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Capítulo 18

Mini-maratón 1/2


Caleb

Honestamente, ya tenía una idea de cómo quería sacarle información al idiota del hermano de Victoria, pero dudaba mucho que ella fuera a aprobar sus métodos.

Victoria, por cierto, acababa de ponerse su chaqueta. Caleb reprimió una sonrisita cuando se dio cuenta de que, justo debajo, ya no había más capas de ropa. Estuvo tentado a hacer alguna broma al respecto —sabía que ella sonreiría al instante—, pero no era el mejor momento para ello.

No, ahora tenían otras preocupaciones. Como el idiota del sofá, que los miraba con una mezcla de rabia y miedo muy curiosa. El corazón se le había acelerado y, pese a que intentaba disimularlo, se estaba encogiendo contra el sofá para intentar alejarse lo máximo posible de ellos.

Caleb puso una mueca de disgusto, como siempre que lo veía. El parecido con Victoria era innegable —el pelo castaño, los ojos grises, la complexión larguirucha...—, pero siempre se sentía como si estuviera viendo el reflejo menos agradable de ella. Como una copia mal hecha.

—¿Qué queréis? —increpó Ian.

—¿Qué queremos? —repitió Victoria, soltando un resoplido de burla—. ¡Eres tú quien se dedica a robar las cosas de los demás y a dejar notas para que vayamos a buscarte!

—Hace un momento no parecía que me buscarais. Parecía que estabais a punto de hacerlo en el sofá.

—A punto —murmuró Caleb, resentido.

—¿Dónde están los papeles que robaste, Ian? —preguntó Victoria directamente.

—¿Qué papeles?

—Los que robaste de casa de Margo. ¿Dónde están?

El idiota esbozó una pequeña sonrisa que Caleb supuso que sería un triste intento de ser misterioso. Casi tuvo ganas de quitársela de un golpe.

—Oh, buena pregunta, hermanita... ¿por qué iba a responderla?

—Déjate de tonterías —espetó Caleb—. Dinos dónde están y esto terminará bien.

—¿Y si termina mal, qué? ¿Me harás daño? ¿Te crees que Vic te dejará hacerme daño?

Si algo le molestaba más que su tono de voz irritante o su cara de estúpido... era que siempre usara a Victoria como escudo.

Sin embargo, Victoria ya no estaba tan dispuesta a aguantar esa mierda. De hecho, parecía más frustrada que de costumbre, como si no estuviera de humor para sus tonterías. Quizá Caleb no era el único al que le había frustrado no poder terminar lo que habían empezado.

Ella dio un paso en su dirección, tensando los hombros.

—No, él no te hará daño. No necesito a nadie para hacerte hablar.

Caleb se giró hacia ella, sorprendido. Victoria estaba mortalmente seria.

—¿Qué haces? —preguntó Ian, intentando hacerse el valiente, aunque no pudo evitar el ligero temblor en su voz.

Victoria tardó unos segundos en responder. Caleb frunció el ceño cuando vio que sus manos estaban temblando. No era miedo, era algo más. Se acercó lentamente, intentando no sobresaltarla, pero ella ni siquiera se giró en su dirección.

—¿Dónde están los papeles, Ian? —preguntó Victoria bruscamente.

Él se encogió contra el sofá.

—No lo diré hasta que...

—¿Hasta qué? —espetó ella cuando no continuó.

—Hasta que... me devolváis a mi hijo.

Caleb lo miró con el ceño fruncido. No había forma posible de que quisiera recuperar a Kyran por nada relacionado con su bienestar. Era por algún tipo de necesidad que solo podía cubrir con su ayuda, seguro.

—Lo utilizas para robar, ¿no? —Fue su primera conclusión—. Te aprovechas de su habilidad para mandarlo a hacerte el trabajo sucio. Como hace un año, cuando lo mandabas al almacén de Sawyer a robarle alcohol.

El idiota no dijo nada, pero no hacía falta. Era obvio que era cierto. Caleb dio un paso en su dirección, quedando otra vez al lado de Victoria.

—¿Cuándo descubriste su habilidad?

Él no era un mestizo, eso estaba claro. No había nada en su estúpida anatomía que diera un solo indicio de habilidad. Se la había llevado toda Victoria.

—Cuando el crío tenía un año —murmuró el idiota, apartando la mirada—. Yo estaba discutiendo con su madre y él se puso a chillar como un loco. Le grité que se callara, intentó apartarse de mí... y lo vi. Vi como se hacía invisible por un momento. Cada vez que me enfadaba con él conseguía que se hiciera invisible, así que le enseñé a... practicar su habilidad.

—Gritándole para aterrorizarlo —masculló Caleb.

—Pues sí.

Él tuvo que contenerse para no lanzarse sobre él.

Victoria sirvió como distracción, especialmente cuando dio un paso hacia Ian. Tenía las manos cerradas en dos puños temblorosos y sus ojos empezaban a teñirse de negro.

—¿Solo gritándole? —preguntó ella con la voz temblorosa.

Ian se giró hacia ella y, por la sonrisa que esbozó, Caleb supo que no. No solo le había gritado. Había hecho cosas peores solo para poder seguir aprovechándose de él.

Victoria dio otro paso en su dirección y sus ojos se volvieron dos pozos de oscuridad. Nunca los había tenido tan negros.

—Victoria... —Se escuchó decir Caleb a sí mismo, preocupado.

—No me mires así. —Su hermano no había borrado esa sonrisa—. También supe que tú tenías algo así cuando me clavaste ese cuchillo.

—Victoria —repitió Caleb, al ver que su cuerpo entero se tensaba.

—¿O vas a negarlo? —siguió Ian.

Caleb percibió el peligro incluso antes de que Victoria se moviera. Intentó alcanzar su muñeca temblorosa, pero se le escapó entre los dedos cuando ella dio un paso hacia delante y sujetó la cabeza de su hermano. Caleb vio cómo los ojos de Ian se volvían totalmente negros al instante en que dejaba de respirar.

Ian intentó subir las manos a su cuello, desesperado, pero casi al instante volvieron a quedarse pegadas al sofá. Su cara empezó a volverse roja y abrió mucho los ojos por el terror. Victoria no. Solo lo miraba fijamente, apretando dos dedos en su frente y presionando con los ojos cada vez más oscuros.

Caleb se movió por impulso y la agarró de la muñeca, pero ella se zafó y aplicó todavía más presión, haciendo que su hermano empezara a cerrar los ojos hinchados por la falta de oxígeno.

—¡Victoria! —exclamó Caleb, pero ella lo ignoró.

Cuando escuchó que el corazón de su hermano se detenía, ya no pudo aguantarlo más. Se acercó a ella y la rodeó con los brazos desde atrás para apartarla bruscamente. Victoria empezó a removerse, intentando librarse del agarre, pero a él no le importó. Simplemente le dio la vuelta para que no pudiera seguir mirando a su hermano, que estaba intentando volver a respirar.

Victoria se removió con tanta fuerza que Caleb perdió el equilibrio y terminó con una rodilla en el suelo, todavía sujetándola. Ella le dio un codazo, gruñendo, y aterrizó de bruces. Cuando hizo un ademán de moverse, Caleb perdió la paciencia y la sujetó de los hombros para darle la vuelta, pegarle la espalda al suelo y obligarla a mirarlo.

—¡Para, Victoria! —espetó, harto, cuando hizo un ademán de golpearlo—. ¡BASTA!

