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Capítulo 2

Victoria

Apoyó la cabeza en la ventana, mirando las calles pasar sin mucho interés. Estaban en las afueras de la ciudad, y la mayor parte del paisaje eran caminos que guiaban a granjas y carreteras vacías. Nada muy interesante.

—Vale —dijo Brendan de repente, que conducía a su lado—. Has estado cinco minutos sin quejarte. Algo va mal.

Victoria puso los ojos en blanco.

—Cállate. Estaba pensando.

—¿Tú? ¿Pensando?

—¿Qué quieres? ¿Una patada?

—Prefiero saber en qué piensas tanto, aunque aceptaré la patada.

Victoria sonrió un poco y se colocó mejor en su asiento, mirando al frente. Pensó un momento antes de atreverse a responder nada.

—¿Por qué vamos a esta ciudad? —preguntó finalmente.

Brendan le dedicó una mirada extrañada.

—Ya te lo dije. Teníamos que movernos de todas formas.

A Brendan no le gustaba quedarse mucho tiempo en la misma ciudad, empezaba a ponerse nervioso y a mirar continuamente por encima del hombro, como si esperara que alguien los siguiera. Victoria sabía, por el lazo, que tenía miedo de que los encontrara alguien que quería hacerle daño a ella, pero no entendía muy bien quién era. Y prefería no preguntar.

—Pero... —empezó, desconfiada—, normalmente, cuando nos movemos, no sabemos dónde iremos. Es la primera vez que tienes claro que quieres ir a una ciudad en concreto.

—Digamos... que conozco a alguien que podría ayudarnos en esta ciudad.

—¿Un interés romántico? —lo provocó, pinchándole el brazo con un dedo.

—No, lista. Es... familia.

Brendan nunca hablaba de su familia. Bueno... Brendan nunca hablaba de casi nada. Era muy estricto en ese sentido; estaba obsesionado con que Victoria recordara cosas que ni siquiera sabía que había olvidado. Si no lo conseguía, se quedaba sin información, así que lo intentaba con ganas.

Todo fuera por saciar su curiosidad.

—¿Tus padres? —preguntó ella, curiosa, volviendo a girarse para mirar las granjas pasar.

—No.

Victoria sintió un pequeño pinchazo de dolor en las sienes y se frotó la frente, molesta. Le pasaba siempre que Brendan la incitaba a recordar algo que, por algún motivo, su cerebro no quería recordar.

—No tienes padres —dijo, finalmente.

Brendan adoptó la misma expresión satisfecha que adoptaba siempre que ella recordaba algo.

—No, no tengo. Desde hace muchos años.

—¿Y tienes...? —Victoria cerró los ojos, forzándose a recordar—. ¿Tienes hermanos?

Notó que Brendan se tensaba un poco y lo miró con curiosidad. Él asintió una vez, pero no dijo nada más.

—¿Solo chicos? —preguntó Victoria.

—Solo un chico.

Victoria se quedó mirándolo, ensimismada. Algo en eso hacía que su cuerpo reaccionara de una forma que no lograba entender; con nervios, como si fuera a recordar algo muy importante.

A veces, sentía que su propio cuerpo recordaba cosas que su cerebro había olvidado.

Como esa vez en que pasaron junto a un cine con Brendan y Victoria paseó por delante de los próximos estrenos, curiosa. Brendan la llamó justo cuando se dio cuenta de que se había quedado plantada delante de la nueva película de los x-men, sin saber por qué.

—Solo un chico —repitió en voz baja.

—Es fácil confundirnos —añadió Brendan con precaución—. Somos... bastante parecidos.

—¿Es igual de idiota que tú? —Victoria le sonrió, burlona.

Pero Brendan no sonrió, solo sacudió la cabeza.

—Es más serio que yo.

—¿Más? Madre mía, no debe sonreír nunca.

Victoria se removió, incómoda, cuando sintió la oleada de tristeza de Brendan en su propio cuerpo. Seguía sin acostumbrarse a sentir las mismas cosas que él.

—Sí que sonríe —dijo él en voz baja—. O sí que lo hacía. Especialmente cuando estaba con... con alguien importante para él.

Victoria asintió, poco interesada, y se giró hacia delante de nuevo.

—¿Y vamos a casa de tu hermano?

—Su casa ya no... ejem... ya no está disponible. Tengo que encontrarlo.

—Bueno... ¿y sabes dónde empezar, al menos?

—Axel me dijo dónde va cada noche —Brendan se pasó una mano por la nuca, incómodo—. Y sé dónde están los demás. Pero no creo que mi hermano esté con ellos todo el día. Igual tendremos que buscarlo.

—Yo podría ayudarte —se ofreció Victoria.

La sonrisa que esbozó Brendan fue más bien amarga.

—Sí, verás qué sorpresa se lleva cuando te vea aparecer.



