Capítulo 13
Caleb
Recuperó la respiración, todavía algo alterado, y echó una ojeada a su hermano. Brendan estaba parpadeando hacia el lugar por el que acababan de desaparecer Sawyer, Margo y las otras dos chicas.
Se dio la vuelta. Necesitaba centrarse. Victoria seguía en el suelo, Kyran seguía durmiendo en el sofá y Albert se intentaba volver a peinar con las palmas de las manos, muy indignado por estar desaliñado.
Caleb se acercó directamente a Victoria y le ofreció una mano. Ella parecía bastante frustrada cuando la aceptó para ponerse torpemente de pie.
—¿Se puede saber por qué no te has defendido de esa chica? —él le frunció el ceño.
Victoria se dio la vuelta en su dirección, prácticamente enrojeciendo de rabia y vergüenza. El corazón se le había acelerado.
—¡Porque llevaba un maldito collar de esos! ¡No podía usar mi habilidad!
—Deberías poder defenderte sin habilidad.
—Y lo habría hecho, ¡SI NO FUERA PORQUE ESTABA DISTRAÍDA VIENDO A UNA SEÑORA ESQUIVANDO BALAS A CUATRO METROS DE DISTANCIA DE MÍ!
Caleb le puso mala cara cuando pasó por su lado y se agachó junto a Kyran, tratando de tranquilizarse. ¡Tampoco le había dicho nada para que se pusiera a chillar de esa forma!
—Madre mía —murmuraba Albert mientras tanto—. Llevaba setenta y dos años sin meterme en una pelea, la adrenalina fluye por mis venas.
—Solo has dado un golpe por la espalda —le recordó Caleb, enarcando una ceja.
—Jovencito, no me contradigas.
Victoria los ignoraba. Estaba todavía agachada junto a Kyran. Le había puesto la oreja encima del pecho. Debió escuchar los latidos de su corazón, porque se apartó con un suspiro de alivio y volvió a centrarse en ellos.
—¿Todo el mundo sigue vivo? —preguntó directamente.
—Éste no mucho —comentó Albert con las manos en las caderas, dándole una patadita a la mano inerte del grandullón al que Caleb había disparado.
—No juegues con los cadáveres —Caleb frunció el ceño.
—Ése tampoco está muy vivo —Albert se quedó mirando a Brendan y le chasqueó los dedos delante de la cara—. ¿Hola? ¿Señorito?
Brendan parpadeó, como volviendo a la realidad, y por un momento pareció que no sabía dónde estaba. Miró a su alrededor y sus ojos, al instante, fueron a parar encima de Caleb. Tenía una mueca de incredulidad.
—¿Era... ella era...?
—Una maga, sí —Albert asintió, muy digno.
—¡NO ME REFIERO A ESO!
—¡A mí no me chilles!
—¿Qué os pasa? —preguntó Victoria, confusa, desde el sofá con Kyran.
—¡Era Ania! —gritó Brendan de repente, gesticulando con los brazos hacia el sitio por el que había desaparecido—. ¡Era ella!
—¿La que hacía cosas raras y esquivaba balas? —Victoria puso una mueca de horror.
—¡Sí! E-es decir... parecía ella... pero... Ania no... no es... es una mestiza, no entiendo...
—Bueno —comentó Albert, cruzándose de brazos—, a mí no me ha parecido muy mestiza, la verdad.
—¿Es que nadie va a hablar de Margo? —preguntó Victoria de pronto, poniendo mala cara—. ¡Ese zumbado se la ha llevado!
—Y a Ania —insistió Brendan.
—No se ha llevado a Ania —señaló Caleb—. Ella se ha ido con él porque ha querido.
—Pero Ania...
—¡Olvídate de ella por un momento! —Victoria lo señaló—. ¡Está de parte de Sawyer, Brendan! ¡Reacciona de una vez!
—¡A lo mejor la tiene... manipulada! ¡A él se le da bien eso de manipular!
—Me importa una mierda —aclaró Victoria—. ¡Lo que me importa ahora mismo es que Margo está sola con esa panda de locos!
Hubo un momento de silencio. Caleb se giró hacia su hermano. Tenía el corazón acelerado y se estaba pasando las manos por la cara. Parecía muy frustrado y confuso. No podía culparlo.
—Bueeeno —interrumpió Albert el silencio—. Igual es un buen momento para ponernos a salvo, ¿no?
Caleb asintió con la cabeza y se giró hacia Kyran, pero Victoria ya se había adelantado. Lo estaba recogiendo y lo sujetó de modo que él colocara la cabeza sobre su hombro.
—Tenemos que ir a por Daniela —le recordó, acomodando a Kyran.
—¿Dónde está?
—El granero tiene las luces abiertas —comentó Albert, asomado a la ventana de puntillas.
—Yo me encargo —murmuró Caleb antes de darle un tirón en el brazo a su hermano para que reaccionara—. Y tú también. Necesitas una bofetada de aire frío para quitarte esa cara de pasmado.
Victoria se agachó para que Albert pudiera revisar a Kyran mientras ellos salían de la casa. Brendan tragó saliva con fuerza, echando una ojeada hacia atrás, antes de volver a girarse porque estuvo a punto de tropezar con una piedra.
—Era Ania —repitió, como si no se lo creyera.
—No lo sabemos.
—Joder, Caleb, la has visto. Era ella.
—¿Te ha reconocido? ¿Parecía ella por algo más que por su cara?
—¿Y quién demonios crees que era? ¿Doyle disfrazado?
—No lo sé, pero literalmente ha desintegrado balas. No me extrañaría tanto.
Brendan frunció el ceño, confuso. A Caleb le ponía nervioso tenerlo a su alrededor cuando estaba alterado. Normalmente, lo único que le gustaba de Brendan era que a él nunca se le alteraba el pulso o la respiración. No tenía que escuchar un bombeo continuo a su lado, como pasaba con los demás. Ahora, en cambio, sí que le tocaba escucharlo.
—No tienes mucha suerte en el amor —comentó de repente, abriendo la puerta del granero con la pistola en la mano.
Brendan le puso mala cara.
—¿A qué viene eso ahora?
—Bueno, tu novia uno tiene poderes raros y parece no acordarse de ti, tu novia dos está secuestrada por un lunático que nos intenta matar y tu novia tres se ha quedado en el orfanato.
Brendan dio un respingo y se giró hacia él, indignado.
—No sé de qué hablas.
—Venga ya, el otro día Axel apestaba a ti. ¿Os habéis enrollado?
—¿E-eh...?
—Se te ha alterado la respiración. Me lo tomaré como un sí.
—Para empezar, no es mi novio. Ni él ni... ni las otras dos. Son solo dolores de cabeza.
—¿Cómo va a ser una persona un dolor de cabeza? Es físicamente imposible.
—Eres tan listo para unas cosas y tan gilipollas para otras...
—Oye, yo no te he insultado.
—No, ¡solo me has dicho que tengo dos novias y un novio!
—¡Eso no tiene nada malo!
—Entonces hablemos de Victoria, mi cuarta novia.
Caleb le puso mala cara, enfurruñado.
—Muérete.
—Mátame.
—Hazlo tú solo.
—Me da pereza.
Hubo un momento de silencio. Caleb no escuchaba nada más que respiraciones acompasadas, pero prefirió asegurarse de que en el granero solo estaba Daniela de todas formas. Abrió la siguiente puerta con precaución y apunto a su alrededor. No había nadie. Estaban en una especie de salón-cocina pequeño.
