Capítulo 12
Margo
Mantuvo la mirada al frente, fingiendo calma y serenidad, mientras veía a esa gente moverse por la sala de estar de los Wharton.
Los Wharton, por cierto, seguían profundamente dormidos. Margo había visto al chico grandullón de la puerta llevarlos al piso de arriba uno a uno. Quería pensar que los había dejado en su habitación sin hacerles nada malo.
Sawyer no hacía gran cosa, solo se paseaba curioseando por la habitación. Miraba las fotografías, los cuadros y la decoración como si no estuviera haciendo gran cosa. Como si solo estuviera dando un paseo.
La chica del pelo corto y oscuro que había estado dejando dormidos a los demás estaba sentada en el sillón con los ojos cerrados y los puños apretados sobre las rodillas, seguramente recuperando energía. Murmuraba algo para sí misma. Y la que Margo tenía atrás ya la había soltado, pero se mantenía a su lado. Era más forzuda que la otra y, aunque su pelo también era corto, ella lo tenía rubio.
Margo intentó fijarse en cualquier cosa que no fuera el grandullón cuando Sawyer lo mandó a por Kyran. Necesitaba pensar. Y para pensar primero tenía que calmarse. Intentó pensar en sus apuntes. Rememorar las páginas y páginas de ellos. Cualquier cosa que pudiera servir de distracción era buena.
Al final, por algún motivo, se quedó mirando la ropa de los demás. Especialmente la de Sawyer, que estaba delante de ella, silbando y paseándose. Llevaba puestos unos pantalones azules caros, una camisa blanca seguramente a medida —que en ese momento tenía arremangada hasta los codos—, un reloj dorado y unos zapatos lujosos y marrones. Margo se pasó un buen rato intentando contar los detalles de su ropa, tratando de calmarse.
Parecía que había pasado una eternidad cuando el grandullón por fin apareció con Kyran profundamente dormido sobre su hombro. Sawyer levantó la cabeza, satisfecho.
—Perfecto —murmuró—. ¿Los demás estaban dormidos?
—Sí... la chica y el otro chico.
Sawyer frunció el ceño mientras el grandullón dejaba a Kyran sobre el sofá con una delicadeza bastante sorprendente.
—¿Otro chico? —repitió.
—Debe tener unos veinte años. Flacucho. Estaba dormido en el sofá.
—Ya veo —Sawyer ni siquiera miró a Margo para hacerle la pregunta—, ¿quién es ese otro chico, pelirroja?
Margo no respondió. De hecho, se quedó mirando al frente como si no hubiera escuchado nada. Su corazón empezaba a latir más acompasadamente. Ahora tocaba pensar en una forma de salir de ahí sin que Kyran saliera herido, recoger a los demás... y marcharse.
No, no iba a ser fácil.
—Es él —añadió Sawyer, aunque esta vez miraba a la chica del sillón.
Ella abrió los ojos y Margo se quedó mirándola, confusa. Los tenía dorados, pero no con un dorado natural que puedes ver en ciertas personas, sino con un dorado... de alguna forma... mágico. Le daba la sensación de que le brillaban mucho más de lo normal.
La chica se acercó a ellos y se giró hacia Kyran, analizándolo meticulosamente. Sawyer la observó con atención, algo tenso, cuando ella por fin estiró una mano y la dejó suspendida unos centímetros por encima de la cabecita de Kyran.
Margo estuvo a punto de moverse, preocupada, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que no le estaban haciendo daño a Kyran. La chica solo tenía los ojos cerrados y un extraño destello dorado aparecía en la palma de su mano cada vez que murmuraba una palabra en voz baja, apenas emitiendo ningún sonido.
¿Qué demonios...?
Margo dio un pequeño respingo, sorprendida, cuando el destello se multiplicó de golpe y, de pronto, la chica quitó la mano y frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —le preguntó Sawyer al instante.
La chica se quedó mirando a Kyran como si hubiera algo que no encajara.
—No es él —murmuró.
Sawyer dirigió una mirada confusa a Kyran antes de volver a girarse hacia ella.
—¿Qué quieres decir con que no es él? Es el niño.
—Sí, es el niño, pero no lo tiene.
Sawyer volvió a girarse hacia Kyran y realmente pareció pasmado. De hecho, pareció tan pasmado que estuvo unos segundos sin decir nada. Tanto el grandullón como la que estaba junto a Margo lo observaban como si esperaran a que él reaccionara y dijera lo que tenían que hacer.
—¿Qué hacemos? —preguntó la chica rubia al final.
—Hay que deshacerse del niño —murmuró el grandullón.
—¡No!
La palabra se escapó de la boca de Margo sin que pudiera detenerla. Tanto el grandullón como la rubia se giraron hacia ella, furiosos, pero Sawyer y la otra chica ni siquiera parpadearon.
—No es él —repitió la chica—. No nos sirve.
Sawyer apretó los labios por un momento antes de asentir una vez con la cabeza y hacer un gesto al grandullón. Margo estuvo a punto de intentar correr hacia ellos, pero se detuvo cuando vio que simplemente le había dicho que lo pusiera en el sofá del fondo de la habitación.
Margo se quedó mirando al grandullón, pasmada, especialmente cuando él colocó a Kyran en el otro sofá, lo cubrió con una mantita y lo arropó con ella.
Eso cada vez era más surrealista.
—Tráela aquí —escuchó decir a Sawyer.
Casi al instante en que lo dijo, la rubia agarró del brazo a Margo y la obligó a ponerse de pie. Ella se dejó guiar, confusa, hasta que la rubia movió uno de los sillones y la plantó en él bruscamente, obligándola a sentarse. Margo se giró hacia Sawyer, que estaba sentado tranquilamente en el sofá que tenía justo delante con un tobillo sobre la rodilla mientras sacaba un paquete de tabaco del bolsillo.
Margo ya no estaba muy segura de si estaba aterrada o no, aunque tuvo que admitir que se tranquilizó un poco cuando vio que el grandullón se plantaba junto al sofá de Sawyer y se quedaba mirándolos con los brazos cruzados, al igual que la rubia. Por ahora, Kyran ya no les interesaba, menos mal. La chica del pelo corto y oscuro se quedó de pie junto a la ventana, mirando el exterior con aire pensativo.
Al menos... Kyran, Dani, Lambert, los Wharton... estaban a salvo, ¿no? Ya era algo.
