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Capítulo 17

Brendan

Habían pasado casi diez minutos y, aún así, no lograba quitarse de encima la sensación de estar ahogándose. Carraspeó, molesto, y se bajó un poco el cuello de la camiseta.

Por un momento, por un breve y horrible momento... realmente había creído que moriría.

Y lo más curioso era que durante ese pequeño instante no había pensado en nada de lo que había pasado últimamente en su vida. Ni en Ania, ni en Axel, ni en Margo, ni en su lazo con Victoria... ni siquiera en sus deseos de ahogar al imbécil Sawyer. No. Solo había visto a una persona.

Había visto a su hermano.

Estando en el aire, ahogándose... lo único que le había venido a la mente —por razones que ni él mismo entendía del todo— había sido un recuerdo extraño y confuso de ellos dos siendo unos críos. Uno de los pocos que conservaba antes de que todo desapareciera

Estaban sentados en la valla de madera de la casa de sus padres, pegados entre sí. Solo tenían ocho años, pero Brendan se había inventado que le había robado una botella de cerveza a su padre. En realidad, estaba llena de agua. Caleb lo miró con horror cuando le dio un sorbo y Brendan, por su parte, se creyó el rey del mundo y le dijo que no podría superarlo. Su hermano lo intentó y empezó a toser frenéticamente, creyendo que realmente era cerveza. Brendan se rio tanto mientras él escupía en el suelo que se cayó de culo de la valla.

Y ese... había sido su último recuerdo antes de casi morir ahogado.

Tragó saliva, incómodo. De alguna forma, ya sabía que no iba a contarle nada de eso a nadie. Jamás. Eso era... un nivel de intimidad que nunca había conseguido alcanzar con nadie. Y tampoco tenía intenciones de hacerlo.

Se distrajo un momento cuando escuchó el pequeño gruñido de dolor de Saywer. Subió la mirada al espejito y vio, por el reflejo, que Margo estaba sentada a su lado en el asiento de atrás. Se le había vuelto a abrir la herida al hablar con su abuelo y estaba intentando que dejara de sangrar. Parecía que lo había conseguido, pero seguía ajustando la prenda que había usado de torniquete.

Sawyer, por cierto, no había dicho nada desde entonces. Solo había mirado fijamente la ventanilla con la mandíbula apretada.

Brendan no sabía muy bien si se suponía que tenía que darle las gracias. Lo odiaba. Tenía demasiado rencor acumulado contra él. Pero, a la vez... si no fuera por él, ahora mismo no estaría respirando.

Lo único que no entendía era por qué le había ayudado.

—¿Te duele? —preguntó Margo, todavía asegurando el torniquete.

Sawyer negó con la cabeza. Obviamente era mentira, pero nadie dijo nada.

Margo siguió ajustándosela y Brendan vio cómo le echaba una mirada dubitativa, como si quisiera decirle algo pero no supiera cómo plantearlo.

—Cuando disparaste a Brendan —dijo de repente, mirándolo—, no le estabas apuntando a la cabeza.

Silencio. Brendan frunció el ceño. Era cierto.

Aunque le hubiera acertado, no le habría dado en la cabeza. Estaba apuntando a un brazo, justo como les había entrenado años atrás para dejar fuera de combate a alguien sin matarlo. Lo había visto perfectamente.

Sawyer no dijo nada. Margo dejó el torniquete, mirándolo.

—Podrías haberle disparado en la cabeza o en el pecho y... lo habrías matado. Pero no lo hiciste.

Y él, por fin, se dio la vuelta y la miró. Su expresión era hermética.

—Tú podrías haber dejado que me matara y tampoco lo hiciste. Supongo que solo somos dos idiotas.

Durante un momento, su mirada azul y gélida encontró la de Brendan en el espejito. Él no supo cómo interpretarla antes de que Sawyer volviera a girarse hacia la ventanilla.


Victoria

Era curioso, pero el interior del bar olía exactamente igual que la última vez que lo había pisado. Ni siquiera recordaba que tuviera un olor muy particular, pero lo tenía. Recorrió la estancia con la mirada, deteniéndose sin querer en la mesa donde se había escondido la noche en la que Caleb y Axel habían entrado en su bar.

Ahí se habían visto por primera vez. Ahí había empezado todo.

Al darse la vuelta, vio que Caleb también la estaba mirando. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada al respecto.

Victoria estuvo a punto de llamar a la puerta del despacho de Andrew, pero Caleb se adelantó y abrió directamente. El pobre Andrew, que estaba tras su mesa rebuscando algo en unos cajones, dio tal respingo que casi se cayó de culo al suelo.

—¿Qué...? —empezó, antes de abrir mucho los ojos—. Oh, no. ¡Otra vez vosotros dos!

—Da gusto que te reconozcan —murmuró Caleb.

—Perfecto uso del sarcasmo —le concedió Victoria, orgullosa.

—¿Se puede saber qué queréis? —espetó Andrew, apagando el cigarrillo a medio consumir que tenía en la boca. Lo hizo con mucha rabia, como si ahogara todas sus frustraciones con él—. ¡Ya me robasteis mi dinero!

—Para empezar, yo no te robé nada —lo señaló Victoria, acercándose—. Era lo que me debías. Lo que me correspondía.

—¡Lo que te correspondía! —repitió, como si fuera absurdo—. Dulzura, siento ser yo quien te lo recuerde, pero el mundo no es de color rosa. Las cosas no son así de fáciles.

—No la llames dulzura —masculló Caleb por ahí atrás.

—No necesito que me recuerden nada —remarcó Victoria, ignorando el comentario anterior—. Simplemente me llevé lo que me tocaba. Asúmelo de una vez.

—¿Y a qué has venido, dulzura? —Andrew plantó las manos en la mesa, enfadado—. ¿A robarme más? ¿Es que consideras que te debo más dinero?

—Deja. De. Llamarla. Dulzura —Caleb ya parecía irritado.

—No necesito tu dinero sucio —replicó Victoria con una mirada despectiva—. De hecho, dudo que lo tengas. Por eso vendes el bar, ¿verdad? Porque vuelves a estar endeudado por todas partes.

Andrew se quedó mirándola un momento con media sonrisa irónica, de esas que pone la gente justo antes de lanzarse y darle una bofetada a la otra persona.

Que lo intentara si se atrevía. Victoria casi tenía ganas de devolvérsela. Había estado un año entero de su vida aguantando sus tonterías.

—Eso no es problema tuyo —replicó Andrew lentamente—. O de tu novio. ¿Todavía se gana la vida dando palizas a gente sin dinero? Qué caballeroso de su parte. Veo que tienes un gusto maravilloso.

—Él no tiene nada que ver en esto, así que déjalo en paz.

—Lo has traído contigo, dulzura, así que lo has hecho parte de esto.

—Llámala dulzura una vez más, solo una —espetó Caleb—, y te aseguro que me haré parte de esto.

