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Capítulo 20

Brendan

Entró en la habitación con mucha determinación, pero cuando vio a Axel retorciéndose de dolor en el suelo... bueno, la perdió toda.

—Mierda —soltó Brendan con una mueca de asco al ver su brazo doblado.

Axel dejó de lamentarse un momento para fulminarlo con la mirada.

—¡Yo debería ser quien dijera eso!

—Joder, tienes... eh... tienes... tienes el brazo... eh...

—¡ROTO! —espetó, furioso—. ¡Sí, me he dado cuenta!

Brendan dudó un momento antes de retroceder sobre sus pasos y acercarse corriendo a las escaleras. Los demás seguían tal y como los había dejado cuando agarró a Margo del codo. Ella dio un respingo, como si acabara de volver a la realidad.

—Axel necesita tu ayuda —le dijo Brendan con urgencia.

Hubo algo extraño en su expresión, como si la idea de ayudar a Axel no fuera lo que más le apetecía del mundo. Quizá no le hacía mucha gracia tener que ver un brazo roto.

Al final, ella cerró los ojos con fuerza, suspiró y volvió a abrirlos. Parecía más decidida.

—Voy a necesitar a alguien más que ayude —comentó.

—Tú. —Brendan señaló a Sawyer con el ceño fruncido—. Tú has hecho esto, tú lo arreglas.

—¿Este va a ser mi primer encargo como nueva incorporación? —protestó él—. ¿Hacerme enfermero?

Margo suspiró, como si estuviera harta de oírlos, y pasó por el lado de Brendan para entrar en la habitación. Axel se había sentado en el suelo, pero seguía sujetándose el brazo torcido con lágrimas en los ojos. Al verlos entrar, casi le dio un infarto.

—Será una broma —espetó viendo a Margo y Sawyer.

—Cállate, están aquí para ayudarte. —Brendan se giró hacia ella—. ¿Qué hacemos?

Margo no respondió. Miró a Axel con mala cara, se acercó y sin siquiera parpadear se agachó a su lado y le puso un dedo en el brazo roto. Axel dio tal respingo que casi quedó pegado al techo, pero ella no se movió, solo siguió mirando su brazo.

—No está roto —dijo al final—. Pero tiene el codo dislocado.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Axel con cierto nerviosismo—. ¿Cómo lo pongo bien?

Margo, de nuevo, no respondió. Se puso de pie y le lanzó una mirada significativa a Sawyer, que sonrió —como si estuviera encantado, de hecho— y se acercó a Axel para sujetarle el brazo bueno y que no pudiera moverse. Brendan, tras dudar un momento, hizo lo mismo.

¿Por qué había mirado a Sawyer y no a él? ¿Y por qué se habían entendido sin decir nada? ¡Él también lo habría entendido si se hubiera molestado en mirarlo!

Axel parecía nervioso mientras Margo rebuscaba en el armario de la habitación y ellos dos lo sujetaban, pero finalmente ella se dio la vuelta con lo que parecía un vestido de algodón blanco. Lo partió con los dientes apretados y se acercó con uno de los trozos de tela rodeándole la mano.

—¿Lo estáis sujetando bien? —preguntó distraídamente mientras daba vueltas a la tela para hacerle un nudo en los dos extremos.

—Perfectamente, capitana —murmuró Sawyer, dirigiéndole una miradita divertida a Axel.

—¿Tienes pensado hacer algo, maldita sea? —espetó este último.

Margo le dirigió una miradita de advertencia antes de terminar de hacer el nudo y empezar a rodearlos para quedarse a sus espaldas.

—Solo será un momento —le aseguró.

—¿Eh? —Axel trató de girar la cabeza, pero Sawyer se la devolvió a su lugar de un empujón, todo delicadeza.

Margo se colocó justo detrás de él y le apoyó una mano en el hombro del brazo malo. Axel se tensó de pies a cabeza al notar que iba a colocárselo.

—¡Espera! —le chilló—. ¡Déjame contar hasta tres y lo haces!

—Como quieras.

—Ya empiezo —advirtió.

—Estoy lista —le dijo Margo pacientemente.

—A la de tres, ¿eh?

—Exacto.

—No lo hagas hasta que diga tre...

—O empiezas a contar o te doblo el otro codo —advirtió Sawyer.

Axel respiró hondo, asintiendo.

—Vale —dijo, y Brendan notó que Margo se tensaba tras él—. Uno, do... ¡AAAAAHHHHH!

Margo rodeó el brazo malo con la tela anudada y le dio un tirón antes de que pudiera llegar a pronunciar el segundo número. El tirón fue tan limpio que el hueso ni siquiera emitió un crujido al volver a colocarse en su lugar.

Axel cortó su grito de horror a la mitad y se apartó de ellos de un salto, sujetándose el brazo ahora recuperado con una mueca de incredulidad. Parecía que nada había pasado. Incluso pudo moverlo con normalidad.

—¿Qué...? —empezó, pasmado.

—De nada —murmuró Margo, deshaciendo el nudo.

Por un breve momento, Brendan realmente creyó que iba a darle las gracias. Pero estaban hablando de Axel, claro.

—¡Te he dicho que esperaras al tres! —protestó, sobándose el brazo.

—Ha sido para que no estuvieras tan tenso y doliera menos, idiota.

—¡Pero ha sido a traición!

—¿Quieres que hablemos de cosas hechas a traición otra vez? ¿En serio?

Brendan no entendió nada, pero pareció que Axel se enfurruñaba y Sawyer se divertía, así que prefirió no preguntar.


Caleb

Puede que los demás no hubieran escuchado el crujido del hueso volviendo a su lugar, pero él sí lo había hecho, desgraciadamente. Encogió los hombros cuando un escalofrío le recorrió la espalda y se acercó a Daniela, Kyran y el pelirrojo, que estaban en el porche trasero.

—¿Axel ya está bien? —preguntó Dani al instante en que lo vio aparecer.

Kyran volvía a juguetear con el pelo de Lambert, que al final se había rendido y se había sentado en el suelo con mala cara, dejándose torturar. Ya tenía hechas más de cinco coletitas por toda la cabeza y Kyran estaba tan concentrado en su labor que ni siquiera se molestó en levantar la mirada.

—Sí, le han colocado el hueso —murmuró Caleb, observando las coletitas con una mueca—. ¿Por qué me siento como si viera una escena de tortura?

—Porque lo es —masculló Lambert sin abrir los ojos.

—Déjalos —susurró Daniela—. Así Kyran está entretenido y no destroza la casa.

Bueno, visto así...

