Capítulo 3
Caleb
Efectivamente, ahí estaba Brendan.
El imbécil de Brendan.
Estaba plantado junto a su coche con los brazos cruzados, como si estuviera enfadado, pero Caleb estaba el triple de enfadado que él. Especialmente porque Victoria no estaba con él. ¿Y si Axel lo había engañado, después de todo?
No. Todavía no quería perder la esperanza.
Iver y él se plantaron junto al coche y Brendan se giró hacia ellos, furioso, pero cuando vio quiénes eran dio un respingo, convirtiendo su expresión en una mucho más aterrada.
Y, después de dos meses sin verse, a Caleb solo se le ocurrió una cosa:
Darle un puñetazo.
Vale, quizá le dio con un poco más de fuerza de lo previsto, pero en el fondo sabía que tampoco se arrepentiría de ello.
Brendan retrocedió, sujetándose la mandíbula ahora enrojecida con una mueca de sorpresa. Estaba claro que era lo último que se esperaba. Pero cuando vio que Caleb volvía a acercarse, se colocó en posición defensiva.
—No me obligues a golpearte —le advirtió Brendan.
—¿Tú a mí? —Caleb estuvo a punto de soltar algo de lo que sabía que sí se arrepentiría, pero se contuvo a tiempo.
—¿Te crees que no sé defenderme?
—¿Y te crees que no me acuerdo de todas las veces que yo gané las peleas cuando éramos pequeños?
—Vete a la mierda, ya hemos crecido.
—Sí, y tú te has vuelto todavía más traidor, gilipollas.
—¿Traidor? —Brendan relajó la postura defensiva por un momento para mirarlo, incrédulo—. ¿Por qué?
—¡Me has estado ocultando que estaba viva durante todo este tiempo!
—¡Porque quería que te recordara antes de volver a llevarla contigo!
—¡Eres un traidor de mierda! ¿Te haces una maldita idea de lo que han sido estos dos meses? —Caleb tuvo que contenerse para no darle otro puñetazo. Le temblaban las manos—. ¡Solo tenías que decirme que estaba vivia! ¡Y no solo a mí! ¡A Kyran! ¡A los demás!
—¡No sabía si alguna vez os recordaría, estaba intentando protegeros!
¿Protegerles? Esa vez, Caleb sí que tuvo ganas de darle un puñetazo de verdad. Unos cuantos, incluso.
Pero, justo cuando se acercaba a Brendan, vio una melena roja interponiéndose entre ellos, pero no despegó los ojos de su hermano, que lo miraba con la misma y exacta expresión de enfado que él.
—Apártate, Margo —le advirtió Caleb sin mirarla.
—Peleando no vais a solucionar nada —les dijo ella, mirando a Caleb—. Brendan no importa, lo importante es que Victoria está viva, ¿no?
—¿Cómo que no importo? —Brendan le frunció el ceño, ofendido.
—Tú, cállate. Caleb, olvídate de él. Tenemos que... espera, ¿dónde está Victoria?
Caleb dudó mucho, pero finalmente retrocedió un paso y apartó la mirada, aguantándose las ganas de golpear otra vez la cara de idiota de su hermano. Y lo peor es que era la misma que la suya. Era como golpear un espejo.
—¿Dónde está? —repitió Margo, mirando a Iver.
—No tengo ni idea —él se encogió de hombros—. Brendan lo sabe, ¿no?
Pero cuando los tres miraron a Brendan, él puso una mueca.
—Yo... le dije que esperara en el coche.
Caleb soltó un bufido amargo sin poder evitarlo.
—¿Le dijiste que esperara en el coche? ¿A Victoria? ¿Y creíste que te creería? ¿En serio eres tan idiota?
—No lo pagues conmigo —le advirtió Brendan—. Se ha ido, eso está claro, pero no andará muy lejos. Todavía puedo sentir el lazo.
El lazo. El maldito lazo. A Caleb se le había olvidado su existencia y casi odió que volviera a pensar en él, porque sabía lo que quería decir.
Que Victoria y Brendan estarían unidos de por vida.
Apretó los labios, frustrado, cuando un sentimiento de amargura que no había conocido hasta ahora se apoderó de su cuerpo, sustituyendo la estupefacción, la alegría y la furia que había sentido hasta ahora.
Y, entonces, por fin se le ocurrió.
¿Y si realmente había sentido el olor de Victoria en la fábrica?
Se giró automáticamente hacia ella, notando que se le aceleraba el pulso, cosa muy inusual en él, y todos lo miraron.
—¿Puedes... olerla? —preguntó Margo.
—No. No aquí —la miró—. ¿Dónde está Kyran?
—Está con Bex arriba. No sabe nada.
—Bien —Caleb apretó los labios—. Vamos a buscar a Victoria.
Victoria
Se sentía tan mareada como si le hubieran golpeado la cabeza cuando abrió los ojos. Tuvo que volver a cerrarlos, dolorida por el repentino estallido de luz de la sala, y apoyó la cabeza en la superficie blandita en la que se encontraba.
Un pequeño sentimiento de tensión se apoderó de su cuerpo y supo que era de Brendan, porque ella estaba demasiado agotada como para sentir nada. Se sentía como si la mitad de su cuerpo estuviera dormido y la otra mitad estuviera a punto de hacerlo. Soltó un gruñido de frustración y se obligó a abrir lentamente los ojos... muy, muy lentamente.
Lo primero que notó fue que estaba en un colchón. Pero no era una cama. Era un simple colchón colocado en el suelo, en medio de una habitación que le resultó familiar, pero no supo ubicar. Intentó levantarse, confusa, y se sorprendió a sí misma al poder hacerlo. No estaba atada. Ni de pies ni de manos. Se miró a sí misma. Seguía vestida. El único cambio que notaba era que estaba un poco mareada.
—Ah, la chica ha despertado. Bien, bien...
Victoria despertó de golpe y se giró hacia la voz, sobresaltada aunque sin poder moverse demasiado rápido.
Un hombre delgado, muy delgado, y de baja estatura, sin pelo y con una pequeña sonrisa la observaba de pie al otro lado de la habitación. Estaba jugando con sus propias manos de forma nerviosa.
Victoria tuvo que aclararse la garganta para poder hablar.
—¿Q-qué...? ¿Dónde...?
Su voz sonaba áspera y le dolía la garganta al hablar. Tuvo que carraspear otra vez, pero no sirvió de nada.
—Oh, sí, perdóname por eso —el hombre se acercó a ella con cautela—. No sabía cómo traerte voluntariamente. Pero estás bien. Bien, bien... no te he hecho daño. Tampoco tengo pensado hacerlo.