Andrew le enarcó una ceja. Estaba claro que le daba algo de miedo, pero estaba tan harto de todo que se limitó a encogerse de hombros y girarse hacia Victoria.

—Sí, vendo el bar —replicó, mirándola con una ceja enarcada—. Y sí, es porque no tengo dinero. Resulta que todas y cada una de mis camareras han decidido abandonarme a la vez y, al parecer, todos mis clientes venían por ellas porque, ¡sorpresa! ¡A mí nadie me aguanta!

—Eso no es una sorpresa —murmuró Caleb, confuso.

—Así que no, ya no tengo negocio —espetó Andrew, cruzándose de brazos—. Lo único que tengo son cigarrillos. Así que dime, ¿se puede saber qué demonios quieres y por qué estás aquí, dulz...?

Se calló de golpe cuando Caleb dio una zancada y se colocó al lado de Victoria, enfadado. Andrew optó —muy sabiamente— por dejar la palabra a medias.

—No quiero dinero —aclaró Victoria, tratando de tener un tono más diplomático—. Estoy buscando a mi hermano.

—¿Y por qué asumes que yo sabré dónde está?

—Porque vino a buscarme aquí cientos de veces y sé que lo conoces —Victoria apoyó una mano en el escritorio y se inclinó hacia él, muy seria—. Sabes perfectamente quién es, Andrew. Así que dime, ¿lo has visto?

Andrew echó una ojeada a Caleb, como si estuviera calculando si iba a golpearlo en caso de negarse a responder, antes de volverse otra vez hacia Victoria.

—No sé nada de él.

Y, desgraciadamente, Victoria supo que estaba diciendo la verdad.

Mierda. Era el sitio perfecto para que Ian pasara a buscarla. Si no había pasado por ahí... ¿quién más podía haberlo visto?

—¿Algo más? —preguntó Andrew, claramente deseando que se marcharan.

—Sí —Caleb le entrecerró los ojos—. Cambia la marca de cigarrillos.

—¿Por qué?

—Porque te compras la marca que peor huele. Apestas desde la puerta.

Andrew se quedó mirándolos con la boca abierta, confuso, cuando salieron de su despacho.

Ya en la moto, Victoria se mordisqueó el labio inferior. Caleb se había subido y esperaba que se colocara tras él. Pareció algo confuso al ver que no lo hacía.

—¿Qué? —le preguntó.

—Estoy pensando dónde puede estar Ian.

—Victoria...

Oh, oh. Por el tono, supo que iba a decirle algo que no le gustaría.

—Cuidado —le advirtió, señalándolo.

—Sé que cuando viste la nota estabas muy decidida —empezó Caleb con precaución—, pero... ¿estás segura de que era su letra?

—¿De quién más va a ser?

—Bueno, se me ocurre Agner, por ejemplo. También parecía tener una... extraña predilección contigo.

Victoria pensó en Agner. La última vez que lo había visto, le había dicho que había hecho a sus recuerdos para ayudarla, pero... por ahora, no había notado nada. Y lo último que recordaba de él era que desapareció del búnker justo antes de que... de que Iver...

Carraspeó y se acercó a Caleb, que se inclinó para que pudiera subirse a la moto. Se sujetó a sus hombros y se sentó justo detrás de él, con el pecho pegado a su espalda. Victoria se asomó por encima de su hombro.

—¿Estoy demasiado cerca?

Caleb esbozó media sonrisita casi al instante.

—Eso nunca.

—Vale, idiota, estoy hablando en serio. ¿Puedes conducir bien o tengo que apartarme?

—Como te apartes, detengo la moto.

Victoria, divertida, le dio un golpecito en el hombro. Y, justo cuando él estaba arrancando, le vino a la cabeza la cara de otra persona que podía saber dónde estaba Ian.

—Jamie —susurró—. Mi exnovio.

La moto frenó de golpe y Caleb la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué dices?

—Que... Jamie, mi exnovio, conoce muy bien a Ian —Victoria carraspeó, un poco avergonzada sin saber muy bien por qué—. Como estuvimos saliendo mucho tiempo, tienen confianza el uno con el otro. Además, Ian vino a casa un montón de veces en las que Jamie y yo estábamos...

—¡Vale! No necesito saber más.

Victoria sonrió y apoyó la mejilla sobre su hombro, mirándolo.

—No te pongas celoso, x-men.

—Yo no siento celos.

Pero tenía el ceño fruncido, eso sí.

—Mejor —Victoria le rodeó el torso con los brazos y jugueteó con los dedos, bajando hasta su ombligo y notando cómo su cuerpo se tensaba a cada movimiento—. Porque no hay motivo para ponerse celoso.

Caleb no dijo nada, así que ella se acercó un poco más. De repente, le apetecía provocarlo un poco. Le echó una ojeada maliciosa cuando apretó el pecho contra su espalda deliberadamente. No consiguió sacarle una reacción. Al menos, hasta que bajó un poco más los dedos. En cuanto rozó su cinturón, Caleb le atrapó la muñeca con la mano.

—¿Se puede saber qué haces? —no sonaba muy molesto, más bien tenso. En ese sentido.

—Provocarte como tú me provocas a mí —ella enarcó una ceja, divertida.

—Yo no te provoco.

—Sí que lo haces. Ya iba siendo hora de que me vengara un poco de ti.

—¿Eso hacías con Jamie? —entrecerró los ojos hacia ella.

—Nah —Victoria le sonrió inocentemente—. Él jamás me dejaría con las ganas. Probablemente me echaría un polvo contra la pared de ese callejón.

Caleb se tensó de pies a cabeza, molesto, y colocó ambas manos en el manillar otra vez. Dio un acelerón tan brusco que casi salieron volando hacia atrás. Victoria no pudo evitar soltar una risita.

—¿Ves como estás celoso? —le dijo, divertida.

—¡No estoy celoso!

—Oh, vamos, esto te está afectando.

—Mentira.

—¿Sabes cómo sé que te está afectando?

—No me afecta.

—Sí te afecta.

—¿Y cómo lo sabes, a ver?

—Porque estoy en una moto sin casco y ni siquiera te has dado cuenta.

Caleb frenó tan bruscamente que casi salieron los dos volando hacia delante. Victoria ya se estaba riendo a carcajadas cuando un conductor se asomó por la ventanilla de su coche, los insultó y siguió de largo.

Caleb tenía las mejillas un poco rojas cuando la hizo bajar y le puso el caso él mismo, enfurruñado.

—Ni una palabra —le advirtió, enrojeciendo todavía más.

Cuando Victoria estuvo a punto de decir algo, él le bajó el cristal del casco y se giró para ponerse el suyo. Ahora, sus orejas también estaban rojas.

Volvieron a subir a la moto, esta vez de forma más calmada, y Victoria lo abrazó tranquilamente, apoyando el casco en su espalda. Se contentó viendo las luces de los otros coches pasar por su lado, el viento en el pelo y la sensación de proximidad con él durante el resto del trayecto.