Caleb estuvo a punto de volver a entrar para ir a ver a Victoria, pero algo hizo que se detuviera. Y fue precisamente que Daniela no se había movido. De hecho, lo miraba de una forma muy particular, como si quisiera decirle algo pero no se atreviera a hacerlo.

—¿Sucede algo? —preguntó él directamente.

Daniela pareció bastante aliviada cuando le dio pie a hablar, porque asintió repetidas veces con la cabeza.

—Eh... ¿te importa que hable contigo un momento?

¿Con él? No recordaba haber hablado a solas con Daniela jamás. Caleb parpadeó, pasmado, pero al final asintió con la cabeza.

—A solas —añadió ella en voz muy baja, como si le contara un secreto de estado.

Oh, la cosa se ponía interesante.

Caleb volvió a asentir y bajó los escalones del porche tras ella. Daniela era bastante más baja que Victoria y mucho más delgada. Todo eso añadido a su expresión normalmente espantada hacía que pareciera que de un soplido podías mandarla volando al país vecino.

Daniela no se detuvo hasta que estuvieron a una distancia prudente del porche. Caleb pensó que le diría lo que fuera que tuviera que decirle y se iría, pero ella se puso a pasear alrededor de la casa jugueteando con sus manos de forma un poco ansiosa. Caleb se puso a andar a su lado, mirándola con toda su curiosidad.

—Vale, sé que esto es raro —empezó, claramente nerviosa.

—Un poco.

—Creo que nunca habíamos hablado a solas.

—Pues no.

—Pero me caes bien y todo eso, ¿eh? No te creas que es porque me caes mal. Eres... raro pero simpático.

—¿Gracias?

—Era un cumplido.

—Ah. Pues sí, gracias.

Silencio incómodo.

Daniela se detuvo, claramente frustrada consigo misma, y Caleb hizo lo propio. Se quedó mirando con aire confuso como ella se pasaba las manos por la cara, intentando aclarar sus ideas.

—Sea lo que sea —intentó ayudarla—, solo tienes que decirlo.

—No es tan fácil —le aseguró Daniela en voz baja.

—Seguro que lo es, no te preocupes tanto.

Ella se alejó las manos de la cara y por fin lo miró.

—Tú quieres mucho a Vic, ¿verdad?

Lo preguntó como si quisiera confirmarlo de alguna forma. Caleb asintió casi sin pensarlo.

—Claro que sí.

—¿Hasta qué punto?

—Eso es... muy relativo y...

—Necesito saberlo, Caleb.

—¿Por qué? —Él frunció el ceño.

Daniela dudó un momento antes de echar una mirada nerviosa a la casa, como si quisiera asegurarse de que nadie los escuchaba.

—Si alguien se acerca, lo oiré —le aseguró Caleb, volviendo a captar su atención—. Puedes hablar tranquila.

—Vale. —Ella tragó saliva—. Tú... bueno... tú sabes que Iver y yo estábamos un poco... unidos... ¿no?

Bueno, no esperaba ese cambio de rumbo en la conversación.

Caleb sintió un pequeño pinchazo de dolor en el pecho al escuchar ese nombre, pero por suerte consiguió disimularlo. Se limitó a asentir con la cabeza.

—Y vosotros erais mejores amigos, prácticamente hermanos —añadió Daniela con precaución.

—¿A qué viene esto?

—Es que... quiero que sepas que no lo hizo con mala intención.

—¿Hizo? —repitió, esta vez un poco tenso—. ¿Iver hizo algo?

—¡No! Bueno, no exactamente... es más bien algo que no te dijo. Y que sí me dijo a mí.

¿Iver le ocultó algo? Imposible.

Caleb la miró fijamente, casi a la defensiva, pero no notó ningún indicio de mentiras en ella. Y, teniendo en cuenta lo voluble que era el pulso de Daniela cuando se ponía nerviosa, dudaba mucho que fuera capaz de disimular una mentira.

—¿Te contó algo y a mí no? —preguntó directamente, dolido.

—Es... complicado. No quería que te preocuparas antes de tiempo.

—Sea lo que sea, debería habérmelo dicho y...

—Caleb, escucha... —Ella respiró hondo, buscando las palabras adecuadas—. Es sobre Victoria.

Por algún motivo, eso hizo que se tensara de pies a cabeza. Especialmente porque fue la primera vez que Daniela le hablaba sin titubear. De hecho, más que nerviosa parecía preocupada por su reacción. Y eso no le gustó nada.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Recuerdas la época en que Iver controlaba sus emociones en el sótano para sacar su habilidad?

—Sí.

—Pues... yo... —Ella puso una mueca, como si no le gustara tener que decirlo—. Una vez me contó que había algo en Victoria que no le gustaba. No porque fuera malo, sino porque no lo entendía.

Caleb se quedó mirándola, confuso. ¿Qué sentido tenía eso?

—¿No fue más específico?

—No... solo me dijo eso, y teniendo en cuenta que no entendí nada de lo que insinuaba, da gracias a que me he acordado hasta hoy. —Daniela soltó una risita nerviosa.

—¿Y a qué viene decirlo ahora?

—Bueno... hoy la veo muy rara —confesó Daniela con voz preocupada—. Hay algo en ella que no he visto los demás días y no sé explicarlo muy bien. Y me he dado cuenta de que justo así me dijo Iver que se sentía en aquel entonces. Quizá son solo imaginaciones mías, claro, pero... no sé, sentía que debías saberlo.

Caleb estuvo a punto de responder, pero se detuvo a sí mismo cuando Dani metió la mano en su bolsillo y rebuscó en él. Cuando por fin encontró lo que había estado buscando, lo tendió hacia él con la mano abierta.

—Iver también me dijo que te diera esto si alguna vez pasaba algo así y él no podía dártelo. Comentó que tú lo entenderías. —Dani esbozó una sonrisa triste—. Me dijo que me encargara yo porque a él seguro que se le olvidaría.

Caleb aceptó lo que le estaba ofreciendo, algo paralizado, y sintió que su cuerpo se detenía al ver que era un broche plateado. No necesitó que Daniela dijera nada más. Absolutamente nada. Lo reconocía perfectamente. Se había pasado casi ocho años de su vida viéndolo a diario.

Uno de los broches de la antigua silla del sótano.


Victoria

Lo último que esperaba ese día era estar en la mesa del gimnasio con los papeles esparcidos y Sawyer al otro lado mirándolos con una ceja enarcada.

