Capítulo 23
Penúltimo capítulo grrrr
Brendan
Se detuvo de golpe tras uno de los coches abandonados, respirando de forma agitada y todavía sujetando la pistola. Brendan miró el coche que tenía a unos metros de distancia, donde Axel se había escondido exactamente igual que él, solo que sin un arma con la que protegerse.
Mierda, necesitaban algo con lo que defenderle. Brendan no estaba del todo seguro de qué clase de poderes tenía Ania exactamente, nunca había visto a un mago peleando, pero estaba seguro de que, sin armas, no tendrían ninguna posibilidad. Buscó con la mirada a su alrededor, desesperado, pero no encontró nada que pudieran usar.
—¿Os estáis escondiendo? —preguntó Ania, que se acercaba entre los hierbajos del campo sin demasiada preocupación—. Me vais a romper el corazón.
—¿Tienes algún plan? —preguntó Axel, por su parte—. ¡Porque es un buen momento para decirlo!
—¡Pues claro que no tengo un plan! ¡Hasta hace un momento, ni siquiera tenía ganas de vivir!
—Maldita sea, Brendan.
—Oh, ¿tienes tú alguno?
—¡No!
—¡ENTONCES, NO TE QUEJES!
Pareció que Axel iba a replicar, pero los coches tras los que ambos se ocultaban empezaron a vibrar y, apenas un segundo más tarde, se apartaron para dejarlos frente a frente con Ania, que había extendido los brazos. En cuanto consideró que los vehículos estaban lo suficientemente apartados, volvió a bajarlos y esbozó una sonrisa.
—Así mejor.
—¿Qué te ha ofrecido el loco ese? —Axel intentó ganar tiempo de una forma muy torpe. De hecho, le temblaba la voz. Y probablemente el cuerpo entero. Era difícil tomárselo en serio—. Sea lo que sea, seguro que nosotros podemos mejorar la oferta.
—Oh, ¿en serio? ¿Puedes darme más cosas de las que podría darme un hechicero? No me hagas reír, Axel. Lo único que podrías ofrecerme es tu arma y, por lo que veo, ni siquiera la llevas encima.
—Pero yo sí —intervino Brendan, que acababa de apuntarla.
Ania se giró hacia él con una sonrisa, pero Brendan no se movió.
—Oh, cariño... baja eso antes de que te hagas daño.
—Vete de aquí —Brendan quitó el seguro—, y quizá no te haga daño a ti.
—Vamos, chicos —seguía intentándolo Axel—. ¡Nos hemos criado juntos! ¿Es que soy el único que se acuerda? ¡Éramos amigos inseparables!
—¿Inseparables? —Ania casi se echó a reír—. Por favor, Axel... Lo único que nos unía era que los demás ya habían hecho un grupito sin nosotros en el que no nos aceptaban.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Brendan—. ¿Matarnos? ¿Te ves capaz de hacerlo?
Lo cierto era que él no estaba seguro. Por una parte, la nueva Ania parecía capaz de matar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Por otra... De alguna forma, seguía viendo a la chica que había conocido en sus años de adolescencia. Y ella estaba ahí dentro. No lo presentía, sino que lo sabía. Por mucho que lo negara, aquel era su punto débil.
Además, ¿qué demonios? ¿Cuántos años había pasado Brendan con ella? Quizá Ania le había manipulado cientos de veces, pero eso no quería decir que él no la conociera igual de bien. Durante todos los años que la había creído muerta, había rememorado cada recuerdo que tenía con ella. ¿Quién iba a pensar que podría resultar tan útil?
—Ania —siguió, aprovechando que ella no había respondido a su anterior pregunta—. Ania, mírame. Tú no eres esta persona. No sé qué ha pasado estos años, pero sé que recuerdas cómo eran las cosas. Y que desearías volver a esa época.
Ania se giró hacia él con los ojos entrecerrados, como si intentara adivinar sus intenciones. Seguía teniendo las manos preparadas para lanzar un hechizo y, aunque una distancia de casi diez metros los separaba, Brendan sabía que podría acabar con ellos. Tenían que seguir haciéndola dudar.
—No podemos volver a esa época —replicó ella frívolamente—. Y, aunque pudiéramos, no cambiaría nada de lo que me ha pasado en todo este tiempo. Soy lo que soy gracias a ello.
—¿Y te sientes orgullosa de lo que eres ahora?
Brendan llegó a pensar que había sido demasiado agresivo, pero al verla dudar supo que había usado el tono perfecto.
—Mírate —comentó ella, forzando una sonrisa—, te has vuelto todo un manipulador, Brendan. ¿Quién lo diría?
—No te estoy manipulando, solo te digo que...
—¿Así es como os embaucó a ti y a la otra chica? —preguntó Ania a Axel, ignorándolo—. ¿Cómo se llama? Ah, sí, Margo. ¿No se ha aprovechado también de vosotros dos, Axel? Es justo lo que me está haciendo a mí ahora mismo, ¿te das cuenta?
El aludido intercambió una mirada entre ambos, confuso, y Brendan estuvo a punto de soltar una palabrota.
—Axel, no la escuches —advirtió.
—¿Lo ves, Axel? Intenta callarme porque sabe que tengo razón. Y tú también. Es un manipulador. ¿Alguna vez le ha importado lo que tú sientes?
—¡Axel, no la escuches! —repitió Brendan, todavía apuntando a Ania.
Axel, sin embargo, seguía sin parecer muy seguro. La postura defensiva que había adoptado al mover el coche se había quedado olvidada. En esos momentos, simplemente los miraba como si no supiera cómo reaccionar ante ninguno.
—Podrías haber tenido una oportunidad con nosotros —siguió Ania en voz baja. Le hablaba como si, en el fondo, sintiera lástima por él—. Pero... tuviste que echarlo todo por la borda por él. Porque lo hiciste por él, ¿verdad? Te cambiaste de bando solo por Brendan y Bex. Pero como Bex ya no está...
—Cállate —siseó Axel, dando un paso atrás. Le temblaba todo el cuerpo.
—Si Brendan hubiera dejado que el cachorrito muriera, si no se hubiera empeñado en ocultarla todos aquellos meses... ninguno habría muerto.
—Tu jefe fue quien la mató —le recordó Brendan, furioso.
—¿Y habría ido mi jefe a por ella si no hubiera sido por el cachorrito? Lo dudo mucho, Axel. Al final, todo se reduce a lo mismo. Ellos te han arruinado la vida y lo sabes. Pero con nosotros todavía podrías tener una oportunidad. Hazlo por Bex.
—No. —Axel parecía estar a punto de desmayarse. Solo podía retroceder y negar con la cabeza—. No hables de Bex. Déjame en paz.
—Pues claro que hablo de Bex, ¿o quieres que pase por alto que ha muerto porque estaba en el lado equivocado de la pelea?
—¡Deja de hablar de...!
El disparo de Brendan lo calló de golpe. Lo había hecho sin pensar, movido por la impulsividad del momento, y había conseguido acaparar toda la atención de aquel reducido grupo. Especialmente cuando la bala se incrustó en el muslo de Ania y la herida empezó a sangrar.