—Hablando de Victoria —Brendan le clavó un codazo en las costillas que supuso que sería un triste intento de ser gracioso—, puedes consultarme todas tus dudas, ¿eh?
Caleb se detuvo solo para poder echarle la mirada despectiva con más elegancia.
—¿Cómo dices?
—Bueno, yo sé lo que siente. Ya sabes, tenemos el lazo.
—Un día de estos voy a quemar ese lazo.
—Oye, puede ser algo bueno. Puedo contarte todos los chismes sobre lo que siente por ti.
—Ya sé lo que siente por mí.
Ahora mismo, probablemente eran ganas de darle un cabezazo.
—No, te crees que lo sabes —Brendan lo señaló antes de apuntarse a sí mismo con el dedo—. Yo lo sé.
—Pues... no me lo cuentes.
—¿No te cuento que se pone cachon...?
—¡Que no me lo cuentes!
—¿Segur...?
—¿Ya se te ha olvidado que tu novia supuestamente muerta ha reaparecido para llevarse a tu novia supuestamente a salvo? Reflexiona sobre ello. Y en silencio.
Brendan se cruzó de brazos, enfurruñado.
Pero, justo cuando parecía que uno de los dos iba a decir algo más, ambos dieron un salto hacia atrás porque algo se removió en el sofá.
O... más bien... ¿alguien?
Caleb lo apuntó con la pistola por instinto, pero la bajó cuando se dio cuenta de que solo era un chico joven. Era bastante flacucho y tenía el pelo rojizo. Estaba durmiendo en forma de bolita.
—¿Quién demonios es? —preguntó Brendan.
Caleb arrugó la nariz. El olor era extrañamente familiar, pero no logró reconocerlo.
—Nadie que nos interese —le aseguró—. Hay que encontrar a...
—¡Lambert!
Ambos se giraron hacia Albert, que acababa de entrar y se acercaba felizmente al pelirrojo del sofá. Se situó a su lado y le dio una palmadita en la cabeza, casi como si hubiera encontrado a su mascota perdida.
—Menos mal que está bien —comentó—. Ya empezaba a preocuparme.
—¿Es amigo tuyo? —preguntó Caleb, desconfiado.
Albert lo miró como si esa fuera la pregunta más estúpida que había oído nunca.
—Y tuyo —le aseguró, señalándolo—. Venga, llévalo en brazos. Tenemos que volver a casa.
Caleb frunció el ceño, confuso, pero antes de poder reaccionar se encontró a sí mismo con el flacucho sujeto en sus brazos. Seguía dormido, así que tenía que sostenerlo por las rodillas y la espalda. Brendan había sido menos sutil y, al encontrar a Daniela, se la había colgado del hombro como si fuera un saco.
—No te líes con ésta también —Caleb enarcó una ceja.
Brendan enrojeció un poco y fue el primero en salir del granero.
Albert los siguió vociferando órdenes a diestro y siniestro. Era un poco pesado. Caleb se limitó a ignorarlo y a centrarse en Victoria, que esperaba sentada en el porche con Kyran en brazos. Se había quitado la chaqueta y se la había puesto al niño por encima de los hombros. Caleb esbozó media sonrisa sin darse cuenta.
—Ya podemos irnos —Albert rebuscó en sus bolsillos para sacar la piedra—. Acercaos todos, vamos a...
Se interrumpió a sí mismo cuando, de pronto, la piedra empezó a brillar como si alguien hubiera metido una potente bombilla en su interior. Del susto, Albert la lanzó al aire y fue a parar al suelo en medio de todo el grupito, que la miraba con una mueca de incredulidad.
—¿Qué le pasa a tu trasto? —le preguntó Brendan con el ceño fruncido.
—No lo sé... nunca había hecho eso —Albert tenía una mueca de horror.
—¿Va a explotar? —Victoria abrió mucho los ojos.
—¿Eh? ¡No! Creo... eh... mhm... vamos a...
—¡ALBERT EUGENE AINSWORTH III!
La voz salió de la piedra de forma tan brusca que Caleb estuvo a punto de caerse de culo al suelo. Logró mantener el equilibrio, pasmado, y vio que Brendan se estaba riendo de la cara de espanto de Albert.
—Oh, no —murmuró él.
—¿Es tu madre? —le preguntó Victoria, divertida.
—No... es mi... eh... es una buena amiga que...
—¡NO SOY TU BUENA AMIGA! —le gritó la voz de la piedra—. ¡Tienes que volver! ¡Ahora mismo!
—Vienna, querida, estoy en medio de una misión secret...
—Para empezar, ¡no es una misión secreta porque acabas de contármelo! ¡Y para terminar me da igual tu misión! ¡Esto es urgente!
Albert enrojeció un poco bajo la piel pálida, a lo que las carcajadas de Brendan aumentaron.
—¡Tengo que llevarlos a casa! —insistió.
—¡La piedra no puede transportar a tanta gente a la vez y, además, se está quedando sin magia! Tiene lo justo para que puedas volver a casa sin complicaciones, ¡así que hazlo ahora mismo y no me contradigas!
Y, sin más, la piedra dejó de estar iluminada.
—¿Eso es el móvil de los bichos mágicos? —preguntó Victoria con una mueca.
—Algo así —Albert tragó saliva y se ajustó el cuello de la camisa—. Eh... mhm... creo que será mejor que vuelva a casa. No querría que su enfado fuera en aumento y...
—¿Y hoy te quedaras sin follar? —sugirió Brendan, todo dulzura.
—Qué comentario tan soez —se escandalizó Albert.
—Espera, ¿te vas? —Victoria se puso de pie, tratando de no despertar a Kyran—. ¡No puedes irte, estamos en medio de una crisis horrible!
—Yo sí que estaré en medio de una crisis horrible como no me vaya ahora mismo...
—Albert —Victoria prácticamente le suplicó con la mirada—, por favor, tienes que ayudarnos. No podemos... espera, ¿quién demonios es ése?
Estaba señalando al flacucho que transportaba Caleb.
—¿Ése? —repitió Albert, confuso—. ¿Es que lo sabe todo el mundo menos vosotros? ¡Es Lambert, mi informante!
—¿Y por qué iba a conocer yo a Lambert, tu informante?
—Porque...
Se calló de golpe cuando la piedra pareció volver a iluminarse y, presa del pánico, se apresuró a sujetarla con ambas manos.
—Si necesitáis mi ayuda, Lambert sabrá deciros cómo contactarme —dijo a toda velocidad—. ¡Mucha suerte!
Pareció que Victoria iba a gritarle algo, pero se desvaneció antes de que eso fuera posible.
Por un momento, se quedaron los tres en completo silencio, sin saber qué hacer, cada uno sujetando a alguien dormido, hasta que finalmente Victoria parpadeó y pareció volver a centrarse.
—Podemos volver en el coche de Margo —murmuró.
—O le robamos la furgoneta a los dueños de la granja —sugirió Brendan.
¿Los dueños? Esas debían ser las dos respiraciones acompasadas que había oído dentro de la casa. Caleb le echó una ojeada antes de girarse hacia el coche de Margo.
—No vamos a robar nada —aclaró, molesto—. Bastantes problemas tenemos ya.
—Perdóneme usted, San Caleb.
Oh, no, el estúpido apodo que usaba cuando eran pequeños.
—No me llames así —le advirtió con mala cara.
—Perdona si te he ofendido, San Cale...
—¡Que no me llames así!
Victoria, que acababa de dejar a Kyran en el asiento trasero, cerró la puerta y los miró con las manos en las caderas.
—¿Se puede saber por qué habláis de estupideces? ¡Tenemos que irnos de aquí!