Ella se quedó quita al instante, mirándolo.

Nunca le había gritado de esa forma, pero ya no sabía qué más hacer. Tenía los ojos incluso más negros que los de Caleb. Ni siquiera podía ver sus pupilas. Y el corazón de Victoria latía tan deprisa que estaba empezando a preocuparle.

—Ya basta —repitió, sujetándole la mandíbula con una mano para que lo mirara—. Respira hondo, necesito que tu corazón vuelva a latir con normalidad.

Victoria parecía completamente perdida. Durante un instante, lo había mirado como si ni siquiera supiera dónde estaba. Tras eso, había empezado a parecer asustada. Ahora solo parecía temerosa y confusa, pero al menos obedeció y trató de tomar una respiración profunda.

Justo en ese momento, Caleb percibió un movimiento detrás de él. Ian se había puesto de pie de forma dificultosa y andaba a trompicones hacia la puerta. Hizo un ademán de detenerlo, pero Victoria lo sujetó del brazo y lo retuvo a su lado.

—Ya sé dónde están los papeles —murmuró, todavía con la respiración agitada.

Caleb la miró, confuso, e Ian aprovechó ese momento para marcharse. Pudo escuchar sus torpes pasos por el pasillo mezclándose con el corazón acelerado de Victoria.

—Deja que se marche —insistió ella, apretando su brazo con los dedos.

Él no dijo nada. Prefirió confiar en ella pese a no entender del todo sus motivos.

Victoria parpadeó, haciendo que el gris de su iris empezara a aparecer bajo la gruesa capa negra. Su pecho comenzó a subir y bajar con normalidad. Él soltó un suspiro de alivio.

—¿Por qué me has detenido? —preguntó Victoria, confusa, con un hilo de voz.

—Porque si te hubiera dejado matarlo, no serías capaz de vivir con ello.

Los dos sabían que era cierto. Ella no habría podido seguir con su vida tras algo así. La culpabilidad habría sido demasiado grande.

Victoria cerró los ojos con fuerza y su expresión se contrajo, como si estuviera reprimiendo una mueca de dolor.

—No sé qué me ha pasado —admitió en voz baja.

—No pasa nada, ya estás bien.

Ella no dijo nada más, pero aceptó que la ayudara a ponerse de pie. Se incorporó lentamente, llevándose una mano a la cabeza, y Caleb la sujetó por debajo de los brazos para estabilizarla.

—Están bajo mi cama —añadió en voz baja.

Caleb, asegurándose de que estaba estabilizada y no iba a caerse, fue rápidamente a su habitación y se agachó junto a la cama. Efectivamente, había un montón de papeles que reconoció al instante. Los recogió y volvió con Victoria, confuso.

—¿Cómo...?

—He conseguido que lo susurrara —murmuró Victoria, acariciándose las sienes con los dedos. Realmente parecía dolorida, como si no se hubiera recuperado del todo.

—Victoria... ¿estás bien?

Ella miró a su alrededor de forma extraña, parpadeando varias veces, antes de bajar la mano lentamente y quedarse observando fijamente la puerta. Algo en su expresión cambió, pero Caleb no supo decir qué era exactamente.

Y, entonces, se giró hacia él y sus ojos grises parecieron haber vuelto a la normalidad. Esbozó una pequeña sonrisa cansada.

—Sí, claro. Volvamos.


Victoria

En el trayecto en moto, seguía notando una presión extraña en el pecho. No la había abandonado desde que había pasado lo de Ian.

Y es que... no sabía muy bien qué había pasado. Durante un segundo, se había perdido en su propia cabeza. Solo había podido pensar en Ian y en lo que le había podido hacer a Kyran. Y... sí, había perdido el control. Ni siquiera recordaba del todo lo que había hecho. Lo más claro era el grito de Caleb cuando la había puesto en el suelo.

Él debió notar que estaba tensa, porque en un semáforo en rojo la miró por encima del hombro. Con el cristal tintado del casco, no podía verle los ojos. Supo que la estaba mirando de todas formas.

—¿Estás bien? —preguntó. Ya era la quinta vez que lo preguntaba desde que habían salido.

Ella asintió. Volvía a llevar su ropa puesta y él la suya. Sintió el peso de su pistola bajo su chaqueta cuando apretó los dedos en su abdomen.

—Sí. Solo estoy un poco mareada, pero se me pasará enseguida.

Caleb la observó unos segundos más antes de girarse hacia delante. El semáforo se había puesto en verde otra vez. Victoria tragó saliva y se apoyó en su espalda cuando tomó una curva y giró la muñeca, acelerando bruscamente y emprendiendo el camino hacia el orfanato.

Apenas unos minutos más tarde, recorrían el camino de grava que separaba el orfanato de la carretera. Caleb empujó la valla que lo rodeaba de una patada —todo delicadeza— antes de acelerar la moto por el camino de la entrada y aparcarla junto a la puerta.

Fue en ese momento, justo cuando Victoria se bajaba, que detectaron unas cuantas cosas que no encajaban.

Para empezar, el coche de Brendan no estaba, solo uno mucho más grande. Una de las ventanas estaba reventada. Alguien la había destrozado.

Victoria clavó la mirada en el pequeño rastro de sangre que llevaba desde la puerta trasera del coche hasta la puerta y sintió que su pecho se encogía.

—Margo o Brendan —susurró, mirando a Caleb.

Pero él, en su minuciosa inspección, se había tensado de pies a cabeza. Todavía no se había quitado el casco y Victoria no podía verle la expresión, pero supo que no era buena.

—¿Qué pasa? —preguntó, aterrada—. ¿De quién es?

—De ninguno de ellos dos.

Victoria no entendió muy bien lo que estaba diciendo... y menos entendió que se quitara el casco de golpe, lo lanzara al suelo y se encaminara hacia la puerta principal con la expresión más furiosa que había visto jamás en su rostro.

—¡Caleb! —chilló, tratando de seguirlo con los documentos en la mano.

Pero él ya no la estaba escuchando. Abrió la puerta de golpe y se precipitó hacia el gimnasio. Victoria llegó justo cuando los demás dejaron de hablar para mirarlos fijamente, sorprendidos.

Quizá se habría detenido a alegrarse por ver a Brendan y Margo vivos y sin heridas, pero se distrajo de golpe cuando Caleb soltó algo parecido a un gruñido y subió las escaleras a una velocidad vertiginosa.

—¿Qué...? —empezó ella, dudando.

—Mierda —siseó Brendan, pasando por su lado a la misma velocidad que su hermano.

Victoria dio un respingo, confusa, y los siguió con la mirada. Seguía sin entender nada cuando Kyran chilló de alegría y se abrazó a su pierna. De hecho, no reaccionó hasta que sintió una mano conocida en su hombro. Margo se había acercado y la miraba con una mueca.

—Eh... creo que hay unas cuantas cositas que deberíamos contarte.


Brendan

—¡Para, Caleb! —le advirtió a su hermano.

Caleb no le hizo ni caso. Cruzó el pasillo a toda velocidad, pasando junto a un muy sorprendido Axel —a quien le había tocado vigilar al idiota— y entrando en la habitación de golpe.

Sawyer estaba sentado al borde de la cama, dejando tranquilamente la ropa que se había quitado en la mesita de noche. Estaba perfectamente doblada. Sin una sola arruga.

