encontró a sí mismo dibujando una sonrisa, sus mejillas ruborizándose un poco ante la firmeza y determinación en las palabras de Keisuke. Palabras que se colaron éxitosamente a través de los tejidos de su corazón, flechándolo de nuevo. Como si aún fuesen esos dos adolescentes inexpertos, enamorándose por primera vez. Y es que solo hacía falta mirarlo a los ojos para confirmar que la evidente fuerza de sus sentimientos no era ninguna mentira.
—Y es por eso mismo que no le vas a hacer daño —garantizó Chifuyu—. Además, acuérdate de cuando Peke J era aún un gatito, lo cuidabas y tocabas con mucha más delicadeza que yo.
—Ya, pero Aiko no es un gato.
—No, no lo es. Pero tú tratas a todos los gatos como si fuesen bebés humanos, y por si no lo notaste, se te da bastante bien cuidar de ellos.
Keisuke se quedó callado, reconsiderándolo. Era cierto que aunque fuese algo tosco para la mayoría de las cosas, cuando se trataba de cuidar de otro ser, solía ser bastante bueno, como si una faceta suave y atenta que ni él sabía que poseía se adueñase de su cuerpo. Su poca experiencia se reducía a cuidar de gatos, pero ahora que habían sumado otro miembro a la familia, sí o sí tendría que acabar acostumbrándose a cuidar y sostener a la pequeña con sus brazos. Él realmente quería hacerlo, y cuanto más temprano se acostumbrase a ello, mejor.
No iba a consentir que Tontomicchi cargase de nuevo a su hija sin que él lo hubiese hecho ya varias veces antes. No era un maldito cobarde.
—Está bien, quiero cargarla. Voy a hacerlo.
El otro le mostró el pulgar hacia arriba como asentimiento, sonriendo feliz de que, al fin, su novio hubiese conseguido reunir la seguridad que le faltaba.
Baji dirigió de nuevo su mirada hacia la cuna de cristal. Aiko seguía con los ojos abiertos, mirando a Keisuke mientras chupaba entretenida los deditos de una de sus pequeñas manos.
Tan bonita y frágil...
—¿Y si...?
Chifuyu dejó escapar un gemido cansado, su enorme paciencia llegando al límite. Ni siquiera cuando en la secundaria ayudaba a Keisuke con sus tareas de matemáticas y japonés se había desesperado tanto como en este momento... En su defensa, estaba cansado, tener un bebé era agotador, y ahora simplemente tenía ganas de dormir una pequeña siesta de 8 horas como mínimo. Baji no pasó por alto la exasperación del menor.
—Lo siento, ya me callo. Allá voy —decidió, casi aguantando la respiración en el instante en que sus ásperas manos rozaron la piel suave de la bebé.
Aupó a la niña con ambas manos, sosteniéndola en el aire con mucho cuidado y firmeza para que no se le resbalase. Con un lento pero grácil movimiento la recargó sobre su antebrazo hasta dejarla acostada boca arriba, su blanda cabecita quedando apoyada en la curva de su codo.
Aiko no dejó ni un solo segundo de mirarlo, sus ojitos azules verdosos clavados en los suyos. En algún momento se había sacado la mano de la boca, y ahora trataba de tocar la cara de Keisuke, alzando su manita a la par que soltaba un tierno ruidito de bebé. El mayor le tendió la mano que tenía libre, pues para sostener a alguien tan pequeñito en esa posición le bastaba con un solo brazo, y Aiko agarró gustosa uno de los dedos de su padre, envolviéndolo por completo con sus propios deditos.
A Chifuyu le hubiese gustado tener una cámara o su teléfono a mano, para así poder capturar ese momento y guardarlo por siempre en una fotografía. Tendría que conformarse con su memoria.
—¿Ves? Te dije que no pasaría nada malo —sonrió, apreciando la conmovedora imagen frente a él. Aiko seguía manteniendo su mano alrededor del dedo índice de Baji, mientras que este último la contemplaba de una forma difícil de describir; con una mirada cargada de fogoso amor paternal. Chifuyu ensanchó su sonrisa—. Es más, está muy tranquila contigo, apenas se mueve. La primera vez que yo intenté sostenerla comenzó a llorar tanto que la enfermera tuvo que calmarla, y mira, a ti no quiere ni soltarte. Parece que le agradas much... ¿Estás llorando?
Keisuke levantó la mirada de la niña en sus brazos para enfocar a Chifuyu. Efectivamente, algunas lágrimas rebeldes se habían escapado de sus ojos sin que se diese cuenta, y ahora estas se deslizaban discretamente por sus mejillas. Chifuyu estaría mintiendo si dijese que no se sorprendió, hacía tiempo que no veía llorar a Baji, y la última vez fue porque estaba ebrio.
—Gracias —a pesar de que sus pestañas seguían húmedas y las gotitas saladas continuaban su trayecto cuesta abajo, su voz sonó increíblemente cálida. Un poco temblorosa, tal vez.
—¿Por qué?
Baji sonrió amplio, uno de sus prominentes colmillos sobresaliendo un poco.
—Por hacerme el hombre más feliz del mundo.
Y ahí estaba de nuevo. Esa conocida y arrolladora calidez envolviendo el pecho de Chifuyu, las palabras de Keisuke resonando como un eco en su interior.
«Por hacerme el hombre más feliz del mundo».
Sonrió. El sentimiento era mutuo.
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