Brendan, Axel, Bex y Margo también estaban con ellos, pero no aportaban gran cosa. Brendan parecía perdido con tanta letrita, Axel se sobaba el brazo, Bex se limitaba a fulminar con la mirada a Sawyer y Margo se miraba las uñas con gesto aburrido.

—Tengo que volver a cortármelas —comentó distraídamente.

—Yo me las muerdo —le dijo Bex—. Así nunca hay problema.

Sawyer les dirigió una mirada aburrida antes de volver a girarse hacia los papeles.

—¿Qué quieres que vea, exactamente? —preguntó a Victoria, recogiendo uno de ellos para leerlo.

—No quiero que veas nada, quiero que me digas si están en tu idioma.

—¿Te refieres al ruso o al que uso para comunicarme con esta adorable panda de desquiciados?

Victoria enarcó una ceja, a lo que él sonrió con aire divertido.

—Sí, están en ruso —confirmó, dejándolo otra vez en el montón con los demás—. ¿Qué pasa? ¿Quieres que haga de traductor? ¿He pasado de enfermero a lingüista?

—¿Por qué te haces el idiota? —se frustró ella—. Son tus papeles.

—¿Mis papeles?

—Sí. Los que estaban en tu búnker. Quiero que me digas qué pone exactamente y por qué lo escribiste, lingüista. No he recorrido media ciudad, he puesto en peligro a Caleb y me he pelado con mi maldito hermano para que ahora te hagas el tonto.

Sawyer se quedó mirándola unos instantes, sorprendido, antes de poner una expresión que solo indicaba una cosa: que se estaba aguantando la risa.

—¿Tantas molestias te has tomado para esto?

—Pues sí. ¿Algo que decir?

—Bueno... si quieres puedo traducírtelos, pero yo no he escrito nada.

—Sí, claro.

—¿Me ves con cara de tener tanto tiempo libre como para escribir? —Sawyer enarcó una ceja—. Además, por si no te has dado cuenta, la tecnología ha avanzado mucho en este último siglo y ahora existe algo llamado ordenador, donde también puedes escribir cositas. Seguro que el concepto te suena.

Si a Victoria le molestaba algo, era que la tomaran por estúpida. Le puso mala cara y agarró el primer papel para plantárselo delante de la cara.

—Los escribió un tal Sawyer —le espetó.

—¿También es tu abuelo? —Brendan enarcó una ceja.

—No, mi abuelo es un hechicero. No se molestaría en escribir en un papel humano. Lo haría en un pergamino o algo así para sentirse superior.

—¿Entonces? —Bex se giró hacia él, olvidándose un momento de sus uñas—. ¿Tienes otros familiares mágicos y malvados de los que todavía no hayas hablado? Porque no me extrañaría.

—Bueno, no es mágico y malvado, es solo humano, pero esto lo escribió mi padre hace ya unos cuantos años.

Victoria deseó que estuviera bromeando, pero por desgracia no parecía que fuera así. De hecho, parecía tan contento con que se hubieran tomado tantas molestias por algo tan inútil que definitivamente se creía que estuviera así de contento.

—¿Tu padre? —repitió Margo con una mueca de hastío—. ¿Se puede saber cuánta familia tienes?

—Ya no tengo más, pelirroja, no te preocupes. Las cenas familiares de los Sawyer son poco concurridas.

—¿Dónde está tu padre? —preguntó Victoria con impaciencia.

—Enterrado en el cementerio de Sviyazhsk. —Sawyer enarcó una ceja—. ¿Quieres ir a desenterrarlo? Dudo que te resulte ser muy productivo.

—¿Qué demonios tiene que ver tu padre en todo esto? —espetó Victoria, cuya paciencia empezaba a acabarse.

—Bueno, él me enseñó todo lo que sé del negocio.

—¿Negocio? —repitió Brendan—. ¿Lo de traficar con niños pequeños?

—Tienes una forma tan tierna de hablar...

—Pero habla de ellos —insistió Victoria, que cada vez perdía más la paciencia—. Habla del perro, del lobo, de la gacela... ¡los nombres que les pusiste a Caleb, Brendan, Bex y a los demás!

—Sí, supongo que habla de ellos.

—¿Y por qué?

—Porque los conocía.

—¿De qué?

Sawyer no respondió. Se limitó a mirarla fijamente con media sonrisa.

—Responde —exigió ella en voz baja.

Pero no lo hizo. La frustración, por algún motivo, se convirtió en ira. No se dio cuenta de que había apretado uno de los papeles en un puño hasta que Margo estiró la mano y se la tocó. Victoria lo soltó de golpe, sorprendida, pero por suerte los demás siguieron hablando sin darse cuenta. Margo aplanó el papel con las manos sin decir nada.

—No recuerdo haber conocido a tu padre —comentó Bex, desconfiada.

—Yo tampoco —murmuró Brendan.

—Ni yo —masculló Axel, participando por primera vez en la conversación.

Victoria se pasó los dedos por la sien, que de repente le dolía de una forma muy particular. Era como si le zumbaran los oídos. Cuando consiguió calmarse, trató de volver a incorporarse en la conversación que ahora mantenían Brendan, Axel y Bex, pero fue incapaz. Y eso se debió a que, de pronto, se encontró con un par de ojos azules y gélidos clavados sobre ella.

Sawyer no había perdido detalle de todo lo que había hecho en esos pocos segundos, creyendo que nadie la veía. De hecho, ahora la miraba de una forma muy intimidante, como si supiera todo lo que le estaba pasando por la cabeza. A Victoria le invadió una oleada de nervios sin saber muy bien por qué y se apartó de la mesa.

—Creo que necesito descansar un poco —comentó.

Al salir del gimnasio, notó que Sawyer seguía mirándola fijamente.


Caleb

Al menos, cuando Daniela y él volvieron al porche trasero, Kyran y Lambert habían vuelto a entrar. No tendrían que verle la cara de espanto que había tenido desde que había recogido el broche y se lo había metido en el bolsillo.

Daniela, que había parecido preocupada desde entonces, se detuvo con una mano en la puerta y lo miró otra vez.

—¿Estás bien? —preguntó, dudando—. ¿He hecho bien contándotelo?

—Sí, claro que sí —le aseguró enseguida—. Gracias por hacerlo.

—No me des las gracias, era lo mínimo que podía hacer—. Ella dudó un momento más—. No sé que significa lo del broche, pero si alguna vez necesitas ayuda avísame, ¿vale?

Caleb asintió distraídamente con la cabeza y se dejó caer sentado en los escalones del porche, dándole la espalda y sacando el paquete de tabaco que había traído Brendan unos días atrás. Mientras sacaba un cigarrillo, escuchó que Daniela abría la puerta y daba un respingo, sobresaltada.

