Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Epílogo

Vic

Se miró en el espejo una última vez, suspirando, y alcanzó su sudadera de colores.

Al terminar, miró a su alrededor y abrió el cajón de su mesita de noche. Sacó la gomita negra y se ató el pelo de forma despreocupada.


Kristian

Se miró en el espejo una última vez, suspirando, y alcanzó su chaqueta azul.

Al terminar, miró a su alrededor y abrió el cajón de su mesita de noche. Sacó los auriculares y los conectó, después subió el volumen y metió las manos en los bolsillos.


Vic

Terminó de atarse los cordones de las viejas converse negras. Puso una mueca al ver que tenían un agujerito diminuto junto a la suela.


Kristian

Cuando la música empezó a sonar, se miró en el espejo y se guardó el móvil en el bolsillo. Puso una mueca al escuchar una canción que no le gustaba.


Vic

Frunció el ceño al no encontrar su bolso.

Salió de la habitación y fue al que había bautizado como el pequeño salón-comedor-cocina de su diminuto piso. Miró en el sofá, pero ahí no estaba. Miró en el cuarto de baño, pero tampoco. Finalmente, volvió a la habitación y se agachó junto a la cama, apartando las sábanas para mirar debajo.

Ahí, entre los botines que había usado el día anterior, estaba su bolso. Vic sonrió y estiró el brazo para alcanzarlo.

—Ahí estás.

Ya empezaba a hablar sola.

Pero no pudo pensarlo por mucho rato. No quería llegar tarde. Se ajustó el bolso sobre el hombro y alcanzó su abrigo. Finalmente, se aseguró de que todo estaba en orden, agarró las llaves y salió a las escaleras del edificio.


Kristian

Se metió la cartera y las llaves en los bolsillos y cruzó la casa.

Antes de salir, echó una ojeada tras él.


Vic

En cuanto abrió la puerta de su piso, una oleada de frío le heló los huesos. Ya era de noche. Odiaba salir de casa de noche.


Kristian

En cuanto abrió la puerta de su casa, agradeció el aire frío. Ya era de noche. Le encantaba salir de casa de noche.

Subió al coche y condujo rápidamente hacia el centro de la ciudad. No tardó en dejarlo aparcado.


Vic

Se ajustó mejor el abrigo y se metió ambas manos en los bolsillos, avanzando hacia la izquierda.


Kristian

Se ajustó mejor la chaqueta y movió la cabeza al compás de la música, avanzando hacia la derecha.


Vic

Ya estaba por la mitad del camino.

Soltó un vaho de aire frío y, por un momento, se imaginó que volvía a ser una cría y fingía fumar.


Kristian

Ya estaba por la mitad del camino.

Se cruzó con un tipo que fumaba y apartó la mirada. Fumar nunca había sido para él.


Vic

Sonrío para sí misma, mirándose las converse negras.


Kristian

La chica que pasó por su lado estaba sonriendo.


Vic

El chico que pasó por su lado la miró de reojo.


Kristian

La chica le devolvió la mirada.


Vic

Pudo verlo a la perfección.

La luz le daba de frente y le iluminaba el rostro.


Kristian

No pudo apartar la mirada.

Un débil halo de luz hacía que sus ojos brillaran.


Vic

Apartó la mirada primero y siguió andando.


Kristian

La siguió con la mirada incluso cuando ya hubo pasado por su lado.

Cuando estuvieron a unos dos metros de distancia, volvió a centrarse en mirar al frente y se preguntó por qué lo había hecho.


Vic

Cuando estuvieron a unos dos metros de distancia, se volvió a girar hacia él.

Pero él ya no la miraba.


Kristian

Cuando llegó al final de la calle, no pudo evitarlo y volvió a girarse.

Pero ella ya no estaba.


Vic

Siguió andando durante varios minutos hasta darse cuenta, por fin, de que se había equivocado de camino. Sacó la nota con el ceño fruncido, confusa, y volvió a revisar lo que ponía.


Kristian

En cuanto estuvo delante del edificio, sacó la nota de su bolsillo y la leyó de nuevo. Parecía la dirección correcta.


Vic

Tuvo que correr para llegar a tiempo.


Kristian

Fue tranquilamente a su asiento.


Vic

Entró en el edificio a toda prisa.


Kristian

Se quedó de pie en medio de la sala, algo confuso, y una chica pasó a toda velocidad por su lado. Una oleada de olor a lavanda hizo que girara la cabeza para seguirla.