Los dos se dedicaron una última mirada de rencor antes de meter a sus respectivos dormidos dentro del asiento trasero. Caleb tuvo que pelear un poco para conseguir las llaves del coche, si conducía él no tendría que ir apretujado en el asiento de atrás.
Y, justo cuando se las robó a Brendan y se dio la vuelta para avisar a Victoria y marcharse, se dio cuenta de que ella se había vuelto a acercar a la casa.
—Tenemos que irnos —le recordó Brendan al verla.
Pero Victoria seguía indecisa. De hecho, no se giró hacia ellos, solo jugueteó con sus manos, observando la casa.
—¿No deberíamos asegurarnos de que los dueños de la casa están bien?
—Siguen respirando —murmuró Caleb—. Si es lo que te preocupa.
—¡A lo mejor están heridos! Habéis disparado al techo.
—Eso no es problema nuestro —Brendan resopló.
Caleb estuvo a punto de darle la razón, pero se detuvo cuando Victoria se giró hacia él con ojos de cachorrito y un puchero de súplica.
Oh, no.
—Por favor, solo será un momento —le dijo solo a él, ignorando a Brendan.
Así que estaba centrando su ataque en un solo objetivo.
—Deberíamos irnos —insistió Caleb.
—Solo será un momento —repitió—. Por favor. Puedo ir sola.
—¡No! —se dio cuenta de que lo había dicho demasiado deprisa, porque Victoria esbozó una sonrisita de triunfo—. E-es decir...
—Ven conmigo. ¡Brendan, vigila el coche!
—¿Qué soy ahora? —les espetó el aludido cuando Victoria empezó a arrastrar a Caleb hacia la casa—. ¿El maldito canguro de los muertos vivientes?
Victoria lo ignoró completamente y abrió la puerta de la casa.
Margo
Estaba intentando girar la cabeza para ver dónde demonios estaba, pero empezaba a dolerle el cuello.
—Bájame —repitió por enésima vez, empezando a ponerse en modo histérico—. ¡Bájame!
Los demás, por cierto, la ignoraban.
—¡BÁJAMEEEEEEEEEEEEEEEE!
—Que alguien la calle de una vez —masculló la chica del pelo rubio.
—Ya se cansará —se limitó a decir Sawyer, no muy preocupado.
Lo peor es que tenía razón. Margo estaba agotada. Mental y físicamente. El cuello le dolía especialmente porque sí, seguía intentando ver dónde demonios estaba. Solo veía callejones desconocidos. Y ni una sola persona a su alrededor. Nadie parecía escuchar sus gritos de ayuda.
Bajó la cabeza, amargada. La otra opción era verle el culo a Sawyer. Le entraban ganas de bajarle los pantalones solo para ver qué hacía.
Por un momento, se lo imaginó dando saltitos y chillando y le entraron ganas de reírse.
Sin embargo, la risa se esfumó cuando la chica del pelo negro, tan silenciosa como antes, volvió a mover los brazos para teletransportarlos a otro sitio. Cada vez que lo hacía a Margo le entraban ganas de vomitar. Y lo había hecho cinco veces. Sospechaba que simplemente no quería que nadie pudiera seguirles el rastro.
Ya casi se había quedado dormida, pero abrió los ojos de golpe cuando se dio cuenta de que esa era la última parada, porque la rubia se metió en un cuarto de baño soltando palabrotas en voz baja y se apresuró a intentar curarse una herida que tenía en la nariz, probablemente fruto de Victoria. También tenía un bultito en la cabeza. Probablemente fruto del niño raro que acompañaba a Victoria.
Espera, ¿dónde estaban?
Margo miró a su alrededor, confusa, y se dio cuenta de que estaban en una suite de un hotel de lujo. Las vistas eran a su ciudad. Y eran impresionantes. Vio un salón, una cocina y varias puertas que seguramente conducían a distintas habitaciones. Todo muy lujoso.
—¿Esto es un maldito hotel? —preguntó sin poder contenerse.
Sawyer la ignoró, al igual que la chica del pelo oscuro. La última se metió en una de las habitaciones. Margo alcanzó a verla mientras cerraba la puerta. Tenía los ojos dorados entrecerrados, como si no pudiera aguantarse despierta.
Se distrajo completamente cuando Sawyer abrió una de las otras habitaciones. Antes de que pudiera reaccionar, la soltó bruscamente y Margo rebotó de forma muy poco elegante contra un colchón de lujo.
—¿Qué demonios...? —empezó.
Cuando vio que se acercaba a ella, su primer impulso fue lanzar una patada. Consiguió esquivarla de milagro, pero el pequeño click que escuchó junto a su cabeza le indicó que igual hubiera sido mejor idea intentar moverse.
Margo giró la cabeza y se quedó paralizada por un momento al ver que tenía una muñeca esposada al cabecero de la cama.
Dio un tirón, asustada, pero no sirvió de nada. La cama estaba empotrada en el suelo y en la pared. No podía moverse.
Se dio la vuelta hacia Sawyer, furiosa, pero él ya estaba de pie en la distancia justa para que no pudiera tocarlo. Le puso mala cara y se señaló el pómulo rojo.
—Esto es por el puñetazo —aclaró, resentido.
—¡SUÉLTAME!
—Si te hubieras comportado como un ser humano civilizado, a lo mejor te habría dejado sin las...
—¡Me importa una mierda! ¡SUÉLTAME AHORA MISMO O ME PONDRÉ A CHILLAR HASTA QUE VENGA ALG...!
—Chilla todo lo que quieras, pelirroja, las habitaciones están insonorizadas.
Margo se quedó mirándolo un momento, bloqueada. Necesitaba hacer algo. Lo único que se le ocurrió fue dar un tirón a las esposas, pero no sirvió de nada. Miró a su alrededor. Estaba en una habitación claramente cara, pero sencilla. Había una ventana grande con un balcón, pero estando atada no le servía de nada. Supuso que la puerta que tenía al lado era el cuarto de baño.
—Tengo que ir al baño —dijo rápidamente.
Sawyer la miró un momento como si le ofendiera que pensara que iba a caer por eso.
—Pues te jodes.
—Me voy a mear en tus sábanas de lujo.
—No son mías, son del hotel.
—¡¿Qué clase de villano se aloja en un hotel y no en una cueva oscura?!
—¿Qué te hace pensar que yo soy el villano y no vosotros?
Margo señaló su muñeca esposada con la mano libre.
—¡Esto me da una pequeña pista!
—Bueno, me gusta el lujo —se limitó a decir, poco arrepentido—. Ya que voy a tener que vivir fuera de mi fábrica, prefiero vivir bien.
—¿Y no se te ha ocurrido que los demás podrían encontrarte más fácilmente si estás en el hotel más grande la ciudad, idiota?
—Afortunadamente para mí, no son tan listos.
Y, sin decir nada más, el imbécil dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando a su espalda y dejándola sola.
Victoria
Ahora que tenía más tiempo para mirar a su alrededor —intentando ignorar el cadáver del suelo— se dio cuenta de que no estaban en una granja vacacional, era más bien un hogar. Había adornos, cuadros y fotografías de grupos de niños haciendo distintas actividades por la granja, desde pintar hasta cuidar a los animales.
—Has dicho que sería rápido —le recordó Caleb, justo detrás de ella.
Y... el señorito felicidad atacaba de nuevo.
Victoria suspiró, pero fue hacia las escaleras y empezó a subirlas rápidamente. Él seguía prácticamente pegado a su espalda, mirando a su alrededor como si esperara que alguien saltara sobre ellos en cualquier momento.