Caleb

Bex y Margo miraban fijamente la televisión, muy atentas. Casi parecía no respiraban. En el reality que miraban, un chico y una chica que estaban en bañador coqueteaban entre ellos, y ambas estaban desesperadas porque se besaran, aunque no llegaban a hacerlo.

Caleb, por su parte, solo suspiraba y se lamentaba por estar sentado en ese sillón, en presencia de ese lamentable espectáculo.

Kyran estaba sentado en la alfombra balbuceándole a su nuevo peluche, el que le había comprado Daniela. Era de un perro. Y se lo pasaba genial jugando con ese y el de la pantera.

—¡No! —chilló Bex de repente, agarrando con fuerza el brazo de Margo—. ¡Nooo, tienes que besarla!

—¡Se cree que lo va a rechazar! —protestó Margo, lastimera—. ¿ES QUE NO VES QUE TE QUIERE, IDIOTA?

—¡BÉSALA DE UNA VEZ!

—¡MÍRALA, ESTÁ ESPERANDO A QUE TÚ DES EL PRIMER PASO, ES MUY TÍMIDA!

—Eh... —Caleb las miró con una mueca—. Sabéis que no pueden escucharos, ¿no?

Ambas se giraron hacia él a la vez, furiosas. Caleb tardó menos de dos segundos en decidir que era mejor salir corriendo.

Al final, su mejor opción fue entrar en su habitación, la que compartía con Kyran e Iver. Casi esperaba encontrar al gato en la ventana, como siempre, pero se sorprendió al encontrarla vacía. Quizá había ido a...

Miau

Caleb bajó la mirada, extrañado, y vio que el gato idiota estaba frotándose contra su pierna felizmente.

—¿Qué haces ahí? —preguntó, confuso.

Miau miau

—¿Ya no estás deprimido, gato?

El gato se contoneó contra él, enseñándole sus mejores movimientos seductores.

Miaaaau...

—Me alegro —Caleb puso los ojos en blanco—. ¿A qué se debe esta repentina felicidad, si puede saberse?

Miau miau

—Alguien debería enseñarte a escribir, seguro que tienes cosas más interesantes que decir que la mayoría de personas que conozco.

Miau

Caleb suspiró y, tras dudarlo mucho, incómodo, se agachó y le dio unas palmadita suaves en la cabeza. El gato debió quedarse satisfecho, porque se marchó contoneándose al salón.

Casi al instante en que lo hizo, la puerta principal se abrió de golpe. Iver dijo algo a las chicas, que casi lo echaron a gritos del salón para seguir viendo su reality, y apenas dos segundos más tarde entraba por la puerta de la habitación.

Tenía el corazón acelerado. Bueno... él parecía alterado, en general.

—¡Lo he encontrado! —exclamó nada más plantarse delante de Caleb.

Él frunció un poco el ceño, confuso.

—¿A Sawyer?

—No, ojalá —Iver puso una mueca—. Pero he encontrado a alguien que no está mal.

—¿A quién?

—A cierto idiota de pelo teñido de blanco que amenazó con matar a mi hermana y estuvo a punto de matar a Victoria... ¿te resulta familiar?

Axel. Caleb apretó los puños al instante.

—¿Dónde está? —preguntó en voz baja.

—Lo vi anoche no muy lejos de aquí, aunque luego se subió a un coche y se marchó de la ciudad. Intenté seguirlo, pero no quise alejarme demasiado. Podría estar espiándonos y aprovechando tus ausencias para hacerlo, ¿no crees?

—Sí que lo creo —murmuró Caleb, aunque algo no cuadraba—. Pero si quisiera hacerle daño a alguien ya habría tenido muchas oportunidades de hacerlo.

—A lo mejor espera órdenes de Sawyer, Caleb. Quizá solo le pasa información de nosotros.

—En ese caso... él sabría dónde está Sawyer.

—Exacto —Iver sonrió. Parecía que hacía mucho que no sonreía—. Vamos, sé dónde podemos encontrarlo.

Caleb asintió y lo siguió hacia la entrada. Kyran se acercó corriendo cuando escuchó que se acercaba a la puerta para marcharse y se abrazó a su pierna, frunciendo el ceño.

Caleb le también le frunció el ceño, claro.

—Tengo que irme, ya nos veremos más tarde —le dijo, algo confuso por esas repentinas ganas de que se quedara.

—¡No! —insistió Kyran, tirando de él hacia el salón.

—Kyran, tengo que irme.

—¡No, tú... que-ar!

—No me puedo quedar. Volveré más tarde, ¿vale? Suéltame, vamos.

El niño lo miró fijamente unos segundos antes de que pareciera enfadarse.

—Tú no vo-ver.

—Sí que lo haré.

—¡Eso di-o ma-má y no vo-vió!

Caleb se quedó paralizado durante unos pocos segundos, sin saber qué decirle, cuando Iver intervino y se acuclilló al lado de Kyran, sujetándole un hombro con la mano para que lo mirara.