—¿Dónde estoy? —preguntó ella, esta vez más firmemente.
—Estás en mi casa —el hombre le sonrió, casi como un niño enseñando un juguete—. La última vez que vino, la chica iba acompañada. Pero necesitaba hablar con ella a solas.
—¿La chica soy yo? —estaba demasiado confusa y le dolía la cabeza—. Mierda, ¿quién demonios eres? ¿Un pervertido? Como me pongas una mano encima, te...
—La chica está dolorida —murmuró el hombre y se acercó a una mesa que había al otro lado de la habitación para rescatar un vaso que le ofreció a Victoria—. Esto ayudará.
—¿Me estás diciendo que me tome algo que me ofrece un tipo aparentemente perturbado que me ha secuestrado y encerrado en una sala? Vete a la mierda.
—No soy un desconocido —dijo él, desconcertado—. Pensé que la chica me recordaría.
—¿Por qué iba a recordarte?
—La chica y el hermano del chico vinieron a buscarme una vez —el hombre se sentó en el colchón con ella, cruzándose de piernas como un indio—. Yo me asusté, pero luego la reconocí. Victoria. Por fin.
—¿Me... conoces? ¿De qué?
—De una visión de la chica gacela —sonrió él—. Aunque es una larga historia... ya sé lo que te pasará. Yo lo sé, yo lo sé... y se está cumpliendo. Le dije a Vadim que se cumpliría y no me creía, pero has demostrado que se cumple, chica. Lo has demostr...
—Vale —Victoria se puso de pie dificultosamente—, no entiendo nada, y solo quiero irme. Como Brendan se entere de que me he alejado...
—Ellos llegarán en algún momento, chica, no te preocupes.
—¿Ellos?
—El chico que siempre recuerdas, su hermano y un amigo.
Así que Brendan, su hermano y un amigo iban a rescatarla, ¿no?
—¿Y tú cómo lo sabes? —Victoria entrecerró los ojos.
—Agner sabe lo que pasará, algunas veces —él agachó la cabeza—. Vi muchas visiones de la chica gacela cuando todavía entrenaba. Te vio muchas veces, chica gato.
—¿Chica... gato?
—Nubea. Gato. Es el nombre que iba a ponerte Vadim antes de decidir que no te quería en su grupo. Chica gato. Eres tú, Nubea.
¿Nubea? Sí, eso significaba gato en el idioma que Brendan le había enseñado, pero seguía siendo extraño. No recordaba ese nombre. Ni siquiera le resultaba familiar.
—Así que te llamas Agner, ¿no? —preguntó ella, mirándolo—. Sabes que podría librarme de ti sin ningún esfuerzo en caso de que quisiera hacerlo, ¿no?
—Agner lo sabe, chica.
—Entonces, ¿por qué demonios no me has atado?
—No se ata a los amigos.
—Yo no soy tu amiga.
—Me salvaste la vida. Eres mi amiga.
—¿Yo?
—Si la chica gato no me hubiera encontrado en el búnker, Vadim me habría matado. Tenía pensado hacerlo al día siguiente, pero tú me salvaste, chica gato. Te debo mi vida. Por eso quiero ayudarte.
Victoria estaba a punto de alcanzar la puerta, pero se detuvo, frustrada por su propia curiosidad, y lo miró.
—¿Ayudarme a qué?
—A recordar.
—No necesito ayuda para recordar nada.
—Sí la necesitas. Confundes a un hermano con otro.
Victoria ya tenía una mano en la puerta, pero se detuvo en seco y se giró hacia Agner con los ojos entrecerrados.
—¿De qué demonios estás hablando?
—La chica gato todavía no conoce su habilidad, pero yo puedo ayudarla —Agner la miró fijamente—. La chica tiene la habilidad de ver recuerdos y controlar la voluntad de las personas, ¿verdad?
—Sí —le dijo Victoria, a la defensiva—. Tengo dos habilidades.
—No, la chica se equivoca. Es solo una.
—No, son dos. Por eso puedo hacer dos cosas.
—No. Es una. La chica tiene el don de la percepción.
Victoria estuvo a punto de soltar una risita nerviosa, pero se contuvo.
—¿Que tengo... qué?
—La chica siempre ha sentido que puede notar detalles en los demás que otras personas no notan, ¿verdad? La chica siempre ha sido capaz de saber el estado de ánimo de la gente que la rodea, o de saber dónde están exactamente, o de saber lo que están haciendo. La chica puede ver sus intenciones. Su don es la percepción.
—Pero... ¿y lo de los recuerdos?
—Es el mismo don. Percepción. El don de la chica. Forma una conexión especial con otros seres vivos. El gato y el niño siguen esperándola porque, aunque la chica no lo sepa, formó una conexión especial con ellos. Y el chico también la tendría si no fuera un...
—¿Gato y niño? ¿Qué...? ¿Eso también son nombres en clave?
—No. Son tu familia, chica.
Victoria iba a decir algo, pero él la interrumpió.
—No hay tiempo —le dijo, poniéndose de pie—. La chica necesita recordar todo. En cuanto antes. Por eso la he traído aquí.
—¿Y qué necesito recordar, exactamente? —ella se cruzó de brazos.
—Todo. Necesito a la chica completamente recuperada. La necesito.
—¿Eh?
—Necesitas recordar —el hombre se acercó a ella y le ofreció una mano—. No puedo recuperar tus recuerdos por ti, pero puedo ayudarte.
Victoria miró su mano, desconfiada.
—¿Cómo puedes ayudarme?
—Agner puede modificar recuerdos —dijo él, agachando la cabeza—. Siempre han hecho que lo use para cosas malas, quiero usarlo para algo bueno.
—¿Y cómo sabes que ayudarme puede ser bueno?
—Me arriesgaré.
Victoria tragó saliva, dubitativa, y finalmente extendió la mano hasta que alcanzó la suya.
Caleb
No supo explicar muy bien cuál era la sensación que le recorría el cuerpo cuando siguió el rastro que habían dejado el olor de Victoria y otro olor completamente desconocido. No sabía cuál era el del desconocido, pero más le valía no haberle hecho nada malo.
Iver y Brendan iban detrás de él. Margo había permanecido en casa, por si Victoria se decidía a volver por sí sola. Daniela, Bexley y Kyran seguían sin saber nada.
Y Caleb estaba ansioso.
Nunca en su vida había estado tan ansioso.