Vic

Entró en la sala a toda velocidad, algo cansada, y estuvo a punto de chocar con un chico que estaba ahí plantado. Una sensación extraña, casi familiar, estuvo a punto de hacer que se diera la vuelta.


Kristian

Se quedó mirando como la chica se sentaba en una de las últimas filas, en el centro, y revisaba una notita con el ceño fruncido.


Vic

¿No era esa la dirección? El cine, la sala, la hora... ¿Por qué se habría puesto un recordatorio para eso? 

Ni siquiera recordaba haberlo escrito, pero era su letra.


Kristian

Durante un instante, estuvo tentado a ir a sentarse junto a la chica. Tampoco había demasiados asientos libres a parte del que tenía al lado. Pero no se atrevió. No quería asustarla.

Y, sin embargo, se encontró a sí mismo avanzando de todas formas.


Vic

La nota se le escapó de entre los dedos y soltó una palabrota en voz baja que hizo que la chistaran desde dos rincones distintos de la sala. Lo ignoró completamente y se puso de pie para buscarla entre los asientos.


Kristian

Se quedó de pie justo a su lado. Parecía estar buscando algo. De pronto, alguien le pasó una notita que se le había caído y ella volvió a incorporarse con una sonrisa.

En cuanto le dio la sensación de que podría verlo, se acobardó y se echó hacia atrás.

O, al menos, lo intentó. Porque algo chocó contra sus piernas y lo lanzó directamente contra la chica. Kristian giró la cabeza, sorprendido, y le pareció ver un gato castaño correteando escaleras abajo.

Espera, ¿un gato dentro un cine? ¿Qué...?


Vic

Estuvo a punto de volver a su asiento, pero alguien estuvo a punto de chocar contra ella y se echó hacia atrás de forma inconsciente. A punto de perder el equilibrio, lo único que la sostuvo fue que el chico la sujetó del codo a una velocidad alarmante.


Kristian

Madre mía, qué velocidad. Cualquiera habría dicho que era un x-men.


Vic

Levantó la mirada. Un chico bastante más alto que ella, de pelo negro y ojos azules, le devolvía la mirada.


Kristian

Bajó la mirada. Una chica bastante más baja que él, de pelo castaño y ojos grises, le devolvía la mirada.


Vic

Como él no parecía dispuesto a decir nada, se separó y dio un paso atrás. Ambos se aclararon la garganta a la vez.

—Perdona —dijo, finalmente—. Se me ha caído la... mmm... una cosa. No te he visto.

—No pasa nada.

Silencio incómodo.


Kristian

Echó una ojeada significativa al asiento —no se le daba muy bien expresarse con palabras—. Por suerte, la chica lo entendió al instante y se sentó en su lugar para que él pudiera ocupar el asiento de su lado.

Durante unos instantes, se limitaron a observar el cine llenándose lentamente. Una risa de algún punto de la sala hizo que se sintiera todavía más incómodo, como si su obligación fuera sacarle conversación a su acompañante. Hacer que pasara un buen rato.

La miró de reojo. Quizá debería decir algo para romper el hielo. ¿Un chiste malo? No..., no se sabía ninguno. ¿Una pregunta? No..., no quería sonar muy invasivo.

De nuevo, la chica pareció entenderlo sin necesidad de palabras. Se giró hacia él y le dedicó una sonrisa educada.

—¿Te gustan las películas de los x-men?

Vale, una pregunta. Podía manejar eso. Kristian se acomodó mejor y asintió.

—A mí también. —Pareció que quería decir algo más, pero se contuvo—. Aunque no soy mucho de ir al cine, la verdad. Prefiero quedarme en casa leyendo.

—¿Te gusta leer? —preguntó, sorprendido—. A mí también. Mucho.

—¿Sí? ¿Qué clase de libros?

Sin darse cuenta, el tema de conversación hizo que se relajara un poco y se metiera más en la conversación.

—De todo tipo. Me gustan los libros científicos. —Al ver su expresión, no pudo evitar sonreír. Y eso que no era muy risueño—. Lo sé, no son muy populares.

—Bueno, seguro que te enseñan un montón de datos curiosos de los que puedes presumir.

—Sí, mi hermano suele burlarse de mí por eso...

—Oh, ¿tienes hermanos?