Para cuando Caleb aparcó la moto delante de casa de Jamie, las cosas se habían calmado un poco. Le quitó el casco a Victoria y dejó los dos sobre el asiento.

—¿No te preocupa que vayan a robarlos?

—Los escucharé antes de que puedan intentarlo.

Vaya, ventajas de x-men.

Justo cuando iban a entrar al edificio de Jamie, un bloque de pisos bastante sencillo situado cerca de la Universidad, Victoria detuvo a Caleb por la muñeca. Él se giró, sorprendido.

—¿No entramos?

—Espera un momento.

Pareció todavía más confuso, pero dejó que lo detuviera de todas formas. Victoria, sin soltarlo, se acercó un poco.

—Era una broma —aclaró.

Caleb no dijo nada, pero estaba claro que no entendía a qué se refería exactamente.

—Todo lo de Jamie y lo de vengarme —añadió, sonriendo—. Me gustas tal y como eres, x-men.

—¿Y cómo soy?

—Serio, tozudo, gruñón y extraño.

Caleb enarcó una ceja, poco halagado.

—¿Eso debería calmarme?

—Sí, porque justo así me encantas.

Al menos, eso sí pareció calmarlo un poco. Victoria le soltó la muñeca y los dos entraron en el edificio.


Caleb

Así que le encantaba, ¿eh?

En cuanto se dio cuenta de que había esbozado una sonrisita estúpida, la borró de golpe y se riñó a sí mismo en silencio. Suerte que Victoria estaba centrada en subir las escaleras del edificio y no lo vio.

Y... joder, qué horror de edificio. Estaba claro que era de estudiantes. Entre el mal olor, las voces que se escuchaban por todas partes y las paredes mal pintadas, supo que no volvería nunca. Frunció un poco el ceño y se apresuró a seguirla.

Victoria fue directa al segundo piso. Tenía cinco puertas, pero se detuvo en la tercera y llamó al timbre sin siquiera pensarlo. Había estado aquí, claro. Si habían salido juntos tanto tiempo, era normal. Caleb no entendía por qué demonios le desagradaba tanto la idea de Victoria haciendo este mismo trayecto con la intención de estar con ese chico. Después de todo, en aquel entonces ni siquiera la conocía.

En cuanto escuchó pasos acercándose, se colocó estratégicamente detrás del hombro de Victoria y se quedó mirando la puerta por encima de su cabeza. Así, le daba espacio para que fuera ella la que liderara la conversación... pero podría intervenir en caso de necesitarlo.

Sin embargo, el que abrió la puerta fue el rubio tonto que recordaba de la noche de su acampada. El del cumpleaños de Daniela. Ya le había caído mal entonces, pero por algún motivo ahora le caía todavía peor.

Iba vestido con una camiseta de una película de ciencia ficción, unos pantalones cortos de algodón y unos calcetines blancos. Pareció un poco sorprendido al verlos. O, más bien, al ver a Victoria.

Porque claro, el cabrón tuvo que mirarla de arriba abajo varias veces... deteniéndose en sus pechos y en sus caderas mucho más tiempo del necesario.

Caleb carraspeó, molesto, cuando notó que Victoria se removía un poco.

—Hola, Jamie —dijo ella, claramente incómoda.

—Vic —parecía pasmado, pero al menos subió la dichosa mirada a sus ojos—. Cuánto... cuánto tiempo. Pensé que te habías ido de la ciudad.

—Sí... me marché por un tiempo.

Hubo una pausa. El idiota estaba tan pendiente de volver a revisarla con la mirada que ni siquiera se dio cuenta de que no estaba sola. Al menos, hasta que Victoria dio un pasito atrás, pegando el hombro al pecho de Caleb.

—Ah, este es Caleb —añadió—. Supongo que te acuerdas de él. Estuvo en la acampada con nosotros.

La expresión de Jamie delataba que se alegraba tanto de verlo como Caleb de verlo a él.

—Ah, sí —masculló—. Veo que seguís juntos. Me alegro por vosotros.

—No, no te alegras —soltó Caleb.

Victoria le clavó un codazo disimulado, pero él no se molestó en fingir que se arrepentía de haberlo dicho.

—Yo ya no salgo con mi novia de aquel entonces —comentó el idiota casualmente.

—Oh —Victoria se quedó sin saber qué decir durante un instante—. Pues... lo siento por ti. Oye, ¿puedo preguntarte...?

—¿Y qué es de tu vida? Veo que estás... —ya era la sexta vez que la miraba—. Wow, estás en forma. Estás... estás increíble. ¿Es cosa mía o incluso eres más alta?

—Estoy haciendo mucho ejercicio —ella sonrío, incómoda.

—¿Qué clase de ejercicio?

—De cama —espetó Caleb—. ¿Podemos ir al grano?

Pese a que Victoria le dijo que se callara, pudo ver que estaba luchando para no reírse.

El idiota, por otro lado, había fruncido el ceño.

—¿A eso has venido? —increpó a Victoria—. ¿A molestar?

—¿Qué? ¡No! Quería preguntarte por mi hermano.

—¿Por Ian? ¿Qué pasa con él?

—Lo estoy buscando —esta vez, Victoria adoptó un tono muy familiar, uno que Caleb reconocía como el que había usado tantas veces un año atrás—. Tiene algo que necesito y es bastante urgente.

—Oh, mierda, ¿ya te ha vuelto a robar una taza?

—No. O no que yo sepa. Es por otra cosa. ¿Lo has visto o no?

Jamie negó con la cabeza y, pese a que Caleb esperó escuchar que su corazón se aceleraba o el pulso le temblaba —indicadores fáciles de mentiras—, no detectó nada. Estaba diciendo la verdad.

Se escuchó ruido dentro de la casa y Caleb, inevitablemente, desvió la mirada hacia la puerta que él mantenía estratégicamente entrecerrada.

Por un instante, pensó que estaba ocultándoles al hermano idiota de Victoria, pero entonces... el olor a crema, a la película que seguía sonando a poco volumen en el portátil... Puso los ojos en blanco.

—Vámonos —le dijo a Victoria.

Ella parpadeó, confusa, a lo que Jamie pareció tensarse.

Pese a que Victoria claramente no había entendido nada, decidió hacerle caso a Caleb y dedicó una sonrisa educada al pesado.

—Bueno, siento haberte molestado —aclaró—. Te dejo con... lo que sea que estuvieras haciendo.

Jamie les dedicó una miradita de desconfianza y volvió a cerrar la puerta sin molestarse en decir nada más, a lo que Victoria se giró hacia Caleb con el ceño fruncido.

—¿Qué ha pasado?

—Que hemos interrumpido la sesión de autoamor de tu amigo.

Victoria parpadeó dos veces antes de entenderlo y, automáticamente, ponerse roja de pies a cabeza. Se alejó de la puerta como si fuera a quemarle estar dos segundos más junto a ella.