—Vaya, Kyran, estás muy nervioso —sus ojos se tiñeron de negro cuando Kyran lo miró, desconfiado—. Vamos, no te preocupes. Yo cuidaré del grandullón. ¿Puedes quedarte tú aquí vigilando a esas dos para que no se metan en líos?

La calma de Kyran fue inmediata. Asintió con la cabeza y por fin soltó a Caleb, abrazando a su peluche de perro.

—Va-e —murmuró.

—Bien —Iver le revolvió el pelo con una mano—, pues estás al mando hasta que volvamos.

Kyran volvió al salón muy decidido, como si fuera un sargento entrando en una guerra.

Sin embargo, Caleb no estaba muy contento.

—No uses tus habilidades con Kyran —le dijo a Iver, mirándolo fijamente.

—Lo hago de forma muy suave. Estaba ansioso porque te quedaras, no te habría dejado marchar.

—Me da igual. No vuelvas a hacerlo.

—Como quieras, mamá oso —Iver se encogió de hombros.

¿Por qué demonios quería el niño que se quedara?

Caleb decidió no darle más vueltas y salió de casa con Iver.


Victoria

La ciudad era triste, pero... de alguna forma parecía un hogar. Como si hubiera vivido ahí alguna vez, cosa que Brendan le confirmó cuando se lo preguntó.

—¿Y dónde vivía yo? —preguntó Victoria, curiosa.

—Es mejor que lo recuerdes tú misma.

Pero no pudo recordarlo. Esperaba que con el tiempo sí pudiera hacerlo.

Brendan condujo en silencio durante los minutos restantes del trayecto, en los que Victoria se limitó a mirar por la ventana como si cada calle le recordara a algo que no sabía identificar demasiado bien. Tenía la sensación de que la cabeza iba a explotarle cuando Brendan por fin aparcó el coche y la miró.

—¿Estás bien? —preguntó, y sonaba preocupado.

—Sí —mintió Victoria, mirando a su alrededor—. Es... no lo sé. Es raro. Es como si conociera todo esto, pero de un sueño. ¿Tiene sentido?

—Mucho —le sonrió Brendan—. Espera aquí. Volveré en un momento.

—¿Que espere? ¿No puedo ir contigo?

—No.

Y bajó del coche, el simpático.

Brendan entró en el edificio que tenían delante. Parecía un edificio de pisos no muy caros. A Victoria le resultaba familiar, aunque de alguna forma sabía que esa no había sido su casa. Quizá... la casa de alguien conocido. No estaba muy segura de ello.

Pero estaba claro que no iba a quedarse ahí esperando, ¿no?

Se bajó del coche y pudo sentir los nervios de Brendan, aunque los ignoró. Era de noche y no había mucha gente por la calle, así que aprovechó y cruzó al otro lado sin saber muy bien por qué, siguiendo la carretera hacia la pendiente que había. Era como si hubiera visto ese camino, pero en una vida muy distinta. La cabeza le dolía mucho, pero era soportable. Quería saber qué había ahí detrás, porque sabía que había algo importante.

Pero... no.

Solo había una fábrica abandonada.

Se quedó apoyada en la valla, con la capucha puesta por si acaso —Brendan siempre le recomendaba tener cuidado con que la gente desconocida le viera la cara—, mirando fijamente ese edificio ya viejo, completamente abandonado. El de su recuerdo también estaba abandonado, pero no hasta ese nivel. Ahora, era obvio que no había nadie viviendo ahí. Si es que alguna vez había habido alguien.

Victoria tuvo la intención de volver al coche a esperar a Brendan... pero solo por un pequeño instante. Su curiosidad era más fuerte que ella.

Se subió a la valla con agilidad y saltó al otro lado sin apenas hacer ruido, tal y como le había enseñado Brendan. Y, de la misma forma sigilosa, se acercó a las puertas de la fábrica.


Caleb

—¿Estás seguro de que es aquí?

Estaban en la fábrica, en la parte que de pequeños habían usado como viviendas.

A Caleb no le gustaba tener que volver a ese sitio, no le evocaba recuerdos muy bonitos... pero con tal de encontrar a Axel, era capaz de hacerlo.

—Sí —Iver asintió—. Aquí vino a por las llaves del coche, al menos. Tiene que haber algo.

—Bueno, aquí fuera no vamos a descubrirlo.

Iver intentó abrir la puerta, pero estaba claro que estaba cerrada por dentro. Caleb solo necesitó unos segundos para hacerle un gesto. Había una entrada por el sótano de la fábrica. Dudaba que Axel fuera tan listo como para cerrarla desde dentro, y desde ahí podrían encontrarlo.


Victoria

El interior del edificio principal de la fábrica no era gran cosa. Alguien había cubierto la mayoría de los muebles con sábanas y ahora solo acumulaban polvo inútilmente. Victoria cruzó los pasillos, curiosa, y de alguna forma terminó delante de lo que parecía la puerta de un despacho.