Vic

Cuando él asintió, no pudo evitar pensar en su propio hermano. Era un poco desastre. Ian había entrado y salido de la Universidad en cuatro ocasiones, y con cuatro carreras distintas. Vic ya no sabía cómo explicarle a sus padres que era obvio que no tenía ningún interés en estudiar.

Por suerte, no era su problema. Ella sí estaba estudiando lo que quería.

—Sí, tengo un hermano —dijo él—. Se llama Jasper. Pero a él no le gusta mucho leer. De hecho, si le diera un libro, me lo devolvería. Pero lanzándomelo a la cabeza.

Vic no pudo contenerse y soltó una risita bastante estúpida. El chico esbozó media sonrisa al oírla y apartó la mirada.

—¿Como te llamas? —preguntó Vic.

—Kristian, ¿y tú?

—Victoria.

Él hizo una expresión extraña, pero le estrechó la mano. Quizá se quedaron con las manos unidas durante unos segundos de más, pero ninguno de los dos protestó.

—Tienes nombre de matón —bromeó ella.

—Ya me gustaría poder intimidar a alguien... Solo soy jardinero.

—¿Jardinero? —No pudo evitar el tono sorprendido.

—Sí, siempre me ha gustado mucho cuidar de las flores, las plantas... la botánica, en general. De pequeño, quise comprarme un libro relacionado con el tema. Nunca entendí el por qué. Pero me gustó y, desde entonces, he seguido por ese camino.

—Creo que voy a tener que pedirte algunos consejos, Kristian. A mí se me mueren todas las plantitas.

—Pídeme los consejos que quieras —murmuró él—. ¿A qué te dedicas tú?

—Técnicamente, estoy estudiando literatura. Pero la verdad es que estoy a punto de publicar un libro en papel.

Le gustó la forma en la que él pareció impresionarse. Al contar esa noticia, mucha gente le había dado poca importancia. Le alegraba que alguien pareciera alegrarse por ella, aunque fuera un completo desconocido.

—Es de ciencia ficción —siguió—. Yo... ¿puedo confesarte algo un poco raro?

Kristian asintió con la cabeza y se acercó como si fuera a contarle el secreto más importante de su vida.

—A veces, tengo recuerdos que no entiendo muy bien —murmuró ella—. Y escribo sobre ellos.

—¿En qué sentido?

—Bueno... recuerdo a una chica preguntona, así que la protagonista es así. Y a un chico que finge que no le gustan sus preguntas porque va de duro, pero en el fondo le encantan. También recuerdo una cicatriz en la cara, una chica capaz de patear a cualquiera en una pelea, un niño alegre, un jefe que parece malo pero en realidad no lo es tanto, habilidades extrañas... aunque creo que eso lo dejaré para otro libro. En este, ya he metido demasiadas cosas. Una vez soñé que le contaba todo el argumento a una camarera y ella me plagiaba la idea y publicaba el libro a su nombre. ¿Te imaginas?

Por algún motivo, él no la juzgó. En lugar de eso, asintió con la cabeza con cierta aprobación.

—¿Cómo se titula?

—Ciudad de humo. O Ciudades de humo, todavía no me he decidido.

—Ciudades de humo suena mejor.

—¿Tú crees? —Le sonrió—. Acabamos de conocernos y ya has decidido el título de mi primer libro, Kristian. ¿No te parece que nos estamos adelantando mucho?

—Lo que me parece es que no me siento en confianza con mucha gente, pero ahora mismo estoy... bien. Estoy muy bien.

Vic no supo cómo reaccionar. Sintió que sus mejillas se volvían rojas. No estaba muy acostumbrada a halagos tan directos. Por suerte, las luces empezaron apagarse en ese momento y ambos se acomodaron en sus asientos.


Kristian

¿De dónde había salido eso? Cerró los ojos con fuerza, avergonzado, y luego bajó la mirada a sus manos apoyadas en el reposabrazos de los dos asientos. Apenas las separaban unos centímetros, pero no se atrevió a cruzarlos y tomarle la mano. Sentía que ella no se apartaría, pero no se quería arriesgar.

—Yo también estoy muy bien —confesó Vic en voz baja.

Kristian la miró de reojo, pero al ver que ella también lo estaba mirando, volvió a girar la cabeza bruscamente hacia delante, avergonzado.

—Ah.

La chica soltó otra risita. ¿Desde cuando era tan gracioso? ¡Si nadie se reía nunca con sus bromas!