Margo

Cuando vio que llegaban al orfanato del que tanto había hablado Brendan, casi no podía creérselo. Sentía que hacía años que no estaba en un lugar seguro, o al menos tan seguro como pudiera ser estando con sus amigos. De haber sido más llorona quizá se habría puesto a lloriquear de felicidad.

Pero no lo era, así que expresó su felicidad dándole un puñetazo en la rodilla a Brendan, encantada.

—¡Ya hemos llegado!

—Auch —él le puso mala cara—. Mi rodilla ya lo sabía, pero gracias por avisarla.

—Meh, no seas exagerado.

Margo bajó de un salto del coche cuando lo detuvo y se apresuró a rodearlo para abrirle la puerta a Sawyer. Él volvía a tener las esposas puestas por delante de su cuerpo y se incorporó como pudo sobre la pierna mala.

Vale, cuando se levantaba dejaba de parecer tan gracioso y daba un poco más de miedo. Más que nada porque le sacaba más de un palmo de altura a Margo, que se sintió un poco ridícula al tirar de sus esposas para que la siguiera.

Era casi como ver a un ratoncito tirando de un león.

—Un orfanato —murmuró Sawyer, mirando el edificio con una mueca—. No podían elegir otro sitio más acogedor, claro.

—Eligieron lo que pudieron.

—¿Sabes? —se inclinó sobre ella—. Con unas esposas y una casa vacía empiezan muchas películas porno.

—¿También con una pierna agujereada?

—No, normalmente se agujerean otras cosas.

—Qué gracioso.

—Por los mensajes guarros que te mandaban, pensé que entenderías más del tema.

—¿De qué tema? —Brendan se acercó con el ceño fruncido.

Margo dirigió una breve mirada a Sawyer, que sonrió como si no hubiera hecho nada mal en su vida. De hecho, su actitud había cambiado bastante en ese breve momento. En el coche había estado serio y pensativo, pero desde que habían entrado en la zona del orfanato, había vuelto a la actitud irónica y defensiva.

—Hablamos de cosas de mayores —le dijo Sawyer a Brendan—, no te metas.

—Me meto si quiero, idiota.

Sawyer se limitó a sonreírle, burlón, cuando Brendan ocupó el puesto de Margo y le tiró bruscamente de las esposas.

Y, entonces, Margo escuchó el grito ahogado en la entrada del edificio y se dio la vuelta, asustada... pero no había motivos para estar asustada. Era Daniela.

—¡No me lo puedo creer! —chilló, entusiasmada, bajando las escaleras a toda velocidad.

Margo sintió que se le dibujaba una sonrisa sin poder evitarlo y la encontró a mitad del camino, donde Daniela le dio un abrazo que la estrujó hasta dejarla sin respiración.

Margo empezó a reírse, divertida, cuando Kyran se asomó por la puerta, la vio y lanzó al aire un refresco que tenía en la mano para correr hacia ella.

—¡¡¡Madgooooooooo!!!

—Hola, enano —lo saludó, divertida, cuando se abrazó a su pierna—. ¿Estáis todos bien? ¿Dónde están los demás?

—Victoria y Caleb han salido a buscar unos papeles de no sé qué, pero los demás estamos bien —la informó Daniela, entusiasmada—. ¿Y tú qué? ¿Y Brendan? ¿Hay algún herido o...? ¡AAAHHHH!

Daniela dio un salto hacia atrás, asustada, cuando Brendan se plantó a su lado llevando a Sawyer de las esposas.

Bueno, más concretamente... el chillido fue por Sawyer.

—¿Tan feo soy? —él puso una mueca.

—Cállate —le espetó Brendan.

—¡¿Es él?! —preguntó Daniela, escondiendo a Kyran detrás de ella y mirándolo con horror.

—Sí —Margo le echó una ojeada.

Daniela lo miró de arriba a abajo varias veces, su expresión haciéndose cada vez menos aterrada y más confusa, hasta que finalmente frunció el ceño y se giró hacia Margo.

—Pero si está bueno, ¿cómo va a ser él?

—Vaya, gracias —Sawyer asintió con aprobación—. Ya me caes bien.

—¿Dónde pone que los malos tienen que ser feos? —preguntó Brendan con el ceño fruncido.

—No sé, es que no... no me lo imaginaba...

—¿Así de guapo? —sugirió Sawyer.

Brendan le dio un tirón a las esposas, molesto, pero no consiguió quitarle la sonrisita de burla.

—¿Dónde están Axel y Bex? —preguntó a Daniela.

—En el gimnasio.

—¿Y...? —Margo dudó un momento—. ¿Y Bigotitos...?

—Je, je... también está en el gimnasio.


Brendan

No necesitó más. Le dio un brusco tirón a Sawyer, que lo siguió cojeando escaleras arriba. Margo estaba justo detrás de él. Kyran y Daniela los seguían desde una distancia prudente, como si no se atrevieran a acercarse mucho.

Nada más entrar en el gimnasio, los cinco vieron a un pelirrojo, a Bex y a Axel en una de las mesas. Axel tenía la mejilla apoyada en un puño y la miraba con una ceja enarcada y una sonrisa burlona. Bex hizo rodar una botella por encima de la mesa hacia él, molesta, y Axel la atrapó para devolvérsela con una sonrisita.

—Ejem —carraspeó Brendan.

Los tres giraron la cabeza automáticamente hacia ellos. Margo estuvo a punto de reírse cuando Axel intentó ponerse de pie tan rápido que casi tiró la mesa encima de la pobre Bex, que le lanzó la botella a la espalda.

Brendan enarcó una ceja al darse cuenta de que el pelirrojo que habían rescatado en casa de sus padres seguía ahí, mirando la escena con espanto.

Y, justo en ese momento, pareció que los tres se daban cuenta de quién los acompañaba. Sus caras fueron exactamente iguales: boca entreabierta, ojos como platos y expresión de sorpresa absoluta.

—Sí, hola —Sawyer les hizo un solemno gesto con la cabeza—. Un placer volver a veros. Veo que mi llegada aporta mucha alegría a esta... extraña orgía sentimental que habéis montado en mi ausencia.

—¡¿Qué hace este aquí?! —espetó Bex, moviendo la silla de ruedas hacia ellos—. ¡Deberíais haberlo matado!

—Es una larga historia —murmuró Brendan.

—Bex —Sawyer le sonrió, burlón—. Te noto... cambiada. La silla de ruedas te da el toque tenebroso que te faltaba la última vez que nos vimos.

—Vete a la mierda.

—Y Axel... honestamente, pensé que a estas alturas ya estarías muerto. Enhorabuena por seguir vivo, supongo.

—¿...gracias?

—¿Te has cambiado de bando? —Sawyer enarcó una ceja y dirigió una breve mirada a Bex y a Brendan—. Me pregunto por qué.

Axel, casi al instante, enrojeció de pies a cabeza.

—Y tú —Sawyer hizo una pausa, mirando al pelirrojo—, no sé quién eres, pero tienes cara de espanto. ¿También te han secuestrado estos chiquillos inocentes? Parpadea dos veces si necesitas ayuda.