—¿Tanto te gustan las cosas rápidas? —lo provocó un poquito, sonriendo.
No lo estaba mirando, pero casi pudo adivinar su mueca de irritación.
—Cuando se trata de entrar en casas ajenas, sí.
—Eso no lo pensabas cuando entrabas en mi casa, x-men.
—¿Podemos centrarnos?
—Vale, vale, no te pongas nervioso.
—No estoy nervioso, solo... tenso.
—Claaaro.
Victoria dejó de sonreír cuando él se quedó mirando una de las puertas. Parecía la del dormitorio principal. Caleb ya tenía la pistola en la mano cuando ella la abrió lentamente, asomando la cabeza para comprobar que no había ningún intruso. Abrió del todo. Los únicos que estaban ahí dentro eran las dos personas que estaban en la cama de matrimonio. Un hombre y una mujer. Estaban profundamente dormidos. Parecía que iban en pijama.
Caleb, que ni siquiera los había mirado porque estaba repasando cada centímetro de la habitación con los ojos, apretó los labios.
—No huele a sangre, podemos irnos.
—¿Te puedes esperar un momento, pesado?
Victoria se acercó a ellos. No parecían heridos. Ella dormía con las piernas encogidas y la cabeza apoyada en un brazo y él boca arriba, con un brazo encima del estómago. Ni siquiera parecieron enterarse de que había alguien más en la habitación. Victoria no pudo evitar preguntarse si tardarían mucho en despertarse.
—Vale, están bien —accedió finalmente.
—¿Lo ves? Te lo dije.
—¡Pero venir a comprobarlo no costaba nada!
—¿Podemos irnos de una vez?
Victoria suspiró y asintió con la cabeza. Caleb la esperaba impacientemente en la puerta, manteniéndola abierta para ella.
Sin embargo, Victoria se detuvo al pasar por delante de él y se quedó observándolo con una mirada escrutadora. Caleb se tensó al instante.
—¿Qué miras tanto? —masculló.
—¿Qué te pasa?
Se estaba comportando de forma extraña. Normalmente no miraba a su alrededor de esa forma tan ansiosa. Ni tampoco parecía tan confuso. Algo no encajaba.
—Nada —dijo Caleb, sin embargo.
Victoria mantuvo su mirada escrutadora sobre él y se cruzó de brazos, aumentando el efecto de presión visual. Caleb empezó a ponerse nervioso.
—No lo sé —admitió finalmente—. Hay... algo raro en esta casa.
—¿El qué? —Victoria abrió mucho los ojos—. ¿Hay alguien más?
—No, no es eso... es... —hizo una pausa, mirando a su alrededor como si intentara buscar las palabras adecuadas—. Te vas a creer que soy un bicho raro.
—Caleb, cielo, eres un x-men que puede escuchar mi corazón a más de cuarenta metros de distancia. Hace tiempo que asumí que eres un bicho raro.
Caleb le puso mala cara, pero por fin pareció encontrar las palabras que estaba buscando.
—Es como... como si ya conociera el olor de esta casa.
Ella se quedó mirándolo un momento, confusa. ¿Por qué le avergonzaba tanto admitir eso?
—¿El olor a sangre? —preguntó finalmente, totalmente perdida.
—¡No! El... el olor. No sé cómo explicarlo. Es como si ya hubiera estado aquí.
De nuevo, Victoria se quedó sin saber qué decirle. De repente, la coraza de chico duro había caído y él parecía bastante inseguro, como si no supiera cómo reaccionar. Casi le entraron ganas de darle un beso.
Pero supuso que no era el mejor momento, así que al final se limitó a pasarle la mano por el brazo, como si intentara consolarlo.
—A lo mejor estuviste aquí de pequeño y no te acuerdas —comentó—. Abajo había un montón de fotografías de niños que venían de campamento o algo así. Quizá tus padres te trajeron un verano y...
—¿De... campamento?
—¿No sabes lo que es?
—Sí lo sé —frunció el ceño, ofendido por la duda.
—¿Puede ser eso?
No pareció muy convencido, pero al menos no se apartó.
—Podríamos preguntarle a los dueños de la casa —sugirió Victoria—. A lo mejor ellos se acuerdan.
—Están dormidos.
—Dame un jarrón de agua fría y verás como los despierto.
Caleb esbozó lo que pareció una sombra de sonrisa y sacudió la cabeza.
—No hace falta, vámonos de aquí.
Victoria asintió con la cabeza, pero cuando iba a pasar por su lado para salir de la habitación se dio la vuelta bruscamente a la vez que él. Ambos habían escuchado el ruido de las sábanas moviéndose.
La mujer estaba despierta. De hecho, los estaba mirando con los ojos muy abiertos.
Hubo un momento de silencio tenso y absoluto en el que Victoria notó que Caleb se tensaba de pies a cabeza. La mujer seguía mirándolos. O, mejor dicho, lo miraba a él. Fijamente. Y con la boca entreabierta.
—Kristian —dijo con un hilo de voz.
Victoria puso una mueca, confusa, pero volvió a tensarse cuando ella prácticamente saltó de la cama para lanzarse sobre ellos. Caleb pareció querer meterse entre ambas para protegerla, pero cuando se dio cuenta de que las intenciones de la mujer eran abrazarlo empezó a retroceder bruscamente con una mueca de horror.
Mientras tanto, Victoria seguía mirando la escena con los ojos muy abiertos, sin entender nada.
—¡Kristian! —repitió la mujer, persiguiendo a Caleb con los brazos abiertos—. ¡No me lo puedo creer! ¡Eres tú!
Caleb, a quien la perspectiva de ser abrazado le entusiasmaba tanto como una patada en los huevos, se apartó de un brinco de ella y fue prácticamente corriendo detrás de Victoria, donde se ocultó con la misma mueca de horror que antess.
—¡Dile que se aparte de mí! —exigió, señalando a la mujer.
Ella por fin se detuvo delante de Victoria. Tenía una sonrisa de entusiasmo y parecía que se iba a echar a llorar en cualquier momento.
—¡La chica pelirroja nos dijo que vendríais! —exclamó con la voz rota por la emoción—. Yo... yo no sabía si creerla, pero... ¡estás aquí!
—Creo que se está confundiendo —aclaró Victoria, intentando calmar un poco la situación.
—¡No me estoy confundiendo! —le aseguró ella, entusiasmada, antes de quedarse mirándola un momento. De pronto, su expresión pasó a ser furibunda—. Espera... ¡eres tú!
—¿Yo? —Victoria se señaló a sí misma, confusa.
—¡La que vino a entrevistarnos con ese niño y, al final, no hizo nada!
—¿E-eh...?
—¡Nos dijiste que intentarías encontrar a nuestros hijos!
—¡No sé de qué me está hablando!
—Bueno, al final los has traído —la mujer pareció calmarse un poco al mirar a Caleb—. Estás aquí de verdad. Necesito darte un abrazo, por fav...
—¡No te me acerques! —le advirtió Caleb.
—¡DÉJAME ABRAZARTE!
—¡VICTORIA, PROTÉGEME!
—¡CALMAOS LOS DOS! —gritó ella, levantando los brazos—. ¿Alguien me puede explicar qué demonios está pasando?
—¡Es mi hijo, igual que Jasper! —exclamó la mujer, cada vez más desesperada por sentir que no la estaban escuchando—. Hace quince años me encontré su habitación vacía y los estuvimos buscando durante años, haciendo entrevistas, reportajes y todo lo que fuera necesario para que algún día uno de vosotros lo viera y volviera a casa. Y... ¡ahora estás aquí! ¡Todos nos decían que no volveríais, que no os acordaríais de nosotros... pero estás aquí, Kristian!