Hubo algo casi gracioso en la forma en la que miró tranquilamente a Caleb, como si nada, aplanando la camisetita con la palma de la mano... mientras que él parecía un toro a punto de dar un cabezazo contra una pared.

—Ah, hola —dijo casualmente Sawyer, enarcando una ceja—. Ya me preguntaba dónde te habrías metido. ¿Estabas de luna de miel con tu novia?

Brendan intercambió una mirada entre ambos y supo, al instante, las intenciones de su hermano. Caleb se abalanzó sobre Sawyer tan deprisa que apenas fue capaz de verlo, pero de repente lo tenía de pie contra la pared que había junto a la cama, con el antebrazo clavado en su cuello para impedirle moverse. En un solo movimiento, Caleb sacó la pistola de su cinturón y se la clavó en medio de la frente.

Sawyer, por cierto, soltó un suspiro.

—¿Hay alguien en esta casa que no quiera dispararme? —murmuró.

Brendan se giró inconscientemente por el lazo y, efectivamente, vio que Victoria acababa de entrar. Margo, que estaba a su lado, acababa de decirle algo y ya no pareció tan sorprendida al ver a Sawyer. Solo apretó los labios con fuerza.

—¡Victoria! —exclamó Sawyer como si acabara de ver a un amigo de su infancia—. Qué alegría verte tan... irritantemente viva.

—Caleb —le dijo Brendan a su hermano—, vamos, suéltalo.

—¿Por qué debería soltarlo? —espetó él entre dientes—. Debería estar muerto.

—Yo estaba a favor de matarlo —remarcó Bex, que se asomaba desde el pasillo.

—Me han apuntado con más pistolas hoy que en toda mi vida —comentó Sawyer.

—¿Qué...? —Victoria balbuceó, señalándolo—. ¡¿Es vuestro prisionero?!

—Margo no quiso matarlo —remarcó Axel, mirándola con una ceja enarcada.

—¡Pensé que sería más útil para sonsacarle información! —se defendió ella.

—Pues es una idea horrible —siseó Axel, resentido.

—A mí no me parece tan horrible —dijo Victoria de repente, a lo que Margo pareció sinceramente aliviada—. Muerto no sirve de nada, pero vivo podemos sacarle toda la información que necesitemos. Y podemos divertirnos mucho en el proceso.

—Me encanta que todo el mundo me quiera tanto —murmuró Sawyer por ahí atrás.

A todo esto, Caleb seguía apuntándolo en la frente. Sawyer bajó la mirada hacia él y esbozó media sonrisita. Era esa sonrisita odiosa que haría que cualquier perdiera los nervios. El muy cabrón ni siquiera necesitaba decir nada para provocar a los demás.

El dedo de Caleb se apretó contra el gatillo.

—Oh, ¿vas a dispararme? —le preguntó Sawyer, poco preocupado—. Quizá deberías hacerlo. Imagínate que llegara a escaparme. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez que no pudiste apretar el gatillo contra mí? ¿Recuerdas quién murió en mi lugar?

Hubo un momento de silencio. Brendan casi pudo sentir la tensión de Caleb, que empezó a temblar de rabia.

—Veo que lo recuerdas —siguió Sawyer, mirándolo fijamente con esa media sonrisa odiosa—. Y no te gustaría que eso volviera a pasar, ¿verdad? Esta vez, no habrá posibilidad de convertirla para que sobreviva. Esta vez, será definitivo.

—¿No puedes cerrar la boca por una vez en tu vida? —espetó Margo de repente—. ¿Es que quieres que te maten o qué?

—No te preocupes, pelirroja, no es capaz de matarme. —Sawyer le enarcó una ceja a Caleb—. ¿O sí?

Brendan apretó los dientes. Él también sabía la respuesta a eso. Caleb no era capaz de matar a Sawyer. No así, al menos. Sabía que habría sido capaz de ello la noche en que Victoria murió, pero no así. No de esa forma tan fría, tan repentina.

Sawyer debió pensar lo mismo, porque apartó la pistola de delante de su cara con un manotazo, haciendo que Caleb retrocediera un paso, y soltó un soplido de burla.

—Qué decepción.

Brendan se acercó a su hermano al instante. Estaba furioso. Le puso una mano en el brazo, mirándolo.

—¿No ves lo que está haciendo? Quiere que le dispares. No caigas en sus provocaciones baratas.

—¿Por qué iba a querer que me dispararan? —Sawyer parpadeó con aire inocente.

—Prefieres que te disparen que seguir aquí —le espetó Brendan sin mirarlo—. Eso está claro.

—Oh, por favor. Me da igual.

—¿Sí? —intervino Margo de repente, entrecerrando los ojos—. ¿Y también te daría igual que Victoria mirara en tus recuerdos?

Pareció que había pronunciado las palabras perfectas, porque Sawyer borró su sonrisa de golpe.

Se giró hacia ella con una expresión tensa que no habían visto hasta ese momento. Se quedó mirándola unos segundos, flexionando la mandíbula, hasta que finalmente forzó una sonrisa de indiferencia que no le salió del todo bien.

—Me da igual —repitió, aunque ya nadie se lo creía.

Margo se giró hacia Victoria con una mirada significativa y ella, al instante, miró a Sawyer. Dio un paso en su dirección, atrayendo la atención de toda la habitación, y extendió una mano para alcanzarle el brazo.

El efecto fue inmediato. Sawyer retrocedió bruscamente. Sus ojos centelleaban con rabia. Incluso se había puesto pálido.

—Ni se te ocurra usar tu mierda de habilidad conmigo —le advirtió en voz baja.

—Parece que hemos encontrado lo que le daba tanto miedo —comentó Margo, cruzándose de brazos.

—Y en el mejor momento —añadió Brendan, que tenía a su hermano agarrado del brazo y lo estaba apartando disimuladamente de Sawyer—. ¿Qué te da tanto miedo que veamos?

—Quizá es algo relacionado con sus años con vosotros —Margo asintió.

—¿Alguna idea?

—Un recuerdo que os hizo borrar.

—No sería la primera vez.

Sawyer había ido tensándose a medida que la conversación avanzaba, pero en esa ocasión no dijo nada. Clavó una mirada resentida sobre Margo antes de girarse hacia Victoria con los dientes apretados.

—Bueno —intervino Victoria, fingiendo que estiraba el cuello para prepararse—, es una lástima que te pongas así con tus recuerdos... porque voy a verlos quieras o no.

Sawyer hizo un ademán de moverse y, al instante, Brendan le quitó la pistola a su hermano —que miraba la escena con los labios entreabiertos—y lo apuntó directamente en la entrepierna. Sawyer soltó un suspiro de hastío.

—Yo no dudaré a la hora de apretar el gatillo —le advirtió Brendan.

Y eso era verdad. De hecho, casi deseaba volarle las partes nobles.

Sawyer vaciló, dando un paso atrás, y no se movió. Parecía estar pensando a toda velocidad, pero no se le ocurrió nada.


Victoria

Después de usar su habilidad tan poco tiempo antes, no se sentía muy preparada para volver a hacerlo. De todos modos, se acercó a Sawyer con determinación y flexionó los dedos, tratando de concentrarse.

Él se tensó de pies a cabeza cuando Victoria sintió la ya familiar presión en las sienes. Sabía que sus ojos se habían puesto negros.

—Vamos a ver qué ocultas —murmuró.