Una parte de él no dejaba de imaginarse las miles de posibles situaciones que ocurrirían cuando volviera a ver a Victoria. En el fondo, le daría igual si lo insultaba. Solo necesitaba volver a verla. Necesitaba confirmar que seguía viva.
—Oye —Brendan se adelantó un poco para hablar con él, cosa que ya había intentado unas cuantas veces—, vale, lo asumo. Igual debería haberte dicho algo, pero...
—Cierra la boca o te la volveré a golpear.
Y Brendan no dijo nada más.
Iver, por su parte, sonreía maliciosamente al ver la escena.
—Ah, ya echaba de menos vuestras peleas.
—Yo no —masculló Caleb.
Se detuvo y miró a su alrededor. Estaban cerca de la playa, podía notar el olor a agua salada. Incluso podía oír las olas golpeando la orilla. Pero no entendía por qué Victoria querría ir hacia la playa si no era por...
No, no estaba en la playa.
Estaba en el maldito búnker.
Un escalofrío lo recorrió de arriba a abajo. ¿Y si era Sawyer? ¿Quién más conocía la existencia de ese búnker a parte de ellos y Sawyer?
—Vamos —murmuró, y aceleró bruscamente el paso con los demás detrás de él.
Victoria
No notaba grandes cambios, a no ser que el dolor de cabeza fuera uno de ellos y sirviera para algo.
Agner daba vueltas por el pasillo, ansioso. Y, de pronto, se detuvo en seco.
—Están llegando —le dijo con voz ansiosa.
—¿Quiénes? —Victoria se frotó la cabeza dolorida.
—Tus amigos —Agner echó una mirada a la puerta—. Tengo que marcharme, chica gato. Espero que mi ayuda te haya servido, aunque todavía no puedas notarla.
—¿Y cuándo...?
—Date a vuelta. Vendrán por la otra puerta.
Victoria se dio la vuelta, confusa, y buscó una puerta con la mirada, pero no había ninguna.
—Aquí no hay... —empezó, pero se calló al darse la vuelta otra vez y ver que Agner había desaparecido.
Genial. Ahora estaba sola ante el peligro.
En cuanto escuchó un ruido detrás de la puerta, dudó durante unos milisegundos. ¿Debería quedarse ahí? ¿Debería esconderse? ¿Y si Agner de había equivocado y entraba alguien peligroso? ¡Brendan siempre le decía que tuviera cuidado, y ahora mismo podía sentir su tensión!
Justo cuando la puerta se abrió, se escabulló en la habitación de al lado y cerró los ojos, arrepentida. ¡Ahora parecería culpable y quizá la dispararían sin querer! Pero no importaba. Ya no había vuelta atrás. Apoyó la espalda en la pared, junto a la puerta, y respiró hondo cuando escuchó pasos acercándose.
—Están todas las luces encendidas —observó una voz familiar.
—Sí, aquí ha habido alguien.
Oh, esa voz la conocía. ¡Brendan!
Esbozó una sonrisa y estuvo a punto de salir de su escondite, ilusionada, pero algo en su cuerpo hizo que se detuviera en seco cuando escuchó la tercera voz.
—Buscadla por las habitaciones del fondo. Yo me ocupo de estas.
Caleb. Era él, ¿no?
Victoria se quedó muy quieta al darse cuenta de que las habitaciones que iba a revisar él solo eran, precisamente, entre las que Victoria estaba.
Por algún motivo, su corazón empezó a latir con más fuerza solo con la perspectiva, especialmente cuando los otros pasos se alejaron. Fue casi como si los dejaran solos. Empezó a temer que, de alguna forma, el tal Caleb pudiera escuchar los latidos de su corazón. Pero era imposible.
Sin embargo, su habitación fue la primera en la que entró.
Victoria se quedó muy quieta cuando pasó por su lado, dándole la espalda, y se quedó plantado en medio de la habitación.
Debería haber dicho algo, o haberse movido, o haber reaccionado, pero solo se quedó plantada en su lugar, mirándolo fijamente.
Caleb
Estaba cerca, lo sabía.
Revisó la habitación con los ojos, apretando los labios por la frustración y notando el latido irregular y acelerado de un corazón que no sonaba muy lejos de él.
De hecho... sonaba justo detrás de él.
Caleb dejó de respirar por un momento cuando se dio cuenta de lo que eso significaba.
Una parte de él quería darse la vuelta a toda velocidad solo para confirmar que era ella, pero la otra no se atrevía. No quería llevarse una decepción. No quería perder la esperanza. Necesitaba que fuera ella. Y que estuviera ahí. Necesitaba verla.
Caleb se dio la vuelta lentamente, sintiendo que ya no podía respirar, y el ritmo del corazón que oía se aceleró bruscamente. Y él bajó la mirada a unas zapatillas negras que conocía a la perfección. Igual que las piernas delgadas, y la cintura, y las manos, aunque ahora estuvieran apretadas contra la pared, y el cuello... y la cara.
Dio un paso atrás inconscientemente. De alguna forma, no se había preparado mentalmente para verla otra vez. No mirándolo con los ojos muy abiertos, precavida, y con el pulso disparado.
Y ahí estaba Victoria, delante de él.
Pero... había algo distinto en ella.
La notaba más alta, más esbelta, su pelo era un poco más corto y estaba ligeramente más entrenada. Pero lo que no había cambiado en absoluto eran sus ojos grises. Seguían siendo los mismos. Siempre lo serían.
Caleb no supo muy bien cómo sentirse, si llorar, reírse o simplemente seguir mirándola como un idiota. Hacía tanto que no sentía ninguna emoción intensa, que se sentía como si él también hubiera muerto esa noche, de alguna forma. Y ahora por fin volvía a sentirse vivo.
—Victoria —susurró, dando un paso en su dirección.
Ella se encogió un poco al oír su nombre y pareció sumamente desconcertada por la reacción de su propio cuerpo.
Pero a Caleb no le importó. Solo necesitaba acercarse. Dio otro paso en su dirección. Necesitaba abrazarla. Otro paso. Necesitaba bes...
Justo cuando iba a dar el último paso, ilusionado, notó que su cuerpo entero se detenía en seco y se quedaba clavado en su lugar sin que él se lo pidiera.
¿Qué demonios...?
Intentó moverse, pero no fue capaz. Era como si tuviera una pequeña voz en su cabeza diciéndole que no se moviera. Levantó la mirada, desconcertado, y se quedó completamente pasmado cuando vio que Victoria lo miraba fijamente con los ojos... negros.