—Ah, hola —le dijo Sawyer, que estaba saliendo en ese momento y se había apartado sujetando la puerta para que ella pasara—. ¿A que viene esa cara de susto? ¿El malo de Caleb te ha estado contando cositas sucias?

Daniela, que seguía pareciendo espantada al ver a Sawyer, sacudió la cabeza y pasó rápidamente por su lado para entrar. Sawyer la siguió con la mirada con una sonrisita divertida.

—Ah... me encanta cuando la gente me mira como si fuera un monstruo de diez cabezas, hace que me suba el ego.

Caleb no dijo nada, deseando que volviera a entrar y lo dejara solo, pero Sawyer cerró la puerta y bajó tranquilamente los escalones de la entrada. Mientras pasaba por su lado, le robó un cigarrillo sin preguntar y se lo llevó a los labios.

—¿Quién te lo ha ofrecido? —masculló Caleb.

—Es lo bonito de la confianza, que puedes hacer estas cosas sin que te lo ofrezcan.

—Tú y yo no tenemos confianza.

—¿Y tú tienes un mechero?

Caleb le puso mala cara, pero por algún motivo se lo lanzó. Sawyer esbozó media sonrisa con el cigarrillo en los labios y lo encendió con un solo movimiento. Cuando se lo devolvió y Caleb se encendió el suyo, él ya estaba soltando la primera calada con la mano libre en el bolsillo de sus vaqueros.

—¿Qué quieres? —masculló Caleb, guardándose el mechero—. Porque está claro que no has salido a contemplar las estrellas.

—Solo venía a hablar con mi ser extraño favorito del universo —le sonrió con aire burlón—. ¿Cómo estás?

—Estaba mejor cuando no formabas parte de mi vida.

—Oh, pero siempre he formado parte de tu vida, ¿no? Y siempre lo haré. Igual que tú formas parte de la mía, de alguna forma. —Sawyer se encogió de hombros—. Es lo bonito de la existencia humana. O semi-humana, en tu caso.

—Lo bonito de la vida es quitársela a quienes te molestan.

Caleb puso mala cara, molesto, cuando él empezó a reírse.

—Casi se me había olvidado la mala leche que tienes —comentó Sawyer, divertido.

Caleb no respondió. De hecho, se limitó a apoyar los codos en las rodillas y a darle otra calada al cigarrillo. Mientras el humo atesoraba sus sentidos, podía olvidarse por un rato de los mil olores que había dentro de la casa, de las voces y de todas las molestias que todo aquello implicaba. Tenía que darle las gracias a Brendan por traerle los cigarrillos.

—¿Y de qué quieres hablar? —le preguntó finalmente a Sawyer.

—Oh, de nada en particular. Solo quería preguntarte cómo te va la vida y todo eso. Veo que ahora tienes novia, ¿no? ¿Tengo que darte la charla de las abejitas y las flores? ¿De las columnas y las aberturas? ¿De las cigüeñas y los bebés?

—Vete a la mierda. Lo sé mejor que tú.

—Ya te gustaría.

En realidad, no lo sabía tanto. Sus únicas veces habían sido con Bex, con la chica que había conocido una noche en un bar y con Victoria, pero con ella tampoco había pasado gran cosa en el último año. Miró a Sawyer con desconfianza mientras él paseaba por delante de los escalones tranquilamente, sin dejar de fumar.

—¿Cuándo fue la última vez que echaste un polvo? —preguntó.

Sawyer dejó de andar y lo miró, sorprendido.

—Vaya, a eso le llamo yo ir directo al grano.

—Responde.

—Pues no estoy muy seguro —replicó con aire divertido—. ¿Las pajas cuentan?

—Qué asco.

—No finjas que tú no te las haces.

Caleb enrojeció un poco y apartó la mirada.

—Si no cuentan —añadió Sawyer—, creo que hace dos meses. ¿Y tú, campeón?

—¿A ti qué te importa?

—O sea, que hace mucho más tiempo que yo.

—Cállate.

—¿Seis meses?

—¡Cállate!

—¿Más?

—¡No!

—¿Un año?

Caleb enrojeció todavía más.

—Un año —repitió Sawyer, pasmado—. Y yo pensando que estabais en esa fase de la relación en la que os pasáis el día dándole al tema como monos en celo...

—Nunca hemos estado en esa fase.

—Entonces, ya entiendo esa cara de amargura.

Caleb no respondió, pero su risita irritante casi hizo que le apagara el cigarrillo en la pierna solo para verlo saltando de dolor.

—¿Qué te pasa? —añadió Sawyer, mirándolo con la cabeza ladeada.

Caleb no estuvo muy seguro de si le molestaba más que supiera que le pasaba algo o que se atreviera siquiera a preguntarle al respecto. Levantó la cabeza solo para mirarlo con mala cara.

—No me hables como si tuviéramos una buena relación, no se me ha olvidado nada de todo lo que has hecho.

Sawyer no pareció muy afectado. De hecho, se limitó a soltar el humo entre los labios y a encogerse de hombros.

—Como quieras.

—Lo que quiero es que te calles.

—Cállame tú.

—Eres insoportable.

—Y tú un crío.

—¡No tenemos tanta diferencia de edad como para que me llames crío!

—No es por la edad, es por tu forma de ser. Crío.

¿Por qué demonios era tan irritante? Caleb se puso de pie, frustrado, y se alejó unos pasos para seguir fumando sin él, pero Sawyer seguía junto a las escaleras mirándolo con una sonrisita divertida.

—¿Ya te has enfadado? ¿Quieres que vaya a llamar a tu novia para que te consuele?

—¿No puedes callarte de una maldita vez? —Caleb volvió junto a él, esta vez cabreado—. ¿Eres consciente de que tu mísera vida depende de lo que pensemos de ti? Porque, teniendo en cuenta que parece que estás intentando ser lo más insoportable posible, no lo parece.

Sawyer lo consideró un momento.

—Mi vida ha estado en peores manos y aquí sigo —concluyó—. No veo por qué debería estar asustado.

—Pero lo estabas antes. —Esa vez, era el turno de Caleb de provocarlo—. Lo he visto. Tú tenías la pistola, pero te aterraba la idea de bajarla y que te disparáramos.

—No me digas.

—Y también cuando Victoria ha intentado verte los recuerdos. Puedes fingir todo lo que quieras, pero esa cara de pánico es imposible de confundir.