La abrió con cuidado, sin hacer ruido, aunque no había nadie al otro lado. Estaba tan abandonado como el resto del edificio.

Se acercó a la mesa principal, que parecía bastante cara, y la recorrió con un dedo, curiosa. Algo había pasado ahí, estaba segura. Pero no recordaba el qué. Puso una mueca y se movió al otro lado de la mesa para abrir los cajones, pero estaban todos vacíos. No sirvió de nada. Alguien había hecho un verdadero esfuerzo por ocultarlo tod...

Se puso de pie de golpe, tensa, cuando escuchó ruidos fuera de la fábrica. Dos voces.

Su primer instinto fue llevarse una mano a la pistola, pero se detuvo al recordar, de nuevo, que el maldito Brendan se la había quitado. Soltó una maldición en voz baja y se acercó cautelosamente a la ventana para mirar hacia abajo.

Efectivamente, dos personas estaban entrando por uno de los ventanucos del sótano de la fábrica. Estaba tan oscuro que apenas pudo verlos, pero una oleada de curiosidad la invadió. ¿Eran los dueños del lugar? No. Si lo fueran, no entrarían así. ¿Y si eran dos ladrones?

Su lado racional se había ido a dormir, así que sonrió maliciosamente y se apresuró a seguirlos.


Caleb

Sacó la pistola a mitad del camino, mientras Iver lo seguía de la misma forma. No sabía cuál de los estaba más tenso, la verdad.

—Nada de matarlo —dijo Iver, más para sí mismo que para Caleb—. Necesitamos que suelte información.

—¿Tienes pensado matarlo después de que hable?

—Por supuesto.

Caleb no dijo nada. De alguna forma, no quería matar a Axel. No estaba seguro de si era porque se había criado con él, como con los demás, o si era porque le parecía simplemente un peón más de Sawyer. Sin él, era prácticamente inofensivo. No era nada. Y Axel lo sabía.

Subieron las escaleras y llegaron a la puerta de la parte de la fábrica a la que querían acceder. Caleb comprobó que, como había supuesto, estaba abierta. Axel seguía siendo un idiota.

—Tú ve por la derecha, yo por la izquierda —le dijo Iver—. Estará en el salón, seguro. Así no podrá escapar.

—Si intenta escapar, dispárale en la pierna.

—No tendrás que decírmelo dos veces, te lo aseguro.

Caleb hizo un ademán de cruzar el umbral de la puerta, pero se detuvo en seco al instante, girándose para mirar a sus espaldas.

Iver, a su lado, hizo lo mismo, confuso.

—¿Pasa algo?

Caleb escudriñó la oscuridad, desconfiado. Había oído algo, estaba seguro. El corazón de alguien. ¿Los estaban siguiendo?

—Espera aquí un momento —le pidió a Iver.

—¿Eh? ¡Tenemos que ir a por...!

—Espera aquí —insistió Caleb con una mirada significativa.

Iver no protestó esa vez, sino que quitó el seguro de su pistola, ahora desconfiado y preparado para disparar a sus espaldas en cualquier momento al intruso.


Victoria

Mierda.

Menos mal que había conseguido esconderse cuando el rarito alto se había dado la vuelta.

Estaba tras una viga de madera grande, algo tensa, cuando se atrevió a asomarse apenas un centímetro. Sintió que su corazón se desbocaba cuando el tipo alto, envuelto en la oscuridad, empezó a acercarse a ella.

¡Mierda!

Victoria miró a su alrededor, frenética, y aprovechó que el tipo miraba en una dirección incorrecta para deslizarse sin hacer un solo ruido hacia las escaleras. El tipo se giró hacia ellas justo cuando Victoria llegó al piso superior.

Tenía unos pocos segundos para improvisar. Tenía que moverse rápido.

Estaba en una fábrica abandonada sin apenas muebles, de noche, sola y desarmada... Brendan iba a matarla si no la mataban esos dos raritos antes.

Al final, tuvo que improvisar lo primero que se le ocurrió. Apoyó el pie en uno de los muebles y se impulsó hacia arriba, rodeando una de las vigas de madera del techo con los brazos y quedándose colgada de él. Movió su cuerpo hacia delante, balanceándose, hasta que sus piernas también rodearon la madera y pudo subirse a ella, a más de tres metros sobre el suelo. Se ocultó tras ella justo cuando el tipo rarito subió las escaleras.

Y... espera...

Por un momento, pensó que era Brendan, pero no lo era.

Era de la misma altura, tenían el mismo pelo, los mismos ojos oscuros, la misma piel pálida, la misma mandíbula tensa... pero no era Brendan, en absoluto. Tenía que ser su hermano.