Silencio.
Victoria se giró lentamente hacia Caleb, que había ido incorporándose lentamente a cada palabra que decía la mujer hasta quedar completamente erguido, mirándola con una mueca de confusión absoluta.
—Eras tan pequeño la última vez que te vi —seguía insistiendo ella, con lágrimas en los ojos—. Tenías solo ocho años. Pero ya sabía que te parecerías a tu padre. Mírate. Eres como él. No me puedo creer que seas tú de verdad.
Caleb tenía la boca entreabierta cuando se dio la vuelta para mirar al hombre que seguía durmiendo en la cama. Victoria también lo hizo. Efectivamente, su parecido era más que evidente. Victoria abrió mucho los ojos. El mismo pelo oscuro, la misma mandíbula marcada, la nariz recta... incluso su expresión era parecida.
—No... —empezó Caleb—, no entiendo...
La mujer, harta de tener que esperar, pasó junto a Victoria y se lanzó sobre él para darle un abrazo con todas sus fuerzas. Caleb se quedó mirando a Victoria por encima de su cabeza, todavía perdido.
La mujer siguió hablando de lo mucho que lo había echado de menos, de que por fin volverían a ser una familia, de preguntar dónde estaba Jasper, de intentar despertar a su marido para que viera a Caleb... era todo muy confuso.
—¿Dónde está Jasper? —repitió por enésima vez su madre, separándose para poder mirarlo.
—¿Quién? —preguntó Victoria, porque Caleb parecía haberse quedado en blanco.
—¡Su hermano! ¿Dónde está Jasper?
¿Brendan? Victoria hizo una seña hacia la ventana, donde la mujer se asomó enseguida, con la respiración acelerada. Al ver una figura dando vueltas alrededor del coche de Margo con los brazos cruzados, soltó un sollozo de emoción, se cubrió la boca y salió disparada de la habitación para ir a por él.
Victoria tuvo que tomar de la muñeca a un muy pasmado Caleb para que saliera con ella tras su supuesta madre, a la que encontraron cuando acababa de salir de la casa.
Brendan, que estaba maldiciendo en voz baja sin dejar de dar vueltecitas de brazos cruzados, levantó la cabeza hacia ellos. Parecía irritado.
—¡Ya era hora! ¡Habíais dicho que sería solo un momento y...!
Se detuvo, confuso, cuando vio que una mujer que no conocía se acercaba a él a toda velocidad. Ella se lanzó a abrazarlo antes de que pudiera reaccionar, estando a punto de lanzarlo al suelo. Brendan la sujetó por impulso, pasmado, y consiguió mantener el equilibrio.
—¡Jasper! —chilló ella, emocionada.
Brendan frunció el ceño e intentó separarse.
—¿Quién coño es Jas...?
No pudo terminar la frase. En cuanto escuchó la segunda palabra, la mujer ahogó un grito, se separó y le dio un golpe en la nuca con la palma de la mano. Brendan se acarició la zona afectada, pasmado e irritado a partes iguales.
—¡No digas palabrotas! —le advirtió la mujer, señalándolo.
—¡Yo digo lo que quiero!
—¡No en esta casa, jovencito!
—¡Me importa una mierda la cas...! ¡NO VUELVAS A DARME!
—¡Pues no sigas diciendo palabrotas!
—¿Se puede saber quién es esta? —preguntó Brendan, furioso, mirando a Caleb y a Victoria.
Como él no parecía estar muy por la labor de responder, Victoria lo hizo por él.
—Creo que... eh... creo que es tu madre, Brendan.
Margo
Llevaba ahí dentro varias horas y ya había sacado tres conclusiones:
1. Las ganas de hacer pis ahora eran reales.
2. Por mucho que tirara, no conseguiría sacarse las malditas esposas.
3. Nadie iba a ir a rescatarla, así que tendría que buscarse la vida ella solita.
Resopló contra la almohada. Al menos, había conseguido dormir un poco. Había sido involuntariamente, claro, pero estaba tan agotada que casi lo agradecía. Sospechaba que solo había sido por una hora, porque cuando abrió los ojos el cielo seguía oscuro y en la habitación solo había cambiado el mueble que tenía al lado. Le habían traído una bandeja con comida y un vaso de agua.
No había tocado nada de la bandeja, claro. Era una cuestión de orgullo.
Así que había estado mirando a su alrededor en busca de formas de escapar de ahí. Se le habían ocurrido unas cuantas, pero todas implicaban tener que deshacerse de las esposas. Y probablemente era Sawyer quien tenía las llaves.
Podía manipular a los otros, pero a él... mhm... eso parecía más complicado.
Así que, al final, su única conclusión segura era que se estaba haciendo pis. Como no entrara alguien rápido, iba a hacerlo en la cama solo para que se jodieran y tuvieran que limpiarlo ellos.
Se había pasado un rato lanzando cosas contra la puerta y tratando de llamar la atención, pero nadie parecía estar haciéndole caso. Y empezaba a quedarse sin cosas que lanzar. Lo próximo era la almohada y luego ya llegaban a los platos y los vasos. Eso iba a ser menos discreto.
Y, justo cuando lanzó la almohada, la puerta se abrió y le dio en toda la cara a Sawyer.
Él pareció que iba a decir algo, pero se calló cuando notó el impacto contra la cara y se quedó ahí de pie, mirándola fijamente con la almohada en los pies.
—Muy divertido —masculló.
—¡Por fin! —exclamó Margo, tirando de su muñeca.
—¿Se puede saber qué quieres?
—¡Tengo que ir al baño!
—¿Otra vez intentas hacerme creer que...?
—Mira, cabrón pesado, estirado y asqueroso, tengo que hacer pis. O lo hago en un cuarto de baño o lo hago en tu cama de lujo y te lanzo las sábanas a la cabeza. Tú eliges.
Hubo un momento de silencio. Pareció considerarlo bastante. Al final, Sawyer cerró la puerta y cruzó la habitación. Llevaba una llave en la mano. ¡La de las esposas!
Debió verle la cara de ansias a Margo, porque se detuvo justo antes de abrírselas y se quedó mirándola un momento.
—No creerás que te voy a dejar sola, ¿no? —preguntó, como si fuera lo más estúpido que había oído en su vida.
—Me merezco un poco de privacidad —remarcó ella, irritada.
—Perdiste tu derecho a privacidad cuando te trajimos aquí.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Sujetarme las bragas?
—Si hace falta.
—¿También vas a cambiarme el tampón? Porque estoy con la regla.
Sawyer le puso una mueca.
—¿Eso es lo que te pone? Es un poco asqueroso.
—¡Necesito ir al maldito baño!
Pareció que se lo pensaba mejor, porque le dedicó una mirada de desconfianza y salió de nuevo de la habitación. La que entró esa vez fue la rubia, que llevaba la nariz cubierta por una gasa y la tenía amoratada. Estuvo de pie a su lado mientras Margo hacía lo que tenía que hacer, pero no le dirigió la palabra. Después, la empujó a la cama de nuevo y volvió a esposarla.
Volvió a quedarse dormida. Esa vez, al despertarse, el cielo empezaba a iluminarse. Estaba amaneciendo. ¿Había pasado toda la noche con ellos? Se intentó acomodar mejor, con un brazo estirado por encima de su cabeza por las esposas, y se quedó mirando la ventana.