Caleb
—¿Vamos a morir? —no dejaba de susurrar Daniela—. Vamos a morir, ¿verdad? A mí no me mientas. Prefiero saberlo. No entraré en pánico si lo confirmas. Bueno, igual un poco sí. Pero no pasa nada. Prefiero saber la verd...
Caleb, con una mueca de hastío, le colocó una mano encima de la boca para callarla y se asomó de nuevo para mirar a los demás.
—No vamos a morir —le dijo en voz baja—. Pero para ello voy a necesitar que te calles un rato.
Los que habían entrado en la fábrica eran claramente los empleados de Doyle. Le resultaban familiares. Quizá habían estado presentes cuando Iver... No. No podía pensar en aquello. Y menos en una situación como esa.
—Revisad el vestíbulo —dijo Doyle en ese momento. No parecía muy preocupado. Quizá no creyera del todo que fueran a estar allí—. En cuanto comprobéis que todo está bien, pasamos a la siguiente sala.
Sus hombres asintieron y Caleb tiró de Daniela para ocultarla mejor. Por suerte, estaban empezando por el orden opuesto de las columnas. Tenían, como máximo, dos minutos para pensar un plan.
Una opción era ir a por Doyle directamente. Se había quedado aislado en medio del vestíbulo. Podría agarrarlo. Cuando los otros se giraran, lo usaría de escudo para protegerse. Pero para todo ello necesitaba darse más prisa que Doyle, y dudaba poder alcanzarlo antes de que él apretara el gatillo de la escopeta que transportaba.
No. Tenía que pensar en algo más.
Miró a sus dos compañeros. Estaban lo suficientemente lejos como para intentar atraparlos por separado, pero tendría que ser muy rápido. Si alguno emitía un solo sonido, Caleb y Daniela estarían perdidos. Los revisó con la mirada. Ambos llevaban una pistola en la mano. Si podía acabar con uno, podría robarle el arma.
—Ya se me ha ocurrido un plan —le dijo a Daniela en voz baja.
Ella, que seguía pegada a la columna con cara de horror, se giró para mirarlo.
—¿Tengo que hacer algo?
—Sí.
Caleb se aseguró de que nadie estaba viéndolo y agarró un puñado de piedrecitas del suelo ruinoso del vestíbulo. Daniela las aceptó con una expresión bastante confusa.
—Necesito que las lances al otro lado del vestíbulo en cuanto yo llegue a la última columna. Después, escóndete bien.
No esperó a que le dijera que iba a hacerlo o a que Daniela estuviera de acuerdo. De hecho, vio que se quedaba todavía más horrorizada cuando la dejó sola. Pero no le quedaba ninguna otra alternativa.
Tras asegurarse de que Doyle no prestaba atención a su zona, Caleb se acercó rápidamente a la siguiente columna y echó una ojeada al hombre a por el que iba. No era muy grande, llevaba puesto un chaleco antibalas y no dejaba de repiquetear un dedo contra la culata de la pistola. Estaba nervioso.
Siguió acercándose sin hacer un solo ruido, moviéndose solo cuando los demás no le prestaban atención. El hombre al que se dirigía se había asomado tras uno de los antiguos muebles de recepción y suspiraba como si se estuviera aburriendo. Caleb lo aprovechó para colarse tras la última columna, justo a su lado.
Con una eficiencia sorprendente, nada más tocar la columna escuchó que Daniela cumplía con su parte a la perfección. Las piedrecitas chocaron con el lado opuesto del vestíbulo y emitieron un débil sonido bastante parecido al que haría alguien al pisar grava. Todos se giraron hacia él a la vez, dándole la espalda a Caleb y al guardia al que se había acercado, que lo vio al instante.
Él abrió la boca para hablar, pero Caleb fue más rápido. Le rodeó el cuello con un brazo desde atrás y tiró con fuerza hacia abajo, forzándole a dejar las piernas muertas en el suelo. Echando una ojeada tras él y asegurándose de que los demás no me habían escuchado nada, Caleb retrocedió todavía ahogando al hombre con un brazo y se pegó a la columna para ocultarse bien. En cuanto se aseguró de que no iban a verlos, apretó los dientes y dio un tirón con el brazo hacia un lado. El hombre emitió un sonido contra su mano y, después, su cuerpo quedó inerte. Caleb no lo miró a la cara cuando volvió a dejarlo en el suelo y le robó el arma.
El problema surgió cuando, justo cuando iba a dejar el cadáver en el suelo, una de sus manos inertes chocó contra el suelo.
El sonido fue suave, pero en un vestíbulo con aquella acústica y en un silencio tan absoluto, era imposible que no lo escucharan.
Caleb recogió la pistola a toda velocidad y se pegó a la columna. Casi al instante, una bala se incrustó en el suelo, justo donde él había estado unos instantes atrás. Contuvo la respiración sin darse cuenta.
—Mira a quién hemos encontrado —comentó Doyle, y escuchó que quitaba el seguro a la escopeta.
Victoria
—Sigo creyendo que esto no es una buena idea —comentó Lambert tras ella.
Victoria iba tan acelerada que lo ignoró completamente. Recorría las calles que había estado atravesando durante años como si fuera la primera vez que lo hacía. De hecho, ya no se sentía bienvenida en ellas.
—No me gustan los callejones oscuros —añadió Lambert—. Me dan miedo.
—¿Es una broma? ¡Los dos tenemos habilidades!
—¿Y qué? ¿Eso me quita la capacidad de sentir miedo, lista?
Victoria se giró para replicar, pero no encontró a nadie tras ella. Miró a su alrededor, confusa, hasta que bajó la mirada y se encontró a un gato rojizo mirándola con mala cara.
—¿Otra vez? —protestó.
—Miau...
—Sigue andando y deja de maullar.
Bigotitos —¿o Lambert? ¿Cómo demonios tenía que llamarlo?— la siguió silenciosamente, con sus patitas peluditas y silenciosas pisando junto a sus viejas zapatillas llenas de manchas de varios días. Victoria siguió recorriendo los callejones hasta llegar a la calle principal. Desde ahí, sería sencillo llegar a su antigua casa.
Al pasar junto a un viejo cine, no pudo evitar echar una ojeada al estreno de esa noche. Una gran masa de gente hacía cola para acceder a él. Y pudo entenderlo enseguida. Era la nueva de los x-men.
—Tiene que ser una broma —le dijo a Bigotitos en voz baja.
Él se limitó a echarle una ojeada curiosa a la gente y seguir correteando a su lado.
Sin embargo, justo cuando Victoria iba a pasar junto al siguiente edificio, escuchó una voz tras ella:
—¿Eres tú?
Se detuvo solo para intentar analizar aquella voz. Era de chica. ¿Quién era? No le resultaba familiar. Girándose con confusión, se encontró a un grupo de tres chicas mirándola fijamente. Parecían más jóvenes que ella. Y, desde luego, no las había visto en su vida.
—¿Yo? —preguntó, señalándose a sí misma.
Y entonces se dio cuenta de que una de las chicas le enseñaba la pantalla de su móvil. En ella, se veía el vídeo de Victoria usando su habilidad con los chicos del callejón.
Oh, oh.
—No —se apresuró a decir—. No soy yo, lo siento.
Sin embargo, al darse la vuelta, se encontró de frente con un grupo de chicos que le preguntaban lo mismo. Se giró hacia Lambert en busca de apoyo, pero él se había quedado oculto por toda la gente del estreno, que se acercaba a ella con curiosidad o agitando su móvil para hacerse una foto.