Sintió una extraña sensación en el cuerpo. Un cosquilleo molesto que ni siquiera recordaba haber sentido jamás. De hecho, lo que más le cosquilleaba eran los dedos, como si quisieran tocarlo. Tragó saliva, incómoda, especialmente cuando ese cosquilleo se trasladó a su estómago.

El hermano de Brendan miró a su alrededor debajo de ella, como si pudiera escucharla pero no supiera muy bien dónde. La acústica de la sala, que era horrible, jugaba a favor de Victoria. Era muy difícil escuchar algo claramente ahí dentro.

E iba a aprovecharlo.


Caleb

No había nadie, pero... estaba seguro de que había oído a alguien. Soltó un sonido de frustración y lo repasó todo por enésima vez antes de darse la vuelta y volver a las escaleras.

Fue en ese momento en que lo sintió.

Por primera vez en meses, lo sintió. Y era imposible.

Era el olor de Victoria.

Volvió a darse la vuelta, esta vez paralizado, y su mirada se paseó desesperada por la sala. Era su olor. Estaba seguro. Ya no olía tanto a lavanda, pero conocía la esencia de Victoria. Estaba ahí.

Pero... ahí no había nadie.

Apretó los puños cuando la esperanza salió de él al instante. No era ella. Ella ya no estaba. No volvería a sentir su olor.

La única explicación que se le ocurría era que el dolor estuviera haciendo que se imaginara cosas que no sucedían realmente. Cerró los ojos con fuerza. ¿Alguna vez dejaría de doler? Cada vez lo dudaba más. Era... desesperante.

Lo que daría por volver a verla. Aunque fuera solo una vez. Y poder decírselo. Decirle que la quería. Y que, desgraciadamente para él, lo seguiría haciendo hasta que muriera.

—Mierda —soltó en voz baja, y se pasó las manos por la cara.



Victoria

Lo observó con mucha más curiosidad de la que tenía prevista. Había algo intrigante en él. Todo su cuerpo gritaba que se acercara a él y lo abrazara, pero su cerebro y ella seguían sin terminar de fiarse de ello.

El chico se había detenido y se pasaba las manos por la cara. Parecía... desesperado. Victoria sintió la imperiosa necesidad de consolarlo pero se detuvo, confusa con sus propias intenciones. No podía consolarlo. No lo conocía de nada.

Contra su propia voluntad, bajó de la viga muy lentamente, sin hacer un solo ruido, aprovechando que el chico se había sentado en el suelo y le daba la espalda. Tenía la cara hundida en las manos.

Victoria aterrizó en el suelo con sumo cuidado, de nuevo sin hacer ruido, y se quedó de pie mirándolo. Había algo familiar en su espalda. Y reconoció el tatuaje de su nuca. Ella misma tenía uno. Le había salido el día en que la transformaron, sustituyendo otro que también tenía en la nuca de su época humana, aunque no lo recordaba.

Cerró las manos en dos puños cuando le cosquillearon los dedos con las ganas de tocarle.

De hecho, todo su cuerpo estaba revolucionado, movido por los nervios y el entusiasmo, como si se hubiera reencontrado con alguien importante, aunque no podía recordarlo. Y la cabeza le había empezado a doler diez veces más desde que había visto a ese chico. Estaba incluso mareada.

Dio un paso en su dirección, pero se detuvo a su misma y volvió a retrocederlo. Se obligó a retroceder otro. Y otro. Alejándose de él.

Sin embargo, se detuvo en seco cuando una de las tablas de madera que pisó crujió bajo su peso y el chico levantó la cabeza bruscamente.


Caleb

Se giró al instante y se dio la vuelta, apuntando con la pistola a la oscuridad. Esa vez lo había oído, estaba seguro.

Se puso de pie rápidamente y siguió su instinto, que lo guió hacia una de las salas contiguas. Estaba vacía, pero sabía que había oído algo, así que entró en ella de todas formas, apuntando con la pistola a su alrededor.

Pero... no. Si había alguien ahí, era imposible que se escondiera. Esa era una de las viejas salas de interrogatorio de Sawyer. Las únicas cosas que había eran una mesa con dos sillas y un enorme cristal que, desde su perspectiva parecía un espejo, pero que desde el otro lado mostraba la sala en la que estaba.

Se quedó mirando su reflejo un instante y suspiró, escondiendo la pistola de nuevo. Sí. Estaba volviéndose loco. Seguro.

Se acercó a su reflejo sin saber muy bien por qué y se quedó mirándose a sí mismo. No le gustó lo que vio. Normalmente parecía terco, serio, hosco... pero ahora solo parecía triste, como había parecido durante esos dos meses.

Se preguntó su seguiría así toda su vida.


Victoria

Al otro lado del cristal, el chico escondió la pistola de nuevo, soltando una maldición en voz baja.

Victoria se acercó al cristal y estuvo a punto de salir corriendo cuando él se giró en su dirección, pero después se dio cuenta de que no podía verla. Era ella quien podía verlo a él. Y eso le daba mucha ventaja. Una ventaja que le gustaba.