La que menos parecía por la labor de tomarse las cosas con humor era Bex, que adelantó la silla de ruedas y la acercó tanto que Sawyer tuvo que dar un paso atrás para que no lo atropellara.

—¡¿Por qué no está muerto?! —espetó, furiosa.

Sawyer le enarcó una ceja.

—Detecto cierto rencor en el aire.

Lo peor es que hasta ahora, por su forma de hablar y comportarse, nadie hubiera dicho que estaba esposado. De hecho, no dejaba de escanear la habitación con los ojos, deteniéndose en cada uno de ellos, y Brendan supo perfectamente que ya tenía todo bajo control de una forma u otra.

Aunque él llevara las esposas puestas, daba la sensación de que era quien estaba al mando.

—¿Por qué lo has traído? —espetó Bex a Brendan, furiosa.

—No ha sido mi decisión.

—¿Y qué coño hace aquí?

—En realidad... —se escuchó la voz de Margo—, je, je... verás...

Todos se giraron hacia ella a la vez, que de repente pareció ponerse un poco nerviosa.

—Bueno... puede que fuera idea mía.

Bex se apartó de Sawyer de golpe y se giró hacia ella, furiosa. Conociendo a Bex, la mirada que le echó a Margo debió ser tenebrosa.

—¿Idea... tuya? —repitió en voz baja, mirándola fijamente.

—Es que no...

—¡Me da igual! ¿Sabes lo que hizo este cabrón la última vez que estuvo con nosotros?

—Bueno, sí... pero...

—¿Sabes lo que le hizo a Victoria, Margo? ¿Lo sabes? ¿O ya se te han olvidado todos esos malditos meses en los que pensamos que estaba muer...?

—No se me ha olvidado nada —aclaró Margo, cruzándose de brazos.

—¡¿Se te ha olvidado lo que le hizo a mi hermano?!

—Bex, yo no...

—¡¿Por qué demonios no has dejado que lo mataran?!

—¿Por amor? —sugirió Sawyer, burlón.

Bex le dirigió una mirada que fácilmente lo habría desintegrado.

—En honor a la verdad —murmuró Brendan en ese momento—, él también me ha salvado la vida.

Hubo un momento de silencio. Bex se giró hacia Brendan con el ceño fruncido.

—¿Quién? ¿Este?

—Sí. Este. Cuando su abuelo me estaba ahogando en el aire.

—¿Su abuelo...?

—Han pasado unas cuantas cosas en vuestra ausencia, sí.

Estaba claro que Bex no sabía qué decir. De hecho, la habitación entera se quedó en silencio, cada cual más tenso que el anterior, hasta que por fin Margo dijo algo:

—Tenemos que contaros muchas cosas. Pero..., si queremos que siga vivo, tengo que curarle esa pierna.

De nuevo, silencio. Bex y Axel intercambiaron una mirada, Daniela y Kyran permanecieron con las manos unidas, un poco apartados, Brendan se mantuvo con los brazos cruzados, Sawyer apoyado con los hombros en la pared con una sonrisita burlona y el pelirrojo seguía mirando la escena como si no entendiera nada.

De hecho, el último aprovechó la distracción general para robar comida y masticarla lentamente, observando la escena.

—Cúralo —intervino Bex por fin—. Así luego podemos torturarlo para sacarle información.

—Me parece bien —murmuró Axel.

—¿Yo tengo opinión? —preguntó Sawyer.

—No —le dijo Margo, alcanzando sus esposas y girándose hacia los demás—. Necesito a alguien que me ayude. Quien sea.

Pareció que nadie quería presentarse voluntario, así que Bex suspiró y se levantó con algo de dificultad de la silla de ruedas.

—Supongo que... yo puedo ayudarte.

Margo le dirigió una mirada de agradecimiento y la siguió, arrastrando a Sawyer tras ella. Los demás no se movieron, pero al menos no intentaron detenerlas.


Bexley

En cuanto estuvieron a solas, Bex vio que Sawyer perdía un poco la compostura y el dolor de la herida empezaba a reflejarse en sus facciones. Aguantó bien los primeros cuatro escalones, pero al quinto le falló la pierna y estuvo a punto de trastabillar hacia delante. Margo tuvo que sujetarlo con una mano en su pecho para que no se cayera y un brazo alrededor de su cintura.

—¿No puedes andar? —le preguntó.

Sawyer sacudió la cabeza, como restándole importancia, pero Bex bajó las escaleras igual y, apretando los dientes, se pasó uno de sus brazos por encima de los hombros para ayudarlo a subir las escaleras.

Un año atrás lo detestaba y ahora lo seguía detestando pero lo ayudaba a subir escaleras... ironías de la vida.

Bex se detuvo delante de una de las habitaciones vacías y Margo abrió rápidamente la puerta. Era un dormitorio sencillo, con una cama en la que habrían cabido dos personas apretadas, un armario grande y vacío, una ventana rectangular que daba al patio trasero, una cómoda y una vieja alfombra polvorienta en el suelo.

—Voy a buscar algo para curarlo —dijo Margo a toda velocidad antes de salir corriendo de la habitación.

Bex dejó caer bruscamente a Sawyer sobre la cama, que crujió bajo su peso. Él no pudo evitar una pequeña mueca de dolor cuando se apoyó sobre los codos para mirar su muslo. Había vuelto a sangrar.

—Menos mal que no disparó un poco más arriba —comentó casualmente.

—Ojalá lo hubiera hecho.

—Creo que a tu amiguita pelirroja no le habría gustado.

Bex sonrió irónicamente.

—Mi amiguita pelirroja tiene demasiado criterio como para fijarse en alguien como tú, imbécil. No te hagas ilusiones.

Sawyer imitó su sonrisa a la perfección.

—¿Estás segura sobre eso?

—Segurísima.

—Me rompes el corazón.

—No finjas que te importa.

Justo en ese momento, Margo entró en el dormitorio. Llevaba una cestita con vendas y otras cosas que Bex no alcanzó a ver porque se acercó a Sawyer a toda velocidad. Tenía puesta su cara de profesional.

—Tienes razón, querida Bexley, a estas alturas ya no me importa nada —comentó Sawyer mientras Margo le bajaba los pantalones—. Bueno, sí. Me importa no morir desangrado. No es el final que me esperaba para mi curiosa vida.

—¿Y qué final tenías pensado? —Margo le enarcó una ceja.

—No sé, ¿quieres estar presente, pelirroja?

—Yo sí —los cortó Bex—. Para ser la que apriete el gatillo.

—Ella siempre tan dulce —sonrió Sawyer.

Margo, que había estado haciendo algo raro con una aguja, se giró hacia Bex con cara significativa. Ella lo pilló enseguida y, tras dedicarle una sonrisa deslumbrante a Sawyer, se agachó junto a Margo y le sujetó la cestita.

—¿Qué vais a hacer? —Sawyer les frunció el ceño.