Victoria rodeó su muñeca con una mano y, casi al instante, él cerró los ojos.

Ella se concentró con todas sus fuerzas, en medio de la oscuridad, para encontrar cualquier movimiento o luz a su alrededor. Ese siempre era el primer recuerdo accesible. Echó la cabeza a un lado, rebuscando, y por fin vio un destello.

De hecho, incluso desde la distancia, reconoció lo que veía en el destello. Un niño pequeño atado a una silla. Pelo negro y ojos azules. Lo reconoció al instante. Caleb.

¿Pero por qué Sawyer pensaba en ese recuerdo, exactamente?

Victoria trató de acercarse para verlo mejor, pero... casi al instante, algo la detuvo.

De pronto, fue como una oleada de aire la mandara hacia atrás. Apretó los dientes, frustrada, y buscó de nuevo. No fue capaz de volver a encontrar el recuerdo.

De hecho, fue como si de repente una oleada extraña e intermitente de recuerdos se agolparan y se reprodujeran a la vez a su alrededor. Victoria retrocedió, asustada, y apretó los dedos en la piel de Sawyer. Él no se había movido un milímetro, pero de alguna forma sabía que lo estaba haciendo a propósito.

Volvió a abrir los ojos en la realidad, confusa e irritada a partes iguales, y vio que él también los abría y los clavaba sobre ella.

—¿Algún problema, cachorrito? —le preguntó en voz baja, provocándola.

Victoria lo soltó de golpe, como si quemara, y apretó los dientes con frustración.

—¿Qué has hecho?

—Ya te he dicho que no quería que vieras nada.

—¿Qué pasa? —preguntó Caleb, tenso.

Victoria dudó un momento y por fin se giró hacia ellos. Bex, Axel, Brendan, Margo y Caleb la miraban fijamente, esperando una reacción.

—No puedo verlos —dijo finalmente, sintiéndose algo derrotada.

—Eso es imposible —se indignó Bex, entrando en la habitación con la silla de ruedas—. Déjame a mí, voy a ver si su futuro es una muerte lenta y dolorosa.

—No vas a poder verlo —insistió Victoria, frunciéndole el ceño a Sawyer—. ¿Cómo demonios lo has hecho?

Él soltó un bufido de burla.

—Yo les enseñé a tus amiguitos todo lo que saben de sus habilidades. ¿De verdad te crees que no aprendí ninguna medida de defensa?

Dicho así, sonaba tan evidente que se sintió ridícula. Victoria tragó saliva y, frustrada, decidió salir de la habitación. Fuera cual fuera la solución, no iba a encontrarla con él al lado burlándose.


Caleb

Apartó la mirada de la ventana cuando Brendan se detuvo a su lado, echando una ojeada a Kyran. El pequeño se había empeñado en subirse encima de Caleb casi al instante en que habían bajado las escaleras y ahora roncaba con la mejilla apoyada en su hombro.

—¿Qué tal tu nueva vida de niñera? —preguntó Brendan con una sonrisita malvada.

—Cállate. —Caleb frunció el ceño—. Solo lo sujeto porque no tengo nada mejor que hacer.

—Lo sujetas porque te encanta, no seas embustero.

Hubo un momento de silencio. Axel y Bex estaban charlando y riendo a unos metros de ellos, en una de las mesas. Brendan les echó una miradita extraña antes de mirar también por la ventana. Caleb entrecerró los ojos en su dirección.

—¿Qué te ha pasado antes?

—¿Eh?

—Victoria ha sentido que se ahogaba —recalcó, colocando mejor a Kyran sobre él—. Era por el lazo. Si no hubiera usado mi segunda habilidad, ahora mismo... no sé que sería de ti, la verdad.

—¿Y me lo dices porque esperas que te dé las gracias?

—Pues no estaría mal.

—Pues gracias.

Caleb entrecerró todavía más los ojos.

—Dicho así, no sirve de nada. Tienes que sentirlo en el corazón.

—Lo único que siento en el corazón es un casi-infarto.

—Y yo sigo esperando mi agradecimiento.

—Lo que ha pasado —Brendan volvió al tema—, es que el abuelo del loco de arriba me tenía por los aires sin poder respirar.

—Vas a tener que explicarme mucho contexto sobre eso.

—Ahora no. —Brendan se acarició el puente de la nariz, suspirando—. Joder, estoy agotado. Creo que debería irme a dormir o algo así.

—¿Y por qué no lo has hecho? —preguntó Caleb con una mirada significativa.

De alguna forma, sabía que era por los dos que tenían detrás. Bex acababa de soltar una carcajada que había hecho que Brendan pusiera los ojos en blanco. Caleb ocultó una sonrisita divertida.

—¿Te molesta que sean amigos? —preguntó.

—No.

—Ajá.

—Me da igual.

—Claro.

Brendan se cruzó de brazos.

—Me harta hablar contigo —declaró, muy indignado—. Eres como un abuelito juzgador.

—Oye, te has acercado tú.

—Para ver qué hacen esos ahí fuera, pero me iré a verlo desde otra ventana en la que no esté el abuelito juzgador mirándome con los ojos entrecerrados.

—Exagerado.

—Idiota.

—Celoso.

—San Caleb.

Tras decir eso, Brendan se marchó sin darle la oportunidad de responder. Caleb lo vio desaparecer por la puerta y sacudió la cabeza, girándose de nuevo hacia los que estaban en el jardín trasero.


Victoria

Por algún motivo, todos habían creído que sería una buena idea tomar el sol para distraerse un poco. Había sido idea de Margo, claro. Habían sacado unas cuantas toallas y dos sillas para acomodarse en el patio trasero. El problema era que no tenían bikinis ni bañadores, así que algunos iban en ropa interior —Margo y Victoria— y otros con poca ropa —Daniela y Lambert, que se había unido en el último momento—.

Victoria bajó la mirada hacia su sujetador color crema y sus bragas grises y puso una mueca al ver las de Margo, unas bragas rojas finitas y sexys junto con un sujetador negro bastante delgado y con transparencias. ¿Por qué ella no podía tener ropa interior sexy?

—¿No os preocupa que os vea alguien así? —preguntó Dani tímidamente, mirándolas.

—Los únicos que pueden vernos son los de la casa —murmuró Margo, echándose el pelo hacia atrás con una mano—, y tampoco es como si nunca hubieran visto a dos chicas en ropa interior.

—A mí el único que me preocupa es Caleb —comentó Victoria—, pero ya me tiene muy vista.

Dani puso una mueca y se miró el interior de la camiseta, como si calibrara hasta qué punto valía la pena quitarse la camiseta o no.

Lambert optó por hacerlo. La dejó en el suelo y se quedó en sus pantalones por las rodillas. Victoria vio que tenía el pecho y los bracitos muy delgados y pálidos, cubiertos de pecas igual que las de su cara.

—Se supone que los pelirrojos no debemos tomar el sol —comentó él, ajustándose unas enormes gafas de sol que había encontrado por ahí dentro—, quizá somos como los vampiros y empezamos a arder en llamas.

—A mí no me molestaría —comentó Margo, poco preocupada.

—Corred en dirección al bosque, no hacia la casa —añadió Victoria.

Lambert puso una mueca y se acomodó mejor sobre la silla. Dani también ocupaba una. Margo y Victoria habían optado por dos toallas sobre la hierba para poder tumbarse.