—Para empezar, no te tomes tantas confianzas —le advirtió ella, que seguía pegada a la pared—. Como me toques, te doblo la mano. ¿Está claro, guapito?
Caleb habría querido poder asentir, o moverse, o hacer algo, pero estaba completamente bajo su hechizo.
Y... Victoria ni siquiera se estaba esforzando.
Nunca había visto a alguien usar su habilidad de esa forma tan... natural.
Victoria por fin se separó de la pared y dio un paso en su dirección, desconfiada. Caleb la siguió con la mirada, que era lo único que podía hacer, y Victoria se quedó mirándolo desde una corta distancia.
Ya no olía a lavanda, había cambiado el champú, pero... seguía detectando su olor perfectamente. Incluso en medio de una marea de gente, seguiría siendo su favorito.
—No... no entiendo por qué me resultas tan familiar —murmuró ella, más para sí misma que para él—. Y no es porque seas físicamente igual que Brendan. Es... otra cosa. No sé explicarla.
Caleb trató de hablar y los ojos de Victoria se volvieron todavía más negros. Ella frunció un poco el ceño, extrañada, y apretó los dientes. Caleb sintió que la presión de su cabeza aumentaba, pero también sabía que había estado a punto de librarse de ella.
—¿Por qué... es tan difícil mantenerte quieto? —protestó ella con la voz distorsionada por el esfuerzo—. ¿Quién demonios...? ¡Mierda!
Victoria retrocedió dos pasos, llevándose las manos a la cabeza, y al instante en que sus ojos no estuvieron en contacto, Caleb volvió a tener el control de su cuerpo.
Él también retrocedió dos pasos, pero para recuperar el aliento. Sentía como si lo hubiera estado conteniendo durante varios minutos. Miró a Victoria, que seguía con el pulso acelerado mientras se sujetaba la cabeza. Estaba claro que le dolía. A él también le dolía. Pero no era momento para preocuparse por eso.
Ese... no era el reencuentro que esperaba.
Caleb pensó en decir algo, pero la verdad es que no sabía qué decir, así que se limitó a dar un paso hacia Victoria, que se incorporó de golpe, alarmada.
—No te me acerques —advirtió, señalándolo.
—Pero ¿qué te pasa?
—¿A mí? ¡Dime tú qué te pasa a ti! ¡Yo no me acerco así a la gente nada más verla!
—¡Y yo no...!
Caleb se detuvo de golpe cuando, al dar otro paso, los ojos de Victoria se volvieron negros. Pero había apartado la mirada justo a tiempo, clavándola en sus viejas zapatillas negras.
—Como vuelvas a intentar detenerme... —empezó a advertir, esta vez irritado.
—¿Qué harás? —preguntó ella, igualmente irritada—. ¿Eh? ¿Te crees que no sé defenderme?
—No de mí, te lo aseguro.
—¿Y qué me harás sin poder mirarme a la cara, grandullón?
—Cosas que te sorprenderían, te lo aseguro
Bueno, al menos seguía pudiendo hacer que a ella se le alterara el pulso.
Algo era algo.
La vio acercarse incluso antes de que sus movimientos fueran muy obvios. Victoria intentó desequilibrarlo con una pierna, pero Caleb la esquivó justo a tiempo y se quedaron enfrentados de nuevo, pero en el sitio que antes había ocupado el otro.
—Victoria, te he echado de menos, pero no me cabrees.
—¿Que no te cabree? Mírame a los ojos un momento y haré que te des un puñetazo a ti mismo.
—Prefiero llevarte de vuelta a casa.
—¿Y tú qué demonios sabes de mi casa?
Victoria volvió a acercarse, aunque esta vez Caleb tuvo que admitir que era obvio que había entrenado. Intentó engancharle un brazo para mantenerlo en su lugar y obligarlo a mirarla, pero no fue lo suficientemente rápida. Caleb la sujetó de la cintura e intentó no hacerle daño cuando la apoyó en una pared.
No sirvió de mucho.
Victoria lanzó un rodillazo contra su entrepierna que, de haber acertado, probablemente habría dolido bastante. Menos mal que lo esquivó.
Caleb levantó la mirada por un breve momento a sus ojos, indignado, y ella le puso mala cara.
—¡Apártate de mí! —advirtió, intentando escabullirse violentamente.
—Pero ¡¿tú sabes lo difícil que ha sido encontrarte?! ¡Hasta hace dos horas ni siquiera sabía que seguías vivia!
—¿Y qué demonios te hace pensar que quería ser encontrada, idiota tenebroso?
—Se acabó —Caleb apretó los labios—. Lo siento, Victoria, pero tienes que volver.
—¿Qué dem...?
Pero era tarde. Caleb le pellizcó el punto exacto del cuello e hizo que ella perdiera toda la fuerza de su cuerpo, quedándose inconsciente. La sujetó justo a tiempo con ambos brazos para que no se cayera al suelo.
—Tan testaruda como de costumbre —murmuró.
Se resistió a la tentación de quedarse mirándola. De alguna forma, no se sentía correcto. Como si estuviera invadiendo su privacidad por el simple hecho de estar inconsciente. En lugar de eso, se la colgó boca abajo del hombro, sujetándola bien y saliendo de la habitación.
Iver y Brendan estaban en una de las múltiples habitaciones toqueteando las paredes como idiotas.
—¿Qué hacéis? —preguntó Caleb, confuso—. La he encontrado.
—Sí, era difícil no escuchar la discusión —murmuró Iver.
—Quien fuera que estuviera aquí se ha marchado por esta habitación —añadió Brendan—. No sabemos cómo.
—Sinceramente, me importa una mierda —Caleb sujetó mejor a Victoria sobre su hombro—. Durará unos dos minutos más inconsciente, deberíamos marcharnos.
Brendan e Iver parecieron algo decepcionados por no poder encontrar la salida alternativa, pero al final dejaron de resistirse y se marcharon con él.
Victoria
Ya era la segunda vez ese día en que abría los ojos con la cabeza dolorida.
Solo que esta vez... no estaba sobre una cama. Estaba sobre un maldito hombro.
Dio un respingo, alarmada, pero el brazo que tenía alrededor, sujetándola, no se movió. Casi parecía de hierro. Intentó mirar hacia atrás, pero solo vio una melena oscura. Y hacia abajo solo veía el camino que iban recorriendo. Era de noche. ¿Dónde...?
—¡Suéltame! —exigió, algo más asustada de lo que le gustaría—. ¡Suelt...!
—No —fue la gran respuesta.
—¡He dicho que me suelt...!
—No.
—¡Déjame term...!