Si es que hacía alguna, claro... Porque eso tampoco se le daba muy bien.

—¿Tienes planes después de la película? —preguntó ella, todavía mirándolo.

—No. —Mierda, ¿había sonado muy ansioso? —. Es decir..., creo que no. Pero suelo estar muy ocupado.

—Vale, don ocupado, ¿y te apetece ir a tomar algo a un bar? Hay uno no muy lejos de aquí. El dueño es un poco pesado, pero el lugar no está mal.

De nuevo, Kristian se encontró a sí mismo asintiendo demasiado temprano. ¡Tenía que hacerse un poquito el interesante!

—Sí, claro —dijo, de todos modos.

—Genial. —Vic, por algún motivo, seguía mirándolo—. Esto va a sonar muy raro, pero... me siento como si ya te conociera.

—Quizá en otra vida —bromeó.

Ella se encogió de hombros.

—Quizá. —Hizo una pausa, y luego empezó a reírse—. Podría escribir una historia sobre esto. Dos desconocidos que se encuentran en un cine y... bueno, ya me inventaría el resto. Tu personalidad me gusta mucho para un personaje.

—¿Eso es bueno o malo?

—Ambas.

—Ah.

—No te lo tomes a mal. No es que tengas una personalidad muy común, es más bien...

—¿Sutil?

Ella sonrió un poco.

—Intangible, más bien.

—Mientras no uses la palabra perfecta...

La chica hizo una mueca, pero lo aceptó.

—¿Así quieres que te describa?

—No sé. Seguro que encuentras una palabra que pueda resumirlo. Después de todo, tú eres la escritora.

—Vale, pues el chico sutil, intangible e imperfecto que conoció a la frustrada escritora en una oscura sala de cine.

—Vas a tener que inventarte algo más si quieres que la gente se enganche a tu historia.

 —Pero la chica no dejaba de sentir que ya lo conocía —siguió Vic—. Era como si, de alguna forma, un ciclo sempiterno los hubiera vuelto a unir en una nueva vida.

Kristian sonrió y sacudió la cabeza.

—Como mandes eso, tu editor se va a pensar que te has metido estupefacientes.

—¿Eh?

—Drogas —aclaró—. Anota esa palabra, que cuando escribas mi diálogo tienes que acordarte.

Vic empezó a reírse y sacó el móvil para apuntarla.

—¿Qué tengo que apuntar?

—Mi número.

Ella levantó la cabeza, sorprendida. Fue el turno de Kristian para empezar a reírse.

—¿No vas a tener que hacerme consultas? Después de todo, vas a escribir sobre mí.

Vic dudó unos instantes, pero luego le dejó el móvil.

—Sí, claro —murmuró—. Para escribir.

—Solo para eso.

—Nada más.

—Claro.

—Por supuesto.


Vic

Mientras Kristian apuntaba su número, la miró de reojo.

—¿Escribes poesía?

—No, eso te toca aprenderlo a ti. ¿Me escribirás algún poema?

—Todos mis versos serán sobre ti.


Kristian

Levantó la mirada, divertido, y le dedicó una sonrisa.


Vic

Al devolverle el móvil, vio cómo se había agendado y no pudo evitar sonreír.

—¿X-men? ¿En serio?

—Así te acordarás de quién soy.

La película estaba empezando. Vic se guardó el móvil en el bolsillo. No podía dejar de sonreír.

Y, antes de que la música empezara a sonar, se giró hacia él.

—Nunca podría olvidarme de ti, x-men.



Suelto un largo suspiro y le devuelvo la mirada a quien está sentado delante de mí. Parece bastante agotado.

—¿Ya está? —me pregunta, suspirando—. ¿Cómo has podido tardar tanto?

No puedo evitar sentirme ofendido. ¡Con lo que me he esforzado para que sonara fascinante!

—¡Te he contado toda la historia! ¡Necesitabas entender ciertos detalles, y eso conlleva tiempo! —protesto—. ¿Cómo querías que lo hiciera? ¿Con dos frases?

—No, pero tampoco de una forma tan detallada. Me siento como si me acabaras de narrar dos libros enteros.

La verdad es que no serían malos libros. Voy a tener que apuntarlo. Aunque seguro que se me olvida, como todo.

—¿Y bien? —le pregunto—. ¿Qué te parece, Albert?