Victoria intentó retroceder, un poco intimidada, y chocó de espaldas con un grupo nuevo. De pronto, mucha gente la rodeaba. Y todos lo hablaban a la vez. Intentó entender a alguien, pero sus voces se sobreponían unas sobre otras y entender nada era casi imposible. Volvió a moverse, agobiada, y alguien le agitó el brazo. Otra persona le hablaba delante de la cara. Otra le sacudía el hombro para que se diera la vuelta. Otra le agitaba el móvil para que viera el vídeo. Otra intentaba hacerse fotos con ella. Y todos, absolutamente todos, la empujaban de un lado a otro.
—¡No soy ella! —gritaba Victoria, intentando salir—. ¡No lo soy, dejadme en paz!
Pero no la dejaban tranquila. El agobio empezó a aumentar. Con la vista perdida por la gente, un dolor muy familiar empezó. Oh, no. Se llevó una mano a la cabeza. No en aquel momento, por favor. Trató de calmarse desesperadamente, pero era incapaz de controlarse. Una sensación cálida ya le recorría el cuerpo, y el dolor de cabeza cada vez se hacía peor. Se pasó las manos por la cara con fuerza y, cuando vio que la gente empezaba a asustarse, supo que sus ojos se habían vuelto negros. Oh, no, por favor... Azul. Tenía que pensar en azul. El mar, el cielo... Cerró los ojos con fuerza, intentando controlarse.
Y, de repente, un miau acudió en su rescate.
Abrió los ojos de golpe, sorprendida, cuando escuchó que la gente soltaba pequeños chillidos y se apartaba para hacerle un pasillo a un gato rojizo que se abría paso a zarpazos. Una chica intentó darle una patada, irritada, y Bigotitos le dio un mordisco en el tobillo. Aquello fue suficiente para que algunos se apartaran, asustados, y Victoria aprovechó el momento para sujetarlo en brazos y salir corriendo con él.
—¡Eso ha estado genial! —le aseguró, todavía intentando recuperarse.
Corrió calle arriba, dejando atrás a la masa de gente y con Lambert todavía bajo el brazo. ¡Habían conseguido eludirlos! Ya ni siquiera podía verlos cuando soltó una carcajada entusiasmada.
Apenas lo había hecho cuando el peso bajo su brazo se multiplicó. Perdió el equilibrio de golpe y cayó al suelo, alarmada. Tumbado a su lado, ya no había un gato. Había un chico pelirrojo. La miró con una mueca de disculpa.
—Perdón. Sigo nervioso.
Margo
Al quinto intento, empezó a darse por vencida.
—No son las llaves de esta puerta.
Kyran, que había estado ignorándolos porque había encontrado un hilo suelto en su disfraz de Batman y no dejaba de corretear tirando de él, se había equivocado de llaves.
Margo seguía de rodillas junto a la puerta. Había hurgado en el picaporte con cada posible llave, pero ninguna había funcionado. Tuvo que contenerse para no soltar una palabrota delante del niño. Sawyer había permanecido de pie a su lado, pero clavó una rodilla en el suelo para quitarle las llaves y revisarlas con la mirada.
—No, no son de aquí —confirmó.
—Vaya, gracias. No sé cómo no me había dado cuenta.
—Pero me resultan familiares —continuó, ignorándola—. Las he visto en alguna parte.
Y se puso a intentar recordarlo, pero no tenían tanto tiempo como para perderlo en ello.
—¿Alguna otra idea sobre cómo salir? —preguntó ella.
Sawyer se guardó las llaves en el bolsillo, pensativo.
—Unas cuantas. Cada una peor que la anterior.
Bueno, eso no era un gran consuelo.
Sawyer se incorporó de nuevo, así que ella lo imitó al instante. Parecía estar analizando sus posibilidades.
—Si nos ha dejado aquí, es porque él está aquí —empezó, y estaba claro que hablaba de su abuelo. Parecía hablar más consigo mismo que con ellos—. Nos ha dejado vivos porque somos humanos y no suponemos una amenaza. Cuando elimine a los demás, probablemente nos deje escapar.
—Pero no vamos a esperar a que pase eso —aclaró Margo.
Sawyer siguió ignorándola. Parecía sumido en su propio mundo.
—¿Para qué querría él estar aquí? —musitó—. No puede ser su escondite, es demasiado obvio, además...
—Está aquí porque Victoria lo citó aquí.
Él por fin levantó la cabeza y la miró. Para sorprendido.
—¿Eh?
—Pensaron que Doyle trabajaba para ti, así que Victoria usó su habilidad para decirle que mañana estaríamos aquí. Así podríamos pillarte con la guardia baja. Sucedió mientras tú me tenías secuestrada.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Dani me lo cuenta todo.
—Ah.
Sawyer asintió con la cabeza, reflexionando sobre ello.
—Pues está claro que quiere que vengan. Quizá tú y yo solo somos el cebo.
—Si escapamos rápido, no tienen por qué venir —insistió ella—. ¿Tienes algún plan que no equivalga una muerte segura?
Sawyer asintió con la cabeza y la apartó con el brazo. Margo retrocedió hasta llegar junto a Kyran, que seguía arrancando su hilo. Hizo que lo soltara con un golpecito en la mano y rompió el hilo, a lo que él pareció satisfecho.
—¿Es que quieres quedarte sin disfraz? —preguntó ella—. Si tienes hilos sueltos, avísame. No tires de ellos.
—Lo sieto, Madgo...
Ella quiso responder, pero cuando escuchó los golpes en la puerta lo escondió por instinto tras su espalda. Sawyer no dejaba de aporrearla con un puño. ¿Qué demonios...?
—Ya vale —escucharon la voz del guardia tras la puerta—. ¿Se puede saber qué queréis?
—Quiero hablar con mi abuelo —le dijo Sawyer.
—Eso no va a ser posible.
—¿Ni siquiera cuando sepa que la chica que habéis encerrado conmigo no deja de sangrar?
Margo dio un brinco, sobresaltada. Kyran, mientras tanto, se había vuelto invisible, aunque seguía pudiendo tocarlo tras ella.
—¿Sangrar? —repitió el guardia.
—Sí —insistió Sawyer, todo seguridad—. Si no te lo crees, abre la puerta y compruébalo tú mismo.
Margo estuvo a punto de retroceder cuando alguien abrió la puerta desde el otro lado. Sawyer se apartó para dejar paso al guardia, que entró con una pistola en la mano. Apuntó directamente a Sawyer, haciéndolo retroceder.
—Ni un movimiento brusco —advirtió.
Sawyer se limitó a quedarse quieto. Mientras, el guardia volvió a girarse hacia Margo. La revisó con la mirada muy concienzudamente, pero no pareció encontrar nada destacable.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Dónde está?
—En la pierna. ¿Es que no la ves?
El guardia dudó, intercambiando una mirada entre ambos. Al final, hizo un gesto impaciente a Margo.
—Acércate. Y despacio.
Margo dudó. ¿Qué se suponía que iba a enseñarle? Aún así, decidió mantener su confianza y cojeó hacia el guardia muy lentamente. Cuando se detuvo a su lado, le enseñó una de las piernas. El hombre se inclinó hacia delante para revisársela.