Por algún motivo, en ese momento recordó que tenía un examen en unas pocas horas. Casi empezó a reírse al imaginarse la cara del profesor si le explicara el motivo de su ausencia.
Casi había vuelto a quedarse dormida cuando volvieron a abrir la puerta. No se molestó en darse la vuelta. Al menos, al principio. Cuando pasaron unos segundos en silencio, se giró y frunció el ceño a Sawyer, que le estaba sujetando las esposas y las estaba abriendo otra vez.
Estuvo a punto de darle otro puñetazo en el mismo sitio que antes, justo debajo del ojo. Ya tenía el pómulo amoratado. Contrastaba cómicamente con la estúpida perfección de todo su atuendo.
Sawyer no le dijo ni una palabra. Solo le esposó las manos a la espalda, puso los ojos en blanco al ver que había tirado tanto que tenía heridas en la muñeca y tiró de su brazo para ponerla de pie.
Margo se dejó guiar. Cualquier cosa era mejor que volver a estar encerrada en esa habitación. Parpadeó por el estallido de luz del salón de la suite y suspiró cuando Sawyer la soltó contra el sofá, haciendo que se sentara en medio.
La rubia estaba en la cocina haciéndose algo de comer e ignorándolos. Había dos chicos tan grandullones como el que había visto en la casa de los Wharton paseando. También estaba la chica del pelo oscuro, sentada en el sillón que tenía delante. Sawyer tomó asiento junto a Margo, a una distancia prudente, y le dedicó una mirada de desconfianza antes de girarse hacia la otra chica.
—¿Y bien? —le preguntó directamente.
Margo se giró hacia la chica. Ella abrió los ojos dorados y la repasó con bastante concentración, como si intentara determinar algo. Debió conseguirlo, porque asintió una vez con la cabeza.
De nuevo, Sawyer miró a Margo con desconfianza.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Pero... es una humana.
—Nadie dijo que no tuviera que serlo, Sawyer.
Él apretó los labios, poco satisfecho. Margo no entendía nada.
—¿Alguien puede decirme por qué demonios estoy aquí? —preguntó directamente.
Si alguien la escuchó, hicieron como si no lo hubieran hecho.
—Creo que te has equivocado —espetó finalmente Sawyer, mirando a la chica de pelo oscuro—. Una humana no nos sirve de nada.
—Vaya, gracias —Margo le puso mala cara.
—No te lo tomes a personal, pelirroja.
—No me he equivocado —aclaró la chica de pelo oscuro—. Es ella.
—Ania, no puede ser una humana.
Espera, ¿Ania? ¿Había dicho Ania?
Margo se giró hacia ella, obviando por un momento lo que decían. ¿Esa era Ania? ¿La... la Ania de Brendan? ¿La que habían mencionado tantas veces?
No recordaba que hubieran mencionado que era maga, ¿no? Quizá se lo había perdido.
—Muy bien —dijo Sawyer en ese momento, girándose hacia Margo—. Pues vas a tener que ayudarnos, pelirroja.
—Lo dudo mucho, viejo verde.
—Creo que no me has entendido. No te queda otra opción.
—¿Y por qué no?
—Porque si no nos ayudas no me servirás para nada. Y creo que los dos sabemos lo que hago con la gente que no me sirve para nada.
Hubo un momento de silencio. Margo tragó saliva. Vale, eso había sonado lo suficientemente convincente como para asustarla.
—Vale —accedió.
Sawyer pareció un poco sorprendido al escucharla, pero volvió a su mueca de irritación cuando ella volvió a abrir la boca.
—Pero —añadió Margo—, necesito que me hagas un favor a cambio.
—No estás en posición de negociar.
—Tengo un examen. Necesito hacerlo.
—¿Un examen? —repitió, como si fuera absurdo.
—Sí, y es importante.
—No digas tonterías.
—¡Estoy en mi penúltimo año, es importante!
—¿Y qué estudias que sea tan importante?
—Medicina, imbécil. Así que más te vale dejarme hacerlo. A lo mejor algún día yo seré la idiota que tenga que salvarte la vida.
La primera palabrita pareció convencerlo, porque le cambió la expresión por completo. Lo consideró unos instantes, mirándola fijamente, hasta entrecerrar los ojos.
—¿A qué hora lo tienes?
—¿Qué hora es?
—Las siete.
—Pues en una hora. Así que acelera, tengo que llegar a tiempo.
—Te ayudaré en ese examen —Sawyer tenía un brillo extraño en los ojos—, pero luego tú tendrás que ayudarnos a mí y a Ania. Ya no habrá excusas.
Margo no estuvo muy convencida con eso último, pero Sawyer se estiró para alcanzar un móvil antes de que pudiera decirle nada.
—¿Te sabes el número de teléfono de tu profesor?
—No, la verdad.
—Pues tenemos un problema.
—Pues resulta que tengo el número de su oficina, pero en mi móvil.
Había intentado usarlo veinte veces, sorprendida de que no se lo hubieran quitado, pero enseguida se dio cuenta de que en su habitación no había cobertura. No había sentido tanta frustración en mucho tiempo.
Sawyer, sin mediar palabra, se inclinó sobre ella y le metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón. Ni siquiera pidió permiso. Margo enrojeció de rabia cuando sintió su mano rebuscando más de lo estrictamente necesario.
Le lanzó una patada a la boca, pero Sawyer consiguió apartarse a tiempo, abriendo su móvil con cierto interés.
—¿No tienes contraseña? —casi sonó decepcionado—. Hay que ser más previsores, pelirroja, imagínate que un loco te roba el móvil. Podría hacer lo que quisiera con él.
Margo le puso mala cara y se giró en busca de ayuda por parte de Ania, pero ella se había escabullido mientras hablaban. Seguía habiendo gente circulando a su alrededor, pero nadie parecía prestarles mucha atención.
—¿Quién es Joshua?
Margo se giró de golpe hacia Sawyer, enrojeciendo.
—¡¿Se puede saber qué haces mirando mis mensajes?!
—Estaban abiertos —se defendió, bajando por la pantalla con el dedo.
Margo intentó lanzarse sobre él, pero tener las muñecas esposadas tras la espalda dificultaba bastante los movimientos.
—¡Deja de mirar mis cosas! —exigió.
—Quiero volver a hacerlo en la bañera de mi casa —leyó Sawyer, y una sonrisa divertida se extendió por sus labios—. Y que vuelvas a gritar como si...
—¡Para!
—...no tuviera vecinos —siguió leyendo, divertido—. Quiero volver a correrme en tus tet...
—¡QUE DEJES DE LEERLO!
—Veo que te gustan los caballeros.
—¡No es problema tuyo!
—¿Kurt? Este también te dice guarradas. Y Jonathan. Y Dylan —le frunció el ceño—. ¿A cuántos te estás follando?
—¡A todos los que quiero!
—¿Por qué?
—¡Porque me sale del coño!
—Nunca mejor dicho.
Le lanzó otra patada, pero ni siquiera logró rozarlo.
—Brendan no estará muy contento —comentó Sawyer.
—¿Y a ti qué te importa si él estará contento o no?
Además, tampoco era como si lo hubiera estado haciendo recientemente. De hecho, había dejado de tener vida sexual desde el momento en que Caleb y los demás se habían acoplado en su casa. Había pasado de dormir con chicos y pasarse toda la noche haciendo que la cama rebotara... a que la cama rebotara porque Kyran daba saltitos de un lado a otro por la casa.
Qué triste.
—Solo lo he comentado, pelirroja, no seas tan agresiva.
—¿Puedes ir a mis contactos de una vez?