—No.
Victoria le asestó un puñetazo con fuerza a la espalda, pero ni siquiera consiguió sacarle una pequeña reacción.
Levantó la mirada, irritada, y casi sintió que su alivio traspasaba su cuerpo entero cuando vio que el amigo de Caleb los seguía por el camino... ¡junto a Brendan!
—¡Brendan! —chilló ella, ilusionada—. ¡Menos mal! ¡Sálvame de este loco!
—¿Este loco? —repitió Iver, y soltó una risita divertida.
—¡Brendan! —insistió Victoria, ignorándolo.
Pero Brendan se limitó a mirarla con cierta disculpa en los ojos. Victoria entreabrió los labios, sin comprenderlo... y entonces se enfadó.
—¡Traidor! —le gritó, señalándolo.
—Hoy todo el mundo te llama traidor —le dijo Iver a Brendan, burlón—. Yo creo que deberías reflexionar sobre ello, ¿no?
—Que te den.
—Ojalá.
Victoria, mientras tanto, empezó a retorcerse como una loca, intentando soltarse.
Caleb
¿Siempre había sido así de molesta?
Caleb le dedicó una mirada de rencor al culo de Victoria, que era lo que tenía justo al lado de la cabeza, y siguió andando como si nada. Ella lo intentó por unos minutos más hasta que, finalmente, soltó un suspiro y se desplomó sobre su hombro.
Pero Caleb la conocía. No dejaría las cosas así de fácilmente.
—O me sueltas —empezó ella— o te deshago el cinturón y te bajo los pantalones.
—¿Y cómo vas a deshacerme el cinturón desde ahí atrás, si puede saberse?
—¡Retorciéndome un poco!
—Llevas intentándolo un buen rato y todavía no te has movido.
—¡Pues... te pellizcaré el culo!
—Esto se está volviendo muy sexual muy deprisa —comentó Iver por ahí atrás.
—¡No es sexual, es vengativo! —le gritó Victoria.
—¿Por qué no te calmas un poco? —le sugirió Brendan.
—¡Tú, cállate, traidor!
—Y dale con traidor...
—Oye, tú, grandullón tenebroso —le dijo Victoria a Caleb, que seguía andando sin detenerse—, o me sueltas ahora mismo o hago que tu amigo se dé un puñetazo a sí mismo.
—Si es por mí, puedes hacer que se dé dos.
—¡Estoy hablando en serio!
—Y yo también.
Victoria, frustrada, volvió a girarse hacia delante. Apenas un segundo más tarde, Caleb escuchó el sonido de un puño chocando contra una mejilla.
—¿Qué...? ¡OYE! —chilló Iver, escandalizado—. ¿Qué demonios...? ¡OYE, PARA YA!
—Ya se ha dado dos —advirtió Victoria a Caleb—. ¡Puedo seguir así durante horas!
—¡¿Pero por qué demonios tengo que dármelos yo?! —protestó Iver—. ¡Házselo a Brendan, él es el traidor!
—¡Que no soy un traidor!
Caleb suspiró.
—¿Os podéis callar todos? —preguntó, cansado.
—Solo si me sueltas —insistió Victoria.
—Has perdido el derecho a que te suelte cuando has usado tu habilidad contra mí. No te soltaré, así que cállate un poco y disfruta del paisaje.
Victoria soltó una palabrota en voz baja, pero por fin se quedó quieta.
Victoria
Muy a su pesar, casi se había quedado dormilada sobre el hombro del grandullón amargado cuando él dejó por fin de andar. Miró a su alrededor, confusa, y se dio cuenta de que habían vuelto junto al coche de Brendan, delante de ese edificio de pisos.
Caleb por fin la dejó en el suelo y la miró a los ojos. Victoria no se atrevió a usar su habilidad. No quería que la volviera a transportar como a una idiota.
—No sé si deberíamos exponerla a los demás tan pronto —Brendan se acercó a ellos—. Es decir... no sabemos cómo reaccionará.
—Es perfectamente capaz de controlarse, no es una cría —Iver lo miró.
Victoria se sintió un poco agradecida. Brendan siempre la trataba como si fuera una niña pequeña que necesitaba una reprimenda.
Todos miraron a Caleb, que parecía tener la última palabra en el asunto.
Y sus palabras gustaron mucho a Victoria:
—Es ella quien debe elegir, no nosotros.
Ella esbozó una sonrisita satisfecha hacia Brendan, que entrecerró los ojos.
—¿Y qué diablos quieres hacer?
—Quiero conocer a quien sea que tenga que conocer.
—Genial —Iver puso los ojos en blanco—. Una reunión familiar con sobredosis de azúcar, lo que me falt...
—¡Ma-á!
Victoria se giró instintivamente hacia Caleb que, delante de ella, se había tensado por completo al ver la entrada del edificio.
Ella se dio la vuelta, confusa, y más confusa se quedó cuando vio a un niño de unos dos años, delgadito, con una mata de pelo castaño y un peluche de una pantera en la mano mirándola con la boca entreabierta por la impresión.
Pero eso no era con lo que se había quedado Victoria.
—¿Acabas de decir... mamá?
La cabeza empezó a dolerle de forma muy intensa, como siempre que estaba a punto de recordar algo, pero no fue capaz de encontrar el recuerdo.
Especialmente porque el niño soltó la pantera, un sonidito parecido al de un sollozo se le escapó de la garganta y empezó a correr hacia ella.
Victoria estuvo tentada a echarse hacia atrás, alarmada, pero se quedó plantada en su lugar cuando el niño se lanzó sobre ella y se abrazó a su cintura con todas sus fuerzas, llorando.
—¡Has vue-to, ma-á! —no dejaba de repetir, abrazándola con fuerza.
Pero Victoria no sabía quién era ese niño, no podía recordarlo. Solo podía mirarlo fijamente, sin atreverse a apartarlo pero, a la vez, queriendo dar un paso atrás.
—Yo... yo no soy tu mamá —le dijo la voz más suave que pudo encontrar dentro de sí misma—. Lo siento, yo... supongo que nos conocemos, pero... no puedo recordarte, lo siento mucho.
El niño lo escuchó todo, dejando de llorar lentamente, y cuando terminó se separó de ella y la miró con unos grandes ojos grises llenos de... tristeza.
—Ma-á —repitió, señalándola.
Victoria miró a Caleb, que era quien estaba más cerca, en busca de ayuda. Menos mal que él la entendió sin necesidad de decir nada.