—Cara de pánico —repitió Sawyer, y casi parecía divertido con la idea—. Puede que no me gustara, pero no te confundas; el pánico es muy distinto a lo que crees.

—¿En serio? ¿Y cómo es el pánico?

—Es como se sentía el maravilloso Axel cuando se retorcía de dolor por el suelo.

—Porque tú le has torcido el brazo.

—Exacto.

No había una sola gota de arrepentimiento en su voz. Caleb entrecerró los ojos.

—No necesitabas torcerle el brazo para quitarle la pistola.

—Pues no. De hecho, ni siquiera estaba en mis planes. Pero me ha dado razones para cambiarlos.

—¿Razones?

Sawyer puso los ojos en blanco, como si la respuesta fuera tan evidente que no le apeteciera compartirla con él.

—Oh, vamos —le dijo—, ¿vas a fingir que no has visto las marcas de su cuello?

Ni siquiera tuvo que mencionar a Margo para que supiera que estaban hablando de ella. Caleb las había visto al instante. Marcas de dedos. La habían intentado ahogar y, por lo azuladas que estaban, casi lo habían conseguido del todo.

—Lo he visto. —Dio un paso hacia Sawyer, su voz había bajado y su mirada se había vuelto menos agradable—. Sabes lo que te habría pasado si llegas a matarla, ¿no? Victoria se enfadaría mucho y eso no te conviene porque, si eso pasa, yo no pienso detenerla.

Nunca habría pensado que amenazaría a alguien con Victoria, la verdad.

Sawyer, sin embargo, tenía una ceja enarcada y una expresión un poco extraña, como si estuviera dudando entre burlarse de él o ser directo. Al final, pareció que se decantaba por la segunda.

—Crees que he sido yo. —No fue una pregunta, sino más bien una expresión de sorpresa.

que has sido tú.

—Te noto muy preocupado por tu amiguita pelirroja.

—No es mi amiguita pelirroja, es una más del grupo, así que vuelve a tocarla y...

—Oh, por favor...

A Caleb quizá le molestó un poco más de lo necesario que le cortara la amenaza por la mitad.

—¿Qué? —espetó.

—¿Crees que he sido yo? ¿De verdad estás tan ciego?

—¿Eh?

—Me lo esperaba de Brendan, pero no de ti.

Caleb frunció el ceño, ofendido.

—¿Qué demonios quieres decir?

—Que no tengo ninguna intención de ahogar a la pelirroja —aclaró Sawyer, como si fuera obvio—. De hecho, creo que es la que mejor me cae de todos vosotros. Y, teniendo en cuenta que una vez me dio una patada en la cara que casi me hundió el tabique nasal en el cerebro, puedes imaginarte hasta qué punto me dais igual todos los demás.

—¿Y eso qué quiere decir? —Caleb frunció el ceño—. ¿Que tú no lo hiciste?

—Pues no, campeón.

—¿Y quién se supone que fue?

—No lo sé. Éramos tres personas en esa habitación, Caleb. Si yo no fui, solo te quedan dos opciones. Y no, no se ahogó a sí misma. No seas idiota.

Caleb estuvo a punto de decir algo más, pero ambos se callaron y se dieron la vuelta hacia Victoria, que acababa de salir al patio trasero con ellos. Parecía bastante irritada cuando clavó la mirada sobre su acompañante.

—Vuelve ahí dentro y traduce esos malditos papeles —exigió, indignada.

Sawyer suspiró.

—Ya ha vuelto la sargento papelitos...

—¡No me llames así!

Victoria se detuvo a mitad de los escalones y miró a ambos con desconfianza.

—¿De qué habláis?

—De vuestra nula vida sexual.

—Cállate. —Caleb dio un respingo y se giró hacia ella—. ¡No hablábamos de eso!

Victoria, de nuevo, los miró con cierta desconfianza, como si no terminara de creérselo. De todos modos, al final pareció cambiar de opinión y bajó los escalones del porche para acercarse a ellos. Caleb casi esperaba que se acercara a él, pero se sorprendió al ver que su objetivo era el pesado que tenía justo al lado.

—Tengo que preguntarte algo —le espetó Victoria a Sawyer.

Él enarcó una ceja, no muy interesado.

—¿El qué?

—¿Qué movimiento le has hecho a Axel para quitarle la pistola y luego torcerle el brazo?

Sawyer pareció divertido con la pregunta y la miró de arriba a abajo como si estuviera calculando las posibilidades de que ella hiciera lo mismo. Fuera lo que fuera que había visto, estaba claro que no le dejó muy satisfecho.

—Oh, vamos, cachorrito... ahora eres una matona, deberías saber hacerlo.

—Lo que me intriga es cómo sabes hacerlo tú. Y cómo puedes vencer a uno de los nuestros siendo un simple humano.

—Un simple humano que les ha enseñado a tu novio y a sus amigos todo lo que saben sobre armas, lucha e incluso de sus propias habilidades. Que no se te olvide.

Lo peor era que tenía razón. Caleb torció un poco el gesto mientras Victoria se cruzaba de brazos, a la defensiva.

—Deja de llamarme cachorrito —añadió—. Me llamo Victoria.

—¿Por qué te molesta? Es un apodo cariñoso.

—Mi puño en tu cara no será tan cariñoso.

—Uh, qué miedo.

—Y que sepas que sé hacer perfectamente lo que le has hecho a Axel —aclaró ella, muy digna—. Simplemente no me ha dado la gana hacerlo.

—¿En serio? —Sawyer esbozó media sonrisa—. Muy bien, pues hazlo.

Victoria se quedó muy quieta al instante, sorprendida.

—¿Eh?

—Que lo hagas —insistió Sawyer—. De hecho, vamos a poner las cosas interesantes: si consigues doblarme el brazo, haré todo lo que me digas durante las próximas veinticuatro horas. Si no lo consigues, te traduzco los papeles y me dejas en paz durante un día entero. ¿Qué me dices?

Caleb intercambió una mirada entre ambos. Victoria parecía dubitativa y Sawyer divertido. Oh, no...

—Victoria —empezó, intentando advertirla—, no creo que sea una gran id...

—Vale —accedió ella, colocándose en posición de ataque—. Cuando quieras, idiota.

Sawyer no dijo nada, pero le dio el cigarrillo casi consumido a Caleb sin mirarlo y se apartó un poco para acercarse a Victoria.

El pobre Caleb, que todavía sostenía los dos cigarrillos, se quedó mirando la escena con una mueca de incredulidad. ¿En qué momento habían pasado de tocar tetas a torcer brazos?