—Bueno, pelirroja —murmuró Sawyer, sacando un cigarrillo de la caja—, tengo que hacerte unas preguntitas.
Margo tragó saliva, tensa, y apretó los dedos en los reposabrazos del sillón.
—¿Por qué querría responderte? —masculló—. ¿Qué me garantiza que no me matarás?
Sawyer la miró como si fuera la mayor estupidez que había oído en su vida.
—¿Y qué puedo ganar yo matándote, si puede saberse?
—No lo sé, pero si ya lo hiciste con Iver, ¿por qué no lo harías conmigo?
Hubo un momento de silencio. Sawyer había dejado de rebuscar en su bolsillo y ahora la miraba fijamente con una expresión extraña.
—¿Cómo dices? —preguntó en voz baja.
Margo, que estaba más tensa a cada segundo que pasaba, no pudo callarse aunque supiera que era lo más prudente en ese momento.
—Sabes perfectamente de lo que hablo —masculló.
—¿Iver está muerto?
¿A qué venía esa cara de confusión absoluta?
Margo le puso una mueca de desconfianza cuando él apartó la mirada y se quedó viendo un punto cualquiera de la habitación durante unos segundos, pensativo.
Oh, no. Ella no se iba a creer esa mierda de actuación premeditada.
—¿En serio? —casi escupió la palabra—. ¿No se te ha ocurrido nada mejor que fingir que no sabes nada? ¿Es que tienes cinco años?
—Pelirroja, me caes bien —él había bajado el tono de voz a uno más grave y la miraba fijamente—, pero no me cabrees.
—¿Qué yo no te cabree? ¿Y de qué me iba a servir? ¿De qué le sirvió a Iver? ¿O a todos los demás, a quienes has estado persiguiendo durante meses?
—Ya te dije lo que quería de ellos.
—Entonces, ¿qué haces aquí? También me dijiste que solo querías a Victoria, pero te has tomado muchas molestias para buscar a Kyran.
—Digamos... que tenía una sospecha sobre él, pero al parecer era infundada.
—¿Y eso qué quiere decir? —esta vez, Margo no pudo evitar que le temblara un poco la voz por el miedo—. ¿Vas a hacerle daño o no?
Sawyer había recuperado la compostura y se acababa de llevar el cigarrillo a la boca. No parecía muy preocupado.
—No, no me serviría de mucho —se limitó a decir.
Margo miró a sus acompañantes, un poco asustada.
—¿Dónde está Doyle?
Sawyer, que en esos momentos se estaba encendiendo el cigarrillo, frunció el ceño pero no se molestó en levantar la mirada.
—¿Quién coño es Doyle?
Margo soltó un bufido de burla al instante.
—No finjas que...
—Mira —la interrumpió, levantando la mirada hacia ella—, sé que no nos conocemos mucho, que no tenemos confianza, que no hemos intercambiado pulseritas de la amistad...
Hizo una pausa para quitarse el cigarrillo de la boca antes de mirarla, ladeando la cabeza con curiosidad.
—Pero... vamos, ¿de verdad te crees que soy el tipo de persona que finge no saber algo con tal de no hablar de ello?
No, la verdad era que no se lo parecía. Pero le daba miedo que la estuviera manipulando, así que ella se resistió a creerlo.
—Tú lo has dicho, no te conozco —murmuró—. Así que no puedo saberlo.
—Por suerte para nosotros —él sonrió con cierta frialdad y apoyó los brazos en el respaldo del sofá con el cigarrillo en los labios—, ahora tenemos un rato para conocernos mejor.
Victoria
El silencio era bastante... incómodo.
Básicamente, Axel, Bex y ella estaban sentados en el porche trasero con Ramson de pie a unos metros. Tenía los brazos cruzados y daba vueltecitas con aire circunspecto.
—Parece que en cualquier momento se girará y nos clavará un puñal —murmuró Axel, divertido.
Dejó de sonreír al instante en que Ramson se detuvo de golpe y lo miró fijamente.
—Si quisiera apuñalarte, mestizo, ahora mismo tendrías un puñal clavado en el cuello. Y cállate un rato, estoy intentando pensar.
Bex soltó una risita cuando vio la cara de espanto de Axel.
—¿En qué tienes que pensar? —le preguntó Victoria a Ramson.
Él le dirigió una mirada casi de confusión, como si se preguntara si realmente había osado a hablarle.
—¿Tengo cara de querer entablar una conversación? —preguntó lentamente.
—No, pero estar en silencio es bastante aburrido —ella enarcó una ceja.
—Mira, mestiz...
—Para empezar, me llamo Victoria. Para seguir, has tenido una actitud de mierda desde que has llegado y ya va siendo hora de que te comportes con un poco de educación. Y para terminar, ya he lidiado con un amargado frívolo y pesado antes. Si pude con él, no creas que no podré contigo, vampirito.
Bex y Axel se quedaron mirándolos a ambos con los ojos muy abiertos mientras que Ramson, simplemente, frunció el ceño y entrecerró los ojos.
—¿Es que no te han enseñado que cabrear a un vampiro no es una buena idea? —siseó.
A Victoria ya le daba igual. Sinceramente, seguía enfadada por lo de Caleb y buscaba un poco de pelea para desahogarse. Triste, pero cierto.
—A estas alturas, ya he cabreado a medio mundo —se encogió de hombros—. Solo eres un número más, no seas tan creído.
Bex y Axel seguían en silencio, mirándolos con los ojos abiertos como platos. Casi parecían estar preparados para apartarse de un salto en caso de que Ramson se lanzara sobre Victoria.
Pero, al final, para sorpresa de todos... él soltó algo parecido a un bufido de burla y se acercó a ellos para sentarse en los escalones del porche.
—De repente me has recordado a alguien —murmuró.
—¿A quién?
—¿En serio te crees que te lo diré?
—¿Es alguien a quien hayas perdido? Puedo ayudarte.
Ramson se quedó mirándola un momento por encima del hombro, confuso.
—¿Puedes ayudarme? ¿Cuál se supone que es tu habilidad?
—Puedo... ayudarte a ver recuerdos. A ti o a cualquiera. ¿Quieres ver alguno?
Él se quedó mirándola con una expresión extraña durante unos segundos, como si se le hubiera ocurrido algo, antes de volver a girarse hacia delante y apretar los dientes.
—No —se limitó a decir.