—Vamos, Kyran —se acercó y lo levantó del suelo con un solo brazo, como si el niño no pesara nada—. Tengo que... eh... explicarte una cosa.
Victoria notó la mirada del niño clavada sobre ella mientras todos subían las escaleras del edificio. Fingió que no se daba cuenta, incómoda. Aunque... bueno, ella estaba ocupada mandándole miradas de rencor a Brendan, que también fingía que no las veía.
Iver abrió la puerta del piso y los dejó pasar a un apartamento bastante pequeño, con una cocina y un salón unidos y un pasillo que debía conducir a las habitaciones. Victoria miró a su alrededor, confusa, y dio un respingo cuando se dio cuenta de que había dos personas sentadas en el sofá mirándola con la boca abierta.
Dos chicas, concretamente. Dos pelirrojas. Solo que una era teñida y la otra natural. La teñida fue la que soltó el grito ahogado.
—¡Victoria! —empujó su silla de ruedas hacia ella—. ¿Qué...? ¿Cómo...?
—Es una larga historia, Bex —le aseguró Iver.
Ah, Bexley. Sí, ese nombre le resultaba familiar, aunque muy lejano. Victoria miró a la otra, que permanecía de pie, mirándola sin saber si acercarse o no.
—No te acuerdas de mí —dedujo ella—, ¿no es así?
—Lo siento —murmuró Victoria.
—Está bien. No es... bueno, supongo que es complicado. Soy Margo. Éramos... eh... somos amigas. Desde hace unos años.
Victoria asintió, dubitativa. Demasiadas caras nuevas como para no volverse loca. Tragó saliva, intentando aclararse, pero lo único que pudo aclarar era que acababa de escuchar...
Espera, ¿eso había sido un miau?
Victoria se dio la vuelta de golpe y se quedó mirando una figura pequeña, peluda, gordita y de color castaño claro que se acercaba a ella mirándola con cierta desconfianza.
Y, de pronto, su cerebro reaccionó a ello:
—¡Bigotitos!
Hubo un momento de silencio absoluto en la habitación solo interrumpido por el gato soltando un miau encantador y corriendo hacia Victoria, que se agachó, lo recogió en brazos y le dio un abrazo a su cuerpecito peludo y suave.
—Espera —escuchó la voz de Iver detrás de ella—, ¿me estás diciendo que se acuerda del gato y no de nosotros?
—¡No es solo un gato, es de la familia! —Victoria le frunció el ceño antes de girarse hacia Bigotitos de nuevo y sonreírle—. Oh, mi pequeñín, ¿me has echado de menos? Mira esto, ¡te han dejado adelgazar! ¡No me lo puedo creer! ¿Quién se ha estado encargando de alimentarlo?
Todos señalaron a la vez a Iver, que dio un respingo y su cara se volvió roja.
—¡Todos nos hemos encargado del estúpido gato!
Bigotitos le bufó cuando escuchó la palabra estúpido.
Victoria, en ese momento, se dio cuenta de que el niño y Caleb habían desaparecido en una de las habitaciones para hablar a solas. No pudo evitar sentirse un poco mal por Kyran, pero... no podía recordarlo. Lo seguiría intentando.
Dejó a Bigotitos en el suelo y vio que Margo ya se había acercado a Brendan y ella.
—Podéis usar el sofá para pasar la noche —sugirió, dubitativa—. No hay más camas. A no ser que queráis compartirla...
—No necesitamos dormir —le dijo Brendan, simplemente.
Margo asintió, pareció tener ganas de decir algo más, pero simplemente se calló.
Y así pasó Victoria los dos días siguientes.
No la dejaban salir de la casa, así que se pasaba el día ahí dentro, intentando recordar cosas mediante cortas conversaciones con los habitantes de la casa que iba encontrando, pero no tuvo grandes resultados. Solo descubrió que:
-El niño estaba enfadado con ella, porque cuando se acercaba a hablarle se limitaba a jugar con su peluche de perro y su peluche de pantera, resentido, y no le dirigía la palabra.
-Iver había visto a Axel, a quien odiaba porque, al parecer, le había hecho la cicatriz tan aparentemente dolorosa que le cruzaba la cara y le había dejado un ojo ciego —Victoria intentó indagar un poco, pero no consiguió saber el por qué—.
-Bex tenía la habilidad de ver el futuro y estaba en silla de ruedas porque, la misma noche en que habían herido a Victoria, también la habían herido a ella.
-Había una chica, una tal Daniela, que al parecer también era amiga suya pero todavía no sabía que estaba ahí.
-Margo echaba continuamente miraditas a Brendan, cosa que molestaba mucho a Victoria.
-Margo también echaba continuamente miraditas a Caleb, cosa que molestaba, inexplicablemente, muchísimo más a Victoria.
-Brendan había vuelto a ser el mandón pesado de siempre, así que Victoria lo evitaba —seguía resentida con él—.
-El gato se pasaba el día mirando por la ventana, aunque al menos comía algo.
-Caleb, la mayoría de las veces, ni siquiera estaba en casa.
-Las pocas veces que estaba en casa, Victoria siempre tenía la sensación de que la estaba mirando, aunque cuando se giraba él siempre estaba centrado en otra cosa.
Victoria no habló a nadie de lo que había pasado en el búnker, y eso que se lo preguntaron muchísimas veces. Ella simplemente sacudía la cabeza o se inventaba algo para escurrir el tema. No sabía por qué lo hacía, pero sentía que era necesario, de alguna forma. Aunque todavía no notara los cambios que había hecho Agner en ella.
Ya habían pasado tres días cuando, por fin, se plantó delante de la puerta de la habitación de los chicos y llamó con los nudillos.
Fue el niño quien le abrió, mirándola con los ojos entrecerrados.
—Eh... hola, Kyran, ¿cómo est...?
Pero el niño levantó la barbilla, muy digno, y pasó de ella para ir al salón.
Bueno... ya la perdonaría... por lo que fuera que había hecho mal.
Pero su objetivo principal no era el niño, sino el grandullón tenebroso que estaba sentado en su cama con Iver, mirando unos papeles y hablando entre ellos. Parecían sumamente concentrados, como si no pudieran notar que ella se acercaba, pero Victoria ya había comprobado de primera mano que el grandullón tenebroso podía escuchar cada uno de sus malditos movimientos.
—¿Qué quieres? —le preguntó Caleb sin siquiera levantar la mirada.
—Quiero hacer algo.
—Vas a tener que ser un poco más específica —Iver la miró.
—Quiero hacer algo, lo que sea, pero que sea fuera de esta casa. Me siento muy inútil aquí sentada todo el día.