Dio otro paso hacia el cristal, repentinamente nerviosa, y vio que el chico miraba la sala en la que estaba. O, más bien, él miraba su propio reflejo. Victoria tragó saliva al ver sus ojos. Había algo familiar en ellos. Había conocido a ese chico. Lo había conocido muy bien.

Sin saber muy bien por qué lo hacía, apoyó una mano en el cristal, junto a la cabeza del chico, y lo observó más atentamente. Él se movía como si pudiera sentir su mirada, aunque era imposible que lo hiciera. Victoria trazó la línea de su mandíbula sobre el cristal y tragó saliva, con el corazón desbocado. De repente, tenía la garganta seca.

El chico dio otro paso hacia el cristal y frunció ligeramente el ceño. Sus ojos fueron hacia Victoria y, aunque realmente no podía verla, ella se alteró tanto como si pudiera hacerlo. Le empezó a doler el pecho. El corazón nunca le había latido tan rápido. Y el dolor de cabeza ya estaba a punto de alcanzar un grado insoportable, pero le dio igual.

Entonces, una voz también algo familiar interrumpió su ensoñación.

—¡Caleb! ¿Se puede saber qué haces?

Caleb.

Había oído ese nombre.

Se apartó bruscamente del cristal y se llevó las manos a la cabeza. Le dolía tanto que sentía que le iba a explotar. Incluso tuvo que agacharse, mareada, como si fuera a desmayarse en cualquier momento.

—¿Qué haces? —preguntó el otro chico, entrando en la habitación contigua.

—Nada —le dijo Caleb en voz baja, y su voz era tan familiar que hizo que Victoria tuviera que respirar hondo, intentando controlar el dolor—. Me ha parecido oír... nada. No importa. Vamos.

Por suerte, ninguno de los dos miró atrás y vieron a Victoria, que permaneció unos segundos más ahí, en silencio, hasta que por fin encontró fuerza dentro de sí misma para ponerse de pie y salir de la fábrica.


Caleb

Se pasó una mano por la nuca, tenso, cuando Iver empujó la puerta por él. Hicieron lo acordado y cada uno abordó uno de los pasillos de la casa en dirección al pasillo. Caleb tomó el de la derecha.

Lo recorrió sin hacer ruido. Ni siquiera se molestó en sacar la pistola esa vez, aunque probablemente se debía a que se había olvidado de ese pequeño detalle; estaba muy ocupado intentando sacar a Victoria de su cabeza.

Finalmente llegó al salón. Se veía la luz surgiendo por debajo de la puerta. Giró la manilla sin hacer un solo ruido y se asomó por una rendija cuidadosamente. El salón estaba iluminado y, efectivamente, notó el olor de Axel al instante.

Y ahí estaba él, sentado en el sofá. Estaba limpiando su pistola con el ceño fruncido y tenía música puesta de fondo, aunque a un volumen muy bajo, como si quisiera escuchar si alguien se acercaba. No le había servido de mucho.

Caleb miró a Iver, que estaba asomado a la puerta del otro lado de la habitación. Solo por su expresión, supo que se estaba ahogando en ganas de ir a estrangular a Axel, pero por suerte se estaba conteniendo.

Iver fue quien dio el primer paso, haciendo que Caleb lo siguiera. Iver entró con la pistola y apuntó a Axel, gritándole que se pusiera de pie y levantara las manos. Axel lo hizo, sobresaltado, y Caleb se acercó a él para quitarle la pistola abierta.

—¡Levanta las manos! —le gritó Iver, quitando el seguro.

Axel soltó una palabrota en voz baja y levantó las manos. Dio un paso atrás cuando Caleb se acercó. Por fuera parecía tranquilo, aunque era obvio, por la forma en que latía su corazón, de que por dentro no lo estaba en absoluto.

—No sé qué hacéis aquí —empezó Axel intentando fingir que se sentía seguro de sí mismo—. Pero estáis equivocados. Yo no...

Iver apareció de la nada y Caleb no pudo evitar sobresaltarse un poco cuando vio que le daba un puñetazo en la boca, lanzándolo al suelo. Un puñetazo con esa fuerza habría hecho que cualquier humano perdiera el conocimiento al instante. O algo peor.

Pero Axel solo se cayó al suelo y se tocó el labio partido, soltando un gruñido de dolor. La sangre empezó a manar hacia su camiseta y hacia el suelo, inundando la habitación de ese olor metálico y amargo que tan poco gustaba a Caleb.

Cuando vio que Iver iba a darle otro puñetazo, lo detuvo por el brazo. Su amigo no lo miró, pero al menos se detuvo y se limitó a apretar los puños, mirando fijamente a Axel.

—¿Dónde está? —preguntó, furioso.

Axel dudó visiblemente, echando una mirada extraña a Caleb antes de volver a girarse hacia Iver.