—Yo puedo verte el futuro —comentó Bex—. ¿Quieres que te diga de qué horrible forma te morirás?
—No —él puso los ojos en blanco.
—Mejor, porque probablemente no habría podido decírtelo.
—La mía es de hacerte ver cosas que no están ahí —añadió Axel, como si fuera su momento de lucirse—. Podría hacerte creer que estás ahogándote en el océano.
—Mejor no lo cabrees más —le dijo Bex en voz baja.
Caleb
Tenía un hombro apoyado en la ventana. Estaban los cuatro sentados en el porche trasero hablando entre ellos. Incluso el vampiro con cara de enfado se había sentado cerca de ellos. Estuvo tentado a escuchar la conversación, pero al final desistió y solo los miró por un rat...
—¿Qué le has hecho ahora?
Parpadeó, que era su forma de manifestar que se había asustado, y se giró hacia Brendan con el ceño fruncido.
—¿Por qué no te he oído llegar?
—El collar —él se lo quitó con una sonrisita malvada—. Es más útil de lo que parece.
Caleb no le devolvió la sonrisa. De hecho, se quedó mirando a Victoria de nuevo. Había estado un rato pensando en bromas que pudieran hacer que la tensión pasara a ser humor, pero había descubierto que... bueno... el humor no era su punto fuerte.
—¿Qué le has hecho? —repitió Brendan, curioso—. Porque el cabreo que he sentido hace un rato ha sido bastante intenso.
—¿Por qué me hablas como si fuéramos amigos?
—No somos amigos, somos hermanos. Tengo mejor gusto en cuanto a amistades.
Seguro que eso habría hecho sonreír a Victoria. Maldita sea, ¿por qué él no podía hacer esas bromas con naturalidad?
—Le he hecho una broma que no le ha gustado —masculló de mala gana.
—Ajá. ¿Qué broma?
—¿Y a ti qué te importa?
—A lo mejor puedo ayudarte —Brendan lo rodeó para sentarse en la mesa, delante de él, y sonreír maliciosamente—. Porque está claro que tú solo no sabes relacionarte con nadie.
—Déjame en paz.
Pero, apenas unos segundos más tarde, Caleb suspiró.
—Le he dicho que subiéramos a su habitación para que pudiera compensarme por lo que pasó contigo, imbécil.
Hubo unos momentos de silencio. Brendan se quedó mirándolo con una mueca de estupefacción antes de, repentinamente, empezar a reírse a carcajadas.
Caleb se quedó mirándolo con los ojos entrecerrados durante el casi minuto entero en el que él se estuvo riendo a carcajadas, sujetándose el estómago y todo. Solo le faltaba llorar para ser una maldita viñeta andante.
—No es gracioso —masculló Caleb de mala gana.
—Tienes que admitir que sí lo es —él seguía riendo a carcajadas.
—Vete a la mierda.
—¡Míranos, vivimos en ella!
Pero al menos esa vez Brendan sí que hizo una pausa y fingió que se limpiaba las lágrimas antes de volver a centrarse, sonriendo.
—Vaya, no sé si podré ayudarte. La has jodido a lo grande.
—Dime algo que no sepa —murmuró Caleb.
—Cuando Ania se enfadaba conmigo, le compraba comida y se le pasaba. Pero teniendo en cuenta que nosotros no comemos y que eso de salir equivale a una muerte segura... lo veo complicado.
Caleb lo analizó durante unos segundos, pensativo.
—¿Y si le enseño a disparar?
—Ya sabe disparar, le enseñé yo.
—Pero yo podría enseñarle bien.
—Es decir, ¿que yo enseño mal?
—Tú no la conoces como yo.
—Exacto, y por eso soy mejor profesor que tú. Porque tú te pondrías a consolarla en cuanto no pudiera hacer algo, pero un profesor tiene que ser un poco más estricto, hermanito.
—Yo no me pondría a consolarla —se enfurruñó Caleb, cruzándose de brazos.
—Joder, es evidente que sí. Por estas cosas Sawyer no quería que nos liáramos con los demás del grupo, porque en cuanto surge peligro no piensas en proteger a los demás, solo piensas en proteger a esa persona.
Caleb no dijo nada esa vez. Solo apoyó la cabeza en el cristal y siguió mirando de reojo a Victoria. Ella intentaba disimularlo, pero estaba claro que estaba tensa. ¿Y si le enseñaba algún movimiento para inmovilizar a alguien?
Justo cuando estaba pensándolo, tanto él como Brendan se giraron de golpe hacia la otra mesa del gimnasio. El móvil que Bex se había dejado encima estaba vibrando y la pantalla se había iluminado con un número desconocido.
—Yo me encargo —murmuró Brendan.
Caleb lo siguió con la mirada, desconfiado, cuando Brendan se acercó a la mesa y recogió el móvil para llevárselo a la oreja.
Margo
—¿Brendan ya te ha llamado?
Levantó la mirada para clavarla en Sawyer otra vez. Él no parecía muy preocupado por la respuesta, como si le diera absolutamente igual si le respondía o no.
—No sé de qué me hablas —murmuró.
—¿Antes insinuabas que yo fingía no saber nada y ahora lo haces tú, pelirroja?
—Puedo hacer que hable —sugirió el grandullón de forma bastante agresiva.
—No será necesario —le aseguró Sawyer sin inmutarse ante la cara de pánico de Margo—. Deja que responda a lo que quiera.
Sinceramente, Margo estaba agotada mental y físicamente. Habían estado ahí ya una hora y, después de dos días de persecución, huídas y adrenalina con apenas dos horas de sueño... ojalá fuera como Victoria, Brendan y los demás. Seguro que podría aguantar mejor. Pero no siendo una humana. Prácticamente se le cerraban los ojos solos.
—Supongo que ya sabes quiénes son los dueños de la casa, ¿no? —preguntó Sawyer.
Margo estuvo a punto de negarlo, pero el hecho de que lo preguntara tan abiertamente solo indicaba que ya lo sabía perfectamente.
—No finjas que no lo sabes —masculló, molesta.
Sawyer, para su sorpresa, sonrió con aire divertido.
—¿Ves por qué me caes bien?
—¿Cómo nos has encontrado? ¿Por la llamada que me hiciste?
—No —él apoyó tranquilamente los codos en las rodillas—. ¿Ese chico flacucho que te acompaña es mago?
¿Mago? Ella frunció el ceño.