—¿Dónde...?
Casi al instante en que bajó la pistola, Sawyer le dio una patada en la muñeca que mandó el arma al otro lado de la pequeña salita. El guardia intentó incorporarse, sorprendido, pero él fue más rápido. De pronto, le estaba pellizcando un punto muy específico del cuello. El guardia se sacudió, alterado, pero entonces su cara se puso roja y cayó desmayado al suelo.
Margo y Kyran, mientras tanto, miraban con los ojos muy abiertos.
—Honestamente, pensé que nos pegaría un tiro a alguno —admitió Sawyer, tan tranquilo—. Ha habido suerte.
—¡¿Se supone que eso tiene que tranquilizarnos?!
—No.
Margo suspiró y se agachó para revisar el cinturón del guardia. A parte de unas esposas, una linterna y unas llaves, no había gran cosa más. Ninguna arma a parte de la que llevaba Sawyer en la mano.
—¿Nos vamos o qué? —preguntó él.
—¡Sí! —exclamó Kyran felizmente.
Fue el primero en salir de la pequeña sala. Ya en el pasillo, Margo miró a ambos lados con cierta inseguridad. No parecía haber nadie, pero no se fiaba del todo. Era imposible que solo hubiera un guardia. Los demás estarían a la vuelta de la esquina.
—¿Dónde está la salida? —preguntó.
—Hay una trampilla para escapar —murmuró Sawyer al tiempo que comprobaba cuántas balas le quedaban a la pistola—. Hay que recorrer este pasillo hacia la izquierda, entrar en la segunda puerta a la derecha, llegar al final del otro pasillo y meterse en la última sala.
—Izquierda, segunda puerta derecha, final del pasillo y última sala... vale, lo tengo. Vámonos.
Antes de que pudiera seguir andando, Sawyer la detuvo de la muñeca. Parecía casi divertido.
—No pensarás que es tan fácil, ¿no? Mi abuelo sabe perfectamente que esa salida existe. No es tan idiota como para dejarla desprotegida.
—No pasa nada. Kyran puede salir siendo invisible. Y nosotros ya nos apañaremos para...
—No —replicó él, sacudiendo la cabeza—. Esa salida tiene incrustaciones de obsidiana. En cuanto la cruce, volverá a ser visible. Y es un mestizo. Si pasa tan cerca de tanta obsidiana, el dolor de cabeza será tan insoportable que se desmayará.
Aquello sí la hizo dudar. Mientras Sawyer miraba a su alrededor con aire pensativo, Margo echó una ojeada dubitativa a Kyran. Ya volvía a jugar con su hilito suelto.
—¿Y cómo sabes eso? —preguntó finalmente.
—Porque lo de las incrustaciones fue idea mía. Nunca lo puse en práctica, pero mi abuelo decidió probarlo cuando tus amigos escaparon de aquí la última vez. —Sawyer sonrió con cierta ironía—. Para una buena idea que tengo, y termina volviéndose en mi contra.
Margo, de nuevo, se contuvo para no soltar una palabrota delante de Kyran. Hicieran lo que hicieran, no podían quedarse ahí plantados esperando a que apareciera un guardia y los viera. Tenían que moverse hacia un lado o hacia otro. Y ella seguía viendo más segura la trampilla que la salida principal. Quizá podrían distraer al guardia mientras Kyran escapaba y luego...
—Ya sé de qué son estas llaves —murmuró Sawyer de repente.
Margo volvió a mirarlo, confusa.
—¿Qué llaves?
—Las que ha traído el crío. —Sawyer las apretó entre sus dedos antes de girarse hacia Kyran—. ¿De dónde las has sacado?
—Un guadia malo taba al lao de unas ecalera.
—¿Unas escaleras que iban al piso inferior?
Kyran asintió.
—¿Y qué pasa con ello? —preguntó Margo—. ¿Es otra salida?
—No. Ni de lejos.
—¿Entonces?
—Es... el sistema de seguridad del búnker.
Ella permaneció en silencio, esperando que siguiera, pero no lo hacía.
—¿Podríamos desactivar lo de la obsidiana o algo así?
—Es complicado... Está más bien pensado para situaciones extremas. Por si alguna vez necesitaba deshacerme de pruebas o escapar. Es un panel de autodestrucción del búnker entero.
Margo frunció un poco el ceño, confusa.
—¿Y en qué podría ayudarnos destruir el búnker?
—Si alguien activa el panel de autodestrucción, las luces se apagan y se vuelven rojas. Es el sistema de emergencia. Apaga automáticamente todas las defensas, así que... sí, desactivaría lo de la trampilla. Y el crío podría hacerse invisible contigo. Podríais escapar sin que os vieran. Pero solo tendríais cinco minutos, hay que ser rápidos.
Todo aquel razonamiento estaba muy bien, pero Margo empezó a desconfiar en cuanto se dio cuenta de lo que le faltaba.
—¿Nos escapamos? —repitió—. ¿Kyran y yo? ¿Y tú qué?
Sawyer ni siquiera se inmutó.
—Alguien tiene que activar el panel.
Hubo un instante de silencio en el que incluso Kyran pareció confuso. Margo dio un paso hacia Sawyer.
—¿Y después? ¿Subirías corriendo para escapar con nosotros?
—¿Hacer todo este recorrido repleto de guardias en menos de cinco minutos? Imposible.
—Entonces, ¿qué? ¿Te quedarás abajo?
—Sí.
—Pero... si el búnker explota...
De nuevo, él ni siquiera se inmutó. Si tenía miedo, no lo demostró en ningún momento.
—Podrías intentarlo de todas formas —insistió ella, empezando a ponerse nerviosa—. ¡Si te das la prisa suficiente, podrías escapar con nosotros!
—Y, si me pillan, sabrán que vosotros intentáis escapar y nos atraparán a todos.
—Maldita sea...
—¿En qué te afecta que me muera? —preguntó Sawyer, enarcando una ceja—. Lo que quieres es que se salve el niño, ¿no? Pues es lo que estoy intentando.
Margo miró a Kyran, que parecía indeciso. Estaba claro que no entendía del todo bien lo que estaba pasando. Pero Sawyer no estaba equivocado. Después de todo, su principal prioridad sí que era salvar al pobre Kyran.
Tras dudar unos segundos, se giró hacia Sawyer con expresión apenada.
—Yo... lo siento...
—No te sientas culpable, pelirroja. Estás haciendo lo mejor para todos.
Margo agachó a cabeza y asintió sin ser capaz de mirarlo. Sawyer se limitó a respirar hondo y empezar a darse la vuelta.
—Será mejor que nos separemos ya —replicó—. Ve con el crío hacia la trampilla y, en cuanto veáis las luces rojas, salid de aquí. Será bastante rápido. Buena suerte.
No dijo nada más. Simplemente, se dio la vuelta y empezó a alejarse de ellos con la pistola en la mano.
—Espera —se escuchó decir Margo a sí misma.
Se detuvo y la miró por encima del hombro. Ella, por su parte, miró un momento a Kyran antes de avanzar hacia Sawyer.
—Gracias por hacer esto —le dijo en voz baja cuando estuvo delante de él.