—¿Quién?

—¡Sabes perfectamente de quién te estamos hablando!

Pero Axel no parecía saberlo. De hecho, casi parecía asustado, como si fuera a decir algo que no debían saber. Caleb dio un paso en su dirección.

—¿Dónde está Sawyer? —aclaró.

Axel soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.

—Prefiero no saberlo, si me encuentra me matará.

—Sí, claro —ironizó Iver.

—¿Por qué demonios iba a mentiros? Tu amigo el perrito sabría que lo estoy haciendo.

Al menos, en eso tenía razón. Iver miró a Caleb, que no había detectado ni un poco de alteración en el pulso de Axel. Y sabía que la notaría si estuviera mintiendo. Frunció un poco el ceño y sacudió la cabeza. Por algún motivo, eso cabreó más a Iver.

—¿Por qué quiere matarte? —preguntó, acercándose de nuevo a Axel, que permanecía tirado en el suelo, sangrando.

—Porque me negué a matar a tu querida hermana, imbécil.

—¡Lo intentaste! ¡Si no te hubiera apartado, la habrías disparado en la cabeza!

—Si quisiera matar a tu hermana, créeme, ya estaría muerta. Tuve una pistola en su cabeza durante más de veinte minutos.

De nuevo, Caleb no supo cómo sentirse al notar que no mentía. No había planeado eso. Lo planeado era que Axel se negara a decirles la ubicación de Sawyer por lealtad y tuvieran que sacársela a golpes. Pero... eso... no sabía cómo manejarlo.

Al ver que Iver iba a golpearlo otra vez, lo apartó y se colocó él junto a Axel, que lo miró con una ceja enarcada.

—¿Y tú qué quieres, kéléb?

—Quiero que me digas si tienes alguna idea de dónde está Sawyer.

—Ni lo sé, ni quiero saberlo. La verdad, me sorprende mucho que su perrito favorito no lo sepa mejor que yo.

—¿No sabes nada de él?

—No.

—¿Estás seguro?

—¡Te lo estoy diciendo, imbécil!

—Bien.

Axel frunció un poco el ceño, confuso, pero perdió todo color de la cara cuando Caleb sacó su pistola y lo apuntó directamente en la cabeza.

—No nos sirve de nada —le dijo a Iver, mirando a Axel, que empezó a temblar—. ¿Crees que deberíamos deshacernos de él?

—Déjamelo a mí —masculló Iver, mirándolo fijamente.

—No. No eres esa clase de persona. Un tiro en la cabeza. Y ya está.

Iver pareció un poco contrariado, pero dio un paso atrás y asintió con la cabeza.

Para entonces, el corazón de Axel latía tan rápido que a Caleb le estaba empezando a retumbar el sonido dentro del cerebro. Axel retrocedió, aterrado, y su espalda chocó con la pared. Caleb lo siguió con calma gélida, sin dejar de apuntarlo. Cuando volvió a estar junto a él, puso un dedo en el gatillo y...

—¡Espera! —gritó Axel, levantando las manos en señal de rendición—. ¡No soy una amenaza!

—¿No? ¿Y qué querías de nuestro sótano? Porque al parecer Bexley te vio bajando ahí con malas intenciones.

Axel se quedó aún más pálido, si es que era posible, pero no dijo nada.

—Muy bien —Caleb ladeó la cabeza—. Cuando vuelva a ver a Sawyer, le daré recuerdos de tu parte. Adiós, Axel.

—¡Espera!

Axel se encogió visiblemente cuando Caleb quitó el seguro de su pistola y vio que sí, efectivamente, iba a matarlo.

Y, en ese último segundo, su expresión se iluminó de repente.

—¡Espera, sé dónde está otra persona!

Iver soltó un gruñido de protesta.

—Mátalo ya.

Caleb miró a Axel casi con aburrimiento.

—¿En serio quieres que lo último que digas sea una mentira, Axel?

—¡No es una mentira, sé dónde está!

—¿Quién?

—¡Tu cachorrito! ¡Victoria!

Durante un instante, nadie se movió. Caleb solo lo miró fijamente, como si lo que acabara de decir no tuviera sentido.

Y no lo tenía.

Apretó los dedos en la pistola, furioso.

—Victoria está muerta —espetó, y se dio cuenta de que era la primera vez que lo decía en voz alta.

Estaba muerta. Su olor había sido una alucinación. Axel solo intentaba jugar con él para no morir. No podía seguir obsesionándose con Victoria. Necesitaba pasar página. Necesitaba que ese sentimiento de vacío desapareciera.

—¡No lo está! —insistió Axel, incorporándose un poco, desesperado—. ¡Vamos, mírame! ¡Sabes que no miento!

Caleb dudó unos pocos segundos, todavía más furioso porque no parecía estar mintiendo... ¡pero tenía que estar haciéndolo! ¡La había visto morir! ¡Había oído su corazón deteniéndose!