—Ya veo —murmuró Sawyer, rascándose la mandíbula con aire pensativo—. Uno de vosotros usó magia y la maga que me acompaña pudo ser capaz de seguirle el rastro.
Margo dirigió una breve mirada a la chica de pelo corto y oscuro, que seguía ignorándolos, y de pronto se acordó de Bigotitos transformándose en Lambert. ¿Era eso? Tenía que serlo. La primera vez que Sawyer los había encontrado también había sido justo después de que Bigotitos se transformara.
—¿Una... maga? —Margo fingió que estaba pasmada.
—Oh, vamos, ni tú misma te crees que no lo sabías —Sawyer puso los ojos en blanco—. Está claro que sabes prácticamente todo lo que tienes que saber.
—¿Y qué es prácticamente todo lo que tienes que saber?
—Bueno, la última vez que hablamos creíste que quien te llamaba era Brendan —Sawyer la observó con cierta atención—. ¿Qué clase de relación tienes con él?
Margo le puso mala cara al instante.
—¿Y a ti qué coño te importa?
—Vaya, qué agresividad.
—¿Cómo esperabas que reaccionara?
—¿Es que es tu pareja? —sonó a burla.
—¿Te pregunto yo por tu vida amorosa, idiota?
—Hazlo si quieres, pero no hay mucho por contar.
Margo se quedó mirando cualquier cosa de la habitación que no fuera él, dejando claro que no iba a decir nada. Por algún motivo, eso pareció divertir mucho a Sawyer.
—Así que te gusta —comentó, enarcando una ceja con ese aire burlón.
—Yo no he dicho eso.
—Solo es curiosidad, pelirroja, no te pongas así.
—¿Puedes dejar de llamarme pelirroja? Me llamo Margo.
—Y yo me llamo Vadim Sawyer, encantado.
—Me importa un bledo como te llames.
—Tienes el concepto de diplomacia un poco averiado, ¿no?
A ella ya le empezaba a dar igual ser desagradable. Estaba agotada. Solo quería ponerse a salvo con los demás y descansar un poco.
—¿No habría sido más fácil mandar a Doyle a hacer el trabajo sucio? —murmuró.
—Y dale con ése. ¿No es de Harry Potter?
—No, ese es Goyle.
—Tienen nombre de imbécil.
—Bueno, era el amigo de Draco Malfoy.
—¿El rubio?
—Sí, el que siempre se burlaba de...
Espera, ¡¿qué demonios estaba haciendo hablando de esas cosas con el maldito de Saywer?!
—¡No me cambies de tema! —le gritó, enfadada.
Él frunció el ceño, un poco ofendido.
—Solo he hecho una pregunta.
—Y yo te he hecho otra a ti. ¿Por qué demonios el tipo que intentó matar a mis amigos dice que trabaja para ti si no lo conoces? ¿O es que estás mintiendo?
Para su sorpresa, él se quedó mirándola un momento con una expresión extraña, casi paralizada. Margo retrocedió un poco en la escala de enfado, pero aún así no se permitió calmarse.
—¿Dijo que trabajaba para mí? —preguntó él en voz baja, como si analizara sus palabras.
—Sí, lo dijo.
—¿Cómo lo dijo?
—¿Y yo qué sé? No estaba ahí.
—Pero debieron contártelo, ¿no?
—Pues... supongo que dijo que trabajaba para Sawyer. Es decir, para ti.
Pero él no pareció escuchar eso último. De hecho, se giró de golpe hacia la chica de la ventana, que por fin parecía estar prestándoles atención.
—¿Qué pasa? —preguntó Margo, desconfiada.
Sawyer y ella se miraron un momento más antes de que él soltara un suspiro algo inestable y se dejara caer contra el respaldo del sofá, pasándose las manos por la cara.
—¿Qué? —insistió Margo, a punto de lanzarle un cojín a la cabeza.
—¿Y dijo que su jefe le había dicho que los matara? —preguntó él, sin quitarse las manos de la cara.
—Supongo, ¿por qué? ¿Me dirás que eso tampoco lo sabías?
—No —Sawyer se quitó las manos de la cara, riendo de forma algo burlona—. Pelirroja, creo que acabo de convertirme en el menor de tus problemas.
Margo se quedó mirándolo, totalmente confusa, cuando él se acomodó mejor en el respaldo del sofá, cruzándose de brazos. Al pasarse las manos por la cara se había desordenado un mechón del pelo claro perfectamente peinado. Era la única imperfección de todo su atuendo.
—¿Eh? —murmuró Margo, mirándolo con desconfianza.
—Yo no quiero matar a mis chicos —le aseguró él, encogiéndose de hombros—. Hubo un momento en que pensé en hacerlo, no te voy a engañar, pero me he dado cuenta de que no me serviría de mucho.
—Pero sí a Victoria.
—Sí —ni siquiera parpadeó—. No veo otra solución.
—¿Solución a qué?
—Es una larga historia.
—Teniendo en cuenta que llevo aquí sentada mirándote más de una hora, yo creo que me he ganado oírla.
—Deja algo para la segunda cita, ¿no?
El grandullón empezó a reírse, pero lo dejó de hacer cuando la rubia le echó una mirada furibunda. En su lugar, enrojeció y volvió a adoptar una pose de malote.
—El caso es —comentó Sawyer, incorporándose para apoyar los codos en las rodillas—, que si quisiera matar a alguno de ellos no mandaría a un idiota a hacer el trabajo sucio. No con los chicos que he criado, al menos.
—¿Y qué quieres decir con eso?
—Que tu querido Doyle no estaba hablando de mí, pelirroja.
Margo frunció un poco el ceño, desconfiada.
—Claro que hablaba de ti.
—No, no lo hacía.
—¿Y de quién hablaba, entonces?
—De mi abuelo.
Margo estuvo a punto de reírse, pero se detuvo al ver lo serio que estaba.
—¿Tu abuelo? —repitió con cierta sorna.
—Me temo que no es el tipo de abuelo que probablemente tienes en mente —le aseguró él—. Por su apariencia no dirías que tiene más de cincuenta años, pero tiene más edad que todos los de esta habitación combinados.
Margo empezó a dudar, pero una gran parte de ella seguía creyendo que solo se lo decía para engañarla.
—¿Y se llama como tú? —preguntó en voz baja.
—No. Se llama Barislav Sawyer. La cosa es que le gusta mucho que sus trabajadores le llamen Sawyer. Qué casualidad, ¿no crees?