Sawyer intentó disimularlo con una sonrisa burlona, pero estaba claro que su expresión se había suavizado.
—Alguien tenía que hacerlo.
—Y lo has hecho tú. Por eso te doy las gracias.
Y, sin necesidad de añadir nada más, le sujetó la nuca con una mano y lo atrajo para besarlo en la boca.
Sawyer se tensó de pies a cabeza al instante, pero no se apartó de ella. Y eso que Margo ni siquiera intentó besarlo con intensidad. Se limitó a presionar los labios sobre los suyos y a apretar los dedos en su nuca. Un nudo de nervios se instaló en la parte baja de su estómago cuando él empezó a inclinarse hacia delante y levantó las manos para sujetarla.
Y, sin embargo, se detuvo de golpe cuando escuchó el pequeño click.
Sawyer echó la cabeza hacia atrás lentamente y la miró con el ceño fruncido. Parecía enfadado. Y ni siquiera necesitó bajar la mirada para saber que Margo había usado las esposas del guardia para esposar su muñeca a la de él.
—Si quieres seguir adelante con tu plan suicida sin intentar escapar, tendrás que arrastrarme contigo —le dijo ella en voz baja.
Aquello pareció cabrearlo todavía más, pero Margo no se quedó para enfrentarlo. De hecho, se dio la vuelta y se agachó junto a Kyran para sujetarle la cara con la mano libre.
—Kyran, cariño, tienes que seguir este pasillo hasta llegar a la segunda puerta de este lado y luego seguir andando hasta encontrar otra puerta. En la pared habrá una pequeña salidita. Tienes que quedarte al lado durante un rato sin que nadie te vea. En cuanto las luces se pongas rojas, tienes que salir y esperarnos, ¿vale?
Quizá Kyran fuera un niño, pero sabía perfectamente lo que hacía y lo que no. Por eso, cuando asintió, Margo no tuvo ninguna duda de que la había entendido a la perfección.
—Tú tamién tiene que escapate —replicó Kyran, sin embargo.
—Lo intentaré, te lo prometo. Si nosotros no aparecemos, ¿sabes dónde tienes que ir?
—A la atigua casa de ma-á o a la atigua casa de Madgo.
—Exacto. ¡Qué listo eres! —Margo sonrió y le dio un beso en la mejilla—. Vamos, Kyran. Te prometo que nos volveremos a ver fuera de aquí. ¡Date prisa!
El niño dudó un momento antes de asentir, ajustarse el antifaz de Batman y volverse invisible. Escucharon sus pasitos alejándose en dirección correcta. Margo soltó un suspiro de alivio. Aunque parte de ese alivio se esfumó en cuanto se dio la vuelta y vio que Sawyer seguía pareciendo furioso.
—Estás cometiendo una idiotez —aclaró.
—Bueno, y tú eres un idiota y no me quejo. ¿Vamos a activar ese panel o qué?
Caleb
—¿Por qué no sales? —sugirió Doyle, y Caleb sabía perfectamente que tanto él como su compinche estaban apuntando a su escondite—. Vamos, no seas cobarde, chico.
Caleb no dijo nada. Se contentó con comprobar cuántas balas quedaban en el cargador. Nueve balas. Más que suficiente.
—¿No dices nada? —continuó Doyle—. ¿Has aparecido aquí solo? ¿Tienes algún amiguito contigo, Kéléb?
Caleb echó una ojeada silenciosa a la zona donde Daniela permanecía escondida. Había escogido colocarse tras el mostrador. Y no había hecho un solo ruido. Mientras quitaba el seguro a la pistola intentando ser silencioso, trató de escuchar los pasos de las dos personas que tenía que matar, pero, con la obsidiana encima, era imposible.
Doyle disparó la escopeta al aire. El techo emitió un crujido y una nube de polvo se instaló en el ambiente. Pero también consiguió precisamente lo que quería; que Daniela soltara un pequeño grito ahogado.
Oh, mierda...
—Ahí está la otra —sonrió Doyle.
Justo cuando ellos empezaban a avanzar hacia el mostrador de Daniela, Caleb ya no pudo aguantarse más y salió de su escondite para apuntar a Doyle con la pistola. Tanto él como su compañero se giraron en su dirección a la vez, apuntándolo con una pistola y una escopeta.
—Por fin sales a saludarnos, chico.
—Sí, yo también me alegro de verte, Goyle.
Él enrojeció al instante.
—¡Goyle es del de Harry Potter, yo soy...!
—...un verdadero idiota que cree que un trozo de piedra será suficiente para matarme.
Caleb lo había dicho con voz suave, pero la amenaza había hecho que el de la pistola se tensara. En cuanto hizo un ademán de acercarse, Caleb giró el brazo para apuntarlo a él. Se detuvo al instante.
—Deja de hacer el idiota —replicó Doyle—. Suelta la pistola y, a lo mejor, dejaremos que tu amiguita humana se marche de aquí con vida.
Estaba claro que era mentira. Caleb ni siquiera se molestó en fingir que se lo creía. Se limitó a seguir apuntando al de la pistola mientras mantenía la mirada sobre Doyle.
—Vamos —insistió él—, suelta la pistola, chico. No hagas una tontería.
Un suave sonido hizo que Caleb estuviera a punto de girar la cabeza hacia Daniela, pero se contuvo a tiempo y fingió que no había oído nada.
—¿Por qué no sueltas tú la escopeta? —sugirió.
—Porque los dos sabemos que me dispararías.
—Lo mismo podría decirte.
—Tú tienes menos posibilidades de sobrevivir a esto. Estoy siendo justo y te doy una oportunidad.
—No quiero tu oportunidad, gracias.
Y, nada más decirlo, Daniela se lanzó como un puma encima de la espalda de Doyle, que no se giró a tiempo para impedírselo. Caleb vio, patidifuso, que Daniela empezaba a golpearle a toda velocidad la cabeza a toda con una grapadora. Doyle estaba tan sorprendido que perdió el equilibrio.
Caleb, por su parte, aprovechó el momento para dispararle al otro hombre. Le acertó de lleno en el pecho. Tras eso, levantó la pistola para apuntar a Doyle justo cuando él conseguía quitarse a Daniela de encima. La pobre soltó un chillido cuando salió volando varios metros atrás y aterrizó de malas maneras en el suelo.
Doyle trató de hacer un movimiento brusco para agacharse y recoger la escopeta que se le había caído, pero en cuanto escuchó el suave murmullo de la pistola de Caleb sin el seguro, se detuvo de golpe.
—¿Y ahora qué? —le preguntó Caleb, enarcando una ceja—. ¿Quién tiene menos posibilidades de sobrevivir a esto?
Doyle, lejos de intimidarse, empezó a reírse y a negar con la cabeza.
—Pues mátame. ¿Crees que eso cambiará algo? Todos tus amigos seguirán estando en peligro y Barislav os seguirá persiguiendo hasta que acabe con todos vosotros. Mi muerte no significará nada. Adelante, aprieta el gatillo. Si es que tienes el valor de hacerlo.
Caleb, definitivamente, tenía el valor de hacerlo. Se acercó y le colocó la punta de la pistola en la frente. Doyle tragó saliva.
—Mátame, vamos —insistió—. Y de un tiro en la frente, justo como hice con tu amiguito. ¿Te acuerdas?