—Todavía estáis a tiempo de parar —les recordó, pero no le hicieron mucho caso.

Victoria hizo lo que debía hacer: se quedó mirando a su contrincante, analizó sus puntos débiles y sus puntos fuertes, y se inclinó un poco hacia el lado por el que iba a atacarle. El problema era que eso era precisamente lo que les había enseñado Sawyer de pequeños, así que difícilmente iba a pillarlo desprevenido.

Sin embargo, ella lo intentó de todas formas. Victoria se lanzó hacia delante, atrapando su brazo, pero justo cuando iba a pasar por debajo para torcérselo sobre la espalda Sawyer le dio un tirón tan fuerte que hizo que perdiera el equilibrio y cayera de bruces al suelo.

—Genial. —Él sonrió ampliamente—. Vamos a traducir esa mierda para poder quedarme tranquilito.


Margo

Estar en ese orfanato ya de por sí era difícil de aguantar, pero las duchas frías lo hacían todavía peor. Por eso, mientras se acercaba al cuarto de baño con una toalla bajo el brazo, tenía una mueca de hastío en la cara.

Para los demás era muy fácil, claro. Los raritos como ellos no sentían los cambios de temperatura. Los humanos, en cambio, no tenían tanta suerte. De hecho, para que Kyran se lavara, tenían que calentar agua en los fogones —a la temperatura perfecta, que sino se negaba— y luego ir subiéndola para poder echársela por encima. A Margo le sabía mal que tuvieran que hacer todo eso por ella, así que solía optar por la ducha fría aunque la odiara.

No obstante, justo cuando iba a abrir la puerta, sintió que una mano se cerraba entorno a su muñeca.

—Tenemos que hablar.

Oh, oh. Mala frase para empezar una conversación.

Margo levantó la mirada. Brendan no parecía muy contento.

—¿De qué? —preguntó, confusa.

—De lo que ha pasado hace un rato —aclaró—. ¿O te creías que no te iba a preguntar al respecto?

—Si es por lo de Axel, ya te he dicho que el brazo se le pondrá bien en unas horas. Normalmente te diría unos días, pero como sois seres superiores con habilidades curativas que...

—No estoy hablando de Axel —la cortó Brendan, claramente irritado—. ¿Qué demonios te ha pasado en el cuello?

Oh, eso...

Siendo completamente sinceros, Margo apenas había pensado en ello desde que había pasado. Entre el intento de fuga de Sawyer, el momento de curar a Axel y todo lo que había seguido a ello, no había tenido mucho tiempo para analizarlo. No le dolía demasiado, solo cuando tragaba saliva, pero era un poco molesto. Y podía imaginarse que tenía unas marcas bastante notables. El idiota había apretado lo suficiente como para asegurarse de ello.

—No es tanto como parece —le aseguró, haciendo un gesto vago con la mano—. El cuello es una zona muy sensible, se marca enseguida.

—No me tomes por idiota, Margo.

—No te tomo por nada. Y te recuerdo que aquí la experta soy yo, no tú.

—Y yo te recuerdo que me he criado viendo marcas como esas, así que dime de una vez qué ha pasado. ¿Sawyer te ha ahogado para escaparse? ¿Es eso?

Oh, el pobre... qué equivocado estaba.

—Claro que no. —Margo frunció el ceño.

—¿Entonces? ¿Ha sido antes?

Una parte de ella quiso decírselo, pero la otra, por algún motivo, decidió callárselo.

—No ha sido nada —repitió, esta vez sonando un poco molesta—. Todos los que estamos aquí terminamos siempre heridos de una forma u otra, ¿por qué pensabas que esta vez iba a ser distinto?

—No es lo mismo.

—Es exactamente lo mismo. Gracias por preocuparte, pero estoy bien. ¿Puedo ducharme ahora?

Brendan la miró durante unos instantes, contrariado, como si no esperaba que la conversación hubiera salido así. Conociéndolo, seguro que esperaba que Margo le contara todo lo que había pasado ahí dentro simplemente por preguntárselo. Menudo creído.

Al final, pareció un poco molesto pero al menos optó por hacerle caso. Se apartó de la puerta, murmuró algo que no entendió y atravesó el pasillo para bajar las escaleras con los hombros tensos. Margo lo siguió con la mirada, pero no se arrepintió de no haberle dicho nada.

Especialmente cuando escuchó el ligero carraspeo de la habitación que había tras ella.

—No se lo has dicho —le dijo Axel, pasmado—. ¿Por qué no lo has hecho?

Margo suspiró antes de darse la vuelta. ¿Por qué darse una ducha en esa casa era tan complicado?

—No lo sé —admitió, mirándolo—. Porque si se lo digo ahora solo conseguiremos dividirnos todavía más, supongo.

—Si luego se entera por otra persona se enfadará con los dos, no solo conmigo.

Ella soltó un bufido casi al instante.

—Pues que se enfade. ¿Por qué demonios le das tanta importancia a la opinión de Brendan? Tampoco es para tanto.

Axel, sin embargo, apartó la mirada por donde él había desaparecido y pareció algo avergonzado. Margo tardó dos segundos exactos en deducirlo.

—Bueno, que te gusta está claro —dijo, toda delicadeza.

—Es más complicado que eso.

—Siempre es más complicado que eso.

—No, no lo entiendes. Él me... me besó, ¿sabes? Una vez, pero igualmente... lo hizo. Tiene que significar algo.

Y, para su propia sorpresa, Margo sintió una oleada de lástima hacia él. ¿En qué momento había pasado de detestarlo a que le diera lástima?

—Axel... —empezó, sin saber cómo decirlo con delicadeza—. No... no te tomes esto como si intentara hacerte daño, pero creo que deberías saberlo: nosotros también nos hemos besado. Lo inicié yo, pero él no se apartó.

Él no dijo nada, solo se quedó mirándola fijamente. Pareció que trataba de fingir que le daba igual, pero tuvo que tragar saliva con fuerza antes de poder seguir hablando.

—Ya veo —murmuró.

—Fue hace bastante tiempo —añadió Margo—. Y, si te sirve de algo, no ha vuelto a pasar nada más.

—Venga ya...

—Lo digo en serio. Brendan me cae muy bien, pero no creo que sea mi tipo.

—¿Y cuál es tu tipo? ¿Los treintañeros rusos y mafiosos?

—Qué gracioso, idiota.

Axel esbozó una pequeña sonrisa un poco incómoda.

—Ayer intenté besar a Brendan —confesó en voz baja—. Pero... pasó de mí. Y de muy mala forma.