—No, no me quitaré la camiseta —finalizó Dani, que había estado observando su ropa interior todo el rato—. Tampoco es que tenga mucho que enseñar.

—No digas eso —protestó Margo, que se había incorporado como movida por un rayo—. ¡Eres preciosa!

—Pero tu opinión no vale, me lo dices porque me aprecias como amiga.

—Yo no soy tu amiga y también lo pienso —observó Lambert.

—¡Vamos, Dani! —Victoria se puso de pie, entusiasmada—. ¡Fuera camisetas!

Dani enrojeció un poco, pero hizo un ademán de quitarse la camiseta. Victoria y Margo aplaudieron a la vez cuando, finalmente, se la sacó por la cabeza y se cubrió con los brazos, enrojeciendo el doble.

—Ya está —musitó, agachando la cabeza—. No enseño más, que casi no tengo pechos.

—Tienes más que yo —comentó Lambert.

—¡Pero tú eres un niño!

—Un niño-gato —corrigió Margo.

—Y casi las tenemos iguales —añadió Victoria, agarrándole una mano sin miramientos y poniéndosela en una teta—. ¿Lo ves?

Dani la apretó, sospesándola, y se tocó la suya con la otra. Parecía estar analizándolo muy meticulosamente.

—Vale, se parecen bastante —accedió.

—Las de esta no. —Victoria soltó una risita y apretó una teta de Margo con los dedos, a lo que ella enarcó una ceja—. Tú las tienes grandes, cabrona.

—Es verdad —protestó Daniela, estrujándole la otra—. Ni siquiera me cabe en la mano.

Lambert, sentado en su sillita, las miraba con los ojos entrecerrados.

—¿En qué momento he entrado en una película porno?

—Oh, solo las probamos —protestó Margo, señalándose una teta—. ¿Quieres intentarlo?

—No sé. Nunca he tocado una teta. No sé si es algo que quiera experimentar, la verdad.

—No es para tanto. —Victoria le sujetó una mano y se la puso en un pecho—. ¿Lo ves?

Él dudó, apretándola con los dedos como si analizara su contenido.

—Oh, son blanditas. —Lambert parpadeó, sorprendido.

—Las de Margo son más blanditas —comentó Daniela.

—Sí que lo son —Lambert entrecerró los ojos, analizando también la mano que acababa de poner en la teta de Margo.

—¿Te gustan? —bromeó Victoria.

—Nah, sigo prefiriendo una buena polla.

—Dijo el fino caballero... —Dani sacudió la cabeza.


Caleb

Apartó la mirada de la ventana con la nariz arrugada. Cada día entendía menos a la gente.


Victoria

Cuando se hubieron cansado de tocar pechos ajenos y todos quedaron en ropa interior, volvieron a tumbarse cada uno en su lugar. Pasaron un buen rato en silencio, cada cual pensando en sus cosas, hasta que el suspiro de Lambert los distrajo.

—Echo de menos ser un gato.

—Eso entra en la lista de frases que nunca pensé que oiría —murmuró Margo.

—¿Por qué no puedes volver a serlo? —preguntó Dani, curiosa.

—Porque cualquier destello mágico podría conducir a Sawyer hacia nosotros.

—Sawyer ya está con nosotros —le recordó Victoria.

—Él no, su abuelo. Barislav. —Arrugó la nariz al pronunciar su nombre—. Prefiero a su nieto, la verdad. Al menos es agradable a la vista.

—Aunque sea guapo, sigue dando miedo. —Dani puso una mueca.

Hablar de él hizo que Victoria apretara los labios, irritada. No había dejado de pensar en lo que había pasado un rato antes.

—Ha bloqueado sus recuerdos de alguna forma —protestó—. Y está claro que oculta algo importante, sino no se habría tomado tantas molestias en esconderlo.

—¿Habéis mirado si llevaba obsidiana encima? —preguntó Lambert.

—Casi al instante. No llevaba nada.

—Entonces, los bloquea a voluntad —concluyó Margo, poniendo los ojos en blanco—. ¿Por qué será que no me extraña?

Y, mientras lo iba diciendo, fue como si a Victoria se le expandiera la mente y se le ocurriera el plan perfecto. Se incorporó de golpe, quedándose sentada, y se giró entusiasmada hacia Margo.

—¡Claro! —exclamó.

Margo, que había estado jugueteando con un mechón de su pelo, le frunció el ceño.

—¿Eh?

—¡Tú podrías convencerlo!

Tanto Dani como Lambert se giraron también hacia Margo, que parpadeaba con aire confuso.

—¿Y con eso te refieres a...?

—¡A que podrías convencerlo de que me deje ver sus recuerdos!

Margo sospesó la idea durante unos segundos en los que su nariz se fue arrugando por la mueca que iba aumentando en su rostro.

—¿Yo? ¿Cómo demonios voy a convencerlo de nada?

—¡Siendo tú misma!

—¿Tú has visto a ese tipo, Victoria? No podría convencerlo de nada ni aunque quisiera.

—Le convenciste para que salvara la vida de Brendan —observó Dani.

—Pero... —Margo se incorporó hasta quedarse sentada, también—, no es lo mismo. Me debía una porque yo acababa de salvarle la vida. Solo lo hizo por eso.

—O no —intervino Victoria.

—Sí, Vic —ironizó Margo—, también lo hacía porque se ha enamorado locamente de mí.

—Quizá no es interés romántico, sino de otro tipo —Lambert levantó y bajó las cejas por encima de las enormes gafas de sol—, y eso nos brinda unos cuantos métodos de convicción interesantes.

Victoria, Dani y Lambert sonrieron perversamente a la vez, mirándola fijamente. Margo arrugó todavía más la nariz.

—Lo siento, pero... no.

—¡Podrías hacerlo muy bien! —exclamó Dani, entusiasmada—. Siempre has sabido conseguir que los chicos hicieran lo que tú quisieras. ¿Cuántas propinas conseguías por noche solo por hablar con ellos?

—¡Pero es que este no es un chico idiota de un bar, es un lunático en potencia!

—Al que ya convenciste una vez de salvar a Brendan —le recordó Victoria—. Si lo hiciste una vez, puedes hacerlo dos veces.

Margo dudó, apartando la mirada, y suspiró pesadamente. Había apoyado los codos en las rodillas. Seguramente estaba intentando buscar una buena excusa para librarse de aquello, pero no se le ocurría ninguna.

—¿Y qué tendría que hacer, exactamente? —preguntó.

—Primero, tienes que relajarlo —advirtió Lambert.

—Haz que confíe en ti. —Dani asintió.

—O que se ponga tan cachondo que no pueda pensar con claridad —añadió Lambert.

—Será la primera opción —aclaró Margo al instante.

—Lástima.

—Una vez se haya relajado —intervino Victoria con una mirada significativa—, ya sabes...

Hubo un momento de silencio. Margo parpadeó, sorprendida.

—¿Lo... apuñalo?

—¡No! —Victoria dio un respingo—. ¡Muerto no sirve de nada! Me refería que le sacaras el tema y trataras de convencerlo.

Margo asintió, analizándolo.

—Vale... creo que puedo intentarlo, pero no...

—¡Genial! —Victoria aplaudió—. Pues buena suerte.

—Espera —Margo abrió mucho los ojos—, ¿t-tengo que hacerlo ahora...?

—¡Suerte! —chilló Dani, aplaudiendo.