Caleb, que hasta ese momento había deseado apretar el gatillo, se paralizó de golpe y sintió que su corazón dejaba de latir. Doyle sonrió al darse cuenta.
—Sí, claro que te acuerdas. ¿Cómo se llamaba? ¿Iver? Oh, el pobre... tan joven... Tenía una gran vida por delante, pero, en lugar de vivirla, terminó muriendo en un búnker oscuro, rodeado de extraños. Y todo por salvar a su hermana, que ahora también está muerta. Todo lo que hizo fue en vano.
—Cállate —masculló Caleb, furioso.
—¿Crees que pensó en ti justo antes de morir? Erais como hermanos, ¿verdad? Me apuesto lo que sea a que tenía la esperanza de que lo salvaras, pero te quedaste ahí plantado mientras le volaba el cráneo. Y murió sabiendo que no hiciste nada para ayudarle. Murió como un cobarde, suplicando por su vida.
—No murió suplicando nada —dijo Caleb entre dientes. Temblaba de pies a cabeza—. Pero te puedo asegurar que tú lo harás.
Ahí sí que vio a Doyle dudando. Caleb soltó la pistola, olvidándose completamente de ella, y agarró a Doyle del cuello de la camiseta para lanzarlo al suelo. Él intentó moverse nada más tocarlo, pero fue demasiado tarde. Caleb ya estaba de rodillas sobre él, lanzándole el primer puñetazo a la cara.
De pronto, le daba igual matarlo rápido o no. De hecho, quería que sufriera. Quería que suplicara que terminara con él o lo dejara en paz, justo como él había acusado falsamente a Iver de hacer. Le dio otro puñetazo. Con fuerza. De hecho, se dejó los nudillos enrojecidos y solo llevaba dos golpes. Doyle intentó moverse, pero lo agarró del cuello de la camiseta y volvió a golpearlo.
No sabía cuántos golpes llevaba. De pronto, estaba pagando todas y cada una de sus frustraciones con él. Y no podía dejar de golpearlo. Había perdido el control de su propio cuerpo. Siguió golpeando. Y golpeando. En algún momento le pareció escuchar las súplicas de Doyle, sus lloriqueos desesperados, pero habían terminado. Y, pese a que ya ni siquiera podía sentir sus manos, no se detuvo.
Hasta que, de pronto, notó que Doyle le clavaba la pistola en el pecho. Caleb se detuvo a mitad de camino de un puñetazo y se quedó mirando su cara ensangrentada y amoratada. Apenas podía verle los ojos por la hinchazón, pero sí pudo divisar un deje divertido en ellos.
—Apártate o te vuelo el pecho —advirtió Doyle con voz rasposa, como si apenas pudiera mover la boca.
Caleb tenía tanta adrenalina acumulada que tardó unos segundos en reaccionar. Para cuando se apartó, le temblaba el cuerpo de arriba a abajo. Apenas podía moverse. Miró su mano. Tenía los nudillos en carne viva. Doyle se apartó dificultosamente de él y se puso de pie. Las rodillas le temblaban al apuntar a Caleb en la cabeza.
—Hasta nunca, Kéléb —siseó.
Caleb seguía tan acelerado que, cuando escuchó el disparo, se limitó a parpadear y dar un respingo. Sin embargo, ninguna bala llegó a matarlo. Fue Doyle quien cayó a su lado. O más bien su cuerpo, porque su cabeza había quedado hecha una masa uniforme y asquerosa que se había extendido por todo el suelo del vestíbulo.
Daniela, todavía con la escopeta en las manos, tragó saliva con dificultad sin despegar los ojos del hombre al que acababa de reventar la cabeza.
—Esto es por Iver —masculló.
Caleb no pudo evitar una sonrisa estupefacta cuando ella dejó la escopeta en el suelo y trató de calmarse a sí misma.
—Eso ha sido bastante impresionante —le aseguró.
Dani se limitó a hacerse la dura.
—Pensé que esto de matar a gente sería más traumático, pero la verdad es que no me arrepiento de nada. Que se joda.
Caleb hizo algo que muy pocas veces hacía; soltar una carcajada. Daniela la siguió, más fruto de los nervios que nada más. Y, rodeados de un vestíbulo lleno de sangre, empezaron a reírse los dos.
Al menos, hasta que se volvió a escuchar un disparo.
Caleb giró la cabeza al instante hacia el segundo hombre que había creído matar. Con una herida en el pecho, se había levantado sobre un codo para disparar una última vez. Automáticamente, Caleb se estiró para alcanzar su pistola y le disparó en la cabeza, matándolo del todo.
—Mierda —soltó, girándose hacia Daniela—, ¿estás bi...?
Se quedó mudo en cuanto vio que Daniela, ahora pálida, subía lentamente las manos temblorosas hasta sus costillas, donde la mancha de sangre iba haciéndose cada vez más grande.
Dani, sin decir nada, levantó la mirada hacia él. Parecía asustada, pero no dijo nada. Sus rodillas fallaron y cayó a un lado, sin poder sostenerse. Caleb corrió para sujetarla justo antes de que tocara al suelo. Le sostuvo la cabeza con una mano mientras con la otra intentaba buscar su herida. Cuando por fin la localizó, sintió que su propio corazón se detenía. Le había atravesado el hígado.
—N-no puedo... respirar... —empezó ella con un hilo de voz.
Caleb levantó la cabeza. Una delgada línea de sangre le bajaba por la comisura de la boca. Miró de nuevo la herida de su abdomen y pensó en intentar curársela, pero incluso él sabía que era imposible. No sangrando de aquella forma.
—No te muevas —le dijo de todas formas, tragando saliva—. Voy... voy a intentar...
Daniela se cubrió su propia herida con la mano. Cuando Caleb la miró, vio que estaba negando con la cabeza. Tenía una sonrisa algo triste en los labios.
—M-me alegra haber sido yo y... y no tú —le dijo como pudo—. Tú... tú puedes ayudarlos. Yo no.
Caleb quiso decir algo, pero, en ese momento, ella cerró los ojos.
—N-no pasa nada... —murmuró con la voz cada vez más apagada—. Todo estará bien.
Y, tras eso, su pecho descendió con su última exhalación.
Victoria
Cuando por fin consiguió llegar a la puerta de su antigua casa, Lambert volvía a ser Bigotitos. Le echó una ojeada cansada antes de intentar abrir la puerta. Estaba cerrada. Con el ceño fruncido, intentó forzarla. No funcionaba.
Y, entonces, se dio cuenta de que no estaba como de costumbre. El felpudo había cambiado y, encima de la mirilla, alguien había colgado un pequeño cartelito con estrellas. Victoria tardó apenas unos segundos en darse cuenta de que Caleb no había podido seguir pagando el alquiler y, por lo tanto, su antiguo casero había optado por alquilarla a otra persona.
Su casa... ya no era su casa.
Dio un paso atrás, sin saber cómo asimilarlo, y de pronto escuchó que alguien se movía tras ella.
—¿Vic... Victoria?
Se giró lentamente para ver a su antigua vecina, la anciana señora Gilbert, que acababa de abrir la puerta y la miraba como si acabara de ver un fantasma.
—¿Estás viva? —preguntó con voz aguda.