—No te muevas —se limitó a decir Margo.

Él abrió la boca para decir algo, pero ella lo sujetó de la cadera con una mano y con la otra le clavó la punta de la aguja en la herida. Sawyer se tensó de pies a cabeza y Bex esbozó una sonrisita triunfal al ver que echaba la cabeza hacia atrás, reprimiendo un gruñido de dolor.

—¿Qué tal? —le preguntó Margo, tan tranquila.

—Bueno... —carraspeó, dolorido—, he estado mejor, no te voy a engañar.

—Genial.

Y se la clavó otra vez.

Bex no pudo evitar disfrutar malévolamente del dolor de Sawyer, que terminó con la espalda pegada en la cama y pasándose las manos por el pelo frenéticamente. Margo no se inmutó ni una vez. Simplemente terminó de coserle la herida por los dos lados y, después, volvió a limpiársela. Solo ahí le echó una ojeada.

—¿Qué tal, viejo verde?

—Bien. Perfectamente. Nunca he estado mejor. Muchas gracias.

—Adoro esto —sonrió Bexley.

—Yo no —masculló Sawyer.

Margo lo ignoró y se puso de pie. Sawyer la siguió con la mirada, resentido, cuando fue a dejar todo lo que había usado en la mesa del fondo.

—¿Qué se siente al ser la doctora Frankestein? —masculló.

—No seas exagerado. No ha sido para tanto.

—¿Quieres que te clave algo yo a ti, a ver si te gusta?

Bex frunció el ceño. Tenía la mente muy sucia.

Al final, se puso de pie y se acercó a sus esposas. Margo le dio la llave y Sawyer no protestó cuando le esposó una muñeca al cabecero de la cama.

—Supongo que no te moverás —comentó Bexley—. Porque hay unos cuantos mestizos ahí abajo que están deseando que lo hagas. Intenta escaparte y tendrán la excusa perfecta para acabar contigo.

Sawyer le sonrió irónicamente mientras Axel entraba en la habitación. Miró a Sawyer con el ceño fruncido y le dejó unas cuantas prendas de ropa sobre la cama. Sawyer le puso mala cara.

—¿Ni siquiera vais a dejar que me limpie la sangre de encima?

La respuesta fue que Axel le dejó un cubo con agua fría y un paño al lado. Sawyer puso una mueca de horror absoluto.


Victoria

Habían decidido ir al último destino al que quizá podría haber acudido Ian: la antigua casa de Victoria.

Subir las escaleras le resultó... extraño. Y eso que lo había hecho no hacía tanto tiempo —también acompañada de Caleb—. Recorrió el pasillo de su piso con una pequeña sonrisita y no se detuvo hasta llegar a su puerta. Aunque, por algún motivo, se giró hacia la otra, la de su vecina.

—Hace tanto tiempo que no veo a la señora Gilbert —murmuró, tentada a llamar a su puerta.

Caleb, que se había detenido a su lado, apretó un poco los labios.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Creo... creo que sigue pensando que tú...

Victoria parpadeó, pasmada. ¿Seguía pensando que estaba muerta?

Se adelantó para llamar al timbre, pero Caleb la detuvo al instante de la muñeca y la devolvió a su lugar.

—¡Oye...!

—Son las dos de la madrugada —le recordó—. La pobre mujer estará durmiendo, como la despiertes y te vea plantada en su puerta, le dará un infarto.

Victoria puso una mueca. Vale, quizá no había sido su mejor idea.

—Pero quiero hablar con ella —protestó—. Es... es como mi abuela, se merece saber que estoy viva.

—Bueno, estoy seguro de que podrás decírselo cuando no sean las dos de la mañana.

—¿Y si dormimos en mi casa y vamos a verla mañana por la mañana?

Caleb se quedó mirándola un momento, confuso.

—Pero... si nosotros no dormimos.

Oh, por favor... Victoria puso los ojos en blanco y volvió a girarse hacia su puerta.

—Un año después y sigues sin pillar mis referencias sexuales.

—¿Tus...? ¿Eso era una referencia sexual?

—No —ironizó.

Caleb se quedó mirándola con confusión, a lo que ella sonrió y se detuvo ante su puerta. Fue justo entonces cuando se acordó de un pequeño detalle.

—Mierda, no tengo las llav...

Se calló de golpe cuando, tranquilamente, Caleb metió las llaves en la cerradura y abrió la puerta.

Durante un instante, se limitó a mirarlo con la boca abierta, confusa.

—¿Por qué tú tienes las llaves de mi casa y yo no?

—Técnicamente, yo he sido quien ha pagado el alquiler todos estos meses. Ahora es mi casa.

—Jamás te adueñarás de mi guarida de Hobbit.

Él esbozó una sombra de sonrisa cuando la siguió al interior de la casa.

Efectivamente, Victoria vio que todo seguía exactamente igual que la última vez que habían estado ahí. Desde las tacitas que le quedaban, hasta el desorden de libros en el salón, hasta las fotos de la habitación, llegando incluso al libro medio sacado de su estantería y a su armario lleno de ropa multicolor.

—¿Por qué estás revisando tu armario? —preguntó Caleb, confuso, aunque estaba sentado en el sofá del salón y no podía verla.

Vale, jamás se acostumbraría a que tuviera esa habilidad.

—Me hacía ilusión —protestó.

—¿No deberíamos buscar a tu hermano?

—¿Tú lo ves por algún lado?

Hubo un momento de silencio y Victoria estuvo segura de que él estaba revisando concienzudamente el salón con los ojos.

—No —concluyó.

—¡Pues déjame revisar mis cosas, las echo de menos!

Siguió rebuscando, entusiasmada, y sonrió ampliamente al encontrar sus bragas favoritas, las de lencería negra semitransparente.

—¿A que no adivinas qué he encontrado? —le preguntó a Caleb.

—¿Pijamas con estampados chillones?

Su atención se desvió automáticamente hacia la tira de ropa multicolor que tenía delante. Había pijamas con estampados de unicornios, bragas multicolor, camisetas de logos chillones, zapatillas viejas...

La sonrisa fue borrándose de su cara lentamente hasta convertirse en una mueca de disgusto. Volvió a cerrar el armario otra vez y se dio la vuelta para darle la espalda. Pasaron unos segundos antes de que se atreviera a volver al salón, donde notó que Caleb observaba cada uno de sus movimientos. Especialmente cuando se sentó a su lado en el sofá.

—¿Ocurre algo? —preguntó al cabo de unos segundos.

Victoria sacudió la cabeza y pegó las rodillas a su pecho.

—De repente me he dado cuenta de algo.

—¿De qué?

—De que... —hizo una pausa, apretando los labios—, las cosas nunca volverán a ser como eran hace un año, ¿verdad?

Caleb no dijo nada, pero supo que la estaba mirando fijamente.

—Eso no quiera decir que las cosas sean peores —dijo él finalmente.