—Demasiada casualidad —masculló ella.
—Oh, hay un detallito importante que se me ha olvidado mencionar sobre él —Sawyer ladeó la cabeza—. Es un hechicero.
Margo se quedó mirándolo un momento, completamente confusa, y esa vez ya no pudo fingir que no se creía nada.
—¿Eh?
—Un hechicero. Un tipo que nació con magia. Mucho más poderoso que los magos. Seguro que ya te lo han contado, vamos.
—No... no sé nada de eso...
—Bueno, pues en el mundo más allá de la raza humana hay una cosita llamada sangre mágica. Abarca muchas especies, pero sus principales exponentes y ejemplos más poderosos son los hechiceros y las hechiceras, es decir, personas que han nacido con magia. Después están los magos y las magas, que no nacieron con magia pero a la que se les ha implantado más adelante. Mi querida compañera es una maga, por ejemplo.
Margo lo miraba como si se hubiera vuelto completamente loco, pero él siguió hablando como si nada.
—Mi abuelo es un hechicero —repitió—, mi padre nunca heredó sus habilidades. Y yo tampoco. Pero aprendí bastante de él antes de que muriera. Fue espía en la Guerra Fría... en fin, supongo que eso no te interesa.
Sinceramente, Margo estaba tan pasmada que podría estar contándole que los huevos eran cuadrados y también se lo plantearía.
—Yo no me enteré de nada de esto hasta hace unos años, pelirroja, así que puedo entender que no me creas todavía. La cosa es que los hechiceros tienen cierto... odio contra los mestizos. La magia es algo muy delicado y, a no ser que hayas nacido con ella o te hayan enseñado a controlarla... bueno, es peligrosa. Especialmente en humanos. Los mestizos son, básicamente, humanos con toques de magia en su sangre. Y no saben controlarlo. Así que los hechiceros consideran su mera existencia un insulto, como si no merecieran portar la misma sangre que ellos.
—¿Y qué pasa con eso? —murmuró Margo, temiéndose la respuesta.
—Que, en cuanto un hechicero descubre la ubicación de un mestizo, es muy probable que intente deshacerse de él. Y de todo su grupo.
—E-entonces...
—Yo no soy quien le ha estado dando órdenes a ese tipo, pelirroja.
Margo no respondió inmediatamente. De hecho, pasó casi un minuto entero antes de que le diera la sensación de que estaba empezando a asumir todo lo que oía. Para entonces, Sawyer se había puesto de pie, rebuscando en su bolsillo. Se detuvo justo delante de ella.
—Bueno, parece que habrá un cambio de planes —murmuró, sacando un móvil y mirándola—. Necesito que me hagas un favor, pelirroja.
Margo levantó la mirada. Era uno de esos viejos móviles que se abrían y se cerraban, perfecto por si no quieres que alguien te geolocalice.
—¿Qué favor? —preguntó en voz baja.
Sawyer sonrió y se puso en cuclillas delante de ella para que sus rostros quedaran a la misma altura. Margo lo miró con desconfianza cuando vio que le acercaba el móvil, ofreciéndoselo.
—Es muy sencillo —le aseguró—. Vas a tomar este precioso móvil, vas a marcar el número que te diré, hablarás con Brendan y le dirás que venga a rescatarte porque te tengo retenida y necesitas ayuda y... bueno, ya sabes, haz que se crea el príncipe azul que va a rescatar a la damisela en apuros. Seguro que si le inflas el ego viene más deprisa.
—¿Brendan? —repitió ella, pasmada—. ¿M-me... me dejas llamar a Brendan?
—Puedes llamar a quien te dé la gana, pero preferiría que llamaras a Brendan.
—¿Para qué? —preguntó, totalmente perdida, y de pronto frunció el ceño—. ¿Para que puedas hacerle daño?
—No tengo ningún interés en hacerle daño a tu prototipo de novio. Simplemente llámalo.
—No es mi... —se detuvo a sí misma al darse cuenta de que era absurdo centrarse precisamente en eso—. No voy a llamarle.
—Claro que lo harás.
—¿Y por qué iba a hacerlo?
—Porque no tienes otra alternativa, pelirroja.
Margo sintió que su seguridad empezaba a evaporarse cuando entendió a lo que se refería. Había dicho que no mataría a nadie y que no dañaría a Kyran, pero eso excluía a todos los demás, que ahora estaban totalmente vulnerables.
Esta vez, cuando él le dedicó una sonrisa que no le llegó a los ojos y le ofreció el móvil, a Margo no le quedó más remedio que aceptarlo.
Victoria
—...y entonces le di un puñetazo en una teta —concluyó su historia Bex, muy digna—. Porque se la merecía. Y por fin me dejó en paz.
Victoria, Axel y Ramson se quedaron mirándola fijamente durante unos segundos, a lo que ella frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Y yo creyendo que los de mi ciudad eran raros —murmuró Ramson.
—No soy rara —protestó Bex—. Soy especial.
—Especialmente rara —Axel soltó una risita.
Victoria se apartó justo a tiempo cuando Bex le lanzó uno de los cojines de las sillas del porche. Axel no fue tan rápido y le dio en la cara con un sonoro puf.
Justo cuando parecía que iba a devolvérselo, los cuatro se giraron de golpe hacia la entrada del bosque, por donde apareció un niño de unos doce años con traje antiguo y andares de señor mayor.
—Buenas noches —los saludó Albert, quitándose las briznas de hierba del pelo—. El teletransporte ha vuelto a fallar un poco. Llevo casi diez minutos andando.
—Con esas piernitas debe cansarse el doble —susurró Axel.
—¿Dónde está la maga? —preguntó Victoria, confusa, al verlo solo.
Albert carraspeó y se plantó delante de ellos con las manos en las caderas, como si estuviera intentando buscar algo que decir. Al final, simplemente se encogió de hombros.
—Digamos que en nuestra ciudad también tenemos nuestros... ejem... problemillas. Y Vienna prefiere quedarse por si en algún momento una conocida nuestra está en peligro.
—¿No va a venir? —Bex frunció el ceño.
—No, pero tiene sus formas de ayudarnos —les aseguró Albert, sacando lo que parecía una piedra cualquiera de su bolsillo—. Si entramos, os explicaré para qué sirve esta misteriosa piedr...
—Sirve para teletransportarse —lo cortó Ramson.