—Joder —Sawyer apartó la mirada del móvil, asqueado—. ¿Es necesario que te manden fotos así?
Era una foto de uno de los chicos en una postura bastante ridícula, completamente desnudo y señalando lo que tenía entre las piernas. Tenía una gran sonrisa.
Sawyer lo quitó con una mueca. Margo contuvo una sonrisita maliciosa.
—Eso te pasa por cotilla.
—Dime que al menos tú no les mandas fotos desnuda.
—¿Y a ti qué te importa?
—Esas fotos podrían pasar al móvil de sus amigos. Y al de los amigos de sus amigos. Y antes de que te des cuenta puede tenerla todo el mundo. Hay que ser un poco listo.
—Vaya, ahora se pone en modo padre.
—¿Padre? —repitió, mirándola con una mueca—. No lo creo.
—No, nunca he mandado fotos de esas. Ni pienso hacerlo.
—Menos mal. Un poco de inteligencia, para variar.
Por fin abrió la lista de contactos, a lo que Margo suspiró con alivio. En cuanto encontró el número que buscaba, Sawyer se llevó el móvil a la oreja y le echó una ojeada.
—¿Puedo preguntar por qué tienes el número de tu profesor?
—No, no puedes. Cállate un rato.
—¿Éste también te envía fotos desnudo? ¿Debería preocuparme?
—Sí, me lo tiro todos los días en su despacho al terminar las clases. Me encantan los señores de sesenta años. Mi debilidad son los maduritos.
—¿Consideras treinta años suficientes para ser un madurito?
—Vete a la mierda.
Él suspiró cuando volvió a sonar la línea sin obtener respuesta. Ya era la segunda.
—¿Algo que deba saber de tu profesor? —preguntó distraídamente.
—Tarda mucho en responder al móvil.
—¿Y algo que sea útil?
—Es ruso, creo. Se llama Faddei. Una vez nos dijo que sigue viviendo con su madre. Habla muy despacio, como si se estuviera muriendo al final de cada frase. No sé.
Eso pareció ser lo ideal, porque el semblante de Sawyer cambió por completo, especialmente cuando alguien respondió al otro lado de la línea.
Lo que no esperaba Margo era que cambiara su tono de voz a uno mucho más frío, más profesional, y se pusiera a hablar en un ruso perfecto a su profesor.
Margo no se enteró de nada, pero sí que escuchó el silencio momentáneo de su profesor al otro lado de la línea. No supo qué le estaba diciendo Sawyer, pero su semblante se volvió hermético y frío. Casi parecía un mafioso dando órdenes. Y además en ruso fluido, que daba el doble de miedo.
Seguía mirándolo medio embobada cuando Sawyer colgó el móvil y se lo escondió en el bolsillo sin siquiera pedirle permiso. Cuando se giró hacia ella, volvía a parecer el de antes.
—Un problema resuelto —declaró.
—¿Vas... vas a llevarme a hacer el examen?
—Pues claro que no.
—¿Entonces?
—Lo he convencido para que te aprobara.
Margo se quedó mirándolo un momento antes de fruncir el ceño.
—¿Qué le has dicho?
—¿Yo? Nada.
—¡Dime qué le has dicho!
—Que si no te aprobaba el resto del curso mandaría a dos matones a por su madre.
Margo abrió mucho los ojos, pasmada.
—Que le has dicho... ¡¿QUÉ?!
—Que si no te aprobaba el resto del curso mandaría dos...
—¡Te he entendido! ¡Era una pregunta retórica!
—Creo que la palabra que buscas es gracias —él frunció el ceño.
—¡No voy a darte las gracias por amenazar a alguien!
—Te sorprendería lo útil que suele ser.
Antes de que pudiera decir nada, Sawyer hizo un gesto al otro lado de la habitación. Ania, que se había ausentado hasta ese momento, volvió y se sentó delante de ambos. Los miraba como si la escena la diera pereza.
—¿Ya habéis terminado de ligar? —preguntó, enarcando una ceja.
—Sí —Sawyer asintió—. Ya podemos empezar.
Victoria
Bueno... eso estaba siendo un poco raro.
Primero Brendan se había puesto a insultar a medio mundo porque no se creía que realmente la señora Wharton fuera su madre. Luego Caleb se puso en modo defensivo y silencioso porque tampoco se lo creía. Luego despertó el señor Wharton y la escena se repitió, solo que sin abrazos y emoción. Él parecía tan frío como Caleb y Brendan. Y luego por fin parecieron convencerse de que lo estaba pasando era real.
También estuvo el tema del cadáver del salón, que no fue tan emotivo. De hecho, Caleb fue a enterrarlo discretamente con Brendan mientras Victoria se apresuraba a limpiar la sangre del salón antes de que los Wharton volvieran a bajar las escaleras. Se ahorraron unas cuantas explicaciones.
Los del coche seguían profundamente dormidos y, de hecho, los habían subido a las camas que había en el piso de arriba. La señora Wharton les había enseñado las habitaciones a sus dos hijos, pero pareció un poco decepcionada al ver que apenas las recordaban. Luego empezó a sacar fotografías y álbumes, tanto de ellos de pequeños como de carteles de desaparecidos. A Victoria esos últimos le resultaron familiares, como si ya los hubiera visto.
—Esa chica pelirroja os ha reconocido enseguida —añadió la señora Wharton, entusiasmada.
—¿Pelirroja? —repitió Brendan—. ¿Margo?
—¡Sí, ella! ¿Dónde está?
Hubo un momento de silencio. Al final, Victoria improvisó algo rápido.
—Ha tenido que irse, pero iremos a buscarla en cuanto podamos.
—Ya lo creo —murmuró Brendan.
La señora Wharton se olvidó enseguida del tema. Estaba ocupada achuchando a Caleb y Brendan por todas las veces que no había podido hacerlo durante esos años. Brendan empezó a sonreír como un niño pequeño, encantado, pero Caleb se mantenía con el cuerpo tenso y la mirada fría y confusa clavada en cualquier parte que no fueran los demás.
Al principio, Victoria se lo tomó con humor. Incluso le dio algún que otro codazo amistoso, pero al final se dio cuenta de que algo iba mal. Especialmente cuando la señora Wharton les pasó una foto más.
Era una foto sencilla. Estaban los dos, Caleb y Brendan, en la entrada de la granja. Brendan tenía un bate de béisbol en la mano y un codo apoyado en el hombro de Caleb. Esbozaba una enorme sonrisa maliciosa. Caleb, en cambio, tenía los brazos cruzados y un guante de béisbol en la mano. También llevaba una gorra. De hecho, casi le tapaba los ojos porque tenía la mirada clavada en el suelo tímidamente.
—Erais tan tiernos —le dijo Victoria, sonriente—. Y mira esto, por fin sabemos el color de tus ojos. Azules. Es mi color favorito. ¡Y no lo digo porque sean los tuyos!
Se giró hacia él, esperando algún tipo de reacción, pero enseguida se dio cuenta de que algo iba mal. Caleb miraba la foto con la mandíbula apretada y el ceño un poco fruncido. Victoria dejó de sonreír al instante.
—¿Estás bi...?
No dejó que terminara. Se puso de pie y, aprovechando que nadie miraba porque sus padres estaban ocupados contándole a un muy contento Brendan la historia de detrás de una de sus fotos, salió de la casa.
El señor Wharton sí se dio cuenta al escuchar la puerta, porque hizo un ademán de levantarse, pero se detuvo al ver que Victoria ya iba tras él.