Desgraciadamente, Margo podía hacerse una idea. Brendan podía llegar a ser un verdadero imbécil cuando se lo proponía.

—¿Y ahora no os habláis? —preguntó.

—No. Ni quiero hacerlo. —Esa vez, Axel sonó irritado—. Toda la vida me ha hecho lo mismo. Solo me hace caso cuando no se le cruza una chica que le interese más que yo. En el momento en que la ve, yo dejo de interesarle y empieza a tratarme mal otra vez. Me pasó con Ania, me ha pasado contigo... y me seguirá pasando siempre, ¿no? No va a cambiar.

Margo quiso decirle que sí, pero lo cierto era que no lo creía. No veía a Brendan cambiando por nadie, y mucho menos por algo como los sentimientos, que él consideraba tan insustanciales. Al final, no fue capaz de mentir a Axel.

—No puedo saberlo con certeza, pero si te soy sincera... no, no lo creo.

Por la cara de Axel, casi se sintió como si acabara de lanzarle un balde de agua fría de la ducha. Él intentó recomponerse, pero no le salió muy bien.

—Supongo que es bueno saberlo —comentó en voz baja—. Así no me hago ilusiones para nada.

—Oh, vamos, no te desanimes. El idiota que ha tratado mal y que ha jugado con los dos no eres tú, es él. Él es quien debería sentirse mal.

—A Brendan le da absolutamente igual. Dudo que siquiera piense en nosotros.

Mientras lo iba diciendo, por la cabeza de Margo apareció algo que solo aparecía de vez en cuanto y que nunca auguraba nada bueno: un plan malvado.

Axel debió darse cuenta de que su expresión había cambiado, porque la miró casi con temor.

—¿Qué pasa?

—¿Estarías dispuesto a probar algo conmigo?

—¿Con... contigo?

—Para vengarnos un poco de Brendan. —Margo bajó la voz—. Y pasarlo bien en el proceso.

No se esperaba tener un efecto tan inmediato, pero la cara de Axel se iluminó con una sonrisa entusiasta. Nunca lo había visto sonreír así.

Nada mejor que un plan malvado para alegrarle el día a alguien.

—¿Qué plan tienes?

—Uno muy divertido, pero tiene un precio.

—¿Eh?

—Bueno, ayer intentaste ahogarme. Antes de empezar a ser socios deberíamos estar en paz, ¿no?

Axel parpadeó, confuso.

—¿Quieres... ahogarme?

—No, idiota. Quiero que te disculpes. Y luego quiero darte un puñetazo para quedarme satisfecha.

Para su sorpresa, no pareció muy alarmado. Solo encajó los hombros y asintió una vez.

—Pues lo siento —concluyó, y giró la cabeza para recibir el puñetazo.

Margo dudó un momento, mirando su puño y colocándoselo correctamente con la mano libre, antes de dar un paso hacia él y apoyarle los nudillos en la mejilla, como si estuviera calculando la distancia ideal para lanzárselo. Axel se impacientó casi al instante.

—¿Lo haces o qué?

—Estoy intentando acertar de lleno en la mejilla, un momento.

—Te doy tres segundos. Si al llegar al tres no has hecho nada, me aparto. Uno, do... ¡AAAHHHHH!

El puñetazo le encajó justo donde quería y, aunque Margo no tenía tanta fuerza como para dejarle una marca, la verdad es que se sintió satisfecha. Axel se apartó de ella, resentido, sobándose la mejilla.

—¡¿Por qué nunca esperas a que termine de contar?!


Victoria

—Así me gusta —le dijo a Sawyer, paseándose por detrás de él con un palo en la mano—. Sigue trabajando o te doy otra vez con el palo.

Él le dedicó una corta mirada resentida, pero cuando vio que lo amenazaba se apresuró a girarse de nuevo hacia la mesa.

Lo tenía ahí sentado desde hacía casi media hora, revisando papeles y traduciéndolos en la parte de atrás de los mismos. Parecía concentrado y su letra era bastante elegante, así que Victoria no podía quejarse. Además, dudaba que fuera a mentirle sobre la traducción. En caso de que lo hiciera, podían deshacerse de él con mucha facilidad.

Mientras terminaba de pensarlo, percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Tanto ella como Sawyer se giraron a la vez para ver a Margo, que acababa de entrar en el gimnasio con el pelo húmedo de la ducha y ropa cómoda. Se cruzó de frente con Brendan, que estaba saliendo, y aunque él se apartó para dejarla pasar, Margo hizo como si se tropezara y se apoyó en su pecho con la palma de la mano.

—Ups. —Se hizo la inocente, bajando la mano casualmente hasta llegar a su abdomen—. Qué torpe soy, perdona.

Brendan, que se había quedado mirándola con aire pasmado, no la perdió de vista hasta que ella se sentó en la mesa frente a Sawyer. Entonces, y solo entonces, sacudió la cabeza y salió del gimnasio.

Tanto Sawyer como Victoria se quedaron mirando fijamente a Margo, cuya sonrisita ahora había cambiado. Parecía menos inocente y más maligna, como si tramara algo.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Sawyer directamente.

Margo se llevó una mano al pecho dramáticamente, haciéndose la inocente.

—¿El qué? Yo no he visto nada.

—Pues yo sí lo he visto. Lo de sobarle el pecho para que se quedara mirándote.

—Oh, no te pongas celoso. Yo solo tengo ojos para ti.

—Y manos para otros.

—Si quieres la exclusividad, hinca una rodilla y dame un anillo de diamantes.

—¿De dónde quieres que lo saque? ¿Del interior de la bolsa de galletas?

Victoria se quedó mirándolos con cierta confusión. Sawyer volvió a centrarse en los papeles, poco preocupado, mientras Margo robaba la bolsa de comida del centro de la mesa y rebuscaba en ella algo para zamparse.

—No sé qué tramas —le dijo Victoria, desconfiada—, pero seguro que no es nada bueno.

Margo le sonrió ampliamente como si le diera la razón. Y, justo cuando pareció que iban a seguir la conversación, Sawyer las interrumpió al levantar el papel en el que había estado escribiendo.

—Otro listo —informó a Victoria, tendiéndoselo por encima del hombro.

—Así me gusta, buen chico.

—Vete a la mierda.

Victoria repasó el papel con la mirada y, aunque todo estaba en su idioma, no entendió casi nada. A ella se le daba mejor encontrar patrones que entender textos, la verdad. Lo leería todo más tarde con Caleb, que seguro que lo entendía mejor.