—Ya, pero... ¿tú no echas de menos a la antigua Victoria? ¿A la que se ponía pijamas de colores y te enredaba para que fueras con ella al cine? ¿A la que hacía té y no era capaz de hacer daño ni a una mosca?

—No —le aseguró enseguida—. Esta eres tú, no necesito a la antigua.

Victoria resopló y se puso de pie, avanzando para alejarse unos pasos de él.

—¿Sabes qué es lo peor de perder la memoria? Que no se borra todo. Tengo recuerdos de mi infancia, de mi instituto, de mi vida en esta ciudad... hasta que llego a la parte donde nos conocimos y es como si alguien pulsara y botón y decidiera mostrarme solo fragmentos sueltos de recuerdos que solo quiero recuperar.

Hizo una pausa, girándose hacia él.

—Lo peor no es eso, es lo demás. Que los recuerdos desaparecen, pero los sentimientos siguen ahí.

—¿Qué quieres decir con todo esto, Victoria?

—Que recuerdo una de las cosas que más me gustaban de ti. ¿Sabes cuál era? —hizo una pausa, pero no le dejó responder—. Que toda mi vida la gente se ha empeñado en decirme mentiras piadosas o a intentar adornar la realidad para que no me sintiera mal, pero tú no. Tú siempre fuiste sincero conmigo. Y ahora no lo estás siendo.

Hubo un momento de silencio en la habitación cuando Caleb, normalmente inexpresivo, pareció un poco arrepentido.

—Vale —accedió finalmente—, quizá echo de menos lo que pasó hace un año.

Victoria estuvo a punto de decir algo, pero la interrumpió.

—Pero eso no quiere decir que no me guste lo que tenemos ahora.

—¿Y qué demonios tenemos ahora? ¿Que estamos escapando de medio mundo? ¿Que los dos somos x-men extraños?

Caleb le enarcó una ceja lentamente.

—Nos tenemos el uno al otro —replicó—. Es más de lo que teníamos hace unos meses.

Victoria apartó la mirada sin saber qué más decir. Una oleada de pensamientos tristes le estaban cruzando la cabeza a toda velocidad.

—Es solo que... —sacudió la cabeza—, a veces siento que nunca volveremos a tener una vida normal. Y que estamos arrastrando a los demás con nosotros.

—¿A los demás?

—A Margo, a Daniela... a Kyran. Si no me conocieran, tendrían una vida normal.

—Y si tú no me conocieras a mí, tendrías una vida normal.

—Yo elegí seguir indagando en lo que eras —le recordó.

—Y yo elegí aceptarlo y meterte en nuestro mundo.

Ella esbozó una pequeña sonrisa. Caleb era tan sigiloso que se había puesto de pie y se había acercado sin que se diera cuenta. Victoria dio un pequeño respingo cuando notó que le colocaba una mano en la cadera para acercarla.

—No te eches la culpa de todo —añadió en voz baja, mirándola.

Victoria suspiró y, aunque quiso decir algo, se dio cuenta de que solo serían cosas malas de sí misma, así que se limitó a sacudir la cabeza y dejar que la acercara más.

—Lo siento, a veces echo de menos que las cosas fueran...

—¿...más aburridas?

—Más sencillas —le dijo, divertida, dándole un ligero empujón por el hombro—. ¿Desde cuándo yo soy la que busca aburrimiento y tú el que busca aventura? ¿No suele ser al revés?

—Me he cansado de ser el aburrido.

—Es decir, ¿que ahora la aburrida soy yo?

—No lo llames aburrido, llámalo... menos intenso.

Victoria soltó una carcajada involuntaria, girándose hacia él.

—¿Acabas de bromear? —preguntó, pasmada.

Caleb dudó un momento, ahora menos seguro.

—Sí... ¿no ha estado bien?

—¿Bromas? ¡Ha sido genial! —le cubrió las mejillas con las manos, entusiasmada—. ¡No sabía que tuvieras ese lado oscuro!

Caleb sonrió tímidamente. Fue tan tierno que Victoria no pudo evitar ponerse de puntillas y besarlo en la boca.

El beso apenas duró unos pocos segundos, pero cuando se separó, él parecía sorprendido.

—¿No estabas triste?

—Pues sí. ¿Se te ocurre alguna forma de distraerme?

Victoria estuvo a punto de echarse a reír cuando lo vio rebuscando con la mirada por la habitación, como si buscara la respuesta a tan complicado enigma.

—Deja de buscar —le sujetó la mandíbula con una mano y lo giró hacia ella—. Créeme, no necesitas nada. A no ser que te vayan las guarradas raras, pero no creo que sea el caso.

—¿Guarradas rar...?

—¡Caleb! ¡Me refiero a que me beses!

—Oh —Caleb parpadeó, sospesándolo—, te refieres a eso.

—Pues sí. ¿Procedemos o tienes algo que decir al respecto?

—No, no. Procedamos.

Hubo un momento de silencio cuando los dos se miraron entre sí, como esperando a que el otro diera el primer paso. Victoria tuvo que morderse el labio inferior para no reírse cuando él echó una ojeada dubitativa al sofá. Seguro que estaba teniendo un debate interno sobre si pedirle que se tumbara o no.

Al final, Victoria zanjó el caso agarrando el cuello de su camiseta en un puño y obligándolo a acercarse al sofá con ella. Caleb se dejó llevar sin protestar ni un poquito. Especialmente cuando Victoria apoyó una mano en el sofá y se tumbó de espaldas, atrayéndolo de forma que él tuvo que colocar una rodilla entre sus piernas y apoyarse con ambas manos junto a su cabeza.

Cuando estuvieron los dos tumbados, mirándose, Victoria soltó una risita al ver su cara de tensión.

—¿Por qué estás tan nervioso? —le preguntó, divertida.

—Porque... no estoy muy seguro de qué quieres que haga.

—¿Necesitas que te haga un esquema con ideas y sugerencias?

Él lo consideró un momento.

—No, pero... no quiero asustarte.

—¿Asustarme? Caleb, llevo casi un año sin hacerlo. Estoy a dos días más de engañarte con el chorro de agua de la ducha.

Él parpadeó varias veces, como tratando de asimilarlo.

—Eso no sería engañarme —dijo al final, dubitativo.

—Especialmente si te dejo mirar.

—¿Eh?

—¡Que no estés nervioso! —Victoria sonrió, divertida, y le pasó las manos por los hombros para quitarle la chaqueta, que él tiró al suelo.

—No estoy nervioso —se enfurruñó Caleb, desabrochando los botones superiores de la camiseta de Victoria.

Ella sonrió y arqueó un poco la espalda para que él pudiera quitarle la camiseta. Cuando se quedó en sujetador y Caleb la barrió de arriba a abajo con la mirada —especialmente por las zonas de piel que acababa de exponer— empezó a notar que su corazón se aceleraba por la anticipación. Caleb lo escuchó al instante, claro, porque levantó la mirada hacia sus ojos.

—Creo que la nerviosa eres tú —comentó, enarcando una ceja con aire malicioso.