Ciego de ira, agarró a Axel del hombro y le dio la vuelta, estampándolo contra la pared y clavándole la pistola en la nuca. No podía mirarlo a la cara. no entendía por qué, pero no podía.

—¡Sabes que no estoy mintiendo! —insistió Axel, intentando apartarse.

—Cállate —le dijo Caleb en voz baja, intentando centrarse. Su cabeza era un desastre.

—¡No, yo la vi! ¡Lo juro! ¡Está viva! ¡Ha estado con Brendan todo este tiempo!

Caleb se detuvo en seco con el dedo en el gatillo y, de pronto, sintió que su cuerpo entero se tensaba al dar un paso atrás.

Iver apareció enseguida, confuso y enfadado, cuando Axel se escabulló y se sentó en el suelo de la habitación, aliviado por seguir vivo.

—Pero ¿qué haces? —le preguntó Iver a Caleb, furioso—. ¡Tenías que matarlo!

Caleb no respondió. Tenía la respiración agolpada en la garganta y la cabeza la daba vueltas. Los recuerdos de esa noche acudieron a él, todos de golpe, mientras intentaba encontrarle algún tipo de sentido a lo que Axel le había dicho.

Y lo encontró cuando lo miró, medio paralizado.

—Ya no es humana —dedujo en voz baja.

Axel sacudió la cabeza.

Iver pareció comprender por fin lo que estaban diciendo, porque su ira desapareció por completo, siendo sustituida por una mueca de incredulidad.

—Espera —dijo, pasmado—, ¿por eso no ha aparecido Brendan en todo este tiempo?

Caleb no respondió. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, y sentía que no podría creerse nada hasta que lo viera con sus propios ojos.

—¿Dónde está Brendan? —preguntó, mirando a Axel. Le temblaba la voz.

Él tragó saliva ruidosamente.

—Yo... le dije que estabais en casa de la pelirroja, así que supongo que habrá ido ahí.

—¿Con ella? —Caleb dio un paso hacia Axel, le temblaban los puños—. ¿Victoria estará con él?

Axel asintió. Caleb sintió que su corazón latía tan deprisa que retumbaba en sus tímpanos cuando soltó la última pregunta:

—¿Me estás diciendo... que Victoria está a menos de cinco minutos de distancia de mí?

Axel asintió de nuevo.

Antes de que nadie más pudiera decir nada, Caleb salió de la habitación a toda velocidad.


Victoria

El sentimiento de enfado de Brendan fue tan repentino que supo que había vuelto al coche y no la había encontrado ahí. Victoria se detuvo en medio de la calle y soltó una palabrota en voz baja.

Bueno, tenía que volver de todas formas, ¿no? Brendan se enfadaría todavía más si no aparecía enseguida.

Pero... la cabeza le dolía tanto... no estaba dispuesta a escuchar una bronca. No en ese momento, al menos. Si hacía el tonto media horita antes de tener que enfrentarse a él... bueno, quizá así a Brendan se le pasaría un poco el enfado, ¿verdad?

Dio media vuelta y, tras dudar unos segundos, empezó a ir en dirección opuesta a Brendan.

No le preocupaba demasiado, la verdad. Sentía que había recorrido esas calles miles de veces. Cruzó la calle y pasó de nuevo junto a las vallas de la fábrica. La miró con desconfianza, como si hubiera algo que no había terminado de averiguar de ella, pero no le quedó más remedio que detenerse en seco cuando escuchó los pasos en su dirección.

Dudó visiblemente antes de retroceder y saltar el muro de la fábrica pequeña que había al lado de la que había visto hasta ahora. Se agachó, precavida, hasta que los pasos se alejaron en dirección a Brendan. Se asomó con cuidado y vio que eran los dos de antes. El del pelo negro caminaba como si tuviera un objetivo claro, no supo muy bien si furioso o emocionado, y su amigo lo seguía casi corriendo.

Victoria los siguió con la mirada hasta que desaparecieron y saltó del muro de nuevo, aterrizando en la calle. Tras asegurarse de que no volvían a por ella, volvió a subirse la capucha y empezó a andar en dirección contraria, sin rumbo fijo.

Que Brendan disfrutara de su reunión familiar, ella quería estar sola por un rato. Hacía dos meses que no podía hacerlo.

Pero se arrepintió muy rápido.

Apenas había doblado la esquina cuando percibió un rápido movimiento por el rabillo del ojo. Fue tan sumamente rápido que ni siquiera tuvo tiempo de reacción antes de que alguien la agarrara del cuello desde atrás. Abrió la boca para gritar cuando empezaron a arrastrarla hacia la oscuridad, pero le cubrieron la boca con un pañuelo de olor extraño y sus ojos se cerraron solos.

Lo último que notó antes de quedarse inconsciente, fue la oleada de pánico de Brendan al ver a su hermano.


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