—Pero... —Albert le puso mala cara, indignado—. ¡Quería decirlo yo!
—Es que tú hablas mucho y no llegas a decir nada.
—¡No consiento que...!
Se quedó callado cuando Ramson giró la cabeza repentinamente. Por un momento, Victoria pensó que estaba viendo a alguien en la entrada del bosque, pero luego se dio cuenta de que parecía estar más bien escuchando.
—¿Qué pasa? —preguntó, confusa.
Ramson no respondió. De hecho, solo se puso de pie y se acercó a Albert. El pobre estaba tan confuso que no reaccionó a tiempo cuando le quitó la piedra de la mano.
—¡Oye! —chilló después, totalmente indignado—. ¡Es mi piedra!
—Pues ahora la necesito.
—¿Para qué? —Bex puso una mueca.
—Para algo que no te importa —Ramson enarcó una ceja—. Me están llamando.
Albert lo señaló al instante, casi como una advertencia.
—¡Ni se te ocurra ir con...!
Tarde, Ramson ya había agitado la piedra y había desaparecido en medio de un pequeño estallido de luz.
Albert se quedó señalando al vacío unos segundos antes de girarse, claramente irritado.
—Estos jóvenes de hoy en día y su manía de priorizar los romances imposibles antes que los trabajos serios —se quedó mirándolos a los tres, enfadado—. ¿Y vosotros qué? ¿También tenéis pensado marcharos?
Los tres negaron rápida e instantáneamente con la cabeza.
—Bien —Albert señaló la puerta—. Pues todo el mundo dentro. ¡Ahora mismo!
Victoria, al ver que los demás no se movían, se puso de pie y abrió la puerta con Bex y Axel justo detrás de ella. Albert los seguía como si fuera la caricatura de un padre enfadado.
Y, justo cuando Victoria abrió la puerta, vio que Brendan salía casi corriendo por la principal. Caleb se detuvo y dejó de seguirlo cuando le cerró en la cara, sorprendido.
—Pero ¿qué...? —Albert los adelantó, cada vez más rojo—. ¡¿Dónde demonios ha ido ahora?!
Caleb le frunció el ceño, como si le ofendiera que le hablara así.
—¿Y yo qué sé? No me lo ha dicho.
—¡¿Y tú no se lo has preguntado?!
—¿Por qué iba a hacerlo?
—¡Porque estamos en medio de una crisis! ¡¿ES QUE SOY EL ÚNICO QUE QUIERE SOLUCIONARLA?!
—Eso parece —murmuró Axel.
Albert se giró tan deprisa que Victoria, Bex y Axel retrocedieron a la vez.
—¡ERA UNA PREGUNTA RETÓRICA!
—A-ah... bueno...
—¡Todo el mundo detrás de él! ¡AHORA MISMO!
Y salió él en primer lugar, agitando los bracitos por la furia.
Margo
Sawyer le dedicó una pequeña sonrisa frívola cuando se llevó el móvil a la oreja.
—¿Cómo has conseguido su número? —murmuró mientras sonaba el primer pitido.
—Si he podido encontrarte a ti, ¿qué te hace pensar que no puedo encontrar un número de teléfono?
Margo no dijo nada. Todos la miraban. Se limitó a esperar a que alguien reaccionara al otro lado de la línea, pero solo escuchó el segundo pitido.
—A lo mejor no responde —sugirió, un poco más esperanzada de lo que debería mostrar.
—A lo mejor —a él no parecía preocuparle mucho.
Y, justo cuando estaba a punto de escuchar el tercer pitido, Margo sintió que su corazón se detenía por un momento al escuchar un simple:
—¿Quién eres?
Era la voz de Brendan. Oh... mierda.
El volumen del móvil era tan alto que, al estar todos en silencio, podían escuchar perfectamente la conversación. Eso también era una desventaja. Brendan no podría intentar decirle nada sin que los escucharan.
—Soy... soy yo —murmuró ella.
Hubo un momento de silencio. Sawyer la miraba fijamente, esperando una respuesta.
—¿Margo? —preguntó finalmente Brendan, claramente sorprendido—. ¿Cómo has...?
—Tengo un... eh... problema.
—¿Qué problema?
Margo miró al problema, que seguía observándola fijamente. Sawyer le dedicó una sonrisa, esta vez menos fría y más burlona. Estuvo a punto de ponerle los ojos en blanco, pero al final consideró que no sería lo más inteligente el mundo.
—Respóndele —insistió Sawyer.
—¿Quién es ése? —preguntó Brendan al instante.
Margo se quedó un momento en blanco. Sawyer puso los ojos en blanco.
—Respóndele —repitió—. O se pondrá celoso.
—Es... Sawyer.
Esa vez, el silencio fue distinto. Mucho más tenso.
—¿Estás con Sawyer? —preguntó Brendan en voz baja.
—Sí —murmuró Margo, mirándolo.
—¿A solas?
—Sí...
—¿Los dos? ¿A solas? ¿Ahora?
—Sí, ahor... —se detuvo—. ¿Se puede saber que te pasa? ¡¿Es que no me has oído?!
—¿Y... mhm... qué hacéis?
Margo frunció el ceño, cabreada, y vio que Sawyer empezaba a reírse maliciosamente.
—¡Pues me tiene sentada en un sillón con tres matones mirándome! —le espetó—. Y a los demás dormidos. ¿Te parece poco?
—¿Eh?
—¡QUE REACCIONES!
—Ah —Brendan carraspeó—. Espera, ¿y cómo has conseguido llamarme? ¿Estás escondida?
—No... me ha obligado a llamarte.
Iba a decir algo más, pero Sawyer le hizo un gesto para que le diera el móvil. Margo se lo tendió, dubitativa, y él le ofreció una pequeña sonrisa antes de llevárselo a la oreja y salir de la casa hablando en voz baja.
Margo se quedó sentada en el sillón, tensa, con tres pares de ojos mirándola fijamente. Pasaron los segundos, los minutos... como estaba muy tensa y no sabía qué más hacer, se puso a contar el tiempo que pasaba. Dos minutos, tres, cuatro... echaba miradas fugaces a la puerta, tragando saliva. Cinco, seis... ¿por qué tardaban tant...?
Los cuatro miraron a Sawyer al entrar. Él había vuelto a esconder el móvil.
—Parece que nuestro querido Brendan está de camino —comentó él—. Y, pelirroja, te toca esperarlo y decirle que...