—Pues haz flexiones —Iver le sonrió maliciosamente.
—Prefiero ir a dar una vuelta —ella entrecerró los ojos hacia ambos—. ¿Tenéis pensado ir a algún sitio?
—Sí —dijo Iver.
—No —dijo Caleb.
Caleb lo miró, irritado, e Iver carraspeó.
—Es decir... eh... no.
—¿Dónde tenéis que ir? —preguntó Victoria, entrando en la habitación con una sonrisita inocente.
—Tú te quedas aquí —la cortó Caleb en seco.
Maldito grandullón tenebroso.
—No quiero quedarme.
—No recuerdo haber pedido tu opinión.
—Ni yo haber pedido que me des órdenes, y aún así lo haces todo el día.
Iver soltó una risita divertida, mirándolos a ambos.
—¿Queréis que os deje a solas? Me siento como si interrumpiera algo muy intenso.
—No —le dijo Caleb, simplemente, volviendo a centrarse en sus papeles—. Muy bien, Victoria,¿quieres venirte? Pues vente. Pero no estorbes.
Ella estuvo a punto de celebrarlo con un baile de la victoria —en honor a su nombre— pero se contuvo y simplemente sonrió, satisfecha de sí misma.
Caleb
Cinco minutos en coche y ya se arrepentía de haber traído a Victoria.
—¿Dónde vamos? —repitió ella por enésima vez, asomada entre los dos asientos delanteros.
Iver dedicó media sonrisa divertida a Caleb, que apretó los labios.
—Tenemos que intentar recuperar una cosa —le dijo finalmente.
—¿Qué cosa?
—No es problema tuyo.
—Oye, estoy aquí con vosotros. Claro que es problema mío. ¡Soy parte del equipo!
—Vamos a ver si quedan papeles en el búnker —le explicó Iver.
Caleb puso mala cara, pero no dijo nada, simplemente siguió conduciendo en silencio hasta que llegó a la entrada del búnker. Estaba tal y como la habían dejado unos días atrás.
La última vez que entró, buscaba a Victoria. Ahora, desearía haberla dejado en casa.
—¿Puedo llevar una pistola? —preguntó ella, entusiasmada, cuando los tres bajaron del coche.
—No.
—¿Y una...?
—No.
—¿Y un...?
—No.
—¡Déjame habl...!
—No.
—Odio a tu amigo —le dijo a Iver.
—Sí, seguro —él negó con la cabeza.
Caleb encabezó la marcha escaleras abajo con esos dos parloteando detrás de él. Menos mal que no tenían que mantener el sigilo, porque ya los habrían descubierto. De pronto, se acordó del motivo por el que le gustaba más hacer trabajos solo que acompañado.
El búnker estaba vacío, con las luces apagadas. Caleb las encendió con la pistola en la otra mano.
—Yo iré a la habitación del fondo. Iver, ve a esa de ahí.
—¿Y yo? —Victoria frunció el ceño.
—Tú vienes conmigo.
—¡Yo también quiero una habitación para mí sola!
—No me fío de ti.
—Ni yo de ti, pero me aguanto.
—Bien, pues yo no me aguanto. Sígueme. En silencio.
Supuso que cuando se dio la vuelta Victoria aprovechó para sacarle el dedo corazón, aunque lo ignoró.
La habitación del fondo era la grande, por eso había pedido a Victoria que fuera con él. Sería todo más rápido. Aunque una parte de él dudaba que fueran a encontrar nada nuevo por ahí por mucho que buscaran.
Mientras Victoria abría y cerraba cajones y armarios, Caleb revisaba un cuaderno que al parecer no tenía mucho sentido. Pasó las páginas con una mueca, considerando si debería llevárselo o no, cuando Victoria interrumpió ese maravilloso silencio que se había formado entre ellos.
—Y... ¿cuál era exactamente nuestra relación antes de todo esto?
Caleb dejó de leer de golpe y la miró. Ella parecía curiosa. Él notó que su cuerpo entero se tensaba.
—¿Eh? —preguntó como un idiota.
—¿Éramos amigos? —insistió ella, mirándolo como si quisiera descifrarlo—. Hay... algo en ti que no termina de cuadrarme.
—¿El qué?
—Bueno, tengo recuerdos sobre ti.
Caleb dejó de respirar por un momento, mirándola.
—¿Qué recuerdos?
—Hay... uno en el que estás sentado detrás de la casa en la que vivía Brendan. Yo... te confundí con tu hermano. Luego hay otro de nosotros dos saltando desde un acantilado para llegar aquí...
—Espera... ¿qué?
Él no había vivido eso con Victoria. En absoluto. Los recuerdos que debería tener sobre Caleb eran...
Oh, no.
De pronto se dio cuenta de cuál era el problema.
—¿Qué recuerdas de Brendan? —preguntó casi con voz temblorosa.
Victoria lo pensó un momento.
—Son... recuerdos... privados.
—Dime uno. Solo uno.
—Pues... recuerdo una vez que fuimos al cine —ella sonrió un poco al rememorarlo—. Brendan agarró a un empleado por el cuello para exigirle la siguiente película, ¿te lo puedes creer?
Caleb la miró durante lo que debió parecer una eternidad, porque ella dejó de sonreír lentamente y puso una mueca.
—¿Qué pasa?
—Nada —masculló él, malhumorado, dejando el cuaderno con bastante más fuerza de la necesaria sobre la mesa—. Nada. ¿Estás segura de que era Brendan?
—¿Quién si no?
—No lo sé, Victoria, alguien con su misma car...
Se quedó callado al instante en que escuchó unos pasos desconocidos acercándose por el pasillo.
Su primer instinto debería haber sido gritar a Iver para que se pusiera a salvo, pero en su lugar lo primero que hizo fue lanzarse sobre Victoria y colocarla tras él mientras sacaba la pistola y apuntaba a la puerta.
Y ahí se dio cuenta de que haber gritado para avisar a Iver no serviría de nada, porque lo tenían sujeto del cuello con un brazo y una punta de pistola en la sien.
Caleb entreabrió los labios, confuso, cuando levantó la mirada y se dio cuenta de que no había solo una persona desconocida, eran tres. Y los tres iban vestidos de una forma que conocía muy bien; trabajaban para Sawyer.
Si no hubiera estado tan distraído pensando en Victoria y el idiota de Brendan, los habría oído llegar. Joder.
—Mira a quién tenemos aquí —sonrió el tipo que tenía agarrado a Iver—. El perrito y su cachorrito. ¿Qué estáis buscando aquí dentro, chicos?