Margo abrió la boca, sorprendida, cuando Victoria tiró de ella para ponerla de pie. Lambert le colocó las gafas de sol gigantes.

—Las gafas de diva —la informó—. Para deslumbrarlo y triunfar.

—Suerte, soldado —asintió Victoria.


Margo

Joder... ¿por qué siempre le tocaban esas cosas a ella?

Estaba de pie junto a la puerta, mirándose a sí misma. Seguía yendo en ropa interior, con las gafas de sol gigantes y una bolsa de galletitas de chocolate en la mano. No era el atuendo ideal para que la tomaran en serio, la verdad.

Vale, ¿por qué estaba nerviosa? Dani tenía razón, había hecho eso miles de veces. Quizá era por la presión grupal de que todo el mundo dependiera de ella.

Suspiró pesadamente, forzó una sonrisa casual y abrió la puerta para apoyarse en el marco de la forma más interesante que encontró.

—Hola —exclamó, sintiéndose ridícula.

Sawyer estaba sentado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero. Y lo peor fue que ni siquiera la miró. Tenía los ojos clavados en la ventana con un gesto aburrido. Su muñeca seguía esposada.

—Hola —repitió Margo, molesta.

—¿Cuánto tiempo has estado preparándote en el pasillo antes de entrar?

Mierda, ¿la había oído?

—¿De qué hablas? Acabo de llegar.

Sawyer se giró hacia ella y Margo, casi al instante, se concienció de poner una pose mínimamente sexy. No habría servido de nada. Él la recorrió con la mirada con una expresión bastante indiferente antes de volverse hacia la ventana otra vez.

Vale, definitivamente el plan de Lambert quedaba descartado.

Al menos, quedaba el de intentar convencerlo ganándose su simpatía.

—¿Qué quieres? —preguntó Sawyer, desconfiado.

Margo levantó la bolsa de galletitas.

—He pensado que tendrías hambre.

—¿Ya te has cansado de apretar tetas en grupo?

Ella tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para que no se notara que eso la había pillado desprevenida. Efectivamente, Sawyer estaba mirando a los demás tomando el sol con gesto aburrido. Su ventana daba directamente con el patio trasero.

—Pues sí —dijo, muy digna.

—Lástima. Parecía entretenido.

Margo dudó visiblemente. No había planeado que esa situación fuera así de tensa. Al final, carraspeó y se acercó a la cama. Él la siguió con la mirada, totalmente inexpresivo.

—¿Quieres o no? —preguntó ella, agitando las galletitas.

Sawyer no respondió.

Oh, vamos, ¿no podía hacer las cosas un poco más fáciles?

—Pues vale —masculló la pobre Margo, sentándose en el lado contrario de la cama y apoyando la espalda en el lado opuesto al cabecero—. Pues me las como yo.

Abrió la bolsa y le dio un bocado a una galleta. En realidad, solo era una excusa para buscar algo que decir que no fuera estúpido. Ni siquiera tenía hambre.

Al final, fue Sawyer que rompió el silencio. Le había enarcado una ceja.

—¿Acostumbras a pasearte en ropa interior con galletitas en la mano para visitar a hombres esposados a una cama?

Bueno, dicho así sonaba raro.

—Solo cuando me aburro.

—Nunca había tenido una camarera tan entretenida.

—Sinceramente, no sé si eso ha sido un insulto.

—Mejor.

Hizo una pausa, mirándola fijamente. Margo carraspeó, incómoda, y le dio otro bocado a la galleta.

—¿Qué? —preguntó.

—¿Has subido para intentar convencerme de que desbloquee mis recuerdos y permita a tu amiguita que los vea?

Ella se quedó a medio mordisco, pasmada. ¿Cómo...?

Radi vsego svyatogo... —Sawyer puso los ojos en blanco y volvió a girarse hacia la ventana—. Sois tan predecibles que estáis empezando a aburrirme.

—Si tanto te aburres, podrías ayudar un poco. Seguro que así te entretienes.

Él esbozó media sonrisa, pero no la miró.

—Prefiero seguir aburriéndome. Y analizándoos.

Margo se tensó un poco al darse cuenta de que podía usar eso en su contra. Era una buena forma de ganarse su confianza; aprovecharse de su enorme e insoportable ego.

—Realmente crees que nos tienes a todos controlados, ¿eh?

La táctica funcionó, porque Sawyer se giró hacia ella al instante.

—No es que lo crea, es que lo sé.

—¿Sí? Pues demuéstralo.

Él ladeó un poco la cabeza, divertido.

—Para empezar, Brendan quiere follarte, cosa que seguramente ya sabes. Y no podemos culpar al pobre chico.

Margo, que estaba mordisqueando una galleta, sintió que tragaba sin querer y empezó a toser compulsivamente.

Sawyer, mientras, siguió hablando como si nada.

—Axel quiere follarse a Brendan y Brendan siente lástima por él. Axel intenta convencerse de que quiere follarse a Bex, pero desde que era un crío ya he notado que ella solo era una forma de protegerse de lo que realmente es. Bex no quiere follarse a nadie porque pasa de todos, la rubia con cara de susto tampoco está interesada en nadie, el pelirrojo quiere follarse a Caleb, Caleb solo quiere follarse a su novia y ella solo quiere follárselo a él porque son un par de aburridos.

Hizo una pausa, considerándolo.

—¿Me dejo a alguien?

—Sí. —Margo enarcó una ceja—. ¿A quién quiero tirarme yo?

Sawyer hizo una pausa, mirándola, y soltó algo parecido a una carcajada áspera.

—No me obligues a decirlo, romperás la magia.

—De todos modos —carraspeó ella—, ¿de qué te sirve todo eso? ¿Vas a escribir un fanfic?

—No, pero sirve para manipularlos. Si quiero aprovecharme de Axel, solo tengo que decirle que te he visto hablando con Brendan en el pasillo. Y que parecíais muy íntimos.

Margo tuvo que admitir que tenía sentido, pero antes muerta que darle la razón.

—No los conoces tanto como crees —murmuró.

—En realidad, los conozco incluso mejor de lo que tú crees. Y conocer a los demás y detectar sus debilidades es parte de mi trabajo, pelirroja, ¿te crees que habría llegado hasta aquí si no supiera hacerlo?

—¿Llegar a dónde? ¿A estar esposado en una cama?

Ambos miraron su muñeca esposada al cabecero de la cama. Él dio un tirón aburrido, haciendo que el metal tintineara.

—Admito que esto no estaba en mis planes, pero no me quejo.

Margo lo observó un momento, dando un mordisco a otra galletita. No podía dejarse arrastrar por la conversación. Necesitaba que se soltara un poquito más.

—¿Me estás intentando manipular a mí? —preguntó con la mirada clavada sobre él.

Casi al instante, él giró la cabeza en su dirección. Hubo algo en su expresión que pareció insinuarle lo ridícula que era su pregunta.

—Claro que no te estoy manipulando.

—¿Y cómo sé que eso es verdad?

—Si hubiera querido manipularte, habría fingido que todo el numerito de la chica semidesnuda —la miró de arriba a abajo— funcionaba, habría hecho que te acercaras y te habría agarrado para rodearte el cuello con un brazo. Solo tendría que amenazarte con ahogarte para que me abrieras las esposas. O hacerte gritar lo suficiente para que alguien viniera a rescatarte y lo hiciera por ti.