A ver... quizá en otra ocasión hubiera dejado que se encargara su padre, pero conocía a Caleb. No era una persona que confiara mucho en gente que apenas conocía, por mucho que fueran sus padres. Si uno de ellos intentaba presionarlo, probablemente solo conseguiría que las cosas se volvieran peores.
Así que, al final, salió ella de la casa y buscó con la mirada. No tardó en encontrarlo. Caleb estaba con los brazos apoyados en la valla de madera que rodeaba la casa principal de la granja. Estaba amaneciendo, pero no miraba el cielo. De hecho, tenía la cara entre las manos. Parecía muy tenso.
Victoria se acercó a él, dudando, pero se calmó al ver que no se tensaba más por escucharla acercarse. Al final, le puso una mano en la espalda y se apoyó a su lado, mirándolo.
—¿Qué pasa? —preguntó, con voz suave.
—Esto no está bien —murmuró Caleb, quitándose las manos de la cara para apoyarlas en la valla.
—¿El... qué?
—Mis padres.
Victoria echó una ojeada a la casa, confusa, antes de volver a girarse hacia él.
—Yo creo que sí son tus padres, Caleb, eres prácticamente una copia de...
—No me refiero a eso —la interrumpió, mirándola—. Me refiero a la situación. Sawyer ha estado aquí. Tú lo has visto. Sabe que nosotros estamos aquí. Seguro que a estas alturas ya sabe que sabemos quiénes son. ¿Te crees que lo va a dejar pasar como si nada?
Bueno, no había pensado en eso.
Victoria dejó de acariciarle la espalda sin darse cuenta. Estaba intentando pensar algo que decirle, pero no se le ocurría nada.
—No ha vuelto —dijo, al final—. Si tuviera tanto interés en que no los conocierais, ya lo habría hecho.
—¿Estás segura de eso? Porque yo no.
—Caleb, solo... disfruta del momento. Has encontrado a tus padres. ¿No estás contento?
Él sacudió la cabeza. Era como si no se dejara disfrutar a sí mismo.
—Solo con estar aquí los estamos poniendo en peligro —murmuró.
—No creo que...
—No deberían haberse enterado de que seguimos vivos, Victoria, eso solo complica las cosas. Ahora están en peligro por nuestra culpa.
Le dio la sensación de que decía eso último de forma significativa, especialmente cuando la miró de esa forma tan fija, pero Victoria no entendió muy bien el por qué.
—¿Qué...? —empezó, pero él la interrumpió.
—Tú podrías convencerlos de olvidar todo esto. Con tu habilidad.
Victoria se quedó mirándolo, pasmada. ¿Acababa de pedirle que...?
—No puedo hacer eso —murmuró al final, con un hilo de voz.
—Sí puedes hacerlo, te vi hacerlo con el idiota que vino al orfanato. Le hiciste olvidar dónde nos escondíamos. Puedes hacer que ellos nos olviden a nosotros. O de que nos han vuelto a ver, al menos.
—Caleb... —ella no estaba muy segura—, no creo que...
—No podemos volver a ser sus hijos —añadió él bruscamente—. ¿No lo entiendes? No tenemos una vida para eso. Nos persiguen por todos lados. ¿Cuánta gente nos quiere matar? Si llegan a enterarse de que tenemos unos padres, ¿cuánto tiempo tardarán en ir a por ellos para hacernos daño a nosotros?
—Si ahora hago que se olviden de ti, te arrepentirás —le aseguró Victoria con voz suave.
Caleb por fin pareció dudar un poco. Apartó la mirada. Tenía la mandíbula tensa.
—Ahora sé dónde están y quiénes son —finalizó—. Volveré... cuando todo esto pase. Cuando sea seguro. Si es que algún día lo es.
Victoria volvió a dudar visiblemente, pero el hecho de que él sonara tan seguro hacía que sus intenciones de no hacerle caso empezaran a evaporarse.
—Tenemos que hablarlo con Brendan —le recordó.
—Muy bien.
De nuevo, Victoria esperó a ver si veía algún tipo de duda en sus ojos. Pero él parecía totalmente determinado.
—¿Estás seguro? —insistió—. No... no sé si podré revertirlo si cambias de opinión.
Caleb asintió sin siquiera dudarlo, aunque estaba claro que, bajo toda esa coraza de indiferencia, le estaba rompiendo el corazón tener que decir que sí.
Sin poder contenerse, Victoria se acercó a él y le puso una mano en la mejilla. La barba incipiente le pinchó un poco la palma de la mano, pero le dio la sensación de que él se relajaba un poco al instante.
—Siento que el reencuentro haya tenido que ser así —le dijo en voz baja.
Caleb pareció un poco divertido con eso.
—¿Y cómo demonios querías que fuera?
—No sé. Emotivo, bonito y lleno de flores y colores. Como en las películas. Incluso te imaginaba a ti sonriendo.
—Yo nunca sonrío.
—Lo haces cuando estás conmigo.
—Pero eso es culpa tuya.
—¿Mía? —ella empezó a reírse, sorprendida.
—Tus tonterías me hacen gracia.
—Adoras mis tonterías, no digas mentiras.
—No las adoro.
—Sí las adoras.
—Te adoro más a ti.
Oh, una cursilería. El corazón de Victoria empezó a dar brincos y él, por supuesto, debió escucharlo. Esbozó una sonrisita satisfecha.
Hubo un momento de silencio en el cual se miraron el uno al otro y las sonrisas, de pronto, desaparecieron. De hecho, a Victoria le dio la sensación de que el mundo entero empezaba a desaparecer. Hacía mucho que no la miraba de esa forma, tan cercana, tan íntima. Estuvo a punto de apartarse por impulso, intimidada y nerviosa, pero al final optó por una opción mucho más tentadora.
Movió la mano que tenía en su mejilla hasta alcanzar su nuca y Caleb, como si hubiera estado esperando la señal, se inclinó automáticamente hacia ella y la besó en los labios.
Por algún motivo, Victoria había esperado un beso tierno o lento, pero... fue todo lo contrario.
Fue acelerado, ansioso e incluso torpe. Victoria se quedó quieta, totalmente sorprendida, y él aprovechó el momento para sujetarle la cabeza con una mano, acercándola todavía más y aumentando la intensidad del beso. Victoria se sujetó a sus brazos inconscientemente y un ruido bastante vergonzoso se escapó de su garganta cuando Caleb la empujó bruscamente con su cuerpo contra la valla, aprisionándola con la cadera contra la madera y apretando los dedos entorno su pelo.
Victoria se obligó a separarse cuando se acordó de dónde estaban. O, mejor dicho, de la situación en la que estaban. Bajó la mirada, con la respiración acelerada, y notó el aliento de Caleb en la frente. También lo tenía acelerado. Se quedó mirando su pecho unos segundos, tratando de calmarse.
—Como ahora digas una tontería y vuelvas a arruinarlo todo —advirtió—, te mato.
Notó que el cuerpo de Caleb se sacudía un poco cuando empezó a reírse. Oh, hacía mucho que no lo escuchaba riéndose. No recordaba lo perfecto que era ese sonido.
Cerró los ojos cuando él le sujetó la nuca con una mano, le dio un beso en la frente y apoyó la mandíbula sobre su cabeza.
—Así está mejor —murmuró Victoria.
—¿Eso quiere decir que ya no estás enfadada conmigo?
—Sinceramente, ya no me acuerdo de por qué estaba enfadada contigo.
—Perfecto. Ya podemos ser felices hasta que yo vuelva a decir una tontería y tú vuelvas a cabrearte.
Victoria sonrió y le devolvió el abrazo.
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