—A por el siguiente —murmuró Sawyer con voz un poco resentida mientras recogía otro papel del montón. Escribía y leía a una velocidad que daba un poco de miedo—. Y así hasta terminar todo esto. Qué ilusión.

—¿Cómo se dice vete a la mierda en ruso? —preguntó Victoria, burlona.

—Como si fuera a decírtelo.

Poshla ty.

Los dos dejaron de hablar para levantar la cabeza de golpe. Margo, que estaba rebuscando en la bolsa y acababa de hablar con la boca llena de galletas, pareció algo pasmada al verlos mirándola tan fijamente.

—¿Qué? —preguntó, todavía con la boca llena.

—¿Acabas de hablar en ruso? —Victoria seguía tratando de asimilarlo.

—Solo me sé eso. Es que este pesado se pasaba todo el día diciéndoselo a sus empleados y decidí aprendérmelo por si algún día voy a Rusia y tengo que decirle a alguien que se vaya a la mierda.

—Muy instructivo —murmuró Sawyer.

Casi al instante, dio un respingo porque el palo le dio de lleno —de una forma breve pero contundente— en la mano derecha. Soltó el boli, sorprendido, y se giró hacia Victoria con la indignación plasmada en su expresión.

—Como me vuelvas a dar con...

—Ponte a traducir de una vez —ella volvió a levantarlo—, o te daré motivos para enfadarte de verdad.

Sawyer gruñó algo en ruso, malhumorado, y Margo soltó una risa divertida cuando Victoria empezó a golpearse la palma de la mano de manera amenazadora, sin perderlo de vista.

Obviamente, traducir tantos papeles no era fácil y les llevó casi una hora de silencio incómodo interrumpido solo por el ruido de Margo mordisqueando galletas y Victoria moviendo los papeles de un lado a otro. Los demás habitantes del orfanato se detuvieron para ver lo que hacían varias veces, pero Sawyer había aprendido del poder del palo y ya no levantaba la cabeza de los papeles. De hecho, casi parecía haberse abstraído completamente de la realidad.

—Buen trabajo —comentó Victoria cuando vio que ya solo quedaban cuatro hojas más.

Claramente, no recibió ninguna respuesta.

Pero, entonces, algo cambió en el ambiente. Victoria no supo muy bien cómo se había dado cuenta tan deprisa, pero de pronto Sawyer había dejado de escribir y miraba fijamente la hoja de papel. Pese a que su expresión no había cambiado, sus hombros ahora estaban tensos.

—¿Qué pasa? —le preguntó Victoria directamente.

Él no respondió, solo levantó la cabeza y miró a su alrededor como si tratara de identificar el origen de algún sonido. Pero no había sonido de ningún tipo.

Margo, por cierto, se despertó del todo y se giró hacia ellos con cara de confusión.

—¿Me he perdido algo?

—Mierda. —Saywer por fin habló, poniéndose de pie.

Victoria, alarmada, blandió el palito para darle en el brazo y volver a sentarlo, pero él se lo quitó de un tirón y, sin mirarla, lo partió en dos y lo tiró al suelo. Victoria se sintió bastante más resentida de lo que debería haberse sentido por la muerte de un palo.

—¡Oye! —chilló, poniéndose de pie—. ¡Vuelve aquí!

Sawyer la ignoró completamente y se dirigió a la puerta del gimnasio con los hombros tensos. Margo y Victoria intercambiaron una mirada de pánico antes de ponerse de pie a la vez y apresurarse a seguirlo.

—¡Ni se te ocurra escaparte! —chilló Margo todavía bastante atrás porque no era tan rápida como ellos.

Mierda, ¿y si se escapaba? ¿Por qué nadie bajaba a ayudarlas? ¿Dónde se había metido Caleb?

Para cuando Sawyer ya estaba alcanzando la puerta principal, Margo por fin se plantó a su lado y lo detuvo agarrándolo de la parte de atrás de la camiseta. Él se giró, indignado, y las miró.

—Si intentara escaparme, no lo haría de forma tan absurda —espetó, como si fuera tan obvio que le molestaba tener que recalcarlo.

—Eso no podemos saberlo —replicó Victoria, cruzándose de brazos—. Vuelve a la mesa o...

—¿O qué? ¿Te recuerdo de lo poco que sirvió tu absurda habilidad conmigo?

Eso la dejó desarmada por un momento, pero por suerte tenía a Margo de apoyo aéreo.

—No necesitamos ninguna habilidad para darte una patada en los huevos.

Sawyer no se rio de la broma. De hecho, pareció que escuchaba algo, porque abrió la puerta y, sin pensarlo, bajó la entrada del orfanato a toda velocidad. Margo y Victoria lo seguían tan de cerca que casi se estamparon contra su espalda cuando se detuvo de golpe. Entre los dos coches y la moto de la entrada, justo en el centro del patio, se respiraba un ambiente extraño. Algo que Victoria solo había sentido una vez, cuando se habían teletransportado a casa de los padres de Caleb.

—¿Es...? —empezó, de repente menos atrevida.

—No es mi abuelo —murmuró Sawyer—. Si eso es lo que te preocupa.

Estuvo a punto de preguntar algo más, pero entonces alguien apareció entre ellos mediante un teletransporte que, durante unos segundos, hizo que su cuerpo brillara con una luz extraña.

El único que no pareció sorprendido en absoluto fue Sawyer. Especialmente cuando vio que la chica que acababa de llegar, con su pelo corto y oscuro y su cuerpo delgadito, se incorporaba lentamente sobre sus pies y se estiraba como si el transporte la hubiera dejado algo tensa. Miró a su alrededor con curiosidad y, entonces, sus ojos dorados —casi amarillos— se clavaron sobre ellos.

—Oh, no —murmuró Margo—. ¿Otra vez tú? ¿En serio?

—¿Qué haces aquí, Ania? —preguntó Sawyer directamente.

—Te has ausentado durante mucho tiempo. Estaba claro que pasaba algo, así que he venido a investigar.

—¿A investigar? —Victoria, por un momento, se olvidó de quién era y de lo que podía hacerle y se acercó a ella con aspecto furioso—. ¡No puedes usar magia aquí! ¡El destello podría atraer a Barislav!

—Relájate, princesita. Me he transportado desde un sitio muy cercano. No hay peligro.

Había algo en su sonrisita creída, su forma de mirarla como si fuera estúpida y su forma de hablar en voz baja que hacía que a Victoria la pusiera de los nervios.

—No deberías haber venido —murmuró Sawyer.

—Pero ya estoy aquí, ¿no? —Ania esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Dónde están los demás? Estoy deseando volver a verlos.

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