Albert, removiendo su copita de líquido rojo sospechoso, lo considera durante unos instantes. Odio que haga eso. Siempre que me encarga un mestizo al que proteger y le cuento cómo ha ido, tarda una eternidad en darme su veredicto. Pero al final, como siempre, me asiente con la cabeza.

—Es una buena historia, Lambert. Cuando te mandé a cuidar a Victoria, nunca pensé que sería tan difícil.

—La verdad es que me lo he pasado bien. Han sido unos buenos años.

Albert da un sorbo a su copa y asiente.

—Ya sabías que la historia podía tener dos finales —me recuerda—. La chica podría haber vuelto al pasado y hacer que todos fueran mestizos. Y ya no habría sido Victoria, habría sido Nubea.

—O Tilda. Los dos significan gato.

Albert enseguida niega con la cabeza.

—Tilda es un gato doméstico, tranquilo, al que le gusta estar en casa. Nubea es como llamarías a una especie mucho más salvaje e incontrolable. Como un tigre, por ejemplo.

Tigresa, ¿eh? No le habría quedado mal ese nombre, aunque me alegro de que tomara las decisiones que tomó. Prefiero que todos se olviden siendo humanos a que sufran juntos siendo mestizos, incluso aunque eso suponga que nunca más voy a formar parte de sus vidas.

—Lo que no entiendo es cómo sabías qué hacía cada uno de ellos en cada momento —comenta Albert, mirándome con los ojos entrecerrados—. Es decir... había momentos en los que parecía que narrabas por ellos.

—Bueno, no lo sé todo. Pero me lo imagino. Soy muy intuitivo, ¿vale?

Albert pone los ojos en blanco de forma descarada, pero no puede darme más igual. Por fin están todos en paz. Por fin ha concluido mi trabajo. Ha sido el más largo de mi vida y, aunque he disfrutado del proceso, lo cierto es que ya necesitaba unas vacaciones.

¿Dónde podría ir ahora? Me apetece un sitio con sol y playa. Aunque creo que voy a tener que quedarme en Braemar. Después de todo, sin que esté yo para dar órdenes, esto se descontrola.

—Tienes suerte de que Victoria no te buscara en el recuerdo —comenta Albert de repente—. Si lo hubiera hecho, ahora mismo no la recordarías.

—Dijiste que los seres mágicos no se ven afectados por los saltos en el tiempo.

—Solo si no te tocan directamente. Si ella te hubiera buscado en el pasado para que no la conocieras, ahora mismo no recordarías su historia.

Asiento lentamente y me recuesto en el viejo sofá del despacho de Albert.

—¿No la echas de menos? —me pregunta—. Después de todo, has estado protegiéndola durante muchos años.

Aunque la respuesta es que sí, sé cuál es mi lugar.

—No puedo volver con ella, Albert. Ya no me necesita.

Él asiente sin decir nada, entendiéndolo.

Ya no formo parte de su vida, y volver a inmiscuirme ahora sería inútil. Ya no necesita un protector. Ha crecido y sabe lo que quiere, sabe cuidar de sí misma. Sabe lo que vale.

Algunas veces, la visito. Me gusta ver mi antigua casa, ver a mi antigua mejor amiga... me gusta asegurarme de que está bien. 

Sé que ya no me necesita, pero eso no quiere decir que yo no la necesite a ella. 

Y, cuando la veo sentada en su pequeño sofá, mirando de reojo el sillón que yo solía usar, sé que me recuerda. Sé que una parte de ella nunca podrá olvidarme. Ni a mí, ni todo lo que vivió con los demás mestizos.

—¿Y qué fue de los demás? —me pregunta Albert con curiosidad.

—Caleb se hizo jardinero desde muy joven, y parece feliz con ello. Brendan pasó de estudiar. Va de viaje en viaje, haciendo lo que le da la gana. A veces, toma empleos temporales, pero no tarda en aburrirse e ir a por otra aventura. Pero eso es lo que le gusta, ¿sabes? No ha nacido para estar encerrado en cuatro paredes y seguir instrucciones, como la mayoría de nosotros, sino para hacer lo que le venga en gana y ser feliz con ello.

—¿Y los mellizos?

—¿Iver y Bex? Iver estuvo en una escuela culinaria bastante prestigiosa, y hace poco que salió de ella. Acaba de fundar un restaurante con su hermana, y ella le lleva las cuentas de todo. Son socios. Y hacen un muy buen equipo.