Vale, sí. Estaba muy nerviosa. Y entusiasmada. De todo un poco.

Pero no iba a admitirlo jamás, claro.

—No digas tonterías.

—¿No estás nerviosa? —Victoria se quedó muy quieta cuando Caleb pasó el dorso del dedo índice por su garganta, bajando entre sus pechos, por su ombligo y deteniéndose en el botón de sus pantalones cortos—. Pues díselo a tu pulso, porque cada vez se acelera más.

—P-pero... ¡eso eso no son nervios, es anticipación!

—¿Anticipación a qué?

Oh, iba a obligarla a decirlo, ¿no?

La Victoria de un año atrás probablemente lo habría hecho, pero la de ahora no. La de ahora, se limitó a tirar del puño que todavía rodeaba el cuello de su camiseta hasta que su boca cubrió la suya.

A la mierda las tonterías.

Caleb correspondió al beso enseguida y, casi al instante, pasó de ser un beso torpe a ser un beso totalmente intenso e inesperado. Victoria soltó su camiseta y pasó las manos por sus hombros, subiéndolas por su nuca hasta enredar los dedos en los mechones de pelo negro. Caleb, casi al instante, la sujetó de la cadera y la colocó mejor bajo su cuerpo, inclinándose más. Victoria soltó algo parecido a un jadeo cuando Caleb se separó y se sacó la camiseta con una mano, lanzándola a un lado. Ella aprovechó el momento para apoyarse sobre los codos y quitarse el sujetador a toda velocidad.

No entendía muy bien a qué venía toda esa prisa, pero de pronto necesitaba tocarlo. Necesitaba que la tocara. Lo necesitaba a él. Por todas partes. Otro jadeo se escapó de sus labios cuando Caleb pegó sus pechos desnudos y la fricción hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. Casi al instante, él le rodeó el culo con un brazo y la movió de forma que intercambiaron los lugares. Él se quedó tumbado de espaldas sobre el sofá, sujetándole el culo, mientras que Victoria se quedó tumbada sobre él, besándolo en la boca y pasándole las manos por los brazos.

Le gustaba la forma en que sus brazos se flexionaban bajo sus dedos, como si el efecto de su tacto fuera inmediato. Le gustaba tener el poder de provocar algo en él, de alguna forma. Aumentó la intensidad del beso, colocándose mejor sobre él y apoyándose en el punto exacto que hizo que Caleb apretara el brazo que seguía rodeándole el culo. Victoria hundió las manos en su pelo, le acarició el labio inferior con los dientes y se incorporó lentamente sobre él, pasándole las manos por los hombros y el pecho en el proceso. El aire frío hizo que se le erizara la piel. O quizá fueron las manos de Caleb, que se apretaron en sus caderas.

Él la estaba mirando de arriba a abajo, claro. Especialmente cuando Victoria sonrió ligeramente, roja y acelerada, y movió las caderas justo encima de la zona donde sentía que él se estaba excitando tanto como ella.

—Ahora debería dejarte a medias, x-men —le recordó—. Es lo que tú haces siempre.

Caleb le dedicó una mirada de ceja enarcada incluída, pero su pecho subía y bajaba a tanta velocidad como el de Victoria. Volvió a recorrerla con los ojos tan lentamente que ella tuvo la tentación de lanzarse otra vez sobre él.

—Joder —soltó él de pronto.

—¿Qué? —Victoria parpadeó, sorprendida.

—Que eres preciosa.

Victoria soltó una risita que pretendía ser de burla, pero pareció más bien de nervios, especialmente cuando él empezó a acariciarle la espalda desnuda con los dedos, de arriba a abajo. Cuando sus pulgares le rozaron las costillas y el borde de sus pechos, un cosquilleo placentero y molesto a la vez se le instaló en la parte baja del estómago.

—¿Eso lo dices para convencerme de que no te deje con las ganas?

Caleb sonrió ligeramente y se incorporó, de modo que se quedó sentado con ella en el regazo, una pierna a cada lado de sus caderas.

—Yo creo que ya te he convencido.

—Yo creo que vas a tener que intentarlo mejor.

Victoria hizo un ademán de echarse hacia atrás, divertida, pero él la rodeó con los brazos. Hubo un momento reservado para las sonrisitas cuando se miraron el uno al otro.

—¿Qué puedo hacer para convencerte?

Oh, eso sonaba muy bien. Mandaba ella.

Victoria dudó un momento, tragando saliva, hasta que finalmente miró su boca.

—Seguro que se te ocurrirá algo útil.

Caleb sonrió —esta vez completamente, un hecho insólito— e inclinó la cabeza hacia delante. Victoria se encogió un poco cuando notó que le rozaba el cuello con la punta de la nariz, descendiendo hasta su hombro.

Justo cuando le dio la sensación de que estaba a punto de bajar la boca a sus pechos, sintió que Caleb se tensaba de pies a cabeza.

Oh, no, por favor. Interrupciones no.

Lo miró, confusa, cuando él soltó una palabrota entre dientes.

—Tu hermano está a punto de meter las llaves en la cerradur...

Se callaron los dos cuando alguien metió de golpe la llave en la cerradura, haciéndola girar.

Victoria soltó algo parecido a un chillido y se echó hacia atrás tan deprisa que cayó de culo al suelo, rebotando a un lado, antes de que Caleb pudiera recogerla. Caleb, por su parte, se puso de pie de un respingo y pareció que buscaba algo a su alrededor sin saber qué más hacer.

La puerta se abrió de golpe, Ian entró y volvió a cerrarla sin siquiera ver lo que había dentro. Sin embargo, cuando se dio la vuelta, Victoria vio que abría mucho los ojos mientras ella se cubría como podía detrás del sofá.

—¿Qué...? —empezó Ian, parpadeando varias veces.

—¡No mires! —chilló Victoria, tanteando por encima del sofá para encontrar algo que ponerse.

Al final, lo único que encontró fue la chaqueta de Caleb. Se la puso a toda velocidad y se subió la cremallera hasta prácticamente la barbilla. Cuando se puso de pie, vio que Ian estaba volviendo a retroceder rápidamente hacia la puerta.

—Oh, no —Caleb lo señaló al instante—. De eso nada.

Ian trató de escapar de todas formas, pero en cuanto abrió la puerta por unos centímetros, Caleb volvió a cerrarla de golpe con el pie.

Victoria vio cómo su hermano, ahora menos sorprendido y más aterrado, intentaba abrir la puerta con todas sus fuerzas. No le sirvió de nada. Caleb lo agarró de la nuca de la camiseta y prácticamente lo lanzó contra el sofá. Ian no parecía tan contento en ese lugar como ellos lo habían estado unos segundos antes.

Ella, ahora con la chaqueta puesta, se cruzó de brazos y se quedó mirándolo. Caleb hizo lo mismo a su lado. Ian se encogió visiblemente.

—Que empiece la fiesta —murmuró Victoria.


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