Lo había dicho de forma casi automática, mirándola sin parpadear. Si Margo no hubiera escuchado sus palabras, casi habría creído que hablaba del tiempo que hacía. Pero no. Hablaba de la forma en que había planeado amenazar su vida justo antes de decidir que no le había apetecido hacerlo.

—¿A qué viene este ataque de sinceridad? —Frunció el ceño, confusa.

—Voy a morir de todas formas. —Él se encogió de hombros—. Si no es por tu amiguita, será por mi abuelo. Y la verdad es que ya me he cansado de intentar huir de ello.

Ella dudó un momento, bajando la galletita que acababa de morder.

—¿Y cómo sabes que no te estoy manipulando yo a ti?

Tuvo el efecto deseando, porque Sawyer entrecerró los ojos cierto interés.

—Tendré que tomar el riesgo.

Ella sacudió la cabeza y se giró hacia la ventana. Por fuera, intentaba mostrar que se había sonrojado. Por dentro, intentaba pensar a toda velocidad qué hacer mientras notaba que él la miraba fijamente.

—Aunque debería intentar manipularte —comentó Sawyer de repente.

—¿Y eso por qué?

—¿Te crees que me he olvidado de que lo de los recuerdos ha sido idea tuya, pelirroja?

Lo dijo con un tono tan resentido que ella no pudo evitar media sonrisita burlona al mirarlo de nuevo.

—Oh, vamos, no seas así. El rencor envejece y a ti eso no te hace falta.

—Qué graciosa.

—Además —se lamió las migajas de galleta que quedaban en su pulgar, mirándolo fijamente—, ya sabías que, al llegar aquí, tendría que ayudar a mi bando.

Sawyer se quedó mirándola durante unos instantes.

—Tu bando —repitió, sacudiendo la cabeza—. Ty ne znayesh', chto govorish'...

—Como sigas mezclando idiomas voy a tener que sacar el google traductor.

—No tienes ni idea de bandos —replicó él, apartando la mirada—. ¿Quieres saber lo que terminará pasando? Que perderán el control de la situación y vendrán a suplicarme que los ayude, como han hecho toda su vida. Y como seguirán haciendo hasta que me muera.


Brendan

Se quitó la cinta del pecho y la camiseta con una mueca, dejándolas encima de la cama. Tenía moretones en el cuello, en el pecho y la espalda. Casi parecía que le habían dado una paliza. Se acarició uno del pecho, soltando un suspiro entre dientes al notar la pequeña oleada de dolor.

Casi al instante, escuchó que la puerta de su habitación se abría a su espalda. Se dio la vuelta con el ceño fruncido y lo frunció todavía más cuando vio que era Axel, que se acababa de cruzar de brazos.

—¿Qué quieres? —le preguntó Brendan, poco interesado.

¿Qué quieres? —repitió Axel, molesto—. ¿De verdad eso va a ser lo primero que me vas a decir?

—Si quieres te escribo un puñetero discurso emotivo, pero no creo que se me vaya a dar muy bien.

Brendan cerró un momento los ojos, molesto, cuando Axel cerró la puerta y se acercó a él.

—¿Qué quieres? —repitió, girándose hacia él.

—¿No podías saludarme, al menos?

—Hola —hizo una pausa—. ¿Contento?

—¿Se puede saber qué te pasa? —Axel frunció el ceño, claramente ofendido—. Debería ser yo quien se comportara así contigo.

—¿Tú?

—Sí, no fui yo quien le comió la boca al otro antes de irse a buscar a su nueva novia.

Oh, así que era eso. Brendan soltó un bufido de humor amargo, sacudiendo la cabeza.

—¿Estás celoso? —preguntó con cierto tonito de burla.

—No, estoy molesto.

—Margo no es mi novia —aclaró—. De hecho, creo que si ahora mismo intentara acercarme a ella me daría un puñetazo.

—¿Has pensado mucho en acercarte a ella?

—Oh, por favor...

—Porque la he visto entrando en la habitación de Sawyer en ropa interior.

Brendan apretó uno poco los dientes antes de esbozar media sonrisa irónica.

—Pues que se lo pasen muy bien. Tienen unas esposas, seguro que se ponen creativos.


Victoria

Suspiró, subiendo las escaleras, y sonrió al ver que Caleb estaba en su habitación. Acababa de dejar a Kyran con Daniela y Lambert en el piso de abajo. Llamó con los nudillos y puso una pose casualmente sexy, aprovechando que seguía yendo con ropa interior.

—Hola, vaquero —insinuó, subiendo y bajando las cejas.

Caleb le dedicó una mirada de ceño fruncido por encima del hombro, rebuscando en su armario.

—¿Estás borracha?

—No, pero acabo de tocar muchas tetas. ¿Quieres tocar tú las mías?

Victoria no lo vio muy bien, pero estaba segura de que se había contenido para no sonreír.

—Qué romántica —murmuró Caleb en voz baja.

—Tengo mis momentos —admitió, acercándose a él—. ¿Me has visto? Me he puesto mis mejores galas para seducirte.

—¿Tus mejores galas son tu ropa interior?

—Pues sí. ¿Me queda mal?

Caleb cerró el armario con la ropa en la mano y la miró de arriba abajo.

—No —admitió.

Victoria esperó que reaccionara, pero él se limitó a quitarse la chaqueta y la cinta del pecho y doblarlas meticulosamente para colgarlas de la silla que había al otro lado de la habitación. Ella suspiró exageradamente —para que la oyera bien— y se dejó caer sobre la cama, mirándolo.

—¿Vas a ponerte a doblar ropita ahora?

—Es algo que debe hacerse —le dijo, muy digno.

—Pero puedes hacerlo luego.

—¿Y qué hago ahora?

—No sé, tienes a una chica semidesnuda y predispuesta en tu cama. ¿Se te ocurre algo?

—Taparla para que no se resfríe.

Victoria se apoyó sobre los codos, indignada, cuando él le dedicó una sonrisita de niño pequeño que acaba de hacer una travesura.

Sin embargo, la sonrisa desapareció un poco cuando se acercó a la puerta y la cerró, suspirando.

—No estoy de humor para eso, Victoria.

Bueno, lo había supuesto. Ella dudó un momento antes de dar un golpecito en la cama, a su lado.

—Puedes acercarte y estar un rato abrazaditos para distraerte.

—¿Distraerme?

—Del imbécil que está en la habitación del otro lado del pasillo, básicamente.

Caleb volvió a hacer un ademán de sonreír, pero al menos se acercó a ella y se sentó a su lado, dejando las piernas fuera de la cama. Victoria hizo lo mismo, pero sus pies no tocaban el suelo y colgaban un poco ridículamente a su lado.

—Toma —añadió Caleb, tendiéndole una camiseta.

Ella la aceptó con una sonrisa divertida y se la pasó por la cabeza.


Brendan

Se dio la vuelta para alcanzar otra camiseta, pero Axel lo agarró del brazo y lo obligó a volver a mirarlo al instante.

—¿Tienes que ser así de imbécil siempre?

—¿Imbécil? —Brendan frunció el ceño y apartó el brazo de un tirón—. ¿Y se puede saber por qué?

Axel pareció estar a punto de decir algo, pero se detuvo justo a tiempo y se dio la vuelta, irritado, para darle la espalda. Por un momento Brendan sintió que iba a marcharse, pero Axel se limitó a quedarse ahí plantado de brazos cruzados.