Victoria, por algún motivo, solo pudo sonreír al ver por fin una cara conocida. Sin pensarlo, se lanzó hacia delante y le dio un abrazo con todas sus fuerzas. La mujer se lo devolvió al cabo de unos segundos, todavía pasmada.
—La he echado de menos —le aseguró Victoria contra su hombro.
—Y yo, querida. Y yo... pero... creo que me debes unas cuantas explicaciones.
Victoria soltó una risotada que casi hizo que se le saltaran las lágrimas. La señora Gilbert, pese a todo, había sido lo más cercano que había tenido a una familia desde que su abuela había fallecido. El hecho de que siguiera alegrándose por verla hizo que se sintiera por fin en casa.
—¿Quieres entrar? —sugirió ella, señalando el vestíbulo de su casa—. Oh, Bigotitos. ¿Tú también has vuelto, cielo? Todavía tengo de esas latas de paté que tanto te gustaban.
Bigotitos soltó un miau entusiasmado y empezó a corretear para entrar en la casa. Victoria, tras un suspiro, hizo lo mismo.
Brendan
En cuanto el disparo había atravesado su pierna, Ania había soltado un alarido de dolor y había caído al suelo de rodillas. La sangre empezó a brotar de forma descontrolada. Brendan había aprovechado el momento para acercarse, apuntándola. El resultado fue una mirada furiosa antes de que Ania lo mandara hacia atrás con una oleada de aire. Brendan aterrizó a varios metros de distancia de ellos con un duro golpe.
—¡Joder! —escuchó que gimoteaba Ania, poniéndose de pie con dificultad—. Voy a mataros a los dos. ¡A los dos!
Brendan trató de ponerse de pie, pero de pronto la tenía encima. Estaba furiosa. Le clavó un zapato negro en el pecho, tumbándolo de nuevo, y levantó los brazos casi al instante en que Brendan la apuntaba con la pistola.
Y, sin embargo, no llegaron a hacer nada. En ese momento, Axel apareció de la nada para lanzarse contra Ania y tirarla al suelo junto con él. Brendan aprovechó para incorporarse sobre una rodilla y tratar de apuntar a Ania, pero se estaba moviendo debajo de Axel y era imposible dispararle sin herirle a él.
—¡Axel! —gritó, tratando de apartarlo.
Al instante en que él se giró para mirarlo, las manos de Ania se apretaron en su cuello y se iluminaron. El grito de dolor de Axel hizo que Brendan actuara por impulso y apretara el gatillo.
No le acertó. De hecho, la bala fue a parar junto a su cabeza, pero al menos consiguió que soltara a Axel. Tenía marcas de quemaduras en las zonas que Ania había apretado con sus manos.
—¿Os creéis que tenéis alguna posibilidad? —siseó ella, incorporándose lentamente.
—Somos dos contra una —replicó Brendan.
—Uno desarmado y otro incapaz de matarme. ¿Se supone que eso tendría que asustarme?
Ania levantó los brazos y Brendan sintió que su mano se abría espasmódicamente, soltando la pistola. Soltó gruñido cuando Ania, todavía muy centrada en el hechizo, guiaba su propia mano hacia su cuello. Iba a hacer que se ahogara a sí mismo.
Justo en ese momento, escuchó a Axel gritando. Brendan cayó de rodillas, liberado del hechizo, y vio que Ania se había quedado mirando a Axel con los ojos completamente negros. Axel estaba provocándole una alucinación. Estaba tan concentrado que ni siquiera se dio cuenta de que empezaba a sangrarle la nariz. Pero Brendan no pudo concentrarse. De hecho, lo que recordó fueron las palabras de Barislav. No estaba muy seguro de si había dicho la verdad, pero no iba a quedarse a comprobarlo. Axel podía morir en cualquier momento que usara su habilidad. La próxima podía ser la última vez. No podía permitirlo.
Avanzó corriendo para recuperar su pistola justo cuando Axel dejó de poder mantener la habilidad activa. Cuando Ania vio que estaba a punto de armarse otra vez, le lanzó un hechizo, pero Brendan consiguió esconderse tras un coche justo a tiempo.
Victoria
En cuanto le hubo contado todo, la señora Gilbert dejó su tacita de té en el plato y se tomó un momento para reflexionar sobre todo ello.
—Madre mía..., eso es mucho para digerir.
—Sé que suena a locura, pero...
—No. Tu novio ya me contó parte de ello durante el tiempo que estuvo viniendo por aquí —murmuró ella—. Lo que no sabía era... bueno... que tú también fueras como él.
Victoria ya no estaba muy segura de cómo se sentía, si humana o mestiza. O ninguna de las dos. Echó una ojeada a Bigotitos, que se zampaba su paté como si no hubiera comido nada en años, y luego su mirada se desvió hacia las fotografías de la nevera. Tenía el vago recuerdo de la vez que la señora Gilbert había comentado algo de una chica de la que se había enamorado siendo joven. Se preguntó si sería la chica de la foto de arriba a la derecha.
—¿Es ella? —preguntó con curiosidad.
La mujer pareció confusa.
—¿Quién?
—Una vez me habló de una chica de la que se había enamorado.
—Oh, Sara... no, no es ella. Nunca pudimos hacernos una fotografía juntas. Si mis padres la hubieran visto, probablemente me habrían echado de su casa al instante.
—Menos mal que las cosas han cambiado...
—Ni que lo digas —sonrió la señora Gilbert—. A veces, me pregunto qué habrá sido de ella. Si seguirá viva, si se habrá casado, si será feliz... supongo que nunca lo sabré.
Victoria le dedicó una sonrisa algo triste antes de, repentinamente, tener una idea.
—Yo podría ayudarla a volver a verla —dijo, entusiasmada—. Sería solo un recuerdo, pero... podría volver a verla.
—Oh, no, querida... hay cosas que es mejor no desenterrar. Si volviera a verla ahora, probablemente volvería a experimentar el mismo dolor que sentí cuando me di cuenta de que nunca volvería a saber nada más de ella.
Victoria asintió y decidió no insistir.
—A veces, pienso en ella —comentó entonces la señora Gilbert—. Ella también solía hablar de habilidades, de una noche, de un búnker... era un poco extraña, como vosotros.
Quizá todo lo demás había sido fácil de pasar por alto, pero aquello no. Victoria se giró hacia ella de golpe, alarmada.
—¿Cómo dice?
La señora Gilbert, que le había dado otro sorbito a su té sin muchas preocupaciones, la miró sin comprender.
—¿Eh?
—¿Hablaba de un búnker? ¿Y de habilidades? ¿Qué habilidades?
—Pues..., no estoy muy segura, Victoria, han pasado muchos años.
—Haga un esfuerzo —le suplicó—. ¿De qué habilidades hablaba?
La señora Gilbert trató de recordarlo mientras removía su té con la cucharita, pensativa. Pareció que había pasado una eternidad cuando por fin levantó la cabeza y sonrió.
—Oh, ¡ya sé! Una vez mencionó algo de una chica que daba saltos en el tiempo. Le dije que estaba volviéndose loca y ella empezó a reírse. Nunca volvió a mencionar el tema.
La mujer siguió riéndose, pero Victoria no lo hizo en absoluto. De hecho, contuvo la respiración.