Se calló y clavó una mirada bastante confusa por encima de la cabeza de Margo.
Ella, todavía más confusa, también levantó la mirada. No entendió nada cuando vio que la chica del pelo corto y oscuro se había acercado a ella y tenía una mano extendida por encima de su cabeza, mirándola fijamente.
Margo estuvo a punto de apartarse, asustada, pero la chica lo hizo antes que ella. Y mirándola con cierta sorpresa.
—¿Qué pasa? —preguntó la rubia.
La chica de pelo oscuro cerró la mano en un puño y dio un paso atrás, girándose hacia Sawyer, que parecía tan confuso como todos los demás.
—Es ella —murmuró la chica en voz baja.
Espera, ¿ella? ¿Margo? ¿De qué demonios hablaban ahora?
Sawyer, por cierto, se había girado de golpe en su dirección y la miraba con una expresión de sorpresa absoluta.
—¿Ella? ¿Estás segura?
La chica asintió, decidida.
Pasaron unos segundos de silencio absoluto en los que el grandullón y la rubia intercambiaron una mirada confusa. Margo, algo asustada, hizo un ademán de ponerse de pie, pero la chica del pelo oscuro hizo un movimiento con la mano y sintió que sus piernas se quedaban congeladas casi al instante. Volvió a intentar moverse, aterrada, pero era como si ya no formaran parte de su cuerpo.
Y, en medio de todo ese pequeño caos, Margo vio la cara de Sawyer aparecer justo delante de ella.
—Parece que es tu día de suerte, pelirroja. Te vienes de excursión con nosotros.
Ella estuvo a punto de responder, pero cuando se inclinó para acercarse más lo único que le salió fue... bueno... cerrar las manos en puños y empezar a agitarlos para ver si alguno le daba en la cara.
Uno le dio, eso seguro, porque consiguió girarle la cabeza a un lado. Pero Sawyer volvió a recomponerse como si nada y se agachó para sujetarla de las rodillas. Margo intentó sacudirse, desesperada, pero no sirvió de nada. Se la subió al hombro igual, dejándola con la cabeza colgando hacia abajo.
—¡Suéltame! —le gritó, intentando sacudirse desesperadamente.
—Vámonos —les dijo a los otros, ignorándola.
Y, justo cuando acababa de decirlo, los cuatro se giraron de golpe hacia la puerta. Acababan de abrirla.
Caleb
Brendan estaba entrando en el coche cuando consiguió alcanzarlo. Lo detuvo del brazo cuando no le hizo caso, pero se sacudió de golpe y entró de todas formas.
—¿Dónde vas? —le preguntó Caleb, confuso.
—Tengo que...
Brendan se calló y puso una mueca de enfado cuando Albert se plantó justo delante del coche de brazos cruzados.
—¡Tenéis prohibido salir! —le recordó con voz chillona—. ¡Ya nos habéis traído suficientes problemas!
Pero Brendan no parecía de humor para acatar órdenes. De hecho, su rostro se volvió sombrío.
—Apártate de mi camino, enano.
—Ignoraré la falta de respeto porque estamos todos muy nerviosos, pero...
—¡Apártate!
—¿Qué pasa? —intervino Victoria, que acababa de acercarse con los demás—. Brendan, estás... ¿por qué estás tan asustado? ¿Qué ha pasado?
Brendan, al ver que no le dejaban moverse, soltó una maldición en voz baja y volvió a bajar del coche.
—Margo me ha llamado —dijo finalmente—. Sawyer está con ella y los demás. Tenemos que ir a ayudarlos.
Caleb sintió que toda la tranquilidad del momento se evaporaba. Incluso Albert pareció quedarse pálido.
—Tenemos que ir —intervino Bex de golpe, acercándose con la silla de ruedas.
—Es un riesgo —advirtió Albert—. Y también es claramente una trampa.
—¡Me da igual! ¡Ya hemos perdido a suficiente gente!
—Tenemos que ir —confirmó Axel.
Hubo un momento de silencio antes de que Albert se pasara las manos por la cara, frustrado, lo pensara un momento... y finalmente asintiera con la cabeza.
—Acercaos —murmuró, rebuscando en su bolsillo—. Menos mal que tengo una de emergencia.
Todos se acercaron a él cuando levantó una piedra que no parecía gran cosa, pero que empuñaba como si fuera lo más valioso del mundo. Caleb le dedicó una pequeña mueca mal disimulada cuando Albert la sujetó con ambas manos y la levantó como si fuera un objeto sagrado.
—Esperemos que funcione con tanta gente —añadió él.
—¿Qué vas a hacer? —Caleb lo miró, desconfiado.
—Voy a llevarnos a todos menos a Bexley y Axel a ese sitio. Puedo seguir el rastro mágico de Lambert.
Los dos aludidos se giraron a la vez.
—¿Por qué nosotros no? —preguntó Axel, indignado.
—Porque, no te ofendas Bexley, pero una chica en silla de ruedas no podrá ayudar mucho y necesitas a alguien que se quede contigo. Él parece estar por la labor.
No dejó sitio a más disputa. Extendió la mano con la piedra y Brendan le puso una mano en el brazo. Caleb, dudando, le puso una mano en el brazo a Brendan. Dedicó una pequeña mirada a Victoria cuando sintió su mano sujetando su muñeca, pero ella no se la devolvió.
Y, justo cuando iba a volver a girarse hacia Albert, se sintió por un breve momento como si estuviera cayendo por el cielo. Todo se volvió oscuro y su estómago se contrajo. En el momento en que iba a abrir la boca, parpadeó y volvió a la realidad.
Miró a su alrededor. Ya no estaban en el orfanato. Victoria y Brendan también miraron a su alrededor con curiosidad, como si no entendieran nada.
Estaban en... ¿una granja?
Caleb no pudo seguir mirando a su alrededor cuando escuchó el claro ruido de un forcejeo y de alguien exigiendo que lo soltaran. Se giró automáticamente hacia la casa que tenían delante y Brendan, al ver dónde se dirigía su mirada, salió disparado en esa dirección.
Caleb lo siguió, sacando la pistola de la cinta del pecho. Menos mal que se lo había vuelto a poner después de... miró de reojo a Victoria, que iba a su lado. Ella apretó los labios sin devolverle la mirada.
—Céntrate —masculló.