—¿Por qué me besaste? —preguntó directamente, dándose por fin la vuelta.

Bueno, esa era una buena pregunta.

Brendan lamentó no tener una respuesta directa, porque sabía la respuesta que Axel estaba buscando. Y pudo ver la esperanza desvaneciéndose de sus ojos a medida que el silencio se extendía entre ambos, haciéndose más y más pesado.

—No lo sé —admitió en voz baja.


Victoria

Se habían pasado unos segundos en silencio. Victoria sabía que él no era muy expresivo, pero aún así podía notar el dolor asomando en sus rasgos. Suspiró y se acercó, pasándole una mano por la espalda. Caleb no se movió, tampoco la miró.

—Siento la falta de sensibilidad —comentó ella en voz baja—, pero si quieres que te consuele voy a necesitar que te comuniques un poquito más.

Caleb cerró los ojos y esbozó una sonrisa divertida.


Brendan

—No lo sabes —repitió Axel, asintiendo con una sonrisa amarga—. Lo suponía.

—¿Qué esperabas? ¿Un poema de amor?

—No. De ti, no.

Y entonces, sin pensarlo, Axel se acercó para sujetarle la cara con una mano y estampó la boca sobre la suya.

Brendan no se lo esperaba. Se quedó paralizado, sin apartarse pero sin devolverle el beso, y sintió que la mano de Axel se congelaba en su mejilla. Apenas un segundo más tarde, se separó para mirarlo. Parecía dolido.

Hubo un momento de silencio cuando Axel dio un paso en dirección contraria. Una parte de Brendan quiso decirle algo para consolarle, pero lo cierto era que no había mucho que pudiera hacer.

Así que, al final, dejó que se marchara sin decir nada.


Victoria

—Es Sawyer —dijo Caleb finalmente, sacudiendo la cabeza—. No me esperaba volver a verlo... de esta forma.

—¿Qué esperabas? —intentó bromear Victoria para animarlo—. ¿Un poema de amor?

—No —Caleb sonrió un poco—. De él, no.

Hubo un momento de silencio entre ambos. Caleb miraba fijamente la pared, como si quisiera decir algo y no supiera cómo hacerlo. Al final, fue ella quien rompió el silencio.

—No volverá a pasar lo de la última vez —le aseguró en voz baja.

Caleb la miró al instante, intentando que sus emociones no se reflejaran en su rostro.

—¿Esa es tu conclusión?

—Sé que eso es lo que te preocupa. Que la última vez que lo viste yo me... bueno... ya sabes.

Caleb cerró los ojos con fuerza antes de mirarla, algo molesto.

—Pues sí, me preocupa bastante. Y nada garantiza que no vuelva a pasar.

—Bueno, ahora él está solo y nosotros somos un equipo. Además, ya no soy una damisela en apuros. Sé defenderme. ¿No viste lo que le hice a los tres pesados que molestaban a esa chica?

—Desgraciadamente, eso lo ha visto medio mundo.

—¡Ya me entiendes! —Victoria sonrió y se movió para sentarse de un saltito en su regazo, encantada—. No volverá a pasar, vamos, no estés desanimado.

Caleb suspiró, pero al menos no la apartó. Simplemente parecía pensativo.

—¿Y qué vamos a hacer con él? —preguntó.

—¿Con Sawyer? No te preocupes, Margo se lo está trabajando.

Caleb abrió mucho los ojos al instante.

—¿Están...?

—¿Quién sabe? En esa habitación puede pasar cualquier locura.


Margo

—¿Quieres una galletita? —preguntó, ofreciéndole la bolsita.

Él lo consideró un momento antes de encogerse de hombros.

—Venga, vale.


Victoria

—¿Le has dicho a Margo que se ligue a Sawyer? —Caleb puso una mueca de horror.

—¡No! Solo... que sea agradable con él.

—¿Y no te preocupa dejarla sola con él? —Su ceño se había fruncido profundamente—. ¿Es que no conoces a Sawyer?

—Bueno...

—¿Te das cuenta de que podría ahogarla con las esposas para obligarla a soltarlo?

—¿Eh? ¡No, yo no...!

—¿En qué momento has creído que era una buena idea que estuvieran a solas, Victoria?

Bueno, ahora se sentía como una niña pequeña regañada.

Caleb suspiró, murmuró algo en su estúpido idioma y se encaminó a la puerta muy indignado.


Caleb

Una parte de él tenía miedo de abrir la puerta y encontrarse una escena digna del Kamasutra, pero su alivio fue instantáneo cuando vio que solo estaban los dos sentados en la cama, cada uno en un extremo, comiendo galletitas.

—¿Qué...? —empezó Margo, sorprendida, al verlo ahí plantado.

—¿Se puedes saber qué haces a solas y en ropa interior con un hombre que te saca más de diez años, jovencita? —espetó, cruzándose de brazos.

Ella dudó, parpadeando varias veces, mientras que Sawyer fruncía el ceño con indignación.

—Solo son ocho años —protestó.

—Siguen siendo muchos años.

—Eh... Caleb... —Margo le dirigió una miradita significativa, como si intentara darle a entender que estaba ahí por un buen motivo—, si no te importa volver más tarde...

—Resulta que sí me importa, señorita. ¿Quién te ha dado permiso para subir aquí tú sola?

—¿P-permiso...?

—Yo no, desde luego.

—¡No necesito tu permiso, soy mayorcita!

—Mientras sigas viviendo bajo este techo, tienes que seguir unas normas.

—Pero... ¡Oye!

Margo se puso de pie a trompicones cuando Caleb la agarró del codo para llevarla a rastras hacia la puerta. Ella soltó la bolsa justo a tiempo para que cayera sobre la cama. Sawyer la alcanzó y se puso a comer galletitas mientras los observaba.

Caleb no se detuvo hasta que los dos hubieron salido de la habitación. Soltó a Margo, que parecía muy indignada por haber sido arrastrada de esa forma, y la señaló con un dedo.

—Que sea la última vez que haces algo así sin avisar —le advirtió.

—¿Se puede saber por qué te comportas como si fueras mi pad...?

Se quedó callada y enarcó una ceja, claramente indignada, cuando Caleb agitó el dedito delante de su cara.

—Es por tu bien.

—Se suponía que tenía un plan —susurró ella para que Sawyer, que seguía observándolos desde la cama, no pudiera oírlos—. ¡Ni siquiera ha sido idea mía!

—Bueno, pues ya encontraremos otro plan. Ve a vestirte.

—¡Pero...!

—¡Ahora mismo!

Margo lo miró, indignada, antes de darse la vuelta y recorrer el pasillo con los hombros tensos. Se encerró en su habitación de un portazo y Caleb, por su parte, se giró hacia Sawyer. Él tenía una sonrisita divertida en los labios.

—Te dejo solo unos meses y te conviertes en el padre estricto de una película mala.

—Cállate. Debería quitarte esas galletas solo por no hacer que se marchara. Se supone que tú eres el adulto de la situación.

—No seas tan duro con la pobre chica, solo ha venido a pasar el rato porque vosotros sois una panda de aburridos.

Caleb le entrecerró los ojos.

—Unos aburridos que podrían dispararte en cualquier momento si deciden que es lo que más les conviene, no lo olvides.

Sawyer no borró su sonrisita mientras comía otra galleta. Caleb, por su parte, cerró su puerta con fuerza.


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