—Suéltalo —advirtió Caleb.
—No lo creo. Si lo soltara, me dispararías sin pensarlo. Ah, y chica, ni se te ocurra intentar usar tu habilidad conmigo. Mis amigos no tendrán problemas en disparar a tu querido amigo si lo intentas.
Victoria, detrás de Caleb, cerró los puños y sus ojos se volvieron grises de nuevo.
Caleb miró a Iver. De hecho, le dedicó una mirada significativa. En cuanto le diera la señal, él intentaría librarse del idiota y Caleb podría dispararle.
Pero, por ahora, tenía que entretenerlo un poco.
—¿Quién eres? —le preguntó directamente.
—Puedes llamarme Doyle.
—¿Cómo el de Harry Potter? —Victoria puso una mueca.
—El de Harry Potter se llamaba Goyle, inculta.
—Hola, solo quiero recordaros el detallito de que mi vida está en peligro —masculló Iver con la cara roja por la falta de oxígeno—, no estaría mal que hablarais de eso, la verdad
—Bueno, supongo que no me conoces —Doyle miró a Caleb—. Me encargo de algunos trabajos de Sawyer. Los que no implican ayuda de... habilidades especiales.
—Así que eres un humano —dedujo él, enarcando una ceja—. Eso inclina la balanza en nuestro favor.
—No mientras tenga a tu amigo.
—¿Y qué quieres a cambio de mi amigo, exactamente?
Doyle le dedicó una sonrisita burlona, apretando aún más el cuello de Iver con el brazo.
—Quiero la ubicación exacta de todos los de tu generación.
—Y una mierda —soltó Iver.
—Tú cállate o te disp...
—¡Ni se te ocurra decirle dónde está mi hermana! —le espetó Iver a Caleb.
Él, por su parte, mantuvo la expresión serena, pero no sabía qué hacer.
Sabía por qué Sawyer los buscaba a todos. Aunque los dejara vivir ahora, volverían para matarlos. O para intentarlo, al menos. ¿De qué le servía tener a chicos con habilidades si no podía aprovecharse de ellos? Era mejor matarlos antes de que supusieran un problema.
—Sabes que no puedo hacer eso —murmuró Caleb.
—Sí que puedes, por la vida de tu amigo.
—Ni se te ocurra —repitió Iver.
Caleb intercambió una mirada entre ambos, dudando.
—No voy a decírtelo.
Iver soltó un suspiro de alivio incluso cuando el tipo lo lanzó al suelo, dejándolo de rodillas hacia Caleb y Victoria, y le clavó la punta de la pistola en la nuca.
—Última oportunidad —advirtió.
Caleb tragó saliva, mirando a Iver y tratando de pensar alguna forma de librarse de esa. No se le ocurría nada. Ni aunque Iver y Victoria usaran su habilidad a la vez podrían hacer nada sin que la vida de alguien peligrara.
—Díselo —dijo Victoria de pronto, detrás de él.
—¡No! —espetó Iver, decidido.
Caleb sabía que él sería capaz de morir con tal de que no descubrieran a los demás. Eso era lo peor.
—¡No podemos dejar que lo maten! —insistió Victoria—. ¡Tenemos que decírselo!
—Como les digas algo, Caleb, te juro que nunca te lo voy a perdonar.
Mientras tanto, Doyle sonreía como si la situación fuera divertida.
—¿Y bien, kéléb? —lo miró—. ¿Cuál es la decisión final?
Caleb apretó los labios a modo de respuesta y Victoria, tras él, se tapó los ojos con las manos.
—Bien —Doyle sonrió—. Entonces, despídete de tu amig...
—¡Espera!
Todos miraron a Caleb cuando soltó eso. Victoria incluída, que lo observaba todo entre los dedos, sin atreverse a mirar demasiado.
—¿Te lo has pensado mejor? —preguntó Doyle, empezando a impacientarse.
—No exactamente —Caleb tragó saliva, dando un pequeño paso en su dirección—. Hagamos un trato.
—No estás en posición de negociar.
—Sí lo estoy, porque a ambos nos interesa. Lo más justo es que... a cambio de una persona... yo te dé otra.
—¿Me estás diciendo que me darás el paradero solo de una persona?
—Es lo justo. Tú solo tienes a Iver.
Doyle y sus dos compañeros lo miraron por lo que pareció una eternidad, calibrando la propuesta, hasta que Doyle finalmente inclinó la cabeza, interesado.
—¿A quién nos entregarías?
—A Axel.
Eso pareció gustarles mucho más de lo que esperaba.
—¿Dónde está?
—Primero, suelta a mi amigo.
—No, primero me dices dónde está Axel. Si lo haces, tienes mi palabra de que no le haré ningún daño a tu amiguito.
Iver miraba a Caleb, tenso pero sin saber qué hacer. Victoria estaba pegada a su espalda. Y Caleb se sintió sucio por hacerlo, pero... tenía que entregar a Axel. Era él o Iver.
—Está en la vieja fábrica de Sawyer —dijo finalmente—. La zona que usábamos como dormitorios cuando éramos pequeños. Sawyer sabrá dónde está.
Pareció que ellos tres se tomaban un momento para analizar lo que había dicho, como si calibraran si estaba diciendo la verdad o no. Pero Caleb no tenía tiempo para eso.
—Soltad a mi amigo —advirtió.
Doyle le dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Soltarlo? ¿Por qué debería hacerlo?
—¡Le has dado tu palabra de que lo harías! —le espetó Victoria.
—Oh, ¿y me habéis creído?
Caleb miró a Iver, que le devolvió la mirada, y apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba pasando antes de que...
...Doyle retirara la pistola.
—Era broma —dijo, burlón—. Os habéis asustado, ¿eh?
Caleb cerró los ojos un momento, aliviado. Inlcuso pareció que el pobre Iver respiraba de nuevo.
—Ah, por cierto —Doyle lo miró—. Sawyer tiene un mensaje para ti. Me dijo que te lo diera nada más verte.
Caleb entrecerró los ojos, desconfiado.
—¿Qué mensaje?
Doyle le sonrió misteriosamente, guardando la pistola en su cinturón.
—Que no puede perdonar a alguien que lo ha traicionado, kéléb.
Caleb frunció el ceño, confuso, y como en cámara lenta, vio que uno de los acompañantes de Doyle giraba la pistola y la apuntaba a la cabeza de Iver, que se estaba poniendo de pie.
El disparo le atravesó el cráneo. Murió incluso antes de tocar el suelo.
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