Brendan llegó el primero a la puerta y prácticamente la tiró abajo. Albert fue el segundo en cruzarla. Y Caleb y Victoria los últimos. Probablemente ninguno se esperaba el espectáculo que iban a ver.
Lo primero que vio Caleb fue a Kyran. Estaba tumbado en un sofá cerca de una cocina. Tenía los ojos cerrados y estaba cubierto con una mantita. Estuvo a punto de salir corriendo hacia él, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que había más gente en la sala.
Una chica rubia y un tipo bastante grande estaban justo en medio del camino que los separaba de... Sawyer.
Volver a verlo fue extraño. Le dejó un sabor muy amargo en la boca. La última vez había sido al matar a Victoria. De alguna forma, ese sentimiento de odio afloró de nuevo al recordarlo.
—¡Margo! —el grito de Victoria hizo que volviera a centrarse.
Entonces, se dio cuenta de que Margo estaba encima del hombro de Sawyer, como si intentara sacudirse y no pudiera. Vio enseguida los nudillos rojos de su mano y el golpe de la mandíbula de Sawyer.
Estuvo a punto de sonreír, orgulloso, pero... no era el momento.
Todo el mundo reaccionó muy deprisa. Brendan sacó la pistola y apuntó hacia Sawyer, Caleb hizo lo mismo con los dos que estaban en medio, Albert se colocó en el camino que conducía a Kyran y Victoria se puso en posición defensiva.
Al menos, tuvo que admitir que Sawyer pareció sorprendido al verlos. Especialmente a Caleb.
—Kéléb —le dijo, casi como si viera a un viejo amigo—, cuánto tiempo, hijo.
Ese hijo sonó totalmente despectivo, casi como un insulto.
—Suéltala —espetó Brendan, ignorándolo y apuntándolo con la pistola.
Margo, pese a que no podía verlos porque Sawyer la tenía sujetada al revés, dejó de forcejear al instante.
—No veo por qué debería hacer eso —comentó él tranquilamente.
Pareció que Brendan iba a decir algo, pero Victoria lo interrumpió bruscamente.
—Ni se te ocurra —le advirtió a la rubia, que había echado una ojeada a Kyran.
La rubia debió tomárselo como un reto, porque soltó un bufido despectivo e hizo un ademán de ir a por Kyran. Fue automático. Todo el mundo se alteró a la vez. Brendan disparó la pistola, pero Caleb no vio dónde porque siguió a Victoria con la mirada. Se había lanzado sobre la chica rubia justo a tiempo para que no atacara a Albert y ahora estaban las dos en el suelo. Caleb se giró para disparar a la rubia, pero el grandullón le lanzó un puñetazo que tuvo que esquivar justo a tiempo.
Caleb tuvo que volver a esquivarlo antes de poder estabilizarse. Intentó levantar la pistola y dispararle en la cabeza, pero el grandullón le apartó el brazo justo cuando apretó el gatillo, así que el resultado fue un agujero el techo.
Caleb gruñó, frustrado, y optó por lanzarse sobre él, pero Brendan intervino justo en ese momento. Le rodeó el cuello al grandullón con un brazo, apartándolo de su hermano, y Caleb se giró justo a tiempo para ver que Victoria estaba tirada en el suelo y la chica rubia le tenía el cuello agarrado con fuerza, sentada encima de ella. Levantó la pistola, pero el grandullón le dio una patada en la mano mientras forcejeaba con Brendan y la pistola salió volando al otro lado de la habitación.
Caleb le asestó una patada en el estómago, furioso, y él se dobló sobre sí mismo. Aprovechó para girarse de nuevo hacia Victoria, aterrado, pero para su sorpresa no necesitaba su ayuda.
Albert acababa de acercarse a ellas y le había dado con un rodillo en la cabeza a la rubia, separándola de Victoria.
Caleb volvió a centrarse en el grandullón, que al ver que no podía con ellos dos optó por intentar estampar a Brendan con una pared para separarlo. Caleb reaccionó a tiempo. Miró a Brendan por encima de su hombro, que asintió con la cabeza. Era todo lo que necesitaban para entenderse.
Actuaron a la vez. Brendan fingió que el grandullón conseguía apartarlo un poco y, cuando se separaron, lanzó la pistola a Caleb, que la atrapó justo a tiempo. El grandullón la siguió con la mirada, confuso, y Brendan aprovechó el momento para darle un codazo en la boca. El grandullón retrocedió, sorprendido, y Caleb aprovechó el momento en que se separaba de su hermano para dispararle en medio de la frente.
El grandullón cayó al suelo, muerto, y Caleb se puso de pie de un salto. Brendan le quitó la pistola sin siquiera preguntar, con la mirada fija en Sawyer. Caleb se giró hacia Victoria. Ella y Albert estaban pegados a Kyran, como si quisieran protegerlo. La chica rubia corría hacia Sawyer.
Brendan se acercó a ellos apuntando a Sawyer en la cabeza. Justo cuando la rubia se ocultó detrás de su jefe, Brendan apretó el gatilló.
Pero la bala no llegó a darle a nadie.
De hecho, Caleb parpadeó al ver una especie de escudo casi invisible aparecer en el momento justo en que la bala iba a tocar a Sawyer, desintegrándola. Brendan volvió a disparar y pasó exactamente lo mismo.
Una chica que no habían visto hasta ahora, muy delgada y con el pelo negro y corto, se había adelantado y había movido un brazo cada vez que Brendan había disparado. Tenía los ojos dorados y brillantes. Parecía enfadada. Brendan la apuntó a ella cuando se colocó justo delante de Sawyer, como si lo retara con la mirada.
Caleb esperó el disparo, impaciente, pero no llegó. Se giró hacia su hermano, confuso, y más confuso se quedó al ver que Brendan estaba pálido y había bajado lentamente la pistola, mirando a la chica.
—¿A-Ania...? —preguntó en voz baja.
Caleb volvió a girarse hacia ella, que no dio una sola señal de haberlos reconocido, y de pronto lo vio. Era ella. El pelo no era el mismo, pero la recordaba. La misma chica pequeñita y con rasgos afilados que había estado con ellos durante esos años. Que había pasado tanto tiempo con Brendan.
Y, justo cuando pareció que Brendan iba a decir algo más, ella sacó una piedra igual que la que tenía Albert y tanto Sawyer como la rubia la pusieron una mano en el hombro. Apenas un segundo más tarde, los cuatro habían desaparecido.
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