—Era Sera —susurró—. Era la mujer que puede saltar en el tiempo, señora Gilbert. La conozco.
Aquello hizo que la mirara con los ojos muy abiertos.
—¿La conoces?
—Caleb dijo algo de un último salto. ¿Es para una chica? ¿Y en un búnker? ¿Eso dijo?
—N-no sé... no...
—Tenemos que ir al búnker. —Victoria se puso de pie de golpe—. ¡Lambert!
—¿Lambert? —repitió la señora Gilbert sin entender nada.
Pero Lambert no estaba comiendo paté en su platito. De hecho, estaba junto a la puerta y se había quedado muy quieto. Victoria avanzó hacia él, asustada, pero su alivio fue inmenso cuando vio que Caleb estaba subiendo las escaleras del rellano.
—Caleb —suspiró, aliviada.
Pero él no pareció aliviado en absoluto. De hecho, tenía sangre en la ropa y estaba algo ausente, como si todavía no se hubiera ubicado. Victoria se apartó de la puerta y se colocó en medio del pasillo. Habían perdido a alguien más.
—¿Quién? —preguntó con voz temblorosa.
Caleb no fue capaz de mirarla a la cara.
—Daniela.
Brendan
Un dolor repentino y cortante le invadió el cuerpo, y de alguna forma supo que Victoria acababa de recibir una noticia desastrosa.
Intentó no pensar en ello, y el hecho de que Axel estuviera a punto de usar su habilidad otra vez ayudó bastante.
—¡No! —le gritó—. ¡Para!
Pero Axel no escuchó. De hecho, clavó una mano en el suelo para sostenerse mientras sus ojos se volvían negros. Un hilillo de sangre empezó a bajar por la comisura de su boca. Y Brendan supo al instante que aquella sería la última vez que usara su habilidad.
Actuó por impulso. Salió de su escondite y levantó la pistola hacia Axel. La bala le rozó el brazo y lo mandó al suelo. No con una herida lo suficientemente profunda como para ser peligrosa, pero sí para distraerle. Mientras caía de espaldas al suelo, volvió su atención hacia Ania, que había preparado los puños para lanzar un hechizo, y se lanzó sobre ella.
Victoria
Con los ojos llenos de lágrimas, tuvo que sostenerse en la pared para no caerse al suelo. Pero enseguida se dio cuenta de que no era por la noticia. Había algo más.
—¿Victoria? —preguntó Caleb, y su voz sonaba preocupada.
Ella se llevó una mano al pecho, confusa, y sintió que su corazón empezaba a ralentizarse. ¿Era el lazo? ¿Qué estaba pasando?
Brendan
Tras un breve forcejeo, cayó al suelo de espaldas. Ania gruñía como un animal salvaje e intentaba arañarle la cara. Había tratado de quemarle, justo como había hecho con Axel, pero Brendan la había lanzado al suelo al instante. Y ahora volvía a tenerla encima. Intentó apuntarla con la pistola, pero ella cubrió su mano y la calentó tanto que a Brendan no le quedó más remedio que soltarla.
Victoria
—¿Qué sucede? —escuchó preguntar a una asustada señora Gilbert.
—¡No lo sé! —gritó Caleb.
Victoria parpadeó, mirando el techo, y se dio cuenta de que había caído en el suelo. Notó una patita peluda en su brazo, intentando reanimarla, pero entonces un ardor en la mano, casi como si acabaran de quemársela, hizo que se retorciera de dolor.
Brendan
Cuando Ania intentó colocarle la mano ardiendo en la cara, le sujetó la muñeca. Ella le dio un puñetazo con la otra, furiosa.
—¡Para! —gritó Brendan, que ni siquiera había movido la cara con el impacto—. ¡Ania, detente de una vez!
Ella se detuvo, con el pecho subiéndole y bajándole a toda velocidad. Su herida del muslo seguía abierta y su piel empezaba a quedarse pálida. La pérdida de sangre le estaba pasando factura.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó Brendan en voz baja—. Tú no eres así.
—¡Cállate! —gritó ella, intentando liberar su mano.
—¿Por qué? ¿Porque sabes que tengo razón?
Ania por fin consiguió librarse de su agarre. Su mano iluminada se colocó en el pecho de Brendan, justo encima de su corazón, y él empezó a notar un dolor punzante en el pecho. Pero no tan grande como para matarlo.
Victoria
Se llevó una mano al corazón sin pensar. Dolía. Dolía mucho. La mano de la señora Gilbert le acariciaba la cara en un intento de consolarlo, mientras que Caleb no dejaba de preguntarle dónde dolía para intentar detenerlo. Pero ella apenas podía hablar.
Brendan
—No eres así —repitió, y el dolor en el pecho se multiplicó cuando ella apretó el puño—. Ania, me da igual lo que hagas, tú no eres esto en lo que te han convertido.
—Siempre he sido así —siseó ella, furiosa—. Y tú también.
—Exacto. Siempre hemos sido dos manipuladores a quienes les importaban una mierda los sentimientos de los demás. Por eso nos enamoramos. —Brendan soltó una risa casi divertida—. Pero... ¿esto? ¿De verdad hemos dejado que nos conviertan en esto?
Ania por fin dejó caer su máscara de enfado para entrever que todo aquello le estaba afectando. Agachó la cabeza, intentando recomponerse, pero fue inútil.
—Tengo que hacerlo, Brendan —susurró—. Si no morís vosotros, muero yo. Y tengo que elegirme a mí misma.
—Lo sé. —Brendan asintió lentamente—. Y yo tengo que elegir a Axel.
Ania dudó claramente, pero todas sus dudas se disiparon cuando Brendan clavó la punta de la pistola que acababa de recuperar en su pecho. Apretó el gatillo mirándola a los ojos.
Durante unos instantes, Ania solo le devolvió la mirada con los ojos muy abiertos, como si no terminara de entender qué había sucedido. Y, entonces, en su último momento de fuerzas, apretó el puño del todo contra su corazón.
Victoria
Su espalda se contrajo de forma involuntaria cuando sintió que su corazón, maltrecho y dolorido, dejaba de latir. Intentó moverse, pero fue incapaz. Lo único que pudo hacer fue girar la cabeza hacia un lado y quedarse mirando la nada.
Brendan
A Ania le fallaron las fuerzas casi al mismo tiempo que a él. Brendan sintió que su corazón dejaba de latir de forma lenta y dolorosa, y su cabeza se giró involuntariamente hacia un lado. Seguía sintiendo la calidez del cuerpo de Ania sobre el suelo cuando sus ojos empezaron a cerrarse.
Victoria
En medio de la penumbra y el confuso murmullo de distintas voces que parecían venir de un sitio muy lejano, alcanzó a ver a Brendan estirado a su lado. Estaba tumbado exactamente igual a ella, con la cabeza a un lado y los ojos a punto de cerrársele. Victoria extendió una mano hacia él de forma casi inconsciente, y de alguna manera consiguió rozar sus dedos. Brendan esbozó una pequeña sonrisa satisfecha y, cuando la presión del pecho se volvió insoportable, terminó de cerrar los ojos.
Casi al instante en que Victoria se incorporó de golpe y empezó a respirar con dificultad, pudo sentir que el lazo se había roto. Y que Brendan se había ido para siempre.
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