Hago una pausa al pensar en los demás.

—Axel es estilista. Hace unos días encontró trabajo en una peluquería que parece que le gusta mucho. Aunque creo que le gusta más experimentar con su propio pelo. Cada día lo lleva de un color distinto.

—¿Qué hay de Sawyer, Margo y Daniela?

—Sawyer fue a una de las mejores universidades del país y estudió economía y empresariales. Resulta que era un genio oculto. —Niego con la cabeza, divertido—. Se graduó con altos honores y no tardó nada en empezar a trabajar. Las empresas se peleaban por él. Si dentro de poco funda su propia empresa y le va mejor que a todos ellos, no me extrañaría nada. Y pensar que desperdició todo ese talento durante tantos años...

»Daniela empezó a estudiar filosofía, pero un día se dio cuenta de que le daba absolutamente igual lo que pensaran los filósofos de hace quinientos años, así que dejó la carrera a la mitad, hizo unos cuantos amigos y decidió tomarse un año sabático. La ayudó bastante, ¿sabes? Ha hecho que consiga mucha confianza en sí misma. Ahora, trabaja en lo que puede mientras hace cursillos de cualquier cosa que le haga ilusión aprender. Ya no se pasa todo el día preocupada por todo, sino que se limita a ser feliz.

»Y Margo... ha seguido los mismos pasos que en su otra vida. Está estudiando medicina y se le da de maravilla, y eso que ya no tiene a nadie que amenace a sus profesores. Aunque todavía no ha terminado la carrera. Ahora está de prácticas en un hospital que no está nada mal, y he visto que se lleva muy bien con todos sus compañeros. En cuanto se gradúe, pienso colarme en la primera fila para maullar en su honor.

»También están la señora Gilbert y Sera... Sus familias las repudiaron al instante en que se enteraron de lo que estaba pasando, pero nunca se han separado. A finales de los noventa se compraron una granja y se dedican a cultivar y vender sus propios productos. Hace unos años adoptaron a una niña, y se ve que les gustó, porque ya han adoptado a unos cuantos críos más. No sé cómo puede gustarles tener tantos hijos.

Albert parece divertido.

—Me alegra de que a todos les haya ido tan bien.

—Y a mí. —Lambert asiente—. Aunque Kyran...

Hay un momento de silencio. Albert debe verme la expresión, porque enseguida baja su tono a uno mucho más suave.

—Victoria no le ha olvidado.

—Pero... no sé. Creo que siempre tuve la esperanza de que, de alguna forma... él también estuviera aquí.

—Quizá lo estará. En otro cuerpo, en otra vida... Nunca desaparecemos del todo. No mientras quede alguien que nos guarde en su memoria.

No sé qué decirle, así que fuerzo una sonrisa.

—¿No te parece que esta historia se merece convertirse en una leyenda de la ciudad?

Para mi sorpresa, Albert no parece muy en contra de la idea. De hecho, se pone de pie para recoger su copia de Las leyendas de Braemar. La hojea durante unos instantes hasta que, finalmente, se gira hacia mí y asiente con la cabeza.

—¿Sabes qué? Que lo haremos. Esta historia es demasiado buena como para perderse en el olvido.

—¿Eso quiere decir que admites que he tenido una buena idea?

—No tientes tu suerte.

Suspiro dramáticamente mientras él busca papel y un bolígrafo. O, bueno, su pluma con la tinta negra. Pongo los ojos en blanco. Es antiguo incluso en eso.

—Bien —me dice, mojando la pluma y sosteniéndola encima del papel—. ¿Cómo se titulará? Tenemos que pensar en cosas que tengan que ver con la historia.

—La maravillosa aventura de los mestizos que acompañaban a un gato sexy.

Albert me enarca una ceja muy lentamente, dejándome claro lo que piensa de mi título.

—La aventura de los mestizos —sugiere.

—...que acompañaban a su sexy gato.

—No, es demasiado simple. Tiene que haber un título mejor. Son una familia, ¿no? Siempre se consideraron como tal. Y, aunque se hayan olvidado de esos años... De alguna forma, siempre lo serán... mm...

Lo piensa durante unos segundos y, justo cuando estoy a punto de sugerir un nuevo título, a él se le ilumina la mirada.

En cuanto empieza a escribir, me asomo para ver qué ha puesto. Y no puedo estar más de acuerdo.

La familia de extraños.


FIN


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro