Capítulo 16
Margo
Todo pasó como en cámara lenta.
Margo vio que ambos, tanto Sawyer como Brendan, se apuntaban a la vez. En cuanto sintió que iban a apretar el gatillo, actuó más por impulso que por conciencia propia. Dio un codazo al conductor que la sujetaba, le acertó en la mandíbula y echó a correr hacia delante.
Realmente no tenía muy claro lo que quería hacer, así que se limitó a seguir su instinto. Y lo que le dijo su instinto fue que se lanzara sobre Sawyer justo a tiempo para que, cuando apretara el gatillo, la bala hiciera estallar los cristales del coche y no tocara a Brendan.
Margo cayó al suelo a su lado y al instante notó la humedad en su camiseta. Se apartó, asustada, cuando vio la mancha de sangre en ella. Pero no era su sangre.
Sawyer estaba tirado en el suelo. Había soltado la pistola y se había llevado una mano al muslo, donde en la parte lateral tenía un agujero de bala cuya sangre iba extendiéndose a cada segundo que pasaba.
Otro disparo. Escuchó el cuerpo del conductor cayendo al suelo. Margo levantó la cabeza justo a tiempo para ver a Brendan acercándose a Sawyer con los labios apretados. No había ni una pizca de humor o dudas en su mirada, solo determinación y... furia. Furia acumulada durante muchos años que iba a estallar cuando ese gatillo se apretara con la pistola apuntando a la cabeza de Sawyer.
Lo peor fue que Sawyer ni siquiera pareció asustado cuando Brendan se detuvo justo delante de él y lo apuntó en la frente. Simplemente se sostuvo sobre uno de los codos y lo miró fijamente, como si lo retara a apretar el gatillo.
Y, en medio de ese momento de tensión, Margo se escuchó decir algo a sí misma:
—¡Espera, no dispares!
Ninguno de los dos la miró, pero se apresuró a ponerse de pie y acercarse a Brendan. Se detuvo a su lado, sin aliento.
—Hay muchas cosas que no sabes —le dijo en voz baja, ansiosa—. El Sawyer que nos ha estado amenazando no es él.
—Margo... —empezó Brendan, claramente con ganas de apretar el gatillo.
—¡Me dijo que era su abuelo! ¡Y el único que sabe quién es y cómo podremos acabar con él es... este idiota! Si lo matas, nos quedaremos totalmente expuestos.
Brendan apretó aún más los labios. La expresión de Sawyer era completamente ilegible. Si estaba nervioso o alterado, no lo estaba demostrando. Ni siquiera parecía dolorido por su herida, que cada vez sangraba más.
—¿Y te lo crees? —preguntó Brendan en voz baja a Margo.
—Sí —ella se sorprendió a sí misma al no dudarlo—. La... la verdad es que me lo creo.
—¿Y de qué nos sirve que no lo mate, exactamente?
—Podemos sacarle información. Podemos planear un intercambio con su abuelo para que nos deje en paz. O incluso podemos entretenernos golpeándolo cuando estemos aburridos, no sé.
Lo había dicho a toda velocidad, pero Brendan lo entendió perfectamente. Siguió mirándolo durante unos eternos segundos hasta que, finalmente, masculló una palabrota en su idioma y se escondió la pistola en la cinta del pecho.
—Súbelo al coche —dijo finalmente.
Margo se giró hacia él, pasmada.
—No puedo transportar a alguien yo sola, no...
—Tú lo has querido vivo, tú te ocupas. Yo no pienso tocar a ese gilipollas.
Dicho esto se agachó, recogió la pistola de Sawyer, se la guardó en el bolsillo trasero de los pantalones y se dirigió al cuerpo del conductor.
Margo, por su parte, se quedó mirando a Sawyer más perdida de lo que había estado en mucho tiempo. Él ya no parecía tan indiferente. De hecho, estaba conteniéndose para no retorcerse de dolor. Tenía una mano apretada en la herida sangrante de su muslo. Ya estaba completamente roja.
—La llave está en mi bolsillo trasero —le dijo entre dientes.
Margo tardó un segundo exacto en entender que hablaba de la llave de las esposas que seguía llevando puestas. Se agachó a su lado y Sawyer se movió para que pudiera meterle la mano en el bolsillo.
Ella se sintió un poco incómoda haciéndolo, pero apartó la mirada y por suerte la encontró deprisa.
Una vez quitadas las esposas, soltó un suspiro de alivio mezclado con dolor al ver las marcas que le habían quedado en las muñecas. No eran muy graves, pero definitivamente iban a quedarse por una temporada.
—Si no me las pones —aclaró Sawyer, señalando las esposas con un gesto de la cabeza—, tu triste intento de novio se va a enfadar contigo.
—Cállate. Ya... ya tenía pensado hacerlo.
—Seguro.
Margo sintió un poco de satisfacción cuando le cerró las esposas alrededor de las muñecas. Al menos, ella sí se aseguró de que no estuvieran tan apretadas como para que le dolieran demasiado. Solo lo justito para quedarse satisfecha.
Brendan, mientras tanto, había estado rebuscando las llaves en el cuerpo del conductor. Estaba claro que prefería el coche de Sawyer antes que el suyo, que era pequeñito y viejo. Los miró de reojo —especialmente a Sawyer ,con asco— al pasar por su lado, pero no dijo nada y se limitó a intentar abrir el coche.
—Tienes que ponerte de pie —murmuró Margo, mirando a Sawyer.
Él sonrió irónicamente.
—Es que ponerme de pie con una bala incrustada en el cuerpo es un poco difícil.
—Si no te pones de pie, se pensará mejor lo de perdonarte la vida.
—Voy a morir igual, ¿es que no ves cómo sangro?
—No te ha perforado ninguna arteria, ¡deja de lloriquear y ponte de pie de una vez!
—¿Y tú vas a ser doctora? Pobre de tus pacientes...
—¡Que me hagas caso de una vez! ¿O quieres quedarte aquí?
Le sorprendió su expresión. Casi pareció insinuar que sí. Margo frunció el ceño.
—¿Qué? —le preguntó.
—Os estáis equivocando —le aseguró Sawyer en voz baja, y le sorprendió que sonara tan sincero—. Mucho más de lo que ahora mismo os podéis imaginar.
Ella estuvo a punto de creérselo. A punto. Pero no, solo estaba intentando engañarla. Era lo que mejor se le daba.
Sawyer soltó unas cuantas maldiciones en ruso cuando Margo lo rodeó con un brazo para ayudarlo a ponerse de pie e ir al coche. A él no le quedó más remedio que apoyarse sobre ella sin protestar. Lo cierto es que la herida sí que parecía bastante grave. De hecho, le preocupaba un poco el sangrado. Pero no iba a decirlo en voz alta, no quería darle otra excusa para dramatizar.
Finalmente llegaron al coche y él puso una mueca de dolor cuando Brendan lo abrió y, mucho menos suave que Margo, le dio un tirón en el brazo y lo dejó tumbado sobre uno de los asientos traseros.
—No se merece tanta delicadeza —aclaró a Margo con una ceja enarcada.
—Si no te gusta, haberme ayudado.
—Deja de protestar y vámonos de aquí.
Brendan cerró la puerta de golpe y rodeó el coche para tomar asiento en el sitio del conductor. Margo hizo lo mismo con el del copiloto. Tras echar una última mirada a Sawyer, que sacudía la cabeza, Brendan arrancó rumbo al orfanato.
Victoria
Se asomó un momento a la ventana y frunció el ceño al ver a Bex riéndose a carcajadas, a Caleb cruzado de brazos y enfurruñado al final de la mesa y, al fondo, a Lambert sujetándose una botella de agua fría contra la nariz enrojecida.
—¿Qué hacen ahí dentro? —preguntó Daniela, curiosa.
—No lo sé, pero nada bueno. Eso seguro.
Estaban los cuatro ahí fuera. Daniela estaba de pie con un cárdigan puesto, ocultando sus manos bajo los brazos para infundirse algo de calor. Axel estaba sentado en los escalones del porche jugueteando con un refresco que había robado de la mesa. Kyran estaba sentado a su lado, mirándolo como si quisiera robárselo pero estuviera esperando el momento más oportuno.
Victoria simplemente estaba junto a la ventana, tratando de calmarse. La perspectiva de que el gato que había vivido con ella durante años hubiera sido una personita extraña era... perturbadora.
Por Dios, ¡había hecho de todo delante de ese estúpido gato!
Se había cambiado de ropa, había salido de la ducha, había echado más de un polvo, le había hablado mal de su jefe, había conocido a sus padres, a sus amigos... ¡había visto prácticamente toda su vida!
Daniela había tratado de explicarle lo mejor posible todo lo que había pasado en su ausencia. Acababa de terminar el pequeño relato. Victoria, sin embargo, no se quitaba la sensación de incomodidad de encima.
Se sentía como si se hubieran aprovechado de su confianza. Había adorado a ese gato. Había sido algo más que una mascota, había sido su familia. Y ahora resultaba que había estado mintiéndole durante años.
—Bueno —comentó Axel de repente—, entonces, ¿qué hacemos con el gato no-gato?
—Todavía no le ha dado tiempo a procesarlo —le dijo Daniela.
—Es que hace casi un minuto entero que estamos en silencio, ¡me aburro!
—Si te aburres, puedes ir con los de dentro.
—Esos sí que son aburridos.
—Biotitos es bueno —intervino Kyran, que acababa de intentar robar el refresco a Axel sin muy buenos resultados.
—No toques mis cosas, mocoso.
—No le llames mocoso —Daniela le frunció el ceño.
—Es lo que es.
—¡YO NO SOY MOOSO! —Kyran le dio un golpe con el puñito en el hombro.
Axel le puso mala cara y pareció que, por un momento, iba a abrirle el refresco sobre la cabeza y a empaparlo. Se contuvo a tiempo.
—Por si fuera poco —añadió Daniela lastimeramente—, no tenemos noticias de Margo o de Brendan.
—¿No se supone que estamos aquí para animarla? —preguntó Axel, señalando a Victoria con la cabeza.
—No necesito que me animen —murmuró Victoria con la mirada clavada en el patio trasero.
Y era cierto. Lo que necesitaba no era que la animaran, no estaba triste ni nada parecido. Lo que estaba era saturada. Demasiada información, muy poco tiempo y muchos sucesos distintos. ¿Quién podía seguir ese ritmo?
—Oye, Victoria —intervino Axel de repente, mirándola—. ¿Tú no... puedes... ejem...? Ya sabes...
Ella le enarcó una ceja, intrigada.
—¿Si puedo qué?
—Bueno, tienes un lazo con Brendan, ¿no puedes saber si está bien?
Victoria tuvo que darle la razón. No había sentido nada especial por el lazo. Como mucho, un pequeño subidón de adrenalina en un momento muy puntual. Nada muy especial.
—No está herido —concluyó.
Axel asintió con la cabeza y volvió a centrarse en su refresco. Daniela, por su parte, también pareció aliviada. Si Brendan estaba bien y había encontrado a Margo, quizá quería decir que ella también lo estaba.
—Todo esto es surrealista —murmuró Victoria, pasándose las manos por la cara—. Nos persigue el loco de Sawyer, nos quiere matar... y nosotros estamos aquí preocupados por un chico-gato porque no sabemos qué más hacer.
—A mí Sawyer me da miedo —Dani puso una mueca.
—No es tan malo —Axel se encogió de hombros—. A no ser que te metas en su camino, claro.
—Sí, es un encanto de persona —ironizó Victoria.
—Yo no he dicho eso —Axel la miró—. Y, además, sí que tenemos más pistas de dónde puede estar.
—¿Pistas? ¿Qué pistas?
Él intercambió una mirada con Dani, que abrió mucho los ojos. Parecía que acababa de acordarse de algo.
Kyran, por cierto, consiguió robar el refresco justo en ese momento y le dio un sorbito, muy feliz.
—¿Qué pistas? —repitió Victoria, impaciente.
—Bueno... —Dani dudó—, es verdad que, antes de que llegaras, teníamos unos documentos que habíamos quitado a Sawyer e intentaban descifrarlos, pero...
—Espera —Victoria los detuvo bruscamente, empezando a indignarse—, ¿me estás diciendo que todo este tiempo hemos tenido pistas y nadie me ha dicho nada?
Axel y Daniela intercambiaron una mirada antes de encogerse de hombros a la vez.
—Pues sí —concluyó Axel.
—¡¿Y a nadie se le ha ocurrido la genial idea de avisarme?!
—Oye, yo qué sé, son cositas que uno olvida.
Victoria sacudió la cabeza y pasó entre él y Kyran para entrar de nuevo en el orfanato. Se encontró a los demás tal y como los había visto unos minutos antes por la ventana. Y el silencio era tan incómodo como había pensado que sería.
—¿Caleb? —se detuvo en medio del gimnasio, mirándolo fijamente.
Él dejó de fruncir el ceño y adoptó una postura un poco más defensiva, como si quisiera saber de qué iba el tema antes de decidir si tenía que huir o no.
—¿Qué? —preguntó, entrecerrando los ojos.
—¿Podemos hablar? ¿A solas?
Bex soltó un uuuuuhhhhh divertido cuando Caleb pasó por su lado. Él le echó una miradita molesta.
Lambert, por cierto, pareció mucho más aliviado cuando ellos salieron de la habitación.
Victoria se detuvo en el pasillo y se giró hacia Caleb, que seguía en esa postura defensiva de no saber qué hacer exactamente.
—¿Qué? —repitió, desconfiado.
—¿Todo este tiempo has tenido documentos de Sawyer y no me has dicho nada?
Pese a que su expresión no cambió en absoluto, Victoria supo al instante que que lo había pillado desprevenido.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Eso da igual.
—Es decir, que han sido los de fuera.
—¡Eso da igual! ¿Los tienes?
Caleb suspiró y negó con la cabeza.
—Se quedaron en casa de Margo cuando tuvimos de huir a toda velocidad —admitió—. Teniendo en cuenta que a ella le pasó algo parecido, supongo que Sawyer habrá mandado a alguien a por ellos.
—Es decir... que seguimos sin tener nada.
Caleb no dijo nada. No quería confirmarlo en voz alta para no hacerle daño, pero estaba claro que era así.
—Por un momento... —Victoria apretó los labios—. Por un momento, he llegado a creer que tendríamos una pista, un camino para seguir, no sé... algo.
—Vamos a matarlo —la voz de Caleb sonó tenebrosamente tranquila al decir eso—. Me da igual la documentación que pueda tener de nosotros. Poco importará cuando todo esto termine.
A pesar de hablar así, Victoria sabía que en el fondo las cosas no eran tan fáciles. Sabía que Caleb había tenido la ocasión de disparar a Sawyer unas cuantas veces, pero no había aprovechado ninguna. Había estado enfadado con él en alguna ocasión por ello, pero... en el fondo, se apiadaba de él. No podía ser fácil hacerle daño a alguien que había estado contigo durante tantos años. Ni siquiera cuando ese alguien era el idiota de Sawyer.
—¿Sería muy peligroso ir a ver si esos papeles siguen en casa de Margo? —preguntó ella, dubitativa.
Caleb torció un poco el gesto, considerándolo.
—Bueno, da igual —añadió enseguida—. Ni siquiera tenemos coche.
—Está la moto que rob... que tomamos prestada.
—¿Y vale la pena arriesgarse a ir con ella al centro de la ciudad solo por esos papeles? ¿Eran muy importantes?
Caleb dudó un momento.
—Bueno... la verdad es que no lo sé. Iver y yo intentamos descifrarlos durante un tiempo, pero era muy complicado y no...
Victoria le puso una mano en el brazo en cuando sintió que su tono se apagaba. Le pasaba cada vez que mencionaba a Iver.
—Si crees que son importantes —le dijo en voz baja—, deberíamos ir. Pero no quiero que corramos un riesgo si crees que no lo son.
Sabía que estaba poniendo mucha presión sobre él, pero Caleb pareció agradecerlo. Debía ser agradable que, por una vez, Victoria no le insistiera como una cría para que hiciera lo que ella quería y le diera la opción de elegir.
Honestamente, lo que esperaba era una respuesta negativa. Por eso se sorprendió tanto cuando él asintió con la cabeza.
—Vamos a por esos papeles.
Margo
Cuando Sawyer volvió a soltar un gruñido de dolor por ahí atrás, Brendan le frunció el ceño a la carretera.
—Cállale la boca o lo echo del coche —advirtió a Margo.
—¿Y qué quieres que haga yo?
—Tú has querido traerlo, tú haces que se comporte.
—¿Ahora qué soy? —se irritó Sawyer por ahí atrás—. ¿Un perro abandonado?
—No insultes a los perros abandonados —masculló Brendan.
Margo, sin embargo, echó una ojeada entre sus dos asientos. Sawyer se las había apañado para sentarse con la espalda apoyada en la pared del coche, pero su pierna sangraba tanto que ya había formado un charco en el suelo. Además, sus labios y su piel estaban empezando a perder el color, quedándose lívidos.
No pudo evitar removerse en el asiento, inquieta.
—¿Qué? —preguntó Brendan, que la miró de reojo.
—Se está desangrando.
Él no pareció muy afectado con la perspectiva.
—Ah, bueno.
—Si no paramos el sangrado, traerlo no habrá servido de nada.
—Yo no pienso dejar de conducir, haz lo que quieras.
Margo le dedicó una mirada de hastío antes de apoyarse en su hombro para pasar una pierna entre los asientos y dar un saltito a la parte trasera del vehículo. Brendan pareció bastante molesto, pero al menos no dijo nada.
Sawyer la miró cuando se acercó, pero no dijo nada. Su pecho subía y bajaba dificultosamente y, aunque no se estaba quejando por el dolor, era obvio que era insoportable.
—Tengo que... —señaló su muslo, dubitativa.
Como no le dijo nada, se agachó cerca de él y se inclinó para poder ver la herida. Sin embargo, apenas se había acercado un centímetro cuando escuchó que Sawyer carraspeaba.
—Vas a tener que quitarme los pantalones, pelirroja.
Margo se quedó mirándolo un momento. Parecía sumamente divertido. Brendan no tanto.
—Déjate de tonterías —masculló desde el volante.
Pero lo peor no era que lo hubiera dicho... sino que tenía razón.
La bala se había colado un palmo por encima de su rodilla, por la parte delantera del muslo. No podría ver la gravedad hasta que le quitara los pantalones.
—Está bien —murmuró.
Sawyer sonrió ampliamente. Brendan echó una ojeada molesta hacia atrás.
—Será una broma —espetó.
—Necesito ver la herida.
—Como vaya yo a verla, se la voy a hurgar hasta que se ponga a chillar.
—Suerte que yo soy un poco menos sangrienta, entonces.
Margo carraspeó, tensa, y vio que Sawyer enarcaba una ceja como si estuviera esperando pacientemente.
Seguía con las manos esposadas delante de él, así que no iba a ayudarla demasiado. Al final, se inclinó hacia delante y le deshizo el cinturón sin mirarlo. La tensión del coche empezó a aumentar drásticamente y la pobre Margo, que casi nunca se avergonzaba, sintió que sus mejillas se volvían rojas. Especialmente cuando lo único que rompió el silencio fue el sonido que hizo la bragueta de Sawyer cuando se la bajó.
Al menos, él no hizo ningún comentario jocoso al respecto. Solo se movió para levantar las caderas y ayudarla a bajarle los pantalones hasta las rodillas. Tenía la piel tan pálida como en el resto de su cuerpo, y una fina capa de vello rubio cubría la zona. Pero, obviamente, lo primero que Margo vio no fue nada de eso. Fue la herida de su muslo.
Durante un instante, se olvidó de dónde estaba y se arrodilló en el suelo para poder verla de más cerca. Sin pensarlo, le sujetó la pierna con la mano y la giró un poco. Efectivamente, había una herida parecida en el otro lado.
—La bala ha salido por el otro lado —le informó con su voz profesional, la que usaba en las prácticas del hospital—. ¿Puedes mover las rodillas?
Sawyer, que había estado mirándola medio pasmado desde que se había arrodillado, parpadeó y volvió a la realidad.
—No... no lo he intentado.
Margo se apartó y le empujó ligeramente la rodilla hacia arriba. Como él no pareció estar retorciéndose de dolor, sintió que soltaba un suspiro de alivio.
—No te ha perforado ningún hueso —le informó.
—Qué lástima —murmuró Brendan por ahí delante.
Margo se adelantó y le colocó dos dedos en la zona del cuello donde se sentía el pulso. Lo tenía sorprendentemente calmado para tener un disparo en pleno muslo, pero aún así le daba la sensación de que, para ser Sawyer, iba a toda velocidad.
—La circulación también —murmuró, poniéndose de pie.
—¿Qué haces? —preguntó Sawyer, desconfiado.
Margo rebuscó en los armarios hasta que por fin encontró un poco de agua. Tras dudar unos segundos, se quitó la sudadera gris y la apoyó sobre su hombro para darle un rasgón con todas sus fuerzas. Sawyer parecía totalmente perdido cuando volvió a arrodillarse a su lado. Sin embargo, cuando Margo empezó a dejar caer el agua sobre la herida, dio un respingo que casi lo pegó al techo.
—¡Ten cuidado! —le exigió, intentando escabullirse.
Margo le clavó la mano libre en las esposas para sujetarlo.
—No puedo tener cuidado si quieres conservar la pierna, viejo verde.
—¿Viejo verde? —preguntó Brendan.
—Me gustaría conservar la pierna sin torturas de por medio, pelirroja.
—¿Pelirroja? —insistió Brendan.
Margo frunció el ceño y limpió tanto como pudo la herida con el agua y un trozo de su sudadera, a lo que él no dejó de retorcerse de dolor. Al terminar, no le quedó más remedio que subirle los pantalones otra vez y usar lo que le había quedado de prenda para hacer un nudo alrededor de los dos orificios de la bala. Lo apretó con fuerza, haciendo que Sawyer se tensara de arriba a abajo.
—Ya está fuerte —masculló entre dientes.
—No lo suficiente.
Sawyer soltó un sonido desde lo más profundo de su garganta. Un gruñido de dolor crudo que hizo que Margo le echara una ojeada, asustada, pero aún así terminó el nudo para dejárselo bien apretadito.
—Ya está, exagerado —le dijo, poniéndose de pie—. ¿Lo ves? No ha sido para tanto.
Si las miradas mataran, ella probablemente habría muerto en ese momento.
Caleb
La perspectiva de irse otra vez no era muy agradable, pero Victoria estaba en lo cierto: necesitaban esos documentos.
Al llegar, se encontraron con que alguien había colocado una puerta nueva —seguramente su casero— y que se habían llevado gran parte de las cosas que estaban en el interior del piso. Quizá el dueño había pensado que Margo había desaparecido para no tener que pagar el alquiler y se lo había tomado mal.
El problema era que una de esas cosas que ya no estaban eran los papeles en cuestión.
Victoria, tras buscar con él durante casi media hora, soltó una palabrota entre dientes y se dejó caer sobre una de las camas de la habitación que Caleb, Kyran e Iver habían ocupado unos meses atrás.
—No están aquí —dijo, como si no fuera evidente.
Victoria solía hacer eso de recalcar lo evidente cuando estaba indignada, así que Caleb se limitó a asentir una vez con la cabeza.
—¿Por qué demonios tendrían que tocar algo que no es suyo? —se lamentó Victoria, cruzándose de brazos.
—Bueno, se encontraron un piso abandonado. Supongo que pensaron que lo habían dejado atrás por algún motivo.
—Pues menudos idiotas.
Caleb la siguió con la mirada cuando ella salió de la habitación, enfurruñada. No sabía si era mejor dejarla sola un rato hasta que se tranquilizara o ir a tranquilizarla él mismo.
Sin embargo, la respuesta llegó sola. Apenas hubo pasado un momento, sintió que el corazón de Victoria daba un respingo, como si algo la hubiera asustado. Giró la cabeza instintivamente hacia la puerta.
Pero... Victoria no parecía en peligro. Solo estaba mirando fijamente la puerta con la boca abierta. No supo muy bien si era de indignación o de miedo.
—¿Qué pasa? —preguntó, acercándose.
Ella señaló la puerta a modo de respuesta. Había un pequeño papel pegado a ella. Caleb lo arrancó con el ceño fruncido y se lo acercó para poder leerlo. Estaba escrito a toda prisa y por alguien que, claramente, no había tenido que escribir mucho durante su vida. Apenas podía leerse.
—Si lo quieres, ven a buscarlo —Caleb miró a Victoria con una ceja enarcada—. ¿Se puede saber qué es esto?
Pero Victoria estaba mirando fijamente a Caleb con los labios y los puños apretados. Estaba incluso temblando de la rabia. Él bajó el papel, sorprendido.
—Es la letra de Ian —aclaró en voz baja—. De mi hermano.
Caleb volvió a mirar la nota antes de girarse hacia ella. Esta vez, ya entendía mejor la oleada de rabia que le había acelerado el corazón.
—Se los ha llevado él —dedujo en voz baja—. ¿Sabes dónde podemos encontrarlo?
—No —Victoria respiró hondo, como intentando calmarse—, tenemos que buscarlo. Puedo... puedo preguntar a la gente que lo conoce.
—Bien. Vamos.
Sin embargo, ella le rodeó la muñeca con la mano antes de que Caleb pudiera encaminarse hacia la salida. Parecía algo preocupada.
—No será barato —aclaró—. Va a pedir algo a cambio de devolverlos.
—Y lo que va a tener a cambio es un puñetazo en los dientes.
Honestamente, lo había dicho sin querer. Le sorprendió bastante ver que Victoria soltaba una risita divertida.
En realidad, nunca se le había dado bien hacer reír a la gente. Su mayor fuerte solía ser atemorizarla. En cambio, Victoria solía soltar risitas de esas muy a menudo. Y por cosas que él decía. No lo entendía, pero no podía negar que era agradable. Muy agradable.
—No voy a quejarme si se lo das —le aseguró.
Caleb la siguió con la mirada, pasmado, y se apresuró a seguirla cuando se encaminó hacia la puerta.
—¿No? —preguntó.
—No, en absoluto.
—Hace un año, me habrías matado solo por decirlo.
—Hace un año, no nos había vendido a Sawyer, no nos había amenazado y no nos había robado nada. Que se joda.
Caleb asintió con aprobación.
—Me gusta tu nueva versión de ti misma.
Ella se giró y le dedicó una sonrisita ladeada.
—Te encantan todas mis versiones, x-men, no te engañes.
Margo
Al pasar por delante de la gasolinera en la que, unas horas atrás, había intentado escapar... era raro. Especialmente ahora que Sawyer estaba esposado en la parte de atrás y Brendan era el que conducía.
Nadie había dicho nada desde que Margo había vuelto a sentarse en el asiento del copiloto. Brendan parecía tenso, Margo estaba cubierta de sangre seca y Sawyer suspiraba perezosamente por ahí atrás.
Ella le echó una ojeada a Brendan, dudando. Tenía el ceño fruncido y las manos apretadas en el volante.
—Gracias por venir a buscarme —dijo finalmente.
No, eso de dar las gracias no era su punto fuerte. Nunca lo había sido.
Brendan tardó unos segundos en reaccionar a lo que le había dicho. Se relajó un poco y, aunque no se giró hacia ella, asintió una vez con la cabeza.
—¿Aunque lo haya hecho solo? —enarcó una ceja.
—Sí, aunque lo hayas hecho solo —Margo le puso mala cara—. No ha sido la decisión más inteligente del mundo, pero lo agradezco.
—Solo tú sabes hacer que un agradecimiento suene a insulto.
—¡No te estoy insultando, pero sabes que ha sido una locura!
—¿Y qué? Ha salido bien.
—Sí, pero podrían haber sido más. ¿Y si hubieran sido cinco contra ti?
—No me subestimes.
—No te lo creas tanto.
—Oye, tortolitos —intervino Sawyer, acomodado en uno de los asientos traseros—, ¿tenéis pensado decirme dónde vamos o preferís mantener el misterio?
—Tú no me lo dijiste cuando te pregunté hace unas horas —Margo le frunció el ceño—. Ahora, te jodes.
—Madre mía, cuánto rencor...
—Debería haberle disparado en la lengua —masculló Brendan.
—La verdad es que podrías haber disparado mejor —Sawyer le sonrió, provocándole—. ¿En qué momento te ha empeorado tanto la puntería?
—¿Quieres ver la puntería que tengo para dispararte en medio de las cej...?
—Dios mío —Margo puso los ojos en blanco, agotada—, ¿vais a estar todo el viaje así? Porque faltan unas cuantas horas. Se nos van a hacer eternas.
—¿Y qué quieres que hagamos? —espetó Brendan—. ¿Echar un polvo los tres?
—Si tú te mantienes al margen —le dijo Sawyer, burlón—, a lo mejor me lo pienso.
—Vete a la mier...
Margo los calló a los dos cuando subió el volumen de la música. Brendan pareció molesto y Sawyer divertido, pero al menos se callaron durante un rato.
Un corto rato.
En algún momento llegaron a una zona con poca señal y, al no escucharse la radio, el silencio del coche se transformó en uno mucho más tenso, más incómodo. Fue cuestión de tiempo que alguien lo rompiera.
—Estáis cada vez más jodidos —comentó Sawyer, acomodado en su asiento.
—Tú sí que lo estás al no callarte —masculló Brendan.
—¿Por qué te crees que quería quedarme en las ruinas de la antigua casa, campeón? ¿Por casualidad?
Margo había pretendido de no escucharlos para tener más paz mental, pero eso hizo que se girara hacia Sawyer. Estaba apoyado perezosamente en el respaldo de su asiento. Cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando, le devolvió la mirada y, tras unos pocos segundos, sonrió sin que esa sonrisa le llegara a los ojos.
—Tú me crees, ¿verdad, pelirroja?
—Yo no me creo nada —masculló ella.
—No mientas, he visto esa cara antes. Sabes que te estoy diciendo la verdad.
—No lo escuches —le dijo Brendan en voz baja—, solo quiere librarse de nosotros.
—Pues claro que quiero —Sawyer le enarcó una ceja—. Aunque el único que me sobra aquí eres tú.
—Realmente tienes muchas ganas de que te dispare, ¿no?
—¿Se puede saber de qué estáis hablando? —Margo frunció el ceño.
Sawyer giró perezosamente la cabeza hacia ella y le dedicó una media sonrisa bastante agotada. La falta de sangre debía estar dándole ganas de dormirse, pero se estaba aguantando muy bien.
—¿No recuerdas lo que te dije en el coche? —le preguntó.
Margo dudó unos segundos. Lo recordaba, pero... no estaba muy segura de a qué quería referirse con eso.
—Mencionaste... a tu abuelo.
—Sí, pelirroja. Y te dije lo que es mi abuelo. Un maldito hechicero. ¿Sabes lo que quiere decir eso?
Margo, pese a que Brendan le repitió que dejara de escucharlo, mantuvo los ojos clavados en él y sacudió la cabeza.
Sawyer suspiró y se incorporó lentamente hasta que tuvo un codo apoyado en la rodilla buena. Se quedó mirándola unos segundos antes de decir nada.
—Todas mis casas están protegidas de magia —le explicó en voz baja, esta vez sin rastro de humor—. Estando ahí dentro, ni siquiera él podría hacernos daño. No mágicamente, al menos.
Margo, que empezaba a entender lo que quería decir, sintió que los nervios comenzaban a apoderarse de ella.
—Pero... estando fuera...
—No, estando fuera no hay forma de evitarlo —aclaró Sawyer—. Y él ya estaba de camino. ¿No ves lo que va a pasar?
Margo lo miró fijamente, paralizada, pero justo cuando iba a responder, sintió que el coche daba un volantazo y se desviaba de la carretera.
Se giró hacia Brendan, pasmada, y se lo encontró todavía más confuso que ella. Había quitado las manos del volante cuando había dado una sacudida y ahora lo miraba con el ceño fruncido, como si no entendiera nada.
—¿Qué...? —empezó Margo.
—¡No estoy haciendo nada! —Brendan intentó mover el volante, pero le resultó imposible.
Era evidente que tampoco estaba pisando el acelerador o el freno, pero también funcionaban solos. Margo ahogó un grito cuando el coche dio un acelerón y se metió en una zona boscosa que rozaba la carretera. Una rama pasó peligrosamente cerca de ellos y se pegó al asiento, aterrada, mientras Brendan intentaba activar el freno de mano desesperadamente.
Y, justo cuando pareció que el coche iba a estamparse contra un árbol, se detuvo y se quedó a apenas dos centímetros de tocarlo.
Los dos se quedaron mirando el árbol con la respiración acelerada. Sawyer no. Él seguía pareciendo tan tranquilo ahí atrás.
—Que empiece la fiesta —murmuró.
Margo estuvo a punto de girarse hacia él, pero se detuvo cuando la puerta de Brendan se abrió de golpe y, como si una mano invisible lo agarrara, el pobre Brendan salió del coche. Margo tuvo la tentación de seguirlo, pero se detuvo cuando la puerta volvió a cerrarse de golpe y todos los seguros se pusieron solos.
—Es inútil —le informó Sawyer cuando la vio intentando abrir su puerta desesperadamente.
Pero ella no lo escuchó. Pasó a la parte de atrás de un salto y trató de abrir las otras puertas. Sawyer, sentado a su lado, la observaba sin decir nada.
Margo golpeó el cristal, furiosa, y se quedó mirando la escena que tenía delante.
Lo primero que vio fue las dos luces de un gran coche blanco aparcado a unos diez metros de ellos. Iluminaban una pequeña franja del bosque oscuro, que fue donde arrastraron a Brendan. Él ahora estaba con una rodilla en el suelo y una mano en el cuello, como tratando de recuperar la respiración. Al lado del coche, había al menos cuatro personas armadas. Pero esos no fueron los que asustaron a Margo, sino el que estaba delante de Brendan.
Si lo hubiera visto por la calle, no le habría llamado la atención. Era un hombre de unos cincuenta años, con el pelo y la barba cortos y plateados. Llevaba puesta una camisa de color crema y unos pantalones caros e, incluso desde esa distancia, Margo pudo ver que habían sido hecho a medida. Le recordaba a alguien.
—¿Ese es tu abuelo? —preguntó con un hilo de voz.
Sawyer se deslizó sobre el asiento para acercarse y asomar la cabeza justo por encima de su hombro.
—Efectivamente —murmuró—. Un encanto, ¿verdad?
—¿Q-qué...?
—No es de los abuelos que te regalan chocolate en navidad, pero algo es algo.
Margo todavía tenía la boca entreabierta cuando vio, sin poder creérselo, que el hombre se acercaba a Brendan para mirarlo mejor, sonreía de lado y elevaba una de sus manos. Casi al momento en que lo hizo, el cuerpo de Brendan siguió su dirección y también se elevó. Y, por la forma en que él se sujetó el cuello, Margo supo que lo estaba ahogando.
Victoria
Honestamente, no esperaba que volver a su antiguo bar fuera a ser tan nostálgico.
Había trabajado ahí durante más de un año, había conocido a Margo y a Daniela... incluso a Caleb. Puede que no recordara todo lo que había pasado ahí dentro, pero definitivamente no todo había sido malo.
El problema... fue que no estaba exactamente como lo recordaba.
Nada más aparcar la moto, Caleb se había quedado a su lado al ver el cartel que había colgado en la puerta de cristal del bar. SE VENDE. Y un número de teléfono abajo. El de Andrew, su antiguo jefe.
Sintió la mano de Caleb cubriéndole el hombro y se dio cuenta de que había estado mirándolo fijamente durante casi un minuto entero.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
—Sí —reaccionó, parpadeando—. Es... bueno, no me lo esperaba.
El bar seguía como siempre, sin embargo. Las mesas colocadas, las sillas encima, la barra despejada y las botellas caras llenas de agua en el fondo. Victoria sintió una oleada de nostalgia que no supo muy bien de dónde surgía.
Hace un año, era una chica normal y corriente. Si no hubiera conocido a Caleb, ahora quizá seguiría trabajando ahí dentro. Y seguiría con su vida normal y aburrida, sin preocupaciones. O sin muchas preocupaciones, mejor dicho.
Aunque, claro... ¿eso era lo que quería? Puso una mueca. Antes tampoco era del todo feliz. Siempre había sentido que le faltaba algo. ¿Era esto? ¿En el fondo, siempre había sabido que su vida nunca sería del todo normal?
—Victoria, estás empezando a preocuparme.
—Estoy bien —repitió, esta vez más decidida—. Es... solo estaba pensando.
—¿Quieres que entremos?
Victoria lo miró, sorprendida.
—¿Podemos entrar?
—Bueno, el idiota está ahí dentro —Caleb se encogió de hombros—. En su despacho, además. Está encendiéndose un cigarrillo. Puedo olerlo desde aquí.
Victoria dudó, mirando la puerta, pero finalmente asintió con la cabeza. Caleb la sujetó de los hombros, la movió a un lado con una delicadeza sorprendente y, justo cuando se impulsaba para darle una patada al picaporte, Victoria lo sintió.
Durante un instante, su cuerpo entero se quedó sin respiración. Después, unos dedos invisibles y helados se cerraron entorno a su garganta y la apretaron con tanta fuerza que lo único que pudo hacer fue llevarse una mano al cuello instintivamente.
—¿Qué? —la voz de Caleb pareció muy lejana—. ¿Qué pasa?
Pero no pudo responder. Se tambaleó, mareada, y sintió que la rodeaba con los brazos para que no se cayera.
—¿Qué pasa? —insistió él, asustado.
—El lazo —consiguió articular—. Es el lazo.
Margo
Golpeó el cristal con tanta fuerza que empezó a pensar que iba a destrozarse las muñecas, pero le dio igual.
—¡Lo está ahogando! —gritó, intentando abrir la puerta con desesperación.
—Lo sé.
La voz calmada de Sawyer no estaba ayudando en absoluto.
El hombre seguía sujetando a Brendan al aire y le estaba diciendo algo, pero Brendan solo intentaba respirar desesperadamente. Y Margo no sabía qué podía hacer. Estaba empezando a sumirse en la desesperación más absoluta.
Victoria
Se quedó mirando la cara confusa y asustada de Caleb, que le estaba diciendo algo, pero no pudo escucharlo. Estaba demasiado preocupaba tratando de coger aire, de que sus pulmones volvieran a funcionar. Y no podía. Seguía notando esa presión desesperante en la garganta que no le permitía siquiera pensar con claridad.
Margo
—¡Tienes que hacer algo!
Lo había dicho sin pensar, pero por la cara de Sawyer dedujo que no tenía ninguna intención de hacerlo.
—¿Por qué?
—¡Él te ha dejado vivir!
—No. Tú me has dejado vivir. Y te estoy devolviendo el favor.
Margo se giró hacia la ventanilla, a punto de volver a golpear el cristal con los puños aunque supiera que no serviría de nada.
Victoria
Trató de repetir que era el lazo, pero no encontró su propia voz. Tenía la lengua hinchada y podía notar que se le estaba poniendo la cara roja. Se quitó las manos del cuello y, casi al instante, notó que Caleb la sujetaba justo ahí y cerraba los ojos con fuerza. Lo que pareció una eternidad después, notó que la presión de su mano hacia que el nudo se desvanecía un poco, permitiendo que absorbiera algo de aire y que su pecho subiera y bajara a toda velocidad.
Margo
Vio que el hombre ladeaba la cabeza, curioso, antes de apretar el puño con más fuerza al aire.
—¡Él te ha ayudado! —le gritó a Sawyer, desesperada.
—No, él no ha hecho nada por mí.
—¡Por mucho que yo le dijera nada, si hubiera querido te habría matado! ¡Si sigues vivo es por él, no por mí!
—Sé que duele porque, por algún extraño motivo, sientes simpatía hacia él —aclaró con voz suave—, pero mi abuelo lo ha estado buscando a él desde el principio.
—¿A... Brendan?
—Me dijo que pondría una marca sobre el más útil para atraerlo —Sawyer enarcó una ceja—. Estaba claro que él no iba a aparecer por sí solo. Pensé que sería el crío, o su hermano... incluso llegué a pensar en Axel, pero no. Resultó que eras tú.
Margo parpadeó, confusa, pero volvió a reaccionar cuando vio por el rabillo del ojo que el abuelo de Sawyer esbozaba una pequeña sonrisa triunfal.
—Por favor —ya no sabía cómo suplicarlo para qué le hiciera caso—. Por favor, ayúdalo. Por favor.
—Por mucho que me lo pidas, yo no puedo hacer nada.
—¡Eres su nieto!
—¿Y crees que por eso me escuchará?
—Más que a cualquiera de nosotros —le sujetó la muñeca con la mano, suplicándole con los ojos—. Por favor.
Honestamente, no se esperaba que la escuchara. Esperaba que se apartara y le pusiera mala cara, como había hecho tantas otras veces.
Sin embargo, se limitó a girarse hacia la ventanilla, suspirar pesadamente y clavar la mirada en su abuelo.
—Quítame las esposas.
Margo reaccionó muy deprisa, sujetándole las manos pata quitárselas. Le temblaba el cuerpo entero por la mezcla de nervios y medio que le estaba nublando la cabeza, pero al menos lo consiguió.
—Bájalo —dijo Sawyer sin siquiera levantar la voz, y Margo supo que no estaba hablando con ella—, tenemos que hablar.
Casi al instante, la cabeza del hombre se giró hacia ellos. No pareció muy complacido. Murmuró algo en voz baja y, aunque no bajó a Brendan, la puerta del coche se abrió.
Victoria
La mirada, hasta ahora borrosa, se aclaró un poco. Alcanzó a ver a Caleb inclinando la cabeza hacia ella.
—¿Puedes escucharme? —le estaba preguntando.
Victoria asintió con dificultad. Él seguía teniendo la mano alrededor de su cuello y, de alguna forma, sabía que era lo único que la mantenía respirando, aunque fuera solo un hilito de aire. Victoria le sujetó la muñeca sin darse cuenta, pero él no se inmutó. Estaba muy concentrado.
Margo
Bajó del coche torpemente y, pese a que su primer instinto fue correr hacia Brendan. Sawyer la sujetó del codo y la puso bruscamente detrás de él antes de que lo consiguiera.
El hombre que seguía manteniendo una mano al aire apretada en un puño, controlando a Brendan, dirigió una mirada total y absolutamente despectiva a Margo mientras Sawyer la arrastraba detrás de él.
—¿Se te ha escapado la mascota? —ironizó en voz baja, con un suave acento ruso—. ¿Quieres que me encargue de controlarla?
Quizá Margo se habría sentido insultada en otra ocasión, pero no en esa. Ahora mismo, que la insultaran era lo menos preocupante de todo. Solo podía mirar fijamente a Brendan, suspendido a un metro de altura e intentando respirar con desesperación.
—No hace falta —respondió Sawyer con el mismo tono de voz calmado que había usado en el coche.
—¿Seguro? ¿Quién es?
—La humana que marcaste.
—Oh, ya veo. Te dije que podías matarla en cuanto tuviera al mestizo, ¿por qué sigue viva?
Sawyer se encogió casi imperceptiblemente de hombros.
—Cambié de idea.
Su abuelo no pareció muy complacido. De hecho, pareció más bien irritado.
—Chego ty khochesh'?
Margo supuso que eso era ruso, porque Sawyer hizo un gesto con la cabeza a Brendan. Seguía sujetándola del codo detrás de él, como si supiera que había posibilidades de que saliera corriendo otra vez.
—Bájalo —dijo finalmente.
—Zachem mne eto delat'?
—Porque si lo matas vas a arrepentirte, abuelo.
No sonó a amenaza, sino a hecho. Eso pareció captar la atención de su abuelo, porque abrió la mano de golpe y el cuerpo de Brendan cayó al suelo. Él se quedó tumbado, tosiendo y tratando de recuperar el aire... mientras Margo exhalaba un suspiro de alivio.
Sawyer ni se inmutó cuando su abuelo se acercó a él, claramente irritado. De hecho, se plantó a apenas un palmo de distancia. Sawyer era más alto que él, pero eso no pareció intimidarlo mucho.
—Primero incumples la norma que te di —le dijo en voz baja, señalando a Margo con un gesto vago—, después intervienes cuando cumplo con mi deber para con el mestizo... y ahora me hablas en su idioma para que tu nueva mascota te entienda.
De nuevo, Sawyer ni siquiera parpadeó con el tono de voz amenazante. Teniendo en cuenta que ese hombre era capaz de levantar a alguien por los aires y ahogarlo, era admirable. Casi le recordaba a la cara que había puesto cuando Brendan había estado a punto de dispararle. Ni una gota de miedo en sus venas.
O quizá sí, pero no lo dejaba ver.
—Espero que tengas una buena explicación, Vadim —añadió, irritado.
Margo sabía que Vadim era su nombre real, pero se había acostumbrado tanto que lo llamaran Sawyer que se le hacía raro escucharlo.
Sawyer, por cierto, por fin había cambiado de expresión. Ahora parecía crispado.
—Cuando accedí a colaborar contigo, no me dijiste que ya estabas buscando a los mestizos por tu cuenta, Barislav —entonó su nombre como si fuera un insulto—. Me dijiste que lo dejarías en mis manos.
—Estaba claro que tú no ibas a traérmelos.
—Y por eso no me dijiste nada. Ni siquiera cuando uno de tus empleados asesinó a uno de mis chicos.
Barislav ladeó un poco la cabeza, mirándolo.
—¿Tus chicos? —repitió lentamente—. Ya no lo son, Vadim. Te traicionaron, ¿recuerdas?
—Tú también me has traicionado, abuelo.
Margo se escondió un poco tras su espalda cuando Barislav bajó la mirada hacia ella. Su expresión era gélida, pero estaba claro que estaba furioso.
—¿Te lo ha contado la humana?
—Eso no importa —aclaró Sawyer—. Lo que importa es que has traicionado mi confianza.
—¿Y qué quieres decirme con eso? ¿Vas a ponerte en mi contra?
Hubo un momento de silencio cuando Barislav levantó una de sus manos. Margo notó que el agarre de Sawyer se tensaba entorno a su codo, pero su expresión se mantuvo totalmente impasible.
—¿Sabes lo fácil que sería para mí romperte el cuello y librarme de ti? —le preguntó lentamente su abuelo—. Solo tendría que chasquear los dedos.
—Lo sé.
—O podría hacérselo a tu nueva... humana.
Sawyer apretó un poco los labios, pero por lo demás nada en su cuerpo se movió.
—Lo sé —repitió con voz monótona.
—¿Y me estás diciendo que ya no quieres ayudarme aún sabiéndolo?
—Yo no he dicho eso. He dicho que te estabas precipitando.
Barislav ladeó la cabeza y una sonrisa de burla apareció en su rostro.
—¿Precipitando? —se giró hacia Brendan y, en apenas un movimiento de mano, lo acercó a una velocidad vertiginosa para tenerlo arrodillado a su lado—. Dime, chico, ¿cuál es tu habilidad?
Brendan todavía intentaba recuperarse cuando levantó la cabeza. Tenía el cuello enrojecido y la mirada llena de algo muy distintivo; ganas de matar a alguien.
Dirigió una breve mirada a Margo, luego a Sawyer y finalmente a Barislav. Estaba claro que no iba a responder.
—Puedes finalizar la transformación de los mestizos —aclaró Barislav—, ¿no es así?
De nuevo, Brendan no dijo nada.
—Sí lo elimino a él, se acabaron los mestizos nuevos —declaró Barislav, mirando a su nieto—. No veo dónde me he precipitado.
—Matarlo a él no matará a los demás mestizos, ni siquiera a los que tengan un lazo con él.
—No, pero evitará que cree más.
—Pero... —Sawyer se inclinó un poco, enarcando una ceja—, vamos, seguro que lo has notado.
Margo no entendió nada, pero a Barislav pareció encendérsele una chispa de curiosidad en la mirada.
—¿El qué?
—El chico fue quien creó a la mestiza de la que te estuve hablando. Tienen un lazo que los une. Si lo matas, no tendré forma de llegar a ella.
Eso no era cierto. Margo no entendió cómo lo sabía, pero lo supo al instante. Intentó que su cara no desvelara nada y, por suerte, debió funcionar. Nadie le prestó atención.
Barislav sopesó sus palabras durante lo que pareció una eternidad. El silencio se hizo todavía más tenso y Margo intercambió una mirada con Brendan, que por fin pareció recuperar la respiración del todo.
—¿Qué te hace pensar que encontrar a tu mestiza es más importante que mi deber de matar a este? —preguntó Barislav finalmente.
—No sé si es más importante, pero me lo debes.
—¿Te lo debo?
—Has traicionado mi confianza —le recordó en voz baja—. Me lo debes.
Margo tragó saliva cuando Barislav la miró fijamente, como si ella tuviera la culpa de lo que estaba pasando. Él no era como Sawyer, que daba miedo pero se atrevía a burlarse de él. No. Él daba miedo y punto. No se atrevió a decirle nada.
Y, finalmente, Barislav hizo un gesto con la mano y todos sus hombres entraron en el coche blanco a la vez. Dirigió una última mirada a Sawyer y dijo algo en voz baja, en ruso, antes de dirigirse con los demás.
No fue hasta que el coche hubo desaparecido que Brendan se puso de pie, acariciándose el cuello.
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó a Sawyer con el ceño fruncido.
Él, que había mantenido la mirada clavada por donde el coche había desaparecido, por fin soltó a Margo.
—Que me arrepentiría de esto.
Victoria
Caleb retiró la mano lentamente, pero Victoria no abrió los ojos. De pronto, su respiración había vuelto. Su mareo había desaparecido. Lo único que quedaba era el corazón acelerado que le había provocado el miedo a morir ahogada.
—¿Victoria?
Al sentir la mano de Caleb todavía en su cuello con el pulgar acariciándole la zona donde se sentía el pulso, abrió los ojos.
—Ya está. Brendan está a salvo —murmuró—. ¿Estabas usando tu otra habilidad?
Caleb asintió.
—¿Y estás bien? —preguntó ella.
—Si tú puedes respirar, yo estoy bien.
Victoria soltó una risa débil entre dientes. Podía sentir el agotamiento de Brendan en su propio cuerpo. Solo entonces se dio cuenta de que estaba tumbada en medio de la calle con la cabeza sobre las piernas de Caleb, que se había sentado a su lado. Menos mal que no había nadie más.
—¿Estás segura de que estás bien? —insistió Caleb, que parecía confuso.
—Sí, segura. ¿Por qué?
—Tienes... el pulso extrañamente irregular.
Si tan solo supiera que eso era culpa del pulgar con el que no dejaba de acariciarle la base del cuello...
Está claro que el pulso de Victoria se aceleró el doble cuando él lo dijo en voz alta. La cara se Caleb se convirtió en una mueca de absoluta confusión.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Nada —sin poder evitarlo, notó que su cara se enrojecía.
—¿Y por qué cada vez estás más alterada?
—¡No estoy alterada!
—La gente alterada chilla y tú estás chillando, así que estás alterada.
Victoria le quitó la mano, avergonzada, y se puso de pie torpemente. Cuando se dio la vuelta, Caleb también se había incorporado. Él tenía las manos en las caderas.
—Creo que me debes algo.
—¿Yo? —se señaló a sí misma—. ¿El qué?
—Un gracias no estaría mal.
—Pues gracias.
—Así no me vale.
—Gracias, amado Caleb —enarcó una ceja—. ¿Satisfecho?
—Casi.
Victoria frunció el ceño, confusa, pero toda confusión se convirtió en sorpresa cuando Caleb la agarró bruscamente de la nuca y la atrajo para besarla en la boca.
No se esperaba un beso. Y menos un beso así de brusco. Cerró los ojos y un sonido muy vergonzoso se le escapó de la garganta cuando Caleb apretó su pelo en un puño, abriendo la boca sobre la suya.
Y, justo cuando Victoria iba a pegarse a él para devolverle el beso, Caleb la soltó de golpe y se giró hacia el bar.
—Satisfecho —confirmó—. Ya podemos ir a ver a tu jefe.
Victoria, que si antes no se había quedado sin aire ahora estaba a punto, lo miró con la indignación plasmada en sus ojos.
—¡No puedes besarme así... de la nada... y luego soltarme! ¡Y menos de esa forma!
—Es mi venganza por el susto que me has dado.
—¡El susto te lo ha dado Brendan!
—¿Y qué sugieres? ¿Que me bese con él?
Victoria, muy a su pesar, soltó una risita bastante estúpida. Vio que las comisuras de la boca de Caleb luchaban para no curvarse hacia arriba.
—Vale, x-men —le dio una palmadita en el hombro—, vamos a hablar con este idiota. Ya me vengaré de ti luego.
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